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Las funciones de los principios jurídicos

Autor: Morea, Adrián O.

País: Argentina

Publicación: IJ Editores - Argentina

Fecha: 17-10-2017 Cita: IJ-CDLXXXII-951

1. Introito

Los principios jurídicos constituyen uno de los temas más convocantes de la discusión
iusfilosófica actual.

Abordaremos su estudio desde un enfoque no positivista. Es decir, partimos de la


consideración fundamental de que existe la posibilidad de contar con criterios morales
identificados por la razón, a partir de los cuales juzgar la conducta humana social.

Esto se debe a que el derecho no es compatible con cualquier contenido, por lo que si las
decisiones autoritativas resultan repugnantes desde el punto de vista moral, ello implicará la
descalificación del contenido de las mismas con los consiguientes efectos personales e
institucionales.

Los principios jurídicos son precisamente aquellos parámetros ético-jurídicos que regulan la
convivencia social y enjuician el contenido axiológico de las normas positivas.

El Código Civil y Comercial reconoce a los principios jurídicos como fuente autónoma de
derecho, es decir, como una fuente cuya validez no está supeditada al derecho positivo, y ya
no como un mero recurso supletorio que se limita a integrar los vacíos y lagunas normativas no
resueltas mediante el auxilio de otros canales jurídicos. En tal sentido, los principios se erigen
como elementos lógicos y éticos del derecho que, por ser racionales y humanos, son
virtualmente comunes a todos los pueblos.

Vale recalcar que los principios del nuevo Código son, al igual que los principios del realismo
jurídico clásico, exigencias de justicia sustancial cuya validez se asienta, más que en un
reconocimiento normativo contingente, en su fundamentación racional y universal, lo que
remite, en última instancia, a la naturaleza de la persona humana.

A través del espejo de los principios y valores jurídicos, el Código Civil y Comercial auspicia una
conexión material entre derecho y moral. Al decir de Vigo, “los principios jurídicos (...) implican
recuperar para el derecho el sentido último que explica y justifica su existencia, que él no es un
mero medio técnico en donde solo importa su perfección sistemática. Los principios remiten el
derecho a la antropología o, mejor dicho, a lo que es más propiamente humano, o sea, su
eticidad, su felicidad y su buen vivir y convivir”[1].

2. ¿Para qué sirven los principios jurídicos?

El gran problema de los principios jurídicos no es la falta de reconocimiento normativo, sino


más bien el hecho de que nadie sabe bien qué hacer exactamente con ellos.
Por tal motivo, el nudo gordiano del presente artículo apunta menos a fundar la vigencia
positiva de esta fuente del derecho que a desentrañar la proyección funcional de los principios
en el derecho.

Las funciones de los principios jurídicos se expresan en los diferentes modos de aplicación
práctica de éstos en las relaciones de derecho.

Los principios jurídicos nos proporciona una pauta básica para conocer su impacto orgánico
dentro del ordenamiento jurídico globalmente considerado, toda vez que en su faz operativa
los principios revelan su jerarquía, las condiciones para su aplicación, el método de
ponderación empleado, entre varias de sus propiedades.

En este aspecto, suscribimos a un pluralismo funcional en el sentido de que estamos


convencidos de que los principios jurídicos no sirven exclusivamente a una única función, sino
que desempeñan diversos cometidos en su aplicación práctica.

A continuación, daremos fe de lo expuesto -aunque sin pretensiones de exhaustividad alguna


dada la imposibilidad de delimitar a priori las impredecibles posibilidades de aplicación
prácticas de esta fuente- mediante el análisis de las diferentes funciones que asumen los
principios jurídicos:

2.1. Función interpretativa: el recurso a los principios ayuda a despejar dudas entre varias
interpretaciones posibles, escogiendo aquella que se ajuste al principio en juego que revista
mayor peso en el caso concreto[2]. O también a definir una interpretación determinada
cuando ni siquiera existe claridad respecto a las líneas interpretativas posibles.

Las leyes, si bien deben estar informadas por aquellos principios, también han de ser
interpretadas en el momento de su aplicación conforme a los mismos. Es que la interpretación
de la ley escrita es un menester técnico para el que hay que acudir armado con categorías y
principios jurídicos.

