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CONCILIUM CONCILIUM

Revista internacional de Teología


Revista internacional de Teología
Año XXII
Seis números al año, dedicados cada uno de ellos a
un tema teológico estudiado en forma interdisciplinar.
Es una publicación bimensual desde enero de 1984.
204
CONTENIDO DE ESTE NUMERO

I.
RECONCILIACIÓN Y PERDÓN
DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA

J. Peters: Función del perdón en las rela-


169
R. Studzinski: Recordar y perdonar: Di-
mensiones psicológicas del perdón 179 ***UI
F. Gentíloni/J. Ramos Regidor: Dimen- *tmmjj*
sión política de la reconciliación 193

II. DIMENSIÓN TEOLÓGICA

Ch. Duquoc: El perdón de Dios 207


J. Sobrino: América Latina: lugar de pe-
cado, lugar de perdón 219
G. Soares-Prabhu: «Así como nosotros
perdonamos». El perdón entre los hom-
bres en la doctrina de Jesús 235

III. DIMENSIÓN ESPIRITUAL

V. Elizondo: Perdono, pero no olvido ... 249


M. Rubio: ha virtud cristiana del perdón. 263
D. Borobio: El perdón sacramental de los
279

EDICIONES CRISTIANDAD
EDICIONES CRISTIANDAD
Huesca, 30-32 - 28020 Madrid Madrid 1986
)
«Concilium» 1986: temas de los seis números CONSEJO DE DIRECCIÓN

1. ECUMENISMO
El cristianismo y las grandes religiones Enero Giuseppe Alberigo Bolonia-Italia
Gregory Baum Toronto/Ont.-Canadá
2. ESPIRITUALIDAD Leonardo Boff Petrópoíis-Brasil
Reconciliación y perdón Marzo Antoine van den Boogaard Nimega-Holanda
Paul Brand Ankeveen-Holanda
3. INSTITUCIONES ECLESIALES Anne Carr Chicago/Ill.-EE. UU.
La Iglesia ante la ley y la realidad Mayo Marie-Dominique Chenu París-Francia
4. T E O L O G Í A PRÁCTICA
John Coleman Berkeley/Cal.-EE. UU.
Mary Collins Wake Forest/N.C.-EE. UU.
ha religiosidad popular Julio Yves Congar París-Francia
5. T E O L O G Í A DEL T E R C E R M U N D O Mariasusai Dhavamony Roma-Italia
Opción por los pobres: desafío a los ricos Septiembre Christian Duquoc Lyon-Francia
Virgilio Elizondo San Antonio/Texas-EE. UU.
6. N Ú M E R O ESPECIAL Casiano Floristán Madrid-España
El Sínodo 1985 Noviembre Claude Geffré París-Francia
Norbert Greinacher Tubinga-Alemania Occ.
Gustavo Gutiérrez Lima-Perú
Bas van Iersel Nimega-Holanda
Jean-Pierre Jossua París-Francia
Hans Küng Tubinga-Alemania Occ.
«Concilium» se publica en nueve idiomas: espa- Nicolás Lash Cambridge-Gran Bretaña
ñol, francés, alemán, inglés, italiano, holandés, Norbert Mette Münster-Alemania Occ.
portugués, polaco (parcial) y japonés (parcial). Johannes Baptist Metz Münster-Alemania Occ.
Dietmar Mieth Tubinga-Alemania Occ.
Jürgen Moltmann Tubinga-Alemania Occ.
Roland Murphy Durham/N.C.-EE. UU.
Jacques Poíáer París-Francia
David Power Washington D. C.-EE. UU.
James Provost Washington D. C.-EE. UU.
Karl Rahner Innsbruck-Austria (t)
No se podrá reproducir ningún artículo de Edward Schillebeeckx Nimega-Holanda
esta revista, o extracto del mismo, en nin- Elisabeth Schüssler Fiorenza Cambridge/Ma.-EE. UU.
gún procedimiento de impresión (fotocopia, David Tracy Chicago/Ill.-EE. UU.
microfilm, etc.), sin previa autorización de Knut Walf Nimega-Holanda
Antón Weiler Nimega-Holanda
la fundación Concilium, Nimega, Holanda,
y de Ediciones Cristiandad, S. L., Madrid.
SECRETARIA GENERAL

Prins Bernhardstraat 2, 6521 AB Nimega-Holanda

Depósito legal: M. 1.399.—1965


ESPIRITUALIDAD PRESENTACIÓN

Consejo consultivo

Directores:
Con frecuencia utilizamos el vocablo perdón cuando nos vemos
Christian Duquoc OP Lyon-Francia obligados a causar una molestia involuntaria a otra persona o a de-
Casiano Floristán Madrid-España
cir una palabra inconveniente o insolente. Es, en definitiva, una
disculpa condensada. Por otro lado, perdonar significa renunciar
Miembros: voluntariamente a castigar un delito u ofensa o a cobrar una deuda.
Frei Betto Sao Paulo-Brasil
El verbo latino perdonare se deriva, a su vez, de donare o dar.
Enzo Bianchi Magnano-Italia Quien perdona, da, en el sentido de que no guarda resentimiento
Cario Carozzo Genova-Italia ni responde del mismo modo cuando recibe un agravio. Éste es el
Johannes van Galen O.CARM. Aalsmeer-Holanda
Michel de Goedt OCD París-Francia sentido profundo del perdón.
Gustavo Gutiérrez Lima-Perú Todas las personas, en la medida en que nos dejamos conducir
Ernest Larkin O.CARM. Chicago/IU.-EE. UU. éticamente con rectitud, perdonamos y pedimos perdón, aunque a
Jean Leclercq OSB Clervaux-Luxemburgo
Pierre de Locht Bruselas-Bélgica veces, en ciertos momentos o en determinados lugares, el perdón es
Edward Malatesta s j Hsinchuang-Taiwán sinónimo de debilidad, cobardía o falta de hombría. En todo caso,
María Martinell Barcelona-España
Jan Peters OCD Geysteren-Holanda perdonar o implorar perdón son acciones con infinidad de matices
Samuel Rayan sj Delhi-India (basta recorrer los sinónimos en cualquier idioma), múltiples reper-
Samuel Ruiz Chiapas-México cusiones (cesan violencias y se ganan vidas sentenciadas a muerte)
Jean-Claude Sagne OP Lyon-Francia
Charles Schleck esc Roma-Italia y alcances religiosos (una religión se valora por su modo de com-
Theodor Schneider Armsheim-Alemania Occ prender y ejercer el perdón).
Pedro Trigo Caracas-Venezuela
Fernando Urbina Madrid-España
El perdón, como contrapartida de la deuda, ofensa o pecado,
posee una función precisa en todas las relaciones humanas. Basta
recorrer la historia o analizar los conflictos actuales para darnos
cuenta de su importancia. Éste es el objetivo del artículo que pre-
senta J. Peters.
Por menesteroso, el ser humano está desde su nacimiento lleno
de deudas. Todos somos deudores porque somos limitados. Pero
hay otras deudas equivalentes a ofensas que la conciencia acusa
como culpas, ya que en determinado momento o situación no se
hizo lo que se debiera haber hecho. Necesitamos continuamente
perdonar y pedir perdón. El perdón, como talante humano o acti-
tud, pertenece a la urdimbre básica de la persona humana. Así lo
da a entender R. Studzinski.
Pero el perdón, socialmente ejercido, posee una considerable
dimensión política. Desgraciadamente prevalece mucho más la acti-
tud de venganza, que degenera en la espiral de la violencia. Por
166 Presentación Presentación 167

falta de amnistías oportunas, de conciliaciones laborales, de recon- Es entrada en el misterio del amor salvador de Dios, cuya piedad
ciliaciones nacionales o internacionales y, en definitiva, de conce- supera toda justicia. El perdón es don gratuito de Dios, pero tam-
siones sociales de perdón, han estallado conflictos, se han desenca- bién —nos dice M. Rubio— es quehacer permanente cristiano.
denado guerras e innumerables vidas han acabado con la pena de Aquí reside precisamente la virtud del perdón.
muerte. Para examinar la dimensión sociopolítica del perdón y de Finalmente, un sacramento está relacionado directamente con el
la reconciliación contamos con una reciente experiencia italiana de perdón. Es el sacramento de la penitencia, en el que la conversión
amnistía, descrita por F. Gentiloni y J. Ramos Regidor. y la reconciliación se entrelazan con el perdón. Las vicisitudes de
Pero el perdón hay que entenderlo desde su raíz soteriológica: este sacramento han sido muchas y todavía son manifiestas sus osci-
sólo hay un verdadero y radical perdón, el de Dios. La reconcilia- laciones actuales. Lo pone de manifiesto D. Borobio al analizar el
ción se convierte en perdón cuando hacemos intervenir a Dios en horizonte sacramental del perdón de los pecados.
relación con la muerte y resurrección de Cristo. Perdonar es aseme- En definitiva, el perdón ejercido transforma las relaciones so-
jarse a Dios. La originalidad del perdón de Dios es expuesta teo- ciales, descubre virtualidades esenciales en la maduración personal,
lógicamente por Ch. Duquoc. El perdón no está tanto en relación es condición esencial de progreso cristiano y tarea comunitaria ecle-
con el pecado cuanto en oposición al absoluto de la justicia legal. sial irreemplazable porque es revelación del rostro original de
La rehabilitación de Dios supera con creces la reivindicación hu- Dios.
mana. C. FLORISTÁN
Sin embargo, el pecado no sólo destruye al pecador, sino que CH. DUQUOC
altera demoníacamente la realidad. Las Conferencias Episcopales de
Medellín y Puebla señalan que América Latina está «en situación
de pecado». Esta realidad injusta, como toda la del Tercer Mundo,
«clama al cielo». Por esta razón, el perdón ha de llegar a la misma
realidad si se pretende erradicar el pecado. J. Sobrino reflexiona
sobre el pecado y el perdón en América Latina a la luz de la teo-
logía de la liberación.
El perdón, tal como está expresado en la oración dominical, es
esencial a la existencia cristiana. Pero el perdón mutuo fraterno no
es condición del perdón de Dios, sino al revés: somos capaces de
perdonar porque Dios nos perdonó primero. El significado neotes-
tamentario del perdón es examinado desde una óptica religiosa
oriental por G. Soares-Prabhu.
La práctica cristiana del perdón se encuentra de bruces con
un escollo insalvable: es imposible olvidar la ofensa. Para salvar
esta gran dificultad, V. Elizondo compara la actitud del cristiano
con la misericordiosa de Jesús. El perdón va mucho más allá que el
olvido: está en el nivel de la gracia. En el seguimiento de Cristo
debe situarse la actitud espiritual de perdón, característica esencial
del cristiano.
La práctica del perdón no se reduce a una mera actitud ética.
FUNCIÓN DEL PERDÓN
EN LAS RELACIONES SOCIALES

El perdón supone siempre una relación. Se trata generalmente


de un proceso que tiene lugar entre individuos o entre Dios y el
creyente. En tales casos, la espiritualidad del perdón puede buscar-
se en la experiencia de perdonar y ser perdonado y en la relación
entre ambas cosas. Pero si esa forma de perdón es ya bastante com-
pleja, se complica aún más cuando quien perdona es un grupo so-
cial: Iglesia, Estado, pueblo, familia. El sujeto del perdón no es
entonces un individuo, sino un grupo diferenciado, y el receptor es
también un grupo. Tenemos así un largo proceso en el que resulta
difícil determinar la experiencia de perdonar y ser perdonado. Ade-
más, es raro que se perdone en el ámbito de las relaciones sociales:
entre familias, Iglesias, pueblos, minorías culturales, etc.
En la Escritura, este tipo de perdón desempeña un papel reli-
gioso entre el pueblo y Dios. Recordemos la gran plegaria de per-
dón por el pueblo de Sodoma (Gn 18,22-33), la intercesión del
profeta Amos por el pueblo amenazado de ruina (Am 7,1-7), el
perdón que lleva a una unión entre Dios y su pueblo (Os 2,21-22
y Jr). También la experiencia del destierro es empleada por los pro-
fetas con vistas a una espiritualidad del perdón. Las grandes súpli-
cas nacionales de Esd 9,6-15 y Bar 1,16-3,8 reflejan la dimensión
social del perdón, pero las partes implicadas en este proceso son
Dios y el pueblo.
En la teología de la liberación, estos aspectos del perdón social
dan pie a una espiritualidad del perdón entre las clases sociales.
Pero también en la historia de Europa hallamos esa dimensión
social del perdón, por más que éste se vea reducido y minimizado.
En la primera Edad Media, la grande y rica abadía de Cluny hizo
una experiencia de perdón social entre los belicosos y semiciviliza-
dos señores feudales, los cuales se hallaban en guerra casi continua
con sus vecinos. Tal experiencia, la «tregua de Dios», consistía en
que esos señores no podían hacerse la guerra de miércoles a lunes
«porque eran días solemnes». La idea de la tregua de Dios surgió
en la Francia medieval debido a que, en la época poscarolingia,
270 J. Peters Función del perdón en las relaciones sociales 171

la autoridad central era demasiado débil para mantener realmente tos de perdón en el marco de las relaciones sociales tiene la impre-
la paz. sión de que precisamente esta creatividad, la búsqueda de formas
El año 989, un sínodo de Poitiers intervino contra todos los y el lenguaje del perdón, ha recibido un rudo golpe. Nuestro pro-
perturbadores de la paz amenazándolos con la excomunión eclesiás- pósito es analizar esos dos aspectos: la falta de perdón en las rela-
tica. En el sínodo de Aquitania de 1040 se anunció por primera vez ciones sociales y la creatividad en el proceso del perdón.
oficialmente una tregua de Dios: desde la tarde del miércoles hasta
la mañana del lunes, días que habían adquirido un alto significado
a causa de las acciones salvíficas de Cristo, todo el mundo podía I. FALTA DE PERDÓN
vivir sin hostilidad ni miedo bajo la protección de la gracia y la
paz de Dios. Posteriormente, en algunos períodos se amplió esa Ya hemos señalado que resulta difícil perdonar cuando no se
tregua desde el comienzo del Adviento hasta el domingo después ha experimentado el perdón. En el proceso del perdón, la experien-
de Epifanía, desde la semana de Pasión hasta el domingo de Pas- cia de que «nos han perdonado» suele ser el punto de partida para
cua y en los principales días festivos de la Iglesia '. En 1085, en un una espiritualidad en tal sentido. Sobre este punto hemos de volver
sínodo celebrado en Maguncia con la presencia del emperador, se en el presente artículo, puesto que, según una determinada tenden-
impuso la tregua a todo el Sacro Imperio Romano. En el concilio cia de las ciencias del hombre, hoy no existe necesidad de perdón,
de Clermont (1095) se establecieron normas generales para la tre- una vez que está desapareciendo el sentimiento de culpa. De ahí
gua de Dios. De hecho, esta tregua había adquirido importancia que la experiencia de que «nos han perdonado» apenas aparezca
únicamente donde era débil el gobierno secular. como experiencia espiritual. En cualquier caso, la falta de perdón
es un hecho 3.
Más tarde, la expresión «tregua de Dios» vino a significar una
Así, por ejemplo, quien pronuncia la palabra «perdón» con res-
suspensión de la lucha política. Así, republicanos y monárquicos
pecto al nazismo es considerado inmediatamente como alguien que
llegaron a una tregua cuando Francia, después de la Paz de Franc-
pretende encubrir esa culpa. Quien, en el contexto intraeclesial,
fort, en 1871, fue ocupada en parte por las tropas alemanas, mien-
invoca la ética cristiana del perdón ante los sentimientos de hostili-
tras que en 1914 se impuso en la mayoría de los países beligeran-
dad —a menudo maliciosamente invocados— que se dan entre gru-
tes una tregua entre partidos burgueses y socialistas, cosa que se
pos cristianos, ése es incluido al instante en el bando de los hetero-
repitió en la última guerra mundial.
doxos, a quienes más valdría salir de la Iglesia. En los ámbitos
Es indudable que esa tregua de Dios no significaba un perdón político y religioso no se toma ninguna iniciativa de perdón. Tam-
completo. Era a lo sumo una represión de la agresividad. No obs- poco entre el Este y el Oeste.
tante, encerraba un elemento de espiritualidad: la renuncia a pen-
sar en clave de enemistad, aunque sólo fuera por un tiempo, y ello Con ayuda de estudios históricos y recurriendo a los resultados
por la convicción de que era posible una relación mejor entre los de las ciencias del hombre, se intenta dar un contenido concreto a
hombres 2 . De todos modos, en una experiencia como la tregua de la noción de culpa colectiva. Pero si la experiencia del perdón es
Dios, la creatividad religiosa conseguía una expresión momentánea primaria en el proceso de perdonar, la cuestión de la culpa será
del proceso del perdón. Quien examina de cerca los actuales inten- secundaria. Posiblemente, la auténtica profundidad de la culpa se
nos hace consciente en la experiencia del perdón. Y el perdón es
1
Rowan Williams, The Truce of God, prólogo del arzobispo de Canter- un hecho que no se puede eliminar: ni de la familia, ni de las na-
bury (Londres 21983) 28. ciones, ni de las Iglesias. Hoy somos más conscientes que antes de
2
Amplia bibliografía en A. Gouhier, Pour une métaphysique du pardon 3
(París 1969); sobre el aspecto de la espiritualidad, véase el número titulado Jan Kerkhofs, En vergeef ons: «Tijdschrift voor geestelijk leven» 40
Difficultés du pardon: «La Vie Spirituelle» 131 (1977). (1984) 646-658.
172 J. Peters Función del perdón en las relaciones sociales 173

que la culpa, el perdón y el arrepentimiento, incluso en el ámbito El no tener propiamente derecho al perdón implica una depen-
personal, no implican relaciones meramente personales. Las ciencias dencia. Quien desea ser perdonado depende también socialmente de
del hombre nos enseñan que toda acción libre y personal, sea buena otros. Se trata de una cuestión ampliamente estudiada por la socio-
o mala, está determinada por situaciones históricas, políticas, psico- logía. La dependencia es un hecho que no puede ser ignorado en
lógicas y sociales. Tales situaciones son, además, resultado de los todo el proceso del perdón. También las Iglesias son dependientes:
comportamientos y opiniones, buenos o malos, de otras generacio- por muy dispuestas que estén a emprender ese proceso, no pueden
nes de hermanos. llevarlo a cabo de un modo autónomo, independientemente de las
Los católicos esperan perdón de los protestantes, y los protes- otras. Ésa es una de las razones de que no abunde el perdón. Algu-
tantes de los católicos; los blancos de los negros, y los negros de nos grupos desearían liberarse de tal dependencia (también en la
los blancos; los rusos de los americanos, y los americanos de los teología de la liberación), pero los teólogos de la liberación ven que
rusos; los capitalistas buscan ser perdonados por su explotación de precisamente ese aspecto, el modo de abordar la dependencia, la
los obreros, y los obreros no confían en el ofrecimiento de perdón consideración crítica de la teoría que sobre la dependencia han for-
por parte de los capitalistas. Corremos así el riesgo de caer en un jado los sociólogos, no es cosa fácil.
círculo vicioso. Uno no parece tener derecho al perdón; el otro no En efecto, si en el complejo proceso del perdón lo primario es
está, radical e históricamente, en condiciones de perdonar a los ser perdonado, quiere decir que es preciso reconocer a otro grupo
demás. Sin embargo, esta experiencia de impotencia no es mera- que perdona. Pero ¿no se pone así al que perdona por encima del
mente negativa. Para la espiritualidad, en todo esto se puede hallar que es perdonado? ¿No se hace depender al grupo que recibe el
un nuevo camino hacia la trascendencia. ¿Es acaso una utopía es- perdón del otro que lo otorga? ¿No se introduce de este modo en
perar un perdón inmerecido y no exigible de un Trascendente cuyo la existencia una nueva forma de falta de libertad? ¿No es en
nombre divino también podría ser «Perdón»? ¿O giramos necesa- nuestro tiempo más fuerte el ansia de libertad que la necesidad de
riamente en un mecanismo fatal del que nadie puede escapar? perdón?
Indudablemente, este círculo vicioso ocasiona múltiples trage- También esto último podría ser una razón de que no se multi-
dias en el proceso humano del perdón. A veces todo dura hasta que plique la experiencia de obtener perdón: cuando la libertad se en-
descubrimos que nos hallamos en lucha unos con otros o hacemos tiende como autonomía, la apertura para recibir el perdón en el
como si perdonáramos y fuéramos perdonados. Enrique II de In- caso de una persona y, por supuesto, en el de un grupo queda
glaterra se negó a dar en la misa el «beso de paz» a Tomás Becket. enormemente reducida.
En aquel momento, el rey era probablemente más teólogo de lo Ambos aspectos, la falta de perdón y la dificultad de recibirlo,
que él mismo se imaginaba. Estaba convencido de que dar el beso no son únicamente unos obstáculos sociológicos individuales en el
de paz en la misa sugería que la enemistad entre él y Tomás estaba proceso del mismo perdón. Ambos tienen que ver con la autocom-
perdonada (cosa que no era cierta) y que ese gesto le obligaba al prensión religiosa de la persona y del grupo. Se trata de si la culpa
menos a intentar perdonar a Tomás Becket (cosa que él no quería). y la recepción del perdón no son más que el fruto de unos senti-
Supongamos ahora que un católico marxista de la Europa Oriental mientos; de si el poder prescindir del perdón, puesto que no es
asiste a misa en Londres. ¿Daría o recibiría el beso de paz? Quizá realmente un derecho, y el no querer o no poder perdonar no son
sí, porque somos «civilizados». Pero eso sería abusar de un símbo- un paso en la necesaria autonomía de todo hombre y de toda forma
lo. Sin embargo, el perdón cristiano no puede terminar en la fron- de sociedad; de si la no necesidad de perdón y el no perdonar, así
tera Oder-Neisse. Eso sería como deseclesializar la Iglesia. El hecho como la ausencia de sentimientos de culpa, no significan un progre-
es que se abusa constantemente del símbolo del perdón, incluso en so psicológico. Ése es el aspecto espiritual del problema relativo a
las Iglesias. la función del perdón en las relaciones sociales. Y es uno de los
274 /. Peters Función del perdón en las relaciones sociales 175

aspectos que los teólogos de la liberación invocaron para prescindir, ser así un motivo para el surgimiento de la religión. De hecho, una
en su estructuración teológica, de la espiritualidad tradicional. determinada corriente de la psicología y de otras ciencias humanas
¿Acaso la tradición de espiritualidad que, cuando nació la teología pone el origen de la religión en esa necesidad de perdón, supuesta-
de la liberación, se conocía en América Latina a través de manuales mente inferior e indigna del hombre. Vergote 6 ha rechazado rotun-
como los de Tanquerey no había sido causa de la apática resigna- damente tal postura con buenos argumentos.
ción de los latinoamericanos con su suerte? ¿No se trataba de una Comenzamos, pues, por evocar la benéfica experiencia de ser
espiritualidad pensada para la burguesía europea, demasiado pre- perdonados. No sin razón, destaca en el padrenuestro la petición
ocupada del lado «blando» de la sociedad? ¿No debería cambiarse de poder perdonar. El perdón de la culpa es ciertamente la exigen-
la blandura de esa espiritualidad por dureza? 4 cia evangélica que alcanza mayor intensidad. Freud consideraba in-
Es de notar que, en los últimos cinco o seis años, los teólogos aceptable la exigencia evangélica del amor a los enemigos. En su
de la liberación han impulsado de nuevo la faceta de la espirituali- opinión, el hombre no suele merecerlo, y tal exigencia reduce la
dad, la cual ocupa ahora un lugar importante en su teología. Tanto dignidad de la vida. La verdad es que no necesitábamos a Freud
que alguien como Ratzinger, pese a su postura contra la teología para saber que el mandato de amar a los enemigos es aparente-
de la liberación, ha señalado que en la espiritualidad de esta teo- mente intolerable. Diversas encuestas sobre las reacciones de los
logía hay aspectos postivos que él había pasado por alto y que jóvenes ante las palabras y obras de Jesús muestran que sienten
deseaba considerar más atentamente. En este artículo no aborda- simpatía hacia el Jesús que perdonó a la mujer adúltera, pero se
remos en particular el redescubrimiento de la espiritualidad por los rebelan contra la exigencia de que los discípulos amen a sus ene-
teólogos de la liberación, especialmente Gustavo Gutiérrez, Leo- migos. Y la benéfica experiencia que tiene una persona al ser per-
nardo Boff y, en menor medida, Cardenal. En realidad, no era tan donada será igualmente benéfica cuando quien experimenta el per-
nuevo, ni tan exclusivamente cristiano, ni ajeno a Europa el re- dón es un grupo, una nación o una minoría.
descubrimiento del perdón, ni siquiera allí donde se daba el hecho Sin embargo, parece claro que el ser perdonado implica reco-
social de la lucha de clases. Ya Scheler s se había ocupado de ello nocer a quien perdona como superior y, en consecuencia, el esta-
antes de la aparición del nazismo y de la glorificación de la «bestia blecimiento de una dependencia. A este respecto se plantea la pre-
rubia», que no necesitaba perdón ni estaba dispuesta a perdonar a gunta de si la autonomía humana puede llegar tan lejos que un
las razas inferiores, que pretendía extirpar las culturas reprobadas individuo o un grupo no tenga necesidad de nadie; y tal vez más:
y marginar aún más, hasta exterminarlos, a los grupos explotados. esto supone un estado de inocencia primitiva que sería corrompida
A esto nos referiremos a continuación. por obra del sentimiento de culpa. Pero aceptar el perdón, ¿esta-
blece realmente una dependencia? ¿No se da también la experien-
cia de que el verdadero perdón eleva al hombre? La experiencia
II. CREATIVIDAD EN EL PROCESO DEL PERDÓN del perdón procura una impresión de benevolencia: el otro, el que
perdona, quiere que yo sea yo mismo, que exista lo mejor posible,
Hemos dicho que, en el proceso del perdón, la experiencia de sin ninguna rivalidad.
ser perdonado es primaria y posee una fuerza creativa. ¿Significa La experiencia del perdón abre el camino a la amistad, la bene-
esto que la recepción del perdón contribuye a crear el sentimiento volencia, la colaboración. Esta experiencia no se refiere ante todo
de culpabilidad? Las experiencias de la culpa y del perdón podrían al perdón por unos delitos concretos (asesinato, homicidio, difama-
4 ción, etc.), sino que se trata de una experiencia de poder ser y, al
Más positivo y optimista es J. Jankélevich, Le pardon (París 1971).
5
Max Scheler, Schriften zur Soziologie und Weltanschauungslehre, espe- 6
cialmente la parte I: Christentum und Gesellschaft (1924). A. Vergote, Religie, geloop en ongeloop (Amberes-Amsterdam 1984) 90.
176 J. Peters Función del perdón en las relaciones sociales 177

mismo tiempo, de confirmación en el deseo de poder ser. En este A mi juicio, la experiencia del perdón sólo es posible, en las re-
sentido, el perdón, la experiencia del perdón, eleva al hombre, para laciones entre individuos y entre grupos, cuando el perdón no viene
que sea él mismo, para que se autonomice en una libertad crítica. del «poder», sino de la «fuerza». El poder, en efecto, va contra
La experiencia del perdón fortalece la convicción de que no estamos la autonomía de quienes tienen necesidad de perdón para existir.
de más, de que podemos ser algo, de que no simplemente somos El poder actúa por medio del dominio y la amenaza, y desconoce
tolerados. el perdón. El poder actúa sistemática y lógicamente, y no concede
Desde el punto de vista de la espiritualidad podríamos pregun- pausa. El poder impone, mantiene monólogos, es un ordeno y man-
tarnos si el incremento del suicidio no está en relación directa con do. La fuerza, en cambio, cree en el comienzo humilde, en el cre-
la falta de perdón. Al experimentar el perdón, el hombre descubre cimiento, en la restauración y en un constante volver a empezar. La
que él no es la fuente de su vida; que su vida le es dada. No es fuerza se concentra en lo positivo, en lo que puede trazar círculos
extraño que, en la mayoría de las lenguas, todavía aparezca en «per- cada vez más amplios. La fuerza es creativa y tiende puentes hacia
donar» la raíz del verbo «dar, donar». En la experiencia del perdón quienes necesitan apoyo y hacia aquellos en quienes también hay
se confirma la «donación» de la vida y se corrobora una autonomía fuerza. La fuerza puede hacer y decir cosas a partir de la debilidad
peculiar. y no se deja turbar ni desalentar por el tormento corporal, la explo-
¿Tiene también la experiencia del perdón algo que ver con las tación económica, la exclusión dogmática o la proscripción social.
relaciones sociales? El hecho de que en el padrenuestro pidamos La fuerza une; el poder encierra.
perdón por «nuestras» deudas parece apuntar en esa dirección. Algunos sectores 8 repudian la necesidad de perdón como una
¿Cómo puede una clase social, un grupo, una nación, una minoría enfermedad: un hombre espiritualmente sano no consideraría nece-
llegar a la experiencia de que se trata de una promoción en su pro- sario el perdón. Se trata de otro modo de entender unilateralmente
pia forma de existencia? ¿Puede tener lugar ese perdón por parte la autonomía. Así como la enfermedad física debe ser tratada con
de otras clases, grupos, minorías o naciones sin que se vea afectada los recursos de la ciencia médica, así también esta enfermedad men-
la autonomía del correspondiente grupo que ha necesitado el per- tal (la necesidad de perdón) debería ser tratada con los recursos de
dón para continuar existiendo? las ciencias sociales. Sin ignorar que existe una necesidad de per-
Con razón dice Boff sobre esta súplica del padrenuestro 7 : «Por dón debida a flaqueza y falta de salud, que ve la religión como
último, esta petición posee, como la relativa a nuestro pan, una di- consuelo y no como desafío, debo afirmar que la necesidad de per-
mensión social. Todos nos sentimos como una comunidad de peca- dón también puede significar una superación de todas las fronteras
dores. Estamos en deuda para con Dios y para con nuestros her- demasiado humanas: puede ser una nueva experiencia del Trascen-
manos. El pan para nuestra vida en comunidad es el perdón y la dente que se revela como alguien que perdona, como Dios, sin con-
misericordia de unos hacia otros. Si falta esto, no se pueden res- diciones previas. Es significativo que todos los místicos, aunque
taurar los lazos que se rompen constantemente. El perdón de Dios algunos se crean confirmados en gracia, experimenten esa necesi-
restablece nuestra comunión verticalmente, hacia el cielo; el perdón dad de perdón.
que concedemos a quienes nos han hecho mal restablece nuestra Por último, debemos aludir al lenguaje relativo al perdón. Pre-
comunión horizontalmente, hacia los cuatro puntos cardinales. Co- cisamente porque se trata de la función que el perdón desempeña
mienza a brillar un mundo edificado sobre el perdón, irrumpe el en las relaciones sociales, el lenguaje, en cuanto medio de comu-
reino de Dios, y los hombres inician la auténtica vida bajo el arco nicación, representa un importante papel en las experiencias de
iris de la misericordia de Dios». perdón.

7 8
Leonardo Boff, El padrenuestro (Madrid 31982). Jacques Gagey, Le pardon a la question: «Christus» 97 (1978) 121-126.

12
178 J. Peters

Podemos decir, en general, que una palabra de perdón no pro- RECORDAR Y PERDONAR
cede del poder, sino de la fuerza9. La filosofía anglosajona se refie-
re a un lenguaje «performativo»: un modo de hablar que realiza al DIMENSIONES PSICOLÓGICAS DEL PERDÓN
hablar lo que quiere decir. A este respecto habría mucho que
aprender de la manera como el psicoanalista utiliza el lenguaje para
liberar al paciente de su sentimiento de culpa. Pero ¿no habría
también mucho que aprender de las palabras del Señor con que se En la novela de Eudora Welty The Optimist's Daughter, una
sitúa frente a quienes tienen necesidad de perdón para vivir en la mujer de mediana edad lucha con sus recuerdos dolorosos mientras
sociedad de su tiempo? El lenguaje consiste quizá principalmente atiende a su padre, que acaba de sufrir una operación quirúrgica.
en gestos de perdón. El gesto de Enrique II frente a Tomás Becket Muere el padre convaleciente en el hospital y la hija trata de valo-
fue más bien un gesto de poder. Un gesto que, por desgracia, se rar lo que aquel hombre ha significado para ella misma y para su
repite con demasiada frecuencia en la historia. madre, ya difunta. La revisión de su pasado junto a aquel hombre
se complica por el hecho de que el padre se casó de nuevo, siendo
J. PETERS ya mayor, y ahora la presencia de la segunda mujer despierta en
[Traducción: A. DE LA FUENTE] ella un vivo sentimiento de la larga traición que sufrió su madre
a lo largo de su matrimonio. La novela es una brillante descripción
de los esfuerzos que realiza una persona por perdonar a alguien que
ha tenido importancia en su propia vida, un empeño que le exige
poner orden en sus recuerdos. Como escribe Welty, «la memoria
tiene hábitos de sonámbulo. Cruzará el universo para retornar con
sus heridas [... ] y nos llama por nuestro nombre y exige las lágri-
mas que le pertenecen. Nunca cederá. El recuerdo se sentirá herido
una y otra vez, pero quizá esté ahí su consuelo final. Vulnerable en
el momento que transcurre, se nos muestra vivo, y mientras el re-
cuerdo está vivo y con tal de que seamos capaces, podemos darle
cuanto le corresponde»'.
Al final de la novela, la hija logra perdonarse a sí misma por
haberse aferrado al dolor del pasado y puede ya avanzar en su pro-
pia vida. «El recuerdo vivía no en la posesión inicial, sino en las
manos liberadas, perdonadas y liberadas, y en el corazón capaz de
vaciarse y de llenarse de nuevo, en los esquemas recompuestos por
los sueños» 2. El perdón libera a la persona de las garras de su his-
toria irreversible. Es la única respuesta viable a las heridas que nos
hemos infligido o que otros nos han causado. Es un acto inmensa-
mente creador que nos convierte, de prisioneros del pasado, en in-

9 1
Francois Marty, Pardon, en Dictionnaire de spiritualité XII (París 1983) (Nueva York 1969) 207.
cois. 215-222. 2
Ibíd., 207-208.
180 R. Studzinski Recordar y perdonar 181

dividuos libres y en paz con los recuerdos de ese pasado. Como ha deseo humano no apunta hacia el perdón, sino hacia la venganza.
dicho Hannah Arendt, «perdonar [... ] es la única reacción que no Perdonar es ir más allá del principio de vindicación.
se limita a eso, a re-accionar, sino que actúa de nuevo e inesperada- Hay algunas experiencias importantes que inciden en la pos-
mente, sin dejarse condicionar por la acción que la provocó, por terior adquisición de la capacidad de perdonar y que se relacionan
lo que es un gesto capaz de liberar de sus consecuencias tanto a con los esfuerzos del niño por mantener con su madre un trato en
quien perdona como a quien es perdonado» 3. que ésta aparece como una personalidad que causa a la vez satis-
El perdón es una realidad de importancia excepcional en las re- facción y frustración. A lo largo de la evolución infantil, el niño
laciones humanas, pero el proceso que implica el acto de perdonar siente que la «madre buena» que le proporciona el alimento y la
sólo ocasionalmente ha sido tema de investigación. En este artículo «madre mala» que frustra los deseos de satisfacción inmediata que
se analizará el desarrollo de la capacidad de perdonar, así como los experimenta el niño son una y la misma persona. El niño empieza
obstáculos y los problemas que se relacionan con el perdón. a sentir que la madre es una personalidad total en la que encuentra
lo bueno y lo malo. También siente que la persona de quien de-
pende su bienestar es la misma a la que desearía destruir. El niño
I. DESARROLLO DE LA CAPACIDAD DE PERDONAR hubiera deseado mantener intacta esta fuente de alimentos y evitar
de este modo la frustración, pero el niño empieza ahora a preocu-
La capacidad de perdonarse a sí mismo o de perdonar a los parse por la madre y atraviesa un período de angustia relacionado
demás es un rasgo distintivo de la personalidad madura. Representa con el sentimiento de haber llegado casi a perder o destruir a la
un avance sobre el deseo, más primitivo, de venganza. Las raíces madre, de quien depende. El sentimiento de culpabilidad por ese
tanto del deseo de venganza como de la capacidad de perdonar se posible daño señala la capacidad para tolerar la ambivalencia de
fundamentan en la experiencia primaria de la vida. La vida de cual- unos sentimientos conflictivos de amor y odio dirigidos hacia el
quier niño está repleta de gratificaciones y frustraciones. El niño mismo objeto. Esta angustia se supera mediante gestos de repara-
normal responde a la frustración con el deseo de devolverla, es ción y compensación6. La capacidad de preocuparse de otra per-
decir, que sentirá el deseo de responder a la fuente de frustración sona y el deseo de reparación son de importancia vital para formar
castigando a quien se la hace sufrir. El niño lucha de este modo la actitud de perdón hacia sí mismo y hacia los demás.
con las emociones primarias del amor y del odio; sólo gradual- Otra adquisición temprana que tiene que ver con el perdón es
mente aprenderá a mitigar el odio mediante unos sentimientos más la capacidad para sintonizar con los demás. Sentir con los otros es
fuertes de amor 4 . Según las formulaciones de Melanie Klein, los una actitud que tiene también sus raíces en la infancia; en una per-
niños proyectan sus sentimientos agresivos sobre los demás y, en sonalidad madura representa la transformación del narcisismo en
consecuencia, empiezan a temer que podrán ser tratados con el mis- una dirección socialmente benéfica. Ahí radica la base emocional
mo ánimo vindicativo con que ellos mismos se han comportado con que permitirá más adelante adoptar conscientemente una perspec-
los otros 5 . Lo importante en todo esto para la posterior práctica tiva social, la capacidad para situarse en el punto de vista ue los de-
del perdón es el reconocimiento de que, al más primitivo nivel, el más 7. La falta de sintonía con los demás es un rasgo característico

3 6
The Human Condition (Chicago 1958) 241. Cf. D. W. Winnicott, The Development of the Capacity for Concern:
4
Cf. R. C. A. Hunter, Vorgiveness, Retaliaron and Paranoid Reaction: «Bulletin of the Menninger Clinic» 27 (1963) 167-176.
7
«Canadian Psychiatric Association Journal» 23 (1978) 167-170. Cf. G. y R. Blanck, Ego Psychology: Theory and Practice (Nueva York
5
Cf. M. Klein, Some Theoretical Conclusions Regarding the Emotional 1974) 14; A. Vergote, The Dynamics of the Family and lis Significancc for
Life of the Injant, en Envy and Gratitude and Other Works 1946-1963 (Nue- Moral and Religious Development, en J. W. Folwer/A. Vergote (cJs), Toward
va York 1975) 61-71. Moral and Religious Maturity (Morristown, N. J. 1980) 97-98.
182 R. Studzinski Recordar y perdonar 183

de la personalidad narcisista y explica en parte la dificultad de cier- ma, es decir, cuando las relaciones se basan en la reciprocidad y el
tas personas para perdonar las ofensas que se les hacen 8 . El per- respeto mutuo 13. Por otra parte, la experiencia cada vez más in-
dón genuino tiene mucho que ver con «la aceptación de las propias tensa de la amistad, así como una mayor sensibilidad para con los
imperfecciones y de la impersonalidad de muchas vicisitudes de la demás, que en adelante tiene en cuenta los principios de la justicia,
existencia. Se trata, en una palabra, de reconocer básicamente la la debida atención y la responsabilidad, hacen que la persona vea
comunidad entre sí mismo y los demás mediante la capacidad de cada vez más claramente los efectos dañinos que pueden tener las
sintonizar con el otro» 9 . propias acciones sobre aquellos con quienes el individuo está unido
En una etapa avanzada del desarrollo infantil es posible que el por vínculos personales14. La angustia que surge por causa de los
niño llegue a considerar el castigo como un medio de alcanzar el daños infligidos a los demás estaría relacionada con la experiencia
perdón. Esta conexión entre castigo y perdón se produce como del extrañamiento que de ahí brota más que del temor al castigo.
respuesta a la presión psíquica que impulsa a la persona a restau- El deseo de buscar o de ofrecer el perdón tiende a sanar la relación
rar la estima de sí misma y a evitar daños mayores. Otto Fenichel, dañada.
leal seguidor de Freud, ha tratado la necesidad del castigo en cate- El perdón como respuesta del individuo al mal recibido o a la
gorías clásicas psicoanalíticas. «El ego se comporta con respecto al injusticia refleja lo que es el carácter de cada persona, es decir, el
superego del mismo modo que se comportaba con respecto al pa- estilo total que caracteriza la forma en que la persona se compro-
dre amenazador, cuyo afecto y cuyo perdón necesita. Desarrolla la mete en un mundo poblado por el yo y por los otros. En la forma-
necesidad de absolución. La necesidad de castigo es una forma ción del carácter inciden diversos factores a lo largo de la existen-
especial de la necesidad de absolución; se acepta el dolor del cas- cia, tales como las relaciones familiares tempranas y la comunidad
tigo o incluso se busca con la esperanza de que, una vez recibido el en sentido amplio, con sus recuerdos y sus tradiciones. Aparte de
castigo, cesará el dolor aún mayor de los sentimientos de culpa- este crisol de influencias, la persona elabora una visión que guiará
bilidad» 10. Por supuesto, no todo superego —el agente interiori- su manera de entender las situaciones humanas y se integrará en su
zado que controla la psyché— se manifiesta tan absolutamente pu- carácter. Perdonar exige vigor y entereza de carácter. La novela nos
nitivo; a veces opera más bien como un elemento amistoso, más ofrece a veces ilustraciones de cómo se contextualiza el perdón en
interesado en una promesa de mejora, no a modo de un capataz términos de carácter. En la obra de Anthony Trollope Orley Farm,
que exige compensación n . La búsqueda del castigo brota de una el novelista formula un juicio sobre cierto individuo a causa de su
raíz narcisista que aspira a mitigar así los sentimientos de culpabi- incapacidad para perdonar: «Era una mala persona, precisamente
lidad. Este supuesto modelo de la obtención del perdón, por con- no podía ni olvidar ni perdonar. Su espíritu y su corazón eran tan
siguiente, dista mucho del genuino perdón n. duros como irreflexivos. Era un individuo convencido de que lo
La práctica del perdón genuino se hace posible cuando el joven mejor para él era el resentimiento por todos los daños sufridos,
adquiere lo que Piaget ha descrito como una actitud moral autóno- mantener vivos sus agravios a toda costa» I5.

