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Otto F.

Kernberg

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LA AGRESIÓN
EN LAS PERVERSIONES
Y EN LOS DESÓRDENES
DE LA PERSONALIDAD

http://pdicologiapdf.blogspot.mx/

PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México
ÍNDICE

Prefacio.............................................................................. 9

Parte 1
EL PAPEL DE LOS AFECTOS
EN LA TEORÍA PSICOANALÍTICA

l. Nuevas perspectivas de la teoría de las pulsiones .... 15


2. La psicopatología del odio......... .................................. 45

P arte II
ASPECTOS EVOLUTIVOS DE LOS TRASTORNOS
DE LA PERSONALIDAD DE AMPLIO ESPECTRO

3. Dimensiones clínicas del masoquismo....................... 67


4. Los trastornos histérico e histriónico de la
personalidad................................................................ 93
5. Los trastornos antisocial y narcisista de la
personalidad................................................................ 117

Parte III
APLICACIONES CLÍNICAS DE LA TEORÍA
DE LAS RELACIONES OBJETALES

6. La teoría de las r elaciones objetales en la práctica


clínica........................................................................... 147

7
r::. ¿.rroque de la transferencia basado en la
p: :·: 0=.:.gia del yo y la teoría de las relaciones
objetales ....................................................................... 173
8. Un enfoque del cambio estructural basado en la
psicología del yo y la teoría de las relaciones
objetales....................................................................... 197
9. La regresión transferencia] y la técnica
psicoanalítica con las personalidades infantiles ....... 229

Parte IV
ENFOQUES TÉCNICOS DE LA REGRESIÓN GRAVE

10. Proyección e identificación proyectiva: aspectos


evolutivos y clínicos ..... ... ..... ..... ...... ..... ...... ......... ........ 259
11. La identificación proyectiva, la contratransferencia
y el tratamiento hospitalario...................................... 283
12. La identificación y sus vicisitudes, tal como se las
observa en las psicosis................................................ 311
13. Las vicisitudes y el placer del odio............................. 339
14. Las tr ansferencias psicopática, paranoide y
depresiva ..................................................................... 355

Parte V
LA PSICODINÁMICA
DE LA PERVERSIÓN

15. La relación de la organización límite de la


persona lidad con las perversiones.............................. 391
16. Un marco teórico para el estudio de las
perversiones sexuales................................................. 417
17. Un modelo conceptual de la perversión masculina... 439

Referencias bibliográficas................................................. 465


Autorizaciones ................................................................... 482
Índice analítico.................................... .............................. 485

8
PREFACIO

En este libro presento mis exploraciones más recientes


sobre la etiología, la naturaleza y el tratamiento de los
trastornos de la personalidad. Para tales exploraciones es
esencial comprender la dinámica de la conducta humana
gravemente patológica. De modo que esta obra se inicia
con un examen de la teoría psicoanalítica de la motiva-
ción, con un foco particular en la agresión.
Tomando en cuenta los desarrollos contemporáneos
del estudio de los afectos, propongo la modificación, pero
no el abandono, de la teoría freudiana de las pulsiones.
La modificación que sugiero reconoce el papel fundamen-
tal de los afectos en la organización de las pulsiones y en
la unificación de los factores neuropsicológicos con las más
tempranas experiencias interpersonales de la infancia y
la niñez como determinantes de la formación de la per-
sonalidad.
A continuación de esa consideración amplia de los
afectos, pongo un énfasis específico en la agresión, abor-
dando la tarea de aclarar la relación entre la agresión y
la ira, y entre la ira y el odio.
Todo mi trabajo se basa en la convicción de que la psi-
copatología de la personalidad está determinada por las
estructuras psíquicas erigidas bajo el impacto de las expe-

9
riencias afectivas con los objetos significativos tempranos.
Esta convicción se refleja en mi énfasis en la necesidad
de integrar un sistema de diagnóstico basado en la des-
cripción de la conducta, con un enfoque psicodinámico cen-
trado en la formación de la estructura psíquica. A la luz
de ese enfoque describo varios difundidos trastornos de
la personalidad.
En la sección central del libro he puesto al día y expli-
cado detalladamente mi enfoque basado en la psicología
del yo y la teoría de las relaciones objetales, tal como se
aplica a la situación clínica. En este contexto, centro la
atención en las distorsiones específicas de la transferencia
y la contratransferencia inducidas por la agresión estruc-
turada en la forma del odio crónico y de las defensas
secundarias contra ese odio. Exploramos el interjuego de
la difusión de la identidad, la prueba de realidad y los ato-
lladeros del tratamiento, en todo el espectro de los tras-
tornos de la personalidad, desde la organización neurótica
hasta la psicótica, pasando por la límite. Aplico mis con-
clusiones teóricas acerca de la agresión y el odio a nuevos
enfoques técnicos de trastornos graves de la personalidad,
enfoques que van desde el psicoanálisis propiamente dicho
hasta el tratamiento en un medio hospitalario, pasando
por la psicoterapia psicoanalítica.
La sección final del libro aborda las perversiones,
explorando adicionalmente las implicaciones de la prima-
cía de la naturaleza de la estructura psíquica y la agresión
en la determinación de la psicopatología. Se delinean la
psicodinámica de las perversiones y los trastornos de la
personalidad, tanto en lo que tienen en común como en
sus diferencias. En esa discusión se subraya la posición
singular de las homosexualidades en el pensamiento psi-
coanalítico actual.

10
Por sus aportes a mis ideas sobre la teoría de las rela-
ciones objetales y la teoría de los afectos, estoy en deuda
con los doctores Selma Kramer, Rainer Krause, Joseph y
Anna-Marie Sandler, Ernst y Gertrude Ticho, y el extinto
John Sutherland. Respecto de las teorías psicoanalíticas
de la perversión, he sido estimulado y ayudado por los
doctores Janine Chasseguet-Smirgel, André Green, Joyce
McDougall y más especialmente por el extinto Robert Sto-
ller. Mi pensamiento sobre el tema del cambio estructural
se ha beneficiado significativamente de las conversaciones
con los doctores Mardi Horowitz, Lester Luborsky y
Robert Wallerstein.
Tanto en mi trabajo con pacientes como en mis esfuer-
zos por contribuir a las técnicas psicoanalíticas y psico-
terapéuticas, he disfrutado del privilegio de mi fluido diá-
logo profesional con un grupo de buenos amigos y colegas
de Nueva York, al que pertenecen los doctores Martín y
María Bergman, Harold Blum, Arnold Cooper, William
Frosch, William Grossman, Donald Kaplan, Robert
Michels y Ethel Person, todos los cuales han leído y cri-
ticado pacientemente muchos de los capítulos incluidos en
este volumen. La doctora Paulina Kernberg, en su rol
múltiple de psicoanalista, colaboradora profesional y espo-
sa, no sólo ha influido en el contenido de mis escritos sino
que también debe acreditársele el haber creado el espacio
que me hizo posible dedicarme a este trabajo.
La investigación formal de la psicoterapia intensiva
con pacientes límite constituye el trasfondo de las expli-
caciones teóricas contenidas en el libro. Les debo mucho
al entusiasmo, la dedicación y la constante revisión crítica
de nuestra empresa investigadora conjunta de los miem-
bros del Proyecto de Investigación Psicoterapéutica sobre
los Pacientes Límite del Departamento de Psiquiatría del
Medica} College de la Universidad de Cornell, y la Divi-
sión Westchester del Hospital de Nueva York, a lo largo

11
do todo t.rnbnjo realizado sobre el que informa este volu-
men. Tengo una deuda enorme con los doctores John Clar-
kin y Harold Koenigsberg, codirectores del mencionado
proyecto, y con los doctores Ann Appelbaum, Steven
Bauer, Arthur Carr, Lisa Gornick, Lawrence Rockland,
Michael Selzer y Frank Yoemans, colegas en este esfuerzo,
cuya evaluación crítica de las experiencias clínicas en evo-
lución de nuestro grupo han dado forma a mi enfoque de
problemas técnicos particularmente desafiantes. Aunque
les agradezco a todos estos colegas el estímulo, las suge-
rencias y las críticas, asumo la responsabilidad personal
por todas las formulaciones de este libro.
Aprecio profundamente a Louise Tait y Becky Whipple
por la inalterable paciencia con que mecanografiaron,
revisaron, leyeron las pruebas y organizaron las aparen-
temente interminables versiones del original. La infati-
gable atención de la señorita Whipple a todos los peque-
ños detalles del manuscrito nos evitó tropiezos en muchas
ocasiones. La señora Rosalind Kennedy, mi ayudante
administrativa, procuró el marco organizativo general que
me permitió realizar este trabajo en el contexto de mis
funciones clínicas, académicas y administrativas; ella pro-
tegió el ambiente de trabajo que lo hizo todo posible.
Este es el segundo libro que he producido con la ayuda
tanto de mi asesora editorial de muchos años, la señora
Natalie Altman, como de la asesora principal de la Yale
University Press, la señora Gladys Topkis. Las dos, res-
petando con tacto mi compromiso con lo que quería decir,
me ayudaron a expresarlo con la mayor claridad posible.
Les estoy inmensamente agradecido.

12
Parte I

El papel de los afectos


en la teoría
psicoanalítica
l. NUEVAS PERSPECTIVAS
DE LA TEORÍA DE LAS PULSIONES

Marjorie Brierley (1937) fue la primera en señalar una


extraña paradoja atinente al papel de los afectos en la teo-
ría y la práctica psicoanalíticas. Dijo que los afectos
desempeñan un papel central en la situación clínica, pero
uno periférico y ambiguo en la teoría psicoanalítica. Brier-
ley pensaba que aclarar la parte desempeñada por los
afectos ayudaría a clarificar cuestiones aún irresueltas de
la teoría de las pulsiones. La paradoja señalada hace
medio siglo por esta autora parece haber subsistido hasta
hace poco tiempo. Sólo en los últimos diez años esta situa-
ción comenzó a cambiar. Después de reexaminar la rela-
ción entre los afectos y las pulsiones en la teoría psicoa-
nalítica, incluso las cambiantes teorías de las pulsiones
y los afectos en Freud y las aportaciones psicoanalíticas
recientes -entre ellas la mía- relacionadas con estas
cuestiones, ofrezco una teoría psicoanalítica revisada acer-
ca del tema. A continuación examino la naturaleza de los
afectos tal como surgen en la situación psicoanalítica, y
sus distorsiones bajo el impacto de los procesos defensivos.
Finalmente ofrezco un modelo del desarrollo, basado en
mi marco conceptual.

15
_l,AS l'U LSIONES Y LOS INSTINTOS

Aunque Freud pensaba que las pulsiones (a su juicio


los sistemas psíquicos motivacionales fundamentales)
tenían fuentes biológicas, reiteradamente subrayó la falta
de información acerca del proceso que transformaría esas
fuentes biológicas en motivación psíquica. Concebía la libi-
do, o pulsión sexual, como una organización jerárquica-
mente superior de las pulsiones sexuales parciales de una
fase evolutiva más temprana. Esta idea armoniza con su
concepción de las pulsiones como entidades de naturaleza
psíquica. Según Freud (1905), las pulsiones parciales (ora-
les, anales, voyeuristas, sádicas, etcétera) se integran psi-
cológicamente en el curso del desarrollo y no están fisio-
lógicamente ligadas entre sí. La teoría dual de las
pulsiones de la sexualidad y la agresión (1920) representa
su clasificación final de estas entidades como fuentes últi-
mas del conflicto psíquico inconsciente y de la formación
, de la estructura psíquica.
( Freud describió las fuentes biológicas de las pulsiones
( sexuales en concordancia con la excitabilidad de las zonas
/ erógenas, pero no señaló fuentes biológicas igualmente
\ específicas y concretas para la agresión. En contraste con
T- las fuentes fijas de la libido, caracterizó como cambiantes
l a lo largo del desarrollo psíquico a las metas y los objetos
-~de las pulsiones, tanto libidinales como agresivas; describió
la continuidad de las motivaciones sexuales y agresivas en
una amplia variedad de desarrollos psíquicos complejos.
( Como lo ha señalado Holder (1970), Freud diferenció
\ claramente las pulsiones de los instintos. Consideraba las
L. pulsiones como de nivel superior; eran fuentes de moti-
[ vación constante, y no intermitente. Los instintos, por
otra parte, eran biológicos, heredados e intermitentes, en
cuanto los activaba la estimulación psicológica y/o
ambiental. La libido es una pulsión; el hambre es un ins-

16
tinto. E_]!_ la concepciQQ_fr_~udia~9-.L}_a,~_ pulsi?E:~~on _l()·~- ·
límites entre lo fís~ggylo . megt~l, como procesos. físicos
con raíces en la biología; él sostenía (1915b, 1915c) que
sólo podemos conocerlas a través de sus representantes
psíquicos: las ideas y los afectos.
Tanto Rolden como Laplanche y Pontalis (1973, págs.
214-217) han subrayado la naturaleza puramente psíqui-
ca de la teoría dual de las pulsiones propuesta por Freud,
y acusado a la traducción de la Standard Edition de haber
perdido la distinción entre las pulsiones psicológicas y los
instintos biológicos, al verter con la misma palabra ingle-
sa "instinct" los términos alemanes Instinkt y Trieb. Yo
añadiría que la traducción de Strachey ha tenido el efecto
infortunado de vincular demasiado estrechamente el con-
cepto freudiano de la pulsión a la biología, inhibiendo la
investigación psicoanalítica de la naturaleza de los pro-
cesos mediadores que tienden un puente entre los instin-
tos biológicos y las pulsiones, definidas como motivación
puramente psíquica. El mismo término "instinto" subraya
el ámbito biológico de este concepto, y de tal modo desa-
lienta la exploración psicoanalítica de la motivación. En
mi opinión, el concepto de las pulsiones como sistemas psí-
quicos motivacionales jerárquicamente superiores es váli-
do, y la teoría freudiana de la dualidad de las pulsiones
es satisfactoria para explicar la motivación.
Como lo observan adecuadamente Laplanche y Pon-
talis (1973), Freud siempre se refirió a los instintos como
a pautas de conducta heredadas y discontinuas, que va-
rían poco de un miembro de la especie a otro. Impresiona
advertir hasta qué punto el concepto freudiano del instin-
to corre paralelo a la teoría moderna del instinto en bio~
logía, representada, por ejemplo, por Lorenz (1963), Tin-
bergen (1951) y Wilson (1975). Estos investigadores
consideran que los instintos son organizaciones jerárqui-
cas de pautas perceptivas, conductuales y comunicativas

17
hiol 6gic11nwnte determinadas, puestas en marcha por fac-
tores ambientales que activan mecanismos desencadenan-
tes innatos. Este sistema biológico-ambiental es conside-
rado epigenético. Lorenz y Tinbergen demostraron en su
investigación con animales que la vinculación madurativa
y evolutiva de las pautas conductuales innatas y discre-
tas, su organización general dentro de un individuo par-
ticular, está muy determinada por la naturaleza de la esti-
mulación ambiental: los instintos jerárquicamentel
organizados representan la integración de las disposicio- !1

nes innatas con el aprendizaje determinado por el


ambiente. Desde este punto de vista, los instintos son sis- j
temas biológicos motivacionalesjerárquicamente organi- ¡
zados. Por lo general se los clasifica siguiendo los linea- j
mientos de la conducta alimentaria, la conducta de lucha ¡
y fuga, el apareamiento y otras dimensiones análogas J
Rapaport (1953) describe de qué modo modificó Freud
su concepción de los afectos a lo largo de los años. Origi-
nalmente (1894) los consideró en gran medida equivalente
a las pulsiones; en 1915 (1915b, 1915c) los veía como pro-
cesos de descarga de las pulsiones (sobre todo en sus
aspectos placientes o dolorosos, psicomotores y neurove-
getativos); finalmente (1926) llegó a verlos como disposi-
ciones innatas (umbrales y canales) del yo.
A mi juicio, los afectos son estructuras instintivas
-esto es, pautas psicofisiológicas biológicamente dadas ,
activadas por el desarrollo-. Lo que se organiza para
constituir las pulsiones agresiva y libidinal descritas por
Freud es el aspecto psíquico de esas pautas. Desde este
punto de vista, las pulsiones sexuales parciales son inte-
graciones más limitadas, restringidas, de los estados afec-
tivos correspondientes, y la libido como pulsión es la inte-
gración jerárquicamente superior de ellas -esto es, la
integración de todos los estados afectivos centrados eró-
ticamente-. En contraste con el modo de ver que aún pre-

18
valece en el psicoanálisis, según el cual los afectos son sólo
procesos de descarga, yo los considero estructuras puente
entre los instintos biológicos y las pulsiones psíquicas.
Después de una elaboración adicional de mis definiciones
de los afectos y las emociones, presentaré argumentos en
respaldo de esta conclusión.

LOS AFECTOS Y LAS EMOCIONES

Siguiendo a Brierley (1937) y Jacobson (1953), del


campo de la clínica psicoanalítica, y a Arnold (1970a,
1970b), Izard (1978), Knapp (1978) y Emde (1987; Emde
y otros, 1978), del campo de la investigación empírica
sobre la conducta afectiva en neuropsicología, yo defino
los afectos como pautas conductuales psicofisiológicas que
incluyen una apreciación cognitiva específica, una pauta
facial específica, una experiencia subjetiva de naturaleza
placiente y recompensadora o dolorosa y aversiva, y una
pauta de descarga muscular y neurovegetativa. La pauta
expresiva facial forma parte de la pauta comunicativa
general que caracteriza a cada afecto en particular.
Hoy en día existe acuerdo general en cuanto a que los
afectos, desde su mismo origen, tienen un aspecto cogni-
tivo, contienen por lo menos una apreciación de la "bon-
dad" o "maldad" de la constelación perceptiva inmediata,
y esta apreciación, según la formulación de Arnold (1970a,
1970b), determina una motivación sentida para la acción,
de aproximación o alejamiento a cierto estímulo o situa-
ción. En contraste con la antigua teoría de James-Lange
(James 1884; Lange, 1885), según la cual los aspectos sub-
jetivos y cognitivos del afecto siguen a la percepción de los
fenómenos de descarga musculares y neurovegetativos o
derivan de ella, y en contraste con la posición derivada
de Tomkins (1970), de que los aspectos cognitivos y sen-

19
t.idoH de los afectos siguen a la percepción de su expresión
yo }J_i~I!_~_gl!_eJª_~alidad
facial o derivan de ella, ,-:---- . . -· --
subjetiva
clgJ-ª fü:lrnSi?-C:~~~~-~n~i~~ es el núcleo característico de
cadª__ fil~c_t_~
Entiendo que los afectos son primitivos o derivados.
Los afectos primitivos hacen su aparición dentro de los pri-
meros dos o tres años de vida, y tienen una calidad inten-
sa, global, y un elemento cognitivo difuso, no bien diferen-
ciado. Los afectos derivados son más complejos; consisten
en combinaciones de afectos primitivos, elaborados cogni-
tivamente. A diferencia de los afectos primitivos, éstos no
podrían desplegar todos sus componentes originales con
igual fuerza, y sus aspectos psíquicos gradualmente pasan
a dominar a los psicofisiológicos y los comunicativos facia-
les. Para todos estos fenómenos complejos reservaría los
términos "emociones" o "sentimientos". Esta distinción se
corresponde con las observaciones clínicas acerca de los
estados afectivos primitivos y los desarrollos emocionales
complejos en la situación psicoanalítica.

LOS AFECTOS Y LAS PULSIONES

En la primera teoría freudiana del afecto, los concep-


tos de afecto y pulsión eran prácticamente intercambia-
bles. En su segunda teoría de los afectos, Freud propuso
que las pulsiones se manifiestan por medio de represen-
taciones psíquicas o ideas -esto es, expresiones cogniti-
vas de la pulsión- y afectos. Los afectos, postuló Freud,
son procesos de descarga que pueden llegar a la conciencia
pero no sufren represión; sólo es reprimida la represen-
tación mental de la pulsión, mientras aparece un recuerdo
del afecto correspondiente o una disposición a activarlo
(1915b, 1915c).
En el psicoanálisis clínico, la idea de que los afectos

20
no pueden ser dinámicamente conscientes ha represen-
tado un problema conceptual, y es posible que el énfasis
excluyente de la segunda teoría de Freud en el aspecto de
descarga fuera en alguna medida consecuencia de la
entonces dominante teoría de James-Lange. En todo caso,
ahora tenemos importantes pruebas neuropsicológicas de
que los afectos pueden almacenarse en las estructuras
límbicas del cerebro como memoria afectiva (Arnold, 1984, ---+
caps. 11, 12). ~
0
Si los afectos y las emociones incluyen experiencias ~ 'i<:.
subjetivas de dolor o placer, y elementos cognitivos y 3~J
expresivo-comunicativos, así como pautas de descarga ~ ~
neurovegetativa, y si están presentes --como lo ha demos- -1,. ~
trado la investigación con niños (Emde y otros, 1978; ,4f !
Izard, 1978; Stern, 1985; Emde, 1987)- desde las prime- · ! ..s;:
ras semanas y meses de vida, ¿son ellos las fuerzas moti- ,.. (!
vacionales primarias del de¡:;irrollo ~SÍEfl:ltes'? Si incluyen §-{
tanto rasgos cognitivos como afeetivos, ¿qué contiene el F-<?
concepto más amplio de "pulsión" que no esté contenido
en el concepto de "afecto"? Freud dio a entender que las
pulsiones están presentes desde el nacimiento, pero tam-
bién que madur:an y se desarrollan. Podría sostenerse que
la maduración y el desarrollo de los afectos expresan a las
pulsiones subyacentes, pero si todas las funciones y mani-
festaciones de las pulsiones pudieran incluirse entre las
funciones y manifestaciones de los afectos en desarrollo,
sería difícil sostener el concepto de pulsiones independien-
tes subyacentes en la organización de los afectos. De
hecho, la transformación de los afectos a lo largo del desa-
rrollo, su integración con relaciones objetales internali-
zadas, su economía general, que en el desarrollo lleva a
los afectos placientes a erigir la serie libidinal y a los afec-
tos dolorosos a erigir la serie agresiva: todo indica la enor-
me riqueza y complejidad de sus elementos cognitivos y
también afectivos.

21
~"
/~Uf- Creo que el concepto psicoanalítico o tradicional de los
~ afectos sólo como procesos de descarga y la idea de que
g la reducción de la tensión psíquica conduce al placer y su
--"' incremento al displacer han complicado innecesariamente
L-1 la comprensión de los afectos en la situación clínica.
-C Jacobson (1953) llamó la atención sobre el hecho de que
J los estados de tensión (como la excitación sexual) pueden
ser placientes, y que los estados de descarga (como la
angustia) pueden ser displacientes; esta autora llega a la
conclusión, en acuerdo con Brierley (1937), de que los afec-
tos no son sólo procesos de descarga, sino fenómenos com-
plejos y sostenidos de tensión intrapsíquica.
También Jacobson ha descripto el modo como los
aspectos cognitivos de los afectos remiten a su investidura
de las representaciones del sí-mismo y el objeto, tanto en
el yo como en el superyó. Ella llegó a la conclusión de que
las investiduras afectivas de esas representaciones cons-
tituyen las manifestaciones clínicas de las pulsiones. En
otras palabras, siempre que en la situación clínica se diag-
nostica un derivado de la pulsión -por ejemplo, un impul-
so sexual o agresivo- el paciente invariablemente expe-
rimenta en ese punto una imagen o representación del
sí-mismo relacionada con una imagen o representación de
otra persona ("objeto") bajo el impacto del correspondiente
afecto sexual o agresivo. Y siempre que se explora el esta-
do afectivo de un paciente, se encuentra un aspecto cog-
nitivo, por lo general una relación del sí-mismo con un
objeto bajo el impacto del estado afectivo. Los elementos
cognitivos de las pulsiones, dice Jacobson, son represen-
tados por las relaciones cognitivas entre el sí-mismo y las
representaciones objetales, y entre el sí-mismo y los obje-
tos reales. Sandler (Sandler y Rosenblatt, 1962; Sandler
y Sandler, 1978) llegó a conclusiones análogas respecto de
la conexión íntima entre los afectos y las relaciones obje-
tales internalizadas.

22
Al clarificar la relación entre los afectos y el estado de
ánimo, Jacobson (1957b) definió este último como una fija-
ción y generalización temporaria de afectos en el mundo
total de las relaciones objetales internalizadas --es decir,
la generalización de un estado afectivo en la totalidad del
sí-mismo y las representaciones objetales del individuo
durante un lapso limitado-. Los estados de ánimo son
entonces estados afectivos extendidos pero relativamente
sojuzgados que, durante cierto tiempo, colorean todo el
mundo de las relaciones objetal~s irternalizadas. ~ J-~:
~~ ~ \o ~~ ~ .io' _,

.
~,~ ~ . ,~ r- r'\~
Et AFECTO Y EL OBJETO U

Prop~go que el desarrollo afectivo temprano se bru;a


en una fijación directa, en forma de memoria afectiva, de
las relaciones objetales tempranas imbuidas de afecto. Por
cierto, las obras de Emde, Izard y Stern indican por igual
la función central de las relaciones objetales en la acti-
vación de los afectos.
Los diferentes estados afectivos relacionados con el~
mismo objeto se activan bajo el dominio de diversas tareas ~~
evolutivas y pautas conductuales instintivas biológica-
mente activadas. La variedad de los estados afectivos diri-
~t
gidos hacia el mismo objeto puede proporcionar una expli-
cación económica del modo como los afectos se ligan y
transforman en una serie motivacional superior, que se
convierte en la pulsión sexual o agresiva; Por ejemplo, las
estimulaciones orales placientes de la lactancia y la esti-
mulación anal placiente de la educación de esfinteres pue-
den generar un recuerdo condensado de interacciones pla-
cientes con la madre, vinculando los desarrollos
libidinales oral y anal. En contraste, la reacción de ira
ante las frustraciones durante el período oral y las luchas
de poder durante el período anal pueden vincular estados

23
afectivos agresivos consonantes, integrando de tal modo
la pulsión agresiva. Además, la intensa investidura afec-
tiva positiva de la madre durante la etapa de práctica de
la separación-individuación puede vincularse más tarde
a un anhelo de ella imbuido de sexo, derivado de la acti-
vación de sentimientos generales en la etapa edípica del
desarrollo. En general, los afectos de la excitación sexual
y la ira pueden considerarse, respectivamente, los afectos
organizadores centrales de la libido y la agresión.
Si consideramos que los afectos son los bloques cons-
tructivos psicobiológicos primarios de las pulsiones y los
más primitivos sistemas motivacionales, aún nos queda
por explicar de qué modo se organizan en sistemas pul-
sionales jerárquicos superiores. ¿Por qué no decir que los
afectos primarios en sí son los sistemas motivacionales?
A mi juicio, existe una multitud de combinaciones y trans-
formaciones secundarias complejas de los afectos, de modo
que una teoría de la motivación basada en ellos, y no en
dos pulsiones básicas, sería compleja y clínicamente insa-
tisfactoria. También creo que la organización e integración
inconsciente de la experiencia temprana determinada
afectivamente asume un nivel más alto de organización
'>-" motivacional que el representado por los estados afectivos
¡; -r per se. Tenemos que postular una organización motiva-
cional que haga justicia a la integración compleja de todos
los desarrollos afectivos en relación con los objetos paren-
tales.
El esfuerzo por reemplazar la teoría de las pulsiones
y los afectos por una teoría del apego o de las relaciones
objetales que rechace el concepto de pulsión, conduce a
una simplificación de la vida intrapsíquica, al subrayar
sólo los elementos positivos o libidinales del apego y
pasar por alto la organización inconsciente de la agresión.
Aunque en teoría esto no debería ser inevitable, en la
práctica los teóricos de las relaciones objetales que han

24
rechazado la teoría de las pulsiones a mi juicio también
han omitido gravemente los aspectos motivacionales de
la agresión.

EL AFECTO Y LAS FUERZAS INTRAPSÍQUICAS

Por todas estas razones, pienso que no debemos reem-


plazar una teoría de las pulsiones por una teoría de los
afectos o una teoría de la motivación basada en las rela-
ciones objetales. Me parece sumamente razonable consi-
derar el afecto como el vínculo entre componentes instin-
tivos biológicamente determinados, por una parte, y la
organización intrapsíquica de las pulsiones generales, por
la otra. La correspondencia de las series de los estados
afectivos recompensadores y aversivos con las dos líneas
de la libido y la agresión, tiene sentido desde el punto de
vista clínico y también desde el punto de vista teórico.
El concepto de los afectos como bloques constructivos
de las pulsiones resuelve a mi entender algunos proble-
mas persistentes en la teoría psicoanalítica de la pulsión.
Amplía el concepto de zona erógena como fuente de libido,
extendiéndolo a la consideración general de todas las fun-
ciones y zonas corporales fisiológicamente activadas que
participan en las interacciones afectivamente investidas
del infante y el niño con la madre. Entre esa§ ~s
en an e pasaje e a preocupación por las funciones
corporales a la preocupación por las funci · le
las actuacio 1 concepto que propongo también
proporciona los eslabones faltantes dentro de la teoría psi-
coanalítica entre las "fuentes" de las interacciones infante-
madre investidas agresivamente, la función "zonal" del
rechazo agresivo de la ingestión oral, el control anal, las
luchas físicas directas de poder asociadas a las rabietas,
y así sucesivamente. Estoy proponiendo que son las rela-

25
ciones objetales investidas afectivamente las que energi-
zan las "zonas" fisiológicas.
El ello, según este concepto de la relación entre las
pulsiones y los afectos, consiste en relaciones objetales
internalizadas intensamente agresivas o sexualizadas. La
condensación y el desplazamiento, característicos de los
contenidos del ello, reflejan la vinculación de las repre-
sentaciones imbuidas de afecto del sí-mismo y el objeto
que tienen una similar valencia positiva o negativa, cons-
tituyendo de tal modo las correspondientes series agre-
siva, libidinal y, más tarde, combinada.
Mi propuesta nos permite hacer justicia al ingreso bio-
lógicamente determinado de nuevas experiencias afecti-
vas a lo largo de la vida. Entre ellas se encuentra la acti-
vación de una intensa excitación sexual durante la
adolescencia, cuando los estados afectivos coloreados eró-
ticamente se integran con la excitación genital y con las
emociones y fantasías con carga erótica derivadas de la
etapa edípica del desarrollo. En otras palabras, la inten-
sificación de las pulsiones (tanto libidinales como agresi-
vas) en las diversas etapas de la vida está determinada
por la incorporación de nuevos estados afectivos, activados
psicofisiológicamente, a sistemas afectivos preexistentes,
organizados jerárquicamente.
Más en general, una vez que la organización de las
pulsiones se ha consolidado como sistema motivacional
jerárquico superior, cualquier particular activación de las
pulsiones en el contexto del conflicto intrapsíquico es
representada por la activación de un estado afectivo
correspondiente. Este estado afectivo incluye relación
objetal, internalizada, básicamente una particular repre-
sentación del sí-mismo que se vincula a una particular
representación del objeto bajo la influencia de un parti-
cular afecto. La relación recíproca de roles del sí-mismo
y el objeto, enmarcada por el afecto, se expresa por lo

26
general como una fantasía o a etenci concreta En sín-
esis, los afectos se convierten en las . eñales o represen-
tantes· de las pulsiones, así como en sus bloques construc
ti vos.
~-11~ta concepción, si bien contrasta con la segunda teo-
ría freudiana del afecto, está en consonancia con la pri-
mera y tercera teoría de Freud: con la primera, al vincular
afectos y pulsiones; con la tercera, por subrayar la dispo-
sición innata a los afectos que caracteriza a la matriz ori-
ginal yo-ello.
~ •)\1\~~\o\j i ~fl»~ ~.tr~) ~L
l:J"'(I'
IV'\ QC.YllciV'!) "-e 11\~te)<WoM\ et\ ~ti!,-~ 1 ~ dtr, VI f~O~
LOS AFECTOS EN LA SITUACION PSICOANALIT¡CA J..
l~~ r'lk''~'!l c).~~b '1 '.)J ~lc\co ~ce~~ Y\ ,1.-\v~ r
Después de haber expuesto una teoría del desarrollo
de las pulsiones, vuelvo a las manifestaciones clínicas de
los afectos para apuntalar las sugerencias de Brierle¿: y
Jacobson en cuanto a que en la clínica siempre trabaja:rll'Os-
con afectos o emociones, y a que los afectos son estructu-
ras intraysíguicas complejas -no simplemente procesos
de desca_ura.
La situación psicoanalítica proporciona un modo úni-
, ~ ~ .f" co en su género de explorar todo tipo de afecto, desde los
J ¿¡-=?: primitivos (como la ira o la excitación sexual) hasta los
1
5. Q id coi_:ipuestos, .diferenciados cognitivamente. Según lo han
. t't senalado Bnerley (1937) y Jacobson (1953), los afectos

'(] r.t
i Í ~ incluyen una experiencia básica subjetivamente placien-
~· s te o dolorosa. Las experiencias subjetivas de placer y
dolor, por lo general, pero no siempre, son diferenciadas

~
_a. entre sí.
~ Los afectos difieren tanto cuantitativa como cualita-
\)
<..¡.
. tivamente: la intensidad de las experiencias subjetivas
~ varía, como usualmente se lo puede observar en las pau-
$. .
'Jt ~ Ir' tas fisiológicas de descarga y/o la conducta psicomotriz.
~ La conducta del paciente sirve también para comunicar

./ 27

r~
~e,\-~~~~~
su experiencia subjetiva al analista. Por cierto, las fun-
ciones comunicativas de los afectos son centrales en la
transferencia, le permiten al analista experimentar empa-
tía con la experiencia del paciente y responder (interna-
mente) a ella en términos emocionales. El contenido idea-
cional de los afectos es importante en relación con la
exploración psicoanalítica de todos ellos, particularmente
los primitivos, que pueden darle la impresión inicial de
estar casi des rovistos de contenido cognitivo.tLa explo-
rac10n psicoanalítica de las tormentas a ec iv s intensas
en los pacientes en regresión, a mi juicio demuestra sis-
temáticamente que no existe un afecto "puro", sin conte-
nido cognitivo.
oana-
lítica no sólo tie¡;¡,g¡;¡ siempre contenido cognitivo, sino que
~demás - es un descubrimiento crucial-
presentan siemnre un aspecto de relación o ~etal; es ecir
que expresan una relación entre un aspecto del sí-mismo
del paciente-y ',ni aspect;;' de una u otra de sus repre;n-
t!!,ciones objetales :Por otra parte, en la situación psico-
analítica el afecto refleja o complementa una relación
objetal interna reactivada. En la transferencia, el estado
afectivo recapitula la relación objetal pasada significativa
del paciente. Por cierto, todas las actualizaciones de una
relación objeta! en la transferencia contienen también un
cierto estado afectivo.

LAS DISTORSIONES DEFENSIVAS

... La manifestación de las configuraciones de impulso/


defensa en la situación psicoanalítica puede conceptua~
lizarse como la activación de ciertas relaciones objetales
en conflicto. Un lado de la configuración es defensivo; el
otro refleja el del impulso o derivado pulsional. El sufrí-

28
ef'di, .({) '.X'°' +cc-\.,dc?,,
'()
O-

miento masoquista ·de una paciente histérica que experi-


menta al analista como frustrante y punitivo, puede servir
de defensa contra la excitación sexual, las fantasías y los
impulsos edípicos positivos subyacentes de la paciente: la
mezcla de tristeza, ira y autocompasión quizá refleje un
estado afectivo de función defensiva, dirigido contra la
excitación sexual reprimida. De hecho, clínicamente
hablando, siempre que señalamos el empleo defensivo de
una pulsión contra otra, en realidad nos referimos a la
función defensiva de un a
Pero el proceso defensivo en sí a menudo c ur el
estado afectivo. Por ejemplo, el paciente puede reprimir
los aspectos cognitivos del afecto, su experiencia subjetiva,
o todo, salvo los aspectos psicomotores. Cuando el estado
afectivo sufre una fragmentación, la relación objeta! pre-
dominante en la transferencia queda interferida, y se
oscurece la conciencia que el paciente tiene de su propia
experiencia subjetiva, con lo cual también se desbarata
la ca acidad del analista para la comprensión empática.
Imaginemos, por ejemplo, que escuc amos os pensamien-
tos sexuales de un paciente obsesivo, sin sus cualidades
afectivas, de excitación sexual, que quedan reprimidas, o
que escuchamos la tormenta afectiva intensa y dramática
de una paciente histérica, que oscurece el contenido cog-
nitivo de la experiencia, o que un paciente narcisista nos
habla en lo que parece un tono altamente emocional,
mientras su conducta total transmite la ausencia o inac-
cesibilidad de cualquier comunicación emocional. Esta
disociación de los diversos componentes del afecto al ser-
vicio de la defensa puede dar la impresión de que la expe-
riencia subjetiva de los afectos está separada de sus
aspectos cognitivos, conductuales y comunicativos, sobre
todo en las etapas iniciales del tratamiento o cuando la
resistencia es fuerte.
Esta disociación defensiva parece ilustrar la tradicio-
R~~" ~ \ ...\~.~ ck> ~'"bci-. º n~.~-\e &.. .Jocr--r-.J;
t.r.KJ,~f'\ -b Gv-r.r) -\..U Je 29\h'c& ell"OC~
nal idea psicológica de que el afecto, la percepción, la cog-
. nición y la acción son funciones separadas del yo. Pero
cuando se penetra en esas operaciones defensivas y gra-
dualmente salen a la luz las capas más profundas de la
experiencia intrapsíquica del paciente, el psicoanalista
encuentra la integración de los diversos componentes de
los afectos. Cuando la naturaleza del conflicto inconscien-
te que se desarrolla en la transferencia está en el lado pri-
mitivo, los afectos aparecen en su plenitud y centrados en
una experiencia subjetiva, pero con un complemento com-
pleto de aspectos cognitivos, fisiológicos, conductuales y
comunicativos, y expresando una relación específica entre
el sí-mismo del paciente y la correspondiente represen-
,[1.¡ ' tación objeta! en la transferencia.
i'l" Estas observaciones confirman las recientes investi-
i: gaciones neuropsicológicas sobre los afectos, que contra-
F
il dicen la idea tradicional de que los afectos, la cognición,
¡¡ la conducta comunicativa y las relaciones objetales se
1 desarrollan por separado (Emde y otros, 1978; Hoffman,
¡
1978; Izard, 1978; Plutchik, 1980; Plutchik y Kellerman,
1983; Stern, 1985; Emde, 1987). De modo que los afectos
pueden verse como estructuras psíquicas complejas, indi-
solublemente ligadas a las apreciaciones cognitivas que
tiene el individuo de su situación inmediata; además con-
tienen una valencia positiva o negativa respecto de la
relación del sujeto con el objeto de la experiencia parti-
cular. Por lo tfil>to, Jos afectos, a causa de su componente
i ~,i.~ tienen un aspecto motivaciüñal.
· En este punto es pertinente la definición que da

1
1 !'
1 Arnold (1970a, 1970b) de las emociones: dice que son una
tendencia sentida a la acción, basada en la apreciación.
En este contexto, esas "emociones" corresponden a lo que
yo denomino "afecto". (Como ya lo he dicho antes en este
capítulo, prefiero reservar la palabra "emoción" para los
afectos con contenidos cognitivos altamente diferenciados
r"~ ~ f,~ ~'VW-i ~e d.t.'\o-~c\\,, M--~
t 30
y componentes psicomotores y/o neurovegetativos relati-
vamente leves o moderados.) Arnold estipula dos factores
constitutivos de la emoción: uno estático (la apreciación)
y otro dinámico (el impulso a acercarse a lo que se a@_ecia
. ~ bn@no, o a alejarse delo que se ap:I=ecia..c.omo ma]Q).
Si la obra de Arnold refleja una tendencia general de la
investigación neuropsicológica contemporánea sobre los
afectos -como yo creo que lo hace-, esta tendencia con-
cuerda notablemente con los descubrimientos clínicos
sobre los afectos realizados en la situación psicoanalítica
según los han expuesto Brierley (1937) y Jacobson (1953).

LOS ORÍGENES DE LA FANTASÍA


Y LOS ESTADOS AFECTIVOS CUMBRE

Cuando en la transferencia se activan es a os a ec 1-


vos intensos, se recuerda una relación objeta} pasada, con-
cordantemente gratificadora o frustrante, acompañada
por el esfuerzo de reactivar esa relación ob'eta si fue a-
tificante o de huir de ella si fue dolorosa e hecho, este
proceso de yuxtaposición I ustra el origen de la fantasía,
es decir, la yuxtaposición de un estado evocado recordado
con un estado futuro deseado en el contexto de una per-
cepción presente que activa el deseo de cambio. La forma-
ción de la fantasía refleja entonces la simultaneidad del
pasado, el presente y el futuro característica del ello,
depredando la percatación y aceptación de las imposicio-
nes objetivas espacio-temporales que caracterizan al yo
diferenciado (Jaques, 1982).
De la integración primordial del recuerdo afectivo pri-
mitivo que vincula estados afectivos cumbre "totalmente
buenos" o "totalmente malos", proviene el desarrollo de
fantasías específicas impregnadas de apetencia, que vin-
culan el sí-mismo y el objeto y son características de la

31
fantasía incorn1cíente. Los estados afectivos cumbre se
producen en conexión con experiencias altamente de-
seables (placientes) o indeseables (dolorosas) que motivan
un deseo intenso de, respectivamente, recobrar o evitar
experiencia ivas análo as. stos deseos expresados
orno apetencias inconscientes concretas constituyen el
epertorio motivacional del ello. "Deseo" [desire] expresa
un impulso motivacional más general que "apetencia"
wish]: podríamos decir que el deseo inconsciente se expre
sa en apetencias concretas. La fantasía inconsciente s
/centra en apetencias que expresan en términos concreto '
{el deseo, y en última instancia, las pulsion_~§,_.J~,== ­
t - - Las experiencias afectivas cumbre pueden facilitar la

internalización de las relaciones objetales primitivas orga-


nizadas a lo largo del eje de las recompensadoras (o total-
mente buenas) y las aversivas (o totalmente malas).12!- On...,'ft,
otras palabras, la experiencia del sí-mismo y el objeto, ··r·
cuando el infante se encuentra en un estado afectivo cum-
bre, adquiere una intensidad que facilita el establecimien-
to de estructuras mnémicas afectivas. Originalmente, en
esas internalizaciones, las representaciones del sí-mismo
y el objeto no están aún diferenciadas entre sí. Las repre-
sentaciones totalmente buenas del objeto y el sí-mismo,
fusionadas, indiferenciadas o condensadas, se separan de
las representaciones totalmente malas del objeto y el sí-
mismo, también fusionadas, indiferenciadas o condensa-
das. Estas primitivas estructuras intrapsíquicas de la eta-
pa simbiótica del desarrollo (Mahler y Furer, 1968)
corresponderían tanto al inicio de la formación estructural
de relaciones objetales internalizadas como al principio
de la organización general de las pulsiones libidinal y
agresiva. Al mismo tiempo, la internaliza~.ión de las rela-
ciones objetales también representa el origen de la estruc-
tura tripartita: las relaciones objetales internalizadas y
su correspondiente investidura afectiva constituyen las

32
subestructuras del yo, el ello y el superyó. A mi juicio, las
características estructurales asociadas con el ello se basan
en una combinación de varios factores: la naturaleza
primitiva difusa y abrumadora del recuerdo afectivo tem-
prano derivado de los afectos cumbre y las relaciones obje-
tales internalizadas. correspondientes; la calidad indife-
renciada de la subjetividad y la conciencia tempranas, y
la naturaleza rudimentaria de las funciones simbólicas en
el proceso de condensación del pasado, el presente y el
"futuro" evocado en la formación de la fantasía temprana.
~os. estados afectivos pueden tener consecuencias evo-
lutivas muy diferentes. Los moderados contribuyen direc-
tamente al desarrollo del yo. La interacción madre-infante
en paralelo con el aprenfuaje en condiciones de estados
afectivos leves o moderados podría establecer estructuras
mnémicas que reflejaran relaciones más discriminativas
y eficaces con el ambiente psicosocial inmediato.