Los principios jurídicos operan como significaciones lógicas y esquemas axiológicos fundantes
del sentido jurídico unificado que el intérprete debe conferir a un determinado sector de la
conducta normada o, en su caso, a una determinada institución jurídica.

En este aspecto, Smith entiende que ya sea que los principio jurídicos se encuentren
normativamente explicitados o que, careciendo de explicitación, actúen sólo como una idea
orientadora del conocimiento, lo cierto es que asumen siempre “una función gnoseológica,
consistente en constituir un criterio unificado con cuyo auxilio es posible precisar desde una
determinada perspectiva político-jurídica -la misma adoptada por la fuente normativa- el
contenido lógico y la dimensión axiológica del sistema de normas susceptible de ser subsumido
en él”[3].

La función interpretativa no sólo implica que los principios operan como reglas previas para
realizar la interpretación, sino que primordialmente se activan como fiscalizadores de que la
solución a la cual se arribe responda a los criterios axiológicos que los mismos inspiran. En
definitiva que los resultados sean justos[4].
En esta sintonía, la Corte Suprema de Justicia ha dicho: “La interpretación de la ley comprende
no sólo la pertinente armonización de sus preceptos, sino también su conexión con las demás
normas que integran el ordenamiento jurídico vigente (y) tal interpretación armónica alcanza a
la Constitución Nacional, a cuyos principios y garantías ha de adecuarse la hermenéutica
jurídica de las normas legales...”[5].

El carácter interpretativo de los principios jurídicos adquiere mayor relevancia cuando se


contemplan casos complicados o difíciles, respecto de los cuales no se puede formular a
primera vista y de modo inmediato la solución aplicable a la situación planteada, ya sea porque
la determinación de cuáles sean los hechos jurídicamente relevantes es difícil; ya sea porque la
determinación de cuáles sean los aspectos de esos hechos que tengan alcance para la
calificación jurídica no resulta del todo diáfana; ya sea porque en las normas generales del
orden jurídico positivo se hallen dos o más puntos de vistas diferentes —todos ellos con igual
rango normativo formal— para calificar esos hechos; ya sea porque no sea empresa leve hallar
la norma que deba considerarse como aplicable al problema concreto en virtud de que a igual
grado en la jerarquía formal hay más de una norma, y la elección entre ellas depende del
punto de vista que se adopte; ya sea porque el sentido y el alcance de la norma, que parezca la
pertinente, no se presente con claridad en el texto en que se halla formulada[6].

Al decir de Roscoe Pound, los principios potencian el papel de la interpretación, pues “son
puntos de partida de autoridad para el razonamiento jurídico. No asignan ninguna
consecuencia detallada y definida a un estado o situación de hecho determinada.
Proporcionan la base para el razonamiento cuando sobreviene y es sometida a consideración
una situación que no está regulada por una regla precisa, e indican asimismo qué disposición
debería tomarse para su solución”[7].

Con relación a las normas, advertimos que los principios posibilitan tres formas típicas de
interpretación. 1) Restrictiva respecto a las normas relativamente injustas, por cuanto tienden
a recortar el margen de injusticia presente en ellas. Por ejemplo, el art. 206, segundo párrafo,
del Código de Vélez establecía una preferencia en favor de la madre para ejercer la tenencia en
caso de separación entre los progenitores, circunstancia que se fue atenuando a nivel
jurisprudencial con base en el principio de igualdad entre los progenitores[8]. 2) Creativa
respecto a las normas dikelógicamente neutras, en tanto le imprimen una orientación
axiológica a la estructura técnica de la norma en orden a la realización de bienes humanos.
Verbigracia, el inc. b del art. 228 del Código de Vélez que dejaba a opción del actor la
interposición de la acción frente al juez de la residencia habitual del menor fue “actualizado
creativamente” por la jurisprudencia mayoritaria de nuestro país, en el sentido de precisar que
por “residencia habitual” debía entenderse “centro de vida”, a fin de asignarle un sentido
verdaderamente tuitivo al criterio formal de atribución de competencia[9]. 3) Extensiva
respecto a las normas justas, puesto que los principios apuntan a optimizar el grado de
realización de los valores jurídicos hasta tanto lo permitan las posibilidad fácticas y jurídicas del
caso concreto. Así se ha dispuesto que la figura del abuso del derecho prevista en el art. 1071
del Código de Vélez resulta trasladable por analogía al proceso judicial[10].