5 13
Cf. H. Kohut, Introspection, Empathy, and Psychoanalysis: An Exami- Cf. J. Piaget/B. Inhelder, The Psychology of the Child (Nueva York
nation of the Relationship Between Mode of Observation and Theory: «Jour- 1969) 127-129.
14
nal of American Psychoanalytic Association» 7 (1959) 461-462. Cf. M. Keller, Resolving Conflicts in Friendship: The Development of
9 Moral Understanding in Everyday Life, en W. M. Kurtines/J. L. Gewirtz
R. C. A. Hunter, art. cit., 171.
10 (eds), Morality, Moral Behavior, and Moral Development (Nueva York 1984)
The Psychoanalytic Theory of Neurosis (Nueva York 1945) 105.
" Cf. P. W. Pruyser, Between Belief and Unbelief (Nueva York 1974) 142. 140-158; M. L. Hoffman, Empathy, Its Limitations, and Its Role in a Com-
12 prehensive Moral Theory, en ibíd., 283-302.
E. M. Pattison, On the Failure to Forgive or to Be Vorgiven: «Ameri-
15
can Journal of Psychotherapy» 19 (1965) 106. (Nueva York 1950) 57; cf. St. Hauerwas, Constancy and Vorgiveness:
184 R. Studzinski Recordar y perdonar 185

El perdón es un acto propio de personas que han llegado a una personal pasada o presente. Habitualmente, el destinatario del per-
auténtica madurez, pero, como hemos visto, tiene sus raíces en dón es alguien con quien nos une un estrecho vínculo personal: los
ciertas experiencias tempranas de la vida. Oskar Pfister, el ministro padres, los esposos, los hijos y los amigos, aunque en ocasiones
protestante amigo de Freud, con el que mantuvo correspondencia, podemos sufrir un daño personal del que son responsables sujetos
llamaba la atención sobre este aspecto del perdón en una de sus más alejados de nosotros o que podemos atribuir a causas más im-
cartas. «En cuanto a la concepción genuinamente cristiana del per- personales, como una organización o incluso el destino. En todos
dón, tal como se ejemplariza, por ejemplo, en la parábola del hijo estos casos, el perjudicado puede elegir entre hacer entrar en juego
pródigo —escribía Pfister—, se da evidentemente una regresión a su resentimiento o esgrimir la capacidad sanadora del perdón ".
la infancia, un estado en que el niño no es tratado aún conforme El perdón se dirige hacia individuos a los que no excusamos,
a las reglas del bien y del mal, sino simplemente con amor y ter- pues de algún modo los consideramos responsables del mal que
nura. Pero esto no resuelve el verdadero problema. La aplicación padecemos. Frecuentemente nos encontramos ante el dolor que nos
del principio de retribución o perdón se cuenta entre las cosas más causan nuestras expectativas frustradas, que a veces, por supuesto,
difíciles en la educación. Tenemos que establecer leyes, que llevan no son realistas o no guardan proporción con las relaciones que nos
a toda clase de conflictos, hasta que nos vemos obligados a saltar unen a los demás. Será preciso, sin embargo, tenerlas en cuenta
por encima de las normas y regresar a la intención original. ¿No para poner en orden una situación en que ya se ha hecho necesario
hay una acción analítica en todos los actos de gracia y perdón?» 16. el perdón. El dolor personal es especialmente intenso cuando quie-
nes lo sufren se sienten víctimas de actos de deslealtad o traición.
Sin embargo, hay muchas ofensas que no requieren la ardua tarea
II. DINÁMICA DEL PERDÓN de perdonar, sino que pueden borrarse con la tolerancia y la mag-
nanimidad. Los desaires y otras molestias también duelen, pero cali
El perdón es un proceso dinámico susceptible de ser analizado todos los individuos tienen la fuerza necesaria para impedir que
conforme a sus distintos componentes. Como tal proceso, no se vayan a más 18 .
realiza, por necesidad, rápida o fácilmente. Es un proceso volun-
tario en que quien perdona elige no vengarse, sino responder con 2. Intención y decisión de perdonar
amor a quien le ha causado algún daño. Describiremos a continua-
ción las distintas fases de la acción de perdonar. Puesto que el perdón es un acto voluntario, no se producirá a
menos que resolvamos ejecutarlo. Para muchos será éste uno de los
aspectos más difíciles del perdón. Perdonar requiere valor y llevar
1. Reconocimiento de las situaciones que requieren perdón
a cabo múltiples actos de voluntad encaminados a hacerlo ron I ¡dad.
El perdón es una respuesta al dolor que sufre un individuo a Ante el daño que sufre, cuya causa puede ser reciente o linbersc
causa de la acción que otro le ha infligido. Perdonar requiere ante producido en un pasado más o menos remoto, el ofendido loma la
todo un reconocimiento honesto del sufrimiento que se padece o decisión consciente de iniciar el proceso del perdón. Un paso ¡nicinl
del dolor causado por la acción del otro. El perdón se dirige hacia para llegar luego a la decisión de perdonar consistirá simplrim-nic
quien acusamos o consideramos responsable de nuestra desgracia
17
Cf. R. P. Walters, Forgiving: An Essential Element in /:'//(•<///'<• Livlng:
The Novel as a School for Virtue: «Notre Dame English Journal» 15 (1983) «Studies in Formative Spirituality» 5 (1984) 366-367.
18
23-54. J. N. Lapsley, Reconciliation, Forgiveness, Lost Contr,i<i\: «Tlicology
16
H. Meng/E. L. Freud (eds), Psychoanalysis and Faitb: The Letters of Today» 23 (1966) 45-49; L. B. Smedes, Forgiveness: The l'owcr t<> Cbange
Sigmund Freud and Oskar Pfister (Nueva York 1963) 134. the Past: «Christianity Today» 27 (1983) 23-25.
186 R. Studzinski Recordar y perdonar 187

en la decisión de admitir que todavía no se ha perdonado al otro, nexión entre aquella ofensa y otras experiencias que posiblemente
que es preciso hacerlo y que ha de intentarse. La decisión de perdo- tuvieron lugar en edad temprana. El perdón posee a veces una di-
nar ha de centrarse específicamente en la situación que lo requiere, mensión profunda por el hecho de que frecuentemente se descu-
sin quedarse en el ámbito de las generalidades. bren conexiones con viejos resentimientos, que han de ser puestas
La decisión de perdonar puede verse facilitada por la conciencia en claro para resolverlas. Hay viejas ofensas que cambian radical-
de las consecuencias destructivas que puede tener el no perdonar. mente la situación; al recordarlas, lo que hace realmente quien se
No perdonar es tanto como exponerse al acoso de unos recuerdos dispone a perdonar es liberar unos sentimientos negativos o dejar-
ingratos que servirán de fuente de resentimiento y angustia en el los pasar. De este modo se desvanecen la angustia y el resentimien-
corazón del ofendido. En el drama de Eugene O'Neill Long Day's to, que cargaban los recuerdos y que se centraban en la persona del
Journey into Night tenemos una llamativa descripción de las con- ofensor. Esta liberación de las emociones negativas se hace posible
secuencias que trae consigo la negativa a perdonar. Mary Tyrone es por el hecho de que, al perdonar, se ve en el otro algo más que
una mujer que vive inmersa en el pasado doloroso, no resuelto una persona que se había hecho culpable del daño causado. Sin ne-
por el perdón, y por ello mismo se convierte en una fuente de gar que se haya dado un comportamiento malicioso, quien perdona
malestar para los restantes miembros de la familia. Su esposo co- libera al ofensor de su mal comportamiento y lo ve en su valor real
menta: «¡Mary, por amor de Dios! ¡Perdona el pasado!» A lo que como persona humana que, al igual que uno mismo, vive en un
responde ella: «¿Por qué? ¿Cómo podría hacerlo? El pasado es el mundo imperfecto, cargado de tensiones y conflictos de todo tipo.
presente, ¿o no? Y también es el futuro. Todos queremos enga- Al poner de manifiesto el valor del otro, el perdón se convierte en
ñarnos a propósito de esto, pero la vida no nos lo permite» 19. un acto revelatorio n.
Mediante la acción creadora de recordar, el que perdona consi-
3. El perdón como actividad rememorativa dera al responsable del daño sufrido como ofensor, pero a conti-
nuación pasa a cambiar en el recuerdo la identidad del otro, que ya
Perdonar es recordar el pasado a fin de asimilarlo y convertirlo
no es sólo ofensor, sino, en un sentido más profundo, un ser hu-
en parte de la propia historia. Este recordar que es el perdón es
mano portador de valores como uno mismo, a pesar de la debilidad
una obra creadora, no simplemente una repetición mental de acon-
y las limitaciones humanas. A la vez, quien perdona cambia en el
tecimientos pasados. Lo que provoca el perdón es un daño que se
recuerdo su condición de víctima o de ofendido por la conciencia
mantiene en el recuerdo de modo que retorna a la conciencia para
de ser alguien capaz de elevarse por encima de la ofensa. El perdón
renovar el dolor causado. Ese recuerdo está cargado de una energía
es, en última instancia, un acto de fe en la bondad básica de todo
emocional negativa, y por ello aflora en el pensamiento como un
ser humano. Kierkegaard decía acerca de esa dimensión de fe que
peso que es preciso soportar en el presente. Los recuerdos doloro-
entraña el perdón: «Del mismo modo que por la fe se cree lo invi-
sos del daño sufrido son capaces de modificar la actitud de la per-
sible en lo que se ve, también el que ama, por el perdón, cree más
sona con respecto a la vida y convertirse en otros tantos obstáculos
allá de lo que ve. Hay fe en los dos casos. Bienaventurado es el
para las relaciones personales20.
hombre de fe; cree lo que no puede ver. Bienaventurado es el que
Paso importante en el proceso del perdón es recordar con cierto ama; cree más allá de lo que, a pesar de todo, puede ver» a . Per-
detalle la experiencia del daño sufrido y la respuesta dada en su donar es aceptar lo sucedido como cosa del pasado, no como la
momento, a fin de desvelar las razones del impacto emocional cau-
sado por aquella experiencia. También es posible establecer la co- 21
Cf. A. Angyal, The Convergence of Psychoterapy and Religión: «Jour-
19
nal of Pastoral Care» 5 (1952) 12-13.
(New Haven 1956) 87. 22
20
Works of Love: Some Christian Reflections in the Vorm <>¡ T)i.u:ourses
Cf. J. R. Wilkes, Remembering: «Theology» 84 (1981) 89. (Londres 1962) 274.
188 R. Studzinski Recordar y perdonar 189

última palabra acerca del otro o de sí mismo. Es un acto de inte- vida de quien perdona. Las expectativas y las ilusiones de la infan-
gración en que el suceso doloroso se incorpora a la historia perso- cia acerca del comportamiento de las personas han podido ser in-
nal como acontecimiento pasado, pero sin permitir que cierre el adecuadamente transferidas a las situaciones propias de la condi-
futuro por anticipado. ción adulta, donde resultan inviables. Quien perdona ha de discer-
El perdón es semejante, en cuanto a su dinámica, al proceso nir hasta qué punto aquellas expectativas han podido preparar el
del luto. A veces ocurre que el perdón desemboca a una especie de camino al dolor profundo que sufre. Perdonar es aceptar la respon-
luto que implica desechar la relación que unía al individuo con el sabilidad propia por la visión de la vida y de las relaciones huma-
otro. También el duelo puede inducir a una persona a perdonar al nas que cada cual mantiene. Si la ofensa ha generado una descon-
otro por las ofensas pasadas. Perdón y luto implican una liberación fianza básica hacia los demás, quien decide perdonar habrá de hacer
de modo que el otro deja de pesar en la propia conciencia, como frente a esa actitud. El perdón puede conducir al arrepentimiento,
ocurría en el pasado. El perdón se diferencia del luto en cuanto que supone un cambio fundamental de espíritu y de corazón, no
que implica la cesación de unos sentimientos agresivos hacia el sólo para el ofensor, sino también para el mismo que perdona. El
otro. Quien perdona lamenta la ofensa, pero no alberga resenti- perdón es una oportunidad que se ofrece a la persona en orden a
mientos. Tanto en el luto como en el perdón puede producirse el mirar cara a cara sus propios sentimientos agresivos, sus expectati-
olvido, pero sólo una vez que ha tenido lugar la tarea creadora de vas, su historia pasada. En el encuentro con la verdad, quien per-
la rememoración23. dona puede llegar a una mayor libertad en sus más profundas rela-
ciones personales.
4. El perdón como reconciliación consigo mismo
5. El perdón como aceptación y reconciliación
Un aspecto del perdón que a veces no se tiene en cuenta es el
perdón o reconciliación consigo mismo. Hay quienes son incapaces El perdón es, en última instancia, una forma de amor, un amor
de perdonar a otros porque no se deciden a perdonarse a sí mismos que acepta al otro tal como es. Ofrece al ofensor una compasión
el haber permitido que otros les causaran daño. Se aferran a la que brota de la conciencia de las propias tendencias destructivas.
convicción de que tal ofensa nunca debió serles infligida. No son Hasta ahora hemos considerado el perdón como un proceso intra-
infrecuentes la ira y hasta la cólera contra sí mismo por no haber psíquico, pero muchas veces incluye la restauración de las relacio-
sabido impedir la ofensa. Lo que ha ocurrido se explicaría en parte nes sociales con el ofensor. La mutua aceptación es lo que hace
como si el ofensor hubiera puesto de manifiesto una debilidad o li- posible la reconciliación. Esta aceptación se basa en la capacidad
mitación del ofendido. El suceso ofensivo es un daño narcisista del de ambas partes para aceptarse y para reconocer el hecho de que
que lo sufrió. La imperfección del yo ha quedado al descubierto no se ha roto la relación. Habrán de reconocer la gravedad de su ex-
sólo ante los demás, sino también ante el mismo ofendido. trañamiento, a la vez que renuncian al deseo de castigar y auto-
Para perdonar es preciso aceptarse a sí mismo con todas las im- justificarse. El ofensor habrá de luchar contra el deseo de hacer una
perfecciones y toda la vulnerabilidad propias, y reconocer que la restitución imposible o no deseada, así como contra su propia ape-
existencia en este mundo no deja a nadie a cubierto de la posibili- tencia de castigo. Aceptar un amor incondicional hará al ofensor
dad de sufrir algún daño. En el acto del perdón, quien lo practica más sentidamente consciente de sus desajustes personales y de su
puede llegar a una visión más realista de sí mismo. El perdón ofre- propia dependencia con respecto al amor de quien le perdona. Pero
ce además una oportunidad para revisar las ilusiones que guían la la mutua aceptación puede transformar la ofensa y aportar una base
más sólida para la nueva relación24.
2
Cf. R. C. A. Hunter, art. cit., 167, 172. ' Cf. W. Klassen, The Forgiving Community (Filadelfia 1966) 205-206.
290 R. Studzinski Recordar y perdonar 191

La culminación del proceso por el que se llega al perdón es la ha mantenido largo tiempo. La ira y el resentimiento son, efecti-
reconciliación. Al perdonar, quien da ese paso demuestra su volun- vamente, formas de mantener una relación, ciertamente muy ingra-
tad de iniciar una nueva relación con el ofensor. Hay casos en que ta, y cabe el miedo al abandono final por parte de la persona que
la reconciliación no es posible; así, cuando el ofensor ha muerto o constituye el foco de aquellos sentimientos negativos. El perdón
está ausente. El perdón se reduce entonces al proceso intrapsíquico. implica riesgos reales y por ello exige valor 26 .
Pero incluso entonces puede producirse la reconciliación en el espí- Mediante el gesto de perdonar, quien lo practica busca a la vez
ritu de quien perdona, en forma de recuerdo de las relaciones más compasión y justicia. Quien se preocupa exclusivamente de la jus-
positivas que se mantuvieron con el ofensor, que se rememoran con ticia y de la equidad para consigo mismo puede retraerse de perdo-
agrado. Quien perdona puede de este modo intensificar su capaci- nar al otro. Ante la realidad de una ofensa injusta, quien la sufre
dad para establecer nuevas relaciones, y ello con una convicción puede pensar de momento que el perdón no es lo más apropiado.
más firme de que es capaz de superar las ofensas recibidas e incluso Pero ocurre también que, mientras no se produzca el perdón, el
crecerse a partir de ellas 25 . ofendido se encontrará como encadenado por el pasado injusto y
será víctima de una nueva injusticia por no poner término al re-
torno continuo de los recuerdos dolorosos. También la preocupa-
III. OBSTÁCULOS Y PROBLEMAS RELACIONADOS ción por la culpabilidad del otro puede impedir una efectiva toma
CON EL PERDÓN de conciencia de la propia culpabilidad en las relaciones mutuas.
El perdón libera a las personas, de modo que pueden en adelante
El perdón puede convertirse en una difícil tarea psíquica que prestar toda su atención a los problemas importantes que la vida
exige a quien lo practica tiempo y esfuerzo. La idea de ese esfuer- les plantea. Perdonar es amar al otro y a la vez amarse a sí mismo.
zo que implica perdonar puede convertirse en un obstáculo a la
El perdón tiene que ser un gesto muchas veces repetido a lo
hora de iniciar el proceso. La negativa a perdonar brota del orgullo
largo de una existencia auténticamente humana. La psicología apor-
humano, que se resiste a la generosidad del perdón. A pesar de que
ta pruebas numerosas de la serenidad que se alcanza mediante la
nunca falta la conciencia del carácter destructivo del resentimiento,
práctica del perdón. Freud reflexionaba así en una carta a un neu-
las personas no dejan de encontrar razones diversas para justificar
rólogo americano: «Cuando me pregunto por qué he actuado siem-
su negativa a superar el recuerdo del daño sufrido y la ira que sus-
pre honradamente, dispuesto a perdonar a los demás y a mostrar-
cita. Puede pasar tiempo mientras se alimentan las fantasías de ven-
me amable siempre que me ha sido posible, y por qué nunca dejé
ganza y se fomentan los sentimientos de autocompasión. Puede
de ser así, a la vez que observaba que de ese modo se puede causar
ocurrir incluso que se vea ahí el mejor medio de remediar el dolor
daño uno a sí mismo y exponerse a los golpes de los demás, pues
sufrido, al menos mientras no se tome conciencia del callejón sin
hay individuos brutales e indignos, lo cierto es que no encuentro
salida que es realmente ese comportamiento. El ofendido logra a
respuesta» 2? . En efecto, la raíz última del perdón es algo que he-
veces ganarse la simpatía de los demás, y no se decide a renunciar
mos de buscar más allá de la psicología.
a ella mediante el perdón de su ofensor.
R. STUDZINSKI
También el miedo puede ser un obstáculo al perdón. El ofen- [Traducción: J. VALIENTE MALLA]
dido quizá teme que los demás le consideren débil si perdona. Está
además el temor a lo desconocido, como la incertidumbre de la res- u
Cf. D. Donnelly, Learning to Forgive (Nashville 1979) 10-26; cf. tam-
puesta de la persona a quien se perdona o a la situación que se bién R. P. Walters, art. cit., 367-368.
27
planteará una vez que se ha renunciado a un resentimiento que se Carta a J. J. Putman, 8 de julio de 1915, citada en E. Jones, The Life
and Work of Sigmund Freud (ed. de L. Trilling y St. Marcus, Nueva York
Cf. E. M. Pattison, art. cit., 112-113. 1961) 376.
DIMENSIÓN POLÍTICA DE LA RECONCILIACIÓN

El origen de la palabra griega amnéstía, en el sentido de «acto


de olvidar», parece remontarse a los escritos de los historiadores
griegos y latinos de la época romana, en su relato de los aconteci-
mientos que provocaron la caída de los Treinta. Con ese término se
describe el convenio estipulado en Atenas el año 403 a. C. entre
los partidarios del gobierno oligárquico, que se habían quedado en
la ciudad, y los defensores del sistema democrático, que habían
tomado el puerto del Pireo. Se trataba de un pacto para olvidar,
es decir, para no proceder a ninguna acción de tipo civil o penal
contra los responsables de lo ocurrido durante el gobierno de los
Treinta.
Posteriormente, el término amnéstía ha ido adquiriendo otros
significados. En sentido técnico, «amnistía» hace referencia a una
medida de carácter general con la que el Estado suspende o, en de-
terminadas circunstancias, incluso anula la aplicación de una pena.
Este privilegio es, casi umversalmente, competencia del primer
mandatario de la nación.
La historia del derecho penal contempla una enorme variedad
de modalidades de este procedimiento, con diversas denominacio-
nes: otorgar gracia, condonar, amnistiar, indultar, perdonar, recon-
ciliar, etc. Entre las diversas motivaciones que justifican este pro-
cedimiento jurídico, una de las más importantes pretende fomentar
la rehabilitación y la reinserción social del recluso; en ocasiones,
significa, más bien, un reconocimiento de la buena conducta del
sujeto durante su estancia en prisión.
Se puede decir, por tanto, que la reconciliación y el perdón
poseen una dimensión sociopolítica; al menos, en cuanto procedi-
miento reconocido y regulado por las leyes y por la administración
pública del Estado. Pero esta dimensión sociopolítica adquiere un
sentido más dinámico cuando el encausado, o el presunto culpable,
se disocia y se distancia de su actuación pasada y, al mismo tiempo,
se esfuerza por encauzar su futura reinserción en la sociedad. Esto
supone un compromiso explícito de cambiar de vida, para dedicarse
a la construcción de una sociedad más justa, más libre, más huma-

13
194 F. Gentiloni/]. Ramos Regidor Dimensión política de la reconciliación 195

na; un sistema social capaz de prevenir la aparición de ciertos des- lítico-religiosas de la discusión. Si a esto se añade la actitud de al-
órdenes y transgresiones no sólo con su poder coercitivo, sino tam- gunos sectores de la población e incluso de ciertos eclesiásticos de
bién con su dinámica apertura al cambio, como respuesta a los prestigio —tanto católicos como protestantes— que han contribui-
nuevos problemas planteados por la realidad histórica. Esto es, más do de manera decisiva a dar profundidad a la polémica, se com-
o menos, lo que ha pasado en Italia en estos últimos años, a pro- prenderá por qué «el caso italiano» se ha convertido en una situa-
pósito del fenómeno del terrorismo. En este contexto se puede ción no sólo interesante, sino incluso representativa de las relacio-
decir que ese tipo de disociación o de separación, de «conversión» nes entre la problemática religiosa del perdón y las cuestiones de
y de «reconciliación» ha planteado una serie de cuestiones canden- naturaleza sociopolítica.
tes y ha impulsado vigorosamente una seria búsqueda del significa- Sin embargo, antes de entrar a fondo en un análisis del proble-
do de este proceso sociopolítico que ha dado origen a las diversas ma, conviene recordar algunas circunstancias que dieron origen a
formas de terrorismo. El hecho es que algunos sectores de la socie- esta situación.
dad italiana se han sentido interpelados por este fenómeno. Más o menos desde 1980, la mayor parte de los terroristas ita-
Para abordar en profundidad el problema de la dimensión polí- lianos han ido a parar a la cárcel; sólo unos pocos han logrado es-
tica de la reconciliación se podría empezar por un estudio de su capar al extranjero. Con todo, esto no significa que haya desapa-
desarrollo histórico y de su perspectiva jurídica. O también po- recido el fenómeno terrorista; prueba de ello son los trágicos suce-
dríamos remontarnos a la Edad Media, cuando las relaciones entre sos que han ocurrido recientemente, incluso durante 1985. Pero
Iglesia y Estado alcanzan su apogeo, para analizar las correspon- todo el mundo está convencido de que se trata de episodios más
dencias entre la disciplina penitencial eclesiástica —tarifada y pú- bien esporádicos, aunque, por desgracia, podrán volver a repetirse.
blica— y las diversas formas del derecho penal romanogermánico. La inmensa mayoría de los terroristas —aunque habría que hablar
En este artículo nos vamos a limitar a los datos de experiencia y más bien de «presuntos» terroristas, ya que los procesos todavía
al revuelo que se ha levantado en Italia, a propósito de los diversos están en curso y no se prevén sentencias para fecha inmediata—
casos de «disidencia» y de «arrepentimiento». Naturalmente, no que llenan las cárceles italianas —unos cinco mil, según datos ofi-
consideramos más que la problemática planteada por el terrorismo, ciosos— son «de izquierdas», mientras que sólo unos pocos perte-
un fenómeno esencialmente distinto del «arrepentimiento» que se necen a formaciones «de derechas». Naturalmente, no se pueden
ha producido con ocasión de algunos procesos en los que se juzga- usar estas denominaciones en sentido absoluto; habrá que matizar-
ban delitos de mafia o de camorra. las con mucha más precisión, e incluso con reservas, en determina-
dos casos. La discusión que nos ocupa sobre las relaciones entre el
aspecto religioso y el cariz sociopolítico que parece implicar el dis-
I. OBSERVACIONES PRELIMINARES tanciamiento de la actividad terrorista se ha centrado continuamen-
te, y sigue centrada de manera especial —aunque no exclusiva-
Perdón, arrepentimiento y arrepentidos, disidencia y conver- mente—, en los reclusos considerados «de izquierdas».
sión, confesión y retractación, son algunos ejemplos de la termino- Otra observación. La polémica que se ha entablado en el seno
logía que ha acaparado la discusión a gran escala emprendida en de la sociedad italiana concierne a la situación actual, es decir, se
Italia, después del auge espectacular del terrorismo. Como se ve, refiere a las circunstancias de una época que, a la luz de la obser-
casi todos los términos están tomados del lenguaje religioso y, en vación precedente, podríamos calificar de «posterrorista». De he-
particular, del cristianismo; un fenómeno de capital importancia cho, prescinde de las posibles vinculaciones de algunos presuntos
para el que sabe calibrar el valor de las expresiones lingüísticas y terroristas con determinados movimientos o asociaciones católicas,
un elemento enormemente significativo para las implicaciones po- antes de emprender la «lucha armada». También este punto ha sido
196 F. Gentiloni/J. Ramos Regidor Dimensión política de la reconciliación 197
objeto de prolongadas discusiones entre los que han acentuado este incluso ambiguo, pero extremadamente interesante. A este proceso
aspecto de manera desorbitada —tanto a propósito del número de de revisión teórica se añaden diversas acciones de presión para
terroristas educados en el catolicismo como del influjo que esta obtener mejores condiciones carcelarias, lo cual lleva a crear, en las
educación habría podido ejercer sobre sus futuras decisiones políti- cárceles, una serie de «áreas homogéneas», es decir, grupos de dete-
cas— y los que han tratado de minimizar la cuestión. En cualquier nidos que viven juntos, favoreciendo de esta manera el diálogo
caso, la polémica actual prescinde —aunque no completamente— recíproco.
de esas posibles causas remotas.
El proceso de autocrítica, aunque lento y erizado de dificulta-
No es fácil trazar una panorámica del desarrollo de este fenó- des, da como fruto el famoso documento firmado por cincuenta re-
meno, aunque no sea más que por el hecho de que los sucesos se clusos de la cárcel romana de Rebibbia 2 ; ese documento, seguido
han entremezclado íntimamente con los diversos estadios de la dis- ulteriormente de otros muchos, señala el comienzo de lo que más
cusión. Con todo, me atrevería a señalar tres «momentos» del adelante se llamará «disociación» o «disidencia». Los firmantes se
desarrollo, aunque subrayo decididamente que no se trata de etapas distancian de la lucha armada, criticando sus métodos y tachándola
cronológicas, sino de momentos lógicos repletos de interferencias de auténtico fracaso. Sin embargo, el documento incluye dos preci-
recíprocas tanto de orden temporal como geográfico. Un primer siones importantes. En primer lugar, «disidencia» —o disociación
momento podría ser la diversificación de tendencias entre los pro- de la lucha armada— no significa renuncia al verdadero objetivo
pios encausados, nacida y desarrollada precisamente en la cárcel. de su actuación —que, por cierto, no llegó a hacerse realidad—,
El segundo momento correspondería a la respuesta ofrecida por orientado a una transformación radical de la sociedad italiana, lo
algunos sectores cristianos que propugnan un diálogo con los terro- que, simplificando los términos, se podría llamar una verdadera
ristas; no son las únicas voces, pero sí verdaderamente importan- «revolución». La segunda precisión deja bien claro que «desisten-
tes. Por fin, como tercer momento, cabe señalar la diversidad de cia» de la lucha armada no es igual a colaboracionismo con las fuer-
enfoques que caracteriza actualmente la intervención de los cris- zas de policía o con los jueces, empeñados en averiguar nombres,
tianos \ circunstancias, cómplices, etc. Disidentes, sí; delatores, no.
Entre tanto —e incluso antes de que naciera y se pusiera en
II. DISIDENTES, ARREPENTIDOS, OBSTINADOS
marcha el movimiento de los disidentes— algunos presos se habían
decidido a prestar a las fuerzas del orden esa colaboración expresa-
Ya por 1980, y mucho más durante los años siguientes —hay
mente rechazada por los exponentes de la disidencia. Sus argumen-
que recordar que el asesinato de Aldo Moro, hecho culminante del
tos —aparte del oportunismo, que no entra oficialmente en la dis-
terrorismo y probablemente principio de su declive, ocurre en
cusión— son los siguientes: la simple disidencia no es más que una
1978—, un buen número de detenidos por delitos de terrorismo
autocrítica a medias, y en segundo lugar, no supone un verdadero
inician un proceso de autocrítica bastante complejo y en ocasiones
«cambio» de vida. A éstos se añaden otros motivos, irrelevantes
para nuestro propósito. La opinión pública, que no siempre acierta
1
De las revistas de inspiración cristiana —tanto católica como protestan- a distinguir correctamente ambos grupos, empieza a llamar «arre-
te—, dada la imposibilidad de ofrecer una lista completa, me limito a indicar pentidos» a los que colaboran activamente con las fuerzas del or-
unos cuantos títulos y algunas contribuciones más significativas: «La Civiltá den. Esta terminología introduce en la discusión una buena dosis
Cattolica» (1984) nn. 3.222, 3.224, 3.227; «II Regno», nn. 15 septiembre
1984, 15 enero 1985; «II Tetto» (1985) n. 127; «Servitium» (1985) n. 39; de ambigüedad. El «arrepentido» tiende a adquirir mayor popula-
«Com-Nuovi tempi» (1983) n. 32; (1984) nn. 17, 18, 20; (1985) n. 17; «II ridad que el «disidente», y al mismo tiempo se cubre de una aureo-
Sabato»; «Gioventü evangélica»; «Famiglia cristiana»; «La luce»; «Segnoset-
te»; «Aggiomamenti sociali»; etc. 2
Do you remember revolution?, en «II Manifestó» n. febrero 1983.
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la de cierta sacralidad religiosa. Todo esto influye decisivamente italiano actual dista mucho de constituir un grupo homogéneo; son
en la opinión pública, que llega a ver con buenos ojos los privile- bien notorias las diversas posturas de determinados obispos, de
gios jurídicos de que empiezan a gozar los «arrepentidos» durante muchos sacerdotes, e incluso de varias asociaciones católicas, como
los varios procesos que se celebran. ha quedado claro en la reciente asamblea eclesial celebrada en la
Junto a estos dos grupos hay que mencionar un tercero, el de ciudad de Loreto en abril de 1985. En vez de hablar de «Iglesia
los «obstinados», es decir, los que desde la misma cárcel no dejan católica» o de «mundo católico» como interlocutor de los terroris-
de reivindicar la lucha armada y de aplaudir toda explosión de vio- tas, habría que mencionar a personas católicas concretas o a sec-
lencia. Es difícil determinar el número de reclusos que integran tores bien definidos de inspiración católica. No hay que olvidar que
cada una de estas tres categorías, porque los datos de las cárceles la religión católica nunca ha estado ausente de las cárceles italianas;
italianas varían considerablemente de mes en mes o de año en año. baste pensar en los —tan discutidos— capellanes de prisiones, o en
Es más, resulta verdaderamente difícil establecer una clara demar- la presencia de religiosas, con una enorme variedad de funciones,
cación entre los diversos grupos. Sin embargo, es muy significativo en las cárceles de mujeres. El hecho es que la discusión del mo-
el hecho —bien notorio, por cierto— de que, en los juicios más mento, sea por los temas abordados, sea por los interlocutores, ha
importantes por terrorismo, para evitar incidentes desagradables, adquirido unas dimensiones que no tienen ni punto de compara-
se ha recluido a los acusados en tres «jaulas» distintas, según su ción con esa clásica presencia institucional. Obviamente, se desco-
respectiva postura con respecto a la lucha armada. En todo caso se nocen muchos datos episódicos de este nuevo protagonismo ecle-
puede decir que el movimiento de «disidencia» es ampliamente ma- sial. Sólo podemos indicar algunos, que han tenido un mayor eco
yoritario entre los detenidos, incluso entre los terroristas de extre- en los medios de comunicación. Dos hechos, concretamente, se po-
ma «derecha» 3. drían considerar como signos de una apertura al diálogo.
A este punto hay que introducir a la Iglesia como interlocutora El primero sucedió en Roma, hacia Pascua del año 1981. Unos
en el proceso. cuantos presos de la cárcel de Rebibbia —en particular, uno de
origen protestante y otro de religión judía— invitan a un pastor
protestante a que celebre un servicio religioso. Un buen número
III. SECTORES CRISTIANOS INTERPELADOS de reclusos se une a la celebración4; y así se instaura una presencia
POR EL FENÓMENO 4
Supongo que resultará muy interesante el texto de la oración pronun-
ciada por los reclusos durante el acto litúrgico: «Señor, te damos gracias /
Antes de hablar del papel de interlocutor que han desempeña- por habernos dado la oportunidad / de reunimos hoy aquí / en este día
do diversas confesiones religiosas, conviene hacer un par de obser- quince del mes de Nisán / en este año de tu gracia y de tu historia; / por
vaciones previas. habernos concedido, a nosotros, / pobre y libre comunidad sin historia, / la
Ante todo, un deber de justicia nos obliga a subrayar el plural: esperanza en un futuro / fiel a la tradición de tu nombre / y a tu enseñanza;
por habernos dado la ocasión de celebrar / las palabras que consagran el
las confesiones religiosas, las Iglesias. De hecho, el protestantismo pan / y el vino, / recordando tus sufrimientos / y tu muerte / como signo
italiano, francamente minoritario, ha tenido en esta cuestión un de una reconciliación / que nos somete / a una ley más vinculante que todas
papel mucho más relevante de lo que cabría esperar de su porcen- las leyes; / como signo de una paz, que lleva / u una justicia más pura / que
taje representativo. Hay que recordar también que el catolicismo la que puede establecer la guerra, / la violencia o la rebelión; / como signo
de una buena noticia / que lleva a los umbrales del nuevo Reino / nuestro
3 testimonio / de una nueva vida en esta tierra; / como signo de una liber-
Un análisis esmerado y completo de las diferentes posturas se puede en-
contrar en la acreditada revista de los jesuítas de Milán «Aggiornamenti so- tad / más auténtica que toda liberación / y más fucile que lodas las cárceles. /
ciali». Véase, en particular, el artículo de Giuseppe Brunetta, Posizione degli Por todos estos dones / te damos gracias, / Señor y Maestro, / que pronun-
imputan di terrorismo: 6 (1985), con bibliografía al respecto. ciaste el discurso de la montaña. / Por eso, ir pedimos lodos juntos / el don
200 F. Gentiloni/]. Ramos Regidor Dimensión política de la reconciliación 201

religiosa periódica, que cristaliza en una especie de cursillo de teo- atentados terroristas. Hay que reseñar también la actividad des-
logía para los interesados en el tema. arrollada por el grupo «Carcere e comunitá», dirigido por el roma-
El segundo hecho sucedió en Milán, poco antes de las fiestas no monseñor Germano Greganti.
de Navidad de 1982. El arzobispo, cardenal Cario M. Martini, acep- Paralelamente a esta actividad, que podríamos llamar «pasto-
ta la invitación de dos reclusos para que bautice a su hijo nacido ral», se produce un amplio movimiento entre los responsables de
entre los barrotes de la cárcel. El escándalo provocado por la actua- actos terroristas graves, que empiezan a pedir perdón por sus accio-
ción del cardenal es lógico y perfectamente comprensible: ¿no hay nes precisamente a los interlocutores más directos, es decir, a los
otros muchos niños que puedan ser bautizados por el arzobispo? familiares de las víctimas.
¿Por qué ese privilegio? Finalmente, durante el invierno de 1984 a 1985, tienen lugar
Como consecuencia se produce toda una cadena de aconteci- en la cárcel milanesa de San Vittore una serie de cursos sobre las
mientos, de los que sólo mencionaremos los más relevantes. En más diversas materias, orientados a una reeducación de los reclu-
Milán, un grupo de ex terroristas hace llegar a la sede del arzobis- sos. En la organización y desarrollo de estos cursos se ha dejado
pado un arsenal de armas que poseían en la clandestinidad. Esta sentir decisivamente el influjo de algunos sectores más abiertos de
«rendición de armas» a la autoridad eclesiástica, en vez de entre- la Iglesia católica de Milán. Uno de los organizadores, el famoso
garlas a la autoridad civil, es una señal que levanta una gran po- don Camillo de Piaz, de la orden de los servitas, recibió de un
lémica 5. recluso, en señal de agradecimiento, un viejo fusil de campo 7.
Dos reclusos de la cárcel romana de Rebibbia envían una carta No son más que unos cuantos hechos, de entre los muchísimos
a los órganos más representativos del protestantismo italiano —el que se han producido. Su lectura no siempre es fácil; y, desde lue-
sínodo valdo-metodista y la asamblea baptista del año 1984— so- go, nunca puede ser homogénea. Pero el conjunto de los aconteci-
bre los temas del arrepentimiento y la disidencia de la lucha arma- mientos sí que encierra un mensaje: en la discusión que se ha
da. Las respuestas de ambos organismos religiosos constituyen una producido en Italia después del fenómeno terrorista han interve-
de las más importantes clarificaciones teológicas y pastorales 6 . nido, con un papel relevante, tanto los temas religiosos como deter-
Mientras tanto, son cada día más numerosos los altos dignata- minados sectores de las Iglesias cristianas. La consecuencia más
rios eclesiásticos que visitan las cárceles italianas y se multiplican notable ha sido un enriquecimiento de la discusión, aunque a veces
los encuentros y reuniones. Entre todas estas iniciativas destaca la no exento de ambigüedades. No es fácil identificar con precisión
actitud del obispo de Acera, en Campania, monseñor Antonio Ri- las diversas posturas, tratando de evitar confusiones que no siem-
boldi, y la postura del jesuíta Adolfo Bachelet, hermano del profe- pre se deben sólo a factores de terminología.
sor Vittorio Bachelet, una de las víctimas más destacadas de los 7
Sobre los cursos organizados en la cárcel de San Vittore, cf. «Com-Nuovi
tempi» (1985) n. 17. Reproducimos un extracto de la carta que el recluso
de tu presencia, / capaz de comprender, justificar y perdonar, / capaz de dar- Ceceo Bellosi escribió al P. Camillo de Piaz: «Querido Camillo: Te pregun-
nos, al menos, la esperanza, / siquiera una sola vez, / de que esta pobre co- tarás por qué os entrego esta arma a ti, a las amigas y a los amigos que ha-
munidad nuestra, / este pan y este vino, / sea, a pesar de todo, / un verda- béis tomado parte en nuestros seminarios. Podría daros infinidad de razones,
dero acto de fe». Cf. «Com-Nuovi tempi» (1983) n. 32. todas ellas muy poderosas; pero voy a limitarme a la más ¡mporlnnlc. Habéis
5 venido aquí, a San Vittore, sin juzgar a nadie y sin pedir inuln; contra toda
Cf. Virgilio Fantuzzi sj, I terroristi e la Chiesa: significato di un gesto
di riconciliazione: «La Civiltá Cattolica» 3.222 (1984) 492-507. lógica de poder, que es la que rige nuestra civilización. Pero, «obre todo, ha-
6 béis venido para encontraros con unos hombres y unas mujeres; y hemos
El texto de la carta de los dos reclusos puede verse en «Com-Nuovi
tempi» (1984) n. 17. El texto de las respuestas protestantes, la de María trabajado juntos, para superar las barreras que se inierponcn cuite la cárcel
Sbaffi Girardet, presidente del sínodo de las Iglesias Valdense y Metodista, y y la sociedad. En este clima, ha resultado fácil lialilnr incluso de nuestro pa-
la enviada por la asamblea Baptista se publicó en «Com-Nuovi tempi» (1984) sado personal; una historia cicatrizada, que no queremos restregar...» (cf. «II
n. 18. Manifestó», 4 septiembre 1985).
Dimensión política de la reconciliación 203