LOS AFECTOS Y LA EXPERIENCIA SUBJETIVA TEMPRANA

¿Qué pruebas demuestran que la exhibición por el


infante de sus afectos significa que tiene una percatación
subjetiva de dolor o placer? Esta pregunta implícitamente
objeta que haya subjetividad temprana, experiencia
intrapsíquica temprana anterior al desarrollo de la capa-
cidad lingüística y activación temprana de los sistemas
motivacionales intrapsíquicos. El estudio de los estados
de tensión en los infantes (por ejemplo, la observación del
ritmo cardíaco) a continuación de la presentación de estí-
mulos que activan afectos, indica modificaciones de la ten-
sión, que crece o se reduce según sean las consecuencias
cognitivas del estímulo. En otras palabras, estamos empe-
zando a ,encontrar pruebas de un aumento o reducción de
la tensión intrapsíquica antes de la época en la que las

33
pautas afectivas de expresión y descarga se vuelven apa-
rentes (Sroufe, 1979; Sroufe y otros, 1974).
También existen pruebas de que los centros del dien-
céfalo que median la experiencia de las cualidades aver-
sivas o recompensadoras de la percepción están totalmen-
te maduros en el momento del nacimiento, lo que brinda
respaldo al supuesto de una capacidad temprana para
experimentar placer y dolor. Además está la sorprenden-
temente temprana capacidad del infante para la diferen-
ciación cognitiva, que sugiere también un potencial para
las diferenciaciones afectivas. Parece razonable suponer
que un infante de tres meses es capaz de experimentar
emociones y de dar muestras conductuales de placer, ira
¡¡
y decepción (Izard, 1978), tema éste desarrollado con gran
1
extensión por; Plutchik y Kellerman (19832...
Los progresos recientes de la observación de las inte-
racciones infante-madre (Stern, 1977, 1985) indican la
activación, en las primeras semanas de vida, de la capa-
i
cidad para discriminar propiedades pertenecientes a la
madre, ~ qrn~ SQ ia:fier.e_gue el infante está "preprogra-
~ado" para Elm-J3ezO:T-a-dar furma a Qsquemas claros de sí
:mismo y los.otros En otras palabras, el potencial cogni--
tivo de los infantes es mucho más refinado que lo que tra-
dicionalmente se supuso, y lo mismo vale respecto de su
i conducta afectiva.
l.
!·· La conducta afectiva influye considerablemente en la
relación del infante con la madre, desde el nacimiento
(Izard, 1978; Izard y Buechler, 1979).~na función bioló-
gica central de las pautas afectivas innatas (con sus mani-
festaciones conductuales, comunicativas y psicofisiológi-
cas) consiste en dar señal de las necesidades del infante
al ambiente (la persona que realiza el quehacer materno),
y de tal modo iniciar la comunicación entre el infante y
la madre que sign~ >omienzo de la vida intrapsíquica
(Emde y otros, 1978) · as investigaciones recientes nos

34
han sorprendido al describir un alto grado de diferencia-
ción en las comunicaciones infante-madre, desde muy
temprano (Hoffman, 1978). La teorización neuropsicoló-
gica da ahora por sentado que la memoria afectiva está
almacenada en el córtex límbico; como lo indican los expe-
rimentos de estimulación directa del cerebro, esto permite
la reactivación de no sólo los aspectos cognitivos de la
experiencia pasada sino también los aspectos afecfuos,
en particular la coloración subjetiva, afectiva, de esa expe-
riencia (Arnold, 1970a). He propuesto antes que los a-rec-
tos, operando como el sistema motivacional más tempra-
no, están íntimamente vinculados a la fijación por la
memoria de un mundo internalizado de relaciones obje-
tales (Kernberg, 1976).
En cuanto la teorización neuropsicológica actual sobre
la naturaleza de los afectos implica que su calidad sub-
jetiva (básicamente, placer y dolor) es un rasgo central
que integra los aspectos psicofisiológicos, conductuales y
comunicativos, y en la medida en que desde las primeras
semanas de vida se pueden observar aspectos conductua-
les, cognitivos y psicofisiológicos del afecto, parece razo-
nable suponer que la capacidad para la experiencia sub-
jetiva del placer y el dolor existe desde muy temprano-'1:le
hecho, dado que los esquemas afectivos, así como los per-
ceptuales y motores, operan desde el nacimiento, se puede
suponer que la experiencia subjetiva del placer y el dolor
(subjetividad) constituye la primera etapa de la conciencia
y, por la misma razón, también la primera etapa del desa-
rrollo del sí-mis~
Los enunciados de Piaget en cuanto a que "nunca se
ven estados afectivos que no tengan ningún elemento cog-
nitivo, ni tampoco se encuentran conductas totalmente
cognitivas", y a que "la afectividad desempeñaría el papel
de una fuente de energía de la que depende el funciona-
miento pero no las estructuras de la inteligencia" (1954,

35
pág. 5), probablemente reflejen principios por lo general
aceptados del funcionamiento psicológico. Ya he sostenido
en este capítulo que la subjetividad afectiva, la experien-
cia primordial del sí-mismo, ayuda a integrar -en la for-
ma de memoria afectiva- las experiencias perceptuales,
conductuales e interaccionales, y también los esquemas
afectivos en sí, particularmente cuando el infante se
encuentra en un estado afectivo extremadamente placien- ,.
te o displaciente (estado afectivo cumbre) que maximiza
su atención y su alerta.
También sería razonable suponer que ese ensamble
de las estructuras mnémicas durante los estados afecti-
vos cumbre puede estimular las actividades simbólicas
más primitivas, en cuanto un elemento de esas conste-
laciones efectivas cumbre representa a toda la constela-
ción. Una luz encendida en una habitación, por ejemplo,
representa la presencia de la madre que alimenta, inclu-
so antes que esta última sea percibida. Se podría discutir
sobre el punto en que la asociación simple y los reflejos
condicionados se transforman en pensamiento simbiótico
-en el sentido de que un elemento representa a toda una ·¡
constelación de experiencia fuera del eslabonamiento
rígido de las asociaciones condicionadas- pero, en todo
caso, parece razonable suponer que la función simbólica
más antigua -es decir, la representación activa de una
secuencia completa por uno de sus elementos, fuera de
la cadena asociativa rígida- aparece precjsamente en
tales condiciones.
De modo que los estados afectivos cumbre constitui-
rían las condiciones en que la subjetividad puramente
afectiva se transforma en una actividad mental con fun-
ciones simbólicas, clínicamente representada por estruc-
turas mnémicas imbuidas afectivamente de las relaciones ·,
'l
placientes del infante y la madre, en las cuales las repre-
sentaciones del sí-mismo y los objetos, a pesar de sus

36
esquemas cognitivos innatos altamente diferenciados,
están todavía indiferenciadas. Las estructuras mnémicas
afectivas derivadas de los estados afectivos cumbre, pla-
cientes o dolorosos, en los que las representaciones del sí-
mismo y el objeto están también indiferenciadas, se desa-
rrollarían separadas.
Las estructuras mnémicas adquiridas durante los
estados afectivos cumbre serán muy distintas de las
adquiridas durante los estados afectivos tranquilos o
quiescentes, de bajo nivel. Cuando el infante se encuentra
en uno de estos últimos estados, las estructuras mnémicas
establecidas serán en gran medida de naturaleza cogni-
tiva, discriminativa, y contribuirán directamente al desa-
rrollo del yo. De modo que el aprendizaje común se pro-
duce en condiciones en las que se centra en la situación
y las tareas inmediatas, con poca distorsión derivada de
la excitación afectiva, sin que lo interfiera ningún
mecanismo de defensa. Esas estructuras mnémicas cons-
tituyen -podríamos decir- los precursores tempranos
del funcionamiento más especializado y adaptativo del yo:
las estructuras de la "autonomía primaria" de la concien-
cia temprana, que se integran gradualmente en las
estructuras mnémicas afectivas y también realizan un
aporte a las etapas ulteriores de integración de la concien-
cia total.
En contraste, las experiencias afectivas cumbre faci-
litan la internalización de las relaciones objetales primi-
tivas a lo largo de los ejes de los objetos recompensadores
(o totalmente buenos) y los aversivos (o totalmente malos).
Las experiencias del sí-mismo y el objeto bajo la influencia
de una activación afectiva extrema adquieren una inten-
sidad que facilita el establecimiento de estructuras mné-
micas afectivamente impregnadas. Estas estructuras
mnémicas afectivas, como esencia de las representaciones
del sí-mismo y el objeto en el contexto de una experiencia

37
afectiva cumbre específica, son las estructuras intrapsí-
quicas más tempranas de la etapa simbiótica del desarro-
llo (Mahler y Furer, 1968). Ellas signan el inicio de las
relaciones objetales internalizadas y también de la orga-
nización de las pulsiones libidinal y agresiva.
De modo que estoy postulando una primera etapa de
conciencia caracterizada por estados afectivos cumbre y
el inicio de la simbolización. Esta etapa temprana tiene
rasgos esencialmente subjetivos y no puede considerarse
correspondiente a los datos que indican la capacidad tem-
prana para la diferenciación de modelos opuestos, capa-
cidad que presumiblemente pone de manifiesto potencia-
les "preprogramados" óptimamente observables en
,j 1

condiciones experimentales caracterizadas por disposicio-


1

,1 nes afectivas moderadas. La subjetividad implica expe-



rimentar, y la experiencia debe ser lógicamente máxima
en las condiciones del afecto cumbre. La subjetividad tam-
bién implica pensar, y por lo tanto requiere, como mínimo,
la manipulación de &ímbolos. Postulo que ese mínimo
implica una ruptura con la cadena rígida de las asocia-
ciones condicionadas.
Quizá tenga una importancia particular en este pun-
to el desarrollo gradual de dos series paralelas de carac-
terísticas fantaseadas de ese mundo simbiótico como
"totalmente bueno" y "totalmente malo": el placer vin-
culado a la presencia de la madre nutricia "buena" está
en agudo contraste con el dolor relacionado con la madre
"mala", cuando el infante es frustrado, perturbado o
enfurecido. Por la misma razón, la transformación de las
experiencias dolorosas en la imagen simbólica de un
indiferenciado "madre mala/sí-mismo malo" obviamente
1, contiene un elemento de fantasía que trasciende el
carácter realista de las representaciones del objeto/sí-
mismo "bueno". El material de fantasía original de lo
que más tarde se convierte en el inconsciente reprimido

38
puede reflejar un predominio de la imaginería y los afec-
tos agresivos.
La experiencia subjetiva en los estados afectivos cum-
bre podría iniciar la construcción de un mundo interno
que gradualmente se separa en una capa profunda de
imaginería fantástica vinculada a las relaciones objetales
adquiridas durante los estados cumbre, y una capa más
superficial que "infiltra" las percepciones cognitivamente
más realistas de la realidad externa, esta última consti-
tuida en estados comunes de afecto de bajo nivel cuando
el infante realiza la exploración alerta de sus alrededores.
Finalmente, la formación de símbolos y la organización
afectiva de la realidad también se desarrollaría en esta
capa superficial de la percepción, transformando la orga-
nización innata de la percepción en información manipu-
lada simbólicamente: es decir que el "pensamiento cons-
ciente", el origen del pensamiento de proceso secundario,
se despliega sobre la superficie de la capa profunda.
El inconsciente dinámico incluye originalmente esta-
dos inaceptables de autopercatación bajo la influencia de
relaciones investidas agresivamente con representaciones
de objeto análogamente percibidas por medio de operacio-
nes defensivas primitivas, particularmente la identifica-
ción proyectiva. Los estados afectivos cumbre tempranos
que resultan de la frustración, activan fantasías primi-
tivas de "objetos" frustrantes representados por experien-
cias sensoperceptivas que también vienen a simbolizar
esfuerzos tendientes a "expulsar" esos objetos intolerables
y las apetencias iracundas de destruirlos, junto con la
transformación de la experiencia de la frustración en la
fantasía de ser atacado y puesto en peligro. La represión
de las experiencias afectivas cumbre de naturaleza pla-
ciente -particularmente de estados de excitación sexual
relacionados con fantasías inaceptables que involucran a
los objetos parentales- sigue a las más tempranas ape-

39
tencias y fantasías agresivas del inconsciente dinámico.
Las defensas inconscientes vinculadas a las fantasías pri-
mitivas y las defensas ulteriores que refuerzan secunda-
riamente la represión, finalmente "encapsulan" la capa
más profunda, inconsciente, de las relaciones objetales
investidas agresiva y libidinalmente: el ello.
En la medida en que las más tempranas experiencias
afectivas cumbre placientes de una representación indi-
ferenciada del sí-mismo y el objeto en la condición de una
relación objeta! totalmente buena pueden considerarse
una experiencia nuclear del sí-mismo, la percatación del
sí-mismo y los otros también está íntimamente conectada
en la zona de la experiencia del sí-mismo que se incorpo-
rará a las funciones y las estructuras yoicas. Aunque las
experiencias afectivamente moderadas pueden en adelan-
te fomentar el relevamiento de zonas de diferenciación
entre el sí-mismo y los objetos, tanto en el yo temprano
como en el ello hay arraigado un núcleo de experiencias
primitivas fusionadas o indiferenciadas.
De modo que las experiencias afectivas cumbre origi-,
nan una estructura nuclear de la intersubjetividad, tanto
en la identificación más antigua con un objeto de amor
(una "identificación introyectiva") como en la más antigua
identificación con un objeto de odio en la "periferia" de la
experiencia del sí-mismo (una "identificación proyectiva"),
que más tarde es disociada, proyectada con más eficacia
y finalmente reprimida.
La intersubjetividad, esté incorporada en la experien-
cia del sí-mismo o sea rechazada por medio de mecanis-
mos proyectivos, es por lo tanto un aspecto inseparable
del desarrollo de la identidad normal. También el psico-
analista, por medio de la "identificación concordante" -es
decir, la empatía con la experiencia subjetiva central del
paciente- y la "identificación complementaria" -es decir,
la empatía con lo que el paciente no puede tolerar dentro

40
de sí y activa por medio de la identificación proyectiva-,
llega a diagnosticar el mundo de las relaciones objetales
internalizadas del paciente, que forman parte de su iden-
tidad yoica.
La experiencia subjetiva del sí-mismo, con sus aspec-
tos componentes de autoconciencia o autorreflejo, su sen•
tido de continuidad subjetiva, longitudinal y transversal,
y su sentido de la responsabilidad por sus acciones, es
más que una fantasía subjetiva. Constituye una estruc-
tura intrapsíquica, un marco estable, dinámicamente
determinado, internamente coherente, para la organiza-
ción de la experiencia psíquica y el control conductual. Es
un canal para diversas funciones psíquicas que se actua-
lizan de ese modo, una subestructura del yo que gradual-
mente adquiere funciones superiores dentro de él. Repre-
senta una estructura intrapsíquica del más alto orden,
cuya naturaleza es confirmada por sus consecuencias con-
ductuales, su expresión en las formaciones caracterológi-
cas y su profundidad humana y su compromiso moral en
las relaciones con los otros.
Las defensas empujan el inconsciente dinámico a
zonas cada vez más profundas del aparato psíquico, desa-
rrollo que culmina con el establecimiento de barreras
represivas que simultáneamente significan el rechazo
recíproco y la consolidación del yo y el ello. El inconsciente
dinámico del paciente neurótico y la persona normal es
el producto final de una prolongada evolución del funcio-
namiento psíquico, dentro del cual las cualidades de la
conciencia y del inconsciente dinámico están más estre-
chamente entrelazadas que lo que podría pensarse sobre
la base de la observación. Pero la erupción del inconscien-
te dinámico en la conciencia no está reservada a pacientes
con una patología severa del carácter o con psicosis. La
conducta interpersonal en pequeños grupos no estructu-
rados, y en mayor medida en grupos no estructurados

41
gr1111du1-1, que temporariamente eliminan o desdibujan las
l'u11ciorw::; <le rol sociales comunes, puede activar, a veces
de manera aterradora, los contenidos primitivos de lo
reprimido en la forma de fantasías y conductas compar-
tidas por todo el grupo. Esto conduce a la cuestión de la
naturaleza básica de las fuerzas motivacionales del
inconsciente dinámico, y a la teoría psicoanalítica de las
pulsione,r. -. , ~
Lo ·11lt' '"3:!'cY'\ \b .b- ~~"· ~!:) . . . ~-t ffCtttt.
(}J "'º 'e- ~-\-'.'l~CG " ~~'ltt\ ; C~ t.s\~ 'to!,
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' 'flt\'J'JY-~ M\A~ ~ ~ 1 , )~?tM '1 M,lt:t>t OFt ~
~t.i ORIGEN Y ESTRUCTURA DE LAS PULSió'NJ~S
COMO FUERZAS MOTIVACIONALES

A mi juicio, los afectos son el sistema motivacional pri-


mario, en cuanto están en el centro de cada una de las
infinitas experiencias concretas gratificantes y frustrantes
que tiene el infante con su ambiente. Los afectos vinculan
las series de representaciones indiferenciadas del
objeto/sí-mismo, de modo que gradualmente se construye
un mundo complejo de relaciones objetales internalizadas,
algunas coloreadas por el placer y otras por el displacer. -
Pero incluso mientras los afectos eslabonan las relaciones
objetales internalizadas en dos series paralelas de expe-
riencias gratificantes y frustrantes, también se transfor-
man las relaciones objetales "buenas" y "malas" interna-
lizadas en sí mismas. El afecto predominante de amor u
odio de cada una de las dos series de relaciones objetales
internalizadas se enriquece y atempera, y se vuelve cada
vez más complejo.
Finalmente, la relación interna del infante con la
madre bajo el signo del "amor" es más que la suma de una
cantidad finita de concretos estados afectivos. Lo mismo
vale para el odio. El amor y el odio se convierten entonces
en estructuras intrapsíquicas estables, en el sentido de
que son dos marcos estables, con coherencia interior, diná-

l
42
micamente determinados, para la organización de la expe-
riencia psíquica y el control conductual en la continuidad
genética a través de las diversas etapas del desarrollo. Por
medio de esa misma continuidad, se consolidan como libi-
do y agresión. La libido y la agresión, a su turno, se con-
vierte:(l en sistemas motivacionales jerárquicamente supe-
riores, expresados en una multitud de disposiciones
afectivas diferenciadas en diferentes circunstancias. Los
afectos son los bloques contructivos, o constituyentes, de
las pulsiones; finalmente adquieren una función de señal
para la activación de las pulsiones.
Una vez más, es preciso subrayar que las pulsiones
son puestas de manifiesto no sólo por los afectos sino tam-
bién por la activación de relaciones cbjetales específicas,
que incluyen un afecto y en las cuales la pulsión es repre-
sentada por un deseo o una apetencia específicos. La fan-
tasía inconsciente -la más importante es la de carácter
edípico- incluye una apetencia específica dirigida hacia
un objeto. La apetencia deriva de la pulsión y es más pre-
cisa que el estado afectivo: ésta es una razón más para
rechazar una concepción que haría de los afectos (y no de
las pulsiones) el sistema motivacional jerárquicamente
superior.

43
~

j~
2. LA PSICOPATOLOGÍA DEL ODIO
1

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~ -e
Después de haber presentado una teoría general de los _J-~J-
afectos como estructuras constitutivas de las pulsiones,- ~ °'
ahora abordaremos un afecto específico que ocupa una --{
posición central de la conducta humana. Me refiero al ~ f
odio, el afecto nuclear de condiciones psicopatológicas gra- ~ r-g
ves, trastornos de la personalidad particularmente seve- 6r6 '-' '
ros, perversiones y psicosis funcionales. El odio deriva de o ,,, ....9
la ira, el afecto primario en torno al cual se arracima la ,J6 ¡X ]¿_
- .)
pulsión de la agresión; en la psicopatología severa, el odio é§f ~
puede convertirse en algo prevaleciente y abrumador, diri- -;-f
gido tanto contra el sí-mismo como contra los otros. Es un b 2~
afecto complejo que puede convertirse en el componente~
principal de la pulsión agresiva, dejando en la sombra a--i._oj.
otros afectos agresivos universalmente presentes, como ~ Y~
la envidia o la aversión. ·. ;f
En las páginas que siguen, nos concentramos sobre . ~ "6.-
todo en las vicisitudes evolutivas de la ira, que conducen o;'oj
al predominio del odio en ciertos pacientes con patología
caracterológica grave, de lo que también resulta el domi- ~ ~
i!·
nio de este último afecto en la transferencia. Esto permite ,, "1
la exploración psicoanalítica del odio, pero también le pre- ·f{(
senta desafíos formidables al analista, que debe resolver :i0 ~
Ll
g
45
A. 'f. -1> Áfc·-:k F-; ley-.:..> ,
A'NJ\º~°' r-1) \¡o r-.Jl> pj,IJ) cÁ 4> {)r¡kc.:, (!/\1
. + 1 ...,_.,.~ •

7 f"'fa psicopatología correspondiente en la transferencia. Las


formulaciones que siguen se basan, por un lado, en el
vínculo que existe entre la patología de las relaciones
madre-infante en infantes de alto riesgo y el desarrollo
de una agresión excesiva en esos infantes (Massie, 1977;
Gaensbauer y Sands, 1979; Call, 1980; Roiphe y Galen-
son, 1981; Fraiberg, 1983; Galenson, 1986; Osofsky, 1988)
y, por otra parte, en la psicopatología de la agresión exce-
siva en la transferencia, en pacientes con organizaciones
límite [borderline] de la personalidad y trastornos narci-
sista y antisocial de la personalidad (Winnicott, 1949;
Bion, 1957a, 1959, 1970; A. Green, 1977; Moser, 1978;
Ogden, 1979; Krause, 1988; Krause y Lutolf, 1988; Gross-
man, 1991). Las observaciones de la regresión extrema en
pacientes que presentan un predominio del odio en la
transferencia constituyen la fuente principal de las for-
mulaciones siguientes. .
V tü ~ Xl,I . ;:). ~ ·-k., ~.~1 -b,. C:\~ 111:?°..-k. 'f ~/ .11-te~ t.
\M.rlk ,;;,.. <~l;J.;'fo\~ 1.\i.,~7 ~re¡~. L.:¡~\c' 10'-f~ VI -ei\ rv-<e
1.! 1 A. \V vd~ O'- '.).! -:¡vrc\ol'OMVlil\l' V.F-''V\,
LA IRA

Clínicamente, el estado afectivo básico que caracteriza


la activación de la agresión en la transferencia es la ira.
La irritación es un afecto agresivo leve, que indica el
potencial para las reacciones de ira, y en la forma crónica
se presenta como irritabilidad. La ira es un afecto más
intenso que la irritación, por lo general más diferenciado
en su contenido cognitivo y en la naturaleza de la relación
objeta} activada. Una reacción de ira total -su naturaleza
abrumadora, su carácter difuso, su "desdibujamiento" de
los contenidos cognitivos específicos y de las correspon-
dientes relaciones objetales- puede transmitir la idea
errónea de que éste es un afecto primitivo "puro". Sin
embargo, en términos clínicos, el análisis de las reacciones
de ira-como de otros estados afectivos intensos- siem-

b -1 L • h~.-... ~ tvi'h uJ.cJ.. cki <31'*' ~ t:k~. ~
(.!) v~\~ '}a/\:p~w k o. . ~.-':! ~
6~~ , w~ j:Jb l\,,,_\~c.- l'V-v
't.""~ f C°'"'¡_........... Vc\•wt"~
( : ., p ~(11 J._''"'"''*" ,A. \; 0v ' .
pre revela una subyacente fantasía consciente o incons-
ciente que incluye una relación específica entre un aspecto
del sí-mismo y un aspecto de un otro significativo.
La investigación con infantes documenta la aparición

--
temprana de la ira como afecto, y su función prjm,prdial:
·¡¡'.lf~una fuente de dolor o irritación. U na función evo-
lutiva ulterior de la ira es ~á't un obstáculo a la gra-
tificación; su función biológica original -emitir una señal
al cuidador para que facilite la eliminación de algo que
irrita- se convierte entonces en un llamado más focali-
zado para que el cuidador restaure un estado deseado de
gratificación. En las fantasías inconscientes que se desa-
rrollan en torno a las reacciones de ira, ésta significa tan-
to la activación de una relación objetal totalmente mala
como el deseo de eliminarla y restaurar una totalmente
buena. En una etapa evolutiva posterior, las reacciones
de ira pueden funcionar como esfuerzos desesperados ten~
dientes a restaurar una sensación de autonomía ante
situaciones altamente frustrantes percibidas inconscien-
temente como la activación amenazante de relaciones
objetales totalmente malas, persecutorias. Una violenta
afirmación de la voluntad restaura un estado de equilibrio
narcisista; este acto de autoafirmación representa una
identificación inconsciente con un objeto idealizado (total-
mente bueno).
En la clínica, la intensidad de los afectos agresiy.os
-irritación, cólera, ira- se correlaciona aproximadamen-
te con su función psicológica: afirmar la autonomía, eli-
minar un obstáculo o barrera a un grado dese,ad.o de,satis-
facción, eliminar o destruir una fuente de dofof o
frustración profundos. Pero la psicopatología de la agre-
sión no se limita a la intensidad y la frecuencia de los ata-
ques de ira. El más severo y dominante de los afectos que
en conjunto constituyen la agresión como pulsió!l ~? ,~l
complejo o elaborado afecto del odio. A:·rnedida 'q,Úej}~ªªt .
1C!O- D<... fwY'~ \e&u\c \"1 ~ \o- ~~~ /i) ~
<liá.cl~ ·" } ej N\€.J(>. \~ n-_,4 ~~·~ ~ \J· \ ~
n;:.v,<;:.._ , ~ ..,\o <: • ' . 4~~\~~· <i?,,\;•v~~L_3~
<

~\.{ ~ ll/I f\f)Pp ~ <.V~r'\r( \ . \'1) 'í\


rnos do los desarrollos transferenciales de pacientes con
orguniiación neurótica de la personalidad a los desarrollos
transferenciales de pacientes con organización límite de
la personalidad, en particular los que padecen una pato-
logía narcisista grave y rasgos antisociales, enfrentamos
cada vez más no sólo accesos de ira en la transferencia¡I
sino también el odio, acom~ñado por ciertas típicas
expresiones caracterológicas secundarias de este afecto,
y por defensas para no percatarse de su existencia .

. EL ODIO

El odio es un afecto agresivo complejo. En contraste


con el carácter agudo de las reacciones de ira y los aspec-
tos cognitivos que varían coJ!l facilidad en la cólera y la ira,
él aspecto cognitivo del odio es crónico y estable.~ El odio
también presenta un anclaje caracterológico que incluye
racionalizaciones poderosas y las correspondientes distor~
siones. del funcionamiento del yo y el sup~~- ¡.~. meta.
primal'~a de alguien consumido ~or e.l odio ~s de,s truir su
.0bjeto,.;µn objeto específico.de l~~~rt~as,ía ~~·co1ªscie~te.,i y
tambié.n sus derivados co.n.s.cient.eEJ.;. enielfo.n.do, eLobjeto
.es necesit;¡j.,do y deseado, y su destruc(:!ión es, igualrnen.te
~ecesaria y deseada. La comprensión de esta paradoja
eStá en el centro de la investigación psicoanalítica de este
afecto. El odio no es siempre patológico: como respuesta
a un peligro real, objetivo, de destrucción física o psico-
lógica, a una amenaza a la supervivencia de uno mismo
y de sus seres queridos, el odio es una elaboración normal
de la ira, que apunta a eliminar ese peligro. Pero el odio
suele estar penetrado e i.ntensificado por motivaciones
inconsciente~, como en la \~úse¡µed.a deveI1gaJ!lza~ ,cuando
es una predisposición caracteroIÓgica crónica, siempre
refleja la psicopatología de la agresión.

48
Una forma extrema de odio exige la eliminación físi-
ca del objeto, y puede expresarse en el asesinato o en
una desvalorización del objeto que quizá se generalice
como una destrucción simbólica de todos los objetos -es
decir, de todas las relaciones potenciales con los otros
significativos-; en la clínica, esto puede observarse en
las estructuras antisociales de la personalidad. Esta for-
ma de odio a veces sa expresa en el suicidio, en el cual
se identifica al sí-mismo como el objeto odiado, y la
autoeliminación es el único modo de destruir también
el objeto.
En la clínica, algunos pacientes con síndrome de nar-
cisismo maligno (personalidad narcisista, agresión egosin-
tónica, tendencias paranoides y antisociales) y transferen-
cias "psicopáticas" (el engaño como rasgo transferencia!
dominante) a veces intentan sistemáticamente explotar,
destruir, castrar simbólicamente o deshumanizar a los
otros significativos (incluso el terapeuta) en una medida
que desafía los esfuerzos del terapeuta por proteger o
recobrar alguna isla de relación objeta! idealizada primi-
tiva, totalmente buena. Al mismo tiempo, quizá parezca
que la transferencia está notablemente exenta de agresión
abierta, domina la escena un engaño crónico y la búsque-
da de un estado del sí-mismo primitivo, totalmente bueno,
que elimine todos los objetos -por ejemplo, mediante el
alcohol o las drogas, y a través de esfüerzos inconscientes
y conscientes tendientes a reclutar al terapeuta en la
explotación o destrucción de los otros-. La resistencia del
terapeuta a esa destrucción o corrupción difusa, genera-
lizada, de todo lo que sea valioso, puede ser experimen-
tada por el paciente (en virtud de mecanismos proyecti-
vos) como un ataque brutal, lo cual lleva a la emergencia
de ira y odio directos en la transferencia; presenciamos
la transformación de una transferencia "psicopática" en
una transferencia "paranoide" (véase el capítulo 14). Para-

49
dójicamente, esta transformación ofrece una vislumbre de
esperanza con estos pacientes.
Un grado menos grave de odio se expresa en las ten-
dencias y apetencias sádicas; el paciente tiene un deseo
-f
l consciente o inconsciente de hacer sufrir al objeto, con una
· t~:1' sensación de profundo goce consciente o inconsciente por
,.~' . ese sufrimiento. El sadismo puede tomar la forma de una
<.\ ..(' perversión sexual con un daño físico real infligido al objeto
~ o bien formar parte del síndrome del narcisismo maligno,
?j,. . ,: la estructura sadomasoquista de la personalidad o, a
é~ veces, una forma intelectualizada, racionalizada, de cruel-
'~ dad, que incluye apetencias de humillar al objeto. En con-
1 .-~ traste con la forma anterior, más abarcativa, del odio, el
k, sadismo se caracteriza por la apetencia no de eliminar
.i·· C. sino de mantener la relación con el objeto odiado, como
~ -¡ representación de una relación objetal entre un agente
'~ ~ sádico y una víctima paralizada. El deseo de infligir dolor
~4 .
... ·• y el placer que se experimenta al hacerlo son centrales en
~.;i. este caso, y representan una condensación implícita de la
:., <..Je
~ agresión y la excitación libidinal en la inducción de ese
s:-:.::. sufrimiento.
Una forma aún más moderada del odio se centra en
~ el deseo de dominar al objeto, en una búsqueda de poder
Ji sobre él, que puede incluir componentes sádicos, pero en
-e\'] la cual los ataques al objeto tienden a quedar autolimi-
2' tados por la sumisión de éste y su reconfirmación implí-
'.~ ,y cita de la libertad y la autonomía del sujeto. Predominan
los componentes anales-sádicos sobre los orales-agresivos
más primitivos, que encontramos en las formas más gra-
ves del odio; la afirmación de la superioridad jerárquica
y la "territorialidad" en las interacciones sociales, y los
aspectos agresivos de los procesos en los grupos pequeños
y grandes, son las manifestaciones más frecuentes de este
~.J
nivel más moderado del odio.
Finalmente, en quienes tienen una integración super- .i
50

yoica relativamente normal y una organización neurótica
de la personalidad con una estructura tripartita bien dife-
renciada, el odio puede tomar la forma de una identifica-
ción racionalizada con un superyó estricto y punitivo, de
la afirmación agresiva de sistemas morales idiosincrásicos
pero bien racionalizados, de la indignación justificada, y
de niveles primitivos de compromiso con ideologías vin-
dicativas. Desde luego, en este nivel el odio tiende un
puente hacia las funciones sublimatorias de la afirmación
agresiva valerosa al servicio del compromiso con ideales
y sistemas éticos.
En este nivel de integración, por lo general existe tam-
bién una tendencia al odio autodirigido, en la forma de
crueldad del superyó; clínicamente, vemos un potencial
de transformación de las transferencias, que pasan de ser
del tipo "paranoide" al primer tipo "depresivo" más avan-
zado. Las estructuras masoquista y sadomasoquista de la
personalidad y las constelaciones neuróticas mixtas que
incluyen rasgos paranoides, masoquistas y sádicos, pue-
den experimentar cambios relativamente súbitos entre la
regresión transferencia! depresiva y la paranoide. En con-
traste, en los niveles más graves de psicopatología, la
transferencia es abrumadoramente paranoide, salvo cuan-
do las transferencias psicopáticas defienden al paciente
de las paranoides.
En la transferencia de los pacientes del segundo nivel
de la patología, los que por lo menos tienen una apetencia
de preservar al objeto odiado, se puede observar todo el
espectro de los componentes afectivos y caracterológicos
del odio. La cronicidad, la estabilidad y el anclaje carac-
terológico del odio hacen juego con el deseo de infligirle
dolor al objeto, con el sadismo caracterológico, y a veces
sexual, y con la crueldad.
El odio primitivo también toma la forma de un esfuer-
zo tendiente a destruir el potencial para una relación

51
humana gratificante y para aprender algo de valor en esa
interacción (véase el capítulo 13). Creo que a esta nece-
1
sidad de destruir la realidad y la comunicación de las rela-
ciones íntimas subyace una envidia inconsciente y cons-
ciente respecto del objeto, en particular cuando éste no
está dominado desde dentro por un odio similar.
Fue Melanie Klein (1957) quien primero señaló la
envidia al objeto bueno como una característica significa-
tiva de los pacientes con psicopatología narcisista grave.
Esa envidia se complica con la necesidad que tiene el
paciente de destruir la advertencia que él hace de ella, por
el terror de que salga a luz el salvajismo de su odio a lo
que, en el fondo, él valora en el objeto. Detrás de la envi-
dia al objeto y de la necesidad de destruir todo lo bueno
que pueda surgir de los contactos con él, hay una identi-
ficación inconsciente con el objeto originalmente odiado
-y necesitado-. La envidia puede considerarse fuente
de una forma primitiva de odio, íntimamente vinculada
a la agresión oral, la codicia y la voracidad, y también una
complicación del odio, derivada de la fijación al trauma.
En la superficie, el odio al objeto envidiado inconscien-
temente (y conscientemente) suele racionalizarse como
miedo al potencial destructivo del objeto, un miedo que
deriva de la agresión real infligida por los objetos esen-
cialmente necesitados del pasado del paciente (en pacien-
tes que han padecido traumas severos) y de la proyección
de su propia ira y odio.
El síndrome del narcisismo maligno suele estar acom-
pañado por la tendencia a conductas crónicas y potencial-
mente graves de automutilación y suicidas no depresivas.
La automutilación, por lo general, refleja Una identifica-
ción inconsciente con un objeto odioso y odiado. El odio y
la incapacidad para tolerar la comunicación con el objeto
pueden proteger al paciente de lo que de otro modo sur-
giría como una combinación de ataques crueles al objeto,

52
miedos paranoides a ese objeto, y una agresión autodiri~
gida por la identificación con el objeto.
En la clínica, la transferencia caracterizada por la
arrogancia, la curiosidad y la seudoestupidez (incapacidad
para reflexionar sobre lo que dice el terapeuta), descrita
por Bion (1957a), ilustra el acting out, por parte del
paciente, de la envidia al terapeuta, la destrucción del sig-
nificado y el sadismo.
Uno de los rasgos más sistemáticos en las transfe!J?en-
cias dominadas por el acting out del odio Pl'O·f~nd'!1> éS iha
extraordinaria dependencia del paciente respeoto.del1Je,Ila-
peuta, que se pone de manifiesto simultáneamente.eo1•1kla
agresión al profesional {i.lna demostración impresionante
de la "fijación al trauma"). Al mismo tiempo, las fantasías
y los miedos del paciente reflejan su supuesto de que, si
no rechaza sistemáticamente al terapeuta, éste lo som,e-
terá a un análogo ataque furioso de odio, explotación sádi-
ca y persecución. Obviamente, por medio de la identifica-
ción proyectiva, el paciente le atribuye al terapeuta su
propio odio y sadismo; la situación ilustra el vínculo ínti-
mo que existe entre el perseguidor y el perseguido, el amo
y el esclavo, el sádico y el masoquista, todo lo cual remite
en última instancia a la madre sádica, frustradora, irri-
tante, y al niño pequeño desamparado, paralizado.
BásiGªWY.Pte, el pacienty represen!ª lll1:ª I'y.l¡isión ol;>je-
tal entre el perse~~~~or y su víctim¡i,, ªlt~rn,ª-.na9~y e11 su
identifl~.~Ai~~·5Hff ~.~~g~f.9l~.~''•.mientras proye~ta .el c~m­
plementario sobre 'eitérapel.Íta. En los casos más patoló-
gicos, parece que la única alternativa a ser victimizado
es convertirse en tirano, y la afirmación reiterada del odio
y el sadismo se presenta como la única forma posible de
supervivencia y significado, excepción hecha del asesinato,
el suicidio o la psicopatía. En los casos más moderados,
surge un factor dinámico adicional, a saber: la envidia, la
intolerancia al objeto bueno que escapa a esa ferocidad y

53
que es odiado por rehusar premeditadamente (según la
fantasía del paciente) lo que podría transformar al objeto
de perseguidor en objeto ideal. En este caso, detrás de la
incesante embestida del odio en la transferencia, hay una
búsqueda de un objeto ideal (una madre ideal).
En casos aún más moderados, con tipos de conducta
sadomasoquista más refinada y elaborada dentro de una
organización neurótica de la personalidad, descubrimos
un potencial inconsciente para hallar placer en el dolor,
la tentación de experimentar el dolor como una precon-
dición para experimentar el placer, en el contexto de la
angustia de castración, la culpa inconsciente por los
impulsos edípicos, y como transformación final del dolor
experimentado pasivamente en una solución de transac-
ción activa de los conflictos inconscientes correlativos.
Todas estas dinámicas pueden emerger íntimamente
· condensadas y combinadas, con diferencias de grado y
proporción. Lo que tienen en común es la motivación
intensa de mantener un vínculo con el objeto odiado, un
vínculo que gratifica a esas diversas transferencias pri-
mitivas y, que, a mi juicio, es responsable de la fuerte fija-
ción a esta relación traumática.

