El término música tiene su origen del latín “musica” que a su vez deriva del término griego
“mousike” y que hacía referencia a la educación del espíritu la cual era colocada bajo la
advocación de las musas de las artes.
Puede decirse que la música es el arte que consiste en dotar a los sonidos y los silencios de una
cierta organización. El resultado de este orden resulta lógico, coherente y agradable al oído.
La música, en definitiva, consiste en combinar sonidos y silencios. Los sonidos, a su vez, pueden
ser infinitos, ya que es posible trabajar con innumerables variaciones de duración, intensidad,
altura o timbre.
La música es un arte que acompaña la vida del ser humano desde los comienzos de la historia.
Según explican ciertas teorías su origen tuvo lugar a partir de intentar imitar los sonidos que
existían en la naturaleza y sonidos provenientes de la parte interna del ser humano, como el latido
del corazón. Los descubrimientos que se han hecho en torno a este arte demuestran que ya
existían conceptos de armonía en la música de la prehistoria.
La música no sólo es un arte al que muchas personas recurren para llenar su vida de felicidad,
también existen acciones terapéuticas que utilizan la música como elemento, la musicoterapia es
una de ellas. Consiste en una aplicación científica del sonido, la música y el baile a través de un
tratamiento que intenta integrar lo cognitivo, lo emocional y lo motriz, que libera los malos
sentimientos y permite encontrarse con la energía propia de cada ser, ayudando a mejora la
comunicación, la expresión individual y la integración social. La musicoterapia se utiliza en caso de
enfermedad o disfuncionalidad física o social, para que un individuo se rehabilite y reeduque
emocional, intelectual y motrizmente.
La música con sus sonidos posee tres componentes que la vuelven única: el sonoro, el temporal y
el intelectual. El sonoro se encuentra representado por los sonidos unidos de una forma
específica, el temporal tiene que ver con el momento puntual en el que deben ser representados y
ejecutados los sonidos y el intelectual tiene que ver con la influencia que puede causar un
determinado movimiento sonoro en un individuo, influyendo en su estado de ánimo y
modificando a través de él otros aspectos de su vida. Posiblemente en la comprensión de estos
tres componentes a fondo esté la respuesta que buscamos, el por qué tenemos esa increíble
necesidad de hacer o escuchar música.
Como en los siglos anteriores, muchos músicos dependían de un mecenas: algún príncipe, algún
eclesiástico bien provisto de fondos, o un aristócrata. Los numerosos príncipes, arzobispos y
obispos cada uno con su propia corte, proporcionaron los patrocinios que hicieron de Italia y
Alemania los adelantados musicales de Europa.
Aunque lo patrocinaba la corte real inglesa, Haendel compuso música para auditorios más amplios
y no tenía inconveniente en escribir piezas colosales de sonido inusitado. Por ejemplo, se suponía
que la banda para su Música para los reales fuegos de artificio debía acompañarse de ciento un
cañones. Si bien escribió más de cuarenta óperas y mucha música secular, es irónico que el
mundano Haendel probablemente sea conocido más por su música religiosa. Su ha Mesías ha sido
llamado “una de esas extrañas obras que atraen de inmediato a cualquiera y que, sin embargo, es
indiscutiblemente una obra maestra del más elevado orden”.
Joseph Haydn (1732-1809) pasó la mayor parte de su vida adulta trabajando como director
musical para los acaudalados príncipes húngaros, los hermanos Esterhazy. Haydn fue un creador
increíblemente prolífico; compuso ciento cuatro sinfonías, además de de cuerdas, conciertos,
canciones, oratorios y misas. Sus visitas a Inglaterra en 1790 y 1794 lo introdujeron en otro mundo
en músicos escribían conciertos para el público, más que para principescos. Esta “libertad’ como él
la llamó, lo animó a escribir dos de sus más importantes oratorios, La creación y Las estaciones
dedicados ambos a la gente común.
Mozart llevó la tradición de la ópera cómica italiana a nuevas dimensiones con Las bodas de
Fígaro, obra basada en una puesta en escena parisina en la década de 1780, en la que un criado
supera en ingenio y encantos a sus señores nobles, y Don Juan, una “comedia negra” acerca de los
estragos que este personaje hizo en la tierra antes de descender al infierno. Las bodas de Fígaro,
La flauta mágica y Don Juan son tres de las más grandes óperas de todos los tiempos. Mozart
componía con una mezcla de facilidad melódica, gracia, precisión y emoción que
indiscutiblemente nadie ha superado. Haydn dijo al padre que «su hijo es el más grande
compositor que yo haya conocido en persona o por reputación”.
En el siglo XIX, Johannes Brahms fue el único compositor alemán contemporáneo de Wagner que
tuvo jerarquía suficiente para ponerse más o menos a la misma altura. Wagner fue el
revolucionario, el hombre del futuro. Brahms fue el clasicista que abordaba las formas abstractas,
y en el curso de su vida nunca escribió una nota de música de programa, y mucho menos una
ópera. Wagner ejercería enorme influencia sobre el futuro. Con Brahms, la sinfonía, en la forma
que le confirieron Beethoven, Mendelssohn y Schumann, llegó a su fin.
A semejanza de Bach, Brahms resumió una época. A diferencia de Bach, contribuyó poco al
desarrollo de la música, pese a que algunas de sus texturas y armonías encuentran un débil eco en
Schoenberg. Incluso en tiempos de Brahms, los progresistas no tenían una elevada opinión de él.