IV. DE LA «MISERICORDIA» A UNA MAYOR PROFUNDIDAD menos de incluir a los encarcelados, sean los que sean sus cargos o
DE LA DIMENSIÓN SOCIOPOLITICA los delitos que hayan cometido. En este sentido, la Iglesia se es-
fuerza por mejorar las condiciones de vida de los reclusos, procu-
La polémica que se ha levantado al término de los «años de rando la rehabilitación de su dignidad personal y su reinserción en
plomo» —por usar el afortunado título de una famosa película— la sociedad. Vistas así las cosas, es natural que los presos por delito
ha demostrado que las posturas de los católicos italianos con res- de terrorismo ocupen el primer plano de las preocupaciones ecle-
pecto a los «arrepentidos» y a los «disidentes» del terrorismo son siales, tanto por la gravedad de los cargos —y, consiguientemente,
múltiples y admiten infinidad de matizaciones. Si quisiéramos cla- por la probable dureza de la pena— cuanto por el influjo que su
sificarlas de alguna manera, podríamos reducirlas a cuatro puntos presencia y su imagen pueden ejercer sobre la opinión pública.
fundamentales, pero advirtiendo que no se trata de cuatro catego- Podría darse —y aquí el uso del «condicional» es obligatorio—
rías a las que se pueda poner nombre y apellidos; son, más bien, una tercera actitud, que habría que calificar de «apologética»; pero
cuatro actitudes o, mejor dicho, cuatro motivaciones que, en la se trata de una apologética bastante —si no muy— discutible. Es
realidad concreta, se mezclan y se entrecruzan, pero con prevalencia otro de los aspectos más interesantes de la discusión teológico-polí-
de una u otra en los diversos grupos o personas que han afrontado tica. Algunos sectores, preocupados por caracterizar y subrayar el
un problema tan candente como el que nos ocupa 8 . papel específico de la Iglesia en la sociedad y en la historia, pien-
La primera actitud o motivación se podría decir que está pre- san que precisamente la Iglesia tendría que ser el lugar más idóneo
sidida por la virtud cristiana de la «misericordia»; un comporta- para una verdadera reconciliación social, la única instancia real-
miento que toca directamente a los familiares de las víctimas. La mente adecuada para ejercer esa función. Por tanto, la sociedad,
característica de esta postura es el perdón de la culpabilidad —una sin la presencia de la Iglesia, no podría disponer de instrumentos
especie de «borrón y cuenta nueva»— sin preocuparse directamen- apropiados para la labor de reconciliación que se impone después
te por los aspectos sociales, jurídicos o políticos que plantea el tér- de un momento de grave crisis social. Se necesitaría, por consi-
mino del terrorismo. Tampoco se buscan explicaciones o mediacio- guiente, una institución, como la Iglesia, que pueda estar por enci-
nes históricas; simplemente, se perdona. Y así se da un espléndido ma de los diferentes estratos sociales, capaz de dirimir sus conflic-
testimonio cristiano, que sigue las huellas de Jesús, perdonando tos y, sobre todo, dispuesta a reconciliar toda clase de divergencias.
como él lo hizo en su crucifixión y como lo repitieron sus discípu- «Esto confirma la hipótesis de una 'Iglesia como país de la inocen-
los a lo largo de una historia de héroes y de mártires. Un ejemplo cia', contrapuesta al mundo, como lugar de la culpa, como magni-
magnífico —tal vez, el primero— de esta actitud cristiana es la tud que lucha por reconocer y recuperar su propia imagen. En esta
oración pronunciada por el hijo de Vittorio Bachelet en el funeral perspectiva, el fin del terrorismo prefigura el retorno al seno de la
de su padre, asesinado por las Brigadas Rojas. Iglesia de una realidad mundana que se había desviado de su cauce
La segunda actitud se podría definir como «pastoral». La Igle- y que, como tal, ha quedado desbaratada» 9.
sia, fiel a su tradición de siglos, se acerca a todos los hombres con Estas tres actitudes o motivaciones, con sus convergencias y
los brazos abiertos; pero su atención se dirige especialmente a los también con sus divergencias, no agotan todas las facetas del deba-
más débiles, a «los últimos», como dice un precioso documento re- te teológico-político que ha seguido al fenómeno del terrorismo.
ciente del episcopado italiano. Entre «los últimos» no se puede Algunos grupos cristianos, a pesar de que se trata de entidades más
bien reducidas, tienen interés en matizar determinados aspectos de
8 la problemática, añadiendo ciertas precisiones a las actitudes pre-
Cf. Gianfranco Brunelli, Se ti terrorista chiama l'arcivescovo: «II Reg-
no», 15 septiembre 1984; Filippo Gentiloni, Dissociarsi dal terrorismo ma
9
non dall'indignazione: «Com-Nuovi tempi» 20 (1984). G. Brunelli, en «II Regno» (1984) 372.
Dimensión política de la reconciliación 205
204 F. Gentiloni/J. Ramos Regidor
excluir la motivación política. En Italia, la lucha armada ha fraca-
ceden tes o explicitando algunos de sus elementos. Se trata de gru-
sado rotundamente; es más, se podría decir que para lo único que
pos de carácter netamente «ecuménico», es decir, pequeños círculos
ha servido ha sido para consolidar ese mismo modelo de sociedad
nacidos de la colaboración entre católicos y protestantes, como es
que pretendía destruir. Entre el aspecto moral y la dimensión polí-
el caso de la revista quincenal «Com-Nuovi tempi». Hay otros gru- tica, cada uno de los «disidentes» sabrá cómo dosificar de la mejor
pos con una fuerte carga «sociopolítica», seriamente comprometi- manera posible las motivaciones concretas que le lleven a cambiar
dos en una profunda renovación de la sociedad y de la cultura, de vida.
como pueden ser determinadas asociaciones cristianas, que se po-
Por otra parte, «disidencia» o disociación no significa —como
drían llamar «de izquierdas», si la denominación no resultara ya
pretenderían otros católicos— aceptación del statu quo político-
demasiado convencional.
social, es decir, renuncia a hacer una política verdaderamente inno-
Las matizaciones que estos grupos cristianos introducen —o vadora. No se puede renunciar a combatir pacíficamente las injus-
subrayan— en la discusión pueden reducirse a dos aspectos funda- ticias sociales, las confabulaciones entre Iglesia y poder, etc. No se
mentales. El primer aspecto, decididamente teológico, se deduce puede renunciar a la propia identidad personal tan laboriosamente
de los documentos de las dos asambleas protestantes que mencio- construida, a pesar de todos sus errores y defectos, y mucho más
nábamos anteriormente. Cierto que el perdón de los pecados per- laboriosamente reconstruida 13.
tenece al núcleo del anuncio cristiano y le da un relieve particular-
Como conclusión totalmente provisional de una polémica toda-
mente significativo: «Al Dios de nuestra fe lo hemos conocido pre-
vía en curso —concretamente, los aspectos sociopolíticos del per-
cisamente en este punto medio entre la conciencia de pecado y el dón, en el caso de los acusados de terrorismo— habría que subra-
anuncio del perdón» 10. Pero ¡cuidado! El perdón no es cosa de la yar una vez más la exigencia de planteamientos claros y de distin-
sociedad, o del Estado, y ni siquiera de la Iglesia: «No se puede ciones precisas entre los diversos enfoques, aun a sabiendas de que
profanar el perdón, sacándolo del ámbito de la pura gracia e intro- existe una serie de vinculaciones recíprocas. En uno de los últi-
duciéndolo en los mecanismos de un contrato jurídico-moral, por- mos números de la revista «Aggiornamenti sociali», Giuseppe Bru-
que lo convertiríamos en pura mercancía o en objeto de cálculo» u .
Por tanto, no hay que hacerse ilusiones; toda exigencia de resarci- 13
A propósito de esta actitud, es muy interesante una declaración reciente
miento o de reparación es perfectamente inútil: «Nosotros creemos del grupo católico «Carcere e comunitá», en la que se pide al parlamento la
firmemente que ha sido Cristo el que ha llevado a cabo la gran aprobación de una ley en favor de los «disidentes». Entresacamos el siguiente
reparación por todos los pecados del mundo, incluso los vuestros. párrafo: «(Los 'disidentes' son) una generación entera, consciente de la graví-
Sin embargo, debemos convencernos de que ninguna acción huma- sima deuda que ha contraído con la sociedad; una generación que pide una
oportunidad para salir de la espiral de violencia, que quiere ser juzgada úni-
na puede ser una verdadera reparación, sino únicamente un signo camente por sus propios delitos, y que desea pagar por ellos una pena distinta
de arrepentimiento» n. de la que implica el procedimiento tradicional de la reclusión. Actualmente,
A esta clara matización teológica se añade otra de carácter más se han transformado en hombres nuevos. La experiencia del fracaso de algu-
bien político-social, pero íntimamente ligada con la anterior. Estos nas de sus utopías, de la tremenda marginación que supone la cárcel, de los
encuentros con algunos exponentes del mundo católico, que han sabido com-
grupos subrayan que la «disidencia», es decir, la renuncia al delito,
prender su profundo y sincero deseo de redención, los ha cambiado. No piden
a los atentados, en una palabra, a la «lucha armada», debe obede- un perdón cómodo, o una amnistía simplista; lo único que piden es que no
cer, ante todo, a motivaciones de carácter moral, pero no puede consintamos que su juventud se marchite entre las rejas de una cárcel. Tienen
esperanza; la esperanza de ponerse de nuevo a construir ese mundo mejor
10
que habían empezado a crear, pero de manera equivocada. Una esperanza que
De la respuesta valdo-metodista; cf. «Com-Nuovi tempi» 18 (1984). no pueden menos de compartir todos los hombres de buena voluntad» (Car-
11
Cf. «Com-Nuovi tempi» 18 (1984). cere e comunitá, Viale di Villa Aurelia 93/A, 00167 Roma).
12
De la respuesta baptista; cf. «Com-Nuovi tempi» 18 (1984).
206 F. Gentiloni/J. Ramos Regidor

netta responde a las críticas de no haber usado categorías típica- EL PERDÓN DE DIOS
mente cristianas en sus análisis de las diferentes posturas de los
terroristas; cito sólo el siguiente párrafo: «En cuanto a las polé-
micas que ha suscitado nuestra exclusión de ciertas categorías con-
ceptuales —por ejemplo, perdón, arrepentimiento u otras afines—, Todo cristiano confiesa que el Dios de Jesús no es ni el garante
debemos precisar que tales categorías no entran en el ámbito de la de la ley moral ni el guardián del orden civil; es el que, en su
legislación. Arrepentimiento y perdón son categorías ético-religiosas Hijo, ha significado a los hombres que no guarda rencor de sus
—y, en concreto, propias de la religión cristiana— que difícilmente faltas. En las palabras y en los actos de Jesús aparece el arraigo
se pueden introducir en el ámbito del derecho penal» M. bíblico de esta convicción. Baste recordar la parábola del hijo pró-
digo (Le 15,11-32), el relato de la mujer adúltera (Jn 8,1-12) y el
F. GENTILONI perdón de Jesús a sus detractores en la cruz. Apoyados en estos
J. RAMOS REGIDOR datos evangélicos, muchos no dudan en reconocer que su Dios es
[Traducción: D. MÍNGUEZ] original: que se diferencia del Dios de Moisés y del de Mahoma
por la infinitud de su perdón. Dios no acusa a ninguno de los su-
yos, no entabla ningún proceso contra ellos: la Biblia reserva a Sa-
tán el nombre de acusador. Dios nos asigna abogados en sus envia-
dos, Jesús y el Espíritu. Confesar teóricamente al Dios que perdona
no plantea ningún problema específico, pero vivirlo prácticamente
—eliminando las imágenes del Dios juez— es un trabajo arduo.
Por eso, la cuestión parece clara: no se trata de justificar una con-
vicción de base, sino de actuar de forma que esa convicción pro-
duzca efectos sociales e individuales. El perdón de Dios no plan-
tea, según esto, problemas dogmáticos, sino que atañe a la práctica.

No voy a rechazar esa convicción mayoritaria, que denota una


buena salud cristiana. Sin embargo, no estoy seguro de que respon-
da a los compromisos teológicos y sociológicos de su afirmación
serena. Otros artículos de este número profundizan más sobre la
problemática social del perdón. Con todo, no puedo prescindir por
completo de ella. Tampoco puedo eludir el aspecto dogmático. Esta
doble preocupación explica el desarrollo de mi artículo: primero
preciso sobre qué horizonte evangélico se destaca el perdón de
Dios; después describo la lógica repetitiva que anima nuestra his-
toria; finalmente, explico la revelación con que Dios transmite el
acto de su perdón.

14
Giuseppe Brunetta, Posizione degli imputati di terrorismo: «Aggiorna-
menti sociali» 6 (1985) 483.
El perdón de Dios 209

autoridad para el perdón. Existen, pues, en este mundo testimonios


I. HORIZONTE EVANGÉLICO DEL PERDÓN DE DIOS o huellas de ese perdón trascendente.
El episodio de la mujer adúltera (Jn 8,1-12) presenta una orien-
Se puede discutir siempre sobre el punto de partida de la inves- tación semejante. Los escribas y fariseos no quieren transgredir la
tigación de un dato que pertenece, a la vez, a la experiencia huma- ley de Moisés, aun cuando, personalmente, la juzguen demasiado
na cotidiana (los hombres no han esperado la publicación de los dura. No siendo sus promotores ni propietarios, se creen sus guar-
relatos evangélicos para perdonarse) y al contenido manifiesto del dianes o servidores, cualquiera que sea el precio de tal vigilancia
evangelio. Al intentar establecer la originalidad del perdón de Dios, o servicio. El origen trascendente de la ley los relega a ejercer la
he preferido partir directamente de datos evangélicos. Es una op- justicia según unas normas preestablecidas, no sin protestar contra
ción discutible, pero que me permite aclarar más sucintamente en este yugo. No sustituyen a Dios para perdonar en su nombre, ni se
qué consiste la relación con Dios definida por el perdón. atreven a conculcar una ley que define, desde la alianza, la identi-
Para trazar el horizonte del perdón de Dios, selecciono tres dad de su pueblo y su destino.
episodios referidos por los evangelios: el relato de Marcos (2,1-13) Jesús no tiene estos escrúpulos. No discute la ley, no se rebela
en el que Jesús justifica con un milagro el perdón que acaba de contra sus exigencias, pero se opone a las condiciones de su apli-
otorgar a un paralítico; el relato en el que Juan expone la actitud cación. Razona, en cierto modo, por el absurdo. Si nadie perdona
de Jesús ante una mujer adúltera (Jn 8,1-12); el testimonio de Lu- a esta mujer, ¿quién podrá ser perdonado? ¿Exige la ley que todos
cas sobre el perdón que Jesús, al morir, concede a sus acusadores estén sin pecado para producir su fruto, la coexistencia pacífica en-
(Le 23,34). tre los hombres en el seno de la alianza? ¿Será necesario, por una
El primer relato (Me 2,1-13) muestra la fe de la multitud en parte, eliminar a todos los impuros y transgresores para que la
la capacidad de Jesús para curar enfermedades incurables en su alianza tome forma? O, por otra parte, si el que está sin pecado
tiempo. Marcos nos cuenta cómo llevan a Jesús un paralítico, intro- tiene poder para absolutizar la justicia de la ley, ¿no desemboca-
duciéndolo por el techo de la casa, pues el gentío obstaculizaba la mos en la violencia extrema? Si todos se retiran ante las palabras
puerta. Jesús, viendo la fe de aquella gente, dijo al paralítico una de Jesús: «A ver, el que no tenga pecado, que le tire la primera
palabra que éste quizá no esperaba: «Hijo, se te perdonan los peca- piedra», eso significa que, si todos se hubiesen creído justos, la
dos». Unos escribas que estaban presentes dicen para sus adentros: mujer habría perecido. Su pecado los incita a una misericordia prác-
«¡Cómo! ¿Éste habla así, blasfemando? ¿Quién puede perdonar tica que su pureza les habría prohibido. La ley se hace cruel cuando
pecados más que Dios sólo?» Jesús no discute esta convicción; re- está en manos de gente virtuosa. Robespierre escribió: «El terror
plica que el perdón de los pecados no es un acto más difícil para el es la emanación de la virtud». El terror es la violencia presidida
Hijo del hombre (tal es la denominación empleada por Marcos) por la idea. Jesús, cuya santidad y justicia celebran los relatos evan-
que la curación. Y uniendo el acto a la palabra, cura al paralítico, gélicos, no tira la primera piedra; no es que se abstenga para de-
mostrando así que este «Hijo del hombre tiene autoridad para per- nunciar los pecados de los presentes; intenta romper el círculo en-
donar pecados en la tierra». tre violencia y virtud, violencia y ley. El perdón que otorga a esta
No es necesario añadir que la reacción hostil de los escribas no mujer abre otro espacio diferente de aquel en cuyo seno sólo los
se refería a la posibilidad del perdón de Dios, sino a la inconve- pecados de sus acusadores la salvaban y sus virtudes la mataban:
niencia, para el hombre, de actuar como sustituto del Altísimo. un espacio humano.
Dios tiene el derecho y el poder de perdonar, pero no puede com- Este aspecto se subraya con fuerza en el relato lucano de la
partirlos ni delegarlos, piensan ellos. Jesús rechaza esta limitación: crucifixión (Le 23,34). Cuando Jesús muere, no ruega a Dios que
él, humano —como ellos pueden constatar—, ha recibido de Dios lo libre de sus adversarios confundiéndolos o reduciéndolos a la
14
220 Ch. Duquoc

impotencia; implora su perdón, porque, siendo víctima, puede sin- II. LA LÓGICA REPETITIVA DE NUESTRA HISTORIA
ceramente perdonar a sus verdugos.
Los relatos evangélicos que he evocado muestran que Jesús
Si examinamos atentamente la intención de estos tres textos, hace descender el perdón del cielo a la tierra. Y lo hace no tanto
veremos que presentan un objetivo análogo. en función de lo que sus oyentes llaman pecado, sino a lo que juz-
El texto de Marcos, sobre el perdón de Jesús a un paralítico, gan que es justicia. ¿Se puede explicar, en el marco de la escritura,
habla de una declaración de absolución sin intercesión de Jesús ante esta aparente inversión?
Dios. Jesús es acusado entonces de blasfemo porque usurpa un po-
Antes de entrar en el centro del tema, conviene hacer algunas
der divino. En la pasión, en cambio, Jesús intercede: el perdón
observaciones previas, que me ha inspirado la lectura de una obra
que implora y del que se siente siempre responsable, porque se
de politología (J. Freund, L'essence du politique, París 1976).
trata de él y de sus acusadores, debe ser el de Dios y no un simple
deseo humano. Entre esta petición de perdón por parte de la víc- Las relaciones entre los hombres son sociales y políticas, no
tima y Dios aflora una complicidad que estalla en la resurrección, sólo individuales. La simple observación del movimiento de las
cuando Dios hace suyo el acto de Jesús. Hay que leer el texto sociedades muestra sus relaciones conflictuales. J. Freund, en vir-
como una parábola del obrar de Dios. Así, el gesto humano que tud de esta constante, asigna a la esencia de lo político la relación
descarta la lógica de la venganza es revelación de Dios con el mis- amigo-enemigo, la cual designa la frontera de tal orden: se anularía
mo título que el perdón de Jesús al paralítico es parábola de la si no tuviese una exterioridad potencialmente inamistosa. Lo polí-
irrupción de la vida, demostrada por la curación. tico administra lo particular, el interés común de un grupo. Por
tanto, está vinculado a la violencia, pues responde por vocación a
El relato de Juan sobre la «mujer adúltera» hace resaltar el
una amenaza real o imaginaria contra los intereses o la superviven-
contenido de los dos textos anteriores: el horizonte del perdón, en
cia de un partido, una clase, una nación, un Estado. En el marco
el evangelio, paradójicamente, no se define con relación al pecado;
de esta estructura particular, la violencia plantea un problema mo-
en él no se denuncian de modo especial las transgresiones de la ley.
ral de gestión en cuanto a su uso, pero no puede ser excluida por
Juan sitúa el perdón en oposición al absoluto de la justicia legal.
principio, a menos que el grupo esté dispuesto a renunciar a su
Por eso, el perdón de Dios no se evoca en su trascendencia y efecto
existencia. La violencia se inscribe como un elemento necesario, al
individual: nadie, en el judaismo, dudaba de este poder de Dios.
menos potencialmente, en toda negociación. Este esquema de un
Aquí es contemplado en su vertiente humana. En efecto, recusar la
uso no totalmente eliminable pero razonado de la violencia no tie-
mediación humana del perdón es bloquear las relaciones sociales
ne en cuenta ni su vinculación a la idea ni lo absoluto de la jus-
en un estadio mortífero. Los relatos de la «mujer adúltera» y de la
ticia.
pasión son claros sobre este punto. La vida no es producto de la
justicia legal: es necesario discutirla en su vertiente humana, no La violencia toma forma humana específica cuando es la mani-
en abstracto. La trascendencia del perdón de Dios se inscribe en festación de la idea. Entonces deja de ser simple agresividad instin-
nuestra historia. Jesús invierte la problemática inherente a la justi- tiva o uso delimitado por la amplitud de la amenaza; es la idea
cia legal, para él no existe cesura entre este mundo y el más allá. que excluye todo espacio fuera de aquel que ella define. Así, el
Así se evidencia en la petición explícita de la plegaria propuesta a nazismo, contrariamente a lo que se suele afirmar, no es la expre-
los discípulos: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros sión de una violencia instintiva llevada a su paroxismo (aunque es
perdonamos a nuestros deudores». cierto que la utiliza), sino el ordenamiento planificado de un deseo
de eliminar lo que mancha el mundo: los judíos. La violencia sin
la idea puede ser dominada, la violencia nacida de la idea no tiene
El perdón de Dios 213
212 Ch. Duquoc
la comunidad, no tiene más que una salida, la muerte. La lapida-
otra regulación que la desmesura de la idea que la instrumenta. El ción es la transcripción física de este rechazo. Jesús le abre un
terror es el resultado de conjugar la violencia y la idea. espacio de libertad y un futuro que ninguna justicia le reconocía
Pero, frente a lo que se piensa espontáneamente, la idea que se entonces. El mesianismo de Jesús no tendría futuro si, cediendo al
expresa en la violencia no es en sí necesariamente perversa; no es poder y a la venganza, él aniquilara a sus adversarios. Su justicia
comparable a priori con la que animaba al nazismo: el judío man- excluiría por la violencia a quien la sostuviera en razón de su iden-
cha el mundo; a menudo es moral, como la voluntad de una jus- tificación con Dios. Jesús rechaza tal identificación: niega a la jus-
ticia sin endeblez o de una transparencia social sin fisura. ticia la última palabra, se vuelve a los acusadores y rompe la lógica
inherente a la repetición de la violencia, cuya expresión propia es
He recordado antes la frase de Robespierre: «El terror es la la venganza. El perdón anuncia concretamente la ruptura entre la
emanación de la virtud». La utopía de un mundo sin corrupción, idea y la violencia. Ataca de lleno lo que parece ser una ley de
que toma forma real en el ejercicio del poder, se manifiesta como nuestra historia.
terror hasta que en principio la justicia sea efectiva y los puros El perdón rompe la lógica inmanente a las relaciones humanas,
lleguen a reunirse. Nadie es puro con respecto a la utopía de la sometidas al sistema de equivalencia de la justicia. Mateo pone en
justicia; por eso la violencia se despliega sin límite. boca de Jesús estas palabras: «Os han enseñado que se mandó: ojo
Estas observaciones preliminares parecen muy alejadas del pro- por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: No hagáis frente al
blema del perdón de Dios. Y no es así, pues lo que en primer lugar que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla dere-
realiza el perdón es la disociación entre la idea y la violencia. Los cha, vuélvele también la otra; al que quiera ponerte pleito para
relatos evocados en el primer apartado proporcionan al menos una quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerza a ca-
ilustración, si no una verificación. En efecto, según la visión de minar una milla, acompáñalo dos...» (Mt 5,38-42).
Jesús en estos relatos, el perdón de Dios se manifiesta en la cesura
Jesús no es un ingenuo, no pide la pasividad, no exige la renun-
social con respecto a la justicia legal.
cia a luchar contra el mal, sino que muestra que la equivalencia en
La justicia legal de la época de Jesús no proviene de una idea el mal, aunque sea en nombre de la justicia, no transforma la so-
contingente enraizada en la decisión de Dios, sino que se reviste ciedad humana.
de absoluto. Y toda transgresión a este respecto se juzga como Hace falta una actitud que no se funde en lo ya hecho; es ne-
ofensa al Dios de la alianza. Por consiguiente, sólo Dios puede cesario un gesto innovador, creador. De lo contrario, la cerrazón en
perdonar la deuda vinculada a la falta. Jesús revoca el vínculo entre la lógica repetitiva es inevitable, y esta lógica termina en la exclu-
ofensa y deuda: circunscribe la justicia legal a su particularidad sión o la muerte de, al menos, uno de los antagonistas. El perdón
contingente; su aplicación no depende de la idea absoluta, sino de representa esa innovación: crea un espacio en el que no cabe la
la situación del sujeto. Sin duda, Jesús no rechaza la idea: se opo- lógica inmanente a las equivalencias judiciales. El perdón no es el
ne a que ésta trabaje para su provecho, le reconoce validez si actúa olvido del pasado, sino el riesgo de un futuro distinto del impuesto
por la libertad del sujeto. por el pasado o la memoria. Es una invitación a la imaginación.
En cada uno de los episodios evocados, Jesús se opone a la jus- Mientras la equivalencia jurídica traza el camino que debo seguir,
ticia legal porque ésta encierra, excluye todo futuro. Así, para el el perdón borra toda huella: hay que aventurarse a solas en el en-
paralítico, ya no existe futuro con Dios si no está seguro de su per- cuentro con los demás. «Ojo por ojo» es tranquilizante, pues el
dón, y su futuro humano está comprometido si él no consigue la acto está predeterminado. Pero si se rehusa la equivalencia, si se
curación. Jesús, con su palabra de perdón, le abre la posibilidad juzga que un ojo particular no es compensable con otro ojo par-
de una nueva relación con Dios y, por la curación, una vida huma- ticular y que el daño hecho al segundo no compensará nunca la
na no grabada por la enfermedad. La mujer adúltera, rechazada por
214 Ch. Duquoc El perdón de Dios 215

pérdida del primero, sino que solamente habrá acumulación de ma- lencia: perdona a los que hasta entonces conducen la historia. Este
les, entonces hay que inventar una actitud no precisada en ninguna perdón revela el rostro de su Dios.
regla, hay que ser imaginativo o creador. Se podía describir el fu- No es fácil hacer comprender a los expulsados de la historia
turo del paralítico no perdonado ni curado, el de la mujer adúltera que el perdón que rompe el engranaje de la violencia no beneficia
condenada o el de los acusadores de Jesús no perdonados; ya no se sólo a los privilegiados. De hecho, el perdón parece estar a la vez
puede decir cuál es su futuro, puesto que se ha roto la ley de la cerca del olvido y del laxismo. En primer lugar, del olvido: recor-
repetición o de la equivalencia. El creyente imita a Dios creador dar de nuevo a los olvidados de la historia, como lo hace la teolo-
cuando, exorcizando el imperativo de la justicia legal, establece gía de la liberación, una operación aparentemente inversa a la del
otra relación con aquel a quien perdona. De esta forma, el perdón, perdón, ¿no es reactivar las oposiciones radicales, los conflictos sin
al transformar las relaciones humanas, posee una capacidad reve- tregua que se han desarrollado en nuestra historia y, así, dar vida
ladora del rostro original de Dios. de nuevo a los antagonismos? El perdón, por el contrario, al querer
romper la lógica de la inversión de los poderes, ¿no se opone a la
reescritura de la historia? ¿No busca establecer una nueva inocen-
III. PERDÓN Y REVELACIÓN DE DIOS cia por la abolición del pasado? ¿No es una actitud idealista que,
en su belleza pura, deja el campo libre a la acción opresiva? Esta
Nuestra historia es una historia de violencia. Las teologías de objeción, no pequeña, admite una doble respuesta. La primera, más
la liberación latinoamericanas han puesto de manifiesto que nues- racional y que he formulado en el apartado precedente: la violencia
tra historia ha sido escrita desde el punto de vista de los vencedo- no tiene regla en sí misma, es repetitiva; el perdón es un cuestio-
res. Por eso, los teólogos de la liberación querrían escribirla de namiento externo y, por esto, suprime su movimiento repetitivo.
nuevo a partir de lo que ellos llaman su reverso, es decir, a partir La segunda, del orden del testimonio: sólo la víctima tiene derecho
de aquellos cuyos nombres fueron olvidados para siempre, de aque- a perdonar a su verdugo. Rechazado, Jesús perdona a los que le
llos que fueron aplastados. Este esfuerzo por hacer emerger a los rechazan. Es su situación de expulsado de la historia la que le da
sin nombre encuentra una corriente teológica europea, cuyo inicia- derecho a escoger su estilo de reescritura.
dor parece haber sido J. B. Metz. Su obra La fe, en la historia y la Pero el perdón parece estar también cerca del laxismo: perdo-
sociedad (Ed. Cristiandad, Madrid 1979) se construye en torno a nar, ¿no es significar que al no tener el pasado ya peso en una
la noción de memoria: recordar a Jesucristo es recordar el sufri- relación, tampoco lo tendrá el futuro? ¿No es abrir la puerta a una
miento de los oprimidos o marginados. Jesucristo fue incluido en- repetición de la historia pasada, ya que el perdón decreta que no
tre los oprimidos, fue condenado injustamente y crucificado fuera existe sanción, dando así a los opresores la posibilidad de continuar
de la ciudad. Empíricamente, su historia no es la de un vencedor: su camino?
lo rechazaron los poderes de su tiempo, pertenece al reverso de la A esta objeción, las teorías clásicas en teología responden que
historia. Aunque identificado como Mesías por su resurrección, no el perdón, siendo gratuito, no es un acto arbitrario: exige una mu-
deja de ser el rechazado. Los expulsados de la historia por los ven- tación en la actitud del ofensor o del pecador; entra en relación
cedores se reconocen en él. Y reconociéndose en él, confiesan que diferente con el que perdona. Es lo que se llama conversión.
el Dios en que se apoyaban fue también expulsado, que su sitio Cualquiera que sea el peso de estas objeciones, de fuerte con-
está ahora fuera de la ciudad, que su destino terrestre está con los tenido humano y gran realismo para los pobres, no van al fondo
oprimidos. Mientras la historia de los vencedores se base en el del debate, pues suponen que el que perdona se convierte en rehén
rechazo, el Dios de Jesús no tiene sitio en el mundo. Únicamente del que no siente ningún escrúpulo en oprimir. Sin embargo, el
aparece en la ruptura introducida por Jesús en la lógica de la vio- que perdona sabe que asume un riesgo al renunciar a un arreglo
216 Ch. Duquoc El perdón de Dios 217

por la fuerza o bien al poder del derecho. Pero sabe también que es víctima de él, que el ofensor o el opresor sólo tienen futuro re-
sin ese riesgo la historia no tiene futuro y que la violencia se repe- conociendo su falta y transformando su actitud, rehabilitando de
tirá por la alternancia de opresores convertidos en oprimidos y de esta forma a la víctima. El perdón exige esta transformación.
oprimidos transformados en opresores. El que perdona se sale de El perdón de Dios, que no es olvido ni laxismo, postula su
ese juego con el riesgo de su propia vida, porque el perdón no es transcripción al mundo de las relaciones humanas. Es verdad que
olvido: mantiene con todo rigor el pasado delictivo; no es laxismo el perdón es gratuito y que Dios no requiere compensación alguna,
y exige la conversión. Si el perdón fuera olvido o laxismo, el que sino que abre una era nueva. Pero sería abstracto si esa era se
perdona no arriesgaría su vida. Precisamente porque está enraizado quedara en lo puramente interior. En este sentido, el perdón de
en la verdad de la víctima, el perdón molesta al ofensor o al opre- Dios, revelado por el que fue víctima de un crimen, no deja de
sor. Aceptar el perdón es reconocer que el punto de vista del re- significar que Dios es solidario con las víctimas de la historia por
chazado revela la insensata verdad del opresor. un mundo renovado, no invirtiendo las situaciones, sino creando
¿Qué sucede entonces con Dios? El perdón de Dios se nos nuevas relaciones. El perdón de Dios es el anuncio del reino: tiene
significa en Jesús. Jesús lo proclama intercediendo una vez que ha lugar por conversión y no por sustitución de poder. El Dios de
sido condenado a muerte. Jesús no perdona desde fuera, en lugar Jesús no se impone; es el que, en su paciencia a menudo burlada,
de otro. No sustituye a una víctima para afirmar que no entablará revela un rostro totalmente diferente del que invocan nuestras rela-
procesos de venganza contra los verdugos o los acusadores. Él mis- ciones de fuerza y nuestra idolatría del poder.
mo es la víctima y en nombre de esta misma situación ofrece, con CH. DUQUOC
su perdón a los que lo oprimen, la entrada en otra lógica. Por la [Traducción A. ORTEGA GÓMEZ]
resurrección, Dios asume el perdón de su enviado, que se confiesa
su Hijo. Pentecostés revela la universalidad de este perdón: el Es-
píritu, energía de la nueva creación y, por tanto, de nuevas rela-
ciones interhumanas, se ofrece a todos. Pero ni Pascua ni Pente-
costés son celebraciones del olvido ni garantías para el laxismo.
Pascua y Pentecostés, testimonios de la asunción de la gesta de
Jesús por Dios, no suprimen la memoria del Crucificado. Al con-
trario, el Jesús que da el Espíritu es el mismo que fue injustamente
crucificado. Es anunciado continuamente como víctima de la opre-
sión. Y los relatos de la pasión han universalizado esta memoria.
Así es anunciado siempre, no para desencadenar un mecanismo
análogo al que produjo su muerte, sino para proclamar, al mismo
tiempo, que la última palabra no la tiene el acto del opresor, sino
la nueva creación nacida del perdón: éste es posible porque el cri-
men no se ha olvidado.
Pascua y Pentecostés no son avales del laxismo: Jesús no per-
dona diciendo que el opresor o el crimen son triviales. En el len-
guaje de su época, y para manifestar el aspecto trágico, relaciona el
homicidio con el poder maléfico supremo, Satanás. El perdón no
absuelve del crimen trivializándolo, sino que atestigua, por quien
AMERICA LATINA:
LUGAR DE PECADO, LUGAR DE PERDÓN