LA FIJACIÓN AL TRAUMA

Creo que los estados afectivos cumbre organizan las


relaciones objetales internalizadas no sólo en condiciones
de amor (la relación que corresponde a una fusión idea-
lizada primitiva entre un sí-mismo totalmente bueno y un
objeto totalmente bueno), sino también en condiciones de
ira, en la internalización de representaciones objetales ori-
ginalmente indiferenciadas del sí-mismo totalmente malo,
que gradualmente se reúnen en la categoría de la relación
objetal típica bajo la dominación del odio. Se ha observado

54
un vínculo fuerte con el objeto que traumatiza bajo la
dominación del odio, en el estudio de niños golpeados y
niños pequeños de alh> riesgo, lo mismo que en estudios
sobre personas que atraviesan circunstancias extremada-
mente traumáticas, por ejemplo, los pasajeros de un avión
secuestrado que terminan defendiendo a sus captores (el
"síndrome de Estocolmo"). Las investigaciones realizadas
por Fraiberg (1983) y Galenson (1986) son particularmen-
te instructivas en cuanto a la internalización por parte del
niño de la conducta agresiva de la madre respecto de él,
y a la reproducción que él hace de esa conducta de la
madre en sus relaciones con ella y con otros objetos.
El apego intenso a la madre frustradora es el origen
último de la transformación de la ira en odio. La causa
de esta transformación es la fijación a una relación trau-
mática con un objeto fundamentalmente necesitado, que
se experimenta como totalmente malo y responsable de
haber destruido o tragado el objeto ideal totalmente bue-
no. La dest:ruccióii venga~i'Vl~;l!iJ!e~~$íll~'<itbj~~/'fitladf© pretende
restaurar mágicamente el objeto bueno, pero en el proceso
conduce a la destrucción de la capacidad del sí-m:Fsm()
para relacibnarse con el objeto. Esta transformación toma
la forma de una identificación no sólo con el objeto (la
madre) sino también con la relación con ella, de modo que
el odio a la madre como victimaria, con sus consecuencias
dolorosas, de impotencia y parálisis, también se transfor-
ma en una identificación con ella como el objeto cruel,
omnipotente, destructivo. Al mismo tiempo, se desarrolla
una búsqueda de otros objetos sobre los cuales pueda pro-
yectarse el sí-mismo atacado, desvalorizado y maltratado.
Al identificarse tanto con el sí-mismo que sufre como con
el objeto sádico, la agresión de la relación, que lo abarca
todo, se traga al propio sujeto.
El odio como inversión del sufrimiento es un tipo bási-
co de triunfo vengativo sobre el objeto y sobre la horrible

55
n~presentación del sí-mismo lograda por identificación
proyectiva, y una venganza simbólica por el sufrimiento
pasado, todo ello condensado en la fijación a pautas con-
ductuales sádicas. Los pacientes motivados de este modo
maltratan sádicamente a los otros porque se experimen-
tan como siendo de nuevo maltratados por objetos sádicos; J
inconscientemente, se convierten en sus propios objetos
persecutorios mientras atacan sádicamente a sus vícti-
mas. No pueden evitar ser la víctima y el victimario al
mismo tiempo. Como victimarios, no pueden vivir sin su
víctima (el sí-mismo proyectado, repudiado, perseguido);
como víctimas, siguen internamente apegados a sus per-
seguidores, y a veces también externamente, en conductas
que sorprenden al observador.
Es probable que las conductas extremadamente con-
tradictorias e inconfiables de la madre refuercen el extre-
mo psicopático del espectro del odio, al permitir la inter-
pretación de esas conductas como una traición perpetrada
por el objeto potencialmente bueno, que entonces se con-
vierte en impredecible y abrumadoramente malo. La iden-
tificación con un objeto que traiciona abre caminos a una
destrucción vengativa de todas las relaciones objetales.
Probablemente allí reside la fuente última del impulso

~
paranoide por traicionar (Jacobson, 1971a, págs. 302-318).
La conducta de apego más severamente psicopatológica
ha sido descrita en infantes de madres cuya conducta
combina el abandono, la violencia, el caos y una hiperes-
timulación irritante, junto con la frustración crónica (Frai-
~
berg, 1983; Galenson, 1986). .I
¡
En otra parte (Kernberg, 1991b) he señalado que la
inclusión de un componente agresivo de la excitación
sexual (la implicación agresiva del penetrar y ser pene-
trado) es un medio para incorporar la agresión al servicio
del amor, utilizando el potencial erógeno de la experiencia
del dolor como aporte crucial a la fusión gratificante con

56
el otro en la excitación sexual y el orgasmo. Esta capaci-
dad normal para transformar el dolor en excitación erótica
se malogra cuando la relación madre-infante se ha carac-
terizado por la agresión severa, y probablemente consti-
tuye un puente crucial hacia la excitación erótica de indu-
cir sufrimiento a otros, lo que consolida las características
placientes del odio sádico. Si, al mismo tiempo, como lo
han postulado Braunschweig y Fain (1971, 1975), las acti-
tudes alternantes de estimulación y repliegue eróticos de
la madre respecto del infante constituyen la base de la
identificación inconsciente de éste con una madre irrita-
tiva y con el ser irritado, y en el proceso activan su propia
excitación sexual como afecto básico, entonces la madre
cuya conducta incluye la irritación exagerada del infante
puede orientar particularmente el odio de éste hacia las
perversiones sadomasoquistas.
En términos más generales, provpcar un dolor profun-
do en el infante y en el niño pequeño suscita primero la
ira, y después, en virtud de los mecanismos mencionados
de identificación y transformación, el desarrollo de odio.
Así, como lo ha propuesto Grossman (1991), el dolor1 a tra-
vés de una serie de transformaciones intrapsíquicas, pue~
de conducir a la intensificación de la agresión y a su psi-
copatología.
La activación excesiva de la agresión como pulsión (a
lo que contribuye de modo fundamental el odio fijado
caracterológicamente) interfiere en la integración normal
de las relaciones objetales internalizadas disociadas, total-
mente buenas y totalmente malas, en el final de la fase
evolutiva de separación-individuación, y por lo tanto tam-
bién obstaculiza la iniciación de la constancia objetal y la
etapa avanzada del desarrollo edípico. Al fracturar esos
procesos, la agresión excesiva lleva a la fijación en un
punto en el que todas las relaciones objetales internali-
zadas, totalmente buenas y totalmente malas, no estaban

57
i11t.(•gradas, mientras que las representaciones del sí-mis-
1110 y el objeto dentro de cada una de esas relaciones obje-
tales totalmente buenas y totalmente malas estaban
diferenciadas entre sí. Estas son las condiciones psicoes-
tructurales de la organización límite de la personalidad,
característica de los trastornos graves de la personalidad
en los que prevalece la agresión preedípica y edípica.
En circunstancias más favorables, puede continuar la
integración de las relaciones objetales internalizadas
totalmente buenas y totalmente malas, y desarrollarse la
constancia objeta!, llevando a la integración de las estruc-
turas del yo y el superyó, y al establecimiento de los lími-
tes represivos que separan el yo del ello: la estructura tri-
partita se consolida. En tales condiciones, el odio
patológico es absorbido por el superyó. La integración de
los precursores tempranos del superyó sádico con el ideal
del yo preedípico, por una parte, y por la otra, de las
prohibiciones y demandas edípicas con esas estructuras
superyoicas más tempranas, lleva a las demandas del
superyó sádico, a la psicopatología depresivo-masoquista
y al sadismo caracterológico racionalizado secundaria-
mente, correlacionado con la integración de sistemas éti-
cos crueles y sádicos. O bien diversas patologías sexuales
-entre ellas las perversiones en un nivel neurótico de
organización de la personalidad- pueden contener el odio
como un síntoma relativamente inocuo, erotizado.
La apetencia de humillar es otra manifestación del
odio potencialmente integrada en rasgos de carácter
mediados por el superyó. Un paciente obsesivo-compulsivo
necesita controlar y dominar a los otros para sentirse pro-
tegido de sus estallidos amenazantes de rebelión y caos
agresivo; de este modo actúa su identificación con un obje-
to odiado y su proyección de los aspectos inaceptables,
reprimidos, de su sí-mismo, en un nivel relativamente alto
del funcionamiento psíquico. La fijación a objetos odiados

58
específicos puede verse a lo largo de todo el espectro psi-
copatológico e ilustra, a veces casi de modo caricaturesco,
el apego al enemigo o perseguidor. Dice algo sobre el ori-
gen común de los afectos básicos de la ira y la excitación
sexual en la fase simbiótica, el hecho de que la tendencia
superior al~ mirada recíproca sostenida existe por igual
en condiciones de odio intenso e intenso amor.

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE EL TRATAMIENTO

A continuación presentamos algunas consideraciones


generales relacionadas con el tratamiento de pacientes que
padecen psicopatologías graves de agresión, particularmen-
te odio intenso en la transferencia. En otra parte (capítulo
3), señalo la importancia de interpretar coherentemente y
en profundidad la naturaleza de las fantasías inconscientes
en
implícitas en la activación de la ira la transferencia; en
particular subrayo la importancia de interpretar las defen-
sas secundarias contra el reconocimiento de los aspectos
placientes de la ira. Al considerar el espectro de la psico-
patología del odio, en primer lugar destacaría las conse-
cuencias contratransferenciales de este afecto.
En trabajos anteriores (1975, 1984) he señalado que
el paciente, en particular el paciente narcisista con rasgos
antisociales, odia más lo que más necesita recibir del tera-
peuta: una dedicación constante a él. El paciente también
odia, porque envidia la creatividad contenida en los
esfuerzos del terapeuta tendientes a lograr comprensión
y a comunicarle esa comprensión a él. La sensación del
analista de estar agotado, de que sus esfuerzos serán inú-
tiles, de que la ingratitud del paciente es enorme, puede
generar una contratransferencia que tiende a perpetuar
o incluso a ocultar el acting out del odio y la envidia por
parte del paciente.

59
(~11izús el terapeuta intente huir de ese desaliento des-
1·0111•d(indose emocionalmente del paciente. La restaura-
ción de ::;u tranquilidad puede tener el costo de una ren-
dición interna que no es sorprendente que el paciente
perciba a menudo y tolere con facilidad, porque la expe-
riencia correctamente como la derrota del terapeuta. Pue-
de seguir un equilibrio difícil, en el cual una amistad
superficial encubre la naturaleza "parasitaria" (Bion,
1970) de la relación terapéutica.
O bien el terapeuta entra en colusión con el proceso
de escisión del paciente, facilitando el desplazamiento de
la agresión hacia otra parte y fomentando la creación de
una alianza seudoterapéutica que asegura una relación
superficial amistosa en la transferencia.
Otra solución que los terapeutas suelen adoptar con-
siste en absorber la agresión del paciente, con plena per-
catación de lo que sucede, pero sin encontrar un modo de
transformar ese acting out en interpretaciones viables.
Esto, que equivale a un sometimiento masoquista al
paciente "imposible", es a veces asumido con total concien-
cia por el terapeuta que cree que casi todo puede curarse
con suficiente amor. La contracara de esa sumisión maso-
quista al paciente suele ser el acting out final de la agre-
sión en la ccntratranferencia, desprendiéndose del pacien-
te o provocándolo inconscientemente para que se vaya.
No obstante, lo más probable es que el terapeuta,
incluso el terapeuta experimentado, oscile en su postura
interna de un día a otro, de sesión a sesión, entre esfuer-
zos tendientes a resolver analíticamente la activac.ión del
odio en la transferencia, y la renuncia o el repliegue.
Estas oscilaciones naturales pueden en realidad reflejar
una razonable formación de transacción que le permite al
terapeuta dar un paso atrás y evaluar los efectos de sus
diversas intervenciones, con un cierto espacio para res-
pirar antes de volver a una postura interpretativa activa.

60
En todos los casos, pienso que es extremadamente
importante diagnosticar las defensas secundarias contra
el odio en el extremo más patológico del espectro de la
agresión en la transferencia, es decir, el desarrollo de
transferencias antisociales o psicopáticas. La corrupción
consciente o inconsciente de todas las relaciones del
paciente, en particular la relación terapéutica, se debe
examinar de modo sistemático, y el terapeuta debe tener
plena conciencia de que ese examen probablemente con-
vierta la relación transferencia! psicopática "tranquila" en
una gravemente paranoide, activando un odio intenso. Los
pacientes con tendencias antisociales experimentarán las
funciones superyoicas normales del terapeuta, el hecho de
que sea moral aunque no moralista (E. Ticho, comunica-
ción personal), como ataques y críticas devastadoras.
Es importante interpretar la reacción paranoide del
paciente como parte de la interpretación de las transfe-
rencias antisociales. Esa interpretación podría ser como
sigue: "~engo la impresión de que si le señalo que creo que
(tal o cual conducta) es una expresión de su necesidad pro-
funda de destruir (una cierta relación), quizás usted inter-
prete mi comentario como si yo lo atacara, en lugar de tra-
tar de ayudarlo a comprender lo que considero un aspecto
muy importante de sus dificultades en este momento".
Una vez que la transferencia ha pasado de un modo
predominantemente antisocial a un modo paranoide, está
indicado el enfoque técnico general de la regresión para-
noide grave, cuyas características y manejo examino en
otra parte (capítulo 4). En este punto sólo quiero subrayar
la necesidad de reconocerle abiertamente al paciente, con-
vencido de la distorsión paranoide de la realidad, que el
terapeuta ve esa realidad de un modo completamente dis-
tinto, pero respeta esa incompatibilidad temporaria de sus
respectivas percepciones: en otras palabras, se identifica
un "núcleo psicótico", se lo circunscribe y se lo tolera en

61
111 trnrn;ferencia, antes de realizar cualquier intento de
rwmlverlo interpretativamente. Por lo general, cuando se
!.ruta de pacientes con psicopatología grave, sólo en etapas
avanzadas del tratamiento se puede realizar esa integra-
ción de las relaciones objetales internalizadas idealizadas
y persecutorias, con un pasaje correspondiente de la
transferencia paranoide a la depresiva, es decir, a la emer-
gencia en el paciente de sentimientos de culpa, preocupa-
ción por los efectos peligrosos de la agresión y apetencias
de reparar la relación psicoterapéutica.
Cuando los elementos sádicos están particularmente
acentuados, tiene importancia que el paciente se percate
del placer que experimenta en el odio, tema que trato
extensamente en el capítulo 3. Esto requiere que el tera-
peuta pueda empatizar con el placer implícito en la agre-
sión del paciente. Cuando en la transferencia las relacio-
nes de poder son la cuestión dominante, y el odio se
expresa como una necesidad excesiva de afirmar el poder
y la autonomía, el análisis de este aspecto de la transfe-
rencia suele ser facilitado por el hecho de que hay invo-
lucrados componentes comunes sádico-anales, y el tera-
peuta trata con el extremo "más sano" del espectro de la
psicopatología de la agresión.
Una vez más, los pacientes más difíciles son aquellos
en quienes la agresión intensa va de la mano con una psi-
copatología profunda del funcionamiento superyoico, de
modo que faltan las restricciones internas contra la actua-
ción peligrÓsa de la agresión, y el terapeuta quizá tenga
un temor realista a desencadenar fuerzas destructivas
que el tratamiento no pueda contener. Esto se aplica a
algunos pacientes que presentan el síndrome del narci-
sismo maligno, y es probablemente una razón importante
de que la personalidad antisocial propiamente dicha no
sea abordable con modalidades psicoanalíticas de trata-
miento. Es importante que el terapeuta tenga una razo- ~~•1
.. .•

62
11:1hle sensación de seguridad en cuanto a que el análisis
d1~ las fuerzas agresivas poderosas no creará nuevos ries-
goH para el paciente u otras personas, entre ellas el propio
t.1 ~ rapeuta. Una evaluación realista de esta posibilidad y
la estructuración realista de la situación de tratamiento
para proteger al paciente, al terapeuta y a otras personas
d1! los efectos excesivos y peligrosos, potencialmente irre-
versibles, del acting out de la agresión, son precondiciones
p:ira el trabajo exitoso en este ámbito.

63
Parte II

Aspectos evolutivos
de los trastornos de la personalidad
de amplio espectro
··~·,
:3. DIMENSIONES CLÍNICAS DEL MASOQUISMO

El masoquismo no uede comprenderse sin tomar en


consideración las vicisitudes de los impulsos libi ina es
.Y agresivos, el desarrollOy la patología del superyó, los
,;iveles de la organización yoica y la patología de las rela-
ci<)nes objetales internalizadas, y la medida en que pr~­
dolñin""an las funciones narcisistas normales o patológicas.
A(:a usa de la universalidad de las conductas y conflictos
111asoquistas, no siempre es fácil saber cuándo el maso-
quismo es psicopatológico. Las tendencias recientes a dar
11na amplitud excesivá al concepto de masoquismo hacen
(•sencial circunscribir con más precisión este campo
(Orossman, 1986).
En lo que sigue, propongo una clasificación general de
psicopatología masoquista, basada en el nivel de la orga-
11 ización de la personalidad; también describo la relación

Pntre este dominio clínico y otros tipos de psicopatología


que podrían confundirse con él. Mi objetivo es proporcio-
nar una descripción de la patología masoquista pertinente
para el diagnóstico, el pronóstico y consideraciones rela-
cionadas con el tratamiento.
,Laplanche y Pontalis (19731 proporcionan la definición
del masoquismo más breve y, a mi juicio, más satisfactoria
ile--------=-
la literatura psicoanalítica: "Perversión sexual en la

67
rn11 I lt!_ satisfacción
está ligada al sufrimiento o la bumi-
llnci~p. padecidos p<_)r el sujeto". Estos autores añaden:
"Freud llevó la noción de masoquismo más allá de la per-
versión descrita por los sexólogos. En primer lugar, él
identifica elementos masoquistas en numerosos tipos de
conducta sexual, y ve rudimentos de masoquismo en la
sexualidad infantil. En segundo término, describe formas
derivadas, sobre todo el 'masoquismo moral', en el que~
sujeto, como resultado de una sensación d ul inco
cien e, usca la posición de víctima sin que haya directa-
mente involucrado ningún placer sexual" (pág. 244). Esta
definición tiene la virtud de incluir los elementos básicos
comunes a un amplio espectro de conductas masoquistas.

EL MASOQUISMO "NORMAL"

El precio que se paga por la integración de las funcio-


nes superyoicas normales es la disposición a de:;;arrollar
sentimientos de culpa inconscientes cuando se activan
derivados pulsionales infantiles reprimidos. Por lo tanto,
la proclividad a conductas menores de autoderrota (por
ejemplo, en respuesta a lo que inconscientemente se per-
cibe como un triunfo edípico) es prácticamente universal.
Son también ubicuas las conductas obsesivas que expre-
san inconscientemente un reaseguramiento mágico contra
la activación amenazada de prohibiciones infantiles, y sus
correlatos clínicos, como las inhibiciones caracterológicas
y las restricciones autoimpuestas a un goce pleno de la
vida. La tendencia de la autocrítica realista a ampliarse
y convertirse en un estado de ánimo depresivo general,
es otra manifestación de esas presiones superyoicas de
autoderrota (Jacobson, 1964), En síntesis, las manifesta-
ciones menores del "masoquismo moral" son un correlato
casi inevit~e de la integración normal de las funciones

68
rmp1·ryoicas. La capacidad sublimatoria para soportar el
1folor (m1Iafb~a de trabajo duro) como precio del éxito
11 1•1 logro futuro también tiene sus raíces en esta predis-

po:iici61)- masoquista por lo general normal.


1•;11 el ámbito sexual, la capacidad para tOierar la pre-
rwrvución de la sexualidad infantil perversa polimorfa
d1•hp hacer posible la excitación sexual con fantasías y
11xpnriencias masoquistas y sadomasoquistas. Como lo
ol>}H•rvo en el capítulo 16, el aspecto sadomasoquista de
111 :wxualidad infantil tiene una importancia particular en
1•1 mantenimiento del equilibrio entre los impulsos libidi-
111tll•s y agresivos, porque representa una forma primitiva
d1• Híntesis del amor y el odio. En el placer sadomasoquis-
l.11, la excitación sexual y el dolor se unifican; por lo tanto,
dnr o recibir agresión en forma de dolor puede también
1li¡~· nificar dar o recibir amor en forma de estimulación eró-
1.ira. Esta condensación del placer y el dolor físicos con-
d11ec, por medio de procesos transformadores aún inexplo-
rndos, a la predisposición a experimentar también una
rnndensación de placer y dolor psicológicos, cuando se diri-
1:1·11 contra el sí-mismo acusaciones y ataques determina-
dos por el superyó.

LA PATOLOGÍA CARACTEROLÓGICA MASOQUISTA

Ji;[ trastorno depresivo-masoquista


'le la personalidad

Esta constelación de rasgos caracterológicos patológi-


cos éó"nstituye uno de los tres más comunes trastornos de
la personalidad de alto nivel, o de patología caracteroló-
g~ ("organización neurófi"ca de la personali-
dad"; Kernberg, 1984). Los otros son el trastorno obsesjyo-
compulsivo de la personalidad y el trastorno histérico de
,--

69
111 IH'l'H<Jnalidad. Todos estos trastornos de la personalidad
·¡Jn•Hc:ntan una identidad yoica bien integrada, manifes .. .
l.ncioiies no específicas de fuerza del yo (buena tolerancia--
a la angustia, control de los impulsos y funcionamiento.
sufüimatori~n su~ryó estricto pero bien integrado.
Estos pacientes son también caHa~ de establecer re~­
c~o.bietales profundas y bien diferenciadas._
El trastorno depresivo-masoquista de la personalidad
se caracteriza por tres tipos particulares de rasgos carac-
terológicos: 1) los que reflejan un superyó intransigente;
2) los que reflejan una dependencia excesiva del apoyo,
el amor y la aceptación de los otros, y 3) los que reflejan
dificultades en la expresión de la agresión.
' Los rasgos "superyoicos" de la personalidad depresivo-
masoquista se reflejan en la tendencia a ser excesivamen-
te serio y concienzudo, y a preocuparse por el desempeño
y las responsabilidades en el trabajo. Estos pacientes son
altamente confiables y responsables, y tienden a juzgarse
con dureza y establecer para sí mismos normas extrema-
damente altas. Son solemnes y pueden carecer de sentido
del humor. Pero en contraste con su tacto habitual, con
su conducta por lo general considerada y preocupada por
los otros, ocasionalmente demuestran dureza en su mane-
ra de juzgarlos, una dureza quizá teñida de indignación
justificada. Cuando esos pacientes no están a la altura de
sus propias normas y expectativas elevadas, pueden
deprimirse. Cuando las exigencias excesivas que se impo-
nen forman pareja con su tendencia inconsciente a colo-
carse en circunstancias que inducirán sufrimiento o explo-
tación, incluso crean o perpetúan inconscientemente una
realidad externa que justifique su sensación de ser mal-
tratados, rebajados o humillados.
Los rasgos que reflejan la dependencia excesiva del
apoyo, el amor y la aceptación de los otros también reve-
lan, en la exploración psicoanalítica, una tendencia a sen.-

70
lj r culpa excesiva respecto de los otros.2.... a causa de la
n1nbivalencia inconsciente relacionada con los objetos
n 1nados y necesitados, y a reaccionar en exceso a la frus-
tración, cuando no se satisfacen las expectativas de estos
p:1cientes. Ellos presentan una vulnerabilidad anormal
rnanslo los otros los decepcionan, -y_ a menudo van muy
lt •jos .Q_ara obtener simpatía y amor. En contraste con las
p1 ~ rsonalidades narcisistas que dependen en exceso de la
ndmiración externa pero no responden con amor y grati-
f.11d, la personalidad depresivo-masoquista típicamente
pm~deresponder con amor profundo y gratitud. La sen-
~4:iciÓn de ser rechazado y maltratado como reacción a des-
lin~s relativamente pequeños puede llevar a estos pac~
a
f.1 ·s conductas inconscientes destinadas a hacer que los
objetos de su amor se sientan culpables. Se establece una
n·:1cción en cadena de altas exigencias, sentimientos de
n ·chazo y tendencia inconsciente a tratar de hacer que los
of.ros se sientan culpables; el consecuente rechazo real de
le' ~' otros puede crecer en espiral hasta crear problemas
r:E:1ves en las relaciones íntimas, y también desencadenar
1111a depresión conectada con la pérdida del amor.

· A los pacientes de esta categoría les cuesta expresar


1:1 at,'resión y tienden a deprimirse en condiciones que nor-
111:ilmente producirían cólera o ira. Además, la culpa
i~ic()nsciente por expresar cólera a los otros puede compli-
rn r adicionalmente sus relaciones interpersonales,
.•armándose a la reacción en cadena ya descrita: tendencia
n 1ataque "justificado" a las personas que ellos necesitan
y por las que se sienten rechazados, seguida por depresión
y una conducta abyecta, sumisa y/o aquiescente, y des-
pués por una segunda ola de cólera por el modo como son
tratados y por su propia sumisión.
Lo que he descrito corresponde al "masoquismo moral"
de la literatura psicoanalítica (Freud, 1916, 1919, 1924;
Fenichel, 1945, págs. 501-502; Berliner, 1958; Brenner,

71
l!)!i!); Laughlin, 1967; Gross, 1981; Asch, 1985). Lo típico
e¡.¡ que las correspondientes dinámicas inconscientes se
centren en presiones excesivas del superyó, derivadas de
conflictos infantiles, en particular los edípicos, y que quizá
se expresen en una regresión defensiva inconsciente a
dinámicas preedípicas y a conductas masoquistas gene-
rales que están a una distancia considerable de los con-
flictos sexuales infantiles. No obstante, en algunos caso_s
los conflictos sexuales inconscientes tienen una relación
estrecha con las conductas masoquistas , de modo ue es
p._articu armente en el ámbito sexua donde estos pacien;
tes ponen""Clenlañifiesto sus conductas autopunitiva~
como refleJO de las prohibiciones inconscientes contra lQs
impulsos edípicos. Estos pacientes sólo pueden tolerar una
experiencia sexual satisfactoria en condiciones de s
mien o o detivo o simbólico, y la estructura
nru1 a depresivo-masoquista puede estar acompañada
p~ perversión masoquista real en un nivel neurótli;.Q.
En todo caso, son los pacientes con esta estructura de la
personalidad los que con más frecuencia presentan fa!l-
tasías masturbatorias masoquistas y conductas sexuales
masoquistas, sin una perversión masoquista per se. ,Las .___..
conductas masoquistas que ex resan directamente cul a
inconsciente por os impulsos edípicos vinculan los trs_s-
tOñ;os de la personalidad depresivo-masoquista e histénc'o
(véase el capítulo 4).

El trastorno sadomasoquista de la personalidad

Lo típico es que estos pacientes resenten una conduc-


ta a ternativamente masoquista y sádica respecto del mi~­
:rgo objeto. No me refiero al individuo que se somete a sus
superiores
F
y tiraniza a sus inferiores
.
-conducta social ·
~

compatible con diversas constelaciones patológicas del

72
1":1rácter-; los pacientes de los que hablo alternan las con-
d uc~as de autorrebajamiento, autodegradación y autohu-
rn i Ilación, con ataques sádicos a los mismos objetos que
Hicnten que necesitan y con los que están profundamente
involucrados. -
Por lo general, las personalidades sadomasoquistas
presentan una organización límite de la personalidad, con
di f'usión de la identidad, manifestaciones no específicas
dP debilidad yoica (falta de tolerancia a la angustia, de
rnntrol de los impulsos y de canalización sublimatoria),
pn ~ dominio de relaciones objetales parciales y prevalencia
dt ~ mecanismos defensivos primitivos (escisión, identifi-
rnt~i1ín proyectiva, renegación [denial], idealización primi-
1iv:1, control omnipotente y desvalorización). Dentro del
tl1·Horden de sus relaciones objetales, se destaca la inten-
:1if'icnción de las interacciones caóticas con sus íntimos
1111iN próximos. Estos pacientes por lo general se experi-
1111·11tan como víctimas de la agresión de los otros y se que-
11111 amargamente de ser maltratados, justificando con
11h::t.innción sus propias agresiones a las mismas personas
d1 • laH que dependen. Es típico el "quejoso que rechaza la
11y11du" (Frank y otros, 1952); l_as dificultades personales
v :111ciales de estos pacientes pueden conducir al fracaso
r11111ico laboral y social, y también en las relaciones ínti-

11:11 contraste con las conductas impulsivas, caóticas,


11rr1;i~nntes y desvalorizadoras del funcionamiento de la
¡ u·rNomilidad narcisista en un nivel límite, la personahdad
r11 1domasoqmsta tiene una ca acidad mucho mayor para
1nv1•Htlrre ac10nes profundas con los tros· es de endiente
.Y 11t• aferra, a iferencia de la distante personalidad nar=-
1•111i:.;t.a.
J•;ntre los rasgos dinámicos de estos pacientes se cuen-
11111 loH conflictos graves, tanto edípicos como preedípicos,
P11 p11rticular una dependencia interna de imágenes mater-

73
~r1H p~·in,:ii~ivas
exEerimentadas como sádicas, deshonestas
~-~w1troladoras;-tales imágenes exacerban los miedos edí-
picos y condensan los problemas inconscientes edípicos y
preedípicos en la conducta, mucho más que en las regre-
siones preedípicas de los pacientes con personalidad depre-
sivo-masoquista y una dinámica esencialmente edípica.
/ Un paciente varón experimentaba sentimientos inten-
sos de inseguridad e inferioridad con respecto a su ana-
lista, mientras lo zahería continuamente. Tenía miedo
extremo a que sus novias lo abandonaran por hombres
más atractivos, y al mismo tiempo les exigía una gran
cantidad de su tiempo y atención; a las rupturas con ellas
les seguían duelos patológicos con reacciones paranoides
intensas, que se alternaban con una sensación depresiva
de haber sido abandonado.
La falta de integración de las funciones superyoicas,
la proyéCéión de los precursores primitivos del superyó en
la forma de rasgos paranoides y la tolerancia a conductas
contradictorias -de hecho, la racionalización~de las con-
ductas agresivas- ilustran por igual el fracaso de las fun-
ciones del superyó en la integración de esos pacientes, lo
cual presenta un agudo contraste con la integración
superyoica rígida del trastorno depresivo-masoquista de
fa personalidad.

La autodestructividad
y la automutilación primitivas

En escritos anteriores (1975) he descrito a un grupo


de pacientes que tienden a descargar indiscriminadamen-
te la agresión hacia afuera o sobre su propio cuerpo. ---.......
Estos
pacientes, claramente autodestructivos, carecen de inte-
gración superyoica X presentan una ausencia notable_d.~
. capacidad para experimentar culpa; ~n ellos se advierten

74
In~: características generales de la organización límite de
In personalidad. Los ejemplos más típicos son los qÚe
obtienen un alivio-no específico de la angustia mediante-
n l¡~una forma de automutilación.J. o por medio de gestos
:111 icidas impulsivos realizados con mucha ira y casi sin
dPpresión.
Estos pacientes autodestructivos se ueden clasificar
.. ,1 tres grupos (Kernberg, 1984). En los pacientes con un
t.r: ;st._orno de lapersonalidad redominantemente histrió-
( nico o infantil ue corresponden estrechamente a la des-
ni pción del trastorno límite de la personalidad en el
I J8M-III-R (1987), la autodestructividad surge en momen-
t.os de intensa irá, o de ira mezclada con estallidos de
depresión,_Esta conducta suele representar un esfuerzo
i 11consciente por restablecer el control sobre el ambiente,
provocando sentimientos de culpa en los otros -por ejem-
plo,-cuando se rompe la relación con un compañero sexual
o cuando alguien se o one a las a etencias del paciente.
En los paéientes con narcisismo malign (véase el
(';1pítulo 5) encontramos un tipo más severo de conducta
du automutilación y/o tendencia suicida. En contraste con
1 -1 p_!imer grupo, estos pacientes no presentapµna conduc-

t.a de aferramiento o dependencia intensa; son más bien


distantes y no se comprometen con los otros. Su conducta
nutodestructiva se produce cuando se ve desafiada su
grandiosidad patológica, lo que los lleva a experimentar
una sensación traumática de humillación o derrota. A esa
conducta autodestructiva la acompaña a menudo otra con-
d{icta abiertamente sádica. La grandiosidad se satisface
con un sentimiento de triunfo sobre el miedo al dolor y la
muerte, y con una sensación de superioridad sobre~
p~rsonas que se sienten conmocionadas o enfadadas por
la conducta de elJos
Un tercer tipo de conducta autodestructiva crónica se{
encuentra en ciertas condiciones psicóticas atípicas qu_:j
75
i111ilrn1 1<1 patología límite. La historia de grotescos inten-
lmi dt• suicidio, signados por un grado inusual de crueldad
) 11 olros rasgos altamente idiosincrásicos, puede alertar al

l clínico sobre la posibilidad de que exista un proceso psi-


cótico subyacente.
Todos estos pacientes autodestructivos experimentan
un placer consciente o inconsciente relacionado con el
dolor que se infligen, con la agresión dirigida contra sí
mismos, que no está centrado en su patología superyoica
(un sentimiento de culpa inconsciente) ni vinculado direc-
ta o primariamente a impulsos eróticos. Estos pacientes
ilustran clínicamente una autodestructividad que depen-
de de la intensidad de la agresión primitiva, la primiti-
vización de todas las estructuras intrapsíquicas, la falta
de desarrollo superyoico y el reclutamiento de los impul-
sos libidinales y eróticos al servicio de la agresión. Ellos
obtienen una sensación de poder con su destructividad
difusa, una sensación triunfante de autonomía y de
ausencia de necesidad de los otros; clínicamente, se obser-
~~e""r.':'z~o_s~e~v~id_e""n,...t~ee.::s:--:pt:'...o~r~dc::::e.:::.st~r~u~i:::_r_::e:..:_l...:::a:..:m~or~y_:e::.:l:. . :r~e~l~a.::::
ci~o:,
namiento, la gratitud y la compasión, en ellos mismos~
en l~s cuestionable que este grupo de pacientes
pueda seguir considerándose perteneciente a la categoría
de la psicopatología masoquista en sentido estricto: en
ellos suele faltar la culpa inconsciente, así como la ero-
.......--
tización del dolor.
------
En términos más generales, a medida que nos move-
mos hacia el polo más grave de este espectro de la pato-
logía caracterológica masoquista, encontramos una reduc-
ción gradual de la integración del superyó y de su
participación de éste en la consolidación de la patología
masoquista y un aumento de la agresión primitiva y seve-
ra junto con la primitivización de las relaciones objetales
y las operaciones defensivas. En este polo del espectro
masoquista también se desvanece el erotismo.

76
LOS SÍNDROMES DEL ENAMORAMIENTO PATOLÓGICO

Freud dijo que en el acto de enamorarse el yo se vacía


'k catexias libidinales, las cuales son investidas en el obje-
lo amoroso, que reemplaza al ideal del yo (1921, págs. 111-
116). Yo he sido persuadido por Chasseguet-Smirgel
( 1~)85), quien disiente de Freud y señala el enriquecimien-
to de la investidura libidinal del sí-mismo de la persona
'1 ue ama. Sobre todo en circunstancias normales, cuando
un objeto amoroso no corresponde al amor del sujeto, es
nbandonado en un proceso de duelo. Si el amor es corres-
¡>O"ndido, se realza la autoestima de los amantes. La dife-
nmcia entre el enamoramiento normal y el masoquista
n~side precisamente en que las personalidades masoquis-
t.:1s pueden sentirse irresistiblemente atraídas por objetos
110 responsivos. De hecho, lo que caracteriza a los enamo-
ra!'Ilientos masoquistas es la elección inconsciente de obje-
1.o~ que claramente son incapaces de responder al am.Qr,
o r10 están dispuestos a ello.
Es importante diferenciar esas relaciones amorosas
imposibles de la perversión sexual masoquista, en la cual
un objeto de amor proporciona gratificación sexual junto
con dolor físico, degradación y/o humillación. Aunque
ambas pautas pueden coincidir, ello ocurre muy pocas
veces. La descripción del masoquismo sexual en Venus in
Furs, de Sacher-Masoch (apellido del cual deriva la pala-
bra "masoquismo"; 1881) corresponde a la relación del
autor con su primera esposa (y después también con la
segunda) e ilustra las prácticas perversas típicas en el
contexto de una relación estable con un objeto amoroso.
El hecho de sacrificarse uno mismo y sacrificar todos sus
intereses por alguien que no nos corresponde (~tuación
dramáticamente ilustrada en la novela de 1932 de Hein-
rich Mann y en su versión cinematográfica, El ángel azul),
sugiere la presencia de un trastorno depresivo-masoquista

77
de la _ p~!:ª9_~-ªlidad, pero el autosacrificio dramático y la
facilidad con ue e sujeto parece hacer taba rasa cnnas -
pautas de toda una vi a en a persecución de un o ~e o
-----
amoroso. idealizado,
-
inaccesible.
- -·
puede- ··darle
·· ·
~resión de estar ante cualidades cuasi narcisistas: la
al clínico la
...

desatención a todas las personas, salvo al objeto del amor,


el compromiso total del individuo afligido. De hecho, el
paciente que presenta ese enamoramiento patológico pone
de manifiesto una sensación de gratificación y satisfacción
narcisista en su esclavizamiento a un objeto inaccesible.
Se enorgullece inequívocamente de su imagen de "sufrien-

1
te más grande de la tierra", imagen dinámicamente rela-
cionada con la gratificación narcisista de ser "el más gran-
de pecador" o "la peor víctima".
En este tipo de enamoramiento patológico, el amor al
objeto inaccesible representa la sumisión a los aspectos
del ideal del yo del superyó, proyectados sobre el objeto,
y ~13e amor penoso e insatisfactorio llena al individuo de
·orgullo e intensidad .~!llºC:~~:~l compromiso masoquiS::---
ta con objetos amorosos inaccesibles también puede estar
presente en pacientes con estructura histérica de la per-
sonalidad, como por ejemplo, la mujer que sólo se enamo-
ra de hombres que la tratan mal. En otros casos, el
paciente debe elegir no un objeto amoroso inaccesible sino
claramente sádico.
El rechazo de todos aquellos que se interpondrían

t entre el paciente y su relación amorosa de autosacrificio


puede impresionar al observador como narcisista, pero,
a mi juicio, refleja un narcisismo infantil y no patológico.
La sensación de superioridad del paciente masoquista
("soy el sufriente más grande del mundo") se refiere al
ámbito específico del sufrimiento y no a los otros ámbitos
de la vida del paciente.
( Por ejemplo, una mujer había establecido una relación
~nsatisfactoria con un hombre sádico, en gran medida

78
i1111cc1~sible, mientras mantenía relaciones profundasv y-
n¡.dnliles con otros amigos y conocidos, así como intereses
rnlt.urnles y compromisos con su trabajo y su familia. En
111 1.rnnsferencia, su conducta crítica y desestimadora de
l'l111lquier esfuerzo analítico tendiente a señalar los aspec-
loH n utodegradantes de su relación con el amante sádico,
r1·Mpondía al empeño de la paciente en impedir que la
n·l:ición psicoanalítica dejara de ser insatisfactoria, debido
u MllS sentimientos inconscientes de culpa por el atractivo
1·dípico del analista.
En el segundo y más severo nivel del enamoramiento
p:d.ológico se ha producido el desarrollo opuesto, a saber:
1•1 paciente persigue de modo masoquista una relación
11111oro~a imposible, mientras que todas sus otras relacio-
111·s objetales son narcisistas. Por ejemplo, una joven de
1•11canto y belleza considerables denigraba y desvalorizaba
:1i11 piedad a los hombres; sólo le interesaban los que tenían
111.r;ictivo físico, prestigio social, riqueza o poder-atributos
q11e esperaba conseguir ella misma a través de la asocia-
ci(m con ellos-. Si uno de tales hombres la rechazaba, el
l1echo desencadenaba una depresión, intentos de suicidio
y/o la negación de ese rechazo. Para negar la falta de inte-
r6s del hombre, la paciente llegaba a interpretar de modo
l:daz, durante muchos meses, cualquier gesto amistoso
convencional como un signo de que la relación tenía futuro.
No era sorpendente que, cuando alguno de estos hom-
bres correspondía al amor de la paciente, en el término
de semanas ella lo desvalorizara, tal como había denigra-
do a todos los otros hombres de su vida. De hecho, su con-
ciencia creciente de esta pauta la llevaba a buscar hom-
bres aún más inaccesibles, y a montar inconscientemente
una situación en la que sin duda iba a ser rechazada, de
modo que su investidura en el "hombre ideal" podía seguir
intacta. ~us otras relaciones objetales contenían rasgos't
típicos de un trastorno narcisista de la personalidad.

79
Aquí encontramos la proyección, no de un ideal del yo
J normal sobre el objeto amoroso inaccesible, sino de un sí-
rn ii-::1210 patológico~dioso~ con un esfuerzo por estable-

l cer una relación que inconscientemente confirmara la


estabilidad de la propia grandiosidad de la paciente. La
exploración analítica revela que esas relaciones amorosas
masoquistas de las personalidades narcisistas pueden
representar un esfuerzo inconsciente por consolidar una
integración simbólica, dentro del sí-mismo grandioso, de
las características de ambos sexos, tratando de establecer
una unión simbólica con el objeto idealizado.
En tales casos, lo típico es que la relación con el objeto
amoroso idealizado refleje una condensación de temas edí-
picos y preedípicos, el objeto amoroso edípico positivo
idealizado y también el objeto amoroso preedípico super-
puesto, sádico pero necesitado. Cooper (1985) nos halla-
mado la atención sobre la combinación en la práctica clí-
nica de los rasgos caracterológicos narcisistas y
masoquistas. Aunque yo no estoy de acuerdo con su pro-
puesta de que estas dos constelaciones caracterológicas
corresponden a un tipo básico de patología del carácter,
y pienso que él subestima las diferencias entre el narci-
sismo infantil normal y el patológico en estos pacientes,
í creo que el síndrome del enamoramiento patológico
requiere una evaluación cuidadosa de sus características
G masoquistas y narcisistas.

LA CONDUCTA SEXUAL MASOQUISTA


Y LA PERVERSIÓN SEXUAL MASOQUISTA

~
El masoquismo como perversión sexual se caracteriza
por la actuación restrictiva, obligatoria, de una conducta
masoquista para lograr la excitación sexual y el orgasmo
(Freud, 1905; Laplanche y Pontalis, 1973). La conducta

80
11111:mq11i:-:ta puede incluir la necesidad de experimentar
d11lnr l"ísico, sufrimiento emocional, autodegradación y/o
l111111illaci ón. Los niveles de gravedad de la perversión
111n: ;oquista pueden verse en correspondencia con los nive-
11•:1dn severidad de la patología caracterológica masoquis-
t 11 n la que ya nos hemos referido.

/,11 perversión masoquista en el nivel neurótico

1~~11 este nivel, lo típico es que el masoquismo sexual


111ine la forma de un guión actuado en el contexto de una
n·l;tc_ión objeta! experimentada como segura. Las dinámi-
inconscientes típicas, que se centran en conflictos edí-
1·11 :..;

picos, incluyen la necesidad de negar la angustia de cas-


1rnción y de apaciguar a un superyó rudo para obtener
1111a gratificación sexual que tiene significados incestuo~

Hrn;. Los guiones inconscientes incluyen también la actua-

c.i0ñ' de identificaciones conflictivas con el otro sexo y la


identificación con un objeto incestuoso castigador, sádico.
1,a característica de "como si", de interpretación teatral_
dd guión sexual, como lo observo en el capítulo 16, es
Í:oiñlin a todas las perversiones en este nivel. La perver-
sión sexual puede incluir la actuación simbó.l ica de las
Pxperiencias de la escena primaria (por ejemplo el trián-
g-ulo edípico) en la forma de un ménage a trois, en el cual
el sujeto masoquista es obligado a presenciar r~.
sexuales entre su objeto amoroso y un rival, como condi-
ción para la cópula y la gratificación sexual.,
La perversión masoquista por lo general, pero no nece-
sariamente, incluye a un compañero. Hay formas maso-
quistas de masturbación en las cuales el individuo se ata
y se observa en un espejo mientras experimenta dolor,
como precondición para el orgasmo, y las fantasías mas-
turbatorias pueden tener un carácter masoquista obliga-

81
torio. La presencia o ausencia real de un objeto es a mi
juicio menos importante que el hecho de que una relación
objeta! subtienda toda la conducta sexual; las caracterís-
ticas manifiestas son menos importantes que las fantasías
conscientes e inconscientes que reflejan la estructura obli-
gatoria de la perversión. Por lo general, el guión perverso
es claramente detallado por el individuo; la representa-
ción reiterada y puntillosa de ese guión constituye una
fuente de reaseguramiento contra las angustias incons-
cientes y también un prerrequisito del placer sexual y el
orgasmo.