En ocasiones, la función interpretativa exige adoptar una decisión dentro de un marco de


opciones interpretativas legalmente posibles, eligiendo aquella alternativa que mejor se ajuste
a los principios jurídicos en juego. En otros casos, no media pluralidad de opciones
hermenéuticas, con lo cual la labor del intérprete se limita a determinar el sentido y alcance de
una norma que resulta oscura o abstrusa.

No es ocioso señalar que esta manifestación trial de la función interpretativa de los principios
jurídicos también se reedita respecto de la costumbre jurídica, como fuente de derecho en el
ordenamiento jurídico argentino.

A nivel global, los principios representan la base jurídica sustancial para la construcción de una
teoría de la interpretación jurídica, que permita informar cuál es el sentido que se le atribuye a
las reglas jurídicas positivas y cómo se emplean éstas para establecer el status deóntico de las
conductas.

2.2. Función integrativa: opera ante lagunas normativas; es decir, la integración tiene lugar
cuando el caso planteado constituye una situación que el legislador no previó ni remotamente,
ni pudo tenerla en su pensamiento.

En esta faena, el juez, para averiguar cuál es la norma aplicable al caso particular sometido a su
jurisdicción tiene que analizar cuál entre las normas del orden jurídico positivo al ser aplicada
al caso planteado produciría en concreto efectos análogos a los que el legislador se propuso en
términos generales o, mejor dicho, efectos análogos hacia los cuales apuntan
intencionalmente los criterios axiológicos que inspiran el orden jurídico positivo. O, a falta de
norma legal análoga, construir derechamente la solución aplicable al caso sobre la base de
estos principios jurídicos que operarían, en tal caso, no sólo como criterio estructurador de la
solución aplicable, sino también como materia prima de la misma.

Esto debe hacerse en todos y cada uno de los casos. Claro que una vez más se presenta la
diferencia entre los casos fáciles y los casos difíciles. En tal sentido, la labor integrativa no sólo
puede recaer sobre la elección de la premisa mayor, sino también en la constatación y la
calificación jurídica de los hechos relevantes.

Desde este aspecto funcional, los principios jurídicos se perfilan como una salida indispensable
para el juez que, teniendo la obligación de dictar sentencia entre dos intereses opuestos, no
halla texto legal o costumbre aplicable. Por ejemplo, la teoría de los actos propios no está
expresamente regulada en el derecho positivo argentino, empero en ciertas situaciones en las
que una parte se pone contradicción con su conducta anterior jurídicamente relevante, la
misma resulta extraíble como un contenido implícito del principio de buena fe[11].

La gran diferencia entre el positivismo legalista y el neoconstitucionalismo o iusnaturalismo es


que los principios ya no se conforman con una función integrativa meramente supletoria -es
decir habilitada exclusivamente ante un vacío legal o consuetudinario-, sino que también
concurren al proceso constructivo de la solución jurídica en forma directa e inmediata.Es que si
los principios son aquella juridicidad radical y preexistente, y por ende informativa –positiva o
negativamente- de todo el sistema jurídico, resulta muy difícil sostener una aplicación
supletoria de los mismos en defecto de la ley y el derecho consuetudinario.
En síntesis, los principios están fuera de la estricta subordinación jerárquica de las fuentes, ya
que han de ser tenidos en cuenta antes, en y después de la ley y la costumbre. Todavía más,
son los que señalan los caracteres que la ley y la costumbre han de tener para ser válidos[12].

2.3. Función enjuiciadora: consiste en la descalificación lisa y llana de aquellas soluciones


normativas manifiestamente contrarias a valores jurídicos. Se trata de una solución extrema
que condensa el máximo grado de injerencia de los principios en el ordenamiento positivo.