Perdonar al que nos ofende es un acto de amor hacia el peca-


dor, al que se quiere liberar de su propio fracaso personal y no
cerrarle el futuro definitivamente; es una forma difícil del amor,
pues el que perdona debe vencer su natural instinto a la devolu-
ción de la ofensa; es un gran acto de amor, una forma de amor al
enemigo. Por todo ello, es una manifestación importante del espí-
ritu cristiano, realización de la sencilla y sublime exigencia de Je-
sús: «Sed buenos del todo como es bueno el Padre del cielo» (Mt
5,48); es mediación para otros de la benignidad y gratuidad de
Dios. Según esto, toda espiritualidad cristiana tiene que tomar en
serio el perdón personal al pecador que nos ofende.
A estas conocidas reflexiones hay que añadir otra no menos
importante. Hay que reaccionar cristianamente hacia el pecador,
perdonándole; pero hay que reaccionar también cristianamente ha-
cia su pecado, y en la totalidad de ambas cosas se reacciona cristia-
namente hacia lo negativo, lo malo e inicuo de la historia. El peca-
do destruye moralmente al pecador, pero introduce innumerables
males en la realidad, en el propio pecador, en el ofendido y en la
sociedad en general. Esos males deben también ser enfrentados se-
gún la fe, y por ello hay que hablar de sanar la realidad o, en ter-
minología analógica, de «perdonar» la realidad. El cristiano, por
tanto, debe estar dispuesto a perdonar al pecador y a perdonar la
realidad, a liberar al pecador de su culpa y a sanar la realidad de
la miseria que introduce el pecado. Esta segunda tarea es también
teologal y tan teologal como la primera, pues es exigida por el Dios
que no sólo quiere que el pecador se convierta y no muera, sino
que quiere también la liberación de una realidad empecatada; es
mediación del amor de Dios, que oye el clamor de los oprimidos
y decide liberarlos (Ex 3,7s). Según esto, toda espiritualidad cris-
tiana —no sólo la ética— tiene también que tomar en serio el per-
dón de la realidad.
Estas breves reflexiones introductorias son importantes para
hablar del perdón en América Latina, y antes que nada porque
220 J. Sobrino
América Latina: lugar de pecado, lugar de perdón 221
América Latina es lugar de un gran pecado. Indudablemente, exis-
ten también las ofensas que vician las relaciones personales, fami- y de la forma más grave y masiva a través de estructuras «en las
liares y comunitarias propias del egoísmo y de la debilidad de la cuales el pecado de sus autores ha impreso su huella destructora»
naturaleza humana; existen los pecados y pecadores de la vida co- (Puebla 281). Como pastores, los obispos en Medellín y Puebla
tidiana, por lo cual hay que seguir rezando «perdónanos nuestras están, por supuesto, interesados en erradicar la culpabilidad de los
deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores» pecadores y procurar su salvación. Y, sin embargo, no se contentan
(Mt 6,12). Pero en este artículo nos vamos a centrar en el gran con exponer una doctrina, aunque fuese novedosa, sobre el proceso
pecado del continente que configura toda la realidad social e histó- del pecado, sino que se concentran en su realidad. Y al enfocar
rica, que crucifica y da muerte a mayorías y pueblos enteros. En ésta, no comienzan con sus raíces, sino con sus frutos: la realidad
este contexto hay que preguntarse qué significa perdonar el pecado empecatada. Aunque sean conocidas, hay que repetir sus afirmacio-
y perdonar al pecador. Para ello hay que ver como analogatum nes fundamentales. «La realidad latinoamericana está en una situa-
princeps del pecado la pobreza injustamente infligida que produce ción de pecado» (Medellín, Paz 1); expresa «una situación de pe-
muerte lenta y violenta, y como analogatum princeps del pecador cado social» (Puebla 28), afirmaciones que nada han perdido de
los ídolos que producen muerte y exigen víctimas para subsistir. actualidad desde que fueron pronunciadas.
En esta situación real comenzamos con el análisis del perdón Este comienzo no es casual. No significa ignorar el fracaso mo-
del pecado, como perdón de una realidad objetiva empecatada, para ral del pecador ni el modo de sacarle de su culpabilidad, ni signi-
analizar después el perdón personal al pecador que ofende. Este fica ignorar las ofensas cotidianas. Significa comenzar con lo que es
modo de proceder se justifica porque: 1) el pecado objetivado es en sí mismo más grave y clamoroso y necesita más urgente solu-
lo más evidente y clamoroso y lo que exige una urgente respuesta, ción; y con lo que ayuda también al tratamiento del perdón al pe-
tal como lo vieron Medellín y Puebla; 2) las ofensas personales cador y la comprensión de las ofensas cotidianas. Desde los frutos
más graves —torturas, asesinatos, desapariciones, etc.—, a cuyos pecaminosos se conoce mejor la realidad del pecador; desde el gran
autores hay que perdonar según la fe, son expresiones del pecado pecado se entiende lo que es el gran perdón; y desde ambas cosas
objetivo fundamental; 3) la espiritualidad del perdón debe tener se entienden mejor los pequeños pecados y perdones.
en cuenta las dos dimensiones del mismo, pero en último término Esto es así porque el pecado objetivo de América Latina no es
con vistas a una reconciliación de la realidad misma que permita un pecado cualquiera, sino «la miseria que margina a grandes gru-
relaciones de fraternidad. pos humanos ... injusticia que clama al cielo» (Medellín, Justi-
cia 1); es la «situación de inhumana pobreza en que viven millones
Este modo de proceder no se deduce necesariamente de una
de latinoamericanos» (Puebla 28), que les esclaviza (n. 328), les
lógica universal; pero en la realidad de América Latina es necesa-
priva de dignidad (n. 330); es expresión de una sociedad y aun de
rio o al menos más conveniente que el modo de proceder opuesto.
un orden mundial materialista y deshumanizante que produce «ri-
cos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres»
(n. 30). Esto es «el más devastador y humillante flagelo» (n. 28).
I. EL PERDÓN DE UNA REALIDAD EMPECATADA

1. Medellín y Puebla saben muy bien que hay pecadores y pe- 2. La importancia de estas conocidas afirmaciones es que Me-
cados; que todo pecado tiene su raíz, en último término, en el dellín y Puebla las hacen centrales, porque expresan los signos de
los tiempos. Históricamente caracterizan una época y teológicamen-
corazón del hombre y que produce trágicos frutos: pobreza, angus-
te muestran la presencia o ausencia de Dios. En esa realidad de la
tias y frustraciones (Medellín, Pobreza de la Iglesia 4; Puebla 73).
pobreza injusta se densifica toda la realidad, y desde esa realidad
Añaden novedosamente que el pecado se transmite con frecuencia
hay que discernir y examinar la totalidad de la vida cristiana. Co-
222 J. Sobrino América Latina: lugar de pecado, lugar de perdón 223

menzar con la realidad empecatada de América Latina no es, por en directo exige la fe es la liberación del pecado de la realidad y la
tanto, parcialidad arbitraria o sólo algo pedagógicamente conve- humanización de los ofendidos y, derivadamente, la rehabilitación
niente. Es necesario. del pecador y la humanización del ofensor. Esto significa que antes
En esos signos, «los tiempos», la realidad, han tomado la pala- que nada hay que «perdonar» la realidad.
bra en forma de un gran clamor desgarrado y esperanzado. Los El perdón de la realidad tiene su propia estructura y finalidad.
obispos no han hecho más que recoger esos clamores, pero tampoco Ésta no es otra que erradicar el pecado de la realidad; y eso se
podían hacer otra cosa sino recogerlos, forzados por la misma rea- hace luchando contra el pecado para exterminarlo y cargando con
lidad. «Desde el seno de los diversos países del continente está él. Luchar contra el pecado significa, en primer lugar, como para
subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e im- Jesús y los profetas, denunciarlo, dar voz al clamor de los ofendi-
presionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda dos, pues el pecado tiende a ocultarse; y desenmascararlo, pues el
justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre pecado tiende a justificarse e incluso a presentarse cínicamente
y de los pueblos» (Puebla 87). Pero también recogen el clamor como su contrario. Erradicar el pecado comienza, por tanto, denun-
esperanzado, «el anhelo de emancipación total, de liberación de ciando que existe la muerte y crucifixión de pueblos enteros, que
toda servidumbre» (Medellín, Introducción 4). esto es intolerable y el mayor mal, sin relativizarlo ideológicamente
Lo que todo esto significa para nuestro propósito es que la apelando, como suele ser frecuente, a peores males, en América
realidad latinoamericana ha aparecido como pecado y que pecado Latina en concreto al marxismo; desenmascarando esa muerte y
es lo que ocurre cotidianamente en el continente. Esa realidad es crucifixión como la más grave ofensa contra Dios y que no puede,
la negación más clamorosa de la voluntad de Dios, terrible ofensa por tanto, ser justificada ni menos bendecida en nombre de Dios,
a Dios, «clama al cielo» (Medellín, Justicia 1); es «contraria al como ocurre eficazmente al presentar la muerte y la crucifixión
plan del Creador y al honor que se merece» (Puebla 28). Cuan como defensa, querida por Dios, de la civilización occidental cris-
clamorosa y terrible sea esa ofensa invisible a Dios se deja ver con tiana.
claridad en las ofensas visibles, en la muerte lenta y violenta por Positivamente, se lucha contra el pecado destruyendo y plan-
la cotidiana opresión estructural y por la cruel represión que acer- tando; destruyendo objetivamente los ídolos que dan muerte, en
can a los pobres a la muerte; en los rostros de los pobres, concre- directo las estructuras de opresión y violencia; construyendo nue-
tos e inintercambiables, y en pueblos enteros, crucificados como vas estructuras de justicia y propiciando las medidas adecuadas para
decía monseñor Romero, aniquilados, como gime Don Pedro Ca- ello, la concienciación y organización política, social y pastoral, los
saldáliga ante la desaparición de tribus enteras en Brasil. La rela- movimientos de liberación, todo lo que se encamine al cambio de
ción trascendental entre pecado y muerte aparece aquí historizada estructuras.
con toda claridad. El pecado lleva a la muerte del pecador, pero Mucho ha dicho el magisterio de la Iglesia, la teología y la
antes de eso el pecado da muerte a los otros. Pecado es lo que práctica de los cristianos sobre cómo erradicar en concreto el peca-
dio muerte al Hijo de Dios, y pecado es lo que sigue dando muerte do y no es ahora el lugar de repetirlo. Aquí sólo nos interesa recal-
a los hijos de Dios. car la estructura formal de esa erradicación. Perdonar el pecado de
la realidad es convertirla, es sustituir el anti-reino por el reino de
3. Con este pecado, esta pobreza injusta y esta muerte tienen Dios, la injusticia por la justicia, la opresión por la libertad, el
que habérselas, antes que nada, los cristianos. Si reaccionan con en- egoísmo por el amor, la muerte por la vida.
trañas de misericordia, tienen que defender a los ofendidos. Qué
hacer con la culpabilidad personal de los ofensores sigue siendo 4. Pero el perdón de la realidad es también cosa de espiritua-
asunto importante, pero, en un primer momento, derivado. Lo que lidad, no sólo de conocimiento analítico de la realidad y de praxis
224 J. Sobrino América Latina: lugar de pecado, lugar de perdón 225

adecuada sobre ella. Supone mantener la esperanza en la utopía del también cosa de espíritu y de mucho espíritu. Por su propia natu-
reino de Dios y, sobre todo, una gran misericordia y un gran amor. raleza, y no sólo intencionalmente, ese perdón exige y propicia una
No se trata, obviamente, de implantar una fría y abstracta justicia espiritualidad fundamental de descentramiento personal, de radical
que devolviese el equilibrio a una realidad a la que se ha hecho entrega y radical amor, de esperanza sometida a prueba y así triun-
violencia, sino de defender a los pobres, a millones de seres huma- fante, de verdadera fe —verdadera, pues se constituye como victo-
nos que malviven en la miseria. Se busca la justicia en la realidad ria a través de las pruebas— en el Dios que es misterio santo: fe
para que los pobres puedan tener vida. Esos pobres amenazados en en el Dios santo, Dios de la vida, de la defensa de los pobres, de
su vida es lo que exige un radical des-centramiento de uno mismo, la liberación, de la resurrección; fe en el Dios que sigue siendo
un volcarse en favor de ellos hasta el olvido de uno mismo. Perdo- misterio, crucificado en los pobres y en quienes los defienden, que
nar la realidad es cosa de amor y de mucho amor. mantiene, sin embargo, la esperanza en el futuro y sigue atrayendo
la historia hacia sí.
El perdón cristiano de la realidad, a diferencia de otras formas
de erradicar el pecado, exige también cargar con él. Eso significa
en un primer momento encarnación en el mundo de pecado, en el
mundo de los pobres, dejarse afectar por su pobreza y compartir II. EL PERDÓN DEL PECADOR
su propia debilidad. Esa encarnación, por lo costosa, es conversión
que lleva a la solidaridad con ellos, pero también a ver la realidad 1. En medio de una realidad empecatada existen los pecado-
de manera muy distinta, a superar los mecanismos de defenderse res. Éstos son, en primer lugar, los ídolos que dan muerte; perdo-
de la realidad —los hombres no sólo tienden a defenderse de Dios narlos significa fundamentalmente erradicarlos. Pero esos ídolos tie-
para manipularlo, sino también de la realidad—, abrirse a ella para nen agentes concretos que causan ofensas concretas: torturas, ase-
captar su verdad y sus exigencias. sinatos, desapariciones, etc. El gran pecado se concreta en esas
Pero cargar con el pecado significa también cargar con todo el formas, y los ídolos se personalizan en torturadores, asesinos, etc.
peso del pecado que amenaza y destruye, como al siervo sufriente Esas ofensas no son esporádicas aunque trágicas anécdotas, sino
de Yahvé, al que lucha contra él. Sean cuales fueren otras teorías que son masivas. De ahí que son el analogatum princeps de lo que
sobre la erradicación del pecado y la función del sufrimiento en en el pecado hay de ofensa personal. En este contexto real surge
esa erradicación, cristianamente no se erradica el pecado desde con toda seriedad la pregunta cristiana sobre el perdón al que nos
fuera de él mismo ni sólo oponiéndole otro poder —aunque haya ofende.
que oponérselo— a su fuerza destructora. Hay que estar disponible
a la posibilidad —y la historia de América Latina muestra cuan 2. Lo primero que hay que afirmar es que en América Latina
real es tal posibilidad— de cargar con su peso destructivo en sus existe el perdón a ese tipo de ofensas como respuesta cristiana al
diversas formas de amenazas, persecución y muerte. Cargar con el pecador. Por ser perdón de ofensas tan graves, la realidad de ese
pecado supone entonces fortaleza para mantenerse cuando su erra- perdón ilumina su esencia mucho mejor que cualquier análisis con-
dicación se hace sumamente costosa y el pecado revierte contra ceptual. Mencionemos uno entre muchos ejemplos del perdón na-
uno mismo; supone mantener la esperanza cuando ésta se oscurece; rrando una celebración del día de los difuntos en un refugio de San
supone la activa disponibilidad al mayor amor, a dar la vida por Salvador:
los pobres cuya vida se quiere fomentar; supone, en una palabra, «Alrededor del altar había ese día varios carteles con los nom-
pasar por el destino del siervo para convertirse en luz y salvación bres de los familiares muertos y asesinados. Quisieran haber ido al
a través de la oscuridad y el fracaso. cementerio a poner flores en sus tumbas. Pero como no podían ir
Con todo esto se quiere afirmar que «perdonar» la realidad es por estar encerrados en el refugio, pintaron flores alrededor de sus
15
226 J. Sobrino América Latina: lugar de pecado, lugar de perdón 227

nombres. Junto a los carteles con los nombres de los familiares ducir sus frutos y admite la argumentación sapiencial de que el
había otro sin flores con esta leyenda: 'Nuestros enemigos muertos. pecador debe convertirse también «por su propio bien». Pero lo
Que Dios los perdone y los convierta'. Al terminar la eucaristía que el perdón dice de fondo es que, para sanar al pecador de raíz,
preguntamos a un anciano qué significaba ese último cartel, y nos ningún otro mecanismo tiene el poder específico del amor. Así
dijo lo siguiente: 'Estos carteles los hicimos como si fuésemos a actuó Jesús y así actúan muchos cristianos: perdonan con amor en
enflorar a nuestros difuntos, pues así nos parecía que iban a sentir la esperanza de que ese amor transforme al pecador.
que estábamos con ellos. Pero como somos cristianos, ¿sabe?, creí- Según esto, la finalidad del perdón no es simplemente sanar la
mos que también ellos, los enemigos, debían estar en el altar. Son culpa del pecador, sino la finalidad de todo amor: llegar a estar en
nuestros hermanos a pesar de que nos matan y asesinan. Ya sabe comunión. Evidentemente, también se perdona en virtud de la sabi-
usted que la Biblia dice: Es fácil amar a los nuestros, pero Dios duría acumulada de que sólo con estricta justicia y sin algún tipo
pide también que amemos a los que nos persiguen'». de perdón las relaciones personales y sociales se convertirían en
Estas palabras explican mejor que muchos análisis lo que es caos, pues muchos son los pecadores y muchas las ofensas. Esa sabi-
el perdón; es simplemente un gran amor. El perdón personal no es duría exige ya algún tipo de perdón para romper el círculo vicioso
sólo ni primariamente el ejercicio de una costosa ascesis o el cum- de ofensa y devolución de la ofensa. Pero la finalidad última del
plimiento de un sublime mandamiento, sino que es antes que nada perdón es otra, es la positiva reconciliación. Se perdona, en último
la manifestación de un gran amor que sale al encuentro del pecador término, para construir el reino de Dios, para vivir fraternalmente
para salvar. El mismo amor que mueve a «perdonar» la realidad en comunión.
mueve a perdonar al que ofende, y al que ofende hasta ese grado.
Es el amor que quiere convertir el mal en bien allá donde aquél se 3. Perdonar al pecador es un poderoso acto del espíritu, un
presente. Parafraseando con libertad las conocidas palabras de Ber- profundo acto de amor, pero con características específicas que exi-
diaev, el pecado es un mal físico para el ofendido, pero es un mal gen y propician una determinada espiritualidad. Si el perdón de la
moral para el ofensor. De ese mal hay que liberarle, y eso es lo que realidad recalca la necesaria eficacia del amor, el perdón del peca-
busca el perdón: la conversión, la re-creación del pecador. Hay que dor recalca la gratuidad, la sin-razón y lo indefenso del amor. No
liberarle, con la acogida amorosa, de la angustia o desesperación se perdona por ningún interés personal o grupal, aun legítimos,
que pudiera sobrevenirle; y hay que liberarle con amor, de sí mis- sino simplemente por amor; no se presenta el amor como argu-
mo y de la cerrazón en que ha caído. El perdón tiene, por tanto, la mento convincente, sino que simplemente se ofrece.
lógica primaria del amor, y su motivación última no está en nada El perdón al pecador supone una esperanza específica, la espe-
extrínseco a él mismo —el que sea un mandamiento no esclarece ranza en el milagro de la conversión y en el milagro de la re-
su esencia, aunque ayude pedagógicamente a su realización—, sino conciliación. De esa esperanza surge la actitud de perdonar hasta
en la actitud fundamental de hacer el bien allá donde haya mal para setenta veces siete, esperando el triunfo del amor o —cuando la
transformar el mal en bien. esperanza aparece contra toda esperanza— dejando a Dios el per-
Esta realización del perdón presupone una visión de la vida y dón escatológico: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que
de Dios. Querer convertir al pecador con amor supone creer que hacen». Ese perdón pasa por el silencio, y hay que estar dispuesto
el amor es eficaz para transformar el pecado y al pecador, que el a ello y a la sorpresa de que el perdón no sea aceptado, sino recha-
amor tiene poder, aunque la historia muchas veces haga dudar de zado, de que el pecador se vuelva con más saña hacia quien le
esa convicción. Es, por tanto, una convicción utópica, pero mante- ofrece el perdón. Pero pasa también por el gozo de la reconcilia-
nida a pesar de los fracasos. No es una convicción idealista porque ción, la alegría de que el hijo pródigo regrese a la casa paterna, la
admite conjuntamente la coacción para que el pecador deje de pro- comunión de los hijos de Dios.
228 } . Sobrino América Latina: lugar de pecado, lugar de perdón 229

El perdón al pecador reproduce el gesto de benignidad de Dios aunque lo que afirme sea verdadero, porque, si bien es cierto que
y muestra así una específica fe en Dios: fe en el Dios de la gracia, hay que amar al pecador, el pecado no sólo hay que odiarlo, sino
más tierno que una madre, y fe en el misterio de Dios, impotente erradicarlo, y eso objetivamente es un atentado contra el pecador.
también para transformar la libertad del pecador. Fe, en definitiva, La liberación de la opresión significa también destrucción del opre-
en el Dios de la alianza, tantas veces rota por los hombres, de la sor, en cuanto formalmente opresor; y aunque esta tarea sea deli-
cual el mismo Dios pudiera, antropomórficamente hablando, arre- cada y peligrosa, no puede ser abandonada por amor a los opri-
pentirse; pero alianza de Dios que es mantenida y cada vez ofrecida midos.
con mayor radicalidad como iniciativa gratuita, definitiva e irrevo- La espiritualidad del perdón debe integrar esta tensión de amor
cable. El perdón al pecador deja en claro la iniciativa salvadora de y destrucción, y eso sólo puede hacerse desde un gran amor, que
Dios, a la que nada —ni el pecado ni el pecado mantenido— puede comprende la destrucción del pecador como amor. Por amor hay
hacer cambiar: que Dios nos amó primero (1 Jn 4,11) cuando que estar dispuestos a la acogida del pecador, perdonándole, y hay
todavía éramos pecadores (Rom 5,8). En la historia real en que que estar dispuesto a imposibilitarle sus frutos deshumanizantes
vivimos, de muchas formas hay que hacer real la fe en ese Dios. para otros y para él mismo.
Pero para mostrar su absoluta gratuidad y para mostrar que se cree Esta espiritualidad no es otra que la de Jesús, quien ama a to-
en ella es insustituible la disponibilidad al perdón del pecador. dos y está dispuesto a perdonar a todos, pero de forma bien pre-
cisa. Jesús ama a los oprimidos estando con ellos y ama a los opre-
sores estando contra ellos: de esta forma, Jesús es para todos. Por
III. ESPIRITUALIDAD DEL PERDÓN amor a los oprimidos, Jesús dice crudamente su verdad a los opre-
sores, los denuncia, desenmascara, anatematiza y amenaza con la
Perdonar la realidad y perdonar al pecador son dos formas de última deshumanización. Pero en esto Jesús está también paradó-
un único amor, cada una de las cuales exige y propicia una determi- jicamente en favor de los opresores. Es la forma paradójica del
nada espiritualidad. Hay que mencionar además, cosa que todavía amor, de ofrecerles salvación destruyéndolos como pecadores. Que
no se ha hecho, la disponibilidad al perdón en la vida cotidiana. el amor de Jesús es perdonador hacia la persona del opresor lo
Esto significa que la espiritualidad total del perdón es una espiri- muestra patéticamente su grito de perdón en la cruz. Que ese amor
tualidad compleja que debe integrar varios aspectos, los cuales his- quiere ser en verdad re-creador lo muestra la escena del convertido
tóricamente están en tensión: 1) en el nivel estructural, la relación Zaqueo. Éste no es sólo acogido por Jesús y así perdonado, sino
entre la erradicación del pecado y el perdón al pecador; 2) en la liberado de su ser opresor y así salvado.
vida cotidiana, el perdón de las ofensas y su relación con el gran Mons. Romero ejemplificó cabalmente esta espiritualidad en
perdón estructural. La espiritualidad del perdón debe tener en tensión. Deseaba el bien de los opresores, los acogió personalmente
cuenta todos estos aspectos y, sobre todo, integrarlos unificada- cuando por cualquier motivo se acercaron a él, los perdonó en su
mente, lo cual es cosa del espíritu, para que el énfasis en un aspecto muerte; pero antes que nada deseaba que dejasen de ser opresores.
no haga desaparecer el otro. Por ello los denunciaba y exhortaba en nombre de Dios a que deja-
sen los caminos de la opresión y de la represión; los amenazó in-
1. En el nivel estructural, la mayor tensión consiste en man- cluso proféticamente con las palabras del cardenal Montini: «Quí-
tener la ineludible tarea de erradicar el pecado —históricamente, la tense los anillos para que no les vayan a quitar la mano». En todo
tarea de la liberación— y perdonar al pecador. Una conocida solu- esto sólo le movía el amor: que los opresores dejaran de serlo,
ción a esta tensión está en la antigua sentencia «odiar el pecado y por el bien de los oprimidos y por el bien de ellos mismos.
amar al pecador». Pero esta solución no es suficientemente radical, La importancia del perdón personal no debe, por tanto, llevar
230 J. Sobrino América Latina: lugar de pecado, lugar de perdón 231

a ignorar la urgencia de la erradicación del pecado. Pero ésta tam- sión estructural ha ayudado a descubrir las opresiones típicas den-
poco debe hacer olvidar la importancia del perdón, precisamente tro de las comunidades: el machismo, el autoritarismo de sus líde-
para que la erradicación del pecado se lleve a cabo de forma más res, el desentenderse de las responsabilidades, el egoísmo y ansia
cristiana y eficaz. de dominación. Varias veces reconocen con sencillez: «Nosotros
Los movimientos de liberación —formas históricas de erradica- hemos actuado en pequeño como los grandes opresores».
ción del pecado— son necesarios, justos y buenos; pero siguen Esto les ha ayudado a redescubrir la esencia del pecado comu-
siendo creaturales, limitados, por tanto, y proclives también a la nitario: las pequeñas muertes dentro de la comunidad, lo que di-
pecaminosidad. Ir más allá de sus limitaciones y minimizar sus vide y enfrenta a sus miembros, lo que aleja el reino de la frater-
subproductos negativos es cosa de espíritu. En este contexto de la nidad. Pero les ha ayudado también a redescubrir la esencia y fina-
liberación, un signo importante del espíritu que potencia y sana es lidad del perdón. Sin la acogida del perdón no se puede transmitir
el perdón al pecador. Ese perdón, en cuanto amor gratuito, es una el amor de Dios: «El Señor siempre dijo que algunas ovejas se le
importante forma de mantener lo que está en el origen de los mo- fueron, pero él las siguió por el camino y los lodazales y no paró
vimientos de liberación: el amor, y no el resentimiento o la ven- hasta encontrarlas». Y sin perdón no puede haber reconciliación,
ganza, y de mantener la finalidad de la liberación: una sociedad no puede haber comunidad, no puede haber reino de Dios: «Sabe-
justa y fraterna para todos. Los perdones que se otorgan dentro mos que si don Fonso y don Toño no se hacen la paz con el com-
de los procesos de liberación tienen un valor y una fuerza simbó- padre Chepe, también la comunidad se dividirá y así no podremos
lica mayores que lo que son en concreto. Son también momentos darnos unos a otros».
sacramentales que evocan el origen, provocan hacia una meta y Lo estructural les ha ayudado a comprender lo comunitario,
ponen, en el proceso, profundos signos de humanización, tan ame- pero lo comunitario les ha ayudado también a entender lo estruc-
nazada ésta siempre que se da una lucha aunque sea justa. tural. Estas comunidades cristianas que sienten el pecado en sí mis-
El perdón del pecador es también un recordatorio —para los mas y saben perdonar son las que más se comprometen en la erra-
creyentes, ciertamente— del propio pecado y del perdón recibido dicación del pecado de la sociedad, las que más dispuestas están
por Dios. El agraciar a otro con el perdón es el recordatorio del al gran perdón, al perdón de los que han asesinado a innumerables
propio haber sido agraciados. Y esta sencilla pero profunda expe- miembros suyos. Las comunidades que más buscan la reconciliación
riencia es sumamente importante para que no se introduzca la interna son las más dispuestas a la reconciliación social, las que más
hybris en los procesos de liberación, para «hacer la revolución trabajan —en la actual coyuntura de El Salvador— por el diálogo,
como un perdonado», en palabras de J. I. González Faus, para las que más se alegran con los pequeños gestos de reconciliación,
recordar que llevamos el amor liberador en vasos de barro. Esta intercambio o entrega de prisioneros.
experiencia puede sanar la tendencia a todo autoritarismo, dogma- El perdón en las comunidades recalca —por la cercanía en que
tismo, sobreaplicación del poder, históricamente inherentes a los viven sus miembros y lo inmediato de las ofensas— que la espiri-
movimientos de liberación. tualidad del perdón es comunitaria, que, aunque perdone el ofen-
dido en concreto, es toda la comunidad la que perdona o debiera
2. La espiritualidad del perdón tiene que ejercitarse en el ni- perdonar, y que se perdona para la edificación de la comunidad.
vel estructural descrito, pero también en la vida cotidiana, donde Recalca también —pues en las comunidades todos son más cons-
la ofensa es más inmediata y el perdón más cálido. Ambas cosas se cientes de sus propios pecados— que todos necesitan ser perdona-
relacionan. En las comunidades cristianas el redescubrimiento del dos y que todos son perdonados por Dios. El perdón al otro se ve
gran pecado y del gran perdón estructurales ha ayudado eficazmen- sanado de la posibilidad de convertirse en gesto prometeico de
te a redescubrir su propio mundo de pecado y de perdón. La opre- superioridad última; es más bien responder con perdón al perdón
232 J. Sobrino América Latina: lugar de pecado, lugar de perdón 233

otorgado a uno mismo, agraciar a otros sabiéndose agraciado uno por ello, son los que pueden perdonar e, históricamente, los únicos
mismo. que pueden perdonar el pecado del mundo.
Lo dicho sobre el perdón en América Latina no sólo debe con-
3. La espiritualidad total del perdón, en su tensión y comple- mover o admirar, sino que debe hacer conciencia del propio pecado
jidad, es una manifestación de la espiritualidad de la liberación, de del Primer Mundo y moverlo a la conversión. K. Rahner dijo que
los hombres y mujeres espirituales descritos por G. Gutiérrez como sólo el que se sabe perdonado se sabe pecador. La tragedia del Ter-
los «libres para amar». Perdonar es liberar, amar a los oprimidos cer Mundo debería bastar por sí sola para generar esa conciencia
por una realidad empecatada, y, por ello, liberarla; amar a los opre- de pecado; pero si no la genera y si ni siquiera el perdón ofrecido
sores y, por ello, estar dispuestos a acogerlos y a destruirlos en por pueblos crucificados la genera, entonces se puede preguntar qué
cuanto opresores. Pero perdonan los liberados de sí mismos, los convertirá al Primer Mundo.
que han experimentado gracia y perdón de los hermanos y de Dios. Terminemos diciéndolo en positivo. Si los pueblos crucificados
Liberar a otros exige hombres liberados, y los hombres liberados hacen descubrir el pecado del mundo, si estos pueblos están dis-
de sí mismos son los que mejor pueden liberar a otros. El perdón, puestos a ofrecer el perdón y a acoger al mundo pecador para hu-
en cuanto amor eficaz y gratuito, expresa esa espiritualidad. manizarlo en su conciencia desgarrada, si invitan a todos a luchar
Monseñor Romero captó muy bien que el perdón es amor y dis- contra el pecado objetivo para humanizar a la realidad, si ese des-
tintas formas de amor que deben ser mantenidas. Hay que defen- cubrimiento, esa acogida y esa invitación es aceptada, entonces es
der a los oprimidos y perdonar la realidad; por eso dijo: «Es nece- posible la reconciliación, la solidaridad y el futuro del reino de
sario ir a la base de las transformaciones sociales de nuestra socie- Dios en la historia. Y esto es, en último término, lo que está en
dad. Si queremos que cese la violencia y que cese todo malestar, juego para la humanidad actual en la espiritualidad del perdón.
hay que ir a la raíz. Y la raíz está aquí: en la injusticia social»
(30 septiembre 1979). Hay que perdonar al pecador, y por eso J. SOBRINO
dijo: «Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y
bendigo a quienes lo hagan» (marzo 1980). Hay que reconocerse
como pecadores y necesitados de perdón, y por eso dijo: «Cada uno
de ustedes, así como yo, podemos ver en la parábola del hijo pró-
digo nuestra propia historia» (16 marzo 1980). Hay que mantener
y poner a producir como horizonte último del perdón la utopía de
la reconciliación, y por eso dijo: «Sobre todo y por encima de todo
está la palabra de Dios, que nos ha gritado hoy: ¡Reconciliación!»
(16 marzo 1980).

4. América Latina es lugar de pecado, pero también lugar de


perdón; abunda el pecado, pero sobreabunda la gracia. Digamos,
para terminar, que el pecado y el perdón en América Latina no
pueden ser cosa sólo de y para latinoamericanos, sino de todos y
para todos. Juan Pablo II ha dicho que en el día del juicio los pue-
blos del Tercer Mundo juzgarán al Primer Mundo. Lo que hay que
añadir es que ya ahora cargan con el pecado de todo el mundo y,
«ASI COMO NOSOTROS PERDONAMOS»

EL PERDÓN ENTRE LOS HOMBRES


EN LA DOCTRINA DE JESÚS

Un lector indio que repasara las páginas del Nuevo Testamento


con la intención de captar el tono específico de su espiritualidad se
sentiría sorprendido, a mi entender, por dos rasgos de su doctrina.
Le impresionarían su continua insistencia en la necesidad de pre-
ocuparnos por nuestros semejantes y sus frecuentes llamadas al per-
dón. Ninguna de las dos cosas le resultaría del todo nueva. Cier-
tamente, la compasión por todos los seres humanos e incluso por
toda la creación —sarvabhütahite ratáh, la «apasionada complacen-
cia en el bienestar de todos los seres», según la maravillosa formu-
lación del Bhagavad Gita (V, 25; XII, 4)— es una de las caracte-
rísticas del ser plenamente liberado tanto en la tradición hinduista
como en la budista. Por lo demás, en ningún otro lugar he encon-
trado que se inculque la lección del perdón con tanta energía como
en el relato budista del Dighávu, el príncipe de Kosala, que, cuan-
do tuvo en sus manos al asesino de toda su familia y usurpador de
su reino, le perdonó la vida, recordando el consejo de su padre,
moribundo: «No mires lejos (es decir, no permitas que tu odio dure
demasiado), no mires cerca (no te apresures a regañar con tus
amigos), pues el odio no se aplaca con el odio; el odio sólo se miti-
ga con el no odio» (Mahavagga X, ii, 3-20)'.
Pero el lector indio identificará en principio la compasión activa
y el perdón como los dos polos, negativo y positivo, del dharma de
Jesús, de esa compleja mezcla de visión del mundo y valores, de
creencias y preceptos que «mantiene unidos» a los discípulos de
Jesús y hace que se integren en una comunidad visible. En efecto,
si bien no se trata de actitudes específicamente cristianas, la impor-
tancia que se les atribuye en la doctrina de Jesús, así como las for-
mas concretas que asumen en el Nuevo Testamento, les confieren
una específica significación cristiana.

1
Citado en P. Carus, The Cospel of Buddha (Nueva Delhi 1969) 85-88.
236 G. Soares-Prabhu «Así como nosotros perdonamos» 237

La preocupación activa, que se expresa no sólo en las actitu- experiencia de Dios como de un padre que cuida de ellos con un
des espirituales de paciencia, tolerancia, aceptación y benevolencia amor incondicional, que todo lo perdona (Mt 6,25-34; Le 15,
(1 Cor 13,1-50), sino en las formas concretas del remedio de las 11-31). Las dos peticiones referidas a Dios que siguen a la invoca-
necesidades materiales del «prójimo» (Mt 25,31-46; 1 Jn 3,17; ción responden a la preocupación suprema de Jesús, el reino de
Sant 1,27), aparece en el Nuevo Testamento como la norma supre- Dios, pues el nombre divino es santificado cuando y en la medida
ma déla existencia cristiana (Me 12,28-34; Rom 13,7; Gal 5,14; en que adviene el reino. Luego vienen dos peticiones referidas a los
Jn 13,33; 1 Jn 3,23; 2 Jn 5; Sant 2,8), a la vez que se proponen hombres, en que se especifican dos aspectos complementarios del
el perdón a los que nos han ofendido (Me 11,25; Mt 6,14-15) y la reino, la demanda del pan de vida y del perdón escatológico. La
reconciliación con aquellos a los que hemos ofendido (Mt 5,23-24), petición final nos recuerda la situación precaria y conflictiva en que
como requisito indispensable para la plegaria y el culto cristianos. oramos, pues nuestra existencia como discípulos de Jesús se des-
arrolla en un mundo violento, codicioso, minado por el ansia de po-
der, que genera hambre y desprecia el perdón, que trata incansable-
mente de extraviarnos o ncípresiona para que nos apartemos de los
I. EL PERDÓN EN LA ORACIÓN DEL SEÑOR
valores que inspiran nuestra plegaria.
No es de extrañar, por tanto, que la preocupación activa por Las dos peticiones referentes al pan y al perdón están íntima-
las necesidades del prójimo y el perdón de quienes nos han ofen- mente unidas. Asumen los dos aspectos complementarios del dhar-
dido figuren de manera tan destacada en la oración del Señor (Mt ma de Jesús (la preocupación eficaz por el prójimo y la reconcilia-
6,9-13; Le 11,2-4), la plegaria que Jesús enseñó a sus discípulos ción) a que antes nos hemos referido. En efecto, la demanda del
como modelo de oración, que habría de expresar su identidad carac- pan simboliza concretamente nuestra preocupación activa por nues-
terística como comunidad escatológica de salvación (Le 11,1). Esta tros hermanos y hermanas, mientras que la petición de perdón ex-
plegaria, por tanto, nos ofrece un breve y a la vez lúcido compen- presa que estamos dispuestos a reconciliarnos con ellos. Ciertamen-
dio del dharma de Jesús. En su forma original, tal como ha sido te, el «pan de mañana» (arton epiousion) que pedimos no es pre-
reconstruida por Joachim Jeremías, la plegaria sería probablemente cisamente el pan material, sino el «pan de vida», es decir, el don
como sigue 2: de la salvación escatológica. Pero ahí se incluye también el «pan de
cada día» que necesitamos como sustento, aquí y ahora, de nuestra
¡Abba! vida. En efecto, la escatología bíblica no es tan sólo espiritual y
Santificado sea tu nombre, ultramundana; por el contrario, no niega la historia, sino que le da
que venga tu reino; cumplimiento. Y porque el reino no consiste precisamente en un
nuestro pan de mañana, dánoslo hoy; reparto paternalista de beneficios (pues Dios es un padre nutricio,
perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos pero no indulgente), sino que es al mismo tiempo don y responsa-
a nuestros deudores, bilidad, pedir nuestro pan es a la vez comprometernos a compartir-
y no permitas que nos separemos de ti. lo y a trabajar para que tengan pan todos los que carecen de él.
Del mismo modo, pedir el don escatológico del perdón de Dios es
La invocación inicial de la plegaria (¡Abba!) evoca la expe- tanto como comprometernos a perdonar a los que nos han ofen-
riencia específica, única, que Jesús tiene de Dios (fundamento de dido.
su dharma), que él comunica a sus discípulos (Mt 11,25-27), para
que no se limiten a nombrarle o conceptualizarle, sino que tengan La promesa de perdonar a los que nos han ofendido llama la
atención por constituir, en la oración del Señor, la única referencia
1
J. Jeremías, The Prayers of ]esus (Londres 1967) 82-107. a la actividad humana, lo cual, evidentemente, viene a subrayar con
238 G. Soares-Prabhu «Así como nosotros perdonamos» 239