El masoquismo sexual con rasgos


autodestructivos o de otro tipo

En contraste con el nivel del masoquismo que acaba-


mos de describir, hay pacientes cuya conducta parece pri-
vada de rasgos de seguridad y presenta una característica
de peligro que puede llevar a la mutilación, la automu-
tilación e incluso a la muerte accidental. Estas conductas
se encuentran en pacientes con ?rganización límite de la ,
personalidad.
- Un paciente con personalidad narcisista y rasgos
abiertamente límite les pedía que lo ataran a hombres
que conocía fortuitamente en bares frecuentados por sado-
masoquistas. Provocaba a esos hombres a peleas serias
en las cuales él era a veces dañado fisicamente. En varias
ocasiones había sido amenazado a punta de pistola y roba-
do mientras participaba en esos encuentros sexuales aza-
rosos.
Otra paciente, una mujer blanca de clase media de
poco más de veinte años, sólo podía experimentar excita-
ción sexual al prostituirse con hombres mucho mayores
o negros, en vecindarios peligrosos. Tenía conciencia de

82
q 1w el peligro potencial para su vida era una fuente de
Pxcitación en tales encuentros. También padecía de una
111·rsonalidad narcisista con rasgos infantiles y maso-
q11istas.
En estos casos, la perversión sexual surge del marco
"rnmo si", o de representación o actuación teatrales, y
r5·fleja una seria patología de las relaciones objetales.,A__
v1•ce~ _ ?º hay ninguna conducta real de automutilación,
ni 110 una actividad sexual de carácter raro, en la cual apa-
n •cen abiertamente contenidos anales, uretrales u oral~
q1u~ colorean la pauta masoquista, impregnándola de una
1'111 ridad primitiva, pregenital. Un paciente--rema ef
r;i,~uiente modo preferido de relación sexual con la esposa.
1'11 ra lograr el orgasmo por medio de la masturbación, él
In hacía sentar en un inodoro especialmente construido
q1u• le permitía defecarle en la cara mientras él la obser-
v11lia. Este paciente tenía rasgos de personalidad severa-
1111•11te paranoides, además de una estructura masoquista
cl1• la personalidad.
J~I modo de gratificacÍón masturbatoria que prefería
111.ro paciente era vadear el arroyo del lugar, tan barroso
q111· se hundía hasta la rodilla mientras se masturbaba
1•11 l'I agua, lo que hacía por la noche, para que no lo vie-
11111 los vecinos. Este paciente también presentaba una

organización límite de la personalidad, con rasgos para-


1111idus, esquizoides e hipocondríacos, y aislamiento social.
l•~stos casos tienen en común: 1) impulsos agresivos
f11nrtes, primitivos; 2) una patología severa de las relac10-
1111H objetales; 3) un predominio de los conflictos y metas
1•1hpicos en el guión sexual masoquista, y 4) falta de inte-
v,rnciÓ_n de las funciones su e oicas. Estos pacientestam-
l1i1;n revelaban confusión de la identida sex~ e modo
q111i las interacciones homosexuales y heterosexuales for-
11111ban parte de su vida sexual, con el guión masoquista
q110 representaba su rasgo organizador primario.

83
/,us formas extremas de la automutilación
y d autosacrificio

,,- El nivel más severo de la perversión sexual masoquis-


ta es ilustrado por pacientes que intentan la autocastra-
ción como parte de un ritual religioso o de la sumisión a
{
un objeto primitivo idealizado, extremadamente sádico.
No he tenido la oportunidad de ver personalmente tales
casos, aunque sí he observado a pacientes cuyas apeten-
cias y conductas de automutilación formaban parte de una
patología claramente psicótica. También ubicaría en este
clvel a algunos pacientes límite con una conducta auto-
mutiladora que presenta una característica erótica: por
ejemplo, pacientes que muerden y tragan su mucosa bucal
o sus uñas, que emprenden la automutilación de dedos de
manos y pies o cuya masturbación está ligada a algún
daño automutilador de sus genitales. Los pacientes que
~servado con estas características presentah~::..
drome del narcisismo maligno y se superponían mucho
~on el grupo autodestructivo, iÜipulsivamente suicida y/o
automutilador, que hemos descrito antes. La diferencia
principal reside en la calidad repetitiva de la conducta
automutiladora; ésta parece más rara e insidiosa que las
crisis autodestructivas del primer grupo. La erotización
del dolor y la automutilación parece haber adquirido el
significado de un triunfo sobre la vida y la muerte, sobre
'elciolor yel miedo e, inconscientemente, sofüe Todo el
mundo de las relaciones objetales. Estos pacientes suelen
tener un pronóstico pobre en el tratamiento psicoterapéu-
tico.
En resumen, propongo el agrupamiento siguiente de
los síndromes masoquistas:

A. En el nivel neurótico de la organización de la per-


sonalidad:

84
I. trastorno depresivo-masoquista de la persona-
lidad,
:!.. enamoramiento masoquista,
:1. perversión masoquista.

1\. l~n el nivel límite de la organización de la persona-


lidad:
l. trastorno sadomasoquista de la personalidad,
:G. masoquismo sexual con rasgos autodestructivos
y/o otros rasgos regresivos,
:3. formas extremas de automutilación y autosacri-
ficio.

ALGUNAS IMPLICACIONES
DEL AGRUPAMIENTO PROPUESTO

l ,a nosología precedente apunta al amplio espectro de


111 patología que puede clasificarse como masoquismo, y
11 lw-i diversas condiciones estructurales y psicodinámicas
q111~ codeterminan los rasgos y la severidad clínica de cada
11110 <le estos síndromes.

Una dimensión importante y obvia es la universalidad


d(• los rasgos masoquistas sexuales como parte de la vida
11( •xual en todos los niveles de la normalidad y la patología
1capítulos 15, 16, 17). La relación íntima entre el maso-
quismo erótico y la agresión, tanto en las fantasías como
1111 la conducta sadomasoquistas, y la función crucial de
111 agresión como factor determinante de la gravedad del
masoquismo, son índices de una dinámica básica de los
conflictos instintuales en todos los niveles de la psicopa-
t.ología: el interjuego y alistamiento de los impulsos libi-
dinales y agresivos.
En los niveles neuróticos del masoquismo, la agresión
He alista al servicio del erotismo; en los niveles límite, el

85
erotismo se alista al servicio de la agresión; en el nivel
más profundo, el erotismo se desvanece por completo y
cede el campo a lo que parece una cultura de la agresión
casi pura.
La calidad y el grado de la integración del superyó
parecen constituir otro aspecto organizativo central del
masoquismo, no sólo en la transformación gradual del
masoquismo erótico en masoquismo moral sino también
como un marco para el masoquismo, tanto erótico como
moral; ese marco diferencia claramente la patología maso-
quista de nivel superior (con buena integración del super-
yó), de los síndromes de nivel inferior (con patología grave
del superyó). El nivel general de la organización del yo
-sea límite o neurótica- colorea tanto la calidad de las
relaciones objetales que constituyen la matriz de las fan-
tasías y la conducta masoquistas, como incide en la medi-
da en que el masoquismo sexual puede ser contenido en
el seno de una relación amorosa integrada. Finalmente,
la consolidación de un sí-mismo patológico grandioso,
como parte de una estructura narcisista de la personali-
dad, conduce a procesos de idealización totalmente distin-
tos del funcionamiento narcisista normal en el contexto
de una estructura intrapsíquica tripartita integrada. La
idealización erótica que refleja la proyección de un ideal
del yo produce resultados muy distintos de los de la
idealización erótica que refleja la proyección de un sí-mis-
mo patológico grandioso.
En síntesis, la organización del yo, el desarrollo del
superyó, la organización narcisista y el grado de integra-
ción de la sexualidad infantil perversa polimorfa codeter-
minan el nivel y los rasgos clínicos de la patología maso-
quista. La psicodinámica edípica, que incluye la angustia
de castración y los conflictos relacionados con el incesto,
es central en el masoquismo moral y la perversión maso-
quista en la organización neurótica de la personalidad; la

86
1·11111l1·minci6n de estos conflictos con conflictos preedípicos
p11l11ló¡•;icamente dominantes, centrados en la agresión
pr111•dípica, produce las condiciones regresivas caracterís-
lirn:1 dP los síndromes masoquistas en el nivel de la orga-
111~. 1ll'i(m límite de la personalidad.
l ,t •R síndromes clínicos que he descrito ilustran de qué
111rnl11, en el extremo del espectro, el concepto de masoquis-
11111 M(~ confunde con otras categorías diagnósticas y con-
1>1 ld .. rnciones psicodinámicas. Por ejemplo, la tolerancia
1111rr11a 1 al displacer (en el trabajo duro, la posposición de
111 ~:r;1tificación, el reconocimiento de la propia agresión),
1·1111111 parte de esfuerzos sublimatorios, ya no es masoquis-
1110 nn sentido estricto; la excitación erótica de las formas

111l1H leves del dolor, la degradación lúdica y la humillación


1·1111w parte de las interacciones sexuales normales tienen
l 1111l.:1s funciones y presentan tantos rasgos evolutivos que
.. 1 ti·rmino "masoquismo" ya no dice nada específico sobre
In 1 rnnducta. En el otro extremo, los efectos autodestruc-
t 1vos de las psicopatologías límite y psicótica quizá tam-
111wo merezcan este término: en tales casos puede haber
11 1 qH ~ ctos autodestructivos, pero muy difícilmente erotiza-
rnm del dolor, y menos aún masoquismo moral. Es cierto
lfllP Freud (1920, 1924, 1937) vinculó el masoquismo a la

p11lsión de muerte, de modo que, a mi juicio, el masoquis-


111<1 primario representa el origen instintual de la autodes-
t.ructividad; pero la equiparación del masoquismo con la
11utodestructividad en los niveles más severos de la psi-
ropatología diluye el significado específico del masoquismo
rnmo entidad psicopatológica.
Otro factor que afecta nuestra comprensión de concep-
t.o de masoquismo es el narcisismo normal y patológico.
1,a entrega masoquista proporciona gratificación narcisis-
ta; la personalidad depresivo-masoquista obtiene una gra-
tificación narcisista de la sensación de ser injustamente
tratado y por lo tanto implícitamente superior al objeto

87
d<·~;c!eel punto de vista moral. El precio autopunitivo que
,'4 < ~
paga por la gratificación sexual normal, por el éxito o
por la creatividad, ta:rµbién gana la aprobación del super-
yó, y por lo tanto un aumento de la autoestima. En la
medida en que el superyó normal y el neurótico regulan
la autoestima mediante la aprobación o la crítica dirigidas
al sí-mismo, las pautas conductuales masoquistas tienen
funciones importantes en el mantenimiento neurótico de
la autoestima y, en términos meta psicológicos, en el ase-
guramiento de la provisión narcisista del yo. Pero enton-
ces todas las formaciones caracterológicas neuróticas tie-
nen esa función narcisista; no existe una vinculación
única entre el masoquismo y el narcisismo. La autoi-
dealización en la fantasía vinculada a los enamoramientos
masoquistas puede considerarse un ejemplo de la conse-
cuencia narcisista de una estructura masoquista subya-
cente.
En contraste, en el nivel más profundo del enamora-
miento patológico, la proyección del sí-mismo patológico
grandioso crea una aspiración narcisista de características
autodestructivas e impresiona al observador como profun-
damente masoquista. Pero en este caso el masoquismo,
limitado a una relación objeta!, es esencialmente un refle-
jo de la psicopatología narcisista característica de las otras
relaciones objetales del paciente, y no tiene la función
punitiva del masoquismo moral y el placer en el dolor.
En trabajos anteriores he definido la reacción terapéu-
tica negativa como un empeoramiento del estado del
paciente, en particular cuando está "percibiendo conscien-
te o inconscientemente al terapeuta como un objeto bueno
que intenta proporcionarle una ayuda significativa" (1984,
pág. 241). He postulado tres niveles de la reacción tera-
péutica negativa, que derivan de: 1) "un sentimiento de
culpa inconsciente", típico de las personalidades depresi-
vo-masoquistas; 2) "la necesidad de destruir lo que se reci-

88
1111 d1·I L1 rapeuta a causa de una envidia inconsciente a él",
1

f.lpi1 ·11 d1! las personalidades narcisistas, y 3) "la necesidad


d11 il1•:-d.ruir al terapeuta como objeto bueno, debido a la
ld111il ificnción inconsciente del paciente con un objeto sádi-
1•0 prilllitivo que exige sumisión y sufrimiento como con-

dki1111 mínima para mantener cualquier relación objetal


•i~:11if'icativa" (pág. 241).
/\la luz de los descubrimientos que presentamos aquí,
volVl'ría a decir que el primero y más leve nivel de la reac-
1'11i11 t.l'rapéutica negativa (derivado de un sentimientó de
1'1 tipa inconsciente) es sin duda típico de las estructuras
cl1•pn!Hivo-masoquistas de la personalidad, y también pue-
d1• 11parecer en el psicoanálisis de una perversión maso-
q1ii:--ita en un nivel neurótico. En cambio, los niveles _
111•1:1111do y tercero de la reacción terapéutica negativa
1•1:t.:í n relacionados con otros tipos de patología maso-
q11 i:--itn.
La reacción terapéutica negativa debida a la envidia
111rn11sciente al terapeuta es típica de pacientes con estruc-
l 11ra narcisista de la personalidad, pero también puede
d1·:--iarrollarse en pacientes con personalidades sadomaso-
q11i:--itas, cuyo sentimiento de culpa inconsciente por ser
11 _v11dadas es reforzado por la envidia y el resentimiento
q11e les suscita el terapeuta, en tanto éste está libre del
potencial destructivo y autodestructivo del que estos
p:1cientes no pueden escapar. Por lo tartto, diría que una
n·;1cción terapéutica negativa que resulta de la envidia
i 11consciente no está vinculada tan específicamente a la
patología narcisista como lo propuse antes.
Con respecto a los tipos más severos de reacción tera-
péutica negativa (vinculada a la experiencia de un objeto
11moroso primario como destructivo, de modo que el amor
:--;ólo puede expresarse como destrucción) me parece que
ósta es una dinámica esencial en los casos más severos
de patología masoquista, en términos de conductas auto-

89
destructivas difusas con implicaciones caracterológicas,
y también de perversiones masoquistas sexuales primi-
tivas con primitivización de la agresión peligrosa (incluso
para la vida). En trabajos anteriores basados en la des-
cripción que da Jacobson (1964) del desarrollo del superyó,
me he referido a lo que consideraba responsable de la
patología de las relaciones objetales y del desarrollo del
superyó en estos pacientes:

1) La experiencia de los objetos externos como omnipo-


tentes y crueles; 2) la sensación de que cualquier relación
buena, afectuosa, recíprocamente gratificadora, con un
objeto, es frágil, fácilmente destruible y -lo que es peor-
contiene las semillas de un ataque del objeto opresor y
cruel; 3) una sensación de que lo único que hace posible
la supervivencia es la sumisión total a ese objeto, y de que,
por lo tanto, hay que cortar todos los lazos con un objeto
bueno y débil; 4) una vez lograda la identificación con el
objeto cruel y omnipotente, una sensación vigorizante de
poder y goce, de estar libre de miedo, dolor y temor, y de
que la gratificación de la agresión es el único modo signi-
ficativo de relacionarse con los otros, y 5) como alternativa
el descubrimiento de una vía de escape en la adopción de
un modo de comunicación completamente falso, cínico o
hipócrita, en la anulación de todos los juicios que impli-
quen comparar los objetos buenos y malos, en la negación
de la importancia de cualquier relación objeta!, o de la
maniobra exitosa en el caos de las relaciones humanas
(1984, pág. 299).

También me ha resultado útil la idea de Fairbairn


(1954) de la "defensa moral contra los objetos malos" en
la forma de una transformación intrapsíquica de las rela-
ciones internalizadas con los objetos malos primarios. De
hecho, la descripción que da Jacobson (1964) de los niveles
tempranos de desarrollo del superyó y la descripción por
Fairbairn de las vicisitudes de la internalización de los
objetos malos presentan correspondencias sorprendentes,

90
111111 vez superadas las barreras semánticas y las incom-
1111 ti hilidades meta psicológicas básicas. Permítaseme citar
11 l•':iirbairn con algún detenimiento:

Al convertirse en malo, en realidad asume sobre sí la


carga de la maldad que parecen tener sus objetos. Por este
medio busca purgados de su maldad y, en la medida en
que lo logra, lo recompensa la sensación de seguridad que
característicamente confiere un ambiente de objetos bue-
nos. Decir que el niño toma sobre sí la carga de la maldad·
que parece haber en sus objetos equivale desde luego a
(h~cir que internaliza los objetos malos. La sensación de
Heguridad exterior que resulta de este proceso de interna-
1ización, sin embargo, puede quedar seriamente compro-
llldida por la presencia resultante dentro de [el sujeto] de
los objetos malos internalizados. De modo que la seguridad
(•xt.erior se compra al precio de la inseguridad interior, y
1•11 adelante su yo queda a merced de los quintacolumnis-
f.11H o perseguidores internos, contra los cuales primero hay
quo erigir defensas con rapidez, y después consolidarlas
111 horiosamente ...
En la medida en que el niño se inclina hacia sus objetos
1111110::; internalizados, se vuelve condicionalmente (es decir,
111ornlmente) malo frente a sus objetos buenos internali-
:t.11dos (es decir, su superyó); y en la medida en que se resis-
te· 11 la atracción de sus objetos malos internalizados, se
v11l'lve condicionalmente (es decir, moralmente) bueno
fn•nte a su superyó. Es obviamente preferible ser condi-
('io1111lmcnte bueno y no condicionalmente malo, pero, a
1'11 It.11 de bondad condicional, resulta preferible ser condi-
('ionnlmcnte malo y no incondicionalmente malo ...
l•:H preferible ser un pecador en el mundo regido por
1lioH, y no vivir en un mundo gobernado por el Demonio ...
1°:11 1111 mundo gobernado por el Demonio, el individuo
podría Halvarse de la maldad de ser un pecador, pero es
1111ilo porque es malo el mundo que lo rodea. Además, no
p111•do tener ninguna sensación de seguridad ni esperanza
el(• l'(•dtinci6n. La única perspectiva es muerte y destruc-
1'1611 1p1'tgs. 65-66).

Hl
Sea cual fuere el modelo con el que uno congenia,
resulta que la influencia persistente de los precursores
sádicos tempranos del superyó (un rasgo esencial de los
niveles más profundos de la patología masoquista) tiene
efectos devastadores sobre todas las siguientes interna-
lizaciones de relaciones objetales. En el mundo interno de
estos pacientes, y por lo tanto en sus percepciones de su
realidad interpersonal, uno es extremadamente poderoso
y despiadado o corre el riesgo de ser destruido o explotado.
Si las relaciones objetales buenas están en constante peli-
gro de destrucción por esas fuerzas malignas, esta debi-
lidad implícita las desvaloriza. De este modo, la patología
primitiva del superyó y la patología de todas las otras
relaciones objetales internalizadas se refuerzan recípro-
camente. La activación de esos precursores sádicos del
superyó, en la transferencia de los tipos más severos de
masoquismo del espectro total explorado, se refleja en las
relaciones sadomasoquistas con el analista, que determi-
nan los tipos más graves de reacción terapéutica negativa.
El paciente requiere que el terapeuta sea malo, como
defensa primitiva contra una agresión de otro modo difusa
y peligrosa, pero esa misma maldad del terapeuta ame-
naza con impedir que el paciente reciba algo bueno de él.
La perseverante interpretación por el analista de este
nivel regresivo de la transferencia tiene una importancia
crucial para ayudar a los pacientes a superar una psico-
patología masoquista profundamente regresiva.

92
·! 1,( >:-.; 'l'ltA8'l'ORNOS HISTÉRICO E HISTRIÓNICO
DE LA PERSONALIDAD

l•:n este capítulo se describen dos trastornos de la per-


t401111lidad relacionados entre sí. El primero es el trastorno ·
lai1di•f'ico de la personalidad, caracterizado por un sentido
d11 111 identidad esencialmente intacto, capacidad para
11111111.lmer relaciones con los otros estables, discriminati-
v1111, 1~mocionalmente ricas y empáticas, que suponen tole-

rn1wia a la ambivalencia y la complejidad, y un predomi-


~· 11 in de mecanismos de defensa centrados en la represión.

l•:I t.rnstorno histérico de la personalidad tal como lo defi-


11i111os aquí no aparece en el DSM-111-R.
I•:t segundo es el t~storno histriónico de la persona-
11 dnd,_que incluimos con la misma definición que se da de
1 1 t•n el DSM-111-R. Corresponde a lo que otros han deno-
1

111 i nado trastorno "infantil", "histeroide'~ "histeroide dis-


ffi rico", "emocionalmente inestable" e histérico "de los
t.i pos 3 y 4 de Zetzel" (Zetzel, 1968): son pacientes cuyos
11i11t9mas histéricos manifiestos ocultan una patología más
11 rofl!llila.. El trastorno histriónico de la personalidad ~
11 11 la categoría de la organización límite de la personali-
dad, es decir, ~e caracteriza por un síndrome de difusión
de ll:l~tidad, patología severa de las relaciones obje-
t.ales y predominio de la o eración defensiva primitiva
<~t! ritrada en la escisión.

93

l
CUESTIONES POLÉMICAS

Este ámbito de los trastornos de la personalidad,


antes agrupados bajo el encabezamiento común de "his-
teria", está inficionado por una terminología confusa y
superpuesta y marcos de referencia clínicos y teóricos
cambiantes. Algunos estudios empíricos realizados en
Estados Unidos y otros países (resumidos con amplitud
por Mersky [1979]; los coautores del libro de Roy [1982]
sobre la histeria, y en Cavenar y Walker [1983]) han cla-
rificado un tanto estas cuestiones, señalando al mismo
tiempo los puntos en los que persiste la falta de acuerdo
e información.
Por un lado, aparentemente se está llegando a concor-
dar en que, cuanto más severo es el trastorno de la per~
sonalidad dentro del espectro histérico, con más probabi-
lidad habrá síntomas somáticos correspondientes a la
"histeria de conversión". Por la misma razón, los pacientes
con "reacciones disociativas" graves o incluso reacciones
psicóticas que otrora habrían sido clasificadas como
"psicosis histéricas", también presentan perturbaciones
graves de la personalidad dentro del amplio espectro ante-
riormente denominado "histérico". Pero estas perturba-
ciones parecen superponerse con las ahora agrupadas en
el espectro "límite".
Por otra parte, cuanto más corresponde el trastorno
de la personalidad a la "personalidad histérica" de la lite-
ratura psicoanalítica (es decir, a perturbaciones de la per-
sonalidad próximas al mejor funcionamiento o al extremo
"neurótico" del espectro "histérico"), más débiles son las
conexiones entre los síntomas de conversión, las reaccio-
nes disociativas y el trastorno histérico de la personalidad
propiamente dicho. En síntesis, la impresión paradójica
que transmitía en el pasado la literatura sobre la histeria
consiste en que las relaciones entre el trastorno de la per-

94
sonalidad, la reacción de conversión y los síntomas diso-
1'.iativos son más fuertes cuando las perturbaciones de la
personalidad son más severas y se funden con otros ti pos
graves de personalidad, y más débiles cuando aparecen
las características más distintivas de la personalidad his-
lérica.
Trazar distinciones más claras entre el síndrome de
conversión, el síndrome disociativo y el trastorno de la
personalidad parece un primer paso razonable para cla-
rificar este ámbito de la psicopatología.
El principal problema discutido en la literatura a lo
largo de los años (Marmor, 1953; Chodoff y Lyons, 1958;
l•:asser y Lesser, 1965, 1966; Lazare y otros, 1966, 1970;
Lazare, 1971; Luisada y otros, 1974; Chodoff, 1974; Blac-
ker y Tupín, 1977; Krohn, 1978; Millon, 1981; Tupín,
1~)81) es el de si la personalidad histérica debe conside-
rarse en términos de la gravedad de los rasgos de carácter
patológicos o hay que diferenciar el "trastorno histérico
de la personalidad", que corresponde a las descripciones
dúsicas realizadas por Reich (1933), Abraham (1979), Wit-
tds (1931) y Fenichel (1945), del trastorno de la persona-
lidad correspondiente a la organización de la personalidad
rnús regresiva, "límite'', denominada "personalidad histe-
roide" (Easser y Lesser, 1965), "tipos 3 y 4 de Zetzel" (Zet-
zel, 1968) o "infantil" (Kernberg, 1975).
La definición del DSM-III-R ubica claramente el tras-
torno histriónico de la personalidad dentro de este segun-
do tipo, más perturbado. Podría sostenerse que el DSM-
1/l-R optó por subsumir todo el espectro del trastorno
histérico de la personalidad bajo el encabezamiento de
"trastorno histriónico de personalidad", en lugar de adop-
1.::r-1a solución restrictiva, con dos tipos, que parecen indi-
car los datos clínicos. No obstante, la descripción clínica
de este trastorno en el DSM-III-R niega este supuesto:
dla corresponde sólo al extremo regresivo del espectro y

95
deja fuera lo que podría denominarse la "personalidad his-
térica".
Con independencia del lugar en que uno se ubique en
cuanto a las cuestiones conceptuales, clínicas y de inves-
tigación que pueden influir en nuestra perspectiva de es-
ta región de la psicopatología, sugiero un enfoque razo-
nable para por lo menos las cuestiones semánticas: 1) la
personalidad histérica clásica incluye un amplio espectro
de rasgos caracterológicos patológicos relacionados, que
van desde el trastorno histérico de la personalidad pro-
piamente dicho hasta el nivel "superior" del trastorno
"histriónico" (en el sentido del DSM-III-R), histeroide, in-
fantil o de los tipos 3 y 4 de Zetzel en el nivel más bajo;
2) este trastorno de la personalidad "del nivel más bajo"
también corresponde a lo que el DSM-III-R y los inves-
tigadores empíricos que trabajan en este ámbito han de-
signado como "trastorno límite de la personalidad". Pa-
ra la concepción psicoestructural de Stone (1980; véase ,
también Kernberg, 1984) la personalidad infantil (tras-
torno límite de la personalidad en el sentido del DSA1-III-
R) es un tipo incluido en el espectro más amplio de la "or-
ganización límite de la personalidad".
Por razones heurísticas, emplearé la expresión "tras-
torno histérico de la personalidad" para designar el nivel
más alto de este espectro; trataré a éste y al "trastorno
histriónico de la personalidad'', que corresponde al nivel
más bajo, de manera separada. No obstante, en realidad
el clínico encontrará pacientes que presentan niveles in-
termedios de psicopa tología, de modo que estos tipos "pu-
ros" pueden considerarse extremos de un continuo o bien
tipos discretos de personalidad, con la posibilidad de for-
mas intermedias.

96
DESCRIPCIONES CLÍNICAS

Tanto el trastorno histérico de la personalidad como


cil histriónico presentan características diferentes en hom-
bres y mujeres. Los rasgos de estos trastornos comunes
11 los dos géneros resultarán evidentes en las descripciones

Híguientes.

/,a personalidad histérica en las mujeres

Una característica dominante en estas mujeres es su


labilidad emocional. Se relacionan fácilmente con los
dmnás, y son capaces de un compromiso emocional cálido
.v emocionalmente sostenido -con la importante excep-
ción de una inhibición de su responsividad sexual-. Sue-
IPn ser dramáticas e incluso histriónicas, pero su exhibi-
1:i6n de afectos es controlada y presenta cualidades
1mcialmente adaptativas. El modo como dramatizan sus
c·xperiencias emocionales puede dar la impresión de que
Hus emociones son superficiales, pero la exploración revela
otra cosa: sus experiencias emocionales son auténticas; es
po::;ible que estas mujeres sean emocionalmente lábiles,
pero sus reacciones emocionales no son incoherentes o
ímE_redecibles. Pierden el control emocional sólo frente a
1u1uellos con quienes tienen conflictos intensos, sobre todo
de naturaleza sexual y competitiva.
Con esas personas, las mujeres histéricas son procli-
ves a desarrollar crisis emocionales, pero tienen siempre
la c_apacidad de recuperarse y después evaluarlas con rea-
li::;mo. Aunque gritan con facilidad y tienden al sentimen-
talismo y el romanticismo, sus capacidades cognitivas
<•Htán intactas, y la comprensión que tienen de las reac.-
ciones humanas conÍPfejas contrasta agudamente con la
11p~ez de su despliegue emocionaL La dife-

97
rencia entre sus interacciones sociales, por lo general
apropiadas, y las relaciones objetales específicas con
implicaciones sexuales, refleja la tendencia a presenta_r
una conducta infantil regresiva sólo en circunstancias real .
o simbólicamente sexuales, o tiene que ver con personas
que estas mujeres experimentan como si desempeñaran
roles parentales . .fu!l__mpulsividad se limita a tales inte:
r-ª.cci_ones específicas o a rabietas ocas10nale~. -'
Las acientes histéricas tienden a ser esencialment
.soci bles y a relacionarse con los demás. Esta extraver-
sión es visible en sus contactos socia es áciles, y se mez-
cla con una tendencia al exhibicionismo y a depender
excesivamente de los otros. Quieren ser amadas, ser el .
~ntro de la atención y la atracción, particularmente ep
circunstancias con implicaciones sexuales. Su dependen-
cia de la evaluación que hacen de ellas otras personas es
equilibrada por la percepción clara de los requerimientos
socialmente realistas que deben satisfacer para obtener , _
ese amor y esa aprobación, y su dependencia infantil, su
aferramiento, se limita a los contextos sexuales. De
hecho, las actitudes infantiles en las relaciones íntimas
y las actitudes, por lo general maduras, en las interac-
ciones sociales comunes son características clave de la
personalidad histérica. Algunas mujeres histéricas pare-
cen tímidas, pero. despliegan sutilmente una seducción
sexual provocativa, que incluso puede ser acentuada por
{ su timidez.

~
Lo habitual es que las mujeres con personalidad his-
térica presenten una seudohipersexualidad combinada
con inhibición sexual; son sexualmente provocativas y al
mismo tiempo frígidas. Se comprometen sexualmente en
términos triangulares, es decir, con hombres inaccesibles
o a su vez comprometidos con otras mujeres. Su conducta
provocativa puede inducir a respuestas sexuales mascu-
linas que ellas quizás experimenten como intrusivas o

98
chocantes, y a las que reaccionan con miedo, indignación
.Y rechazo.
La mujer histérica es competitiva con los hombres, y
también con otras mujeres, por los hombres. La compe-
titividad con los hombres contiene miedos y conflictos
implícitos relacionados con una consciente o inconscien-
temente asumida inferioridad respecto de ellos. Los sub-
tipos de personalidad histérica sumisa o competitiva refle-
jan fijaciones caracterológicas de esas pautas de sumisión
(a menudo masoquistas) y competitividad. Lo caracterís-
tico es que la exploración psicoanalítica revele que estas
mujeres utilizan la conducta infantil regresiva como
defensa contra la culpa suscitada por los aspectos adultos
del compromiso sexual. Algunas mujeres tienden asome-
terse a hombres que ellas experimentan como sádicos,
para expiar sentimientos de culpa, y como precio por la
gratificación sexual. Presenta un gran interés la diferen-
cia de naturaleza entre la competitividad de estas pacien-
tes con los hombres y con las mujeres, en contraste con
las pautas más regresivamente indiferenciadas de las
reacciones patológicas respecto de hombres y mujeres en
las pacientes con trastorno histriónico de la personalidad.
Recientemente algunos aspectos adicionales de la per-
:-ionalidad histérica descritos en la literatura temprana
han sido puestos en entredicho. Por ejemplo, antes se
daba por sentado que las pacientes histéricas eran muy
:mgestionables. Las observaciones clínicas indican que la
:mgestionabilidad podría aparecer sólo en el contexto de
relaciones idealizadas, romantizadas, y aferramiento
dependiente, y que además podría convertirse rápida-
mente en suspicacia, desconfianza, enfurruñamiento o
terquedad en condiciones de competitividad intensa con
hombres o mujeres. Otra característica clásica atribuida
a la personalidad histérica es la dependencia excesiva.
No obstante, como ya hemos dicho, la dependencia carac-

99
teriza sólo a unas pocas relaciones muy intensas. Una
tercera característica atribuida a las pacientes histéricas
es el egocentrismo: un aspecto centrado en sí mismo,
autocomplaciente, vanidoso, desplegado en una conducta
exhibicionista y buscadora de atención, y en una excesiva
sensibilidad a la reacción de las otras personas. Pero esa
característica no corresponde a su capacidad real para
relacionarse profundamente con los otros, a su esta-
bilidad, lealtad y compromiso en tales relaciones. Otros
atributos que implican falta de capacidad para la inves-
tigación emocional acoplada con una deficiencia de fun-
cionamiento moral tampoco son característicos de este
trastorno de la personalidad: por ejemplo, la superficia-
lidad emocional, los afectos fraudulentos, la mendacidad
y una seudología fantástica, rasgos, todos. éstos, mencio-
nados en la literatura temprana.
Shapiro (1965) y Horowitz (1977) han descrito un esti-
lo cognitivo de las pacientes histéricas caracterizado por
la tendencia a la percepción global (en contraste con la
detallada), la desatención selectiva y representaciones
más impresionistas que exactas. Estas características qui-
zá reflejen una organización, por lo general represiva, de
las funciones de defensa, la cual, junto con la inhibición
de la competitividad (debida a una sensación inconsciente
de inferioridad como mujer), puede contribuir a provocar
la inhibición intelectual.

La personalidad histérica en los hombres

Blacker y Tupín (1977) han resumido las caracterís-


ticas de los pacientes masculinos con trastornos histérico
e histriónico de la personalidad. Sus descripciones em-
plearon como modelo un continuo de la patología del

100
rnr:ícter ordenado en función de la gravedad de los tras-
lornos, bajo el encabezamiento de "estructuras histéricas" .. ,
11: 11 los hombres con personalidad histérica se encuentra \
111 misma tendencia a la dramatización emocional y la
l11l1ilidad afectiva observable en las mujeres histéricas.
l :ll1>s también presentan estallidos emocionales o rabietas
1

y conducta impulsiva e infantil en condiciones de compro-


miso emocional íntimo, mientras que en las circunstancias
Hociales comunes conservan su capacidad para la conducta
11 i forenciada.
Los hombres con personalidad histérica ponen de
manifiesto varias pautas de perturbación en su adapta-
ci<Ín sexual. Una se caracteriza por la calidad seudohiper-
masculina, la acentuación lústriónica de la conducta mas-
ndina socialmente aceptada, por lo general con acento en
In independencia, y una actitud de dominio y superioridad
1·10bre la mujeres, combinada con enfurruñamiento infantil
cuando esas aspiraciones no pueden alcanzarse.
Una pauta relacionada, aunque superficialmente
parezca contrastante, es la de una conducta seductora,
1-mtilmente afeminada, infantil, que mezcla el coqueteo y
la promiscuidad heterosexual con una actitud dependiente
respecto de las mujeres. O bien un tipo de don Juan infan-
til combina el énfasis en la ropa y las maneras masculinas
con una conducta sutilmente dependiente e infantil, y es
proclive a comprometerse en relaciones dependientes aun-
que transitorias con mujeres dominantes.
En el tratamiento, tanto el tipo afeminado como el
hipermasculino revelan una culpa subyacente, consciente
o inconsciente, por la relación profunda con las mujeres,
y una sorprendente incapacidad para identificarse con un
rol sexual masculino adulto para acercarse a la mujer, en
agudo contraste con la conducta superficial. Estas carac-
terísticas, en particular tal como las presenta el tipo seu-
dohipermasculino, corresponde a lo que Reich (1933)

101
denominó el "carácter fálico-narcisista". Estos casos deben
diferenciarse del más grave trastorno histriónico de la
personalidad en los hombres, y de la promiscuidad sexual
. como síntoma del trastorno narcisista de la personalidad
en los hombres, con la correspondiente patología grave de
las relaciones objetales.

La personalidad histriónica en las mujeres

Estas pacientes presentan una conducta egocéntrica,


aj!tocomplaciente, que sin embargo puede .coexistir con
1lna intensa dependencia de los otro&, pero su dep~a
aferrativa no necesariamente presenta reciprocidad típica
de las relaciones del trastorno histérico de la personali-
dad. Al mismo tiempo, las pacientes histriónicas poseen
una capacidad para el compromiso emocional superior a
la del emocionalmente distante trastorno narcisista de la
personalidad. Su mismo aferramiento, y la estabilidad de
sus compromisos altamente inmaduros, contrastan con la
ausencia de este rasgo en la personalidad narcisista.
A diferencia del trastorno histérico de la personalidad,
las personalidades histriónicas presentan una labilidad
emocional difusa, relaciones indiferenciadas con los otros
significativos e investiduras emocionales inmaduras, ego-
céntricas. En contraste con la extraversión socialmente
adecuada de la personalidad histérica, la personalidad
histriónica se identifica en exceso con los otros y proyecta
en ellos intenciones fantaseadas, carentes de realismo. Su
dramatización de los afectos, su conducta lábil y emocio-
nalmente explosiva, su excitabilidad general y la incohe-
rencia de sus reacciones revelan una superficialidad emo-
cional subyacente e incapacidad para las relaciones
objetales diferenciadas. A las personalidades histriónicas
les cuesta comprender profundamente a los otros y com-

102
prenderse profundamente a sí mismas; la naturaleza
infantil, aferrativa, de todas sus relaciones objetales, con-
trasta en este aspecto con la personalidad histérica. Sue-
1en escoger compañeros matrimoniales o sexuales suma-
mente inadecuados.
Los rasgos dependientes y exhibicionistas están menos
sexualizados en el trastorno histriónico que en el trastor-
nQ histérico. La personalidad histriónica puede utilizar de
modo tosco e inapropiado la conducta sexualizada para
expresar necesidades exhibicionistas y dependientes, tien-
de a tener menos inhibiciones sexuales y es más frecuen-
temente promiscua que la personalidad histérica. En la
vida sexual de la personalidad histriónica hay menos ras-
[o"s represivos y más rasgos disociativos generalizados,
como por ejemplo la alternancia de fantasías y compro-
misos sexuales contradictorios (expresados en una conduc-
ta sexual infantil polimorfa). El grado de patología de
cada relación interpersonal en particular es proporcional
a la intensidad del compromiso o intimidad con la otra
persona.
El trastorno histriónico de la personalidad puede pre-
sentar tendencias masoquistas, pero éstas no están estre- ·
chamente ligadas a las conductas sexuales. Esta paciente
es difusamente impulsiva, lo que lleva a una impredeci-
bilidad que refuerza la inestabilidad e intensidad de las
relaciones con los otros; además presenta cólera intensa,
inadecuada, o cólera incontrolada y agudas oscilaciones
del estado de ánimo. Es proclive a los gestos e intentos
suicidas y a utilizar fantasías y apetencias suicidas para
atraer la atención y el reaseguramiento. Las amenazas
suicidas manipulativas son sólo un aspecto de las relacio-
nes interpersonales manipulativas en general. Estas
pacientes mienten con frecuencia y manifiestan conducta
_fu!isocial :y_ seudología fantástica. Estos casos deben dife-
renciarse del trastorno antisocial de la personalidad y