El fundamento radica en que los principios jurídicos tienen una prevalencia ontológica y
axiológica que desautoriza como derecho a lo que grave e insuperablemente se le oponga.
Esto hace que los principios operen como válvula de ajuste ante soluciones legales que
contrarían el sentido más básico de justicia[13].

Lo característico de este control axiológico es que escudriña la validez y vigencia de las normas
jurídicas desde el momento en que las mismas quedan sujetas en última instancia al test de
compatibilidad con los principios, corriendo el riesgo de que estos terminen prevaleciendo y,
por consiguiente, expulsando del ordenamiento jurídico a las normas que grave e
insuperablemente contradicen a los principios jurídicos[14].

Esta respuesta extrema se ciñe exclusivamente a los casos de un “derecho manifiesta y


gravemente injusto” y, en tales casos excepcionales, corresponde la invalidez o no
reconocimiento de la juridicidad u obligatoriedad del mismo. Por ejemplo, si el legislador
actual pretendiese restaurar la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos mediante una
norma que estableciese un tratamiento jurídico diverso según hayan nacido éstos dentro o
fuera del matrimonio, nos enfrentaríamos ante una violación palmaria del principio de
igualdad que determinaría la invalidez de la norma que introduce dicha distinción.

La descalificación de las normas legales requiere que la violación de la exigencia axiológica de


que se trate asuma carácter grave. Esto es relevante, puesto que la intensidad de la
transgresión puede variar en cada caso. En tal sentido, Alexy distingue tres grandes tipos de
violaciones: graves, tolerables e insignificantes. Cuando la norma ha alcanzado un nivel grave
(extremo intolerable) de lesión a principios jurídicos, estaremos frente a una norma inválida.
Cabe precisar, al respecto, que no cualquier déficit axiológico implica la pérdida de validez u
obligatoriedad, sino solo aquella que supera el piso de lo tolerable[15].

En fin, el jurista debe percatarse de los diferentes modos de la injusticia en las que puede
incurrir el derecho (justo, más o menos justo o injusto, o claramente injusto) y, en
consecuencia, cuando la detecta de una manera grave y visible en una norma, no debe
reconocerla como derecho.

2.4. Función directiva: encausan el proceso de producción legislativa. Más precisamente, los
principios jurídicos le indican al legislador los lineamientos fundamentales que deben respetar
las normas jurídicas, cuáles son los valores básicos que deben atender, qué límites de mínima
no deben exceder, etc.

Es que para generar derecho se requiere necesariamente que “lo jurídico” no supere ese
umbral de injusticia extrema. Y la consecuencia institucional para aquellos que se
despreocupan de ese control de la validez ética del derecho es la eventual responsabilidad
jurídica por crear o aplicar un derecho que no es tal por su déficit ético.

El legislador, en ejercicio de su función legislativa propiamente dicha, tiene el deber de


efectuar un control previo de juridicidad y conveniencia. En cumplimiento del primero, deberá
contemplar que la propuesta de ley se adecue formal y materialmente al bloque de
constitucionalidad, lo que, entre sus diversas manifestaciones, implica armonizar el proyecto
en tratamiento con el plexo de principios y valores jurídicos vigentes en el ordenamiento
jurídico íntegramente considerado.

Las mismas consideraciones son válidas para la Administración Pública que deberá ejercer la
función administrativa que le es propia de un modo compatible con los principios jurídicos
aplicables al caso.

2.5. Función legitimante: los principios jurídicos justifican la costumbre contra legem con
relación a las normas jurídicas manifiestamente injustas.

Técnicamente, lo que se observa en estos casos, más que una legitimación directa de la
costumbre contra legem, es una invalidación, por su contenido gravemente injusto, de la
norma legal que la prohíbe. Dejada sin efecto la prohibición, la costumbre abandona su
carácter contrario a la norma legal y, en consecuencia, se reconoce como permitida u
ordenada –según el caso- por el ordenamiento jurídico.

Empero, y a los efectos prácticos, lo cierto es que los principios jurídicos terminan aportando el
soporte argumentativo necesario para que la práctica social resulte justificada y sea conforme
a derecho.

Lo dicho también es aplicable a todas aquellas conductas humanas relevantes para el derecho
que sean contrarias a la ley, aunque no reúnan todos los requisitos exigibles a la costumbre
jurídica.