fuerza el significado del perdón en el dharma de Jesús. Es claro que ser perdonado se afirma incluso con mayor energía que en Marcos:
la capacidad de perdonar no es una más dentro del repertorio de «Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre
cualidades deseables en un discípulo de Jesús que nos traza el Nue- del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás,
vo Testamento. Se trata más bien de una dimensión absolutamente tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas» (Mt 6,14-15).
necesaria de la existencia cristiana, y precisamente en su aspecto La carta a los Colosenses, sin embargo, invierte los términos y
de existencia escatológica en la comunidad del final de los tiempos. hace de nuestro perdón no una condición, sino una consecuencia del
En efecto, sin esa disposición a perdonar (y a ser perdonado) no perdón que Jesús nos ha otorgado, pues su perdón ha de servirnos
puede existir una comunidad escatológica. El perdón escatológico de modelo: «El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo»
de Dios, al igual que su amor providente, se hace eficaz al instau- (Col 3,13).
rar una comunidad de perdón, que sólo es posible cuando quienes
experimentan ese perdón se hacen capaces de perdonar. No puede 1. Perdón humano y perdón divino
haber un «pan de vida» a menos que haya también perdón.
¿Qué relación hay, por tanto, entre el perdón humano y el per-
dón divino? Las formulaciones del Nuevo Testamento, más bien
II. DIMENSIÓN RELIGIOSA DEL PERDÓN confusas y conflictivas a primera vista, y que no deben tomarse
excesivamente al pie de la letra, pues no se trata, desde el punto
La disposición a perdonar que nos exige la oración del Señor, de vista teológico, de asertos técnicos, indican, a mi parecer, que
por consiguiente, no es un rasgo positivo de la personalidad o una se da una relación de interdependencia dialéctica basada en el per-
inclinación psicológica adquirida. Es ante todo una actitud religio- dón ilimitado de Dios. Todo perdón, como todo amor, del que el
sa, enraizada en el núcleo de la experiencia cristiana de un Dios primero es una forma particular, tiene su origen en Dios, que es el
que perdona absolutamente, y de ahí que el Nuevo Testamento primero en amarnos y perdonarnos (1 Jn 4,7.21; Le 7,47; Mt 18,
refiera constantemente nuestro perdón al perdón de Dios. Esta re- 23-35). Cuando amamos (y perdonamos) a nuestros prójimos, en
lación se formula de diversos modos y en expresiones que podrían nosotros se hace perfecto el amor (y el perdón) de Dios (1 Jn 4,
parecer contradictorias. Marcos aparenta hacer de nuestro perdón 12). Esto quiere decir que nuestra experiencia del perdón amoroso
una condición previa para el perdón de Dios al exhortarnos: de Dios se intensifica y aumenta nuestra capacidad para amar y per-
«Cuando oréis, perdonad cuanto tengáis que perdonar, a fin de que donar. Si nos negamos a perdonar a nuestro prójimo, dejaremos de
(hiña) vuestro Padre del cielo os perdone vuestras transgresiones» experimentar el perdón de Dios, no porque Dios deje en algún mo-
(Me 11,25). La versión de la oración del Señor, según Lucas, su- mento de amar y perdonar (no podría hacerlo, puesto que es amor
giere esto mismo, con expresión algo más matizada: «Perdónanos que perdona), sino a causa de nuestra incapacidad para responder
nuestros pecados, que también nosotros (kai gar autoi) perdona- a su perdón perdonando a nuestro prójimo, que nos cierra a su
mos a todo deudor nuestro» (Le 11,4). Mateo formula esta petición perdón y a su amor. El sol brilla siempre, pues no puede sino bri-
de la plegaria de modo aún más suave: «Y perdónanos nuestras llar. Somos nosotros los que nos ocultamos del calor de sus rayos
deudas, que (hos) también nosotros perdonamos a nuestros deu- o cerramos los ojos a su luz.
dores» (Mt 6,12). Nuestro perdón no es ya una condición para Perdonar al prójimo como respuesta apropiada a nuestra expe-
merecer el perdón de Dios, sino un paradigma o más bien un acto riencia del perdón de Dios, por consiguiente, es la puesta en acción
concomitante del mismo. Pero en el comentario que sigue inme- de una espiral de perdón. El perdón humano, que se origina en la
diatamente a la plegaria, Mateo destaca esta petición del perdón experiencia del amor divino que perdona, se nutre de esa misma
y la formula de nuevo de modo que la necesidad de perdonar para experiencia y crea nuevas posibilidades para el perdón. El perdón
240 G. Soares-Prabhu «Así como nosotros perdonamos» 241
humano es, por consiguiente, una consecuencia de que somos per- 14-15); buscamos reconciliarnos con Dios sólo cuando nos hemos
donados por Dios y una condición para que Dios nos perdone; esto reconciliado con los que nos han ofendido (Mt 5,23-24).
en un segundo nivel. De ahí que las formulaciones del Nuevo Tes- En el Nuevo Testamento, por consiguiente, el perdón se entien-
tamento puedan parecer a primera vista contradictorias y confusas. de a la vez como la disposición a perdonar a quienes nos han ofen-
Describen momentos distintos del ciclo del perdón, segmentos dife- dido y a pedir perdón a aquellos a los que hemos ofendido. Las
rentes de aquella espiral. dos cosas son precisas para que nuestro perdón sea genuino y no
degenere en una típica manifestación religiosa de autocomplacencia
condescendiente. En efecto, aprendemos a perdonar de manera ge-
2. Perdonar y ser perdonado
nuina, no forzada, únicamente cuando, reconociendo nuestra condi-
Del Nuevo Testamento se desprende con claridad, por consi- ción pecadora, aceptamos experimentar el perdón de Dios al pedir
guiente, que perdonar a nuestros hermanos y hermanas no puede y aceptar el perdón de nuestros hermanos y hermanas. La incapaci-
ser resultado de un esfuerzo denodado que podríamos emprender dad para aceptar el perdón indica una incapacidad para perdonar.
con la esperanza de ganarnos el perdón de Dios o por miedo a per- Dicho en términos psicológicos, perdonamos a los demás sólo cuan-
derlo. Será siempre resultado de la experiencia del perdón libre y do hemos aprendido a perdonarnos a nosotros mismos.
gratuito de Dios. Sólo quien ha experimentado el perdón puede
perdonar realmente, del mismo modo que sólo quien ha experimen-
tado el amor puede amar de verdad (Le 7,36-50). III. DIMENSIÓN PSICOLÓGICA DEL PERDÓN
Ser perdonado, por consiguiente, es la condición previa para
perdonar. El mandato de Jesús en el sentido de que el perdón debe Perdonarnos a nosotros mismos, de modo que seamos capaces
preceder a la oración (Me 11,25) se equilibra con su instrucción de de perdonar a los demás, consiste en renunciar a juzgarnos a nos-
que el acto de culto, por muy solemne que sea, debe interrumpirse otros mismos y juzgar a los demás. El perdón, en efecto, se equi-
tan pronto como se interfiere el recuerdo de un conflicto aún no para a la renuncia a juzgar en una notable colección de sentencias,
resuelto (Mt 5,23-24). No deja de llamar la atención esta norma de que ocupan un lugar capital en el Sermón de la Llanura de Lucas
Jesús. Presentar una ofrenda ante el altar es un acto de culto de (Le 6,36-38):
especial solemnidad. A pesar de ello, Jesús nos dice que se ha de
interrumpir inmediatamente, en el momento mismo en que recor- Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.
damos que hemos ofendido a un hermano o a una hermana, y ello Además, no juzguéis y no os juzgarán;
incluso en el caso de que esa ofensa, tan casual e inoportunamente no condenéis y no os condenarán;
perdonad y os perdonarán;
recordada, no revista especial gravedad 3 . Una vez más volvemos al
dad y os darán...
fundamento mismo del dharma de Jesús, en que la relación con
Dios pasa normalmente a través de las relaciones con nuestros
semejantes. La historia es el ámbito del encuentro de la humanidad En este pasaje tenemos una formulación desacostumbradamente
con Dios. Amamos a Dios amando a nuestro prójimo (Me 12, incisiva del imperativo cristiano («sed compasivos [oiktirmon]
28-34); experimentamos el perdón de Dios en cuanto que perdona- como vuestro Padre es compasivo»), desarrollada concretamente en
mos a nuestros hermanos y hermanas que nos han ofendido (Mt 6, cuatro sentencias formalmente similares. Cada una de ellas ha sido
construida a modo de «sentencia de ley sagrada», es decir, como
una forma de la divina lex talionis en que el comportamiento hu-
3
E. Lohmeyer, Das Evangelium des Matthaus (Gotinga 1962) 122-123. mano en el presente queda sancionado por la correspondiente ac-
16
242 G. Soares-Prabhu «Así como nosotros perdonamos» 24}

ción divina (nótese el pasivo teológico) en el futuro escatológico4. y atreverse a lanzar la primera piedra (Jn 8,2-11)5. No nos atre-
Un par de prohibiciones paralelas («no juzguéis», «no condenéis») veremos a quitar la paja del ojo de nuestro hermano, pues todos
se equilibra con otro par de mandamientos («perdonad», «dad»), tenemos una viga en el nuestro (Mt 7,3-5).
que nos recuerdan las dos peticiones básicas referidas a nosotros (el
pan y el perdón) de la oración del Señor. El perdón se vincula así 2. No nos atrevemos a juzgar
con la negativa a condenar. porque no podemos ver dentro de los corazones
Pero nuestra negativa a condenar a los que nos han ofendido
1. No nos atrevemos a condenar forma parte, en última instancia, de una actitud integral y más pro-
porque todos somos pecadores funda que nos exige Jesús al invitarnos a no juzgar a nadie en ab-
soluto: «No juzguéis y no os juzgarán» (Mt 7,1) é . Se excluye así
¿Cómo alcanzar esa actitud de negativa a juzgar que conduce, a todo lo que sea juzgar a los demás, pues sólo Dios conoce el cora-
su vez, a la negativa a condenar? Es evidente que nos negaremos zón, que es el que determina la calidad ética de toda acción (Me 7,
a condenar a quienes nos han ofendido si caemos en la cuenta de 14-23).
que somos tan pecadores como ellos. La pecaminosidad general de
En una época que ya está advertida acerca de las motivaciones
todo el género humano, que nos hace a todos sin excepción deudo-
ocultas del comportamiento humano, tanto personal como social,
res de la gracia redentora de Dios, es un tema en el que insiste
por obra de los «grandes maestros de la sospecha», Nietzsche,
enérgicamente el Nuevo Testamento (Rom 5,12-21; 1 Jn 1,8-10).
Freud y Marx 7 , la lógica de la prohibición de Jesús salta a la vista,
Esta conciencia del pecado no es propiamente expresión de una
aunque su práctica resulte hoy tan difícil como siempre. Perdona-
idea pesimista de la naturaleza humana, sino consecuencia de una
mos porque no tenemos derecho a juzgar, y no tenemos derecho a
percepción extremadamente radical de lo que debe ser el compor-
juzgar porque no tenemos medio para mirar dentro del corazón.
tamiento humano. Jesús ha radicalizado las normas de la conducta
Ante la incertidumbre que resulta de esta carencia de visión de las
humana justa (el amor) de manera tal que ya resulta inviable cual-
motivaciones humanas, el amor hará que el discípulo de Jesús esté
quier pretensión de estar sin pecado. Así se nos inculca de modo
más dispuesto a justificar que a condenar. «Padre, perdónalos, que
impresionante en las dos primeras antítesis del Sermón de la Mon-
no saben lo que se hacen» (Le 23,34), dice Jesús de sus verdugos,
taña de Mateo (Mt 5,21-32). A diferencia de las tres siguientes
dando a sus discípulos un ejemplo de perdón que va más allá del
(Mt 5,33-48), éstas no desembocan en una prohibición o en un
mero no condenar y llega a una positiva rebaja de la culpa.
mandamiento. En vez de ello, cada una de ellas termina con la for-
mulación del principio de que la ira equivale al asesinato (Mt 5, Pero lo fundamental en la doctrina de Jesús es la prohibición
21-22) y de que la mirada lasciva es lo mismo que el adulterio absolutamente radical de juzgar a quien sea en el modo que sea.
(Mt 5,27-28). Pero si expresiones tan espontáneas de la agresividad Un lector indio apreciará esta actitud de manera especial, pues, en
humana y de la sexualidad como son la ira y la fascinación erótica su propia tradición, la conciencia de que no se debe juzgar a los
nos pueden conducir al nivel mismo de los asesinos y los adúlteros, demás es también el principio (y el fin) de la sabiduría y el núcleo
entonces es verdad que nadie puede pretender que está sin pecado 5
G. Theissen, The Firts Followers of Jesús (Londres 1978) 105-107.
6
Tal como lo demuestra su contexto en Mateo, esta sentencia se transmi-
4
Sobre las «sentencias de ley sagrada», cf. E. Kásemann, New Testament tió independientemente de las restantes con las que aparece unida en Le 6,
Questions Today (Londres 1969) 66-81. Nótese que Kásemann excluye explí- 37-38. Dado su radicalismo extremo, tiene todos los visos de ser auténtica
citamente la sentencia de Le 6,37-38 de la forma que tan brillantemente ha sentencia de Jesús; cf. H. Braun, Spátjüdisch-haretischer und frühchristlicber
descrito (ib'td., 99), pero no me parecen convincentes las razones que aduce Radikalismus II (Tubinga 1969) 92-93.
7
para ello. P. Ricoeur, The Conflict of Interpretations (Evanston 1974) 148.
244 G. Soares-Prabhu «Así como nosotros perdonamos» 245

esencial de todo perdón. «Si quiero entender algo —escribe Krish- sinópticos, tiene la intención apologética de justificar la autoridad
namurti— deberé observar, deberé no criticar, deberé no conde- de Jesús y de su comunidad para perdonar los pecados, basada en
nar, no me esforzaré por ello como si se tratara de un placer, no lo el poder de curar que tiene Jesús. Pero se trata claramente de un
evitaré como si se tratara de algo ingrato. Simplemente habrá la significado secundario impuesto al relato original de milagro (Me 2,
silenciosa (es decir, carente de juicio) observación de un hecho» 8 . 1-5.11-12) mediante la inserción de un diálogo de controversia (Me
«Enséñame a perdonar», pide el discípulo a su maestro en un an- 2,6-10) en el mismo. Sin embargo, no ha sido arbitraria la inser-
tiguo relato indio. Y sigue la respuesta: «Si no hubieras condenado, ción del diálogo, sino que probablemente tiene aquí el valor de
no tendrías necesidad de perdonar» 9. una amplificación explanatoria de una alusión al perdón de los pe-
cados que formaba parte del relato original de curación o que al
menos iba implícita en é l " . En efecto, por tratarse de signos del
IV. DIMENSIÓN POLÍTICA DEL PERDÓN
reino, «todas las curaciones de Jesús son símbolos [...] del perdón
de los pecados que devuelve a los hombres a la amistad con
Evitar cuanto signifique juzgar a las personas no puede equiva- Dios» a. La curación del paralítico, por consiguiente, tiene también
ler, por supuesto, a pasar por alto el mal que hacen. Perdonar a los la intención de manifestar visiblemente que ha sido perdonado.
Esto quiere decir que el perdón lleva a la curación.
pecadores no significa aprobar el pecado, tanto personal como so-
cial. En efecto, el perdón en el Nuevo Testamento no excusa ni Una lección semejante se desprende del relato de Simón el Fa-
tolera el mal, sino que lo vence (Rom 12,21). Al igual que el amor riseo y la pecadora (Le 7,36-50). El amor a Jesús que demuestra
a los enemigos (Le 6,34-35), que es otro de sus nombres, el perdón la pecadora es un signo de que «sus muchos pecados le han sido
es un acto absolutamente dinámico, hasta «agresivo» 10. No es algo perdonados» (Le 7,47). La experiencia de haber sido perdonada le
afectivo, sino efectivo. No sólo implica un cambio personal en da la fuerza de amar. El perdón la cambia. Simón, sin embargo, no
quien perdona, sino que conduce además a un cambio en la situa- experimenta ningún cambio por no acceder a experimentar el per-
ción del perdonado. dón. Se queda sin ser perdonado, y así tenía que ser, por tratarse
de alguien que juzga a los demás. El verdadero pecador es Simón
1. Perdón y arrepentimiento (que no se arrepiente ni es perdonado), no la mujer. La experien-
cia del perdón, por consiguiente, trae consigo la capacidad para
Así se expresa simbólicamente en el relato evangélico sobre la amar.
curación del paralítico de Cafarnaún (Me 2,1-12). Aquí, en efecto, También la vida de Zaqueo cambió radicalmente (Le 19,1-10)
el perdón de los pecados del paralítico («se te perdonan tus peca- en virtud de la experiencia del perdón que le aportó la aceptación
dos») se hace efectivamente visible a través de la curación de su de Jesús. «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los po-
parálisis («toma tu camilla y anda»). El perdón del paralítico lleva bres, y si a alguien le he sacado dinero se lo restituiré cuatro veces»
a su curación, y éste se convierte en manifestación visible de aquél. (Le 19,8). La experiencia del perdón le conduce a la penitencia
Cierto que este relato, tal como lo leemos ahora en los evangelios (metanoia).
El Nuevo Testamento, por lo mismo, postula una relación
8
J. Krishnamurti, The First and Last Freedom (Londres 1954) 179. dialéctica entre perdón y arrepentimiento (Le 24,47), en paralelo
9
El relato se recoge en un libro de próxima aparición cuyo autor es An- 11
thony de Mello, On Minute Wisdom; la publicación corre a cargo de la Guje- L. Goppelt, Theology of the New Testament I (Grand Rapids 1981)
rat Sahitya Prakash, Anand. 131-132.
10 12
L. Schottroff, Non-Violence and the Love of One's Enemies, en L. Schot- E. Schweizer, The Good News According to Mark (Richmond, Virginia
troff y otros, Essays on the Love Commandment (Filadelfia 1978) 9-32. 1970) 60.
G. Soares-Prabhu «Así como nosotros perdonamos» 247
246

con la dialéctica entre el perdón divino y el perdón humano de que lucionarios que surgen entre los «miserables de la tierra», median-
antes hemos hablado. El perdón genuino, aceptado genuinamente, te una interpretación partidista y edulcorante de las enseñanzas de
Jesús, pues sólo cuando los explotados descubren su fuerza al to-
lleva al arrepentimiento del perdonado, y esto, a su vez, fomenta y
mar conciencia de su dignidad de seres humanos, al experimentar
refuerza el acto original de perdonar. Si esta espiral del perdón
el vigor masivo de su solidaridad y al caer en la cuenta de que es-
entre los hombres se rompe, es que algo se ha torcido. Pudo ser
tán llamados a jugar un papel creador en la historia, sólo entonces
que nuestro perdón no fuera genuino o que la persona a quien va
estarán en posición de perdonar plena y auténticamente.
destinado el perdón no lo desea realmente.
Cuando ese perdón tenga por respuesta el arrepentimiento del
explotador, movido a conversión por las presiones de un amor fir-
2. Política del perdón
me y constante, que perdona y a la vez exige, empezará a funcionar
Importa mucho tener en cuenta lo dicho en situaciones de peca- la espiral del perdón. Ahí está la dinámica de la actitud adoptada
do estructural. Cuando aquellos que mantienen las ingentes estruc- por Gandhi (satyagraha: lucha activa y no violenta, fundada en la
turas de explotación, opresión y discriminación (racial y sexista), verdad), que es el método más consecuente y eficaz que jamás haya
que reducen un tercio de la humanidad a una miseria desesperada, sido elaborado para practicar esa política de perdón que va implí-
piden perdón al mismo tiempo que se niegan a entregar nada de cita en el evangelio. Ahí está, a mi modo de ver, la esperanza para
sus riquezas, privilegios y poderes, es obvio que se comportan de el futuro en un mundo cada día más violento y menos inclinado al
manera perversa. «¿Qué diremos —observa James Cone— a unas perdón. Pues sólo la espiral del perdón activo será capaz de romper
gentes que insisten en oprimirnos y que luego se sienten descon- la espiral de la violencia que desgarra nuestro mundo.
certadas cuando las rechazamos?» 13.
La respuesta estaría en el perdón activo y persistente que prac- G. SOARES-PRABHU
ticó y predicó el Mahatma Gandhi. Hablaba desde el seno de un [Traducción: J. VALIENTE MALLA]
pueblo explotado y en lucha, al que no exhortaba desde una posi-
ción cómoda y segura, desde la connivencia o desde fuera, y por
ello pesaban tanto sus palabras. La no violencia, que en su sentir
era un «perdón ilustrado», «no significa —decía Gandhi— una
mansa sumisión a la voluntad del malhechor, sino que requiere
resistir con toda el alma a la voluntad del tirano» 14.
Ese perdón activo, evidentemente, se practica mejor desde una
posición de fuerza que desde la debilidad. «Abstenerse (de la ven-
ganza) es perdonar —nos recuerda de nuevo Gandhi— cuando se
está en condiciones de castigar; no tiene sentido cuando pretende
proceder de una criatura indefensa. El ratón difícilmente perdonará
al gato cuando se deja devorar por él» 15. Es evidente, por tanto,
que no se fomentará el perdón emasculando los movimientos revo-
13
J. H. Cone, God of the Oppressed (Nueva York 1975) 226.
14
M. K. Gandhi, en «Young India» (11-8-1920), reogido en The Collected
Works of Mahatma Gandhi (Nueva Delhi 1965) 133.
15
lbíd., 131.
PERDONO, PERO NO OLVIDO

En mis años jóvenes imperaba en los Estados Unidos un aforismo


típicamente norteamericano: forgive and forget ( = «perdona y olvida»).
Yo entonces no cuestionaba el significado de la expresión; simplemente
asumía la equivalencia de los términos, y nada más. Con el pasar del
tiempo, me he dado cuenta de que «olvidar» ha sido siempre algo ver-
daderamente difícil. Me ha pasado muchas veces que cuanto más quería
olvidar, más se enconaba el .recuerdo de la ofensa. El pasado seguía
doliéndome. ¿No será que no había llegado a perdonar de veras, porque
no lograba olvidar completamente? A veces, mi incapacidad de olvido
acumulaba nuevas sensaciones de culpabilidad; me creía culpable de no
ser capaz de perdonar, porque realmente no había llegado a olvidar.
La primera vez que estuve en París fui a visitar el monumento a los
deportados, erigido en memoria de los franceses que sucumbieron en los
campos de concentración de la Alemania nazi. Al leer la inscripción eme
preside la puerta del monumento me sentí francamente horrorizado; allí
estaba escrito: «¡Perdonemos, pero no olvidemos jamás!» Era exacta-
mente lo contrario de lo que yo siempre había creído una actitud cris-
tiana. Mientras daba vueltas en mi cabeza a esa frase tan estremecedo-
ra, me vino a la mente la postura de Jesús. Él nunca nos exhortó a ol-
vidar, sino que centró su mensaje —de palabra y con su propia vida—
en que nos perdonásemos mutuamente. Pero ¿era posible perdonar sin
olvidar? De repente caí en la cuenta de que la verdadera actitud cris-
tiana, lo que realmente la convierte en virtud, consiste en perdonar,
precisamente mientras uno recuerda el agravio que se le ha infligido.
Sin embargo, si yo pudiera olvidar no tendría que perdonar; ni siquiera
habría lugar al perdón. Sólo en el caso de un vivo recuerdo de la ofen-
sa podría yo perdonar sinceramente y con toda el alma. Aquí es donde
radica la verdadera esencia del perdón. Porque perdonar no es olvidar,
sino liberarse de toda indignación interna, de todo tipo de resentimien-
to, del deseo de venganza que hierve en las fibras más íntimas de
mi ser.

I. EL OFENSOR COMO DUEÑO Y ARBITRO DE MI VIDA

En un mundo como el nuestro, invadido por el pecado, la confusión


y toda clase de perversiones, que se infiltran de la manera más sutil,
enmascaradas bajo forma de rectitud, de equidad, de ley y ordenamiento
250 V. Elizondo Perdono, pero no olvido 251
jurídico, etc., sigue siendo perfectamente válida la denuncia de la situa- yuga. Y Dios, ¿a qué espera?, ¿por qué no actúa?, ¿por qué no se apre-
ción de la humanidad, como la describe la carta a los Romanos, reco- sura a castigar al culpable?
giendo una colección de citas del Antiguo Testamento: «Ninguno es ¿Puede un judío olvidar el «holocausto» nazi? ¿Es posible que un
inocente, ni uno solo; no hay ninguno sensato, nadie que busque a japonés llegue a olvidarse de Nagasaki y de Hiroshima? ¿Puede un
Dios. Todos se extraviaron, igualmente obstinados; no hay uno solo prisionero de guerra olvidar los campos de concentración? ¿Puede olvi-
que obre bien, ni uno solo. Su garganta es un sepulcro abierto, mien- dar un indígena americano la invasión, la conquista, el genocidio y la
tras halagan con la lengua, con veneno de víboras en sus labios. Su boca dominación impuesta por los europeos? ¿Puede olvidar un negro de
está llena de maldiciones y fraudes, sus pies tienen prisa para derramar Norteamérica o de Sudamérica los siglos de esclavitud que sufrieron sus
sangre. Destrozos y ruinas jalonan sus caminos; no han descubierto el antepasados?
camino de la paz. El respeto a Dios no existe para ellos» (Rom 3,10-18). ¿Puede un hijo de alcohólicos olvidar las palizas que le propinaron
Y lo peor es que no se ve salida a esta situación, porque incluso nues- sus padres? ¿Puede olvidar un cónyuge la infidelidad del otro? ¿Se
tros esfuerzos por establecer la justicia y crear un clima de reconcilia- puede olvidar la traición de un amigo? ¿Podrá olvidar un alumno el
ción degeneran frecuentemente en una nueva actitud de violencia, con ridículo que le hizo pasar un profesor? ¿Podrá olvidar un obrero los
la que intentamos saldar cuentas pendientes o cerrar viejas heridas. El insultos degradantes de un capataz? Por mucho que queramos, nunca
criminal tiene que recibir su castigo; el crimen tiene que ser vengado. podremos anular el pasado. Lo que ha ocurrido ahí está. Tenemos que
Hay que recuperar el honor mancillado, aunque sea poniendo de rodi- cargar con ello y arreglárnoslas como podamos. No hay posibilidad de
llas al difamador. Parece que no se puede subsanar la violencia de un anularlo; nunca podremos borrarlo definitivamente.
crimen más que con otra violencia, la del castigo. Cuanto más profunda es la herida, más devastadoras son las conse-
Da la impresión que, en el ámbito de las relaciones humanas, el cuencias y mayor su influjo esclavizante. Hasta el punto de que uno
único modo de borrar una afrenta es devolver agravio por agravio. ¿Me llega a estallar, como el apóstol Pablo: «Realmente no comprendo mi
han hecho una ofensa? Pues no descansaré hasta que el culpable reciba proceder; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco»
su merecido. Pero lo curioso es que, aunque el ofensor sea castigado, no (Rom 7,15). Depresión, desasosiego, sensación de rabia, complejo de
por eso vuelve a restablecerse la armonía y la tranquilidad inicial. La culpabilidad; a eso se ve reducida mi existencia. Desahogarme con una
ofensa vive en el recuerdo y se convierte en una continua fuente de persona, cargarme de trabajo, tomarme unas vacaciones, descansar, me-
sobresaltos y desasosiego interno. Todavía siento el amargor de aquella dicamentos, terapia de grupo, etc., todo eso ayuda —no voy a negarlo—,
experiencia o, por lo menos, la decepción que me produjo. Todavía me pero da la impresión que nada de eso va a lograr restablecer mi libertad
embarga el resentimiento y la cólera. Y, a veces, la descargo inconscien- interna, ni acrecentar mi capacidad de aceptarme como soy, ni devol-
temente sobre los demás. verme la paz interior. ¿Tendré que resignarme a una vida de continua
zozobra, a una existencia dominada precisamente por la persona que me
El efecto más pernicioso de toda ofensa —casi siempre mucho más ultrajó?
destructivo que el propio acto en sí— es que arruina mi libertad de La mayor perversidad del pecado, su consecuencia más dramática, es
ser yo mismo, porque me encuentro involuntariamente dominado por que convierte a su víctima en pecador. El ofendido experimenta en lo
la rabia y el resquemor, una especie de veneno sutil que invade mis más visceral de su propio ser la inexorable necesidad de pagar con la
entrañas y llega poco a poco a apoderarse de mi subconsciente y a ate- misma moneda. El daño producido por el pecado no se puede reparar
nazar los recursos de mi existencia. Me encuentro irritable e insolente, más que arremetiendo contra el agresor; sólo que, en este caso, la ac-
intratable e incluso suspicaz. No me reconozco a mí mismo, y hasta ción contra el delincuente parece ser una exigencia de la justicia. El
empiezo a odiarme en lo más profundo de mi ser. Yo antes no era así; criminal tiene que ser castigado, tiene que recibir su merecido. Lo malo
pero me veo impotente para luchar contra esa sensación que me corroe es que, al vengar la ofensa, la víctima se convierte en ofensor, porque
por dentro. Detesto al culpable por lo que me ha hecho; pero cuanto responde a la violencia con una nueva violencia. De modo que la ini-
más le aborrezco, más le abro las puertas de mi interioridad y le hago quidad se multiplica. Un solo delito, al provocar una reacción de ven-
dueño y señor de mi existencia. La vida y la actuación de mi adversario ganza, incrementa la criminalidad, convirtiendo a la víctima en verdugo.
se han convertido en una fuerza avasalladora que me domina y me sub-
Lo trágico de esta situación es que cualquier clase de represalia no
252 V. Elizondo Perdono, pero no olvido 253
hace más que nutrir y acrecentar una continua espiral de violencia. Los bardía e incluso como fracaso. Hemos asimilado de tal manera los ejem-
arañazos que quedan en el corazón, el envilecimiento de la memoria, el plos de pasadas generaciones y hemos interiorizado tan profundamente
desequilibrio de lo más íntimo de la persona, son una especie de cán- la herencia recibida, que, en nuestra situación actual, el corazón huma-
cer psíquico, que va devorando la interioridad de la víctima, hasta no exige la represalia, convencido de que sólo así podrán subsanarse
transformarla en una personalidad abominable a sus propios ojos: quis- los perjuicios ocasionados.
quillosa, resentida, arisca; una personalidad presa de las más disparata- No es extraño que los judíos acusaran a Jesús de blasfemia cuando
das contradicciones internas, inclinada al embuste, a la agresividad, al perdonaba los pecados. Porque, según la razón humana, el perdón au-
recelo. «¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, instru- téntico e incondicional parece sobrepasar nuestras capacidades naturales
mento de muerte?» (Rom 7,24). En una perspectiva humana no se y ser más bien una de las exigencias más íntimas de la dignidad de la
vislumbra una salida de esta situación deplorable, causada por la in- persona. Perdonar significa borrar la ofensa. Perdonar equivale a ani-
comprensión mutua entre los hombres. quilar. Y como sólo Dios puede crear de la nada, Dios es el único capaz
Si nos dejamos llevar de nuestras propias inclinaciones y pagamos de destruir por completo una realidad existente. Por tanto, si, a excep-
agravio con agravio, bien pronto llegaremos a la autodestrucción; por- ción de Dios, nadie puede aniquilar la existencia, sólo Dios puede per-
que, aunque hayamos castigado al culpable, no podemos quitarnos de donar, en el sentido más estricto del término. Consiguientemente, en la
encima la maldición de un persistente recuerdo de la ofensa, que sigue esfera del comportamiento humano parece que la única manera de sua-
produciéndonos una sensación de rabia y de profundo resquemor. Si vizar la tortura interior producida por la ofensa es el castigo; pero el
he sido víctima de una afrenta, lo más probable es que nunca más vuel- castigo nunca tendrá valor de auténtica y completa rehabilitación.
va a recuperar plenamente la paz, el sosiego y la imperturbabilidad
anterior. Aunque la injuria haya quedado lavada, el cáncer del corazón
sigue vivo, devorando los recursos vitales de la víctima. Parece que ya II. EL ÚNICO VERDADERO DUEÑO Y SEÑOR DE LA VIDA
no vamos a ser capaces de recobrar nuestra verdadera personalidad.
Nos vemos abocados a una vida de eterna desgracia; es más —y esto sí Dios creó al ser humano. Somos hijos de Dios, nacidos de su pode-
que es trágico—, nuestro fracaso personal se transmitirá a las sucesivas rosa acción creadora y de su infinita bondad. Dentro de su enigmático
generaciones, porque esta clase de actitudes y actos de represalia entran designio, Dios nos creó débiles, limitados, imperfectos, pero dotados de
a formar parte del desarrollo histórico en el que se inserta el funcio- una bondad innata. Aunque nosotros hayamos deformado esa imagen
namiento de la naturaleza humana. Esta mentalidad imprime un sello y corrompido esa bondad, el infinito amor de Dios no nos abandona.
tan profundo en el desarrollo de nuestro comportamiento, que no sólo «Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único para que todo el
funciona como una especie de mecanismo natural, sino que parece in- que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Como
cluso una exigencia de la misma justicia divina '. una madre cuyo amor a su hijo enfermo se desborda precisamente por-
El desquite se ve como una reivindicación de la propia naturaleza, que la debilidad del niño requiere un mayor cuidado y una mayor pro-
mientras que la condescendencia se concibe como debilidad, como co- tección por parte de la madre, que no puede querer la muerte de su
hijo, sino su pleno y total restablecimiento, así —y mucho más— es
1
En adelante, a lo largo de todo este artículo, empleo el adjetivo «natu- Dios. La madre no ama la enfermedad, sino que se siente espontánea-
ral» no con referencia a la naturaleza humana, como entidad creada por Dios, mente más atraída hacia su hijo enfermo, porque la debilidad del niño
sino como esa realidad que, a fuerza de repetirse en los hábitos y en la tradi- requiere unos cuidados y una dedicación mucho mayor.
ción de innumerables generaciones, aparece y funciona como algo natural y
espontáneo. Sus raíces en nuestra interioridad son tan hondas que ese modo «¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo
de proceder es prácticamente carne de nuestra carne y hueso de nuestros hue- de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Is
sos. Como punto de referencia se puede indicar la moderna traducción de la 49,15). ¿Hay algo en el mundo que nos pueda dar una mejor compren-
Biblia, The Good News for Modern Man, que traduce la palabra griega sarx sión de la infinita solicitud y el inmenso cariño con que Dios procura
como «naturaleza» —o similar—, es decir, las tendencias de una humanidad el bienestar de sus hijos que el amor de una madre? Aunque su hijo
apartada de Dios, según se expresa en sus raciocinios, en sus juicios y en sus sea un verdadero degenerado, que haya cometido las mayores atrocida-
actuaciones. des y tenga que ser castigado por sus crímenes, la madre no puede que-
254 V. Elizondo Perdono, pero no olvido 255
rer la muerte de su hijo, sino más bien que se enmiende y recupere su y luchara contra la tentación como uno de tantos, pero manteniéndose
dignidad. Aunque su hijo haya llegado al colmo de la depravación, una obediente y fiel a los caminos del Padre, que son de misericordia, de
madre, que lo ha llevado en sus entrañas y que le ha mimado con el perdón y de amor incondicional. Sólo el amor puede engendrar vida.
mayor cariño, sabe, por encima de toda prueba jurídica, que su hijo es Por consiguiente, el mandato del Padre consistía en restaurar la natu-
esencialmente bueno. La madre conoce perfectamente la gravedad de los raleza humana por medio del dinamismo de un amor ilimitado, vivido
hechos, pero posee un conocimiento superior a todo raciocinio, una sabi- hasta sus últimas consecuencias. Esto es exactamente lo que hizo Jesús.
duría del corazón capaz de penetrar más allá de la evidencia de los Jesús se mantuvo obediente al Padre aun en aquella hora cruel en
cargos externos y reconocer la identidad más radical de ese hijo que se que su propio pueblo exigía su muerte. Su obediencia no vaciló ante
ha extraviado. «A pesar de todo, sé que mi hijo es bueno». Y la madre los gritos de la plebe, que pedía la liberación de un notorio asesino,
tiene razón; su hijo es bueno. Puede ser que el chico haya cometido las mientras que para él solicitaba la cruz; así, su propio silencio otorgaba
mayores vilezas, incluso crueldades inimaginables; pero ese muchacho «la libertad a los cautivos» (Le 23,18-25), como él mismo había anuncia-
es criatura de Dios y, por tanto, esencialmente bueno. A pesar de todas do al principio de su ministerio (Le 4,18). Aceptó con firme obediencia
las pruebas, aun las más concluyentes, que reclaman el peso de la ley, la soledad en que le dejaron sus amigos más íntimos cuando huyeron,
el corazón de una madre siempre tiene razón. Y si un padre o una ma- abandonándolo a su suerte. Y así se mantuvo hasta el final; obediente
dre pudieran ofrecer su vida para conseguir la rehabilitación de su hijo, hasta dejar su vida colgada de una cruz. Y mientras tanto, ni una mal-
no cabe la menor duda que llegarían hasta ese extremo. dición, ni una queja, ni una súplica para pedir justicia. Todos le habían
Pues bien, ésa es precisamente la imagen con la que la Biblia nos traicionado; pero él muere con una palabra de perdón. Le habían pues-
transmite su concepción de Dios. La misericordia de Dios, la compa- to a prueba; pero él sale victorioso, El pecado del hombre no había sido
sión que siente por una humanidad extraviada, se presenta, desde un capaz de forzarle a responder con otro pecado. Aun cuando todos se
extremo a otro de la Biblia, como la conmoción del seno de una madre. revolvían contra él y le ultrajaban, él se mantuvo firme en el amor a
La misericordia y el amor de Dios contrastan de tal manera con la sed sus perseguidores. Todos le insultaban; pero él no respondía con in-
de venganza y de castigo que caracterizan al ser humano, que llegan a sultos. No permitió que las injurias de sus enemigos quebrantaran su
parecemos una reacción que rompe todos los esquemas naturales; más sincero amor por ellos. Éste era el único modo de conjurar la maldi-
aún, me atrevería a decir que hasta nos parece injusta. Frente a unas ción que se había infiltrado sinuosamente en la historia humana y se
normas jurídicas establecidas por una humanidad pecadora, cuya justicia había convertido en la actitud más natural de las relaciones recíprocas:
devuelve mal por mal, es lógico que la justicia de Dios, que reacciona «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Le 23,34). De esta
ante el pecado con la inmensidad del perdón, nos parezca totalmente manera, sin el más mínimo titubeo, con absoluta confianza en Dios
injusta. Frente a la ley del talión, la justicia divina es una actitud abso- —«¡Padre, en tus manos dejo mi espíritu!» (Le 23,46)—, Jesús corona
lutamente irracional. Y es que llevamos esa ley de la represalia tan pro- una misión que, según todas las categorías humanas, terminaba en el
fundamente impresa en nuestro corazón de seres pecadores —todos he- más rotundo fracaso.
mos sido concebidos en la culpa, hemos nacido en el pecado y hemos Con sus parámetros de justicia, la humanidad había juzgado a Jesús,
desarrollado nuestra capacidad pecadora—, que lo más normal en una y le había condenado, sentenciado y ejecutado. Pero fue incapaz de
sociedad civilizada es seguir los dictámenes de esa ley. A nuestros ojos destruirle. El pecado puede matar, pero no puede aniquilar el poder de
de hombres injustos, la propia justicia de Dios nos parece una aniqui- un amor sin límites. Al renunciar a cualquier clase de resarcimiento
lación de la justicia. Y, en realidad, eso es precisamente lo que es: una por las ofensas inferidas, Jesús anula la maldición que pesaba sobre la
aniquilación de la «justicia» del injusto. humanidad —agravio por agravio, insulto por insulto, crimen por cri-
Como la sociedad humana, con sus propias leyes, no había hecho men— y que se había transformado en una oleada de calamidades, en
más que reproducir y propagar pecado, venganza, violencia y desquite, la que perecían juntos el ofensor y el ofendido, el individuo y la socie-
Dios no tenía otro remedio, para evitar la autodestrucción del ser hu- dad. Jesús no negó el pecado del hombre; lo que sí negó fue el poder
mano, que hacerse hombre él mismo y comenzar en su propia persona del pecado para dictar sus leyes y dominar la vida humana. Por su
una nueva creación, una nueva humanidad. Por eso Dios envió a su muerte en cruz, voluntariamente aceptada y sin la más mínima rebeldía,
único Hijo para que asumiera la condición humana y se hiciera carne Jesús rompe el conjuro e inaugura el único acceso a la vida auténtica.
Perdono, pero no olvido 257
256 V. Elizondo