103
también de los trastornos narcisistas de la personalidad:
el pronóstico, con tratamiento o sin él, es mucho más
pobre para la personalidad antisocial.
Las pacientes histriónicas son proclives a desarrollar
sentimientos de despersonalización y, en casos extremos,
~~~~~,..-,-;o-~-;-~-;-;~.---,~~~,--------~-
sm tomas psicóticos transitorios de gravedad o duración
insuficiente como para merecer un diagnóstico a~l.
Estas características, además de la perturbación de la
identidad y de los rasgos generales ya descritos, también
corresponden a las enumeradas para el trastorno límite
de la personalidad en el DSM-111-R. Con estas reservas,
los criterios diagnósticos del trastorno histriónico de la
personalidad delineados en el DSM-Ill-R abarcan adecua-
damente las características significativas de las pacientes
mujeres con este trastorno de la personalidad.

La personalidad histriónica en los hombres

Las personalidades histriónicas masculinas suelen


presentar difusión de la identidad, perturbaciones graves
en las relaciones objetales y falta de control de los impul-
sos. También una conducta sexual promiscua, a menudo
bisexual, y perversa polimorfa; tendencias antisociales y,
con una frecuencia sorprendente, una explotación cons-
ciente o inconsciente de síntomas de origen orgánico o psi-
cógeno. En los pacientes varones con "neurosis de compen-
sación" y/o hipocondría se suele encontrar la inmadurez
emocional generalizada, la dramatización, la superficia-
lidad afectiva y la impulsividad características del tras-
torno histriónico de la personalidad, junto con rasgos anti-
sociales y tendencias explotativas en su relación con las
profesiones de ayuda. Los trastornos de la personalidad
denominados caóticos o impulsivos en las descripciones
anteriores, que no corresponden a la personalidad anti-

104
Hocial propiamente dicha, reflejaban lo que hoy diagnos-
ticaríamos como trastornos histriónico y narcisista de la
personalidad, en un franco nivel límite. De hecho, en todos···
los casos de pacientes varones con rasgos histriónicos, es
importante el diagnóstico diferencial respecto de la per-
Honalidad narcisista y los trastornos antisociales de la per-
Honalidad, para el pronóstico y las consideraciones tera-
péuticas.

CURSO CLÍNICO Y PRONÓSTICO

Aunque aún no se cuenta con estudios empíricos que


proporcionen pruebas sólidas respecto del pronóstico de
los trastornos histérico e histriónico, se ha observado que
las mujeres con trastorno histérico de la personalidad
mejoran su funcionamiento en la adultez tardía y la vejez,
lo cual plantea el interrogante de hasta qué punto su fuer-
~ª yoica, su capacidad para comprometerse con los otros
en el trabajo y las profesiones y la compensación gradual
de las inhibiciones y los conflictos sexuales a lo largo de
la vida pueden facilitar una mejor adaptación social e
intrapsíquica al cabo de los años. El trastorno histriónico
d~ la personalidad, en cambio, parece escompensar~
la adultez tardía y la vejez. Los efectos acumulativos de
la incapacidad para perseguir valores personales, profe-
sionales, culturales y sociales, la frecuente quiebra y el
fracaso de las relaciones íntimas y la difusión de la iden-
tidad, típicos de la personalidad de estos pacientes, pue-
den obstaculizar el aprendizaje social común y crear una
reacción circular que empeora su funcionamiento con el
curso de los años.
El trastorno histérico de la personalidad tiene un pro-
nóstico excelente con el tratamiento psicoanalítico. El pro-
nóstico del trastorno histriónico de la personalidad es sólo

105
moderadamente favorable con un tratamiento psicoana-
lítico modificado, pero mejor con psicoterapia psicoana-
lítica o exploratoria. El desarrollo en los últimos años de
una psiéóterapia psicoanalítica para los trastornos límite
de la personalidad ha mejorado el pronóstico para estos
pacientes.

ETIOLOGÍA

Freud subrayó la importancia de la etapa genital del


desarrollo y del complejo de Edipo en la histeria. Abraham
complementó esta idea con su estudio del complejo de cas-
tración femenino, desarrollando específicamente la con-
cepción de un "tipo de realización del deseo" y un "tipo de
venganza" de la personalidad histérica en las mujeres
(1920, pág. 348). Abraham especulq sobre aspectos de la
envidia del pene como un conflicto inconsciente reflejado
en rasgos descriptivos de la personalidad histérica. Wit-
tels, 1931), Reich (1972) y Fenichel (1945) desarrollaron
adicionalmente la comprensión de la relación de los con-
flictos intrapsíquicos inconscientes con las características
fenomenológicas de la personalidad histérica. Todos estos
autores subrayaron el complejo de Edipo, la angustia de
castración y la envidia del pene como su dinámica, y pos-
tularon que los conflictos pregenitales, en particular las
fantasías orales y los rasgos caracterológicos, represen-
taban una regresión defensiva contra lo edípico. También
pusieron énfasis en la prevalencia de la represión y sus
defensas relacionadas (el desplazamiento, las tormentas
afectivas, la inversión de los afectos y los tipos histéricos
de identificación), además de indicar las manifestaciones
de los conflictos y defensas instintuales en la neurosis de
transferer;icia de estos pacientes.
Marmor (1953), en agudo contraste, sostuvo que en el

106
rn rácter histérico tienen una importancia fundamental las
fijaciones orales, que ellas le dan al complejo de Edipo de
Pstos pacientes un fuerte matiz pregeriital y que la mayor
frecuencia de la histeria en las mujeres podría reflejar en
parte la facilitación cultural de la "agresividad oral, la
dependencia y la pasividad", como rasgos femeninos, más
aceptables en las mujeres que en los hombres. Las discu-
:-iiones ulteriores en la literatura psicoanalítica, estimu-
ladas por el trabajo de Marmor, llevaron gradualmente a
comprender que hay sin duda pacientes con conflictos pre-
dominantemente orales, que se centran en la dependencia
patológica, la pasividad y sobre todo pruebas de pertur-
baciones profundas en las relaciones preedípicas madre-
infante, pero que estos casos correspondían a lo que ahora
denominamos trastornos histriónico, infantil o histeroide
de la personalidad, mientras que la psicodinámica de la
angustia de castración y del complejo de Edipo correspon-
de a la personalidad histérica propiamente dicha, tal como
se la define ahora.
Easser y Lesser (1965, 1966), Zetzel (1968; véase tam-
bién Kernberg, 1975) se centraron en la relación entre los
niveles de gravedad dentro del espectro histérico y las
correspondientes diferencias en los conflictos inconscien-
tes prevalecientes, las operaciones defensivas, la estruc-
tura del yo y las características de la transferencia. Según ~,
estos autores, los conflictos predominantes de la persona-
lidad histérica propiamente dicha son edípicos y se rela-
cionan con la fase genital del desarrollo psicosexual. La
estructura yoica de estos pacientes está organizada en tor-
no a la represión, y se caracteriza por una sólida identidad
del yo, tal como se refleja en las manifestaciones típicas
de los desarrollos transferenciales neuróticos. Las regre-
siones orales de estos pacientes son temporarias y defen-
sivas, y pueden resolverse con la intepretación, conducien-
do de tal modo a los conflictos edípicos centrales. Los

107
trastornos de la personalidad histriónico, infantil, histe-
roide o de los tipos 3 y 4 de Zetzel, en contraste, presentan
típicamente una condensación de rasgos preedípicos y edí-
picos, con predominio de la agresión preedípica (especial-
mente oral) y una organización del yo centrada en la diso-
ciación o escisión primitivas, y en los mecanismos de
defensa relacionados con ella;.éstos se expresan en el tra-
tamiento en las transferencias primitivas "de objeto par-
cial" típicas de los pacientes límite.

La dinámica de la familia y los factores culturales

Si bien la mayor parte de la información sobre este


tema surge de los historiales registrados de los pacientes
y de la exploración psicoanalítica de sus experiencias
pasadas, esta literatura transmite un consenso creciente
en cuanto a que las mujeres con trastorno histérico de la

l personalidad provienen de familias más bien estables con


ciertas características comunes. Los padres son descritos
como seductores, pero su conducta de seducción y estímulo
sexual excesivo respecto de las hijas se combina con acti-
tudes bruscas, autoritarias y a veces sexualmente puri-
tanas también respecto de ellas; la seducción durante la
niñez de la hija se convierte típicamente en prohibición
de los compromisos sexuales románticos en su adolescen-
cia. Las madres de estas pacientes son descritas como
dominantes y controladoras de la vida de las hijas, y a
menudo dan la impresión de que a través de éstas inten-
tan realizar sus propias aspiraciones insatisfechas. Al
mismo tiempo, estas madres son eficaces y responsables
en el hogar y en sus funciones comunitarias.
Se cuenta con menos información acerca de los ante-
cedentes familiares del trastorno histriónico de la perso-
r nalidad. En general, parece que estos pacientes provienen

108
do familias más perturbadas, con conflictos profundos1
t'l'<ínicos que involucran las relaciones madre-hijo y tras-
t.ornos graves de la personalidad en las madres.
Parece haber un consenso cada vez mayor en cuanto
u que los factores culturales desempeñan un papel fun-
dn mental en la determinación de la organización de los
rm;gos patológicos del carácter que median las relaciones
Pntre los conflictos intrapsíquicos inconscientes y la adap-
t.nción social. Los estereotipos culturales respecto de los
roles genéricos, las relaciones de poder entre los sexos y
los límites de la conducta sexual alentada y permitida se
consideran de importancia crucial en la organización diná-
mica de los rasgos psicológicos del carácter. La literatura
:·mbre este tema es aún principalmente especulativa, pero
quizá los estudios empíricos ayuden a clarificar estas
cuestiones y a reducir de ese modo la tentación de resol-
verlas sobre la base de las tendencias teóricas o el com-
promiso ideológico.

EL DIAGNOSTICO Y EL DIAGNOSTICO DIFERENCIAL

El diagnóstico diferencial más importante de los tras-


tornos de la personalidad histérico e histriónico consiste
primeramente en distinguirlos entre sí. Sólo en segundo
lugar es necesario diferenciarlos de otros trastornos de la
personalidad. La importancia de este diagnóstico diferen-
cial reside en las diferencias significativas que existen
entre estos trastornos en cuanto al pronóstico y el trata-
miento. La descripción clínica que hemos presentado debe
hacer posible este diagnóstico diferencial.
En lo que concierne al diagnóstico diferencial respecto
de otros trastornos de la personalidad, l~onal~
hist' · tiene ue diferenciarse en primer lugarClelíras-
torno narcisista, ~on el cual se a tiende a confundir.

109
Ambos trastornos entrañan una conducta buscadora de
atención y exhibiclüñista; la princi a cia reside en
la capacidad e paciente para las relaciones objetales. Lo
típico es que las personalidades narcisistas carezcan de
esta capacidad, sean inestables en sus compromisos
sexuales y presenten una frialdad que contrasta con la
calidez y el compromiso de la personalidad histérica.
En las mujeres de alta inteligencia y ricos anteceden-
tes culturales, el trastorno histérico de la personalidad
tiende a confundirse con la personalidad obsesivo-com-
pulsiva (el trastorno compulsivo de la personalidad del
DSM-III-R). La competitividad de estas mujeres con los
hombres y otras mujeres puede tomar una forma predo-
minantemente intelectual, dando una calidad seudoobse-
si va a sus racionalizaciones y al empleo de la intelectua-
lización.
En las mujeres histéricas con fuertes rasgos masoquis-
tas que reflejan prohibiciones inconscientes contra la
libertad y el goce sexuales, tiene interés el diagnóstico
diferencial respecto del trastorno depresivo-masoquista
de la personalidad (véase el capítulo 3). Esta categoría no
se encuentra en el DSM-III-R, aunque coincide mucho con
el trastorno autodestructivo de la personalidad delineado
allí tentativamente. Ha sido descrito por Laughlin (1967),
quien clasifica los rasgos de carácter del trastorno depre-
sivo-masoquista de la personalidad como reflejos de: 1) un
funcionamiento excesivamente rudo del superyó; 2) exce-
siva deper dencia del respaldo, el amor y la aceptación de
los otros, y 3) dificultades para expresar la agresión. En
muchos sentidos las tres categorías presentan un "meta-
bolismo" defectuoso de las necesidades de dependencia
como cuestión predominante. Estos pacientes se sienten
culpables debido a su intensa ambivalencia respecto de
los objetos amados y necesitados, y se frustran con faci-
lidad si no se gratifican sus anhelos dependientes. Pero,

110
en contraste con el trastorno histérico de la personalidad,
no tienen conflictos sexuales notables ni, especialmente,
inhibiciones sexuales.
, . . _sexual
Una promiscuidad _ presente en los trastornos
histérico, histriónico y narcisista de la personalidad suele
conducir a la exploración del diagnóstico diferencial de
estas condiciones. La promiscuidad sexual en los trastor-
nos depresivo-masoquista e histérico surge de la culpa
inconsciente. Lo típico es que estos pacientes den pruebas
de estabilidad sólo en las relaciones sexuales de carácter
masoquista. La personalidad histérica, en particular, sólo
tolera una experiencia sexual satisfactoria cuando tiene
lugar con sufrimiento objetivo o simbólico. La capacidad
de estos pacientes para comprender, diferenciar y empa~
tizar con sus objetos amorosos es notablemente alta, en
contraste con la correspondiente incapacidad del trastorno
narcisista de la personalidad. La promiscuidad sexual en
el trastorno narcisista de la personalidad va de la mano
con una patología grave de las relaciones objetales. Ade-
más, el trastorno narcisista presenta como característica
típica la prevalencia de los mecanismos de defensa de
grandiosidad y omnipotencia, la identificación proyectiva,
la idealización y la desvalorización, mientras que el tras-
torno histérico presenta defensas de nivel superior. La
promiscuidad sexual del trastorno histriónico forma parte
de una calidad general perversa polimorfa de la vida
sexual, con poca represión de la fantasía sexual y una con-
ducta sexual desinhibida, a menudo caótica.
En todos los trastornos de la personalidad puede
haber depresión como síntoma prevaleciente. Los trastor-
nos depresivo-masoquista, histérico, histriónico y narci-
sista suelen presentar reacciones depresivas agudas o cró-
nicas, que constituyen en conjunto la denominada
depresión caracterológica. La expresión "disforia histeroi-
de" (Liebowitz y Klein, 1981) se refiere precisamente a los

111
pacientes histriónicos con esa disposición crónica a la
depresión, y se ha planteado la cuestión de la medida en
que algunos de esos pacientes podrían tener una predis-
posición genética a enfer111edades afectivas mayores que
colorean o codeterminan su patología caracterológica. Son
diversos los mecanismos que gatillan la depresión en
todos estos casos.
Aunque el DSM-III-R subraya las características exhi-
bicionista e histriónica del trastorno histriónico de la per-
sonalidad, un análisis cuidadoso revela que el manual
describe el trastorno límite de la personalidad con rasgos
similares a los que presenta el primero. Los pacientes con
uno u otro trastorno son descritos como impulsivos o
impredecibles, con pautas de relaciones interpersonales
inestables e intensas, cólera inapropiada, intensa o falta
de control de la cólera, inestabilidad afectiva, proclividad
a gestos e intentos suicidas e incesantes esfuerzos por
atraer atención y reaseguramiento. El manual atribuye
explícitamente al trastorno límite la perturbación de la
identidad, pero la personalidad histriónica típica también
la presenta. Y ambos trastornos -el histriónico y el lími-
te- son descritos como proclives a desarrollar episodios
psicóticos breves. Por lo tanto, en la práctica los trastornos
histriónico y límite del DSM-III-R se superponen o coin-
ciden en gran medida; esa parte del manual aparente-
mente necesitaría una revisión.

TRATAMIENTO

El tratamiento del trastorno histérico de la persona-


lidad es esencialmente psicoterapéutico, con el psicoaná-
lisis como recurso de elección. No obstante, hay que subra-
yar que este trastorno, lo mismo que los trastornos
obsesivo-compulsivo y depresivo-masoquista, tiene un pro-

112
nóstico excelente con todo el espectro de las psicoterapias
de orientación psicoanalítica, aunque el psicoanálisis
parece ser el tratamiento con mayores resultados psico-
terapéuticos (Kernberg y otros, 1972). Con los pacientes
il!•. que consultan por síntomas neuróticos relativamente
leves o menores que complican un trastorno histérico de
la personalidad es posible que no se requiera nada más
que el tratamiento de los síntomas. Las formas más leves
de disfunción psicosexual (como el orgasmo femenino inhi-
bido) pueden responder satisfactoriamente a la terapia
sexual. Sigue abierta la cuestión de hasta qué punto el
trastorno histérico tiene una severidad suficiente como
para merecer un tratamiento que vaya más allá de la
resolución de los síntomas. Muchos pacientes que consul-
tan a un psiquiatra por conflictos interpersonales relati-
vamente limitados en el tiempo, vinculados a síntomas de
conversión, reacciones fóbicas o experiencias disociativas,
pueden beneficiarse con la psicoterapia expresiva o explo-
ratoria. Pero cuando el paciente se queja sólo de síntomas
menores y el diagnosticador ve que el trastorno histérico
de la personalidad podría tener serios efectos sobre el
matrimonio, el trabajo o la profesión del paciente, es posi-
ble que esté justificada una intervención psicoterapéutica
mayor, como el psicoanálisis.
Las dificultades técnicas específicas del tratamiento
psicoanalítico del trastorno histérico de la personalidad
incluyen desarrollos transferenciales tempranos e inten-
sos, con defensas seudoeróticas contra los impulsos agre-
sivos, desarrollos transferenciales regresivos como defensa
contra la activación de conflictos edípicos expresados de
modo más directo, tormentas afectivas como forma de
acting out y disociación de los afectos respecto de sus sig-
nificados inconscientes. Estos pacientes pueden dificultar
la detención por el terapeuta de los elementos transferen-
ciales negativos, debido a su transferencia erotizada.

113
El tratamiento adecuado del trastorno histriónico de
la personalidad no es el psicoanálisis; es esencialmente
psicoterapéutico, con la psicoterapia psicoanalítica expre-
siva o exploratoria como tratamiento habitual de elección.
La psicoterapia de apoyo está indicada cuando con el
paciente está contraindicada la psicoterapia exploratoria,
porque se observan rasgos antisociales marcados, una
patología inusualmente severa de las relaciones objetales
y un acting out que procura una ventaja secundaria. Los
trastornos histriónicos de la personalidad con síntomas
depresivos secundarios o depresión determinada caracte-
rológicamente pueden responder a los inhibidores de la
MAO o a los antidepresivos tricíclicos o tetracíclicos. Sin
embargo, creo que la medicación debe reservarse para los
pacientes con depresión grave y discontinua si no se pro-
duce una mejoría clara y definida en el término de unos
meses.
Todos los casos de trastorno histriónico de la persona-
lidad deben tratarse con psicoterapia lo antes posible, des-
pués de realizado el diagnóstico. Mientras que el trastorno
histérico puede mejorar gradualmente en cuanto al ajuste
interno e interpersonal a lo largo de los años, el curso
habitual del paciente con trastorno histriónico no tratado
en el mejor de los casos es precario, con el peligro de un
empeoramiento gradual a medida que se pierden o malo-
gran las oportunidades de la vida.
Los pacientes que caen en un rango intermedio entre
la personalidad histérica y la histriónica constituyen un
problema terapéutico difícil de resolver. Creo que tales
casos deben tratarse tentativamente con psicoanálisis, y
pasar a una terapia psicoanalítica sólo si el psicoanálisis
está contraindicado por razones individuales tales como
la ventaja secundaria de la enfermedad, la falta de moti-
vación y/o la incapacidad conspicua para la introspección
emocional. No obstante, existe una tendencia creciente a

114
comenzar con una psicoterapia exploratoria o psicoana-
lítica en los casos en que se duda de que el psicoanálisis
::iea lo indicado, para pasar más tarde al psicoanálisis.
Las principales dificultades del tratamiento psicote-
rapéutico de los trastornos histriónicos de la personalidad
son la tendencia del paciente al acting out masivo, la ven-
taja secundaria de la situación de tratamiento como refu-
gio de la vida, el desarrollo de situaciones de tratamiento
aparentemente "caóticas" como expresión de transferen-
cias primitivas y la regresión profunda en el proceso
comunicativo del tratamiento, de modo que las conductas
no verbales prevalecen sobre la comunicación verbal.
Estas dificultades coinciden en todos los fines y propósitos
con los problemas técnicos generales en la psicoterapia del
espectro de los trastornos límite de la personalidad.

115
5. LOS TRASTORNOS ANTISOCIAL
Y NARCISISTA DE LA PERSONALIDAD

En este capítulo nos concentramos en la relación ínti-


ma que existe entre el trastorno narcisista de la persona-
lidad y el trastorno antisocial de la personalidad. Én esen~·
cia, y~ 12ostulo que todos los pacientes con un tra~
a~tisocial de la personalidad presentan rasgos típicos ~l
trastorno narcisista de la personalidad, más una patología
e~ca de sus sistemasinternahzados de moral (las
funciones superyoicas) y un particular deterioro de su
mundo de relaciones objetales internalizadas. La única
excepción significativa a esta regla es el síndrome, rela- ·
tivamente infrecuente y de pronóstico grave, de la "esqui-
zofrenia seudopsicopática", que es típico encontrar en los
pacientes esquizofrénicos crónicos con mejoría periódica
(con o sin él) y conducta antisocial en esos períodos, que
desaparece sólo cuando el paciente vuelve a caer en la psi-
cosis. Hay también un grupo de pacientes ubicados en
algún punto entre el trastorno narcisista y el antisocial,
caracterizados por lo que yo he denominado el síndrome
del narcisismo maligno (1984). Este síndrome se define
por la combinación de 1) un trastorno narcisista de la per-
sonalidad; 2) conducta antisocial; 3) agresión o sadismo
yo-sintónico dirigidos contra los demás o expresado en un

117
tipo particular de automutilación triunfante o con intentos
de suicidio, y 4) una fuerte orientación paranoide.
De modo que describo una dimensión de la conducta
antisocial que vincula el trastorno narcisista de la perso-
nalidad al trastorno antisocial y el narcisismo maligno.
Esta característica dimensional que vincula los tres tras-
tornos es análoga a otras vinculaciones dimensionales que
conectan entre sí otros trastornos de la personalidad,
como por ejemplo los trastornos esquizoides con el tras-
torno esquizotípico, o el trastorno histérico con los tras-
tornos histriónico (o histeroride, o infantil) y límite de la
personalidad (Kernberg, 1984, y el capítulo 4 de este
libro).
Mi interés por el trastorno antisocial deriva de lo que
considero las imperlecciones de su descripción en el DSM-
III-R (American Psychiatric Association, 1987). Los cri-
terios de este manual son sin duda lo bastante amplios
como para incluir prácticamente todos los trastornos anti-
sociales de la personalidad que presentan pautas de inte-
racción predominantemente agresivas y conducta crimi-
nal. Con su énfasis en los antecedentes infantiles, el
DSM-III-R orienta adecuadamente al clínico hacia los orí-
genes infantiles de esta patología del carácter. Pero,
lamentablemente, al subrayar el aspecto criminal incluye
a delincuentes con características de la personalidad muy
diferentes, y desdibuja la distinción entre los determinan-
tes socioculturales y económicos de la delincuencia, por
un lado, y por el otro la patología de la personalidad. De
modo que los criterios del DSM-III-R contribuyen a lo que
Rutter y Giller (1983) han descrito como el amontona-
miento indiscriminado de las conductas delictivas, lo cual
-a juicio de estos autores- obstaculiza los intentos de
encontrar los factores que predisponen a padecer este
trastorno específico de la personalidad. Los criterios del""'
DSM-III-R también descuidan el tipo p~~
./'--~--~---- ---. ----------------,,..-.,..-

118
del trastorno antisocial, en el cual predominan las cgn_-
d~asitarias o explotatlvas;-~~~­
s1vas. Pero lo que yo encuentro más desconcertante en la
<féSc'ripción que presenta el DSM-III-R del trastorno anti-
social de la personalidad es la ausencia de foco en los ras-
gos de la personalidad antisocial, en tanto opuestos a las
conductas antisociales, crítica ésta que Millon (1981) for-
muló persuasivamente hace una década.
El diagnóstico del trastorno antisocial se complica
adicionalmente por las vicisitudes de la terminología
empleada. En 1952, el DSM-I (American Psychiatric Asso-
ciation, 1952) cambió la expresión tradicional de "perso-
nalidad sociopática" (que subrayaba los aspectos social-
mente inadaptativos de estos pacientes y el interjuego de
la personalidad y los determinantes sociales) por "pertur:
bación sociopática de la personalidad". También diferenció
la "reacción antisocial", que remitía al psicópata tal como
se lo definía en la literatura de lengua inglesa (Henderson
1939), de la "reacción disocia!'', concerniente a los pacien-
tes que hacían caso omiso de los códigos sociales y crecían
en un ambiente social anormal, pero que no obstante eran
capaces de fuertes lealtades personales.
The Mask of Sanity, de Cleckley (publicado por prime-·
ra vez en 1941, y cuya cuarta impresión apareció en
1964), sigue siendo a mi juicio el texto básico en cuanto
a la descripción de lo que ahora llamamos "trastorno anti-
social de la personalidad". En un esfuerzo por circunscri-
bir el diagnóstico de la psicopatía, el DSM-III-R (Ameri-
can Psychiatric Association, 1968, pág. 43) cambió la
denominación por "personalidad antisocial" y propuso una
definición concisa que, en esencia, provenía de la obra de
Henderson (1939) y Cleckley (1941):

Este rótulo se reserva para individuos básicamente no


socializados y cuya pauta conductual los compromete rei-
teradamente en conflictos con la sociedad. Son incapaces

119
de cualquier lealtad significativa a individuos, grupos o
valores sociales. Son groseramente egoístas, insensibles,
irresponsables, impulsivos e incapaces de sentir culpa o
aprender de la experiencia y el castigo. Su tolerancia a la
frustración es baja. Tienden a culpar a los otros o a ofrecer
racionalizaciones plausibles de su conducta. Una historia
de transgresiones legales o sociales repetidas no basta por
sí sola para justificar este diagnóstico.

Desde un punto de vista clínico, ésta es una definición


muy pertinente y significativa; aunque breve, incluye refe-
rencias a los rasgos narcisistas de la personalidad de estos
pacientes. Después, el DSM-III (American Psychiatric
Association, 1980) conservó la expresión "personalidad
antisocial" [antisocial personality ], pero convirtiéndola en
"trastorno antisocial de la personalidad" [antisocial per-
sonality disorder] y pasando a un foco más amplio, orien-
tado a la conducta criminal. La investigación epidemio-
lógica realizada por O'Neal y sus colegas (1962), Guze
(1964a, 1964b) y en particular Robin (1966) fue la respon-
sable de ese enfoque.
Me parece que el psicoanálisis ha contribuido tanto a
confundir los problemas del diagnóstico como a clarificar
las características estructurales de la personalidad anti-
social. Alexander (1930; Alexander y Healy, 1935) desa-
rrolló el concepto de "carácter neurótico" con referencia
a una patología caracterológica acentuada, que combinaba
la patología del carácter con rasgos antisociales; de tal
modo implícitamente desdibujó la distinción entre el tras-
torno antisocial de la personalidad propiamente dicho y
los otros trastornos de la personalidad. Eissler (1950), al
emplear la expresión defensas aloplásticas en contraste
con defensas autoplásticas, también sumó lo suyo a un
enfoque homogeneizado de la patología del carácter que
desdibujaba el diagnóstico diferencial de la personalidad
antisocial. El énfasis de la literatura psicoanalítica de las

120

1
décadas de 1940 y 1950 en la descripción freudiana
(Freud, 1916) de los "criminales por un sentimiento de
culpa" inconsciente llevó a interpretar la conducta anti-
social (ahora pienso que ingenuamente) como una forma-
ción reactiva contra la culpa inconsciente, más bien que
como expresión de carencias en el desarrollo del superyó.
Sólo con la descripción por Johnson y Szurek de las
lagunas del superyó (Johnson, 1949; Johnson y Szurek,
1952) el pensamiento psicoanalítico comenzó a llevar al
foco los aspectos estructurales de las personalidades anti-
sociales -en lugar de los aspectos dinámicos-. Su for-
mulación relativamente simple fue rápidamente puesta
en cuestión por la más refinada descripción de una pato-
logía acentuada del superyó, vinculada a la personalidad
narcisista, por Rosenfeld (1964) y Jacobson (1964, 1971b),
cuyas obras han influido en mi propio modo de ver.
Juuenile Delinquency: Trends and Perspectives (1983),
de Rutter y Giller, reseña abarcativamente los estudios
epidemiológicos de la relación entre la conducta del delin-
cuente juvenil y el funcionamiento anormal de la perso-
nalidad, en el proceso de reevaluar nuestro conocimiento
actual acerca de la etiología de estos problemas. Desde el
punto de vista del debate en curso sobre los factores bio-:
lógicos, psicológicos y sociológicos que influyen en el desa-
rrollo de la conducta antisocial, estos autores señalan que
existe una relación clara entre las constelaciones especí-
ficas del desarrollo infantil temprano en la familia y el
ulterior grado de aquiescencia social del individuo, pero
dicen que aún no se ven con nitidez los mecanismos en
virtud de los cuales los factores familiares aparecen aso-
ciados a la delincuencia. También señalan la existencia
de una relación entre el cambio social y un aumento de
la delincuencia, subrayando una vez más que no se cono-
cen suficientemente los mecanismos correspondientes.
Llegan a la conclusión de que en la delincuencia juvenil

121
parece haber múltiples causas en actividad, entre ellas la
1
'1
influencia del grupo de pares, el control social y el apren-
dizaje social, los factores biológicos que influyen en los
tipos extremos de conducta antisocial y factores situacio-
nales. A su juicio, es absurdo buscar una explicación úni-
ca, y hacen hincapié en que aún no se cuenta con una
estrategia clara de prevención.
El estudio de Lewis y sus colegas (1985) sobre histo-
rias tempranas de niños que más tarde cometieron ase-
sinatos indica la prevalencia de síntomas psicóticos, dete-
rioro neurológico mayor, parientes de primer grado
psicóticos, actos de violencia presenciados en la niñez y
maltrato fisico grave, lo cual pone enérgicamente de relie-
ve los factores biológicos y psicosociales.
Dicks (1972) investigó los antecedentes y el desarrollo
de la personalidad de una serie de asesinos de masas de
las SS alemanas, antes y después de que actuaran en
campos de concentración. Este autor presenta pruebas
espectaculares de que estos criminales, aunque padecían
trastornos graves de la personalidad con predominio de
rasgos narcisistas, paranoides y antisociales desde el prin-
cipio de la niñez, sólo emprendieron una conducta crimi-
nal repugnante cuando el entrenamiento de las SS y los
campos de la muerte proveyeron la facilitación social de
la conducta; durante y después de su encarcelamiento,
volvieron a su anterior funcionamiento con personalidad
no-delincuente. Esto casi equivale a un estudio empírico
de los facilitadores sociales de la criminalidad. (Obvia-
mente, también es necesario tener en cuenta la tendencia
a la extinción del trastorno en los delincuentes de edad
mediana.)
Idealmente, la conducta antisocial debe definirse en
función de sus significados psicológicos, y no en términos
[ conductuales o legales. Por ejemplo, "huir de la casa
durante la noche por lo menos dos veces mientras se vive

122
en el hogar de los padres o en un hogar sustituto (o una
vez sin regreso)" -uno de los criterios de la personalidad
antisocial en el DSM-III-R- es una frase puramente des-
criptiva que no tiene en cuenta si el niño huye de un
hogar insoportable con padres que lo someten a maltrato
físico o de una familia bien constituida. Asimismo, "nunca
ha mantenido una relación tothlmente monógama por
más de un año" -otro criterio del DSM-III-R- se aplica
a una gran cantidad de personas en el final de la adoles-
cencia o el principio de la adultez cuya conducta con el
sexo opuesto puede sufrir la influencia de una variedad
de inhibiciones neuróticas, pautas determinadas cultural-
mente y casi cualquiera de los trastornos de la persona-
lidad. La promiscuidad sexual tiene diferentes significa-
dos según sea el escenario social y la estructura de la
perso.nalidad en los que se manifiesta. Utilizar la promi~s­
cuidad como criterio también en este caso lleva el foco a
la conducta, en lugar de mantenerlo aplicado a lo que 1
causa.

PROPUESTA DE UN MARCO DIAGNÓSTICO

He descubierto que, con independencia del grado de i


conducta delictiva, o incluso aunque no la haya, desde el
punto de vista clínico la primera indicación de la existen-
~sible de un trastorno antisocial de la personalidad
e.§]a..p.resencia de un trastorno narcisista de la persona-
!i_dad. pe hecho, ~os del perfil clínico de la perso-
nalida tisocial descrita por Cleckley pertenecen n
ralmente a tres categorías posibles: algunos son
~ísticas básicas que iferencian a personalidad
-~cial de la psicosis y de los síndromes cerebrales
~usencia de ideas delirantes y otros signos de
pensamiento irracional" y "conducta antisocial inadecua-

123
-~
,r.,
' ·:.·
r
damente motivada" (el síntoma inmediato dominante~
otros se encuentran en la patología narcisista grave @.l
carácter: "vida sexual impersonal, trivial y pobremente_
integrada", "falta de responsivícfad en las relaciones inter-
personales en general", "pobreza general de las ~acciones
afectivas importantes", "egocentrismo atoló ·co e·
pacidad para el amor"; 3 manifestaciones de una rofun-
da patología del superyó: "inconfiabilidad", "falsedad
insinceridad", "falta e remordimiento o vergüenza'', "jul.:.
cio pobre y fracaso en aprender de la experiencia" y "fra-
caso en seguir cualquier plan de vida,".
Encuentro que sólo cuatro ítemes del perfil clínico de
Cleckley son cuestionables: la "ausencia de 'nerviosidad'
o manifestaciones psiconeuróticas", la "conducta extrava-
gante y repelente, con bebida y a veces sin ella", el "sui-
cidio muy pocas veces cometido", y el "encanto superficial
y buena inteligencia". En realidad, muchas personalida-
des antisociales presentan síntomas psiconeuróticos; hay
suicidios impulsivos tanto entre estos pacientes como
entre los que sufren el síndrome del narcisismo maligno; -~

además la "conducta extravagante y repelente, con bebida


y a veces sin ella" no me parece demasiado específica.
Muchos pacientes con trastorno antisocial de la persona-
lidad, en particular los que se cuentan entre la población
criminal, no tienen encanto superficial, y este trastorno
se encuentra en todos los niveles de inteligencia.
Pero la conducta antisocial vinculada a un trastorno
narcisista de la personalidad no constituye una base
suficiente para diagnosticar un trastorno antisocial de
la personalidad. Como he dicho antes: existe un grupo
intermedio eptre el trastorno narcisista y el antisocial:
el del narcisismo maligno. La conducta antisocial puede
también aparecer en el contexto de otros trastornos de
la personalidad; el diagnóstico diferencial es muy rele-
van te en la evaluación de este síntoma, pues tiene

124
importancia tanto para el pronóstico como para la tera-
pia. El pronóstico de la conducta antisocial en una
estructura no narcisista de la personalidad es favorable,
en contraste con el pronóstico extremadamente pobre de
la conducta antisocial en la personalidad antisocial pro-
piamente dicha.
La conducta antisocial puede ser también consecuen-
cia de una adaptación normal o patológica a un ambiente
social muy patológico, como el de la "cultura de la pan-=--
dilla"; aunque no es una condición clú~ica frecuente, la
"reacción disocia!'' del DSM-1 fue un recordatorio útil de
la existencia de esta clase de pacientes. A veces la con-
ducta antisocial es un síntoma neurótico: por ejemplo, la
rebelión neurótica del adolescente puede tomar ocasional-
mente esa forma.
La conducta antisocial debe explorarse a la luz del
nivel general de organización de las funciones superyoicas
del paciente, lo que nos lleva a reexaminar la cuestión del
"criminal por un sentimiento de culpa inconsciente". La
conducta antisocial que deriva de uti sentimiento de culpa ·
inconsciente y de la correspondiente búsqueda inconscien-
te de castigo tiene que ser diferenciada de la gran mayoría
de los casos en los que la autodestructividad y el castigo
autoprovocado son consecuencias de la conducta antisocial
pero no reflejan esa motivación inconsciente. De hecho,
la hipótesis psicoanalítica de un sentimiento inconsciente
de culpa sólo puede demostrar su validez si la culpa se
vuelve consciente como resultado de la exploración psico-
analítica. Está claro que esto no ocurre en la psicoterapia
psicoanalítica intensiva y prolongada con la mayoría de
los pacientes que presentan una conducta antisocial seria.
Además, sobre una base puramente teórica, en vista de
todas las otras pruebas del deterioro o la indisponibilidad
de las funciones básicas del superyó en la mayoría de los
pacientes con conducta antisocial, el supuesto de que ac-

125
túan por un sentimiento inconsciente de culpa es suma-
mente cuestionable.
En la práctica clínica hay pacientes con organización
eurótica de la personalidad (en contraste con la organi-
ación límite) que presentan una conducta antisocial cuya
malidad es el autocastigo u obtener el castigo de fuentes
externas. El tipo del trastorno de la personalidad que pre-
valece (histérico, obsesivo-compulsivo, depresivo-maso-
quista) indica esta etiología más bien poco frecuente.
En relación con esto, también hay que ,explorar un sín-
toma relativamente raro, la seudología fantástica, a la luz
del trastorno de la personalidad en el que aparece. La seu-
dología fantástica se puede encontrar en las personalida-
des histeroides, histriónicas o infantiles, y su pronóstico
es menos desalentador que el de la mentira crónica o la
misma seudología fantástica en los trastornos narcisista
y antisocial de la personalidad. Una vez más, para el di-ªZ:
nostico diferencial de la conducta antisocial es esencial
2untualizar la patología caracterológica dominante.
Un problema que con mucha frecuencia complica el
diagnóstico diferencial de la conducta antisocial es la pre-
sencia de ª1._coholismo y/o abuso de droga§_, y sus síntomas
secundarios. Otra psicopatología relacionada y a menudo
complejamente entrelazada es la de la conducta antisocial
y una perversión o desviación sexual bien estructurada
(una "parafilia", según la terminología del DSM-Ill y
DSM-Ill-R). A los fines prácticos, el principal problema
es en este aspecto la medida en que la agresión yo-sintó-
nica está incorporada en la pauta sexual desviada: cuanto
más pasa la estructura de la personalidad de narcisista
a antisocial, más amenaza a la vida esa conducta agre-
siva, y un subgrupo de las personalidades antisociales
agresivas pueden centrar su conducta criminal en el asal-
to sexual y el asesinato (capítulos 15, 17).

126
11
i

CLASIFICACIÓN Y DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL


1

Lo que sigue es una clasificación de los trastornos de


la personalidad con rasgos antisociales prominentes, en
función de su severidad. En todos los pacientes que pre-
sentan conducta antisocial, es útil descartar en primer
lugar el diagnóstico de personalidad antisocial propia-
mente dicha. Por esta razón, yo investigo sistemática- .
mente la presencia potencial de conducta antisocial en
todos los pacientes con trastorno narcisista de la perso-
nalidad.

El trastorno antisocial de la personalidad

~ típi~~s__,q'--u_e_e_s_to_s~p--=a_c~ie_n~te_s__!_p_r_e_se_n'-t_e_n_un_t_r_a_st-:::o_r-::n_o
narcisista de la personalidad. Los síntomas típicos de la
personalidad narcisista en el ámbito del autoamor pato-
lógico son la autorreferencia y el autocentrismo excesivos;
la grandiosidad y las características derivadas del exlÍi-
bic:Wñfsm.o; una actitud excesiva de superioridad, teme-
ridad y ambición; dependencia excesiva de la admiración;
superficialidad emocional y estallidos de inseguridad exce-
s~ alternan con la grandiosidad. En el ámbito de las
{jj'taciones objetales patológicas) los síntomas que predo-
minan son la envidia inmoderada (consciente eincons-
ciente); la desvalorización de los demás como defensa con-
tra la envidia; la tendencia a la explotación puesta de
manifiesto como codicia; la apropiación de las ideas o los
bienes de los otros y una actitud de "tener derecho"; la
i~cidad para depEmder realmente de los otros en una
relación recíproca y una notable incapacidad ara la
em atía y el compromiso con los otros. l estado básico
del yo e estos pacientes se caracteriza por una sensación
~prueba de la incapacidad para aprender,

127
111111 Hn11H11ci(~11_c~i i~i~lamiento,
hambre de estímulos y una
N1111Hnci611 dil'usn de la falta de sentido de la vida.
Adum:í:-i, estos pacientes arcisistas presentan algún
grndo de atología del superyó,. ue incluye la incapacidad
para experimentar tristeza autorrefleja, oscilaciones pro-
tGndas del estado de ánimo, predominio de la verguenza
(en tanto contrastada con la culpa) en la regulación intra-
psíquica de la conducta social y un sistema de valores más
infantil que adulto: v~loran la belleza física, el poder, la
riqueza y la admiración de los otros -~n lugar de las,,
capacidades, los logros, la responsabilidad y la relación
con los ideales.
( El trastorno de la personalidad propiamente dicho
presenta una patología del superyó incluso más grave. La
éonducta antisocial de estos pacientes incluye Iamentira,
el robo, la falsificación, la estafa y la prostitución (rasgos
todos de tipo predominantemente "pasivo-agresivo"); el
asalto, el asesinato y el robo a mano armada son carac-
terísticos del tipo "agresivo" (Henderson, 19~9; Henderson
y Gillespie, 1969). En otras palabras, sería posible dife-
renciar clínicamente la orientación conductual agresiva,
sádica y por lo general también paranoide de algunos
pacientes con trastorno antisocial de la personalidad, del
tipo pasivo, explotativo, parasitario de otros.
Debe subrayarse que, en pacientes inteligentes pro-
venientes de un medio socioeconómico y cultural favorable
que presenten un tipo predominantemente pasivo-para-
sitario de conducta antisocial, los antecedentes infantiles
de esa conducta pueden parecer leves o incluso pasar
inadvertidos, sobre todo en algunas familias muy patoló-
gicas pero socialmente adaptativas. Por ejemplo, un
paciente había sido un alumno brillante en la escuela pri-
maria, la secundaria y la universidad, además de tener
éxito social y de haber sido un joven agraciado. Los padres
le perdonaban generosamente sus robos ocasionales; se

128
atribuía su falta de responsabilidad a que había sido mal-
criado y sobreprotegido por la madre y los abuelos, que
lo admiraban. Obtuvo un título de posgrado, se casó con
una mujer con la que mantuvo una relación marital apa-
rentemente normal durante quince años, y era cariñoso
con sus hijos. Al mismo tiempo estaba desfalcando a los
socios y a la empresa familiar. Mientras contraía deudas
desmesuradas, les hacía costosos regalos a amigos y aso-
ciados, parecía un Santa Claus durante todo el año y la
familia lo llevó al consultorio sólo cuando ocurrió el riesgo
de ser sentenciado a prisión por evadir impuestos.
La diferenciación crucial de la conducta antisocial
pasiva y agresiva como parte de un trastorno narcisista
de la personalidad, respecto del trastorno antisocial de 1a-
personalidad propiamente dicho, depende de la ausencia
en este último de la ca acidad ara sentir culpa y remor-

- imiento. Incluso después de enfrentar las consecuencias


d e su conducta antisocial, y a pesar de sus profusas pro-
testas de arrepentimiento, no se produce ningún cambio
en su conducta con las víctimas de su ataque o explota-
ción, ni hay ninguna preocupación espontánea por no
poder cambiarla.
Aunque el diagnóstico diferencial de la capacidad para
experimentar culpa y preocupación requiere el paso infe-
rencia! de evaluar la reacción del paciente al enfrentarse
con su omnipotencia y al colapso de ésta, otras caracte-
rísticas que reflejan esta incapacidad para la culpa y la
preocupación se ponen directamente de manifiesto en las
entrevistas. Por ejemplo, estos pacientes son incapaces de
imaginar una calidad ética en los demás. Después de
insistir ante el diagnosticador en que le dice la verdad y
de ser sorprendido sin embargo en una flagrante mentira,
el paciente puede reaccionar con vergüenza. Pero cuando
se le pide que empatice con la reacción del terapeuta, no
puede hacerlo; sólo llega a sentir que el terapeuta debe

129
de estar enojado porque se ha burlado de él. O bien el
paciente antisocial "confiesa" su culpa, pero sólo respecto
de las acciones en las que ha sido sorprendido, en flagran-
te contradicción con el remordimiento que al mismo tiem-
po dice que siente por su conducta pasada.