Mahler decía de Brahms que era “un maniquí con un corazón un tanto estrecho”.
Algunos impetuosos dominados por Wagner, como Hugo Wolf, se arrojaban gozosamente sobre
cada nueva composición de Brahms, y se burlaban de ella. En una crítica de la Tercera Sinfonía
para el Wiener Salonblatt, Wolf proclamó que “Brahms es el epígono de Schumann y
Mendelssohn, y por lo tanto ejerce sobre la historia del arte casi tanta influencia como el finado
Robert Volkmann un compositor académico otrora popular, y ahora olvidado], es decir, en la
historia del arte tiene tan escasa importancia como Volkmann, o sea que no ejerce ninguna
influencia… El hombre que ha compuesto tres sinfonías, y al parecer se propone continuar con seis
más… es sólo una reliquia de los tiempos primitivos y no una parte esencial de la gran corriente del
tiempo”.
Tres creadores de música ligera del siglo XIX han sobrevivido de un modo tan triunfal al tiempo y
las modas que es legítimo llamarlos inmortales. El vals y la opereta vienesa de Johann Strauss (h),
la ópera bufa de Jacques Offenbach y la opereta de sir Arthur Sullivan perduran entre nosotros, y
son obras tan encantadoras, atrevidas y plenas de inventiva como lo fueron otrora. Meyerbeer
prácticamente ha sido olvidado; Gounod perdura sobre todo a través de la ópera; y figuras otrora
tan encumbradas como Goldrnark, Rubinstein, Heller y Raff no son más que nombres en los libros
de historia. Pero el mundo continúa entreteniéndose e incluso encantándose con Strauss,
Offenbach y Sullivan.
En primer lugar fue el vals. Se originó en el Landler, una danza austro-alemana de tres por cuatro.
Entre 1770 y 1780 se asistió a la primera aparición del vals. Casi de inmediato se convirtió en el
furor de Europa, y no sólo en Viena, pese a que esa ciudad fue su centro principal. Michael Kelly, el
tenor irlandés que cantó en el estreno mundial de Las bodas de Fígaro, se refirió a este furor en
1826, cuando escribió sus memorias.
“Los habitantes de Viena”, observó, “en mis tiempos [la década de 1780] bailaban enloquecidos
cuando se aproximaba el Carnaval, y la alegría comenzaba a manifestarse por doquier… La
propensión de las damas vienesas a la danza y a la asistencia a los bailes de disfraces era tan firme,
que no se permitía que nada interfiriese en el goce de su diversión favorita.” Para demostrar
fehacientemente su afirmación, Kelly citaba una disposición adoptada por los vieneses.
Tan abrumador era ese furor, decía, que en beneficio “de las damas embarazadas, a quienes no
podía persuadirse de que permanecieran en el hogar, se preparaban apartamentos con todas las
comodidades necesarias para el parto, ante la posibilidad de que lamentablemente fuesen
necesarias”. Kelly, que era buen conocedor, juzgaba atractivas a las damas vienesas, pero “por mi
parte me parecía que valsar desde las diez de la noche hasta las siete de la mañana, en un
torbellino permanente, era sumamente fatigoso para el ojo y el oído”.
Naturalmente, el vals se convirtió en artículo de uso corriente, y a lo largo del siglo XIX ni siquiera
los más grandes compositores se mostraron tan orgullosos como para negarse a satisfacer la
demanda. Habían existido precedentes, en la historia anterior de la música, incluso remontándose
hasta los isabelinos, los compositores se aplicaban industriosamente a crear música de danza para
el público que la recibía complacido.
Haydn y Mozart habían compuesto considerable cantidad de música de danza. Schubert compuso
varios volúmenes de valses para atender la demanda creada por el nuevo furor. La Invitación a la
danza, para piano solista (después Berlioz la orquestó) de Weber creó el vals de concierto. Chopin
compuso valses idealizados, que no estaban destinados a la danza. Brahms aportó un conjunto
para piano y dos conjuntos para cuarteto vocal. Dvorak compuso varios hermosos valses. El
caballero de la rosa, de Richard Strauss, utiliza mucho el vals. Ravel compuso un gran vals para
orquesta, y un conjunto para piano titulado Valses nobles y sentimentales. Debussy compuso
varios valses. Incluso hay un vals en la sombría Wozzeck de Berg.
Poco después de la aparición del vals se suscitó un clamor que imputaba inmoralidad a este
género. El primer gran exponente del vals luí Johann Strauss (padre), y las naciones puritanas
supieron entonces a quién achacar la culpa.
El agudo oído de Debussy percibió la cualidad esencial de El pájaro de fuego. “No es una pieza
perfecta, pero a causa de ciertos aspectos puede considerársela de todos modos, excelente, pues
en ella la música no es la dócil servidora de la danza, y a veces uno descubre reunidas desusadas
combinaciones de sonidos.”
El 13 de junio de 1911 fue estrenada Petruchka, que consolidó la posición de Stravinsky como la
5gura en ascenso de la música europea. A semejanza de El pájaro de fuego, Petruchka fue un
ballet de tema ruso pero se desarrollaba con más confianza y dominio, y aportaba algunas ideas -
especialmente su politonalidad– que habrían de influir sobre el curso de la música europea.