Dios lo resucitó de entre los muertos, y ratificó su camino como el Ca- humana de exigir represalias, que nos llevará inexorablemente a conver-
mino —el único, el definitivo— para que la humanidad pudiera quedar tirnos en opresores, o nos atreveremos, de una vez, a creer en Jesús,
liberada de la muerte y abierta a la vida. Misericordia y perdón son el pava quedar liberados de nuestro propio egoísmo? (Rom 3,24-28). Sólo
único camino para acabar definitivamente con ese cáncer de pecado y esta conversión de nuestros caminos depravados —por naturales que
violencia que invade la sociedad humana. No hay otro camino. La san- nos parezcan— al camino de Jesús nos hará capaces de perdonar como
gre de Cristo limpia definitivamente nuestro veneno interior, que nos sólo Dios puede hacerlo, es decir, sin límites. Creer en Jesús quiere
exige responder al pecado con otro pecado. En Cristo se rompe el círcu- decir fiarse plenamente de él y aceptar sus caminos.
lo vicioso de una vida para la muerte y se abre la posibilidad de un Todos hemos pecado, pero la muerte expiatoria de Jesús ha sanado
nuevo comienzo. radicalmente las heridas de nuestra interioridad personal. Nuestra ruina
interna ha quedado restaurada en su relación con Dios, con los demás,
e incluso con nosotros mismos. Hemos recibido el perdón, sin mérito
alguno de nuestra parte; Pablo lo expresaba así: «Cuando aún estába-
III. DE LA ESCLAVITUD A LA LIBERTAD
mos sin fuerzas, entonces, en su momento, Cristo murió por los culpa-
bles» (Rom 5,6). Jesús entregó su vida, en vez de entregarse a castigar-
Desde una perspectiva puramente humana —ya lo decíamos en la
nos porque le habíamos ofendido. Mientras colgaba de la cruz, recor-
primera parte—, una vez que se ha producido la ofensa no hay modo
daba ciertamente nuestras ofensas; era precisamente nuestro pecado el
de escapar de la esclavitud a unos impulsos de venganza, que me llevan
que había exigido su crucifixión. Pero su ser más íntimo no cedió a los
a «hacer el mal, que es precisamente lo que no quiero hacer» (Rom
gritos de su carne, que clamaban venganza. Su libertad de espíritu esta-
7,19). Por más que trate de enmascarar esta actitud con unos conceptos
ba abierta al amor y proclamaba el perdón. La actitud de Jesús nos
tan altisonantes como justicia o equidad, no puedo eludir una exigen-
capacita ahora para seguir su propio ejemplo. «Por él, y mediante la fe,
cia interna de resarcimiento. Sin embargo, este viejo yo, condenado a
hemos tenido acceso a esta situación de gracia en la que nos encontra-
buscar represalias e incluso la muerte del agresor, ha quedado anulado:
mos» (Rom 5,2).
«El hombre que éramos antes fue crucificado con Cristo, para que se
destruyera el individuo pecador, y así no seamos más esclavos del peca- La postura de Jesús era simplemente absurda, a los ojos de una
do» (Rom 6,6). Jesús ha abolido la ley de «ofensa por ofensa» y ha humanidad anclada en sus instintos naturales de represalia y de vengan-
abierto a la persona humana, al mundo de las relaciones sociales y, en za. El hombre creía en su concepción de la justicia, convencido de que
definitiva, a la sociedad unos horizontes radicalmente nuevos. La autén- sus reivindicaciones coincidían con las exigencias de un Dios justo, que
tica base de las relaciones humanas no podrá ser ya la ofensa recíproca, parecía reclamar esa actuación, sancionando así el sistema de justicia
sino el amor; un amor capaz de rebasar los límites de la amargura inter- elaborado por la humanidad pecadora. De ahí la gran tragedia de Jesús.
na y de la rebeldía del corazón. Sus actos de perdón y su enseñanza de que debemos perdonarnos mu-
tuamente, como Dios nos perdona, fueron interpretados por las autori-
Si hemos necesitado leyes para contener y tratar de refrenar nues-
dades religiosas de la época como auténtica blasfemia e incluso como
tros impulsos malditos, que incluso parecían un desahogo natural, ahora
señal de que estaba poseído por el príncipe de los demonios (Me 3,22;
esa ley tiene que ser abolida por la práctica del amor, como única base
Jn 10,19-30); su propia familia pensaba que había perdido el juicio
de nuestro sistema de relaciones. Ya lo decía san Agustín: «Ama, y haz
(Me 3,21); y el pueblo llegó a escandalizarse de su doctrina (Me 6,3).
lo que quieras». La ley sólo es necesaria donde reina el pecado y el
Pues bien, ¿no es verdad que, incluso ahora, la mayoría de la gente, y
desafuero; pero donde impera el amor, toda ley no es sólo superflua,
hasta muchos cristianos convencidos y autoridades eclesiásticas, expe-
sino hasta ridicula. Como la ley sirvió para frenar los estragos de la
rimentan la misma reacción y todavía piensan que Jesús es demasiado
destructividad humana, la gracia abre ahora perspectivas insospechadas
exigente? La absolución sacramental es una realidad cotidiana en la vida
para el espíritu del hombre.
de la Iglesia; pero los propios ministros de la reconciliación, ¿han lle-
El perdón sincero y absoluto sigue pareciéndonos una utopía, por- gado a aceptar plenamente y con todas sus consecuencias que el peni-
que aún estamos obsesionados por el recuerdo de la ofensa, que nos tente ha quedado reconciliado con Dios y con la comunidad en su ser
incita a exigir el desquite. Por eso, se impone la pregunta verdadera- más íntimo, y que la culpa ha sido radicalmente borrada? Todavía nos
mente trascendental: ¿vamos a continuar en nuestra actitud puramente
17
258 V. Elizondo Perdono, pero no olvido 259

resulta mucho más cómodo fiarnos de nuestros principios humanos an- de Dios, que no conoce límites de espacio ni fronteras de raza o con-
tes que creer verdaderamente en }esús. dición humana. Acosado por la persecución, maltratado, encarcelado,
Creer en una persona no consiste simplemente en aceptar su criterio insultado, Pablo no cesa de proclamar el amor de Dios, siempre abierto
cuando nos falta la evidencia o la seguridad de nuestras convicciones. a la misericordia y al perdón. Y Esteban muere, como Jesús, con una
La fe no supone desconocimiento, sino todo lo contrario. Sólo cuando súplica de perdón para sus verdugos. Y los primeros mártires del cris-
conocemos profundamente a alguien y nos fiamos de sus cualidades tianismo afrontan la muerte sin un grito de indignación, sin pretender
podemos creer en esa persona. Por ejemplo, si yo tengo un médico al justicia, sino con himnos de alabanza al Dios de la vida. Amanece una
que conozco bien y cuya competencia me ofrece toda clase de garantías, nueva era de paz. No hierve un frenesí vengativo; no se oye el grito
no tendré la más mínima dificultad en ponerme en sus manos y seguir del instinto que pide justicia. Ni el insulto, ni el ultraje, ni la misma
fielmente todas sus prescripciones para recobrar mi salud. Puede ser muerte pueden destruir esa nueva naturaleza. Anteriormente, presa de
que su diagnóstico me resulte extraño y hasta absurdo; pero como sé nuestros instintos, no necesitábamos la muerte para experimentar la des-
que es un especialista, y me fío de sus conocimientos, hago tranquila- trucción de nuestro propio ser; nos mataba nuestro malestar, nos corroía
mente lo que me manda. Es decir, tengo je en mi médico. visceralmente la cólera, la insatisfacción, la tortura, el desencanto, la
desazón. Estábamos condenados a vivir nuestra muerte. Ahora es todo
Creer en Jesús es el principio de nuestra rehabilitación. La fe en
lo contrario. No hay nada que pueda destruir la paz interna y la tran-
Jesús nos libra de las asechanzas de muerte que surgen a cada paso.
quilidad de espíritu; el corazón de piedra se ha transformado en fuente
Creer en Jesús es hacer nuestros sus caminos y seguir sus huellas, aun-
de amor.
que la carne —nuestros impulsos naturales 2 — tire en dirección contra-
ria. A mayor fe en Jesús, mayor identificación de nuestra propia vida Por consiguiente, el perdón no consiste en olvidar la ofensa o en
con la suya; y si «Cristo está en vosotros, aunque vuestro ser estuvo ignorar el daño. De hecho, no conviene olvidar; porque, si olvidamos la
muerto por el pecado, el Espíritu es vida a causa de la justicia» (Rom ofensa, sería muy fácil que nosotros mismos volviéramos a cometer las
8,10). El Espíritu destruye nuestras inclinaciones perversas, que nos mismas acciones; y si no tenemos presente el daño que nos han causa-
gritan venganza y represalia. La acción del Espíritu no consiste en una do, podríamos no darnos cuenta del increíble sufrimiento que somos
simple reparación de nuestra vieja personalidad, sino en un auténtico capaces de proporcionar a otra persona, aun sin querer. El recuerdo es
renacimiento a una vida nueva. El Espíritu de Dios nos hace hijos y el mejor maestro; y puede incluso ser una fuente de maduración de
nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! (Rom 8,15). Esta vida —la misma nuestra sensibilidad. El sufrimiento propio, transformado por el amor,
vida de Dios, que invade nuestra existencia— es la que nos permite puede ser la mejor escuela para aprender a suavizar el sufrimiento aje-
superar nuestros impulsos naturales. En Cristo, todo queda anticuado; no. Recordar el daño que me ha hecho una ofensa, subsanado por la fe
los viejos criterios, las pulsiones de la naturaleza, cambian de signo: en Jesús, puede convertirme en fecundo instrumento de reconciliación
«Todo eso que para mí era ganancia, lo tuve por pérdida, comparado para una humanidad, como la nuestra, que sufre por su propio pecado.
con Cristo» (Flp 3,7). Y en vez de la justicia de una humanidad injus- Lo que verdaderamente constituye un reto para la humanidad no es
ta, lo que reina es la verdadera justicia, la de Dios: «Mi justicia no es olvidar, sino convertirse. Sólo a través de una auténtica conversión, en
la mía, la que viene de la ley, sino la que viene por la fe en Cristo, la un encuentro con Cristo que nos lleva a creer en él, seremos capaces
justicia que viene de Dios, como respuesta a la fe» (Flp 3,9). de romper radical y definitivamente con nuestros esquemas de justicia;
sólo así podremos empezar a sacarle gusto a la justicia de Dios, que
La fe en Jesús nos transforma en criaturas regeneradas. Como Pa- incluso en esta vida paga la blasfemia con bendición, la afrenta con esti-
blo, que de perseguidor fanático de los que no compartían sus convic- ma, el robo con donación, el insulto con elogio, la ofensa con perdón.
ciones queda transformado en apóstol y mensajero infatigable del amor «Los bajos instintos tienden a la muerte; el Espíritu, en cambio, a la
vida y a la paz» (Rom 8,6). Nace una nueva «ley natural», unos nuevos
2
Me refiero nuevamente al uso paulino de sarx, que contempla esas incli- instintos que ya no nos llevan a comportarnos según los imperativos de
naciones tan profundamente impresas en mi propio ser que prácticamente son nuestras viejas costumbres, sino a actuar bajo la guía y el poder del
carne de mi propia carne. Mi ser carnal se orienta radicalmente a esa di- Espíritu. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar o para castigar, si en
rección. definitiva va a ser Dios —el único que conoce a fondo los misterios del
260 V. Elizondo Perdono, pero no olvido 261

corazón humano— el que establezca la verdadera justicia en el gran día Perdonar no será nunca una tarea fácil. Los dictados y las exigencias
del juicio? de nuestra naturaleza están profundamente arraigados en nuestro yo,
Perdón quiere decir amor que supera toda imparcialidad, misericor- y nos apremian y nos acosan en todas direcciones. A pesar de todo, está
dia divina que trasciende toda justicia humana. Jesús prefirió morir a nuestro alcance —y es la gran fuente de alegría y de paz imperturba-
antes que romper su relación de amor tanto con sus amigos como con ble— atrevernos sinceramente a creer en Jesús y a fiarnos de sus cami-
sus enemigos. La cobardía de sus discípulos en aquel primer Viernes nos. Unos caminos que, en una perspectiva puramente humana, pueden
Santo tuvo que herirle profundamente, y mereció, al menos, un duro parecer apáticos y hasta injustos, pero que, en realidad, son el único
reproche. Pero Jesús no puede permitir que la traición de sus íntimos medio de romper definitivamente ese círculo de depravación en el que
destruya sus vínculos de amistad con ellos. Su amor está muy por enci- el agresor convierte al agredido en un nuevo agresor. Mientras sigamos
ma de las exigencias «naturales» del corazón humano. Lo primero que fiándonos de nuestros comportamientos naturales más que de la con-
hace el Resucitado es ir a encontrarse con sus discípulos, no para repro- ducta de Dios, no haremos más que destruir nuestra personalidad y la
charles su comportamiento o para exigir excusas, sino para ofrecerles un de nuestros semejantes. La única salida es fiarnos absolutamente de los
pleno e incondicional salom. Jesús no puede consentir que toda una re- caminos del Señor.
lación de amor dependa de una acción tan torpe y atolondrada. Si nuestra confianza en el médico divino es total y aceptamos sus
La fe en Jesús nos capacita para llevar una vida como la suya. Por prescripciones, podemos estar seguros de que llegaremos a recobrar ple-
mucho que nos duela una ofensa, la fe en Jesús y su ejemplo nos hará namente nuestra salud humana. Y cuando tengamos que afrontar la
capaces de quitar importancia a esa ruindad, aunque estemos conven- muerte, moriremos en paz, para dormir el sueño de los justos. Para
cidos de nuestro derecho al resarcimiento. No estaremos dispuestos a los que creen en Jesús, «los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz,
que toda nuestra relación con los demás esté determinada por una vi- tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí. Contra
leza cometida contra nosotros. Esta actitud no significa connivencia con esto no hay ley que valga» (Gal 5,22).
el mal ni ignorancia de sus estragos, sino que manifiesta pura y simple- Sólo en una verdadera conversión al proceder de Jesús seremos ca-
mente nuestra decisión de no convertir el daño en elemento determi- paces de perdonar sinceramente, sin tener que olvidar por ello los des-
nante de nuestras relaciones con el prójimo. Perdón no es igual a com- garramientos del pasado. Sólo así cicatrizarán nuestras heridas, aunque
pasión, a olvido, a ignorancia. Perdón es un acto de generosidad, una queden las marcas de la violencia. Sólo así el desasosiego se convertirá
actitud que deliberadamente pasa por alto la infamia cometida, para en tranquilidad y la angustia en alegría desbordante.
quitar todo obstáculo a un comportamiento basado en el amor y en la
amistad. Jesús no permite que su postura y su relación de amor esté V. ELIZONDO
condicionada por nuestros méritos o por nuestras indignidades. [Traducción: D. MÍNGUEZ]
El perdón no es una consecuencia de la justicia, sino una explosión
de generosidad divina, que empapa nuestra conducta. Si Dios perdona,
¿quién soy yo —pecador de mí— para condenar? La señal más espon-
tánea de que realmente hemos aceptado el perdón de Dios es nuestra
capacidad de perdonar, como Dios nos ha perdonado. Sólo perdonando
hago mío el perdón de Dios que yo mismo he experimentado; así doy
fe de que la generosidad de Dios no conoce fronteras. Ahora ya puedo
perdonar como sólo Dios perdona. Y así es como mi propio ser queda
divinizado. Errar es humano; perdonar es divino.
He muerto al hombre viejo que reside en mí y que clama venganza
y justicia. Las exigencias de mi carne se debilitan progresivamente, a
medida que crece y se instaura en mi interior la vida y la ley del Espí-
ritu. Cuanto más quedo «poseído» por Cristo, más experimento la ac-
ción y los frutos del Espíritu Santo.
LA VIRTUD CRISTIANA DEL PERDÓN

I. EL PERDONAR COMO PECULIARIDAD CRISTIANA

Naturalmente, perdonar no es un invento cristiano ni la praxis del


perdón es exclusiva de los cristianos. El hecho de iniciar esta reflexión
invocando la peculiaridad cristiana responde a dos motivos fundamen-
tales: salir al paso de cierta incongruencia conceptual latente detrás del
enunciado «la virtud cristiana del perdón» y explicitar desde el co-
mienzo la perspectiva cristiana en que nos movemos.

1. La incongruencia conceptual
Ésta se puede formular escuetamente: es improcedente designar
como virtud algo que propiamente no lo es. En efecto, ni el acto ni el
hábito de perdonar se ajustan adecuadamente a la significación clásica
y convencional del concepto de virtud.
Un primer campo de significación refiere el concepto de virtud al
ámbito de la ética. En la historia de la filosofía y de la teología occi-
dentales, la virtud representa inicialmente una de las categorías claves
de explicación y sistematización del comportamiento humano en su di-
mensión moral: la arete clásica (Sócrates, Platón, Aristóteles, estoicos,
etcétera) constituye aquella forma de saber que hace bueno, virtuoso, al
hombre sabio. El sabio está en posesión de esa facultad espiritual por
la que domina sus instintos y pasiones, sometiéndolas a la razón y con-
figurándolas en su justa medida con vistas a alcanzar la felicidad como
definitiva plenitud del ser. En este sentido filosófico-ético (y por enci-
ma de las múltiples variantes que diferencian las distintas tendencias
filosóficas), la virtud puede ser «aprendida»: puede ser adquirida, des-
arrollada y consolidada por la práctica; la virtud es una cualidad emi-
nentemente antropocéntrica: es substrato último que hace virtuosas to-
das las acciones y es meta de aspiraciones que confiere la armonía del
alma. La virtus escolástica (pasando por los Padres, Pedro Lombardo,
Alberto Magno, Tomás de Aquino, Duns Escoto, etc.) asume la heren-
cia conceptual aristotélica, estoica, neoplatónica, y la teologiza. La vir-
tud se convierte así en aquella cualidad espiritual que Dios otorga al
hombre para vivir rectamente'. La consideración antropocéntrica cede

1
«Virtus est bona qualitas mentís qua recte vivitur et qua nullus male
utitur, quam Deus solus in homine operatur» (Pedro Lombardo).
264 M. Rubio La virtud cristiana del perdón 265

ante la teocéntrica; correlativamente se debilita el carácter de aprendi- cluso, de nosotros mismos, de nuestro primer instinto espontáneo vin-
zaje y de tarea ardua en favor del carácter de don operativo y de gra- dicador— en lo mejor de nosotros mismos. Nuestra vida cotidiana
tuidad 2 . testifica la dificultad innata del perdonar, tanto en su sentido activo de
Un segundo campo de significación confina el concepto de virtud en dar o pedir perdón como en su sentido pasivo de recibirlo; pero la mis-
el ámbito de la ascética. Muy pronto se produce un corrimiento de la ma vida de cada día testifica que allí donde se produce perdón acontece
consideración más filosófico-teológica de virtud hacia una consideración la felicidad.
más religiosa; el contenido ético deriva en ascético. Ello se debe a un La experiencia cristiana está llena de perdón. De manera pasiva, so-
largo y prolijo proceso de múltiples influjos, primero en algunos escri- bre todo: el creyente se sabe, como cristiano, nacido desde la genero-
tos bíblicos, luego en los Padres y en la escolástica: el judaismo tardío, sidad de Dios. Pero también de manera activa: el creyente se sabe,
el estoicismo, el neoplatonismo, el gnosticismo cooperan de distinta ma- como cristiano, nacido para la misma generosidad. La experiencia cris-
nera a este deslizamiento. Al final, el sentido ascético termina por ins- tiana en su globalidad está llena de perdón porque está llena de amor
talarse tanto en el concepto como en la práctica de la virtud. Ésta, y en la medida en que está llena de amor.
como consecuencia, difícilmente elude el riesgo de las deformaciones En este sentido nos referimos, pues, a la virtud del perdón, cuya
que se siguen, por ejemplo, del esquema subyacente de dualismo (con- realidad se halla fuertemente arraigada y reiteradamente afirmada en las
traposición vicio-virtud, cuerpo-espíritu, mundo-Dios, etc.); de la espi- fuentes bíblicas de lo cristiano. Ello quiere decir: si más allá de una
ritualización desmesurada de la existencia; de la reducción individualista incongruencia conceptual es legítimo hablar del perdón como virtud en
y adialogal de la persona humana. un sentido «peculiar», tal peculiaridad adquiere dimensión y contornos
El acto o el hábito de perdonar no puede en manera alguna ser en- específicos en el horizonte de las fuentes bíblicas.
tendido, desde su peculiaridad cristiana, a partir de ninguna de las Resulta fácil constatar esta peculiaridad. Por una parte, respecto a
significaciones aludidas. Definir el perdón cristiano como virtud en un la virtud. El AT hebreo desconoce su concepto; tampoco desarrolla un
sentido estricto comportaría, por lo mismo, cierta incongruencia con- pensamiento sistematizado sobre las virtudes, si bien eventualmente se
ceptual. alude a alguna de ellas (cf. Is 11,2); el griego de Sab 8,7 recoge ya el
Sin embargo, hablamos de la virtud cristiana del perdón. esquema estoico de las cuatro virtudes cardinales. En el NT son fre-
cuentes los catálogos de virtudes (cf., por ejemplo, Gal 5,22s; Col 3,
2. La perspectiva cristiana 12ss; Ef 4,2; 1 Tim 6,11; 2 Pe l,5ss); aunque no se plasma propia-
mente un tratamiento sistemático de las virtudes, estos catálogos —fre-
Hablamos aquí, por tanto, del perdón como de una virtud que pro- cuentemente contrapuestos a catálogos de vicios y presentados tanto en
piamente no lo es, aunque sí lo es de acuerdo con un uso más genera- la modalidad descriptiva como en la parenética— constituyen un claro
lizador y aproximativo del lenguaje. De esta manera menos convencio- exponente del influjo del pensamiento helenista ambiente. Sólo en raras
nal hablamos de virtud en un doble sentido apreciativo: descriptiva- ocasiones es incluido el perdón en estos elencos (cf., por ejemplo, Col
mente, como algo muy valioso y en cuanto tal nada común; parenética- 3,13; Ef 4,32; 1 Pe 3,9).
mente, como algo encomiable y, en cuanto tal, digno incluso de reco- Pero, por otra parte, respecto al perdón, tanto el Antiguo Testa-
mendación e imitación. mento como el Nuevo son ininteligibles sin las referencias explícitas y
«Perdonar» pertenece a esa extraña clase de virtud estimulante, tan multiplicadas al perdón: historias de perdón, gestos, vivencias, súplicas
ardua como reconfortante, tan elogiable como necesaria; perdonar no es de perdón. A través de un lenguaje extraordinariamente polifacético y
un gesto de rutina divulgada, no es costumbre de cada día: es más bien remontando cualquier encasillamiento apriorístico, la constante «per-
flor escondida, original, que florece cada vez a base de dolor y venci- dón» se erige en uno de los hilos conductores que determinan el mundo
miento; perdonar resulta virtuoso porque nos coloca —por encima, in- y el modo de relaciones entre Dios y el hombre. Algo salta aquí inme-
2
No es éste el lugar para abordar el desarrollo posterior, e incluso el in- diatamente a la vista: en el horizonte de la Escritura, toda experiencia
tento de rehabilitación, del concepto de virtud dentro del campo de la refle- de perdón se remite a Dios como último punto referencial y primer
xión ética que, entre nosotros, han intentado J. M. Sailer, M. Scheler, analogado de explicación. Bíblicamente hablando, Dios es siempre pro-
N. Hartmann, D. von Hildebrand, etc. tagonista del perdón.
266 M. Rubio

Se comprende, por lo mismo, que también desde este punto de vista 1. La experiencia:
sólo de una forma muy peculiar cabe hablar de perdón como virtud. el perdón como acontecimiento de misericordia
Aun refiriéndonos al perdón como praxis del hombre, el concepto de
virtud resulta algo estrecho y desajustado para definir con toda propie- El himno soteriológico que abre la carta a los Efesios enfatiza la
dad este comportamiento cristiano. En él convergen y se complementan magnificencia de Dios, que, en Jesús y por él, nos otorga el perdón de
el don y la tarea, la necesidad de la gracia y la posibilidad del apren- los pecados. Ello se convierte en signo: en este don se desvela la singu-
dizaje. Acaso por ello sea oportuno recurrir a categorías como «talante» laridad de Dios (cf. Ef l,7ss). Si la gratuidad en general constituye uno
(J. L. López Aranguren), «actitud» (J. Endres, M. Vidal), que han en- de los rasgos que nos ponen de manifiesto lo sorprendente de Dios, la
contrado inspirada resonancia en la reflexión teológico-ética actual 3 . En misericordia en particular nos lo hace cercano y accesible. Dios no sólo
todo caso, expresiones como talante cristiano o actitud cristiana del per- es gratuito, sino que, al perdonar, se regala como misericordia.
dón nos aproximan, desde otros supuestos antropológicos, a la misma
realidad; pero también aquí sería factible desvelar insuficiencias concep- a) Sólo Dios puede perdonar.
tuales similares a las de la designación «virtud» cristiana del perdón.
Tener misericordia es lo propio de Dios, su prerrogativa inconfun-
Por ello, con todas las reservas terminológicas pertinentes y respe-
dible; Dios se revela como tal precisamente en aquello que le distingue
tando en lo posible toda la complejidad del perdonar en su peculiaridad
del modo de ser de los hombres. Dios ejerce su presencia entre los hom-
cristiana, el mejor camino de acceso a su auténtica significación consiste,
bres perdonando. Tanto en el judaismo como en el cristianismo primi-
sin duda, en el recurso decantado a las mismas fuentes. ¿Qué se nos
tivo, la experiencia de fe en Dios aparece estrechamente vinculada a la
dice en ellas sobre el perdón? *
experiencia de perdón. Dos textos de la Iglesia primitiva nos propor-
cionan al respecto una información elocuente:
II. EXPERIENCIA Y PRAXIS CRISTIANAS DEL PERDÓN La curación del paralítico (Le 5,17-26 y par.). La tradición de Le,
más prolija en este relato, resulta casi demostrativa. A la afirmación de
Desde la perspectiva cristiana en que nos movemos 5 , la experiencia la tesis: en Jesús de Nazaret se cumple el «año de gracia del Señor»
del perdón alude básicamente a dos momentos que conforman, asimis- (Le 4,19), sigue la exposición de hechos que la prueban; entre ellos,
mo, el alcance de su significado. Perdonar es, primeramente, un don: este episodio enmarcado en la confrontación crítica con los fariseos y
el hecho del perdón nos revela a Dios como acontecimiento de miseri- doctores de la ley. Constatando su escándalo —«¿quién es éste que se
cordia. Perdonar comporta, además, una tarea: los gestos de perdón se atreve a insultar a Dios? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo
actualizan y concretan en la Iglesia como testigo de perdón y servidora Dios?» (Le 5,21; Me 2,7)—, la tradición cristiana reafirma la misma
creencia: todo acontecimiento de perdón es un hecho de misericordia
de reconciliación.
que remite indefectiblemente a Dios. Sólo que —y aquí marca su dis-
tancia frente al judaismo— en Jesús se hace realidad presente el acon-
tecimiento de Dios.
El padrenuestro (Le 11,1-4; Mt 6,9-15). La tradición de Le, aquí
más genuina en su forma redaccional 6 , emplaza este esquema de oración
3
Cf., por ejemplo, J. Endres, Menschliche Grundhaltungen (Salzburgo en el contexto de una toma de conciencia, por la que el grupo más pró-
1960); M. Vidal, Moral de actitudes II (Madrid 31985).
4
Otros artículos de este mismo número de «Concilium» se ocupan expre-
samente del significado bíblico del perdón en sus distintos aspectos. Aquí pre- 6
En el texto de Mt 6,7-15 llaman la atención no sólo sus modificaciones
tendemos aludir tan sólo a aquellos textos bíblicos que constituyen el marco teológico-redaccionales, sino su excepcional ubicación: dentro del conglomera-
referencial obligado de nuestro tema. do fundamental del Sermón del Monte (Mt 5-7), pero como un inciso adicio-
5
Para una perspectiva más amplia en relación con otras religiones, véase nal en el conjunto de prácticas piadosas —limosna, oración y ayuno— (Mt 6,
M. Sievernich/H. Ph. Seif (eds), Schuld und Umkehr in den W'eltreligionen 1-18). Cf. Ch. Dietzfelbinger, Die Frómmigkeitsregeln von Mt 6,1-18 ais
(Munich 1983). Zeugnisse frühchrislicher Geschichte: ZNTWiss 75 (1984) 185.
268 M. Rubio La virtud cristiana del perdón 269
ximo a Jesús deja constancia de su propia identidad frente a otros gru- rabínica 9 , la tradición del cristianismo primitivo insiste en la urgencia
pos intrajudíos coetáneos —por ejemplo, el formado en torno al Bautis- de la conversión (Mt 18,3; Me 10,15; Hch 2,38); ésta caracteriza el
ta (Le 11-1)—. La nueva comunidad creyente ora al estilo de Jesús; con talante del grupo en torno a Jesús como una de las exigencias funda-
Jesús se atreve a tutear a Dios como Abba. Al abrirse a él en un es- mentales de su seguimiento. El tema de la conversión es central en el
pontáneo recuento de prioridades y menesteres, le reconoce como mise- Evangelio de Lucas; el arrepentimiento, que define la actitud del hom-
ricordiosamente condonador: «perdónanos nuestros pecados, pues tam- bre ante Dios, no se reduce a una mera disposición individual, sino que
bién nosotros perdonamos a todo el que nos debe» (Le 11,4; Mt 6,12) 7 . reviste un alcance social; con una doble connotación: en el sentido de
La experiencia cristiana de que Dios ejerce la misericordia del perdón que para Dios no cuentan los prejuicios de encasillamiento social de las
adquiere aquí un nuevo elemento diferenciador (que la tradición de Mt personas y en el sentido de que la conversión conlleva modificaciones
refuerza con el comentario de 6,14-15): el don del perdón que recibimos del propio comportamiento a nivel de praxis social (cf. Le 10,25-37;
de Dios viene condicionado por nuestra eficaz disponibilidad a repartir 15,11-32; 19,1-10) 10 .
también nosotros perdón.
Jesús apuesta por una nueva lógica interrelacional. El horizonte de
b) En Jesús ocurre la misericordia de Dios. apreciaciones en que él se mueve desbarata los presupuestos de la lógica
interhumana normal. Muchas veces resulta desconcertante. Ya desde
Todo el pensamiento neotestamentario puede ser considerado como este punto de vista se esclarece en parte el hecho frecuentemente regis-
un intento acumulado de explicación del acontecimiento de Dios en Je- trado por la tradición: no es comprendido. Y es que la lógica que re-
sús de Nazaret. Distintos lenguajes, distintas claves, distintos supuestos, gula las relaciones interhumanas se rige por la ley del más fuerte o, en
distintas aplicaciones, pero siempre la misma constante de fondo: la el mejor de los casos, por la ley de la reciprocidad, de la equivalencia,
misericordia de Dios adquiere rostro humano en Jesús. Consiguiente- como norma de justicia. Jesús, en cambio, se guía por su lógica de su-
mente, la experiencia cristiana del perdón no puede menos de quedar perabundancia. Con ello pone de relieve que su modo de ser justo
marcada de significación cristológica. Apuntamos esquemáticamente a —como el de Dios—- consiste en la misericordia. Esta praxis se eviden-
tres determinantes de esta significación: cia palmariamente en la contundente réplica de la ley del talión (Ex 21,
Jesús asume el protagonismo reservado a Dios. Perdonar es compe- 23ss; Lv 24,18ss; Dt 19,21), que nos ha transmitido la tradición Q
tencia exclusiva de Dios; pero la tradición cristiana no duda en consig- (Mt 5,39ss; cf. Le 6,29s). Jesús apuesta por una lógica de superabun-
nar una y otra vez que Jesús personaliza y hace presente esta prerroga- dancia, por la lógica propia de Dios. En ella, los móviles de la reacción
tiva divina. Ya hemos reseñado cómo constata el escándalo del judaismo instintiva quedan deshancados; hasta los mismos principios de compor-
cuando Jesús declara al paralítico: «tus pecados te son perdonados» tamiento dictados a impulsos de la razón se ven desbordados. A la vin-
(Le 5,20; Me 2,5; Mt 9,2). No se trata de una pretensión aislada, sino dicación oponen el perdón; a la reclamación de derechos, la postura de
de un gesto reiterado; por ejemplo: en el caso de Leví (Le 5,32), de reconciliación más allá de cualquier frontera.
Zaqueo (Le 19,10) o, de manera especial e intencionadamente ostensiva,
en el caso de la mujer pecadora (Le 7,36-50). 2. De la experiencia a la praxis:
Jesús desencadena la dinámica del proceso de conversión. La expe- perdonar al estilo y en nombre de Jesús
riencia del perdón es una experiencia revulsiva. Cuando Jesús perdona, La experiencia cristiana del perdón no se agota en la vivencia de su
moviliza la persona; suscita en ella un retorno a la autenticidad en el gratuidad. Perdonar no es sólo un don recibido, sino a la vez una tarea.
universo relacional del hombre consigo mismo, con los demás hombres, En el fondo se trata de traducir la experiencia prioritariamente pasiva
con el mundo y con Dios. En línea con la mejor tradición profética 8 y del «ser perdonado» como vivencia a la experiencia primordialmente
9
7
Para P. Lapide, la teshuva —conversión— constituye también una pieza
La pertenencia de este logion a la tradición Q le confiere especial rele- clave del pensamiento rabínico: cf. P. Lapide, Schuld und Umkehr im Juden-
vancia. tum, en M. Sievernich/K. Ph. Seif (eds), op. cit., 50-60.
8 10
Cf., por ejemplo, Jr 18,11; 24,7; 26,3; Ez 18,23.32; 33,11; Is 45,22; Cf. L. Schottroff/W. Stegemann, Jesús de Nazaret, esperanza de los po-
Zac 1,3; Me 1,4. bres (Salamanca 1981) 69ss.
270 M. Rubio La virtud cristiana del perdón 271

activa de la «praxis del perdón» como tarea. Esta experiencia del per- pasa el precepto mismo de amor al prójimo en Lv 19,18. Afirma: «Pero
dón como tarea constituye la virtud cristiana del perdón. yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros perseguido-
res...» Esta exigencia tiene como contenido la culminación de todo un
a) La virtud cristiana del perdón en la Iglesia primitiva. programa en el modo de relación con el otro (cf. Mt 7,lss: la compren-
Ésta puede ser desdoblada en dos niveles complementarios de reali- sión; Mt 7,7ss: la regla de oro) que incluye los casos conflictivos; con-
zación: el don recibido se hace tarea hacia el interior de la persona cre- firma la lógica de superabundancia instaurada por Jesús; reestructura
yente, que se configura al modo de ser de Dios en Cristo; siendo mise- hasta la misma escala de valores en el orden antropológico, ético y
ricordioso, el cristiano deviene nueva criatura a imagen y semejanza de social.
Dios, que es misericordia; en este sentido, el cristiano —la Iglesia— Amenazados, indefensos, perseguidos por los adversarios (por los
deviene testigo del perdón, lugar vivo de la actualización de la miseri- que rechazan el mensaje de Jesús), los cristianos optan por un estilo de
cordia. Pero, además, el don recibido se hace tarea hacia las demás per- vida que se caracteriza por la no violencia (Mt 5,39s Q). Siguiendo el
sonas; la novedad interior se dinamiza hacia fuera y configura, a su vez, mensaje de Jesús y en clara continuidad con la tradición primitiva, su
la modalidad del comportamiento de cara a los otros; en este sentido, praxis de amor se orienta directa y positivamente hacia aquellos que
el cristiano —la Iglesia— deviene servidor de la reconciliación, signo los rechazan. Desde la experiencia negativa concreta de hostilidad y per-
viviente y eficiente del perdonar al estilo y en nombre de Jesús. secución con que son tratados responden con amor a estos enemigos
La experiencia-praxis del perdón como tarea ocupa un lugar muy concretos, con lo que el significado del perdón no queda difuminado
significativo en la fisonomía de las diferentes comunidades cristianas pri- en un enunciado abstracto ni reducido a circunstancias excepcionales y
mitivas. Mt 18, por ejemplo, explicita un esquema comportamental co- casi imposibles de la existencia; se erige más bien en el «denominador
munitario sobre el común denominador de la virtud cristiana del per- común, la clave de toda la conducta y del mensaje de los seguidores
dón: como punto de partida se invoca el logion de Jesús sobre la de Jesús» n .
necesidad de la conversión (v. 3); se acentúa a continuación con inusi- La experiencia de Dios como Padre (Mt 5,48), al que le es propio
tada drasticidad la gravedad del pecado —sobre todo si éste revierte practicar la misericordia, está en el fondo y da sentido a esta praxis cris-
contra los débiles y pequeños— ( w . 6-11) para dar paso luego a la tiana, que como tal constituye una réplica: como el Padre, también el
reafirmación de la misericordia y solicitud del Padre ( w . 12-14); sólo cristiano quiere la salvación para todos, incluso para los malos, los in-
después se establecen las tres reglas de corrección fraterna (vv. 15-18), justos, los enemigos.
pero sobre todo el principio del perdón sin límites (vv. 21-22) y la ne- La praxis del amor como condonación de deudas (Le 6,27-36). El
cesidad ineludible de reconciliación (vv. 23-35). contexto que encuadra la presentación del amor a los enemigos en Le
De todo lo dicho podemos inferir que la virtud cristiana del perdón no refleja ya la situación histórica de Jesús, ni siquiera —como Mt 5,
consiste en la experiencia configuradora de saberse perdonado y en la 44ss— la de la fuente de los logia. Presupone, más bien, una comuni-
praxis consiguiente de atreverse a perdonar al estilo y en nombre de dad cristiana posterior integrada por gentes provenientes del judaismo
Jesús. y del paganismo. Se trata de un grupo de cristianos que, en su mayoría,
b) El amor al enemigo como forma suprema de perdón. cabe calificar como socialmente de buena posición, económicamente des-
ahogados, moralmente bien reputados. Precisamente por esto no son
Amar al enemigo representa, sin lugar a dudas, una manifestación bien vistos, son maldecidos y hasta «odiados» por la minoría de los
límite de este modo de perdonar; representa, por lo mismo, uno de los socialmente de humilde condición, económicamente menesterosos, mo-
campos de aplicación más idóneos para medir el alcance y significado ralmente poco estimados por el grupo mayoritario.
de las potencialidades de la virtud cristiana del perdón. Explicitamos
Obviamente, el amor a los enemigos adquiere en este contexto reso-
algunas de estas potencialidades:
La praxis del amor como respuesta a quienes nos son adversos (Mt " Id., op. cit., 119. «A nuestro juicio, este programa de existencia que se
5,43-47). Mt 5,44s recoge de la tradición escrita Q esta praxis extrema traza el grupo de los mensajeros de Jesús no tiene parangón dentro de la so-
de amor, corroborada además en una serie de textos de la misma fuen- ciología en general ni de la sociología de la religión en particular»: id., op.
te. Según ella, Jesús desdice la tendencia de rencor al enemigo y sobre- cit., 125.
272 M. Rubio La virtud cristiana del perdón 273

nancias muy específicas. Oímos: «Pero a vosotros que me escucháis os Nuevamente podemos observar cómo a un esquema de ética de reci-
digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian...» procidades se contrapone una ética de gratuidad y condonación (ver-
(Le 6,27s). Pero el enunciado general se hace exhortación concreta con sículos 32ss), incluso en el terreno siempre esquivo y movedizo de lo
un sentido modificado y un alcance diferente respecto a Mt 5,44s. Los económico. La lógica de la superabundancia no deja otra opción al
destinatarios de Mt en este caso son cristianos indefensos, amenazados, cálculo de beneficios que la incalculable recompensa de Dios (v. 35).
perseguidos; los de Le son cristianos bien situados, pudientes, selectos. Se retorna así al pensamiento clave: perdonar, como exigencia del se-
Los «enemigos» para Mt son los perseguidores que rechazan el mensaje guimiento de Jesús, comporta siempre en el cristiano una manera de
de Jesús; para Le, en cambio, son hermanos en la fe, cristianos que por conformación con Dios, cuya expresión de ser es la misericordia (v. 36).
su condición económica —y social, moral— resultan objeto de despre-
cio o de enemistad a los ojos de la mayoría; es decir, «enemigo» signi- c) El proyecto utópico de transformación de la sociedad
fica aquí tanto como «deudor» (que por lo mismo es considerado caren- desde la praxis del perdón.
te de estima social y de aprecio moral), con lo que el factor económico Hasta aquí hemos considerado la virtud cristiana del perdón al es-
cobra importancia decisiva, hasta el extremo de condicionar e incluir tilo y en nombre de Jesús —aplicada al caso extremo del amor a los
los factores social y moral. Consiguientemente, mientras en Mt la praxis enemigos— en una doble dimensión: primero, en el ámbito preferente
del amor a los enemigos equivale a la aceptación de todos, incluso de de lo interpersonal; luego, en una segunda instancia, en sus repercu-
nuestros adversarios, en Le equivale a «hacer el bien», a practicar la siones económico-socio-morales a nivel de grupos comunitarios reduci-
«beneficencia», sin esperar recompensa ni homologación justa. dos. Pero cabe un paso más: en cristiano, perdonar entraña un proyecto
El cambio de contexto ha modificado asimismo el alcance, el signi- social. Si siempre es importante afirmar el carácter social de lo cristia-
ficado y hasta la perspectiva de consideración de la praxis del perdón. no, ello vale especialmente para la praxis del perdón, tan expuesta al
Efectivamente: se ha pasado de una consideración —en Mt— más indi- riesgo de la privatización.
vidual del perdón como praxis de comportamiento interhumano a una Desde la sociología del movimiento de Jesús 13, y eludiendo tanto
consideración —en Le— de marcada pretensión social, en la que se el confinamiento en la esfera privada como el triunfalismo de cualquier
acentúa el carácter condonatorio del perdón (Le 6,37s). La interpreta- forma de mesianismo político, podemos colegir una especie de proyecto
ción teológica de Le, los retoques que aplica al texto recibido de la utópico cristiano de transformación de la sociedad a partir de los su-
tradición Q, nos introducen en una ética social de «buenas obras» que puestos de la práctica del perdón. A este resultado se llega desde un
insta a practicar el perdón de manera socialmente activa y concreta. planteamiento global que diferencia notoriamente el movimiento de
Perdonar se corresponde con hacer el bien, y hacer el bien se traduce Jesús de otros movimientos renovadores de su tiempo.
en prestar a todo riesgo sin reclamar la devolución de lo prestado
El planteamiento. Mientras esenios y militantes de la resistencia fo-
(v. 34s), en condonar deudas (vv. 29b.30); el donante perdona renun-
mentan el odio al extranjero ocupante, el movimiento de Jesús formula
ciando a su derecho legítimo de cobrar o reclamar lo prestado 12.
la exigencia insoslayable de la propia conversión (Le 13,3ss); frente a la
12
propuesta de sublevación contra el enemigo opresor, el movimiento de
Cf. id., op. cit., 211ss. Sobre los distintos aspectos de orden exegético Jesús apela fundamentalmente a la renovación interior como forma más
en torno a estos pasajes en Mt y Le, cf. particularmente P. Hoffmann, Tradi- eficaz de liberación y descalifica todo conato de violencia.
tion und Situation. Zur «Verbindlichkeit» des Gebots der Feindesliebe in der
Entre las manifestaciones de este ethos pacifista podemos anotar,
synoptischen Überlieferung und in der gegenwartigen Friedensdiskussion, en
K. Kertelge (ed), Ethik im Neuen Testament (Quaestiones Disputatae; Fri- por ejemplo: al grupo más cercano a Jesús tienen acceso incluso un
burgo de Br. 1984) 50-118; J. Piper, «Love your enemies». Jesús' love com-
13
mand in the synoptic gospels and early Christian paraenesis (Cambridge Cf. al respecto, por ejemplo, M. Hengel, Jesús y la violencia revolucio-
1979); L. Schottroff, Gewaltverzicht und Feindesliebe in der urchristlichen naria (Salamanca 1973); P. Hoffmann, Studien zur Theologie der Logien-
Jesustradition. Mt 5,38-48; Lk 6,27-36, en G. Strecker (ed), Jesús Christus quelle (Münster 1973); J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús (Ed. Cris-
in Historie und Theologie (Hom. H. Conzelmann; Tubinga 1975) 197-221; tiandad, Madrid 1977); E. Lohmeyer, Soziale Fragen im Urchristentum (Darm-
G. Theissen, Studien zur Soziologie des Urchristentums (Tubinga 1979) 160- stadt 1973); G. Theissen, Wanderradikalismus: ZThK 70 (1973) 245-271;
id., Sociología del movimiento de Jesús (Santander 1979).