La incapacidad para investir relaciones no explotati-
vas con los demás determina que las relaciones sean tran-
sitorias, superficiales e indiferentes; no hay investidura
emocional ni siquiera en pequeños animales domésticos;
faltan valores morales internalizados y (ni hace falta
decirlo) capacidad para empatizar con esos valores en los
otros. El deterioro de la experiencia afectiva de estos
pacientes se expresa en el hecho de que no toleran ningún
incremento de la angustia sin desarrollar síntomas adi-
cionales o conductas patológicas; además son incapace_~
de enamorarse o sentir ternura en sus relaciones se-
-:--~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~.-----~

··xuales.
El paciente antisocial no tiene ningún sentido del paso
del tiempo ni de la planificación del futuro; no compara
la experiencia y la conducta presentes con las ideales a
las que se aspira; sólo prevé el remedio de los malestares
presentes y la reducción de la tensión logrando de inme-
diato la metas deseadas. No aprende de la experiencia, lo
cual expresa la misma incapacidad para concebir su vida
más allá del momento inmediato. Son bien conocidas sus
tendencias a la manipulación, a la mentira patológica y
a la racionalización endeble. Paulina Kernberg (comuni-
cación personal) ha acuñado la expresión "hombre holo-
grama" para designar a los pacientes que crean una ima-
gen vaga y etérea de sí mismos en las sesiones de
diagnóstico -una imagen que parece extrañamente des-
conectada de su realidad presente y de su pasado real,
una imagen que cambia de momento a momento a la luz
de los distintos ángulos de indagación y deja al diagnos-
ticador con una perturbadora sensación de irrealidad.

130
También en este caso, una vez realizado el diagnóstico
de estructura narcisista de la personalidad, la tarea diag-
nóstica crucial consiste en evaluar la gravedad de los ras-
gos antisociales presentados, su historia pasada y sus orí-
genes infantiles, y la capacidad subsistente en el paciente
para las relaciones objetales y el funcionamiento super-
yoico. La ausencia prácticamente total de capacidad para
las relaciones objetales no explotativas y de cualquier
dimensión moral en el funcionamiento de la personalidad
son los elementos clave para diferenciar la personalidad
antisocial propiamente dicha de los síndromes menos gra-
ves del narcisismo maligno y el trastorno narcisista de la
personalidad. Se puede llegar al diagnóstico tomando una
historia completa, explorando cuidadosamente el relato
del paciente, enfrentándolo con tacto con las partes oscu-
ras de ese relato, evaluando su interacción con el diagnos-
ticador y explorando sus reacciones al hecho de que se lo
enfrente con las contradicciones entre la información obje-
tiva sobre su pasado, su relato presente y su conducta.
Quizá sea muy útil explorar las reacciones del pacien-
te a la indagación sobre la conducta antisocial potencial,
inferible de lo que ha dicho pero que no ha reconocido. Por
ejemplo, preguntándole "¿Qué le impedía prostituirse?" a
una paciente cuya historia demuestra una tendencia
natural a la prostitución, o a un consumidor de drogas
"¿Por qué no se dedicaría a vender droga?", se pueden
poner a prueba las funciones superyoicas del paciente, así
como su sinceridad con el terapeuta. Desde luego, para
detectar sujetos que le mienten al terapeuta sin reconocer
que están mintiendo (muchas personalidades antisociales
reconocen que mienten pero siguen haciéndolo) hay que
recoger la historia de boca de los parientes, realizar inter-
venciones refinadas de trabajo social y contar con infor-
mes de las instituciones que han tenido que ver con el
paciente.

131
La consideración de las razones que tiene el paciente
para consultar al psiquiatra (quizá necesite un certificado
de salud para reinscribirse en una escuela o evitar pro-
cedimientos legales, lo cual lo lleva a un esfuerzo mani-
pulativo) es útil tanto en el diagnóstico como en el pro-
nóstico. La investigación de todos estos factores suele
requerir varias entrevistas; quizá sea necesario volver
una y otra vez a zonas de incertidumbre y confusión, y
evaluar repetidamente la reacción del paciente al enfren-
tarse con sus propias maniobras de engaño o con sus con-
tradicciones.
La contratransferencia con pacientes que presentan
una conducta antisocial acentuada puede proporcionar
una segunda línea de información. Las reacciones posibles
del terapeuta s~n una sensación de confusión; la tentación
de aceptar sin crítica lo que dice el paciente, o derecha-
zarlo desde una postura contratransferencial paranoide;
una "seudoneutralidad" protectora que oculta una desva-
lorización subyacente, o el deseo de huir de una situación
intolerable con una persona que implícitamente ataca los
valores fundamentales de las relaciones humanas. A mi
juicio, la oscilación del terapeuta entre una postura para-
noide y momentos de preocupazión por el paciente (en
otras palabras, una verdadera ambivalencia en su reac-
ción a estos sujetos) constituye una respuesta sana. Le es
útil al terapeuta presentarse como persona moral pero no
moralizante, justa pero no ingenua, que no rehúye el
enfrentamiento pero tampoco agrede. La confrontación
como recurso técnico supone reunir con tacto aspectos con-
tradictorios o confusos del relato, la conducta y/o el pasado
del paciente; no es un despliegue agresivo de críticas o
desacuerdos con el enfermo.
Por lo general, la posibilidad de que exista un trastor-
no afectivo mayor se puede descartar mediante una
anamnesis cuidadosa y exámenes del status mental; los

132
tests psicológicos proporcionan una ayuda adicional para
excluir el trastorno mental orgánico (por ejemplo, una epi-
lepsia del lóbulo temporal o un síndrome del lóbulo lím-
bico); estos trastornos pueden presentar conducta agre-
siva explosiva. También ayudan a excluir un trastorno
esquizofrénico atípico, tal como la "esquizofrenia seudo-
psicopática". Cuando la conducta antisocial se desarrolla
en la adultez mediana o tardía, junto con pérdida de la
memoria y del razonamiento abstracto superior, quizás
haya que investigar la posibilidad de que existan trastor-
nos mentales orgánicos crónicos, lo que requiere, además
de tests psicológicos, estudios neurológicos, radiológicos
y electroencefalográficos.
Si ha sido posible excluir el diagnóstico de personali-
dad antisocial propiamente dicha, a continuación corres-
ponde considerar las categorías diagnósticas del trastorno
narcisista de la personalidad con síndrome de narcisismo
maligno, o de la personalidad narcisista con prevalencia
de tendencias antisociales pasivo-parasitarias.

El narcisismo maligno

Estos pacientes, que se caracterizan por un trastorno


naréisista de la personalidad, conducta antisocial, sadis-
mo yo-sintónico o una agresión con anclaje caracterológi-
co, y una orientación paranoide, conservan en contraste
~la personalidad antisocial propiamente dicha, la capa-
cidad para la lealtad y la preocupación por los demás, y
para sentir culpa; ~on capaces de concebir que otras per-
sonas tienen preocupaciones y convicciones morales; con:
sideran su.propio pasado y planifican el futuro con una
actitud realista.
Su sadismo yo-sintónico puede expresarse en unal
"ideología" consciente de autoafirmación agresiva pero, j

133
con mucha frecuencia, también en tendencias suicidas yo-
sintónicas crónicas. Estas tendencias suicidas no surgen
como parte de un síndrome depresivo, sino en crisis emo-
cionales, o incluso inesperadamente, con la fantasía sub-
yacente (consciente o inconsciente) de que poder quitarse
la vida refleja superioridad y triunfo sobre el miedo habi-
tual al dolor y la muerte. En la fantasía de estos pacien-
tes, suicidarse es ejercer un control sádico sobre los demás
o "salir" de un mundo que sienten que ellos no pueden
controlar.
La orientación paranoide de estos sujetos (cuya psi-
codinámica refleja la proyección sobre otros de los precur-
sores sádicos no integrados del superyó) se pone de mani-
fiesto en la experiencia exagerada de los demás como
ídolos, enemigos o tontos. Estos pacientes son propensos
a la regresión en episodios micropsicóticos paranoides en
el curso de la psicoterapia intensiva; ilustran del modo
más dramático la complementariedad de las interacciones
paranoides y antisociales en el reino interpersonal (Jacob-
son, 1971b; Kernberg, 1984). Algunos de ellos presentan
una conducta antisocial racionalizada (por ejemplo, como
líderes de pandillas sádicas o de grupos terroristas). Una
autoimagen idealizada y una ideología sádica, yo-sintó-
nica, interesada, racionaliza la conducta antisocial y pue-
de coexistir con la capacidad ·de ser leal a los camaradas.

Los trastornos narcisistas de la personalidad


con conducta antisocial

Estos pacientes presentan una diversidad de conduc-


tas antisociales, la mayoría de ellas de tipo pasivo-para-
sitario, restos de conducta moral autónoma en algunas
zonas y explotación despiadada en otras. No demuestran
sadismo yo-sintónico, agresión dirigida contra sí mismos

134
ni la orientación paranoide abierta, típica del narcisismo
maligno. Tienen capacidad para experimentar culpa, pre-
ocupación por los otros y lealtad a ellos, y para la percep-
ción adecuada de su pasado; pueden concebir con realismo
y planificar el futuro; en algunos casos, lo que parece una
conducta antisocial es sólo una manifestación de la inca-
pacidad para comprometerse profundamente en relacio-
nes de largo alcance. Prevalecen los tipos narcisistas de
la promiscuidad sexual, la irresponsabilidad en el trabajo
y la explotación emocional o económica de los demás, aun-
que estos pacientes aún pueden cuidar de otros en ciertas
áreas y mantener la responsabilidad social común en las
interacciones interpersonales más distantes.

Otros trastornos graves de la personalidad


con rasgos antisociales

El nivel siguiente de la patología, con implicaciones


menos negativas de terapia y pronóstico, es la conducta
antisocial en trastornos de la personalidad que no son
narcisistas. Éstos son pacientes con organización límite
de la personalidad y narcisismo no patológico. Son ejem-
plos típicos los trastornos de la personalidad infantil, his-
triónico, histeroide o del tipo 3 y 4 de Zetzel (que no hay
que confundir con la personalidad histérica propiamente
dicha; véase el capítulo 4), y el trastorno paranoide de la
personalidad: éstos son los dos trastornos de la persona-
lidad de este grupo que con más frecuencia presentan con-
ducta antisocial. En la personalidad infantil no es infre-
cuente la seudología fantástica; "el impulso paranoide de
traicionar" (Jacobson, 1971a) ilustra el carácter traicio-
nero en un contexto paranoide. Según mi experiencia, la
mayoría de los pacientes con trastornos facticios (síntomas
psicológicos y/o físicos), juego patológico, cleptomanía,

135
piromanía y simulación de enfermedad, si no presentan
un característico trastorno narcisista de la personalidad
forman parte de este grupo de trastornos de la persona-
lidad con rasgos antisociales.

Los trastornos neuróticos de la personalidad


con rasgos antisociales

En este grupo encontramos a los criminales por sen-


timiento (inconsciente) de culpa de Freud (1916). Estos
pacientes son de gran interés clínico, debido a que su con-
ducta antisocial dramática aparece en el contexto de una
organización neurótica de la personalidad y tiene un pro-
nóstico excelente con tratamiento psicoterapéutico y psi-
coanalítico.
Un paciente con un trastorno obsesivo-compulsivo de
la personalidad robaba objetos poco importantes de los
lugares públicos en los que trabajaba, exponiéndose a la
posibilidad humillante de que lo sorprendieran y lo ame-
nazaran con despedirlo. Por fortuna, una evaluación psi-
quiátrica refinada realizada por un colega proporcionó
información para proteger el futuro de ese paciente mien-
tras se iniciaba el tratamiento. Aunque estos casos son
relativamente raros, la enorme diferencia entre su pro-
nóstico y el de los grupos mencionados antes justifica una
evaluación cuidadosa de la estructura de la personalidad
en cada caso de conducta antisocial.

La conducta antisocial como parte


de una neurosis sintomática

Esta categoría se refiere a la conducta antisocial oca-


sional como parte de la rebeldía adolescente, en los tras-

136
tornos de la adaptación y en la presencia, en muchos
casos, de un ambiente social facilitador que alienta la
canalización de los conflictos psíquicos como conducta
antisocial.

La reacción disocial

Este síndrome relativamente raro se refiere a la adap-


tación normal y/o neurótica a un ambiente social o sub-
grupo anormales. En la práctica clínica, la mayoría de
estos pacientes presentan algún tipo de trastorno de la ·
personalidad que facilita su adaptación acrítica a un sub-
grupo social con conducta antisocial.

CONSIDERACIONES SOBRE EL PRONÓSTICO


Y LA TERAPIA

El tratamiento de la conducta antisocial es esencial-


mente psicoterapéutico, salvo, desde luego, cuando apa-
rece en el contexto del trastorno mental orgánico o de una
enfermedad psicótica. Los niveles de gravedad de la con-
ducta antisocial que he descrito corresponden al pronós-
tico con el tratamiento psicoterapéutico. El primer nivel,
el trastorno antisocial de la personalidad propiamente
dicho, tiene el pronóstico más pobre, al punto de que casi
ninguno de estos pacientes responde a los enfoques psi-
coterapéuticos comunes. No obstante, ~
tra~torno antisocial de la personalidad en la niñez (el
"trastorno de conducta" del - 11-R) tiene un pronós-
tico más favorable, y se han obtenido resultados alenta-
dores del tratamiento de estos niños en escenarios rJIBi-
denciales especializados (Diatkine, 1983). El "trastorno
de conducta agresiva no"socializada" parece tener el pro-

137
1111111.iro 1111•110H 1'11vornble. Este diagnóstico corresponde a
lo q11n ( ' fl ul JJSM-III-R se denomina "tipo agresivo soli-
tario".
En cuanto a los pacientes adultos, la psicoterapia sin
internación de los trastornos antisociales de la persona-
lidad ha sido muy desalentadora. Creo que aún no sabe-
mos si la comunidad terapéutica especializada es eficaz
a largo plazo. El tratamiento extenso con internación en
hospitales o sistemas carcelarios cerrados especializados
parece eficaz en algunos casos, en particular cuando el
control ambiental firme e incorruptible se combina con la
terapia en grupos constituidos por presos-pacientes delin-
cuentes (Reíd, 1981).
La primera tarea en la evaluación de los pacientes
externos comunes con conducta antisocial consiste en
establecer con cuidado el diagnóstico diferencial al que
nos hemos referido, y después separar los trastornos de
la personalidad con pronóstico más favorable de la per-
sonalidad antisocial propiamente dicha. La segunda
tarea es proteger el ambiente social inmediato del
paciente de las consecuencias de la conducta de éste,
ayudar a protegerse a los miembros de la familia y
proporcionarles información y consejo, con tacto pero
también con franqueza, sobre esta psicopatología y su
pronóstico. El hecho de que, como lo han señalado inves-
tigadores y clínicos, el trastorno antisocial de la perso-
nalidad tienda a extinguirse en la adultez media y tardía
puede procurarle alguna esperanza a largo plazo, o por
lo menos algún consuelo, a la familia del paciente
(Glueck y Glueck, 1943).
Como tercera tarea, corresponde crear condiciones
realistas para el tratamiento que se intente, sea cual fue-
re, eliminando todas sus ganancias secundarias (por ejem-
plo, eludir la ley o una dependencia parasitaria respecto
de los padres u otros sistemas de apoyo social).

138
El pronóstico del tratamiento del narcisismo maligno,
aunque reservado, es significativamente mejor que el de
la personalidad antisocial propiamente dicha; en el curso
de la psicoterapia psicoanalítica intensiva y prolongada,
algunos de estos p~cientes logran de modo gradual que
su conducta antisocial y la correspondiente conducta
transferencia! manipuladora y explotadora se conviertan
en resistencias predominantemente paranoides. Esas
resistencias paranoides pueden incluso llevar a una psi-
cosis transferencia! paranoide, pero también es posible,
si esa regresión se contiene y maneja en la psicoterapia,
que se transformen poco a poco en las transferencias más
comunes, características de los trastornos narcisistas gra-
ves de la personalidad. Una. limitación a esos tratamien-
tos es la que presentan los pacientes cuya conducta agre-
siva constituye una amenaza potencial para otros, incluso
para el psicoterapeuta; antes de .e mprender la psicotera-
pia intensiva debe evaluarse la posibilidad de que haya
una violencia peligrosa relacionada con reacciones trans-
ferenciales paranoides pronunciadas.
El tratamiento de los pacientes con personalidad nar-
cisista y rasgos antisociales puede seguir las etapas acos-
tumbradas de la psicoterapia intensiva con este trastorno
de la personalidad. Por lo general, con estos pacientes se
indica psicoterapia psicoanalítica y no un psicoanálisis
propiamente dicho, lo mismo que para otros trastornos
graves de la personalidad que presentan rasgos antiso-
ciales. Con los pacientes en los que la conducta antisocial
expresa una culpa inconsciente (es decir, en la organiza-
ción neurótica de la personalidad) está indicado el trata-
miento psicoanalítico.

139
1,/\ l '.'i 1<:OJHNÁMICA DEL NARCISISMO MALIGNO
Y DE LA PERSONALIDAD ANTISOCIAL

A mi juicio, los descubrimientos psicodinámicos sobre


los pacientes con narcisismo maligno abren el camino a
una comprensión psicoanalítica de la estructura intra-
psíquica y el mundo interno de relaciones objetales del
trastorno antisocial de la personalidad propiamente dicho.
· La transferencia del paciente con narcisismo maligno
refleja una formación superyoica temprana defectuosa, y
también el fracaso en la consolidación de relaciones obje-
tales totales en el contexto de la integración de la iden-
tidad del yo. En esencia, los primeros precursores sádicos
del superyó dominan al paciente al punto de que los pre-
cursores ulteriores idealizados no pueden neutralizarlos;
la integración del superyó está bloqueada, y los introyec-
tos superyoicos más realistas del período edípico son en
gran medida inaccesibles. Las expectativas o prohibicio-
nes realistas de los objetos parentales han sido desvalo-
rizadas o transformadas en amenazas persecutorias.
Estos pacientes dan la impresión de que su mundo de
relaciones objetales ha experimentado una transforma-
ción maligna, que lleva a la desvalorización y al esclavi-
zamiento sádico de las relaciones objetales internalizadas
potencialmente buenas, por parte de un sí-mismo no inte-
grado pero cruel, omnipotente y "loco" (Rosenfeld, 1971).
El sí-mismo patológico, grandioso y sádico reemplaza a los
precursores sádicos del superyó, absorbe toda la agresión
1

y transforma en una estructura anormal del sí-mismo lo


que en otra situación sería los componentes sádicos del
superyó. Esto se opone a la internalización de los compo-
nentes superyoicos ulteriores, más realistas.
Estos pacientes experimentan los objetos externos
como omnipotentes y crueles. Sienten que las relaciones
objetales afectuosas, recíprocamente gratificadoras, no

140
sólo pueden ser destruidas con facilidad sino que además
contienen las semillas de un ataque del objeto omnipoten-
te y cruel. Un modo de sobrevivir es la sumisión total.
Una ruta siguiente consiste en identificarse con el objeto,
lo que le procura al sujeto una sensación de poder, de
estar libre de miedo y de que el único modo de relacionar-
se con los otros es gratificando la propia agresión. Una
ruta alternativa es adoptar un modo de comunicación fal-
so y escéptico, renegar de la importancia de las relaciones
objetales y convertirse en un espectador inocente, en lugar
de identificarse con el déspota cruel o de someterse a él
de modo masoquista.
Mis limitadas experiencias de intento de exploración
psicodinámica de pacientes con personalidad antisocial
propiamente dicha, junto con los d~cubrimientos deriva-
dos de la psicoterapia y el psicoanálisis intensivos de
pacieñtes con narcisismo maligno, me llevan a proponer
Ja;""
, - -sig:ujentes consideraciones tentativ:as.
.......

Estos pacientes dan la impresión de que han padecido


la agresión salvaje de sus objetos parentales, y con fre-
cuencia informan haber observado y experimentado la vio-
lencia a principios de la infancia. También transmiten que
están totalmente convencidos de la impotencia de cual-
quier relación objeta! buena: los buenos, por definición,
son débiles e inconfiables, y el paciente demuestra des-
preciar a quienes percibe siquiera vagamente como obje-
tos potencialmente buenos. En contraste, a los poderosos
se los necesita para sobrevivir, aunque también son no fia-
bles e invariablemente sádicos. El dolor de tener que
depender de objetos parentales poderosos, desesperada-
mente necesitados, pero sádicos, se transforma en ira y
se expresa como ira -en su mayor parte proyectada-,
con lo cual se exagera aún más la imagen sádica de los
objetos malos poderosos que se convierten en tiranos sádi-
cos imponentes. En ese mundo, que recuerda al de 1984

141
dC1 ( :('orgo Orwell (1949), la agresión prevalece pero es
impredecible, y esa impredecibilidad excluye la sumisión
al tirano sádico y le impide al paciente idealizar el sistema
sádico de valores del agresor.
El hecho de que no logre ninguna idealización de los
objetos diferencia a la personalidad antisocial propiamen-
te dicha, por un lado, de la agresión "justa y buena" del
paciente con narcisismo maligno, el que por lo menos ha
encontrado alguna posibilidad de condensar el sadismo y
la idealización identificándose con un tirano cruel idea-
lizado. El fracaso en la idealización también impide que
el paciente antisocial intente una sumisión masoquista a
una autoridad predecible aunque sádica. El paciente está
profunda y totalmente convencido de que sólo puede fiarse
de su propio poder, y de que el placer del control sádico
es la única alternativa al sufrimiento y la destrucción del
débil. En ese mundo, se necesita (para parafrasear a Paul
Parin [1971)) "temer al prójimo como te temes a ti mis-
mo", y desvalorizar todos los vínculos ·debilitantes con los
otros. 1

Hasta ahora nos hemos concentrado en el trastorno


antisocial de la personalidad predominantemente agre-
sivo. El trastorno antisocial pasivo-parasitario, en contras-
te, ha hallado una salida de la gratificación a través del
poder sádico, renegando de la importancia de todas las
relaciones objetales e idealizando regresivamente la gra-
tificación de las necesidades receptivo-dependientes (comi-
da, objetos, dinero, sexo, privilegios) y el poder simbólico
que se ejerce sobre los otros al extraer de ellos esas gra-
tificaciones. El propósito de la vida es obtener las provi-
siones que se ne..::esitan, ignorando a los demás como per-
sonas y protegiéndose uno mismo del castigo vengativo.
Comer, defecar, dormir, copular, sentirse seguro, vengarse,
sentirse poderoso, estar excitado, todo ello sin ser descu-
bierto por el mundo circundante peligroso aunque anóni-

142
mo, constituye una especie de adaptación a la vida, por
más que sea la adaptación de un lobo disfrazado para
vivir entre las ovejas, para quien el peligro proviene de
los otros lobos disfrazados como él, contra los cuales se eri-
ge una protectora pusilanimidad "de oveja". Esta estruc-
tura psicológica permite negar la agresión y transformarla
en explotación despiadada.
En pacientes con narcisismo maligno, algunos precur-
sores idealizados del superyó ya han sido arrastrados al
sí-mismo patológico grandioso infiltrado de agresión, faci-
litando por lo menos un sentido consolidado del sí-mismo,
de su continuidad en el tiempo y, por medio de la proyec-
ción, también una sensación de estabilidad y predecibi-
lidad del mundo de los otros poderosos y peligrosos. El
narcisismo patológico, la grandiosidad yo-sintónica, la
conducta antisocial y el alerta paranoide de estos pacien-
tes les permiten controlar su mundo interno de relaciones
objetales. Ese sí-mismo patológico grandioso los protege
al mismo tiempo de los conflictos insoportables que rodean
a la envidia primitiva y atormentan a la personalidad nar-
cisista menos protegida. En cambio, la personalidad anti-
social propiamente dicha es protegida de la envidia ira-
cunda sólo por la apropiación agresiva y violenta o por la
explotación pasivo-parasitaria de los otros.
Zinoviev (1984) ha realizado un estudio de los grupos
y las instituciones sociales de los regímenes políticos tota-
litarios, en los que las imágenes de la autoridad moral se
proyectan sobre la jerarquía suprema del sistema, como
figuras externas y "persecutorias". Zinoviev subraya la
corrupción social generalizada que es consecuencia de esa
estructura social y que puede afectar la conducta pública
de grandes segmentos de la población. Su descripción dra-
mática de la corrupción general de la vida pública en tales
circunstancias ilustra el hecho de que la conducta moral
del individuo depende de la estructura social circundante.

143
l•:I 1;11110:-;o experimento de Milgram (1963) indica que la
obediencia acrítica a la autoridad puede llevar con faci-
lidad a participar sin sentimientos de culpa en conductas
sádicas, incluso en los niveles altos de la organización psi-
...- cológica y en una atmósfera de libertad social. La realidad
. de la pernonalidad antisocial es la pesadilla de la persona
normal; la realidad de la persona normal es la pesadilla
( del psicópata.

144
Parte III

Aplicaciones clínicas de la teoría


de las relaciones objetales


1
1

•'
i
·'i'
f

'~
6. LA TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES
EN LA PRÁCTICA CLÍNICA

Permítaseme decir en primer lugar que la técnica psi-


coanalítica basada en la teoría de las relaciones objetales
de la psicología del yo tiene como cimiento el supuesto de
que los afectos son centrales en la situación psicoanalítica.
Siguiendo a Fenichel (1941), yo creo que los factores
económicos, dinámicos y estructurales proporcionan los
criterios óptimos para decidir cuándo, qué y cómo inter-
pretar los conflictos inconscientes del paciente, sus aspec-
tos defensivos e impulsivos y -añadiría- las relaciones

'
1

1
''
objetales internalizadas inconscientes en las que están
insertados. El criterio económico para el material a inter-
pretar en cualquier sesión o fragmento de sesión psicoa-
nalítica es que ese material esté relacionado con la dis-
posición afectiva dominante del paciente. Esta disposición

~
.o estado afectivo no es necesariamente consciente, y puede
haber sido inferido a partir de las asociaciones libres del
~ sujeto, de su conducta no verbal y de la atmósfera general
creada por la confluencia de la transferencia del paciente
con la contratransferencia del analista.
El estado afectivo siempre señala la activación de una
relación objetal inconsciente entre un aspecto de la repre-
serrtación del sí-mismo y una representación objetal

147
1·11nw1po11diente. El conflicto entre impulso y defens11.'"s.e
p1'1 HPlll.:t COllH)_~~n conflicto entre dos relaciones obj~es
1

i11t.1•rnalizadas: una, activada defensivamente, y otra


do111 i nada por el impulso, que es rechazada. La fanta;ía
(11c0nl:l_~iente, las apetencias y los miedos activadOseñla
H.Qsión · esas relaciones objetales internali~s~
'.
,)
',.J
_)
;/ t1 _ Creo ue una representación del sí-mismo una repre~
~ntación de objeto y un esta o afectivo u las vincula
son las unidades esenciales de la estructura psíquica per-
tinentes para la exploración psicoanalítica. Las puls10ñes
sexual y agresiva siempre surgen en el contexto de :reG-
ciones ob. etales internalizadas, organizadas por estados
,afectivos que, al mismo tiempo, son indicadores de es as
pulsiones (jerárquicamente superiores). Para decITIOcle
-Ot.ro modo: si, como sostenía Freud (1915a), el único cono-
cimiento que tenemos de las pulsiones nos llega a través
de sus representaciones mentales y de los afectos, esas
representaciones corresponden al sí-mismo y a un objeto,
vinculadas por un estado afectivo dominante.
En la práctica, mi enfoque requiere que al principio
de cada sesión, antes de intervenir, aguardemos que las
comunicaciones verbales y la conducta no verbal del
paciente, la atmósfera emocional general y nuestra con-
tratransferencia nos guíen hacia el tema afectivamente
dominante. Desde luego, a veces el analista experimenta
fuertes presiones internas que lo impulsan a intervenir
con interpretaciones basadas en lo que ha sucedido en una
sesión anterior, en respuesta a un tema que parece tener
urgencia para el paciente o siguiendo alguna información
obtenida en una fuente externa. La disposición del
analista a explorar esas presiones desde dentro, lo mismo
que la nueva información proporcionada por el paciente
en la sesión, debe permitir la identificación gradual de lo
que domina afectivamente en el momento.
En este sentido, hay que cuestionar la recomendación

148
de .f üon (1967) de que el analista proceda "sin memoria
ni deseo". La "memoria" del analista al comienzo de la
sesión puede ser lo que precisamente tenga que conside-
rar (y no eliminar de su conciencia); las fuertes apetencias
de influir sobre el paciente en cierta dirección (el "deseo")
pueden reflejar la contratransferencia del analista. Todas
estas consideraciones nos ayudan a determinar lo que
domina económicamente (es decir, afectivamente) en la
sesión.

LA RELACIÓN OBJETAL DOMINANTE, EL CONTENIDO


AFECTIVO Y EL ANÁLISIS DE LA TRANSFERENCIA

El "encuadre" psicoanalítico (la regularidad de las


sesiones, los arreglos temporales y físicos, la regla de la
asociación libre para el paciente y de la abstinencia y la
neutralidad técnica para el analista) establece la escena
para una relación objetal potencial "real", "objetiva" o
"normal". Esta relación incluye al analista como oyente.
interesado, objetivo pero preocupado y favorablemente
dispuesto, que respeta la autonomía del paciente; y al
paciente, como alguien que espera ayuda para compren-
der mejor sus conflictos inconscientes. Esta relación rea-
lista, basada en la conciencia que el paciente tiene del
analista como persona inteligente, bondadosa, preocupada
por él, y no juzgadora, facilita el desarrollo de un proceso
psicoanalítico. Sin duda incluye la percatación realista por
el paciente de los rasgos de la personalidad del analista
tal como éstos surgen en la interacción.
En este proceso el paciente puede hacer una regresión
como consecuencia de la interpretación de las defensas
que habitualmente lo protegerían de ese fenómeno. El
proceso regresivo cambia la naturaleza de la relación obje-

149
tn 1, q uo pmm de ser "realista" a quedar controlada por la
constelación dominante de transferencia-contratransfe-
rencia en la cual están insertados los aspectos defensivos
e impulsivos de los conflictos inconscientes del paciente.
Esta relación objeta} inconsciente en la transferencia está
bajo el control de una disposición afectiva que difiere de
la inicial sensación "objetiva" de seguridad y ausencia de
riesgo proveniente de la relación objeta} "real" definida
or el encuadre psicoanalítico.
Cualquier situación psicoanalítica incluye entonces:
1) los residuos de la relación objetal "objetiva" determi-
nada por el encuadre psicoanalítico; 2) una relación obje-
ta! correspondiente a la transferencia prevaleciente, y 3)
una relación objeta} correspondiente a un tema afectiva-
- mente dominante en la sesión. En la práctica, la relación
objeta} reflejada en el afecto dominante por lo general
coincide con la relación objeta} dominante en la transfe-
rencia; esto facilita la decisión del analista de interpretar
el material afectivamente dominante cuando surge en la
transferencia. Sin embargo, a veces la relación objeta!
afectivamente dominante está relacionada con una situa-
ción externa a la transferencia, comunicada por el conte-
nido de lo que el paciente dice o hace. O quizá, contra el
fondo de una cierta disposición transferencia! habitual,
un conflicto agudo de la vida del paciente active otra
relación objeta} afectivamente cargada que puede volverse
temporariamente dominante en una sesión. En este caso,
el dominio afectivo prevalece sobre el transferencia! en la
determinación de la interpretación del analista.
A veces el paciente presenta material concerniente a
su relación con algún otro, y el analista, al tratar de cla-
rificar esta relación, encuentra que un aspecto de la trans-
ferencia se inmiscuye significativamente en el proceso
comunicativo. Entonces surge una resistencia transferen-
cia! como barrera a la exploración completa de lo que ini-

150
cialmente parecía una cuestión externa a la transferencia.
El dominio afectivo ha pasado desde otro tema a la trans-
ferencia en sí, y esto requiere que el analista concentre
su interpretación en la transferencia, antes de continuar
con el otro tema. En los pacientes con una patología grave
del carácter, en particular en los que presentan fuertes
rasgos de personalidad narcisista, paranoide o esquizoide,
la infiltración de resistencias transferenciales que reflejan
la patología prevaleciente del carácter puede ser tan gene-
ral que, a los fines prácticos, todo el material resuena
inmediatamente con los problemas dominantes de la
transferencia.
Y hay pacientes, en particular los que presentan una
patología caracterológica narcisista, en los cuales la resis-
tencia generalizada contra una pauta transferencia!
dominante también debilita la relación objetal "objetiva"
inicial; es como si la relación entre dos personas que se
encuentran en la misma habitación fuera impersonal. No
se pone de manifiesto ningún signo de una relación con
carga afectiva; toda la comunicación parece mecánica,
desanimada, incluso deshumanizada. Creo que estas con-
diciones estaban implícitas en la descripción realizada
por Winnicott (1971, pág. 103) de un "espacio" psíquico
entre el paciente y el analista, un espacio en el cual pue-
den surgir fantasías cargadas de afecto, un espacio de
relaciones emocionales fantaseadas que damos por sen-
tadas en el psicoanálisis del paciente neurótico. (Véase
en el capítulo 9 una consideración más amplia de este
tema.) La evaluación intuitiva de este espacio por el ana-
lista mediante su contratransferencia constituye un "ter-
cer canal" de comunicación para la transferencia. (El "pri-
mer canal" se refiere a la comunicación por el paciente
de su experiencia subjetiva, y el "segundo canal" es la
observación por el analista de la conducta no verbal del
paciente.) Si persiste la obliteración de este espacio psí-

151
quico, tal vez haya que dedicarle un análisis sistemático.
Con la desaparición del espacio analítico, el tema afectivo
dominante se vuelve conspicuo por su ausencia. Lo que
está "ausente" es de hecho una defensa mucho más pre-
sente (una relación objeta! implícita, fantaseada) contra
un impulso dirigido hacia el analista, y esto es lo que hay
que interpretar.
Por lo común, en el tratamiento de pacientes con una
organización neurótica de la personalidad, los canales de
la comunicación verbal y no verbal exceden en mucho la
importancia del análisis del espacio analítico y de la con-
tratransferencia. Si bien cuando un paciente hace una
regresión temporaria, en el tratamiento se pueden activar
reacciones contratransferenciales profundas y fuertes,
sólo en las patologías graves del carácter y en la organi-
zación límite de la personalidad esa contratransferencia
se convierte en una verdadera fuente esencial de informa-
ción sobre los desarrollos de la transferencia, y adquiere
una función central en la determinación del dominio afec-
tivo y la investigación de la relación objeta! vinculada a
esta disposición afectiva.

LA TRANSFERENCIA Y LA INTERPRETACIÓN
DE LA TRANSFERENCIA

El aporte básico de la teoría de las relaciones objetales


al análisis de la transferencia consiste en ampliar el mar-
co de referencia dentro del cual se exploran las manifes-
taciones transferenciales, de modo que se puedan com-
prender e interpretar las complejidades crecientes de la
regresión transferencia! en pacientes con niveles profun-
dos de psicopatología. En la práctica, la transferencia de
. los pacientes con una psiconeurosis clásica o con una pato-
{. logía caracterológica en una organización neurótica de la

152
personalidad aún puede comprenderse como la repetición
inconsciente, en el "aquí y ahora", de relaciones patógenas
del pasado: más concretamente, como la escenificación de
un aspecto del sí-mismo infantil inconsciente del paciente
en su relación con representaciones infantiles (también
inconscientes) de los objetos parentales.
El hecho de que los pacientes neuróticos hagan regre-
siones a un sí-mismo infantil relativamente integrado
aunque inconsciente y reprimido, que se relaciona con
representaciones relativamente integradas aunque
inconscientes de los objetos parentales, hace que estas
transferencias sean muy fáciles de comprender e interpre-
tar: lo que se activa en la transferencia es la relació:o
inconsciente con los progenitores del pasado, que incluy~
l~ctas realistas y fantaseados de tales relaciones y
l¡:¡__~ defensas contra ellos. El aspecto inconsciente del sí-
mismo infantil porta consigo una apetencia concreta que
refleja un derivado de la pulsión dirigida hacia esos obje-
tos parentales y un miedo fantaseado por los peligros
involucrados en la expresión de esta apetencia. Lo gue se
subraya en la teoría de las relaciones objetales de la psi-
cología del yo es que incluso en estas escenificaciones
transferenciales relativamente simples, siempre se acti-
van unidades diádicas básicas de una representación dcl
~ismo y una representación objeta! vinculadas por lJJ1
c~afecto, y que estas unidades reflejan los aspectos
~nsivos o impulsivos del conflicto. Más exactamente,
una fantasía inconsciente que refleja una organización de
impulso-defensa se activa típicamente primero en la for-
ma de la relación objetal que representa el lado defensivo
del conflicto, y sólo después mediante la relación objetal
que refleja el lado impulsivo.
Por ejemplo, una paciente neurótica con estructura
masoquista de la personalidad interpretaba mal mis
comentarios como críticas devastadoras, precisamente en

153
loH momentos en que sentía que nuestra relación de tra-
bajo era buena. Entonces se encolerizaba conmigo, cues-
tionándome, desafiándome y acusándome de tratar de
controlarla como lo había hecho su madre. Yo comprendía
que su conducta significaba que nuestro trabajo conjunto
había activado en ella la fantasía inconsciente de que yo
'estaba seduciéndola sexualmente como su padre (fantasía
derivada, a su vez, de la proyección sobre mí de apetencias
edípicas positivas subyacentes). Ella se defendía de modo
masoquista experimentándome a mí como su madre ser-
moneadora, y experimentándose ella misma como una
niña impotente.
Mi interpretación se centró en la idea que tenía de mí
como su madre crítica después de sentir que yo la había
ayudado y de haber ella expresado su aprecio; esto per-
mitió la emergencia gradual de sentimientos positivos
más directos, con una mezcla de excitación erótica y miedo
a que yo me convirtiera en un padre seductor. Entonces
interpreté ese miedo como expresión de su proyección
sobre mí de impulsos sexuales que ella misma no se ani-
maba a experimentar de modo directo. A continuación se
produjo una expresión más directa de fantasías edípicas
positivas sobre mí.
¿Qué es lo que añade un enfoque de relaciones obje-
tales a estas formulaciones relacionadas con la transfe-
rencia? En primer lugar, realza el conjunto coherente de
unidades diádicas (una representación del sí-mismo que
interactúa con una representación objetal bajo el dominio
de un cierto afecto) y enmarca la experiencia de las fan-
tasías, las apetencias y los miedos inconscientes concretos.
En segundo lugar, considera cada organización de defen-
sa-impulso como reflejada en dos unidades opuestas, de
modo que tanto la defensa como el impulso se reflejan en
una relación fantaseada entre el sí-mismo y el objeto. En
tercer término, incluso en el nivel neurótico de la pato-

154
logía se puede observar un proceso que adquiere preva-
lencia con la psicopatología más profunda: la rápida inver-
sión o alternancia entre la activación de la representación
del sí-mismo del paciente y la representación objetal pro-
yectada sobre el analista, y otros momentos en los que el
paciente escenifica una identificación con esa represen-
tación objeta!, mientras proyecta la representación del sí-
mismo sobre el analista. Cuando la paciente masoquista
me experimentaba como reprendiéndola agresivamente,
por lo cual se sentía agredida y maltratada, me atacaba
iracunda, de un modo que hacía claramente eco a su des-
cripción de la conducta de la madre. A mí, temporaria-
mente paralizado por su violenta embestida, me resultaba
difícil interpretarle la situación. En otras palabras, cuan-
do los paciente.:; hacen una regresión temporaria, se pro-
duce tanto una intensificación como una primitivización
del afecto que refleja al correspondiente derivado pulsio-
nal, y aparece una proclividad a inversiones rápidas de
las identificaciones con el sí-mismo o el objeto, lo cual pue-
de comprenderse e interpretarse con más facilidad en el
seno del marco organizador de las relaciones objetales
internalizadas.
Al examinar de ese modo novedoso la naturaleza de
las Íde~tificaciones en la transferencia, postulo que toda
identificación es una identificación con una relación con
~m objeto, y no con el objeto. Propongo además que en la
relación el paciente se identifica tanto con el sí-mismo
como con el objeto, y es posible que vuelva a interpretar
los roles de uno u otro. Creo que esta conceptualización
echa nueva luz sobre la observación de Freud (1915a) en
cuanto a que una pulsión puede padecer, entre otras
cosas, las vicisitudes de la inversión en su opuesto y de
encontrar el objeto en el sí-mismo del sujeto. Freud tam-
bién subraya que por lo general la vida mental es gober-
nada por la dicotomía -del sujeto (yo) y el objeto (el mun-

155
do oxturno), del placer y el dis lacer, de lo activo y lo pasi-
._vº== A ia luz de la teoría de las relaciones objetales, a
expresión de un impulso "activo" -por ejemplo, la agre-
sión- que fue primero experimentado pasivamente, se
puede comprender como la activación de una representa-
ción del sí-mismo bajo un ataque experimentado subjeti-
vamente del objeto, o también como la activación de una
identificación con la representación objetal de esa interac-
ción. La "identificación con el agresor", también ilustrada
en mi ejemplo y ahora conceptualizada como consecuencia
de la identificación con el sí-mismo y el objeto, presenta
un caso de la transformación de una expresión funcional
pasiva en activa.
La expresión de un impulso contra el sí-mismo, en
tanto opuesta a la expresión de ese impulso contra un
objeto, también se puede comprender como una identifi-
cación con un objeto atacante. Por ejemplo, la paciente
masoquista que me atacaba cuando se sentía estimulada
eróticamente en la transferencia, escenificaba la conducta
punitiva de la madre (reflejada en su identificación super-
yoica con ésta) mientras proyectaba sobre mí su represen-
tación de sí misma sometiéndose a la madre de modo
masoquista. El conflicto estructural entre el superyó y el
yo era escenificado en la transferencia con una relación
objeta} "con las funciones invertidas". Ella escenificaba_
una relación objetal defensiva masoquista, derivada de la
internalización de la interacción agresivo-sumisa con la
madre. En correspondencia con esto, internalizaba a la
madre atacante como parte del superyó (dando origen a
la conducta masoquista), y en una distorsión caractero-
lógica secundaria también como parte de su yo (en la iden-
tificación caracterológica con la conducta hostil de la
madre). En.otros momentos, la paciente escenificaba otras
identificaciones yoicas, como la hija en sumisión maso-
quista.

156
De modo que, a los fines prácticos, el lugar de inter-
pretar las vicisitudes de una configuración "pura" de
impulso-defensa, nosotros interpretamos la transferencia
en términos de activación de una relación objetal inter-
nalizada que da origen a la activación alternante del mis-
mo conflicto en lo que podrían parecer experiencias y con-
ductas contradictorias. Este enfoque enriquece la
interpretación con matices y detalles clarificadores. Así
es como pude señalarle a mi paciente masoquista que, al
tratarme agresivamente tal como ella se sentía tratada
por la madre, estaba identificándose con la madre y al
mismo tiempo sometiéndose implícitamente a la imagen
internalizada de la madre y volviéndose como la madre,
como expresión de la culpa inconsciente por la relación
sexualizada y temida conmigo como padre. Lo que propon-
go es que la observación clínica ya tradicional de que un
afecto puede emplearse como defensa contra otro afecto
reprimido o disociado, tiene que reformularse en los tér-
minos del empleo defensivo de una relación objetal inter-
nalizada y su afecto correspondiente, contra otra relación
objetal internalizada y su afecto.
Lo que hace más complejo el análisis en la transferen-
cia de las relaciones objetales internalizadas (pero que
también permite la clarificación de esa complejidad) es el
desarrollo, en los pacientes con una patología caractero-
lógica severa, de una disociación o escisión defensiva pri-
mitiva de las relaciones objetales internalizadas. Esta
escisión se produce en pacientes que operan en un nivel
límite, en las personalidades narcisistas e incluso en las
psicosis abordables por el psicoanálisis. En estos pacien-
tes, la tolerancia a la ambivalencia, característica de las
relaciones objetales neuróticas de nivel más alto, es reem-