3. Colofón

En suma, los principios jurídicos entendidos en clave iusnaturalista o neoconstituciolistas ya no


desempeñan un papel meramente subsidiario y condicionado a un déficit regulativo de las
restantes fuentes del derecho, sino que concurren directa e inmediatamente a la
interpretación, integración, enjuiciamiento, legitimación y dirección de las normas jurídicas
positivas.

La incidencia sobre el ordenamiento jurídico no se canaliza mediante una relación de


subordinación jerárquica respecto a las demás fuentes, sino que, por el contrario, se
manifiesta desde el plano supremo de lo constitucional, sin por ello trastocar su propia lógica
de funcionamiento.

A partir de lo expuesto, podemos concluir que los principios jurídicos revisten una importancia
superlativa en el derecho contemporáneo. Son justamente sus funciones las que avalan dicha
trascendencia en la praxis jurídica.
Es que un derecho reducido a la normatividad no sólo incurre en el defecto reduccionista de
reflejar un enfoque parcial e incompleto de lo jurídico por prescindir de los principios como
parte constitutiva de la juridicidad, sino que además exhibe una versión distorsionada de la
propia normatividad que se hallará privada de la fuerza informadora de los principios jurídicos.

Notas

[1] VIGO, Rodolfo L.: Iusnaturalismo y neoconstitucionalismo: coincidencias y diferencias,1.a


ed. Buenos Aires, Educa, 2015, p. 349.

[2] RIVERA, JULIO CESAR (dir.), ESPER, Mariano (coord.), MEDINA, Graciela (dir.), Código Civil y
comercial Comentado, Tomo I, Buenos Aires, Ed. La Ley, 2014, pag. 65.

[3] SMITH, Juan Carlos, Carácter, función y relatividad de los principios generales del derecho.
Publicado en: LA LEY1981-D, 1203. Cita Online: AR/DOC/15150/2001.

[4] FERREIRA RUBIO, Delia Matilde, La buena fe, el principio general en el derecho civil,
Madrid, Ed. Montecorvo, 1984, pag. 85 y ss.

[5] CSJN, in re Puliol S.A., 6/3/1964. Fallos 258:75. La Ley, 116-13.

[6] NEGRI, Nicolás J., El nuevo Código y los valores jurídicos. Argumentación y ponderación.
Publicado en Publicado en: LA LEY 21/01/2016, 21/01/2016, 1 - LA LEY2016-A, 856 - LA LEY
22/01/2016, 22/01/2016,

Cita Online: AR/DOC/2969/2015.

[7] POUND, R., Mi filosofía del derecho, en, El ámbito de lo jurídico, Barcelona, Ed. Crítica,
1994, pag. 310.

[8] SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES. C. 118.472, in re "G. ,


A.M.. Insania y curatela" y sus acumuladas C. 118.473, "G. , J.E. . Abrigo" y C. 118.474, "S. , R. B.
y otro/a. Abrigo", 4 de noviembre de 2015.

[9] CÁMARA DE APELACIONES CIVIL Y COMERCIAL DE PERGAMINO, in re “XX c/ ZZ s/ Régimen


de visitas”. 01 de Marzo de 2010.

[10] CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE LA NACIÓN, in re “Cabrera, Gerónimo Rafael y otro c.


Poder Ejecutivo Nacional”, 2004/07/13. Publicado en LA LEY 2004-D, 1007-IMP 2004-B, 2857.

[11] En tal sentido: CNCiv., sala D, in re: "D'Ambar, S.A. c. Imos", fallo del 13 de febrero de
1984, en Rev. LA LEY, t.1985-A, p. 243 y CNCiv., sala D, in re "V. de B., G. c. B., C. L.", fallo del 8
de junio de 1983, en E. D., t. 105, ps. 421/23.

[12] Cf. DE CASTRO Y BRAVO, F., Derecho Civil de España, t. I, pag. 351.

[13] NEGRI, Nicolás J., El nuevo Código y los valores jurídicos, op. cit.

[14] GARCIA AMADO, J.A., Teoría de Tópica Jurídica, Madrid, Ed. Civitas, 1988, pag. 361.

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