18
274 M. Rubio La virtud cristiana del perdón 275

publicano, recaudador de impuestos, y un zelota, miembro de la resis- senté, la revisión y repristinación del mismo, su reajuste y remodelación.
tencia (Me 2,13ss; Mt 10,3; Le 6,15); se critica duramente el asesinato Con ello pisamos ya el terreno de los retos.
de Zacarías, perpetrado por la resistencia (Mt 23,35); miembros de las La pedagogía de Dios para con los hombres se llama, antes que
tropas extranjeras son acogidos con benevolencia, estimados con admi- nada, perdonar. Porque él así nos trata, desde la misericordia; y porque
ración, tratados con deferencia (Mt 8,5ss; Hch 10,lss); se prohibe no así nos enseña a tratar a los demás. Si de esta toma de conciencia pa-
sólo la conducta agresiva, sino la defensa contra la agresión (Mt 5,39ss); samos al reto, lo que ahora procede es trazar las coordenadas teológicas,
no sólo los actos externos, sino incluso la ira interior (Mt 5,21ss). desde las cuales someter a crítica el presente cristiano con relación a la
El resultado. Desde la perspectiva de estas y otras constataciones se virtud del perdón y ensayar su actualización en la Iglesia y en la socie-
llega fácilmente a la conclusión de que la virtud cristiana del perdón dad de nuestros días. Debido al exiguo espacio que nos resta, formula-
constituye uno de los componentes primarios de ética política en el mos concisamente estas coordenadas teológicas a manera de tesis su-
cristianismo primitivo. El ethos que se desprende de su praxis sobre- marias.
pasa los límites de lo meramente individual o particular para incidir en
la configuración de la sociedad. Nos hallamos ante un ethos social que,
1. La virtud cristiana del perdón en la Iglesia actual
lejos de regirse por la confrontación violenta y dar vigencia a la ley del
más fuerte, subraya la necesaria disponibilidad para el perdón y la re- 1) No sería justo afirmar que la Iglesia de hoy haya relegado o
conciliación, la superación de toda frontera de prejuicios, el vencimiento desatendido ni la conciencia ni la experiencia-praxis de la virtud cris-
de la conducta agresiva y de las tensiones sociales. Es más: por el per- tiana del perdón. Importantes documentos del Vaticano II, de Pablo VI
dón los impulsos de agresión quedan trastocados en la forma suprema y Juan Pablo I I , así como la vida cristiana en incontables gestos y sig-
de misericordia que se llama amor al enemigo; la necesidad de afirmarse nos, testifican lo contrario.
a sí mismo frente al otro, incluso mediante el uso de la fuerza violenta, 2) Con todo, en la Iglesia se ha afianzado más una práctica pasto-
se transmuta en aquella praxis de autolibertad capaz de aceptar al otro, ral orientada al cumplimiento del rito penitencial de la confesión sacra-
incluso a costa de sí mismo. mental que la actitud de disponibilidad y apertura para el perdón y la
Ha surgido un irenismo capaz de transformar los grupos sociales des- reconciliación. Pero la virtud cristiana del perdón constituye el supuesto
de una praxis que sólo encuentra explicación en la motivación cristiana que posibilita y sobre el que se fundamenta el rito sacramental como
de principios como perdón y reconciliación frente a odio y revancha, una expresión y actualización particularizada del perdón. Se hace, pues,
amor frente a reivindicación, tolerancia frente a intransigencia. Induda- pastoralmente necesario despertar y profundizar esta disponibilidad para
blemente, el vuelco existencial y social que implica este paso de la la reconciliación.
agresión y el miedo que la determina al perdón y la libertad que lo
acompaña no es explicable por mecanismos inherentes a la naturaleza 2. Origen «teo-logal» de la virtud cristiana del perdón
humana. Nos movemos, de nuevo, en el marco de referencias ya expli-
citadas: una lógica de superabundancia respaldada por la acción de Dios 3) El perdón, como experiencia cristiana, es algo oriundo de Dios.
que, como en otros campos del comportamiento humano-cristiano, tam- El fundamento, la motivación y la fuerza de todo perdón provienen de
bién aquí es decisiva para hacer posible lo imposible (Me 10,27). la experiencia de que Dios, en Jesús, tiene misericordia de nosotros, nos
acepta y nos llama a la reconciliación.
4) La virtud cristiana del perdón tiene, pues, un origen genuina-
I I I . PERDONAR COMO PEDAGOGÍA DE DIOS: mente teologal: la misericordia de Dios que deviene realidad y plenitud
DE LA TOMA DE CONCIENCIA AL RETO de reconciliación en Jesucristo.
5) Para el creyente, este significado teologal del perdón se entien-
La consideración teológica de la virtud cristiana del perdón en sus de desde la persona-palabra-praxis de Jesús como rostro de misericordia
fuentes no cumple su función si su recurso a éstas se limita a la erudi- de Dios para el hombre.
ción o se refugia en la nostalgia. A la toma de conciencia que se carga
de originalidad en los orígenes ha de seguir la compulsión con el pre-
La virtud cristiana del perdón 277
3. Mediación «eclesio-logal» de la virtud cristiana del perdón
sivamente antropologal: se origina el «hombre nuevo» al estilo de Jesús,
6) El perdón como praxis cristiana acontece siempre, por otra par- que, como él y en su nombre, reparte reconciliación.
te, referido a la Iglesia. Perdonar pertenece a su misión. Por ella el 11) Para el creyente, este significado antropologal del perdón se
creyente se sabe perdonado y da testimonio profético de perdón. Con- entiende desde la «nueva criatura» que renace del mismo y se orienta
secuente con la lógica de superabundancia de Jesús, que la Iglesia pro- a la «nueva creación» que la reconciliación desencadena.
clama y transmite, ésta se empeña en la tarea de la reconciliación de los 12) La nueva criatura al estilo de Jesús se configura como tal des-
hombres y los pueblos. de la apertura a la misericordia de Dios, lo que conlleva el descubri-
7) La virtud cristiana del perdón tiene, pues, un ámbito de actua- miento y la realización de la benevolencia y la beneficencia en las inter-
lización irrenunciablemente eclesiologal: el don y la tarea de reconcilia- relaciones humanas, como una forma de nueva «cultura del amor» (Pa-
ción eclesial w significan participación en el modo de actuar de Dios blo VI); por este espíritu de misericordia el mundo deviene más huma-
que se manifiesta como misericordia. no que por el espíritu de estricta justicia, por el que nos colocamos
frente a los demás sólo desde el punto de vista de nuestros derechos
8) Para el creyente, este significado eclesiologal del perdón se en-
tiende desde su pertenencia a una Iglesia en tensión, sujeto a la vez de (Juan Pablo II).
vicios y virtudes 15 . La Iglesia en tensión, sobre la que recae el peso de 13) Así, el hombre nuevo está en condiciones de propulsar la nue-
la reconciliación, es una Iglesia en estado de contestación: contesta su va creación: de la misma fuente de misericordia nacen la disponibilidad
propia instalación y extrañamiento, su desvirtuamiento; contesta asimis- y el empeño cristianos por la reconciliación consigo mismo y con los
mo cualquier truncamiento, alienación o mediatización del hombre, víc- demás, a nivel individual o grupal y a nivel social o internacional; desde
tima del juego de intereses políticos, ideológicos o económicos. La Igle- ella se acrecientan la alegría por hacer el bien y la renuncia a servirse
sia, sujeto de vicios y virtudes, posee la grandeza del realismo; por él del mal o a hacer el juego a sus fuerzas y a las de la destrucción; dar
—y más allá de la constante tentación del triunfalismo— en el aconte- vigencia cristiana a este espíritu de misericordia como necesaria expre-
cimiento de la salvación se sabe y se acepta a la vez como protagonista sión social de la virtud del perdón podría tener en el momento actual
y antagonista, el mayor aliado de Dios en la causa del bien y su ene- internacional aplicaciones tan urgentes como la paralización del presente
migo más peligroso dentro de sus mismas filas. apocalipsis armamentístico y la solución generosa al escalofriante pro-
blema del endeudamiento creciente de los países del Tercer Mundo (con
anterioridad hemos constatado en las fuentes cristianas el carácter con-
4. Finalidad «antropo-logal» de la virtud cristiana del perdón donatorio del perdón, referido a deudores de deudas económicas).
14) En el fondo, la virtud cristiana del perdón deja entrever los
9) El perdón, como experiencia-praxis cristiana, introduce al hom- supuestos de una antropología que contempla al hombre desde un rea-
bre en la dialogicidad del proceso de la fe, en el que el don y la res- lismo optimista.
puesta se entrecruzan. Ser perdonados por Dios, perdonarnos a nosotros Perdonar —tanto dar perdón como recibirlo— supone el realismo
mismos, perdonar a los demás vienen a expresar distintos momentos del de la fragilidad humana; el hombre es quebradizo por dentro y por
mismo y único movimiento de reconciliación por el que sabemos que, fuera. Perdonar es, además, humanamente difícil. La virtud cristiana del
en cristiano, sólo podemos recibir perdón si —o porque— estamos dis- perdón, desde la fe, posibilita la aceptación de sí mismo como se es y
puestos a darlo, y sólo podemos dar perdón si —o porque— lo hemos con todo lo que se es (con la propia fragilidad, con la culpa...), porque
recibido (Le 11,4; Mt 18,21-35). Dios nos acepta como somos y con todo lo que somos. Reconciliado
10) La virtud cristiana del perdón tiene, pues, una finalidad deci- consigo mismo, el hombre puede reconciliar, puede dar y recibir perdón;
es decir, la virtud cristiana del perdón posibilita igualmente la acepta-
ción del otro como es y con todo lo que es, porque también Dios lo
14
Cf. K. Baumgartner, Versóhnung und Bufte ais Gabe und Auftrag der acepta así.
Kirche: «Theol.-prak. Quart.» 132 (1974) 5-11; 129-132; 235-240; 351-355. Perdonar supone el optimismo de la grandeza humana; más allá de
15
Cf. M. Rubio, Iglesia y reconciliación: «Moralia» 7 (1984) 3-26. su fragilidad, el hombre que perdona o acepta perdón se encuentra con
lo mejor de sí mismo; afirma que en él «hay siempre más cosas dignas
278 M. Rubio
de admiración que de desprecio» 16. La virtud cristiana del perdón con- EL PERDÓN SACRAMENTAL DE LOS PECADOS
lleva asimismo la dignificación de la relación con el otro a grado sumo,
hasta el punto de transformar el odio en amor y al enemigo en hermano.
15) Una justipreciación de la virtud del perdón no legitima en
modo alguno el fortalecimiento de la conciencia de culpabilidad o la El perdón cristiano es una realidad divino-humana que se manifies-
reactivación del sentimiento de pecado. Ésta sería, acaso, la peor con- ta y realiza diversamente, según las situaciones y los medios por los que
clusión final de todas las posibles y, desde luego, una de las que de dicho perdón se da y se recibe. El perdón sacramental es una de esas
ninguna manera estamos dispuestos a justificar. Lo verdaderamente cris- situaciones y medios. Pero su fundamentación en Cristo (origen), su
tiano no consiste en poner de relieve el pecado, sino la gracia, la libe- importancia eclesial (permanencia), su enraizamiento humano (corres-
ración, la misericordia (cf. 1 Jn 3,20). Una espiritualidad obsesionada pondencia), su densidad simbólica (signo), su repercusión vital (conse-
por el pecado o simplemente dominada por su sentimiento difícilmente cuencias) son tan relevantes que vienen a hacer de esta forma de per-
eludirá el miedo y la angustia, recayendo, como contrapartida, en el dón un signo privilegiado y específico entre los diversos perdones de la
imperativo psicológico de la compensación y el rendimiento; se trata de vida. Somos conscientes de la pluralidad inabarcable de aspectos que
una espiritualidad negativa desarrollada a expensas de una lectura uni- encierra el perdón sacramental del sacramento de la penitencia. Quere-
lateral y pesimista del evangelio, del que no acierta a salvaguardar su mos fijarnos en su aspecto perdonador (perdón), comparándolo con sus
distintivo esencial de «buena noticia». Por el contrario, la virtud cris- aspectos conversivo (conversión) y reconciliador (reconciliación), en or-
tiana del perdón, reconociendo el pecado, lo supera: fortalece la con- den a individuar su identidad de contenido (significado) y su diversidad
ciencia de liberación y reactiva el sentimiento de confianza en un Dios de estructuras (significantes), cual realizadores eclesiales de un perdón
misericordioso que llena de gozo y llama a la responsabilidad. que tiene que ser cotidiano (perdón en la vida), para ser verdaderamen-
te sacramental (eficacia del sacramento), y que tiene que ser sacramental
para llegar a ser auténticamente real (verdad de compromiso). Para este
M. RUBIO estudio tendremos especialmente en cuenta el Ordo paenitentiae de
1974 y la exhortación Reconciliatio et paenitentia de 1984 i .

I. ESPECIFICIDAD DEPRECIADA DEL PERDÓN SACRAMENTAL

El perdón sacramental aparece depreciado de hecho en amplios sec-


tores de la Iglesia. La «crisis del sacramento» se reconoce y se constata
a diversos niveles (jerarquía, pastores, fieles) 2 y por diversos conductos
(encuestas, comunicaciones pastorales, práctica inexistente...) 3 .
' En las notas citamos OP cuando nos referimos a la edición típica y RP
cuando se trata del Ritual de la Penitencia (Madrid 1975). En el caso de la
exhortación de Juan Pablo II citamos siempre RyP, refiriéndonos a la edi-
ción española (Ed. Paulinas, Madrid, 1984).
1
El nivel más significativo es el expresado en el Sínodo de Obispos de
1984, donde un número considerable de obispos se refiere a la crisis de la
penitencia y sus causas. Cf. G. Concetti, Riconciliazione e penitenta nella
missione della Chiesa. Documenti ufficiali della sesta assemblea genérale del
Sínodo dei Vescovi. Sintesi originali degli interventi dei Padri (Roma 1984);
Z. Ferrero, Sínodo 83 sobre la reconciliación: Resonancia de las tesis morales
14
A. Camus, La peste (Buenos Aires 1973) 240. Esta cita del «no cristia- en él aula sinodal: «Estudio Agustiniano» 3 (1984) 399-476, espec. 400-412.
3
no» A. Camus plantea la posibilidad de la secularización de la virtud cristiana Cf. D. Borobio, Reconciliación y reconciliaciones: «Phase» 136 (1983)
del perdón, cuestión en la que aquí no podemos entrar. 279-290.
El perdón sacramental de los pecados 281

1. ¿Incongruencia antropológica y social del símbolo? experiencia de un perdón pleno, que co-implica diferenciadamente a
Dios, a la Iglesia, al hombre y al mundo 5 .
Una de las causas más importantes de esta crisis nos parece ser la Si esto es así, quiere decir que en la verdad simbólica del sacramen-
«desritualización del perdón» en pro de una existencialización del mis- to se juega la Iglesia la identidad del mismo perdón sacramental, que
mo, la devaluación simbólica del sacramento en favor de una explica- éste debe expresarse por un adecuado simbolismo ritual, de manera que
ción secularizadora de sus elementos integrantes. El símbolo sacramental exista coherencia entre contenido y forma, sentido y estructura, y am-
ha dejado de ser para muchos autentificador de conversión simbolizante
bos aspectos contribuyan a decantar la identidad del sacramento 6 .
de reconciliación o referente sagrado de perdón, sencillamente porque la
Cuando se llega a constatar por unos hechos o una praxis generalizada
conversión que vale es la interior, la reconciliación que cuenta es la del
la insuficiencia simbólica de unos ritos de perdón dados, la Iglesia de-
hermano y el perdón que se busca es el de la vida.
bería preguntarse por la necesidad de revisión de las mediaciones pasto-
Ya no se admira a un hombre penitente y humillado, sino a un rales que condicionan esta insuficiencia, por la evaluación del sistema
hombre eficaz y seguro de sí mismo. Ni se desea el consejo del confesor, simbólico penitencial en que se sitúan, por la rcordenación de la varie-
sino la terapia del psicólogo o el diagnóstico de la ciencia informática. dad de formas que pueden autentificarlo, teniendo en cuenta al mismo
Ni se necesita del personaje sacro que ponga en orden la propia vida tiempo su bagaje histórico y sus necesidades actuales. No abogamos
con el sistema religioso y el mundo sagrado, sino de la persona o el gru- tanto por una «reforma de la reforma» cuanto por una organicidad de
po que, liberando de obsesiones y opresiones, posibilite la propia reali- reforma diversificada que avance y autentifique el camino emprendido.
zación. Ni, por lo mismo, se busca la absolución perdonadora del sacer-
dote, sino la palabra y la acción reconciliadora de la justicia en la vida
y, en todo caso, ese perdón que Dios da sin necesidad de intermediarios.
II. CONTENIDO E IDENTIDAD DEL PERDÓN SACRAMENTAL
La sensibilidad actual sobre el perdón no ve en el símbolo sacramental
dado su correspondiente simbólico. Antropología social del perdón y
Estructura y contenido son dos aspectos integrantes y constitutivos
sistema ritual sacramental de perdón no coinciden. La disgregación sim-
de la realidad para el hombre. Pero el determinante principal es el con-
bólica se produce por su incongruencia antropológica 4 .
tenido, a cuyo servicio se encuentra la forma o estructura. Comenzando,
pues, por el contenido, debemos decir que la penitencia es un proceso
2. Especificidad del perdón sacramental de conversión que implica la reconciliación y culmina en el perdón.
Este proceso supone siempre la intervención diferenciada del hombre
Sin embargo, es evidente que si algo de específico tiene el perdón pecador, de la Iglesia mediadora y de Dios misericordioso. Pero mien-
sacramental es su cualidad simbólica. Es cierto que todos los perdones tras la conversión apunta más a la participación activa y «laboriosa»
de la vida van acompañados de una cierta expresión simbólica verbal, del hombre movido por el Espíritu, la reconciliación se refiere más a la
gestual u operacional. Pero para un cristiano ninguno es en principio mediación de la Iglesia, continuadora de la obra de reconciliación reali-
tan concentrativo y totalizante, tan significativo y eficaz como el perdón zada en Cristo; y el perdón indica más la acción misericordiosa y gra-
sacramental. En él se expresan y realizan al mismo tiempo el perdón de tuita de Dios Padre con respecto al hijo perdido. No obstante, bajo los
Dios, el perdón de la Iglesia y el perdón del sujeto. Por él aparece en tres aspectos se da la totalidad (conversión reconciliadora para el per-
visibilidad lo invisible, y se hace experiencia el irrealizable deseo y pre- dón); en las tres visiones se encuentra la presencia actuante interper-
sencia la vida esperada. El perdón sacramental es el culminante simbó- sonal (hombre, Iglesia, Dios); por las tres perspectivas se realiza la
lico del perdón existencial, el «certificante» eclesiológico del perdón di- intervención trinitaria transformante (Padre, Hijo, Espíritu). El sacra-
vino, el necesitante cristiano del perdón eclesial. Sin el perdón sacra-
mental faltaría el símbolo eclesialmente definitivo y universal para la 5
Cf. W. Kasper, Antropologische Aspekte der Busse: «Theol. Quartal.» 2
(1983) 96-109; L. M. Chauvet, Prácticas penitenciales y concepciones del pe-
4 cado: «Selecciones de Teol.» 69 (1979) 38-48.
Cf. F. d'Agostino, Imaginación simbólica y estructura social. La religión 6
Ch. Duquoc, Reconciliación real y reconciliación sacramental: «Conci-
en la evolución social (Salamanca 1985).
lium» 61 (1971) 23-34, aquí 31-34.
282 D. Borobio El perdón sacramental de los pecados 283

mentó del perdón es un proceso único, una totalidad integrativa. Esto lia orientación de la conversión primera y aquella gracia bautismal por
no impide que, al destacarse esta pluralidad de aspectos centrales, sea la que, renaciendo de nuevo en el perdón, viene a ser acogido y recono-
lícito fijar su contenido e identidad a partir de ellos mismos. Es lo que cido en la plena comunión con Dios y con la Iglesia.
hacemos a continuación. Son también las diversas expresiones con que se califica en concreto
esta conversión segunda las que nos muestran toda la riqueza de su con-
1. Conversión tenido en la pluralidad de aspectos. En efecto, la conversión se deno-
mina con expresiones que la definen como un rechazo y una ruptura
Los términos bíblicos para designar la conversión (süb — ¿TcwrcpE- radical del pecado n , que implica el sacrificio del corazón contrito y las
cpoo; naham = jxETavoáw), en su diversidad de contextos, no ofrecen lágrimas de un esfuerzo penitencial (contritio, compunctio, lacrimae
una definición unívoca 7 . En conjunto, por ellos se expresa ese movi- paenitentiae, tristitia, dolor cordis...), en orden a una corrección y trans-
miento por el que el pecador abandona y rechaza el pecado, girando en formación radical de la vida (conversio-convertere, aversio-avertere, re-
redondo, para reorientar su vida de forma radicalmente nueva, en direc- versio-revertere, correptio-corrigere, emendatio-emendare), que supone
ción al bien o a Dios. Este acto, que abarca a la persona entera y por la gracia de Dios y la colaboración de la Iglesia (converte nos, ut mise-
el que se fundamenta la totalidad de la existencia en Dios, con su co- rando vulnera sanes) y conduce a una renovación de la fe y el amor, a
rrespondiente realización en la vida, lo define la Biblia también como una adhesión firme y a una recreación de la imagen perdida (secundum
«fe» 8 . Ahora bien: la conversión se vive y realiza en diversos momen- caelestis imaginem hominis reforman), que necesariamente ha de mani-
tos y situaciones. Y ello da lugar a que a lo largo de la historia se haya festarse en la perseverancia en la gracia y el servicio (regimine tuae
distinguido entre «conversión primera» o bautismal (que precede y es gratiae sustentemur... tibique acceptabili ¡amulatu infatigabiliter ser-
sellada por el bautismo), «conversión permanente» o cotidiana (virtud viamus).
de la conversión) y «conversión segunda» o penitencial (que se expresa
y celebra en el sacramento de la penitencia) 9. Los Padres de la Iglesia Este acontecimiento de la conversión segunda nos lo presentan nor-
pusieron siempre en parangón la conversión primera y la segunda, ha- malmente las fuentes no como un acto repentino y fugaz, sino como un
blando de primum baptisma-secundum baptisma, paenitentia prima- proceso duradero e intenso que se manifiesta a través de una ordena-
paenitentia secunda, prima nativitas-secunda nativitas, prima gratia- ción de elementos y de una estructura formal determinada. Al proceso
secunda gratia, tabula salvationis-secunda post naufragium tabula, gra- interior de conversión acompaña la forma externa que lo posibilita y
tuita donatio-labor paenitentiae... 10 Estas expresiones, aunque se re- expresa. Si la conversión tiene su historia, también debe tenerla el sím-
fieren a la penitencia en general, muestran por sí mismas el carácter y bolo que quiere expresarla. Dentro del proceso de conversión puede
la especificidad de la conversión segunda: es la respuesta que el bauti- distinguirse un primer tiempo o movimiento de verdadera «penitencia»
zado creyente da ante una situación de pecado mortal, manifestada en (punitentia) a, de auténtico sufrimiento (passio) y tristeza (tristitia), de
un proceso ascético laborioso de penitencia, en orden a recuperar aque- disgusto y dolor (sacrificium cordis contriti), que expresa el rechazo del
pecado y que, según el motivo que la impulsa, se calificará más tarde
7
Cf. J. Behm/E. Würthwein, pexavoim, fiexávoia, en TWNT IV, 972- de atritio-contritio B. Un segundo movimiento es el de la paenitentia-
1004; F. Laubach/J. Goetzmann, Conversión, penitencia, arrepentimiento, en actio, que implica una vuelta hacia (reversio), una corrección y enmien-
L. Coenen/E. Beyreuther/H. Bietenhard, Diccionario teológico del Nuevo
Testamento ( = DTNT) (Salamanca 1980) 331-337. 11
Recogemos aquí y en otros lugares algunas expresiones estudiadas por
8
Cf. W. Trilling, Metanoia ais Grunderforderung der neutestamentlichen nosotros en el análisis del Líber Orationum Psalmographus. Colectas de sal-
Lehre, en Einübung des Glaubens (Würzburgo 1965) 178-190. mos del antiguo rito hispánico. Ed. crítica y recomposición por J. Pinell (Mo-
9
Si a la «primera» se la llama «vivendi initium» (Agustín, Sermo 351, 6), numenta Hispaniae Sacra. Serie Litúrgica 9; Barcelona-Madrid 1972). Véase
a la «permanente» se la califica como «vivendi alimentum» (ibíd.) y a. la. D. Borobio, La doctrina penitencial en el Líber Orationum Psalmographus
«segunda» como «secunda post naufragium tabula» (Jerónimo, In Isaiam III, (Bilbao 1977) 287-376. Para otras expresiones cf., por ejemplo, A. Blaise, Le
8, lib. II, 56). Cf. Agustín, Sermo 351, I, 2ss; Ep. 265, 7. vocabulaire latín des principaux thémes liturgiques (Tournhout 1966).
10
Cf. E. Dassmann, Sündenvergebung durch Taufe, Busse und Mártirer- 12
Cf. Isidoro de Sevilla, Etym. VI, 19, 71.
fürbitte in den Zeugnissen frühchristlicher Frbmmigkeit und Kunst (Münster- 13
Cf. G. Badini, La penitenza nella Chiesa oggi: Eph.Lit. 3-4 (1983)
Aschendorf 1973).
371-403.
284 D. Borobio El perdón sacramental de los pecados 285

da (correptio), un cambio radical (conversio-convertere) hacia lo mejor misma. Por eso, el elemento de la conversión debe integrarse con otros
(ad meliora corrigere), hacia lo que es recto y justo (recta intendere), elementos centrales de sentido, y en concreto, con el que indica la pala-
hacia las fuentes del mismo ser (motus ad esse) M. El objeto de este bra «reconciliación».
cambio nos lo descubre el tercer movimiento, en una intervención gra- Los términos bíblicos para designar la reconciliación (%ai>aXká,G'-
ciosa de Dios (paenitentia-gratia), que, siendo la verdad (peritas), ilu- ffoo-xaTaXXaYTf)) se utilizan con cierta abundancia en Pablo, referidos
mina el corazón del hombre (lumen cordis), ilustra su mente (perlus- a la reconciliación con Dios (Rom 5,10; Col 1,20.22; Ef 2,16) y con los
tratio mentís) y la eleva para que busque la voluntad de lo alto (erectio demás (1 Cor 7,11; 2 Cor 5,17-20) u. El verdadero sujeto reconciliador
mentís ad supernam voluntatem) 15. Una vez fijada la voluntad en Dios, es Dios, pero el verdadero agente de la reconciliación es Cristo (Rom
el cuarto movimiento (paenitentia-amor) nos muestra al convertido op- 5,10ss; 2 Cor 5,19). Él es quien, con su encarnación, vida, muerte y
tando y adhiriéndose a Dios con todas sus fuerzas (Deo adhaereri), resurrección, ha obrado la reconciliación definitiva (Col 1,19-22), que
cual fundamento último de todo (tuo adhaerere fundamento), con el se ofrece permanentemente a los hombres como don («dejaos reconciliar
deseo de entregarse a él en amor y servicio permanente (tibí Deo nostro con Dios»: 2 Cor 5,20) y como servicio («nos confió el ministerio de la
adfectu et actu serviré), en orden a crecer y ser edificados en la fe y en reconciliación»: v. 18). Al ser esta reconciliación una realidad pendiente
la caridad (in Christo effici caritate sublimes in quo aedificamur jide o todavía no realizada en los hombres y en la historia, es necesario que
credentes), como lo exige la recreación penitencial (recrean). Y todavía se continúe como tarea a través de los agentes o ministros de recon-
puede señalarse un quinto movimiento (paenitentia-pax) de la conver- ciliación 18. Su objetivo no será otro que el del mismo Cristo: poner fin
sión en los efectos y compromisos que produce en el convertido: la a la enemistad entre Dios y los hombres a causa del pecado (2 Cor 5,
misma conversión a la paz (ad pacem convertí), la fe creída y predicada 19), llevar a la paz y a la amistad con Dios (Rom 5,1), ofrecer la salva-
(ad praedicationem verae fidei convertí), la alegría y la libertad (ad ción dada (Rom 5,10), conducir a la aceptación de la novedad de vida
libertatem laetitiae reduci)... (2 Cor 5,17), exhortar y mantener en la mutua reconciliación (1 Cor 7,
Como puede apreciarse, la conversión es el quicio y el centro de la 11), poner en paz todas las cosas según el ideal de la creación (Col
penitencia vista desde el sujeto. Es la totalidad en la parte, la síntesis 1,20). La reconciliación consiste, por tanto, en unir lo separado, en can-
de la participación. De la conversión depende la verdad de la peniten- celar la deuda, en conducir a la amistad desde la enemistad, en traer a
cia. En la conversión se autentifican la confesión y satisfacción peniten- la paz desde la ruptura. Se trata de un acto relacional e interpersonal
ciales 16. Estos actos son como su corporeidad, su visibilización personal en el que el centro se pone en la comunicación y el encuentro, dentro
y eclesial, su «sacramento». Lejos de ser absorbidos por la conversión, de una multilateralidad de relaciones que, teniendo por eje a Dios mise-
son exigidos por ella, en una u otra medida, como condición de posi- ricordioso y al hombre pecador, implican la mediación de la Iglesia
bilidad y de verdad. Conversión interna y externa no se oponen: se y se extienden a la humanidad entera y a la misma realidad cósmica.
integran constituyéndose. Pero la primariedad y la centralidad se en- La Iglesia entendió desde el principio que esta tarea de reconcilia-
cuentra en la conversión interna. ción estaba unida a una obra de conversión y penitencia (Mt 4,17; Me
1,15; Ef 4,22-24). Más aún: puesto que entre los miembros «santos»
2. Reconciliación había también pecadores (Mt 18), entre el trigo crecía también la cizaña
(Mt 13,36-43), entre quienes permanecían firmes en la fe había quienes
La conversión condensa el «todo» del penitente, pero no lo expresa naufragaban (1 Tim 1,19-20; 1 Tes 5,14...) y la misma comunidad su-
por sí misma; exige el «todo» del sacramento, pero no lo celebra en sí fría el escándalo de algunos miembros (1 Cor 5,ls), era preciso aplicar
14 17
Agustín, Confess., lib. X, cap. II, 2. Cf. Fr. Büchsel, xaraÁXáoom, en TWNT I, 252-260; H. G. Link/
15 H. Vorlander, Reconciliación, en DTNT IV, 36-48; J. Dupont, La réconcilia-
Véase el estudio y desarrollo de todos estos aspectos en nuestra obra
La doctrina penitencial, 132-139 y 417-461. tion dans la théologie de Saint Paul (Lovaina 1953).
10 18
OP 6a: «Ex hac ergo cordis contritione pendet paenitentiae veritas»; Cf. L. Goppelt, Versohnung durch Christus: «Luth. Monatshefte» 6
OP 6c: «vera conversio per culparum satisfactionem... completur»; OP 6b: (1967) 263ss; R. Schulte, Mitarbeiter Gottes. Theologische Überlegungen zur
«... confessio, quae ex vera sui cognitione coram Deo et peccatorum contri- Sakramentalitdt des kirchlichen Amtes, en Leiturgia. Koinonia. Diakonia (Fri-
tione procedit». Cf. RyP 31. burgo 1980) 391-427.
286 D. Borobio El perdón sacramental de los pecados 287

medios adecuados para prevenir y corregir (1 Cor 8,11-12; Mt 18, teología, la liturgia y el magisterio actual M , puede ser considerado como
15-16), para «atar y desatar» (Mt 16,19; 18,18; cf. Jn 20,22-23), para centro de sentido y base de estructura para el sacramento de la recon-
perdonar y reconciliar (Mt 6,12-15; 18,21-22.32-35; 5,23-24), para de- ciliación. Una reconciliación que, siendo al mismo tiempo (simul) con
volver a la unidad de la Iglesia y a la salvación de Cristo (1 Cor 5, Dios y con la Iglesia 25 , destaca su peculiaridad eclesial, pues mientras
1-13). En conjunto, estos textos parecen poner más de relieve la recon- Dios sólo reconcilia, pero no necesita ser reconciliado, la Iglesia, siendo
ciliación con la comunidad, como estaría indicando su interpretación reconciliada y reconciliadora, está también necesitada de reconcilia-
eclesiológica 19. ción 26 . La Iglesia es al mismo tiempo sujeto, mediación y objeto de
Durante los primeros siglos, la reconciliación con Dios por la recon- reconciliación. Es penitente con los penitentes, buscadora de conversión
ciliación con la Iglesia aparece como el objetivo central del Ordo pae- con los que se convierten, necesitada de reconciliación con los reconci-
nitentium. Las diversas expresiones de los textos patrísticos y litúrgicos liados. Por eso toda la Iglesia está empeñada en la obra de reconcilia-
así lo indican: admitiere ad communionem, suscipere in ecclesiam, re- ción, tanto ad intra como ad extra21. En la reconciliación pueden dis-
concilian cum ecclesia, reconcilian communioni, pacem daré, communio tinguirse ciertamente diversas dimensiones: con Dios, con la Iglesia,
pacis, in ecclesiam admitti, reconcilian altario...20 La misma ordena- consigo mismo, con los hermanos y con la creación entera 28 . Todas ellas
ción del proceso penitencial lo expresará con diversos gestos y ritos, deben expresarse en el sacramento. Pero la que mejor condensa esta ex-
como la imposición de manos, la acogida paulatina en la asamblea euca- presión integral es la reconciliación con la Iglesia, con sus elementos
rística y hasta su postura y forma de participar en la celebración, como significantes de reconciliación: sujeto que se reconcilia con y por la co-
lo demuestran los «grados penitenciales» en Oriente 21 . Posteriormente, munidad, comunidad que pide y concede la reconciliación, ministro que
algunos teólogos escolásticos, como Buenaventura, reconocerán en esto representa y sirve a la reconciliación, comunidad y ministro que anun-
la esencia del sacramento: «La confesión ha sido instituida en verdad cian y denuncian, que proclaman y celebran, que viven y se comprome-
para que el hombre se reconcilie con la Iglesia y así haga visible su ten con la reconciliación 29.
reconciliación con Dios» 22. Con razón, pues, en el Ordo paenitentiae y en la exhortación Recon-
Este aspecto, olvidado por largo tiempo en la teoría y la praxis y ciliatio et paenitentia se habla también de «sacramento de la reconci-
recuperado sobre todo desde la investigación de B. Xiberta 23 por la liación» 30, queriendo poner de reüeve el valor tradicional y actual de
19
esta expresión, su carácter relacional e interpersonal, su dimensión social
Cf. H. Thyen, Studien zur Sündenvergebung im Neuen Testament und y cósmica 3I , su estrecha relación con la penitencia y la conversión 32. Es
seinen alttestamentlichen Voraussetzungen (Gotinga 1970); A. Bogue, Binden cierto que en el mismo Ordo y entre éste y la exhortación parece no
und Losen, en LThK II (1958) 480-482; K. Rahner, Bussdisziplin, ibíd., 805-
815; Busssakrament, ibíd., 826-838; H. Vorgrimler, Das «Binden und Losen»
in der Exegese nach dem Tridentinum bis zum Beginn des 20. Jahrhunderts: 24
Nos referimos principalmente al Vaticano II, el OP, el nuevo CIC y la
«Zeitsch. für Kath. Theol.» 85 (1963) 460-471; B. Rigaux, «Lier et délier».
ex. RyP.
Les ministéres de réconciliation dans l'Église des temps apostoliques: LMD 25
117 (1974) 86-135. LG 11; OP 4, 5; CIC can. 960; RyP 31, IV-V.
26
20 OP 3; RyP 12 a. y c ; 9.
Cf. D. Borobio, La penitencia en la Iglesia hispánica del siglo IV-VII 27
Cf. OP 1, 2, 6a, 8; y RyP 8d.
(Bilbao 1978) 81-82. Recuérdense los estudios sobre esta tradición de B. Xi- 28
Cf. RyP 31, V; 4; 8.
berta, B. Poschmann, J. Jungmann, K. Rahner, E. Bourque, G. Galtier, C. Vo- 29
Cf. P. Jounel, La liturgie de la réconciliation: «La Maison-Dieu» 117
gel, H. Karpp.
(1974) 3-37; D. Borobio, Oficios y ministerios en la reconciliación de los
Cf. B. Poschmann, Die abendlandische Kirchenbusse im Ausgang des penitentes: «Phase» 79-80 (1974) 50-65 y 106-109.
christlichen Altertums (Munich 1928); J. Grotz, Die Entwicklung des Buss- 30
Aunque el título general es Ordo paenitentiae se habla con cierta fre-
stufens in der vornikanischen Kirche (Friburgo 1955) 414ss. cuencia de «reconciliación» en diversos sentidos (OP 2, 4, 5, 13, 22...) y se
22
S. Buenaventura, In IV Sent., á. 17, p. 3, a. 1, q. 3; a. 2, q. 1; a. 2, emplea «reconciliare-reconciliatio» para los grandes apartados.
q. 2... Lo mismo otros autores, como Rolando, Huguccio, etc. Cf. J. Mühl- 31
Mientras el Vaticano y el OP acentúan el carácter interpersonal de la
steiger, Exomologese: «Zeitsch. für Kath. Theol.» 2 (1981) 144ss. reconciliación —del penitente con Dios y con la Iglesia—, el documento RyP
23
B. Xiberta, Clavis Ecclesiae (Roma 1922; ed. altera por J. Perarnau, pone de relieve esta otra doble dimensión social y cósmica (nn. 8, 31, V).
Barcelona 1974). 32
RyP 4 c. y 4 d.
288 D. Borobio El perdón sacramental de los pecados 289