plazada por una desintegración defensiva de las represen-
taciones del sí-mismo y los objetos en relaciones objetales
parciales investidas libidinal y agresivamente. Las más

157
realistas o comprensibles relaciones objetales pasadas de ~
las personalidades neuróticas, son reemplazadas por
representaciones agudamente idealizadas del sí-mismo y
el objeto, o bien agudamente agresivas o persecutorias,
que no pueden rastrearse de modo inmediato, hasta rela-
ciones reales o fantaseadas del pasado.
En este caso se activan relaciones objetales parciales
altamente idealizadas bajo la influencia de estados afec-
tivos intensos, difusos, abrumadores, de naturaleza extá-
tica, o de estados afectivos primitivos igualmente intensos
pero dolorosos y aterradores, signos de la activación de
relaciones agresivas o persecutorias entre el sí-mismo y
el objeto. Podemos reconocer la naturaleza no integrada
de las relaciones objetales internalizadas por la disposi-
ción del paciente a inversiones rápidas en la representa- ·
ción de los roles del sí-mismo y el objeto. Al mismo tiempo,
el paciente puede proyectar una representación comple-
mentaria del sí-mismo o el objeto sobre el analista; esto,
junto con la intensidad de la activación afectiva, lleva a
desarrollos transferenciales aparentemente caóticos.
- Estas oscilaciones rápidas, así como la aguda disociación
entre los aspectos de amor y odio de la relación con un
objeto, pueden complicarse adicionalmente en virtud de
las condensaciones defensivas de varias relaciones obje-
tales bajo la influencia del mismo afecto primitivo, de
modo tal que imágenes combinadas de padre-madre con-
densan confusamente los aspectos percibidos como agre-
sivos del padre y la madre. Los aspectos idealizados o des-
valorizados del sí-mismo condensan de modo análogo
diversos niveles de experiencias pasadas.
Un marco de referencia de relaciones objetales le per-
mite al analista comprender y organizar lo que parece un
caos completo, y clarificar las condensaciones de diversas
relaciones con objetos parciales en la transferencia, gene-
rando una integración de las representaciones del sí mis-

158
¡:
''
~ :
mo y el objeto, lo cual conduce a un tipo más avanzado de
transferencia: la transferencia neurótica.
1
1
Entre los principios generales de la interpretación de
la transferencia en el tratamiento de la organización lími-
te de la personalidad, se cuentan las siguientes tareas
(véase Kernberg, 1984): 1) diagnosticar la relación obje-
tiva dominante en el seno de la situación transferencia!
general caótica; 2) esclarecer cuál es la representación del
sí-mismo y cuál la representación del objeto en esa rela-
ción objetal internalizada, y el afecto dominante que las
vincula, y 3) conectar en la interpretación esa relación
objetal dominante con su opuesto escindido.

EJEMPLOS CLINICOS

La señorita A, de aproximadamente treinta y cinco


años, con una personalidad predominantemente narcisis-
ta que funciona en un nivel límite manifiesto, se enfurecía
al final de cada sesión, experimentando el hecho de que
yo dijera que debíamos terminar como un golpe narcisista.
Y era siempre al final de la sesión cuando ella recordaba
cuestiones cruciales que sentía la urgente necesidad de
discutir allí y entonces. Durante las sesiones me trataba
con desdén y encontraba innumerables motivos para cri-
ticarme. En cada sesión me presentaba una queja diferen-
te sobre mí, a la cual no volvía a referirse. Su ira y su des-
dén sin duda tenían el efecto de impedirle examinar los
problemas de su vida real.
La paciente quería que respondiera con precisión y de
modo completo a todos sus interrogantes, en lugar de
pedirle que reflexionara sobre lo que estaba diciendo, y
que accediera a cambiarle los horarios sin que ella tuviera
que explicarme las razones. Pero abandonaba cada sesión
con un aire de haber sido tratada con crueldad y estar

159
1'
.1
i
herida profundamente. Más tarde , abrumada por la
desesperación, me llamaba por teléfono y me rogaba que
hablara con ella.
Poco a poco le pude señalar de qué modo, durante cada
sesión, ella se identificaba con una persona controladora
y sádica que insistía en someterme a una obediencia total,
y al final me experimentaba como un objeto controlador
y sádico que la trataba como a algo indigno. Lentamente
ella pudo comprender que esta serie de escenificaciones
constituían un aspecto de una relación con la madre, acti-
vada con inversiones de rol. Por fin comprendió que esa
relación "loca" no reflejaba la realidad, presente o pasada,
sino una exacerbación de todos los aspectos hostiles de su
relación con la madre, bajo la influencia de fantasías crea-
das por la ira que la madre le suscitaba. A medida que
se esclarecía su relación objetal persecutoria, la señorita
A comenzó a sentirse más capaz de reflexionar sobre esa
relación y menos forzada a escenificarla:
Por cierto, progresó lo bastante como para que yo
pudiera explorar con ella las implicaciones de su renuen-
cia a poner fin a las sesiones y su necesidad de llamarme ·
después por teléfono. Cuando le pregunté cómo se sentiría
si yo estuviera realmente a su disposición en todo sentido,
dijo que nada le gustaría más, pero la idea la angustiaba
porque era demasiado irreal; esa exigencia ávida no podía
sino provocar mi resentimiento. Y, no obstante, era exac-
tamente eso lo que ella quería.
Sugerí entonces que parecía desear una relación con-
migo semejante a la relación entre un hijo único amado
en su infancia y una madre totalmente dedicada a él. La
señorita A me interrumpió para decir que cualquier
madre experimentaría un resentimiento terrible ante una
expectativa tal de su bebé. Le dije que ése era precisamen-
te el miedo conectado con su apetencia. Si yo representaba
a una madre totalmente consagrada a su niñita, entonces

160
ella, al identificarse con ese bebé, podía distenderse, apla-
carse y ser feliz. La señorita A asintió con una sonrisa,
y agregó que entonces todo estaría bien en el mundo.
Mi interpretación había descubierto el aspecto escin-
dido, idealizado, de la relación de la paciente con la
madre, una relación llena de peligro, debido a las exigen-
cias ávidas de la paciente y a su intolerancia a la ira que
en ella misma suscitaba cualquier frustración provocada
por esta madre ideal. Después de meses de elaborar este
paradigma de la transferencia, se desarrolló un nuevo
aspecto de la relación de la señorita A con la madre, a
saber: un intenso resentimiento de la madre debido a la
inmoderada sensación de dependencia de la paciente res-
pecto de ella. El resentimiento y la envidia la llevaban
inconscientemente a envenenar la imagen de la madre en
su propia mente. Ella expresaba esto en términos clínicos
con una reacción terapéutica negativa, que seguía preci-
samente a la activación de la transferencia escindida,
idealizada.

La señorita B, una profesional esquizofrénica de poco


más de veinte años, estaba en psicoterapia psicoanalítica
y con una baja dosis de mantenimiento de un neuroléptico
que le permitía continuar funcionando pero no eliminaba
su pensamiento psicótico. Tenía la idea delirante de que
la gente, en particular las mujeres dominantes, le robaban
su energía física, drenándola de un modo tal que quedaba
exhausta y debilitada, incapaz de pensar con claridad. En
una sesión, mientras yo consideraba su miedo a la inti-
midad sexual con el novio, la señorita B de pronto me
miró con angustia y desconfianza, y me preguntó por qué
acababa de realizar un cierto gesto con la mano. Le res-
pondí que no tenía conciencia de haber realizado ese ges-
to, pero que me preguntaba si ella sentía que yo, como
otras personas, trataba de robarle su energía.

161
1!
'
En un súbito estallido de ira, la señorita B dijo saber
perfectamente que acababa de robarle energía; ¿por qué
tenía yo que emprender un juego de simulación tan des-
preciable? Acepté que estuviera convencida de que le
había robado energía, pero por mi parte yo estaba igual-
mente seguro de que no lo había hecho; yo había estado
totalmente concentrado en el contenido de lo que me
decía. Me pregunté si ella podía aceptar que esta afirma-
ción fuera cierta. Mi énfasis en nuestras realidades recí-
procamente compatibles y, por lo tanto, en las diferencias
y la separación entre nosotros, tendía a subrayar mi idea
de que su experiencia tal vez fuera psicótica, y también
tendía a indicar mi tolerancia ("contención") a la discre-
pancia. Además quería reducir el desdibujamiento de los
límites entre el sí-mismo y el objeto, que era obvio que ella
estaba experimentando. Por otra parte, implícitamente,
yo le transmitía mi confianza en que ella podía tolerar esa
separación respecto de mí.
La señorita B dijo que podía creer que ésa era mi con-
vicción, pero la perturbaba que yo pensara que estaba
loca. Le dije que yo no abría ningún juicio, salvo reconocer
que por el momento teníamos percepciones incompatibles
de la realidad, y que ella me estaba experimentando como
si yo tratara de debilitarla y hacerle daño, lo cual debía
de ser muy horrible e inquietante. Admitió que estaba
muy perturbada y de inmediato habló del modo como la
madre solía robarle su energía, sin admitirlo nunca, mien-
tras trataba de controlarla y dominarla.
Le respondí que comprendía que ella estaba percibién-
dome como si yo fuera una réplica de la madre, y me
impresionaba haberme vuelto semejante a la madre pre-
cisamente cuando trataba de ayudarla a temer menos la
intimidad sexual con el novio. La señorita B dijo temer
que yo intentara empujarla a una relación sexual; sentía
que yo estaba tan convencido de que ella tenía que irse

162
a la cama con un hombre que trataba de influir directa-
mente en sus pensamientos, al punto de que ella misma
ya no sabía si esos pensamientos eran de ella o míos.
Como si se le ocurriera una nueva idea, agregó que el
padre solía comportarse muy seductoramente con ella
algunas veces, aunque no estaba segura de si ella misma
se había o no comportado seductoramente con él. De todos
modos, agregó, la madre detestaba la intimidad de la rela-
ción de la paciente con el padre.
Le dije que me preguntaba si ella había percibido mi
indagación sobre sus miedos a la intimidad sexual con el
novio como una sugerencia indirecta de que fuera a la
cama con él, lo que me convertía en un hombre sexual-
mente seductor al que ella veía como análogo al padre. De
ser así, continué, sería muy natural que surgiera la ima-
gen de la madre como enemigo peligroso y celoso de esa
proximidad sexual con el padre; yo me había convertido
a continuación en la madre que trataba de castigarla
robándole su energía. La señorita B, con un aspecto
mucho más distendido, manifestó sentir que era eso exac-
tamente lo que había sucedido.
Proseguí entonces observando que, a mi juicio, detrás
de la sensación de pérdida de energía, del miedo a que yo
penetrara en su mente y de su preocupación por el inter-
cambio de energía en un nivel físico, estaba el miedo a la
seducción y penetración sexuales y al castigo consiguiente;
además esos miedos estaban tan estrechamente vincu-
lados a sus progenitores que a ella le resultaban inso-
portables. Por esta razón, continué, quizás había trans-
formado el miedo a relaciones peligrosas con ambos
progenitores en un miedo al intercambio de energía física,
que era más penoso y misterioso, pero menos perturba-
doramente amenazante que las interacciones fantaseadas
con los padres.
La señorita B me preguntó si no era que todo funcio-

163
namiento mental estaba conectado con la energía física.
Le respondí que, a mi juicio, la traducción directa de una
experiencia psicológica a una sensación de ganancia o pér-
dida de energía física era una operación protectora que
podría volverse horrible por derecho propio, ya que tras-
mutaba en misteriosas y mágicas las relaciones comunes
entre las personas. La paciente pareció satisfecha con mis
observaciones, y dijo que-se sentía muy bien. No hubo nin-
gún otro signo de que sus miedos persistieran, ni de que
ella estuviera limitándose a obedecer.
También en este caso la situación es diferente de la
de los pacientes límite. Un problema central con los
pacientes límite es la activación de relaciones primitivas
y abrumadoras con objetos parciales, en las cuales la dis-
tribución transferencia! de los roles se alterna continua-
mente; esas relaciones requieren mucho tiempo de rastreo
para llegar a la realidad infantil. Con la psicosis, el pro-
blema es el desdibujamiento de los límites entre las repre-
sentaciones del sí-mismo y el objeto. En estas circunstan-
cias, la activación de una cierta relación objetal en la
transferencia puede inducir una confusión inmediata
entre el sí-mismo y el objeto y, por lo tanto, una confusión
concerniente al origen de un impulso intolerable. Esto
activa una relación objeta! defensiva, dentro de la cual el
sí-mismo y el objeto se confunden aún más; la relación
objetal de defensa fracasa entonces en su función protec-
tora.
De modo que la señorita B entendía mi comentario
sobre su miedo a la intimidad con el novio como un asalto
sexual mío en tanto padre, equivalente a su propio deseo
sexual dirigido hacia el padre. Pero no podía ubicar el ori-
gen de este deseo sexual. En consecuencia, experimentaba
como castigo inmediato un ataque de la madre. Y también
le resultaba imposible distinguir al atacante del atacado;
secundariamente, era incapaz de diferenciar los afectos

164
sexuales de los agresivos. De allí que la transformación
primitiva del miedo a perder los límites del sí-mismo en
una sensación de que le estaban extrayendo energía física
del cuerpo (es decir, un desdibujamiento regresivo de los
límites entre mente y cuerpo) le procurara una vía de
escape delirante del conflicto. De nuevo el hecho de que
yo no interpretara la situación sólo en términos de impul-
so (o de configuraciones impersonales de impulso-defen-
sa), sino en los términos de las relaciones objetales acti-
vadas, permitió la clarificación de la situación inmediata
y la reducción temporaria de la regresión psicótica.

La teoría de las relaciones objetales también amplía')


nuestra comprensión de las resistencias transferenciales
de los pacientes con estructura narcisista de la persona-
lidad. La aparición en la transferencia de diversas carac-
, 1 terísticas del sí-mismo patológico grandioso y las corres-
pondientes representaciones objetales admirativas,
desvalorizadas o suspicazmente temidas, suelen permitir
la clarificación de las relaciones objetales internalizadas
componentes, que han llevado a la condensación del sí-
mismo patológico grandioso. ._j
Por ejemplo, un matemático de poco más de treinta
años, con una estructura narcisista de la personalidad,
era incapaz de sostener su interés sexual por cualquier
mujer con la que estuviera involucrado emocionalmente.
Impaciente por el ritmo lento de su tratamiento psicoa-
nalítico, sospechaba que mi interés en él era venal, del
mismo modo que desconfiaba de los móviles de las muje-
res de su vida. Me ofreció pagarme una gran cantidad de
dinero si yo acortaba significativamente el tratamiento,
"poniendo realmente empeño". Básicamente, estaba
resentido porque pensaba que yo lo explotaba.
Me tomó algún tiempo separar, dentro de esta trans-
ferencia, su proyección sobre mí (y sobre las mujeres) de

165
su propia codicia, la escenificación de diversos aspectos
de su madre (en partic)llár, su advertencia constante de
que las mujeres siempre tratarían de explotarlo), y su
identificación con la sensación del padre de "tener dere-
cho", expresada por éste en actos crueles agresivos. En
síntesis, el autoconcepto dominante del paciente podía dis-
cernirse como constituido por identificaciones con aspectos
selectivos de ambos progenitores, que nutrían su grandio-
sidad, su exigencia, su desconfianza y su miedo a las rela-
. ciones de dependencia.
En general, el análisis gradual de los componentes del
sí-mismo patológico grandioso permite el surgimiento de
las relaciones objetales primitivas subyacentes, caracte-
rísticas de la organización límite de la personalidad y,
eventualmente, el desarrollo del sí~mismo infantil normal
del paciente y la capacidad para establecer relaciones
auténticamente dependientes con los demás.
Lo que he dicho hasta ahora sobre la estructura de las
relaciones objetales internalizadas, en pacientes con gra-
dos diversos de psicopatología, modifica en realidad los
criterios de interpretación estructural de Fenichel (1941),
mencionados al principio de este capítulo. Los pacientes
que presentan una organización neurótica de la persona-
Üdad tienen conflictos inconscientes que son predominan-
temente intersistémícos; en estos casos, la máxima clásica
sostiene que siempre hay que interpretar desde el lado del
yo, y aclarar, durante cierto lapso, las instancias involu-
cradas en el conflicto y el modo como participan en él.
Pero con pacientes que presentan psicopatología severa
y conflictos sobre todo intrasístémícos, el foco está en la
relación objetal internalizada dominante como parte de
1 la función defensiva de la transferencia y en la relación
objeta! internalizada que en el momento presente funcio-
na como una estructura pulsional disociada. Esta concep-
\ tualización facilita la aplicación de criterios estructurales,

166
.•...
,:.... .:!
,,
1
.r 1
además de los económicos y dinámicos, en nuestro trabajo
"! ,

interpretativo.

CONSTRUCCIONES Y RECONSTRUCCIONES GENÉTICAS

·i~ 1 Mi modo de ver difiere del de otros teóricos de las rela: '
ciones objetales, como Klein (1945, 1946, 1957), Segal
(1967), Fairbairn (1954) y Mahler (Mahler, Pine y Berg-
man, 1975), en cuanto yo en ningún momento me concen-
tro tanto en el pasado del paciente en el que pudieron
haberse originado los conflictos patógenos y la organiza-
ción estructural de la personalidad que prevalecen en el
presente. Considero esencial que el analista no tenga
ideas preconcebidas sobre la fuente de los conflictos
inconscientes presentes, y que permita que las asociacio-
nes libres del paciente sirvan de guía hacia el origen gené-
tico del "aquí y ahora" en el "allí y entonces".
Estoy de acuerdo con Jacobson (1964) y Mahler (Mah-
ler y Furer, 1968) en cuanto a que la organización predo-
minante de las estructuras psíquicas (neurótica, límite,
narcisista o psicótica) apunta a ciertos períodos clave del
desarrollo. Pero los hechos siguientes determinan que las
conexiones biunívocas resulten riesgosas. De modo aná
logo, creo que la tradicional tendencia kleiniana a concen
trarse en lo que se supone que ocurre en el primer año de
la vida no hace justicia a la complejidad del desarrollo psi-
cosexual.
Por lo tanto, trato de seguir el principio dinámico de
la interpretación, procediendo desde la superficie hacia
el fondo, y procuro ayudar al paciente a comprender el sig-
nificado inconsciente en el "aquí y ahora" de un modo rela-
tivamente ahistórico, recurriendo a una articulación de
"como si": "Es como si tal y cual tipo de hijo estuviera rela-
cionado con tal y cual tipo de progenitor". Las asociaciones

167
del paciente pueden transformar esto en un recuerdo o
una fantasía concretos que relacionen el inconsciente pre-
sente con el origen genético pasado (Sandler y Sandler,
1987).
A mi juicio, la cuestión de si los conflictos relacionados
con una clase particular de psicopatología son típicamente
edípicos o preedípicos es espuria. Nunca he visto un
paciente cuyos problemas fueran "o esto o aquello", ni
tampoco un paciente en el que los problemas edípicos no
fueran centrales. La diferencia principal entre la psico-
patología neurótica y la psicopatología grave consiste en
que en esta última las condensaciones de los problemas
edípicos y preedípicos son más complejas. Por ejemplo, los
conflictos anales u orales son observables en todo el espec-
tro de la psicopatología pero nunca aislados de otros con-
flictos, y lo mismo vale respecto de los conflictos que se
originan en todos los otros niveles del desarrollo psico-
sexual.
Al mismo tiempo, debemos reconocer que algunas
experiencias traumáticas tempranas y cruciales están
más allá de la reconstrucción por medio del recuerdo
evocado. En tales casos, la reconstrucción de un pasado
temprano que nunca fue totalmente consciente tiene que
intentarse con la ayuda de construcciones derivadas de
las relaciones objetales inconscientes que predominan en
el presente. Con la paciente que no podía abandonar mi
consultorio al final de la sesión, la referencia a una bús-
queda desesperada de la madre perfecta fue sin duda
una construcción sugerida por mí. Los enfoques mahle-
riano, winnicottiano, kleiniano o kohutiano podrían tra-
tar de determinar el momento más razonable para la
construcción de una experiencia pasada (real o fantase-
ada). Yo me conformo con ubicar esa construcción en el
contexto, como la "región intemporal" en torno a la cual
pueden o no pueden finalmente lograrse reconstruccio-

168
nes más concretas del pasado, más específicamente asig-
nadas a un tiempo.
Desde luego, el conocimiento concreto del pasado del
paciente es extremadamente útil en el análisis sistemático
de los significados inconscientes en el "aquí y ahora".
Establecer una hipótesis que vincule el "aquí y ahora"
inconsciente a los aspectos conocidos de la historia del
paciente no incorporados antes a la trama de las recons-
trucciones genéticas, puede proporcionar puentes útiles
hacia el pasado. Pero tenemos que ser muy cautos al
introducir "hechos objetivos" del pasado, en particular
cuando el paciente sufre una psicopatología grave, y es
enorme la distancia entre los hechos objetivos y la expe-
riencia subjetiva, entre los datos del desarrollo y el desa-
rrollo genético. \
De modo que nos queda una paradoja: en los pacientes.·
con mejor funcionamiento, con quienes las reconstruccio-
nes son más fáciles, también resultan menos necesarias,
porque las asociaciones del paciente conducen con facili-
dad al pasado inconsciente. Pero con la psicopatología gra-
ve, las reconstrucciones genéticas son muy difíciles, y la
historia objetiva que se obtenga resulta de poca ayuda,
debido a la limitada capacidad del paciente para penetrar
conscientemente en el pasado. En consecuencia, yo cues-
tiono (por ejemplo) la tendencia de Rosenfeld (1987) a vin-
cular directamente tales datos objetivos a lo que se des-
cubre en la transferencia de los pacientes psicóticos y
límite.

LA CONTRATRANSFERENCIA

Considero sumamente útiles las observaciones de Rae- )


ker (1957) sobre las identificaciones y la contratransferen-
cia del analista. Racker diferenciaba dos tipos de tales

169
identificaciones· la identificació dante (cuando....._el
analista se identifica con o activado en el paciente), y a
-----~::---~~~~-:-~~-:--~--:-~~-:--~~
identificación complementaria (cuando se ideñfafica co:rr
l"'a
....--
fostancia que está en conflicto can ~ella cOilTaéí{ie
~

se identifica el paciente). A esta última, por lo general, el


paciente no puede tolerarla, y por lo tanto la proyecta. En
términos de relaciones objetales, podríamos decir que en
la identificación concordante el analista se identifica con
la misma representación activada del paciente: sí-mismo
con sí-mismo__, objeto con objeto. La identificaci~:l

- - -·
ciantetíen~na importancia esencial como füenteClel~.
empatía común cuando el estado de ánimo del paciente
es reflexivo, pero también en condiciones en las cuales el
analista, por haberse identificado excesivamente con el
paciente, puede sentirse tentado a compartir vicariamente
su acting out.
~dentificación complementaria, el paciente y el
analista escenifican temporariamente las representaCW:-
lles del sí-mismo y el objeto de una cierta relación ó'IJjetal
iñfernahzacta. Por ejemplo, si la transferencia está sexua-·
fizada, el analista responde seductoramente al miedo del
paciente a un acting out edípico, y a la tentación de caer
en él. Con más frecuencia, cuando predomina una trans-
ferencia particularmente negativa, el analista se convierte
en el objeto agresivo y amenazante del paciente, y éste se
vuelve su propio sí-mismo aterrado. O bien se produce
una inversión: el analista se siente paralizado por la agre-
sión del paciente, y reacciona con miedo y odio impotente
mientras se identifica con la representación del sí-mismo
amenazado de aquél; al mismo tiempo, el paciente se iden-
tifica con el objeto que lo amenaza.
En general, en una contratransferencia complemen-
taria el analista está identificado con una imago interna
que el paciente en ese momento no puede tolerar y tiene
que disociar y proyectar. De hecho, las reacciones contra-

170
transferenciales complementarias suelen ser suscitadas
por el uso defensivo por parte del paciente de la identi-
ficación proyectiva: el analista empatiza con lo que el
paciente no tolera en sí mismo. En virtud del mismo pro-
ceso, el analista puede adquirir información significativa
respecto de la relación con un objeto total activada en la
>.• 1 transferencia. Este es potencialmente el empleo más
recompensador de la contratransferencia por parte del
psicoanalista. Desde luego, el peligro reside en la tenta-
ción de actuar esa identificación complementaria, en lugar
de utilizarla como material a integrar en el proceso inter-
pretativo.
Si el analista tolera su contratransferencia, puede
emplearla para discernir la relación objetal dominante en
la transferencia, siempre y cuando, desde luego, se man-
tengan los límites profesionales. Es importante que, si el
acting out contratransferencial se produce, el analista se
abstenga de ofrecer explicaciones que vayan más allá de
reconocer lo que el propio paciente ha observado.

ANÁLISIS DE SUEÑOS

Fairbairn (1954) abrió el camino hacia un nuevo mar-


co de referencia para el análisis de los sueños, aplicando
. 1 un modelo de relaciones objetales. Pensaba que los diver-
sos aspectos de las identificaciones de un paciente podían
estar representados por las distintas personas del sueño,
y que los objetos significativos de su vida psíquica tam-
bién aparecían representados varias veces en el sueño, en
función de los diversos aspectos de las relaciones internas
del paciente y de las identificaciones con ellas.
Meltzer (1984)y Rosenfeld (1987) han aplicado al aná-
lisis de los sueños un enfoque kleiniano de las relaciones
objetales; Meltzer lo ha hecho de modo sistemático, y

171
Rosenfeld indirectamente, por medio de material clínico
que ilustra la centralidad del análisis de los sueños en
estos enfoques. Aunque yo estoy en desacuerdo con la ten-
dencia de estos dos autores a interpretar de modo directo
el contenido manifiesto de los sueños como si reflejara
simbólicamente aspectos del primer año de vida, he
encontrado útil su integración de los aspectos formales del
sueño con lo que en el presente domina en la transferen-
cia. Me parece que este enfoque no carece de relación con
el foco de Erikson (1954) en los aspectos formales del rela-
to del sueño por el paciente, y apunta a la importancia
creciente de los aspectos expresivos é interaccionales del
análisis de sueños (en contraste con los aspectos directa-
mente simbólicos).
Yo trato de suscitar asociaciones con el contenido
manifiesto del sueño sin interpretar directamente en tér-
minos de significados simbólicos inconscientes. Presto
atención a: 1) las cualidades emocionales dominantes del
contenido del sueño, 2) el modo como el sueño es narrado,
3) la relación del contenido del sueño, en los términos Je
sus relaciones objetales dominantes, con la relación obje-
tal activada durante la comunicación del sueño, 4) el tras-
fondo transferencia! general sobre el cual se produce la
narración del sueño, y, finalmente, 5) los residuos diurnos.

172
7. UN ENFOQUE DE LA TRANSFERENCIA
BASADO EN LA PSICOLOGÍA DEL YO Y LA TEORÍA
DE LAS RELACIONES OBJETALES

: 1

El análisis de la transferencia es una preocupación


central en mi enfoque técnico general. Se trata de analizar
las reactivaciones en el "aquí y ahora" de las relaciones
objetales internalizadas del pasado. Al mismo tiempo, este
proceso analiza las estructuras constitutivas del yo, el
superyó y el ello en sus conflictos intra e interestructu-
rales. En contraste con los teóricos interpersonales de las
relaciones objetales -como Sullivan (1953, 1962) y Gun-
trip (1961, 1968, 1971)-, y también con la psicología del
sí-mismo de Kohut (1971, 1977), entiendo que las relacio-
nes objetales internalizadas no reflejan relaciones obje-
tales reales del pasado, sino más bien una combinación
.j de internalizaciones realistas y fantaseadas (y a menudo
muy distorsionadas) de esas relaciones objetales pasadas,
y de las defensas contra ellas, bajo los efectos de los deri-
vados pulsionales de los instintos. En otras palabras, veo
una tensión dinámica entre el "aquí y ahora" (que refleja

la estructura intrapsíquica) y los determinantes genéticos
inconscientes del "allí y entonces", derivados de la historia
evolutiva del paciente.
La interpretación de la transferencia difiere según sea
la naturaleza de la psicología del paciente. Los pacientes

173
con organización neurótica de la personalidad presentan
estructuras bien integradas de superyó, yo y ello. Dentro
de la situación psicoanalítica, el análisis de las resisten-
cias provoca la activación en la transferencia, primero, de
las características relativamente globales de esas estruc-
turas, y después, de las relaciones objetales internalizadas
de las que están compuestas. El análisis de los derivados
pulsionales se produce en el contexto del análisis de la
relación del sí-mismo infantil del paciente con los objetos
parentales significativos, en tanto proyectados sobre el
analista.
En cambio, el paciente con organización límite de la
personalidad presenta un predominio de conflictos pree-
dípicos y representaciones psíquicas de conflictos preedí-
picos, condensados con representaciones de la fase edípica.
Estos conflictos no están tanto reprimidos como expresa-
dos en estados yoicos disociados entre sí, que reflejan la
defensa primitiva de la escisión. La activación de las rela-
ciones objetales primitivas anteriores a la consolidación
del yo, el superyó y el ello, se pone de manifiesto en la
transferencia en forma de estados afectivos aparentemen-
te caóticos; hay que analizarlos en pasos secuenciales, lo
que ya he descrito en otra parte (Kernberg, 1984). La
interpretación de las transferencias primitivas de los
pacientes límite provoca una transformación de las rela-
ciones con objetos parciales en relaciones con objetos tota-
les, y de las transferencias primitivas (que en gran medi-
da reflejan etapas del desarrollo anteriores a la constancia
del objeto) en las transferencias avanzadas de la fase edí-
pica.
En niveles graves de psicopatología, los mecanismos
de escisión permiten que los aspectos contradictorios de
los conflictos intrapsíquicos permanezcan al menos par-
cialmente conscientes en la forma de transferencias pri-
mitivas. En cambio, los pacientes con organización neu-

174
rótica de la personalidad presentan configuraciones de
impulso-defensa que incluyen apetencias inconscientes
específicas, las cuales reflejan derivados pulsionales
sexuales y agresivos insertados en fantasías inconscientes
relacionadas con los objetos edípicos. En estos pacientes
encontramos una distorsión relativamente menor de las
.,.· ¡
;;, representaciones relacionadas con estos objetos, y de las
representaciones de los objetos edípicos en sí. Por lo tanto,
la diferencia entre las experiencias pasadas patógenas y
su transformación en disposiciones inconscientes estruc-
turadas del presente no es tan grande como en las trans-
.' ferencias primitivas que encontramos en los pacientes con
organización límite de la personalidad.
Yo pongo el énfasis en la relación objetal internaliza-
da, y no en la configuración de impulso-defensa per se: la
fantasía inconsciente impulsada por la apetencia expresa
esa relación objetal. Los dos modos en que, según Freud
(1915c), las apetencias inconscientes se pueden volver
conscientes (en la forma de representantes ideacionales
y como afectos) son evidentes a mi juicio en la relación
entre una representación del sí-mismo y una representa-
ción objetal, baJo la influencia de un cierto afecto. A mi
modo de ver, los comentarios de Glover (1955) sobre la
necesidad de identificar tanto los derivados pulsionales
libidinales como las identificaciones derivadas del yo y el
superyó en la transferencia, apuntan en la misma direc-
ción. Si la neurosis de transferencia se manifiesta en
impulsos pulsionales expresados como afectos y en iden-
tificaciones que reflejan relaciones objetales internaliza-
das, entonces el marco de referencia de las relaciones obje-
tales que yo propongo puede considerarse una aplicación
clínica directa del concepto metapsicológico del inconscien-
te dinámico y de las condiciones en que éste aparece en
la conciencia.
Doy por supuesto que, en todos los casos, la transfe- \
,,.·
175
rencia es dinámicamente inconsciente, en el sentido de
que, sea debido a la represión o a la escisión, el paciente
distorsiona inconscientemente la experiencia presente en
razón de su fijación a conflictos patógenos con un objeto
significativo internalizado del pasado. La tarea principal
consiste en llevar a plena conciencia, por medio de la
interpretación, los significados transferenciales incons-
cientes del "aquí y ahora". Ésta es la primera etapa en el
análisis de la relación entre el presente inconsciente y el
pasado inconsciente.
En lugar de establecer una conexión directa entre las
experiencias conscientes o preconscientes del presente
relacionadas con el terapeuta y el pasado consciente, o un
supuesto pasado inconsciente, yo espero que las asocia-
ciones libres del paciente revelen los significados trans-
ferenciales inconscientes en el "aquí y ahora", que nos con-
ducen al pasado inconsciente. Por lo tanto, propongo
reconstrucciones tentativas y abiertas, que le permitan al
paciente avanzar en cualquiera de varias direcciones po-
sibles.
Mi marco teórico se expresa clínicamente en el modo
como escucho a los pacientes. Mi única expectativa es que
las asociaciones libres del paciente lleven a la aparición
en la transferencia de relaciones objetales internalizadas
del pasado, superpuestas a las interacciones reales de
paciente y analista.
Deseo subrayar una vez más que, en el proceso de des-
cubrir el significado inconsciente en el "aquí y ahora", dejo
abierta en la mayor medida posible la cuestión de los
supuestos orígenes genéticos. Aunque es cierto que la
naturaleza de la relación objetal activada indica en sí mis-
ma sus probables orígenes genéticos y evolutivos, consi-
dero prematuro dejar establecido ese origen hipotético
antes que las asociaciones libres del paciente y la explo-
ración de los significados inconscientes de su conducta en

176
.,
-.·.· ·
'.."·
/

el "aquí y ahora" hayan permitido el acceso a nuevas prue~


bas. Tengo siempre una plena conciencia del peligro de
que las ideas preconcebidas del analista cierren prema-
•:¡. turamente este campo de investigación. Un marco teórico
...
·~
que ubica los conflictos dominantes del paciente en un
i,.
,·,¡
,,,,
ámbito o un momento predeterminados me parece dema-
siado restrictivo de la libertad del analista y del paciente
para explorar los orígenes del presente inconsciente en el
pasado inconsciente.
La tendencia kleiniana tradicional a relacionar las
operaciones defensivas y las relaciones objetales primiti-
vas con el primer año de vida (Klein, 1945, 1946, 1952b,
1957), el supuesto de Kohut de que el determinante pri-
mario es una siempre presente fragilidad del sí-mismo
(Reed, 1987), la búsqueda sistemática por parte del ana-
..,.,..
lista de determinantes edípicos o de una patología de la
·, separación-individuación, etcétera, dan por resultado un
...~
estrechamiento del marco interpretativo y limitan la capa-
cidad del analista para descubrir e investigar lo descono-
cido.
' 1

LOS CANALES DE COMUNICACIÓN DE LA TRANSFERENCIA

Las relaciones objetales inconscientes que se super-


ponen a la relación objetal real -que es la del paciente
y el analista trabajando juntos dentro de los límites acor-
dados conjuntamente de la situación psicoanalítica- pue-
den ser una variedad de relaciones objetales inconscientes
en conflicto recíproco o una relación objetal de funciona-
miento defensivo activada contra otra relación objetal sub-
yacente y contrastante con funciones impulsivas. Estas
relaciones objetales inconscientes surgen a través de los
canales mencionados en el capítulo anterior. Con pacien-
tes que presentan una organización neurótica de la per-

177
sonalidad y en las etapas avanzadas del tratamiento de
pacientes con patología caracterológica grave y patología
límite, ellas aparecen sobre todo en las asociaciones libres
del paciente.
Permítaseme presentar una ilustración clínica. La
señora C, una arquitecta de poco más de treinta años, lle-
gó a la consulta en razón de sus dificultades interperso-
nales crónicas en el trabajo, y de una depresión grave
relacionada con la ruptura de una relación extramarital
con un asociado principal que ella describía como sádico.
La evaluación diagnóstica reveló una personalidad
histérica con fuertes rasgos masoquistas. Una feliz rela-
ción temprana infantil con el padre había sido reempla-
zada por luchas amargas con él durante la adolescencia,
mientras el hombre atravesaba serias dificultades matri-
moniales. La señora C veía a la madre como una víctima
inocente. Una atmósfera represora, sexualmente intole-
rante del hogar, había quedado internalizada en la propia
represión rígida de la señora e de todos los impulsos
sexuales hasta sólo unos pocos años antes de la iniciación
de su análisis: ella era frígida con el esposo, y sólo lograba
el orgasmo en relaciones extramaritales.
Unas pocas semanas después de haber empezado el
análisis, su estado de ánimo mejoró; ya no parecía depri-
mida, e impresionaba como una niñita agradable, sumisa,
ansiosa por complacer al analista. Era obvio que estaba
empeñándose en decir lo que le pasaba por la mente; el
contenido de sus primeras asociaciones libres se relacio-
naba sobre todo con su trabajo, en particular con los supe-
riores, a los que describía como profesionales de menta-
lidad estrecha, tendenciosos, incapaces de un enfoque
original y creativo del diseño. Era tan despectiva respecto
de esos hombres que, en una sesión, ella misma planteó
el tema de si no corría el riesgo de perder el empleo. En
un pasado no muy distante, a causa de sus dificultades

178
interpersonales, esto le había ocurrido realmente en otra
empresa.
Le dije que me desconcertaba el modo animoso como
estaba expresando su preocupación por la perspectiva de
que la despidieran; la señora reconoció en sí misma una
actitud osada, agregando que su conducta podría ser
efectivamente peligrosa pero que también le resultaba gra-
tificadoramente excitante. Asociaciones adicionales reve-
laron fantasías de reunirse con el jefe, quien le comunicaría
con severidad que tenía que irse, ante lo cual ella, por
medios sutiles, le haría saber que estaba interesada sexual-
mente en él. En su fantasía, esto conducía a una relación
sexual en el mismo momento en que era despedida. A la
paciente le resultaba excitante estar involucrada .sexual-
mente con un hombre que la echaba. Esta viñeta ilustra
la emergencia temprana de una actitud de "niñita buena"
en la transferencia, como defensa contra la tentación sub-
yacente de una actitud seudorrebelde, de agresión provo-
cativa, res~cto de una autoridad masculina, actitud des-
tinada a inducir una relación sexual de autocastigo,
subyacente y deseada (presumiblemente, con una imagen
paterna sádica). El hecho de que la relación transferencia!
temprana, aparentemente positiva, permitiera la emergen-
cia de disposiciones transferenciales subyacentes negativas
en el contenido de las asociaciones libres de la paciente
(más que en la relación transferencial en sí, de modo direc-
to) nos dio tiempo para elaborar este conflicto inconsciente
antes de su plena actualización en la realidad o en la trans-
ferencia. El foco en los contenidos de la asociación libre, en
la experiencia subjetiva de la señora C, fue el canal comu-
nicativo predominante a través del cual surgió en la trans-
ferencia la relación objeta} patógena inconsciente.

En los pacientes con una patología caracterológica gra-


ve y organización límite de la personalidad, las relaciones

179
objetales inconscientes que predominan en la transferen-
cia surgen habitualmente por medio de la comunicación
· no verbal. Esto no significa que lo que se comunique ver-
balmente a través de la asociación libre carezca de per-
tinencia o importancia, sino más bien que la comunicación
no verbal adquiere predominio económico (esto es, afec-
tivo) en la transmisión de información al analista.
Un profesional de la salud mental de cerca de 30 años,
el señor D, llegó a la consulta por las dificultades que
experimentaba en sus relaciones con las mujeres, por su
incertidumbre respecto de sus intereses y su futuro pro-
fesionales y por una pasividad extrema en su trabajo y en
la vida cotidiana. En las primeras sesiones de análisis, el
señor D se demoró en descripciones detalladas de los
altercados que tenía con la novia. Mis esfuerzos, tendien-
tes a clarificar lo que me parecía descripciones confusas,
suscitaron su comentario irónico de que yo era más bien
lento y poco imaginativo, en tanto no captaba la sutileza
de lo que me estaba diciendo. También esperaba de mí que
aprobara de inmediato todo lo que él manifestaba, y lo que
había hecho respecto de la novia. Le pregunté por qué
sentía la necesidad de que yo respaldara sus acciones o
estuviera de acuerdo con la evaluación que él hacía de la
joven. Entonces me acusó, colérico, de no simpatizar con
él y de ser un psicoanalista tradicional, de cara impasible.
Pronto el señor D se quejó también de que yo no le
proporcionaba ninguna comprensión nueva que le hiciera
posible obtener mejores resultados en su trato con la
novia. Pero cuando, después de haber llegado a una mejor
intuición de lo que realmente sucedía en sus interaccio-
nes, yo puse en entredicho las interpretaciones que él
daba de la conducta de ella y me pregunté las razones de
algunas de las conductas del paciente, el señor D me acu-
só de pon9rme de parte de la novia, de ser injustamente
tendencioso contra él y, de hecho, de empeorar las rela-

180
ciones con ella, al hacer vacilar su confianza en sí mismo.
También presentó diversas teorías psicoanalíticas para
explicar la conducta sádica de la novia con respecto a él;
me señaló que él mismo era obviamente un carácter maso-
quista y, con ira creciente, me acusó de no estar haciendo
mi trabajo: yo no establecía una conexión entre lo que
estaba sucediendo en el presente y sus experiencias infan-
tiles.
Aunque mi diagnóstico inicial del señor D había sido
patología grave del carácter, con rasgos paronoides, nar-
cisistas e infantiles (y yo estaba preparado para desarro-
llos transferenciales tormentosos), me desconcertó la
intensidad de sus quejas y acusaciones, y adopté una acti-
tud cada vez más cauta en los comentarios que le hacía.
Él advirtió de inmedi'lt-~ mi precaución, y me acusó con
ira de tratarlo como a un "chiflado", en lugar de ser direc-
to. Entonces me concentré en su dificultad para aceptar
nada de lo que yo dijera que difiriera de su propio pen-
samiento, señalando el conflicto interno que él experimen-
taba en su relación conmigo: quería mucho que yo lo ayu-
dara y estuviera de su lado, mientras que al mismo
tiempo experimentaba todo lo que proviniera de mí como
hostil y dañino, o absurdo y carente de valor. Por primera
vez, el señor D estuvo de acuerdo con mi enunciado de la
situación. Dijo que se encontraba mJ.ly necesitado de ayu-
da, pero ante un analista incompetente y hostil. Le pre-
gunté si realmente estaba convencido de lo que me decía,
porque, en tal caso, tendría que pensar qué razones lo lle-
varon a elegirme como terapeuta; sin embargo, él no plan-
teaba esa cuestión. Su respuesta consistió en acusarme
de tratar de despedirlo. Le respondí que yo trataba de
comprender lo que él sentía, y no necesariamente de con-
firmar sus opiniones sobre mí.
El paciente reseñó las circunstancias que lo habían lle-
vado a elegirme como analista y venir a mi consulta des-

181
pués de varias experiencias desdichadas con otros psico-
terapeutas. En el curso de esta reseña, surgió que al señor
D le había agradado mucho que lo aceptara como pacien-
te, pero que se había sentido muy desdichado por lo que
experimentaba como una diferencia enorme en nuestro
status. Habló sobre lo penoso que le resultaba tener que
consultar a profesionales que consideraba representantes
de un establishment psiquiátrico y psicoanalítico suma-
~ mente conservador. Recurrió a mí porque yo le había sido
muy recomendado, pero se estaba preguntando si un tra-
tamiento breve con un terapeuta de una de las escuelas
"antipsiquiátricas" no podría ayudarlo mucho más. Sugerí
que quizá le conviniera percibirme como incompetente y
hostil porque esto le permitía preservar su propia autoes-
tima, aunque al verme de esa manera también se frustra-
ra su deseo de ser ayudado. En otras palabras, comencé
a interpretar el acting out de sus necesidades de desva-
lorizarme y rebajarme, necesidades que reflejaban la envi-
dia disociada que me tenía.
Desde el principio del tratamiento, el principal canal
de comunicación de las relaciones objetales inconscientes
activadas en la transferencia fue la actitud del señor D
con respecto a mí, más que el contenido de sus asociacio-
nes libres. Sin duda, el contenido de su comunicación ver-
bal tuvo importancia para clarificar lo que ocurrió a con-