haber un desarrollo lineal y coherente en la terminología y contenido cuenta más el comienzo nuevo; la reconciliación es más exigitiva o im-
de la reconciliación33. Sin que nos parezca negativo el que también se perativa, el perdón es más gratuito e indicativo. Tratándose del sacra-
utilice como nombre técnico el de sacramentum paenitentiae M, lo cierto mento (encuentro del hombre con Dios en la Iglesia), la alteridad es
es que de las dos teologías latentes en el Ordo (una más tridentina y original, pues Dios es siempre sujeto que reconcilia y perdona y nunca
verticalista, otra más vaticana y horizontalista), la que predomina en la «objeto» que necesite ser reconciliado o perdonado. Desde Dios, todo
exhortación es aquélla y no ésta. Se percibe en los siguientes datos: la acto de reconciliación y perdón es absolutamente gratuito y creador.
reconciliación se percibe más como un elemento de la paenitentia-meta- Pero, en cuanto que el hombre y los demás (Iglesia) «juegan» también
noia que como esencia de la acción sacramental 35 ; en ningún momento en este acto de recibir y dar perdón, pueden aplicarse al sacramento
se afirma que la reconciliación sacramental sea simul con Dios y la Igle- tales características diferenciales.
sia, sino que se subraya la dimensión vertical de la reconciliación con Aclarado este punto, veamos qué nos dicen al respecto la Escritura
Dios M ; aun poniendo justamente de reheve el «carácter social» de la y la tradición de la Iglesia. Los términos bíblicos para indicar el perdón
intervención del ministro, apenas se alude a la intervención de la comu- («wpíirpi.: soltar, remitir, perdonar; acpetru;: perdón; nápeai*;: remi-
nidad concreta en la reconciliación sacramental 37 . Junto al avance en la sión o perdón provisional) •w ponen de manifiesto que el acto de per-
visión social del sacramento de reconciliación, la exhortación muestra donar es un acto de la misericordia de Dios, que pasa de largo, borra
cierta inclinación «verticalista», una relegación a segundo plano de la los pecados (Am 7; Ex 32,12.14; Jr 26,19; Ez 36,29.33...). En el Nue-
reconciliación con la Iglesia y una especie de temor al desarrollo cohe- vo Testamento, cccpÍTpi, en su sentido tanto de «soltar al pecador»
rente de los aspectos comunitarios implicados en la eclesialidad. Y, sin como de «perdonar» el pecado (ácpiEV'oa ¿(juapriag;: Mt 2,5.7 par.), se
embargo, si la reconciliación es un centro de sentido del sacramento, entiende también como una obra de Dios frente al obrar del pecador,
como lo demuestra todo lo dicho, debería haberse avanzado no sólo en fundamentada en Cristo, que no sólo predica, sino que realiza el perdón
contenido, sino también en estructura y forma correspondiente. (Col 1,14; Ef 1,7; Le 1,77; 4,18ss; 7,49; Me 10,45; Mt 18,21ss). Re-
conciliación y perdón sólo se entienden desde la cruz, desde el amor
3. Perdón entregado y la sangre derramada para el perdón de los pecados (Me 10,
45; Heb 9,22; Rom 8,32; Mt 26,28...).
Conversión y reconciliación son dos centros de sentido del sacra-
mento que reclaman, para la realización plena de la verdad sacramental, El perdón es, pues, un acto gratuito y eficaz de Dios, por la cruz de
un tercero: el perdón. Reconciliación y perdón son dos aspectos diferen- Cristo, que olvida y borra (Rom 4,7; 11,27), absuelve y libera (Heb 19,
ciados e inseparables, pero no confundibles de una misma realidad. Sus 18), justifica e indulta (Rom 3,21ss; 4,22-25; 8,1). Además de la media-
diferencias principales son éstas: la reconciliación es más «horizontal», ción de Cristo destacan la iniciativa misericordiosa y el amor paterno
el perdón más «vertical»; aquélla es más bilateral, éste más unilateral; (Le 15,11-22), la fidelidad y la justicia (1 Jn 1,9; Rom 3,5.25), el poder
la primera supone correspondencia, el segundo puede no suponerla; en y la magnanimidad (Me 2,7; Le 5,21; Mt 9,3) de Dios perdonador.
el primer caso se parte más de la realidad desreconciliada, en el segundo Aunque se habla del perdón al hermano como condición para el perdón
de Dios (Mt 18,35), en realidad no se trata de una «prestación previa»
33
Este punto ha sido especialmente notado y criticado por P. de Clerck, que merezca el perdón de Dios, sino más bien de una consecuencia del
Célébrer la pénitence ou la réconciliation? Essai de discernement théologique perdón gratuito de Dios, que exige no poner condiciones a quienes nos
a propos du nouveau Rituel: «Revue théol. de Louvain» 13 (1982) 387-424, ofenden, ni aunque sean enemigos (Mt 6,12 par.; 5,38-48; Rom 12,
espec. 394-401. 19ss).
34
Sobre la intención y complementariedad de los dos nombres: F. Sotto- La tradición de la Iglesia ha reconocido siempre esta gratuidad so-
cornola, // nuovo Ordo paenitentiae: «Notitiae» 90 (1974) 63-79; P. M. Gy, berana de Dios en el perdón. Es siempre Dios quien nos ha amado
Le sacrement de pénitence d'aprés le rituel romain de la Pénitence: «La
primero (ipse prior: 1 Jn 4,19), quien nos mueve a penitencia (adducit
Maison-Dieu» 139 (1979) 125-138.
35
RyP 4.
36
RyP 31, V. También el n. 7. 38
Cf. R. Bultmann, 'A<pivfu, en TWNT I, 506-509; H. Vorlünder, Per-
37
Compárese OP 8-9 con RyP 31, III-IV. dón, en DTNT III, 340-344.
1Q
290 D. Borobio El perdón sacramental de los pecados 291

ad paenitentiam) 39, quien perdonando prolonga en nosotros la gracia de tructura dialogal, pues si en cuanto perdón dado es oferta permanente
la redención (Quae est gratia? Peccati remissio... Christus adveniens más allá de la indignidad humana, en cuanto perdón recibido es acogida
hominemque suscipiens) 40. Dios nos espera, nos llama y nos provoca y respuesta en el agradecimiento del hombre 46 . Pero este perdón ex-
para que volvamos a él 41 , nos convierte con su gracia, nos visita con la presa siempre la voluntad incondicionada de Dios de comenzar de nue-
compunción y nos absuelve de nuestras culpas 42 . vo, de inaugurar una nueva relación a pesar del conflicto pendiente de
Pero serán los textos litúrgicos los que de mil maneras expresan la la infidelidad no superada. El perdón va más allá de las condiciones, no
admirable grandeza y pluridimensionalidad del perdón. Fijándonos sólo exige recompensa, acepta en la debilidad y la esperanza, entrega gratui-
en las colectas sálmicas hispánicas, vemos que el perdón aparece 43 como tamente. En este sentido, el perdón rompe la dialéctica bilateral de la
suspensión del castigo y olvido del pecado (ut indulgeas et suspendas reconciliación, inflexiona su horizontalidad exigitiva, aceptando el «to-
flagella; miserere ut peccata obliviscaris); como acción positiva de la davía no» del otro, su fidelidad todavía infiel. La reconciliación, para no
misericordia paterna (erige nos misericordiae tuae dono); como conti- quedarse en reivindicación y acuerdo compartido en el terreno de las
nuación de la misericordia redentora ya manifestada en Cristo (dona justicias, debe implicar el perdón, único capaz de romper el círculo de
nobis in Christo, quam in diu mandasti, misericordiam); como «indul- la insuficiencia o violencia. Y el perdón, para no quedarse en bondad
gencia» y «venia» (misericorditer indulgendo; miserando ad veniam sus- inmóvil, en gratuidad aceptada pasivamente, exige la reconciliación.
cipis); como remisión o condonación de la culpa (remissio-remittere, Pero, dada la tensión entre el deseo y la realidad, el único modo de
dimitiere, parcere, ignoscere); como purificación de la impureza (lavare, sobrevivir con esperanza reconciliadora, a pesar de las desreconciliacio-
delere, abluere, mundare, diluere, abstergeré, purgare); como liberación nes constantes, es el perdón. Es de tal importancia este aspecto en el
de las ataduras y el peso del pecado (vincula disrumpere; peccatorum sacramento, que reclama de modo indiscutible una expresión simbólica
nexus absolvere); como redención y salvación en Cristo (et quia tu es adecuada, para que el mismo sacramento sea lo que tiene que ser.
exultatio nostra, redime nos miserando et a flagellis peccatorum redi-
mendo libera); como sanación de nuestras heridas y enfermedades (et
qui lecto doloris peccatis adgrabati valetudine recubamus, indulgentiali III. ESTRUCTURAS SIMBÓLICAS DEL PERDÓN SACRAMENTAL
medicina sanemur); como iluminación que deshace la oscuridad del pe-
cado y las tinieblas del alma (tetra peccati nostri discute fulgore virtutis Como hemos venido diciendo, los «centros de sentido» son exigiti-
tuae); como vivificación y santificación del hombre creado a imagen de vos de expresión simbólica. Y la expresión simbólica necesariamente
Dios y santificado un día por el bautismo (tu nos vivifica... ac tua sem- toma cuerpo en un sistema y estructura simbólicos, por los que se mani-
per benedictione sanctifica); como recreación y renovación de la vida fiesta y realiza el sentido que las sustenta, en una ordenación determi-
trinitaria (ut confirmatos nos per Patrem, et innóvalos per Filium, cus- nada de sus elementos integrantes. En principio, una pluralidad de sen-
toditos nos esse gaudeamus per Spiritum Sanctum); como devolución tidos puede encontrar expresión adecuada en una unidad formal de
renovada de la alegría del ser cristiano y de la paz con Dios y la Iglesia estructura (v. gr., eucaristía). Pero nada impide que, en algunos casos,
(remissis criminibus in te exultemus; quietos deputa misericorditer in- estos sentidos diferentes exijan también estructuras diferenciadas, aun
dulgendo) u. dentro de una unidad fundamental. Éste es, a nuestro entender, el caso
Sin duda, el perdón de Dios, dives in misericordia45, tiene una es- del sacramento de la penitencia. Defendemos que, siendo el sacramento
uno y único, y consistiendo su identidad teológica en una diversidad
39
Agustín, Contra lulianum, lib. V, cap. IV, 14. integrativa de centros de sentido, dada la dificultad de ser expresados
40
Paciano de Barcelona, De baptismo, 3. dichos centros de modo adecuado en una única forma celebrativa, se
41
Id., Ad Paraenesis, 6; Isidoro, Sent. III, 5, 1. exige una estructura simbólica plural, que en cada caso exprese de for-
42
Isidoro, Sent. II, 38. ma más clara un aspecto, sin descuidar la expresión de los restantes.
43
Véase La doctrina penitencial, op. cit., 379-462. Como estas estructuras tienen sus raíces y su verificación históricas, así
44
Cf. J. Michl, Sündenvergebung in Christus nach Glauben der frühen
Kirche: «Münchener Theol. Zeitsch.» 23 (1973) 25-35.
45 46
Véase la ene. de Juan Pablo II Dives in misericordia: AAS 72 (1980) Cf. K. Rahner, Versóhnung und Stellvertretung: «Geist und Leben» 2
1193-1199. (1983) 98-110.
292 D. Borobio El perdón sacramental de los pecados 29}

como su lectura y aplicación actuales, vamos a proceder a una exposi- mental de Alfonso Cámare, de la segunda mitad del mismo siglo 53 . De
ción sucinta de las diversas perspectivas 47 . hecho, sólo con el Concilio de Trento desaparecerá, imponiéndose como
única forma de penitencia sacramental la confesión privada.
1. Estructura de «conversión penitencial» Creemos puede decirse que, si bien durante toda la escolástica se
insistió en la importancia de la contrición o conversión interna, y aun-
Entendemos por tal estructura aquella forma de penitencia que, te- que, conscientes de su necesaria manifestación externa, quisieron susti-
niendo por precedente la estructura histórica vigente durante el tiempo tuir la actio paenitentiae antigua por la confesión «vergonzosa» (oris
de la «penitencia canónica» (siglos III-VII) y de la «penitencia tarifada» confessio est máxima pars satisfactionis) S4, entendiendo la satisfacción
(siglos VII-XIII), expresa de un modo especial el proceso y autenticidad posabsolutoria como la «pena temporal» por el pecado..., de hecho,
de la conversión (spatium paenitentiae) a través de una reordenación de desde aquel entonces la Iglesia no ha ofrecido una estructura penitencial
los elementos penitenciales externos según su ritmo originario: confe- donde se cree un «espacio» adecuado para la autenticidad y procesua-
sión-satísfacción-reconciliación. No es necesario insistir en la importan- lidad interna y externa de la conversión. Es cierto que los documentos
cia y pervivencia que esta estructura tuvo a lo largo de la historia 48 . actuales insisten en la centralidad de la conversión-contrición, pero no
Aunque cambiaron y aparecieron formas nuevas y diversas antes del ofrecen ni hablan de este «espacio» indicado. Sin embargo, no han falta-
siglo vil (penitencia in extremis, penitencia de clérigos y monjes, peni- do autores que han reivindicado esta estructura 55. Hasta en las orienta-
tencia de los conversi, de los excommunicati, de los correpti, de los ciones episcopales de algunos rituales nacionales se habla de esta posibi-
devoti y «penitencia cotidiana») 49 y después durante la Edad Media lidad %. E incluso en el sínodo de 1983 resonó este deseo y petición 57.
(penitencia «tarifada», penitencia «privada», penitencia «pública no so-
Estamos convencidos de que la recuperación actualizada de esta
lemne» o «peregrinación penitencial» y penitencia «pública solemne») 50 ,
estructura o proceso penitencial, bien en la celebración con uno sólo o
permanecieron fundamentalmente el orden y la estructura originarios:
con muchos penitentes, según el ritmo en tres tiempos (reconocimiento
confesión y discernimiento del pecado, cumplimiento de la satisfacción,
o confesión del pecado a la luz de la Palabra, marcha a cumplir la sa-
reconciliación. Todavía en el siglo xv, los libros litúrgicos de la Iglesia
tisfacción y autentificar la conversión durante un tiempo prudencial,
toledana e hispalense en España recogen la praxis de la penitencia «pú-
v. gr., una semana, vuelta para la reconciliación en el momento fijado),
blica solemne» 51, como puede apreciarse en el Sacramental de Clemente
comportaría, entre otras ventajas, el poner de relieve el carácter pro-
Sánchez de Vercial, de la primera mitad del siglo xv 5 2 , y en el Sacra-
cesual, histórico y dinámico de la conversión; el crear un espacio ade-
cuado para que se manifieste el esfuerzo penitencial, la necesidad de
47
Se comprende que nuestra exposición tiene que ser limitada. Más am- cambio radical, las obras de conversión; el favorecer una mayor inter-
pliamente, D. Borobio, Estructuras de reconciliación ayer y hoy: «Phase» 128
(1982) 101-125.
48 53
Cf. E. Bourque, Histoire de la pénitence-sacrement (Quebec 1947) 74- Impreso en 1491 en Toledo, donde se dice que la penitencia solemne
114; C. Vogel, El pecador y la penitencia en la Iglesia antigua (Barcelona «imponitur pro aliquo gravi et enormi et vulgarissimo crimine quod totam
1967); id., Le pécheur et la pénitence au Moyen Age (París 1969). commoverit urbem vel communitatem», y es aquella «quae fit in facie Eccle-
49
Una explicación desde la praxis hispánica, en nuestro libro La peniten- siae», cit. I. García Alonso, ibíd., 386-389.
54
cia en la Iglesia hispánica, op. cit., 101-166. Así formulaba Petrus Cantor el principio, Verbum abbreviatum, c. 143.
50
Cf. C. Vogel, Le pécheur et la pénitence, op. cit.; P. Anciaux, La También el tratado anónimo De vera et falsa Paenitentia: PL 40, 1113-1130.
53
théologie de la pénitence au XII' siécle (Lovaina-Gembloux 1949). A. Nocent, Aspects célébratifs de la réconciliation dans la tradition litur-
51
El rito está tomado del Sacramentario toledano de la Biblioteca Nacional gique occidentale: «Eph. Lit.» 3-4 (1983) 360-361; P. de Clerck, Célébrer la
de Madrid del siglo XIII, fol. 13v-14v. Cf. I. García Alonso, La administra- pénitence, 416; A. González, Pour une célébration du sacrement de péniten-
ción de los sacramentos en Toledo después del cambio de rito (s. XII-XIII): ce: «Comm. et Lit.» 4 (1976) 195-204; J. Aldazábal, La celebración de la
«Salmanticensis» 5 (1958) 3-79, aquí 32-36. penitencia en el itinerario cuaresmal: «Phase» 128 (1982) 127-143.
32 56
Escrito en 1421; aunque no es libro litúrgico, sino catecismo de párro- Así en las Orientaciones doctrinales y pastorales del Episcopado Espa-
cos, contiene abundantes datos sobre administración de sacramentos. Véase el ñol, incorporadas al Ritual de la Penitencia (Madrid 1975) n. 65.
57
texto en I. García Alonso, El manual toledano para la administración de sa- Cf. G. Concetti, Riconciliazione e penitenta, op. cit., pp. 123.152-153,
cramentos a través de los siglos XIV-XVI: «Salmanticensis» 6 (1958) 378-381. 157-158, 164-165.
294 D. Borobio El perdón sacramental de los pecados 295

vención de la comunidad por la oración y el testimonio y un segui- ficación de la comunidad eclesial concreta, además de por el servicio
miento más sanativo del ministro; el mostrar las repercusiones de una del ministro, será preciso que en tal signo cobre toda su relevancia dicha
conversión social por las que no sólo se autentifica, sino que se hace comunidad, que la celebración sea fundamentalmente comunitaria. De
creíble para el mundo; el significar la conexión directa de la conversión entre las formas actuales que nos propone el ritual, es la forma B (re-
segunda penitencial con la conversión primera bautismal (catecumena- conciliación con muchos penitentes con confesión y absolución indivi-
do), y, por supuesto, el permitir recuperar la estructura más originaria dual) la que mejor expresa esta intervención reconciliadora de la Igle-
y duradera de penitencia. Ésta es, a nuestro juicio, la forma mejor de sia, sin marginar los otros aspectos de la reconciliación. Así, además de
favorecer y expresar la parte del penitente en el sacramento, pues con- manifestar que la reconciliación es obra de Dios (palabra, absolución,
fesión y satisfacción son elementos relativos, manifestativos e integran- oraciones), se significa que también es reconciliación consigo mismo
tes de la conversión-contrición y deben estar siempre al servicio de su (aceptación de la propia realidad por la confesión), y a través de la me-
autenticidad. Para la mentalidad actual, esta forma resulta más seria, diación eclesial (ministro, comunidad) es reconciliación con la misma
más auténtica, más sugestiva. No es algo para hacerlo todos los días, Iglesia (absolución) y con los hermanos (satisfacción). Hay que decir,
desde luego, pero sí algo que se podría recuperar y proponer una vez no obstante, que algunos aspectos aparecen medianamente significados
al año, sobre todo en tiempo de Cuaresma. en el interior de la estructura celebrativa. De hecho, mientras la confe-
sión y absolución se hacen con frecuencia precipitadamente, la satisfac-
ción es marginada en medio de la celeridad, la dimensión comunitaria
2. Estructura de «reconciliación eclesial»
se reduce a una escucha de la palabra y un examen dirigidos a todos
Llamamos así a aquella estructura que, teniendo especialmente en cual preparación a la confesión, la reconciliación con la Iglesia sólo se
cuenta la intervención y dimensión eclesial de la penitencia y sus expre- percibe en la absolución en privado, y la reconciliación con los herma-
siones históricas (estructura de «excomunión» y de «penitencia»), pre- nos se queda en un compromiso de futuro.
tende manifestar en su forma externa la esencia interpersonal y relacio- Entendiendo que esta celebración es más apta para grupos reduci-
nal de la reconciliación (Dios-Iglesia-sujeto), así como su inserción en dos, creemos que podría enriquecerse el signo con algunos de estos ele-
la historia social de reconciliación entre los hombres, para lo que valora mentos: despedida y acogida de los penitentes en la puerta de la iglesia,
de forma especial la celebración comunitaria (forma B). Si buscáramos en caso de celebración espaciada; abrazo de la paz entre hermanos antes
en la historia una forma correspondiente, no podríamos encontrarla en o después de la absolución; consideración del tiempo dedicado a las
apariencia. Pero sí diversos elementos significativos al respecto. Ya la confesiones como «espacio» penitencial de satisfacción; en vez de abso-
primera «disciplina penitencial» o praxis de excomunión (Mt 18,15-18; lución individual precipitada, absolución general proclamada a todos,
1 Cor 5,1-13) nos muestra un proceso marcado por dos polos (enemis- concluidas las confesiones; compromiso comunitario por la reconcilia-
tad-amistad), que suponen dos movimientos (separación-encuentro) e ción en la sociedad y en el mundo. De este modo, además de recuperar
implican dos intervenciones de la Iglesia respecto al pecador (ligare- el ritmo originario, se expresaría mejor la dimensión eclesial, fraternal
solvere)5*. La misma estructura de la «penitencia canónica», presente y social de la reconciliación y se evitaría que quedara en una celebración
hasta el Renacimiento, mantiene y expresa estos elementos por una in- comunitaria «a medias» 60.
tervención de la Iglesia a través del ministro (obispo-presbítero) y de
la comunidad («boicoteo», oración, ejemplo, caridad...) en orden a sig-
nificar la reconciliación por la mediación de la Iglesia ».
Ahora bien: este aspecto necesita una significación coherente. Y 60
como la reconciliación por la mediación de la Iglesia pasa por la signi- La disposición de que se dé la absolución a «cada penitente individual-
mente» podría variarse sin contradecir su sentido ni su interpretación histó-
rica. Con frecuencia se hace muy rápidamente, rompe el ritmo in crescendo
Cf. J. Bernhard, Excommunication et pénitence-sacrement aux premiers de la celebración, hace que no pocos abandonen la asamblea antes de la acción
siécles de l'Église: «Revue de Droit Canonique» 15 (1965) 265-281.318-330; de gracias e impide una mínima recuperación del ritmo y estructura más ori-
A. Ziegenaus, Umkehr, Versóhnung, Friede (Friburgo 1975) 26ss. ginarios. No puede desconocerse, sin embargo, la norma actual de la Iglesia
59
Cf. nuestro estudio La penitencia en la Iglesia hispánica, 45-50. y las ventajas que tiene.
El perdón sacramental de los pecados 297

3. Estructura de «perdón misericordioso» El Ordo paenitenúae y la exhortación Keconciliatio et paenitentia


siguen proponiendo esta forma como la primera y más importante (úni-
Creemos que puede llamarse así la estructura que, partiendo de la
co modo normal y ordinario) 67 . Es cierto que en ella se expresa de
primariedad e iniciativa del perdón gratuito e incondícionado de Dios
modo privilegiado el carácter dialogal y de encuentro (confesión indivi-
en su dinámica dialogal, y teniendo en cuenta las formas históricas que
dual), la gratuidad del perdón que no depende de la actio paenitentiae
más reflejan este sentido (confesión privada al sacerdote o al laico, abso-
(se da inmediatamente la absolución), la personalización y responsabili-
luciones colectivas), busca expresar de modo correspondiente la confian-
dad en un pecado para el que se pide también discernimiento y correc-
za en el perdón y el encuentro personal con Dios. Es indudable que,
ción concretos (intervención del confesor). Pero no aparecen tan clara-
entre otros sentidos (discernimiento eclesial, curación, juicio, satisfac-
ción), la confesión del pecado estuvo siempre unida a la alabanza y la mente los aspectos de la reconciliación fraterna y eclesial, lo cual supone
profesión de fe 61 como signo de encuentro con Dios y lugar de la mise- una distorsión del orden más originario. Por ello hay que considerarla
ricordia del Padre 6 2 . como una estructura importante pero no ideal, necesaria pero no única.
En cuanto a la absolución general o forma C (ordo ad reconciliandos
En el momento de la configuración de la estructura de confesión
paenitentes cum confessione et absolutione generali), los dos documentos
(siglo x m ) , uno de los factores decisivos para cambiar el momento de
mencionados suponen una recuperación real, pero condicionada y excep-
la absolución inmediatamente después de la confesión fue asegurar que
cional (en caso de gravis necessitas) 6S, de una forma también histórica,
se recibiera la absolución y se significara, por tanto, el perdón y la gra-
para responder a situaciones graves, evitando siempre convertirla en
cia de Dios 63 . Tan importante vino a ser esta confesión como signo
«forma ordinaria de celebración». Prescindiendo en este momento de
para obtener la misericordia y el perdón de Dios, que, en caso de nece-
otros análisis, diremos que esta forma es también muy apta para expre-
sidad, bastaba confesarse directamente a Dios 64 , o bien a un laico 65 ,
o bien, de un modo general, en comunidad para recibir la absolución sar la iniciativa gratuita y no condicionada del perdón de Dios (palabra
colectiva 66 . A través de estas formas quería expresarse que la penitencia proclamada, absolución incluso sin confesión individual), así como la
es un encuentro dialogal con Dios, en el que, fiados en su misericordia, dimensión eclesial-comunitaria y social de la penitencia (participación de
recibimos el perdón inmerecido, participamos de la redención y recon- la comunidad, satisfacción común, absolución colectiva...). Pero tiene
ciliación de Cristo, anticipamos el juicio escatológico de gracia. De en- varias importantes limitaciones: no se reconoce individualmente el pe-
tre todas ellas fue la confesión privada al sacerdote la que aceptó y cado para el discernimiento (necesario en caso de pecados mortales) y
defendió la Iglesia como la «única» y más normal para garantizar al supone un desorden de elementos estructurales, ya que no sólo persiste
mismo tiempo la contrición del pecador, el «juicio» de la Iglesia y el el cambio de la satisfacción (después de la absolución), sino que intro-
perdón de Dios. duce el cambio de la confesión (teniendo que ser al principio, se deja
para el final). Esto nos lleva a decir que esta forma, aun siendo a veces
61 realmente necesaria, no es ideal y, por tanto, tampoco puede ser en
Cf. Agustín, Enarr. in psalm. 94, 4; Casiodoro, Expos. psalm. 94, 2;
Isidoro, Etym. VI, 19, 75. principio ordinaria y única. Pero siendo que su desorden de elementos
62
Isidoro, Synonym. I, 53: «Confessio sanat, confessio iustificat, confes- está en la línea del que sufre la forma A, podría también reconocérsele
sio peccati veniam donat, omnis spes in confessione consistit, in confessione un puesto proporcionado más normal, en complementariedad con las
locus misericordiae est». otras formas o estructuras señaladas 69 .
63
Véanse testimonios en P. Anciaux, Le théologie du sacrement, op. cit.,
491ss; J. Mühlsteiger, Exomologese, loe. cit.
64
Ambrosio, Super Lucam, 50, 10, 87.
65
Santo Tomás, Suppl, q. 8, a. 2; Pedro Lombardo, Sent. IV, 50, 4,
D. 17, c. 4. Cf. testimonios en C. Vogel, Le pécheur et la pénitence au Mo-
jen Age, 132ss; A. Teetaert, La confession aux láics dans l'Église latine 67
OP 15-21.41-59; RyP 27-32.
depuis le VIII' siécle jusqu'au XIV siécle (París-Brujas 1926). 68
OP 31-35.60-66; RyP 32-33; CIC can. 961-963.
66 69
Cf. P. Anciaux, Théologie de la pénitence au XII' siécle, 50ss; L. Vene- Durante el Sínodo de 1983, un grupo significativo de obispos y Confe-
ser, Bewertung der Generalabsolution in Lichte der Bussgeschichte: «Studia rencias Episcopales pidieron que se extendiera la posibilidad de utilizar esta
Moralia» 15 (1977) 469-482. celebración. Cf. G. Concetti, Riconciliazione e penitenza, 119-120.156-157.
IV. CONCLUSIÓN COLABORADORES DE ESTE NUMERO
El sacramento del perdón es la celebración simbólica eclesial del
perdón vivido; es la significación realizante del perdón gratuito de Dios
en el contexto de los mil perdones cotidianos. En el sacramento se ex-
presa el perdón recibido de Dios y de los demás y el perdón dado y por JAN PETERS OCD
dar a los demás. Aceptar y ofrecer el perdón: he ahí la única «condi-
ción» para ser perdonados de verdad. Pero esta misma «condición» ha Nació en 1921 en Elsloo (Holanda). Estudió en Lovaina, Madrid y Nime-
sido posibilitada por Dios, ya que él no nos perdona porque nos haya- ga. Se doctoró con una tesis sobre san Juan de la Cruz (Geloof en mystiek,
Lovaina 1957). Ha sido profesor de dogmática y de espiritualidad. Es autor
mos perdonado los hombres, sino que podemos perdonarnos los hom-
de una nueva traducción al holandés, con amplias introducciones, de las obras
bres porque él nos perdona. El hombre, sin embargo, no logra realizar completas de san Juan de la Cruz (Gante 31980). Entre otras obras ha publi-
el perdón de forma plena. Por eso está llamado a vivir siempre de nue- cado Leven met een melodie (Hilversum 31984), meditaciones sobre el Cántico
vo la experiencia del perdón gratuitamente dado, a celebrar sin cesar espiritad de san Juan de la Cruz, y Al was het maar je schaduw (Hilversum
las «arras de la esperanza» de un perdón todavía pendiente hasta el 1984). Desde los comienzos de «Concilium» es miembro de la sección de espi-
final. ritualidad. Es también miembro de la Asociación de Teólogos Católicos de Ho-
¿Cómo celebrar esta realidad y cuanto implica de un modo signifi- landa y redactor de las revistas «Handreiking aan vrijwilligers in het pasto-
cante y elocuente? El signo sacramental dado en la Iglesia no es perci- raat» y «Speling».
(Dirección: Wanssumseweg 6, 5862 AA Geysteren, Holanda).
bido hoy por muchos como significativo del sentido penitencial y recon-
ciliador vivido. Se requiere un esfuerzo de recomposición de la estruc-
tura simbólica penitencial que, atendiendo a los centros de sentido y a RAYMOND STUDZINSKY OSB
las más importantes formas históricas, responda a la sensibilidad y ne-
cesidades pastorales, en una oferta plural y unitaria al mismo tiempo. Nació en 1943 en Detroit (EE. UU.) y fue ordenado sacerdote en 1969.
A esto quiere responder lo que hemos presentado como «estructura de Doctor en teología, ha estudiado en particular el campo de la evolución reli-
conversión» (que expresa más la participación del sujeto), «estructura giosa. Actualmente es profesor agregado en el Departamento de Religión y
de reconciliación» (que significa mejor la participación eclesial-comuni- Educación Religiosa de la Universidad Católica de América (Washington,
taria) y «estructura de perdón» (que manifiesta más la primariedad y D. C). Entre sus publicaciones más recientes podemos mencionar Spiritual
gratuidad del perdón de Dios). En cada estructura se da la totalidad, Direction and Midlife Development (1985).
(Dirección: The Catholic University of America, School of Religious Stu-
pero con relevancia significante diversa. Ninguna es excluyente de las
dies, Dept. of Religión and Religious Education, Washington, D. C. 20064,
demás, y todas se complementan en sentido y signo. Pero aceptando su EE. UU.).
mutua referibilidad, hay que decir que la estructura más original, per-
manente y modélica parece ser aquella que mejor guarda el orden lógico JOSÉ RAMOS REGIDOR
de elementos significantes: confesión-satisfacción-absolución.
Nació en 1930 en España. Ha sido profesor de teología en la Pontificia
D. BOROBIO
Universidad Salesiana de Roma. Desde 1973 trabaja en el Centro Idoc Inter-
nazionale y en la revista del mismo nombre. Forma parte de la redacción del
semanario «Com-Nuovi tempi». Ha publicado, entre otras obras, El sacra-
mento de la penitencia (Salamanca 1976), Jesús y el despertar de los oprimi-
dos (Salamanca 1984) y, en colaboración con A. Gecchelin, Cristiani per il
socialismo. Storia, problemática, prospettive (Milán 1977).
(Dirección: via degli Strengari, 25, 00186 Roma, Italia).
FILIPPO GENTILONI VIRGIL ELIZONDO

Nació en Roma en 1924. Ensayista, es redactor de «Idoc Internazionale», Nació en San Antonio, Texas (EE.UU.). Estudió en la Ateneo University
«Com-Nuovi tempi» y «Antigone» y colaborador del diario «II Manifestó». de Manila, en el East Asian Pastoral Institute de la misma ciudad y en el
Recientemente ha publicado Abramo contro Ulisse. Un itinerario alia ricerca Instituto Católico de París. Es doctor en filosofía y teología. Desde 1971
di Dio (Turín 1984) y, junto con Marcello Vigli, Chiesa, comunita, comunione preside el Centro Cultural México-Americano de San Antonio. Ha publicado
(Roma-Turín 1985), sobre la experiencia de las comunidades de base en Italia. numerosos libros y artículos. Pertenece al consejo de redacción de las revistas
(Dirección: via dell'Amba Aradam, 24, 00184 Roma, Italia). «Concilium» y «Catequesis Latinoamericana». Dedica especial atención a los
marginados y pobres de los Estados Unidos.
(Dirección: Mexican American Cultural Center, 3019 W. French PL.,
CHRISTIAN DUQUOC OP P. O. Box 28185, San Antonio, Texas 78228, EE. UU.).

Nació en 1926 en Nantes (Francia) y fue ordenado sacerdote en 1953. Es-


tudió en el Studium dominicano de Leysse (Francia), en la Universidad de MIGUEL RUBIO CSSR
Friburgo de Suiza, en las Facultades de Le Saulchoir (Francia) y en la Escue-
la Bíblica de Jerusalén. Es doctor en teología y diplomado por la Escuela Bí- Nació en Chinchilla (Albacete) en 1940. Doctor en teología, es profesor
blica. Actualmente explica dogmática en la Facultad Teológica de Lyon y per- del Instituto Superior de Ciencias Morales y del Instituto Superior de Pasto-
tenece al consejo de dirección de la revista «Lumiére et Vie». Entre sus ral, en Madrid. Dirige la revista «Moralia». Entre sus publicaciones destacan:
numerosas publicaciones destacamos Cristología (Salamanca 31978), Jesús, Der Mensch im Daseinshorizon der Sakularisierung. Voraussetzungen für eine
hombre libre (Salamanca 1982), Dios diferente (Salamanca 21981). s'ákular-christliche Anthropologie, 2 vols. (Bad Honnef 1978), Marta de Naza-
(Dirección: 2, place Gailleton, F-69002 Lyon, Francia). ret, mujer-creyente-signo (Madrid 21981), La educación ética (en colaboración;
Madrid 1980) y Modernidad y ética cristiana (en colaboración; Madrid 1982).
(Dirección: Félix Boix, 13, 28036 Madrid, España).
JON SOBRINO SJ

Nació el 27 de diciembre de 1938 y fue ordenado en 1969. Reside habi- DIONISIO BOROBIO
tualmente en El Salvador. Es licenciado en filosofía y letras (Universidad de
St. Louis), «master» en ingeniería y doctor en teología (Hochschule Sankt Nació en 1938 en España y se ordenó sacerdote en 1965 en Bilbao. Estu-
Georgen, Francfort). Entre sus numerosas publicaciones destacan Cristología dió en la Universidad Gregoriana y en el Instituto Litúrgico de San Anselmo
desde América Latina (México 1977), La resurrección y la verdadera Iglesia de Roma. Es licenciado en filosofía por la Universidad Complutense de Ma-
(Santander 1981), Jesús en América Latina (San Salvador 1982). drid. Doctor en teología litúrgica, profesor en la Facultad de Teología de la
(Dirección: Mediterráneo 50, Jardines de Guadalupe, San Salvador, El Universidad de Deusto y director del Secretariado de Liturgia de la diócesis
Salvador). de Bilbao, así como miembro de la Comisión Episcopal de Liturgia. Entre sus
publicaciones pueden citarse: Confirmar hoy. De la teología a la praxis
GEORGE SOARES-PRABHU SJ (1974); ¿Matrimonio cristiano... para quién? (1977); La doctrina penitencial
en el «Liber Orationum Psalmographus» (1977); La penitencia en la Iglesia
Nació en India en 1929. Ingresó en la Compañía de Jesús después de hispánica del siglo IV-VII (1978); Ministerio sacerdotal. Ministerios laicales
graduarse en química en la Universidad de Bombay. Actualmente es profesor (1982), y Sacramentos en comunión (1985).
de exégesis del Nuevo Testamento en la Jnana Deepa Vidyapeeth (Ateneo (Dirección: Universidad Pontificia, Compañía, 1, 37080 Salamanca, Es-
Pontificio) de Pune. Es autor de The Formula Quotations in the Infancy paña).
Narrative of Matthew (Roma 1976). Ha colaborado en numerosas revistas
teológicas de la India. Recientemente ha dirigido una colección de artículos
sobre la interpretación india del Evangelio de san Juan, publicados en Alema-
nia con el título Wir werden bei Ihm wohnen: Das Johannesevangelium in
indischer Deutung (Friburgo 1984).
(Dirección: De Nobili College, Pune 411 014, India).
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