tinuación en su relación conmigo, pero la naturaleza de
la conducta del señor D era el elemento de comunicación
dominante.
Aparentemente, él me desvalorizaba como una auto-
ridad parental admirada pero objeto de un resentimiento
envidioso, mientras él mismo aparecía como un niño gran-
dioso y sádico. En un nivel más profundo, estaba esceni-
ficando inconscientemente la relación de un niño frustra-
do e iracundo con una imagen parental que necesitaba
mucho, pero que también le provocaba un profundo resen-

182
timiento debido a que la percibía como controladora y des-
valorizadora. Ese modo de ver al objeto parental desen-
cadenaba una intensa ira, que se expresaba en la apeten-
cia de desvalorizar y destruir al objeto, mientras, en un
nivel aún más profundo, tenía la esperanza inconsciente
de que el objeto sobreviviera. De hecho, tomó muchas
semanas descifrar estos significados inconscientes en el
"aquí y ahora". Meses más tarde llegamos a ver que esta
relación objeta} reflejaba la relación inconsciente del señor
D con su madre, y que su reiterado fracaso en las rela-
ciones con las mujeres seguía una pauta sorprendente-
mente análoga a la descrita en su relación conmigo. Todas
esas mujeres representaban a la madre, lo mismo que yo
en la escenificación transfe~encial.

Existe un tercer canal de comunicación, que podría


considerarse una ramificación del segundo, salvo que la
comunicación no verbal se expresa en este caso con ausen-
cia aparente de cualquier relación objetal específica en la
transferencia. A veces sucede que durante un período de ,
muchos meses, o incluso años, se observan en el paciente
sólo signos mínimos de regresión transferencia} y una
ausencia casi total de agresión o investidura libidinal en
la transferencia. He subrayado en otra parte (1984) que
tales pacientes presentan resistencias transferenciales
sutiles, generalizadas y muy eficaces contra la dependen-
cia respecto del analista y contra la regresión transferen-
cia! relacionada con ella, situación ésta que he descrito en
el capítulo anterior como una obliteración del espacio ana-
lítico. Para decirlo en términos concretos, en el tratamien-
to prevalecen una falta de profundidad y realidad emo-
cionales y una ausencia de fantasía durante el encuentro
analítico.
El señor E, de cerca de treinta años, consultó por su
insatisfacción con su estilo de vida bisexual y su creciente

183
inhibición sexual. La personalidad del señor E presentaba
fuertes rasgos narcisistas y una cualidad de "como si". Su
madre había muerto cuando él tenía nueve años, y la her-
mana mayor se había hecho cargo de la casa mientras el
padre asumía muchas de las otras funciones de su esposa.
La descripción que daba el señor E de sus dos progenito-
res era vaga y contradictoria. Toda la historia transmitía
un cierto carácter de irrealidad. En lo superficial, la adap-
tación social del señor E era adecuada, pero en su aspecto
había algo superficial. Era uno de esos pacientes cuya
"asociación libre perfecta" es sólo una imitación eficaz del
proceso analítico auténtico. Había algo mecánico en él; no
obstante, me resultaba extremadamente difícil vincular
esta impresión a cualquier manifestación transferencia}
concreta. El demostraba una análoga falta de compromiso
con la novia, respecto de la cual, a pesar de abundantes
provocaciones, no daba siquiera muestras mínimas de
sentir celos.
En el tercer año de su análisis, aunque pude mantener
el interés en él, sentí que yo era seducido por una extraña
inactividad, que estaba observando un despliegue teatral
en dos dimensiones, sin ninguna profundidad. El paciente
parecía incapaz de reconocerme como una persona dife-
rente de él mismo pero a su alcance, o de reconocer su pro-
pia presencia en la habitación como algo más que un
registrador de la realidad externa. Finalmente decidí con-
centrarme en la naturaleza y los síntomas de su sistemá-
tica inaccesibilidad a mí, y en mi inaccesibilidad a él,
según la traducía su actitud en las sesiones. Empleé la
técnica que he descrito en otras partes (1984) de imaginar
cómo se comportaría un paciente "normal" en una sesión
determinada, para enfocar mejor las manifestaciones con-
cretas de la artificialidad de la relación de este hombre
conmigo.
El efecto de la puesta en foco de esta "ausencia" en la •

184
transferencia fue sorprendente: el señor E comenzó a expe-
rimentar angustia en las sesiones. Durante un período de
varias semanas, esa angustia aumentó, y sus asociaciones
cambiaron de modo significativo. Desarrolló un intenso
miedo a mí, viéndome como alguien totalmente irreal. En
su experiencia, yo presentaba una fachada de psicoanalista
amistoso que recubría un aterrador espacio vacío subya-
cente. El estaba sólo en medio de una devastadora expe-
riencia de sí mismo como ser dañado, en desintegración.
Era como si sólo lo rodearan objetos muertos.
En unas pocas semanas, este hombre dejó de ser un
robot casi inanimado para convertirse en un niño aban-
donado y aterrorizado. En la transferencia se activó una
intensa relación objetal primitiva y, como parte de mi
reacción contratransferencial, apareció una identificación
concordante (Racker, 1957) con esa representación del sí-
mismo. A continuación de este desarrollo surgió en la
transferencia una relación intensamente ambivalente con
un p3:dre poderoso, y la proyección sobre mí de la imagen
de uJ padre sádico, controlador y salvaje, disgustado por
las fantasías y apetencias sexuales del paciente. En sín-
tesis, los elementos antes presentados en un mosaico pla-
no, adquirieron profundidad en la transferencia. El caso
del señor E ilustra espectacularmente el predominio, en
la comunicación de la transferencia, del tercer canal,
representado por el espacio constante pero latente del
encuentro analítico.

TRANSFERENCIA, PRESENTE INCONSCIENTE


Y PASADO INCONSCIENTE

Ya he subrayado que es esencial descubrir los signi-


ficados inconscientes de la transferencia en el "aquí y aho-
ra", y llevar a una plena conciencia la expresión de esta

185
relación objetal en la transferencia, antes de intentar las
reconstrucciones del pasado. En el curso de este proceso,
la relación objetal antes no reconocida, renegada, repri-
mida, proyectada o disociada, se puede reconocer plena-
mente y volverse yo-distónica. Entonces nos interrogamos
sobre los determinantes genéticos del conflicto intrapsí-
quico inconsciente activado en el presente, y acerca del
modo de interpretárselos al paciente (Sandler y Sandler,
1987).
1,.f
Nuestro primer caso, la señora C, proporcionó infor- "ii
,)','
mación dinámica que parecía reflejar naturalmente la
transformación masoquista de una relación edípica posi-
tiva. Como es característico de los pacientes neuróticos,
los vínculos entre la historia conocida consciente del pasa-
do y la activación inconsciente de relaciones objetales
reprimidas en el "aquí y ahora" eran en apariencia direc-
tos. No obstante, evité cualquier referencia a la relación
con el padre hasta que la propia señora e, al preguntarse
por su necesidad de transformar una buena relación con
un hombre en una relación mala, para sexualizarla,
comenzó a asociar con las interacciones adolescentes con
el padre.
Con el señor D, el profesional de la salud mental, yo
no podía vincular directamente un acting out complejo y
caótico en la transferencia con ningún aspecto conocido
de la historia del paciente: la información que había comu-
nicado sobre su pasado era en sí misma tan contradictoria
y desordenada que habría resultado difícil aceptarla en
su literalidad. Llevó mucho tiempo clarificar los signifi-
cados inconscientes en el "aquí y ahora"; sólo después de
lograrlo pude comenzar a plantear la cuestión de lo que
debía explorarse en los términos de los antecedentes gene-
ticos y evolutivos.
La dinámica de la búsqueda desesperada por el señor
D de dependencia respecto de un objeto peligroso y cruel-

186
mente controlador podría conducir a teóricos de diferentes
escuelas a distintas conclusiones. Un mahleriano diría
que está relacionada con la subfase de reacercamiento de
la separación-individuación; un kleiniano podría relacio-
narla con un pecho envidiado, bueno (y/o) malo; un psi-
cólogo del yo tradicional quizá la concebiría en los térmi-
nos de una regresión anal determinada por la culpa, a
partir de un conflicto edípico positivo. Pero como yo no
tenía información sobre la etapa evolutiva en que se ori-
ginó este conflicto, o a la que había hecho regresión, evité
especular sobre ella antes que los desarrollos inconscien-
tes del "aquí y ahora" se hubieran vuelto completamente
conscientes y yo-distónicos.
En el caso del señor E, se destaca el peligro de realizar
reconstrucciones genéticas prematuras. Incluso en el
momento de salir de un prolongado atolladero analítico,
yo me abstengo de vincular cualquier aspecto del pasado
a la relación objeta! primitiva activada, hasta que surjan
más pruebas en la transferencia y en las asociaciones
libres del paciente.
En resumen, entonces, primero realizo construcciones
atemporales de los significados inconscientes en el "aquí
y ahora", y sólo más tarde, cuando las condiciones lo jus-
tifican, intento cautelosamente transformar esas construc-
ciones en reconstrucciones del pasado inconsciente. De
modo análogo, trato de evitar la falacia genética de equi-
parar el material más primitivo con el más temprano, así
como cualquier vinculación mecánica de ciertos tipos de
psicopatologías con etapas fijas del desarrollo.
Estos tres casos ilustran también otro aspecto de mi
técnica: la importancia de explorar cuidadosamente los
desarrollos que se dan en la experiencia del paciente, tan-
to fuera de la sesión analítica como en su transcurso. Con
la señora C pasé un tiempo considerable estudiando su
relación con colegas y superiores en el trabajo, antes de

187
intentar vincular ese material a su relación conmigo -a
pesar de que muy pronto advertí su actitud de "niñita
buena" en las sesiones de análisis.
Mis primeros esfuerzos con el señor D se concentraron
en la clarificación de su relación caótica con la novia. Sólo
puse el foco sistemáticamente en su relación conmigo
cuando, en razón del fracaso de todos mis esfuerzos ten-
dientes a ayudarlo a lograr una mayor comprensión,
resultó obvio que las cuestiones transferenciales se habían
hecho merecedoras de la mayor prioridad interpretativa.
Tuve que aguardar mucho tiempo antes de poder vincular
entre sí la relación con la novia y su relación conmigo.
En el tercer caso, desde luego, una larga historia de
esfuerzos frustrados tendientes a explorar las relaciones
extraanalíticas y analíticas condujo al diagnóstico de lo que
he denominado "obliteración del espacio analítico". En tér-
minos metapsicológicos, los criterios económicos (es decir,
la búsqueda de zonas de activación afectiva dominante,
consciente o inconsciente) determinan que la intervención
enfoque principalmente una interacción de la sesión, o la
realidad externa del paciente (Kernberg, 1984).
A estas alturas debe resultar claro que aunque subra-
yo con fuerza el análisis de los significados inconscientes
de la transferencia en el "aquí y ahora", no descuido la
importancia del análisis de los antecedentes genéticos, el
"allí y entonces". En cuanto a mi énfasis en el "aquí y aho-
ra", concuerdo con las propuestas de Gíll. No obstante,
creo que ampliar en exceso el concepto de la transferencia
como "una amalgama de pasado y presente" (Gill, 1982,
pág. 177) desdibuja la diferenciación de lo que resulta ina-
propiado en el "aquí y ahora" y tiene que explicarse por
sus orígenes en otra parte.
Creo que los aspectos reales de la conducta del ana-
lista que desencadenan y/o sirven para racionalizar la
transferencia del paciente, no deben incluirse como par-

188
tes de la transferencia en sí. En el analista, es un error
técnico evitar fóbicamente el reconocimiento de la rea-
lidad del aspecto de su conducta que ha sido advertido
por el paciente y que suscita en éste una cierta reacción;
más aún: también es un error técnico que el analista no
tome conciencia de lo que en su propia conducta puede
haber gatillado inconscientemente ciertos aspectos de la
transferencia. Pienso que suponer que lo que el analista
aporta realmente a la interacción con un paciente debe
ignorarse o negarse, constituye una distorsión de la con-
cepción clásica de la transferencia; hacerlo implica que
el analista está perfectamente adaptado y que es normal
en un ciento por ciento. Como lo he señalado en una obra
anterior:

Los pacientes se hacen rápidamente expertos en la


detección de las características de la personalidad del ana-
lista, y las reacciones transferenciales a menudo emergen
al principio en ese contexto. Pero se comprende mal la
naturaleza de la transferencia si se llega a la conclusión
de que todas las reacciones transferenciales, en elfondo,
o por lo menos en parte, son reacciones inconscientes o
conscientes a la realidad del analista. La transferencia es
el aspecto inadecuado de la reacción del paciente al ana-
lista. El análisis de la transferencia puede empezar con
la actitud del analista de "dejar abierta" la realidad de las
observaciones del paciente, y explorar la razón de que cier-
tas observaciones tengan importancia en un momento
determinado.
Si el analista es consciente de los rasgos reales de su
personalidad y puede aceptarlos sin negación o defensivi-
dad narcisista, su actitud emocional le permitirá transmi-
tirle al paciente el mensaje siguiente: "Entonces, si usted
está respondiendo a algo que hay en mí, ¿cómo debemos
entender la intensidad de su reacción?". Pero la patología
caracterológica del analista puede ser tal que la reacción
transferencia! del paciente dé lugar a la erosión de la neu-
tralidad técnica. Cuando el analista es incapaz de discri-

189
minar entre las percepciones realistas e irreales que el
paciente tiene de él, está operando la contratransferencia
(Kernberg, 1984, pág. 266).

Lo que se escenifica en la transferencia nunca es una


simple repetición de las experiencias pasadas reales del
paciente. Estoy de acuerdo con Melanie Klein (1952b) en
cuanto a que la transferencia deriva de una combinación
de experiencias reales y fantaseadas del pasado y de las
defensas contra unas y otras. Éste es otro modo de decir
que la relación entre la realidad psíquica y la realidad
objetiva siempre sigue siendo ambigua: cuanto más grave
es la psicopatología del paciente y más distorsionada su
organización estructural intrapsíquica, más directa es la
relación que existe entre la estructura presente, la recons-
trucción genética y los orígenes evolutivos. Pero llegar a
la conclusión de que la reconstrucción del pasado es impo-
sible porque resulta dificil, aducir la dificultad de conectar
el pasado con el presente para cuestionar la posibilidad
de descubrir el pasado, son en realidad evasiones carentes
de justificación.

CONTRATRANSFERENCIA, EMPATÍA, MEMORIA Y DESEO

He expuesto mis ideas sobre la contratransferencia


en un trabajo anterior (1975-1984). Aquí deseo subrayar
la ventaja de una concepción global o amplia de la con-
tratransferencia, que, además de las reacciones incons-
cientes del analista al paciente o a la transferencia (en
otras palabras, además de la transferencia del analista),
incluya las reacciones realistas del analista a la realidad
de la vida del paciente, a su propia vida tal como pueda
ser afectada por el paciente y a la transferencia. A los
fines prácticos, todos estos componentes, salvo el último,

190
1

tienen que amortiguarse en las circunstancias psicoana-


líticas comunes.
Obviamente, si el analista conserva una seria patolo-
gía caracterológica no analizada, o si existe una desafor-
tunada "resonancia" recíproca entre la patología caracte-
rológica del analista y la del paciente, las transferencias
del analista al paciente pueden ser acentuadas. Cuanto
mayor sea la psicopatología del paciente, y más regresiva
la transferencia, más intensas serán las respuestas emo-
cionales realistas del terapeuta al paciente. Es esta zona,
de las respuestas realistas al paciente y su vínculo con las
disposiciones transferenciales más profundas del analista,
la que presenta peligros potenciales de acting out de la
transferencia y ventajas potenciales en la forma de mate-
rial clínico a explorar por el analista e integrar en su com-
prensión de la transferencia.
En el capítulo 6 he descrito los conceptos de Racker
(1957) de las identificaciones concordante y complemen-
taria en la contratransferencia. A mi juicio, la identifica-
ción complementaria tiene una importancia especial en
el análisis de pacientes con patología grave del carácter
y desarrollos transferenciales regresivos. Por medio de
operaciones regresivas inconscientes, en particular de la
identificación proyectiva, los pacientes pueden, empleando
comunicaciones conductuales sutiles, inducir en el ana-
lista actitudes emocionales que reflejan aspectos del pro-
pio sí-mismo o de las propias representaciones objetales
disociados del paciente.
El análisis introspectivo por -el psicoanalista de su
reacción contratransferencial complementaria le permite
diagnosticar aspectos proyectados de las relaciones obje-
tales internalizadas activadas del paciente, en particular
los comunicados de modo no verbal y mediante cambios
en la calidad del espacio analítico -esa relación habitual,
silenciosa, entre paciente y analista-. En circunstancias

191
óptimas, la comprensión por el analista de su propia pre-
sión afectiva, derivada de las comunicaciones inconscien-
tes del paciente en la transferencia, puede conducir a una
comprensión más completa de la relación objetal activada
en la transferencia.
Mi actitud respecto de la activación en el analista de
disposiciones emocionales intensas respecto del paciente,
en particular en momentos de regresión transferencial,
consiste en tolerar mis propios sentimientos y fantasías
sobre el paciente e intentar utilizarlos para obtener una
mejor comprensión de lo que sucede en la transferencia.
Permanezco alerta a la necesidad de proteger al paciente
de cualquier tentación a actuar esos sentimientos o comu-
nicárselos a él. Al no comunicar las reacciones contra-
transferenciales al paciente, el analista conserva su liber-
tad para trabajar con ellas y para utilizarlas en las
interpretaciones.
Una cuestión relacionada consiste en determinar la
naturaleza de lo proyectado sobre el analista y activado
en su contratransferencia. Los pacientes pueden proyectar
una representación del sí-mismo mientras escenifican la
representación objetal de una relación objetal activada en
la transferencia o, a la inversa, proyectar una represen-
tación objetal mientras escenifican la correspondiente
representación del sí-mismo. Estas proyecciones tienden
a ser relativamente estables en los pacientes con organi-
zación neurótica de la personalidad, pero son inestables
y alternan rápidamente en los pacientes con patología
grave del carácter y organización límite de la personali-
dad.
Por ejemplo, la señora C intentaba inconscientemente
congraciarse conmigo como representación objetal de su
padre, para protegerse de sus impulsos de desafiarme
(como padre) e inducirme a entrar en un contraataque
agresivo -y sexualizado-. Bajo la influencia de diferen-

192
tes estados afectivos, en la paciente se activaron varias
representaciones del sí-mismo relativamente estables, y
también una proyección relativamente estable sobre mí
de representaciones objetales que correspondían al padre
en diferentes estados afectivos. En otras palabras, noso-
tros "no intercambiamos personalidades".
Pero el señor D presentaba una alternancia rápida y
casi caótica de las representaciones del sí-mismo y las
repre,s entaciones objetales en sus identificaciones y sus
proyecciones sobre mí, que reflejaban también diferentes
estados afectivos. Por ejemplo, en un momento proyectó
sobre mí una imagen parental replegada, indiferente y
rechazadora, percibiéndome como dominante, egocéntrico,
incapaz de tolerar cualquier idea diferente de la mía y dis-
puesto a rechazarlo con ira (a él, mi niño) porque se atre-
vía a pensar de otro modo. Sólo un minuto antes o des-
pués de esa experiencia, el señor D se identificaba él
mismo con la imagen de esa figura parental y me descar-
taba a mí (su niño), declarando que acababa de decidir
poner fin a su análisis porque no podía tolerar a un ana-
lista tan obstinado y desorientado. Su actitud implicaba
que ese súbito punto final de su relación conmigo se pro-
duciría del modo más natural y sin ningún riesgo de que
me echara de menos. En otras palabras, en la transferen-
cia entre nosotros se activaba un rápido intercambio de
los roles del progenitor sádico, negligente, y el hijo mal-
tratado, desatendido.
Considero de importancia crucial que el analista tolere
las experiencias emocionales rápidamente alternantes, y
a veces por completo contradictorias, que indican la acti-
vación de las representaciones complementarias del sí-mis-
mo y del objeto de una relación objeta! internalizada pri-
mitiva. La capacidad del analista para tolerar esos
cambios rápidos en sus respuestas emocionales al paciente,
sin renegación ni acting out, incluye varias precondiciones.

193
Primero, el analista debe mantener los límites estric-
tos de espacio y tiempo en la situación analítica, la pri-
vacidad fuera de la sesiones y una sensación de su propia .!
seguridad física en el curso de ellas. ·í
Segundo, el analista tiene que poder tolerar, como par-
te de su respuesta empática al paciente, la activación en
sí mismo de estados afectivos primitivamente agresivos,
sexuales y dependientes. Por ejemplo, el analista debe
aceptar su propia agresión en la contratransferencia (Win-
nicott, 1949), como lo es la experiencia gratificante del
control sádico; esta experiencia puede ser para el analista
un problema mayor que tolerar, digamos, la excitación
sexual.
Tercero, el analista debe mantener una confianza sufi-
ciente en su creatividad como parte de su trabajo analí-
tico, y tolerar la necesidad del paciente de destruir sus
esfuerzos, sin un contraataque reactivo, la desvalorización
del paciente o el repliegue respecto de él. Sólo si el ana-
lista se siente cómodo con su propia agresión podrá inter-
pretar la agresión del paciente sin temer que éste sea un
ataque al paciente o una sumisión a la acusación de este
último de que está siendo atacado (una manifestación de
la intolerancia del paciente a su propia agresión).
El estudio del material clínico presentado por los psi-
cólogos del sí-mismo ha dejado en mí la impresión de que
ellos aceptan, implícita o explícitamente, la idea de que
la interpretación por el analista de la agresión del pacien-
te equivale a un ataque al paciente, como si toda agresión
fuera "mala". Esta concepción de la agresión obviamente
no puede sino reforzar la propia convicción del paciente
en cuanto a que la agresión es mala, y de que él debe
defenderse de esta "acusación" con todos los medios a su
alcance.
Como lo he subrayado en una obra anterior (1975), la
empatía debe entonces incluir no sólo la identificación 1

1

194 j
l,,,
i' :·1
concordante con el yo-sintónico del paciente, la experien-
cia subjetiva central, sino también la identificación com-
plementaria con los aspectos disociados, reprimidos o pro-
yectados del autoconcepto o de las representaciones
objetales del paciente.
Bion, en un ensayo titulado "Notes on Memory and
Desire" (1967), subrayó la importancia de encarar el mate-
rial que presenta el paciente en cada sesión sin ideas pre-
concebidas sobre la dinámica (la "memoria"); sin apeten-
cias particulares respecto del material, el funcionamiento
y la experiencia del paciente, y sin apetencias propias no
relacionadas con el paciente ("deseo"). En la medida en
que el aporte de Bion supone una crítica indirecta a las
formulaciones tradicionalmente predominantes en la
escuela kleiniana, una defensa de la apertura al nuevo
material con un mínimo de preconceptos analíticos, lo que
dice es correcto. No obstante, pienso que Bion descuida
la importancia de la vasta experiencia del analista con el
material del paciente, la comprensión de un proceso ana-
lítico que se desarrolla a lo largo de un período de sema-
nas y meses, una comprensión que puede convertirse en
un marco de referencia para el analista, sin que éste que-
de esclavizado por él.
Lo que yo digo es que el analista tiene que conservar
un sentido de la continuidad del proceso analítico, y par-
ticularmente, un modo de ver al paciente, su conducta y
su realidad, que trascienda la idea subjetiva del paciente
en cualquier momento o en cualquier sesión, y que tam-
bién trascienda los propios "mitos" del paciente, o su orga-
nización preconcebida de su pasado. Ese marco de
referencia (la "memoria") es la contracara de la tolerancia
por parte del analista a los períodos de incomprensión, con
la expectativa de que finalmente surgirá un nuevo cono-
cimiento. De modo análogo, con respecto al "deseo" del
analista, su tolerancia a los impulsos, apetencias y temo-

195
res relacionados con el paciente, que se despliegan cons-
tantemente, le puede proporcionar al profesional informa-
ción importante incorporable a su conciencia durante las
sesiones, pero también en este caso sin que necesariamen-
te se vuelva esclavo de esa información.
Aunque gran parte de lo que he dicho se aplica a la
psicoterapia psicoanalítica con pacientes límite y narci-
sistas no analizables, mi intención ha sido exponer mi
enfoque básico de la transferencia en el contexto del psi-
coanálisis convencional con un amplio espectro de pacien-
tes. Según mi experiencia, cuando aplico este enfoque a
pacientes con organización neurótica de la personalidad
(véase el capítulo 11), difiere poco del enfoque tradicional
de la psicología del yo y de otros enfoques de relaciones
objetales. En contraste, las diferencias entre mi enfoque
y el de la psicología del sí-mismo son obviamente profun-
das y globales. No obstante, con los pacientes en regresión
parecen surgir diferencias importantes entre mi enfoque
y la psicología del yo tradicional, con la escuela inglesa
de las relaciones objetales y con las técnicas de las rela- -,1
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ciones objetales de los psicoanalistas interpersonales de


Estados Unidos.
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8. UN ENFOQUE DEL CAMBIO ESTRUCTURAL
BASADO EN LA PSICOLOGÍA DEL YO Y LA TEORÍA
DE LAS RELACIONES OBJETALES

Uno de nuestros supuestos es que el tratamiento psi-


coanalítico genera un cambio estructural. Aunque la defi-
nición precisa del cambio estructural no ha logrado con-
senso, existe acuerdo general en cuanto a que los cambios
sintomáticos y caracterológicos conseguidos son profundos
y estables, y se basan en una reestructuración significa-
tiva de la personalidad del paciente. Se supone que este
cambio trasciende las modificaciones resultantes de la
manipulación conductual, las "curas de transferencia", la
sugestión y el efecto placebo, y otras técnicas que se
emplean en psicoterapia.
El cambio estructural se define tradicionalmente como
una modificación significativa de los conflictos intrapsí-
quicos inconscientes que subyacen en la formación sinto-
.mática. El cambio en las estructuras psíquicas inconscien-
tes subyacentes se refleja por lo general en modificaciones
significativas del yo, del superyó y el ello, con una expan-
sión significativa del yo del sistema y una reducción
correspondiente de las presiones del superyó y el ello
inconsciente. Otro modo de formular este concepto con-
siste en decir que se produce un cambio significativo en
las configuraciones de impulso/defensa, con una reducción
de las defensas que limitan al yo, un pasaje de la repre-

197
sión a la sublimación, y la incorporación de derivados pul-
sionales antes reprimidos en la conducta yo-sintónica. De
modo que el concepto de cambio estructural no se refiere
sólo a la estabilidad o subsistencia del cambio conductual,
sino también a una modificación significativa de la diná-
mica inconsciente vinculada a él. Entiendo que este con-
cepto suscita importantes problem;:is teóricos, clínicos y
de investigación.
La definición tradicional del cambio estructural que
acabamos de dar implica que el funcionamiento mental
se caracteriza por una estructura tripartita bien diferen-
ciada. Mi propia comprensión difiere de ese supuesto en
cuanto a que, sobre la base de descubrimientos concer-
nientes a la psicopatología de los estados límite (Kern-
berg, 1976, 1984), creo que los impulsos y las defensas
deben explorarse como pautas de relaciones objetales
internalizadas -los bloques constructivos de la estructu-
ra tripartita-. La disociación o integración de estos blo-
ques constructivos se refleja en el carácter del paciente,
en sus relaciones interpersonales y en los desarrollos
transferenciales.
Según mi comprensión de la psicopatología y el tra-
tamiento de los trastornos graves del carácter, en la con-
cepción psicoanalítica del cambio estructural hay que
incorporar los cambios de la organización interna de las
representaciones del sí-mismo y objetales. Además, la
posibilidad de que el cambio estructural pueda inducirse
mediante la psicoterapia psicoanalítica de la organización
límite de la personalidad-y no sólo por el psicoanálisis-
tiene que explorarse en el seno de un marco teórico que
tenga en cuenta un espectro psicopatológico amplio. Asi-
mismo, si una característica de la patología grave del
carácter es la expresión de impulsos primitivos que han
sido disociados más bien que reprimidos, la expansión del
yo en el curso de la mejoría terapéutica de los pacientes
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límite puede caracterizarse por la modificación lograda
integrando (y en parte reprimiendo) tales impulsos, y no
levantándoles la represión. De hecho, estos cambios pue-
den surgir en las relaciones íntimas con unos pocos otros
significativos, así como en la transferencia. Lo que vemos
es una integración del autoconcepto del paciente y un
incremento de su capacidad para la comprensión realista
y la investidura emocional de esos otros.
Otro problema relacionado con la teoría psicoanalítica
del cambio estructural es la confusión entre el cambio que
refleja una reorganización de las estructuras intrapsíqui-
cas (sea que nos refiramos al yo, el superyó y el ello, o a
relaciones objetales internalizadas) y el cambio reflejado
en pautas conductuales reales. La definición que da Rapa-
port (1960) de las estructuras psíquicas, como procesos
con un ritmo lento de cambio, parece haber conducido a
una concepción del cambio estructural que incluye mani-
festaciones de la modificación de las pautas conductuales.
Wallerstein (1986), en acuerdo con Schwartz (1981), seña-
la la ambigüedad que rodea la cuestión de lo que consti-
tuye el verdadero cambio estructural, en tanto distinto del
cambio que es "sólo" adaptativo o conductual.
Basándome en la fuerza de las pruebas empíricas acu-
muladas a lo largo de muchos años (Kernberg y otros,
1972; Wallerstein, 1986), creo que en un vasto ámbito del
funcionamiento psíquico es posible obtener un cambio
duradero mediante la psicoterapia psicoanalítica e incluso
con tratamientos que los teóricos psicoanalíticos tradicio-
nales consideran "de apoyo" o "fortalecimiento del yo",
tanto como con el psicoanálisis. Los cambios conductuales
duraderos pueden a su vez afectar en profundidad el equi-
librio conflictual del individuo, y en consecuencia las rela-
ciones dentro de la estructura tripartita y el mundo de las
relaciones objetales internalizadas en general. En una
obra anterior (Kernberg, 1975, 1984), he estipulado las

199
indicaciones específicas y las características técnicas de
un tipo particular de psicoterapia psicoanalítica que apun-
ta al tratamiento de la organización límite de la persona-
lidad, una aplicación de la teoría psicoanalítica a una
población de pacientes que por lo general no responde bien
al psicoanálisis en general. Además, creo que dentro del
campo de la psicoterapia psicoanalítica ha habido una
desvalorización implícita e injustificada de los cambios
profundos que pueden obtenerse con la provisión de un
ambiente terapéutico activo específico, como en el manejo
psicoterapéutico experto de algunos pacientes esquizofré-
nicos crónicos.
Si es posible obtener de tantos modos un cambio dura-
dero que afecte ~as relaciones del individuo consigo mis-
mo, con los otros, con el trabajo y con la vida en general,
¿existe algún mecanismo específico del cambio estable,
derivado de la psicoterapia psicoanalítica y el psicoaná-
lisis?
Se podría sqstener que lo que le importa al paciente
en términos de resultados es el alivio de los síntomas y
el cambio de carácter, de modo que si la investigación
demuestra que el tratamiento psicoanalítico produce esos
cambios, se podrían pasar por alto las cuestiones relacio-
nadas con el concepto del cambio estructural. Después de
todo, la evaluación de la eficacia de la técnica psicoana-
lítica para producir la mejoría del paciente se podría rea-
lizar con independencia de cualquier supuesto psicoana-
lítico acerca de lo que la produce. Pero eludir el problema
de este modo es insatisfactorio.
En la medida en que el instrumento básico de la téc-
nica psicoanalítica -la interpretación- se centra preci-
samente en la relación dinámica entre el impulso y la
defensa -y, añadiría yo, en la activación de las relaciones
objetales internalizadas inconscientes en conflicto, repre-
sentadas en esas constelaciones de impulso-defensa-, el

200
concepto de puesta a prueba de los éambios en el equili-
brio conflictual es central, en la técnica del psicoanálisis,
así como en su teoría del resultado. Entonces, asimismo,
poner a prueba la eficacia de las interpretaciones supone
evaluar la expansión del insight del paciente -es decir,
su percatación afectiva y cognitiva del conflicto, su pre-
ocupación por éste y su utilización de esa percatación y
esa preocupación para el trabajo activo sobre dicho con-
flicto. ·
Además, la investigación de la rriedida en que la mejo-
ría es un producto del "adoctrinamiento" conceptual por
el terapeuta (en tanto opuesto a un nuevo conocimiento
del paciente sobre sí mismo a través de la introspección)
es crucial para la evaluación de la técnica psicoanalítica,
en comparación con los enfoques de la sugestión o el apo-
yo. En síntesis, nuestro concepto del cambio estructural
influirá en la elección de la modalidad y la técnica de tra-
tamiento. Y ese concepto del cambio estructural depende
del modo como concibamos la estructura psíquica.
En la organización límite de la personalidad, la prin-
cipal tarea analítica consiste en reunir, por medio de
interpretaciones integradoras, las relaciones con objetos
parciales, disociadas o escindidas, que reflejan los concep-
tos intrapsíquicos inconscientes, tal como se activan en
la transferencia, clarificando en el proceso sus correspon-
dientes representaciones del sí-mismo y el objeto, y los
afectos dominantes.
Como espero que hayan dejado en claro los capítulos
anteriores, considero que la principal tarea analítica con
los pacientes neuróticos consiste en llevar a plena concien-
cia los significados transferenciales reprimidos, incons-
cientes, del "aquí y ahora'', empleando las asociaciones
libres del paciente, con la interpretación como instrumen-
to terapéutico esencial. Mi expectativa es que las asocia-
ciones libres del paciente con los significados transferen-

201
ciales inconscientes descubiertos en el "aquí y ahora" nos
llevarán al pasado inconsciente.
Dentro de este marco teórico, el cambio estructural
que resulta del tratamiento psicoanalítico se refleja en el
desarrollo de modificaciones significativas en las pautas
transferenciales predominantes y en cambios definidos y
duraderos en la relación terapéutica, a medida que se
resuelvan esas pautas transferenciales cambiantes.
Encontramos una expansión de la percatación por el
paciente de la naturaleza de esos desarrollos transferen-
ciales, de sus orígenes pasados inconscientes y de sus efec-
tos sobre las experiencias y la conducta del paciente fuera
de las sesiones, así como en la situación de tratamiento.
Por lo tanto, en términos clínicos, el concepto general del
cambio no se refleja en una evaluación de las operaciones
defensivas, o de la adecuación y el carácter apropiado de
la expresión de los impulsos por el paciente (por ejemplo,
en la integración de las pulsiones agresiva y sexual), sino
que se evalúan primordialmente las modificaciones de la
naturaleza de las relaciones objetales activadas en la
transferencia. Dos ejemplos clínicos ilustrarán mi formu-
lación del cambio estructural intrapsíquico.

ILUSTRACIONES CLÍNICAS

La señorita F, de cerca de 30 años, inició una psico-


terapia psicoanalítica de tres sesiones por semana, por su
conducta grave de automutilación, manipulación crónica
de los demás y esporádico abuso múltiple de drogas en el
curso de los doce años anteriores. Su práctica de provo-
carse significativas quemaduras con cigarrillos y sus
intentos suicidas determinaron que la hospitalización se
considerara indispensable. El tratamiento se basó en la
conclusión diagnóstica de que la paciente presentaba una

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organización límite de la personalidad, con rasgos narci-
sistas, infantiles y antisociales.
A lo largo de un período de cuatro años, se repitieron
con frecuencia las siguientes pautas de conducta. La
señorita F iniciaba una automutilación, que incluía
intentos de suicidio, siempre que fracasaba con sus men-
tiras y en sus intentos de manipular o controlar a otros.
La mentira y la manipulación por lo general aparecían
después de un fracaso en el intento de controlar a los
demás, provocándolos y haciéndolos sentir culpables. La
conducta provocadora surgía cuando la envidia y el
resentimiento de la paciente resultaba intolerable. Envi-
diaba sobre todo la capacidad de las otras personas para
conservar la autonomía y tener relaciones significativas
y satisfactorias, de lo que ella se sentía incapaz. Estas
secuencias se escenificaban repetidamente en la relación
del paciente con la familia y los amigos, tanto como con
el terapeuta.
La exploración de los conflictos de la señorita F entre
la agresión intensa y los anhelos insatisfechos de depen-
dencia gradualmente generó un cambio en su estilo comu-
nicativo, que pasó de la expresión directa en acciones, a
la verbalización de su dolor, ira y desesperación subyacen-
tes. Después de varios meses de hospitalización, fue posi-
ble seguir tratándola como paciente externa. Pero aunque
sus impulsos autodestructivos se volvieron menos ame-
nazantes para la vida (quemaduras de cigarrillos más
superficiales e intentos de suicidios menos frecuentes y
severos), la tendencia a mentir y a manipular a los demás
subsistió sin mengua; esos impulsos se expresaban tam-
bién en un rechazo vengativo y alegre de todas las com-
prensiones del terapeuta. Más tarde, cuando la señorita
F llegó a ser capaz de verbalizar su deseo de descartar
todo lo que proviniera del terapeuta, en las sesiones se
volvieron menos marcadas la mentira y otras distorsiones

203
de la información sobre su vida. Al mismo tiempo, desple-
gó una cierta capacidad para estudiar y trabajar, con
menos dependencia respecto de la familia.
Sus ciclos de conducta, que originalmente tomaban
varias semanas o varios meses, se fueron acelerando de
manera gradual, y así fue posible diagnosticarlos y dis-
cutirlos en un tiempo cada vez menor, a veces en cuatro
o cinco sesiones. En los años tercero y cuarto del trata-
miento, se produjo una condensación y una aceleración
adicionales de dichos ciclos. Al mismo tiempo comenzaron
a surgir en las sesiones contenidos nuevos, al principio
tan sutiles que el terapeuta sólo podía reconocer su apa-
rición después de un análisis retrospectivo del material,
abarcando varios meses de tratamiento. La señorita F
comenzó a expresar apetencias agresivas primitivas de
una calidad casi salvaje: por ejemplo, soñó que estaba
gaseando a los pacientes de una residencia para ancianos,
en colusión con el director del establecimiento, y que,
mientras esos pacientes eran asesinados, ella sostenía
conversaciones amistosas y animadas con los parientes en
otro lugar, pensando alegremente en el asesinato en masa
que se estaba cometiendo. "
Simultáneamente, la paciente empezó a expresar
preocupación por el hecho de que el terapeuta pudiera o
no aceptarla, en vista de esos sueños o fantasías mons-
truosos. En su recuerdo reaparecieron antiguos amigos
que había perdido con una indiferencia total, y se reavi-
varon sus sentimientos respecto de ellos. Por primera vez,
experimentó pena por la destrucción de las relaciones
pasadas, anhelo de intimidad y momentos de intenso
temor a su propia hostilidad hacia las personas.
En una sesión, la señorita F habló extensamente sobre
una amiga que había sido muy comprensiva y alentadora,
y a la que ella desatendió gravemente. Había decidido ·,.1

escribirle, reconocer su frialdad y pedirle perdón. Este

204
desarrollo sorprendió al psicoterapeuta. Debido a la pauta
explotati va de la señorita F y a su insensibilidad de larga
data respecto de los demás, sospechó al principio y sólo
cedió en su desconfianza después del final de la sesión.
Decidió retomar esa cuestión en la primera oportunidad
que se le presentara, y así lo hizo la semana siguiente,
comentando que sólo retrospectivamente había compren-
dido con cuánta profundidad la paciente había cambiado
en su actitud respecto de su ex amiga. La paciente dijo
entonces, pensativamente, que ella se había preguntado
si acaso el terapeuta estaba tan condicionado por su modo
habitual de reaccionar con las personas que ya había per-
dido toda esperanza en cambiarla. También le advirtió
que ese cambio quizá fuera "verdadero sólo en este
momento", expresando de tal modo que advertía la modi-
ficación que se había producido en ella, y también que la
angustiaba la fragilidad de ese cambio.
Era como si la paciente hubiera descubierto una nueva
escisión entre una humanidad básica hasta entonces
latente en ella y un aspecto sádico, tiránico, de su perso-
nalidad, que la había dominado la mayor parte de su vida.
Entonces, en el sexto año de tratamiento, cambiaron sus
relaciones con las personas, junto con el desarrollo de
preocupación y sentimientos afectuosos respecto del tera-
peuta. Desapareció la deshonestidad de la paciente en la
transferencia, y las tendencias autodestructivas fueron
extinguiéndose mientras ella reconocía que ese enemigo
interno sádico la había obligado a destruir toda la capa-
cidad de tener una relación buena con los demás, e incluso
a atacar su propia supervivencia.
El segundo caso es del señor G, un hombre de negocios
de poco más de treinta años, de personalidad obsesivo-
compulsiva, con una neurosis mixta que incluía síntomas
de depresión, angustia y homosexualidad reprimida. El
señor G inició el tratamiento psicoanalítico debido a una

205
insatisfacción de larga data con su vida y su trabajo coti-
dianos, problemas de relación con la esposa y los dos hijos
pequeños y sentimientos crónicos de depresión. Su fami-
lia, sus amigos y sus colegas lo consideraban frío y dis-
tante, y él sabía que, a pesar de sus esfuerzos por ser más
desenvuelto, era inhibido, torpe, rígido y perfeccionista.
Su masturbación se acompañaba de fantasías homosexua-
les; el contenido manifiesto de sus sueños también era a
menudo homosexual. Pero nunca había tenido experien-
cias homosexuales reales, y el pensamiento de que podría
ser homosexual lo aterraba. Gradualmente surgió que su
deseo de obtener ayuda para superar sus conflictos homo-
sexuales y mejorar su funcionamiento sexual con la espo-
sa eran los verdaderos motivos que lo habían llevado a
tratarse. En su empleo administrativo en una gran
empresa, el señor G temía afirmarse ante sus subordina-
dos, y también temía las críticas de sus superiores.
Este paciente era el hijo único de padres rígidos, reli-
giosos y muy trabajadores, que esperaban de él que rea-
lizara pequeñas tareas domésticas y mantuviera sus cosas
en orden, como lo hacían ellos, con un lugar para cada
cosa y una cosa para cada lugar. La madre era sin. duda
la figura dominante del hogar. Ante su insistencia, él
había emprendido el estudio del violín siendo aún muy
pequeño. En ese entonces detestaba practicar con el ins-
trumento, y todavía conservaba alguna ambivalencia res-
pecto de la música. Pero disfrutaba con su capacidad para
expresarse musicalmente, y aunque había ido tocando
cada vez menos, era un músico completo. Advertí que al
hablar de música se animaba.
Había sido un buen alumno, pero le parecía que sus
compañeros no gustaban de él, y sólo se sentía cómodo con
unos pocos amigos. Empezó a salir con chicas ocasional-
mente, en la escuela secundaria, en relación con aconte-
cimientos musicales; conoció a la esposa durante su últi-

206
mo año en la universidad. Aunque su incertidumbre acer-
ca de su respuesta sexual a ella y los correlativos senti-
mientos de culpa lo perturbaron desde el principio, el ape-
go de la joven a pesar de la actitud distante de él
finalmente lo convenció, y se casaron. Las fantasías mas-
turbatorias homosexuales se habían iniciado al principio
de la adolescencia, y le preocupaba mucho mantenerlas
en absoluto secreto. Había esperado que su matrimonio
lo ayudara a superar su interés sexual por los hombres,
pero eso no ocurrió.
Cuando comenzó el tratamiento, la conducta del señor
G en las sesiones reflejaba una sumisión superficial a las
figuras de autoridad poderosas, eventualmente rastrea-
bles hasta su padre, y una rebelión subyacente contra
ellas. Iniciaba casi todas las sesiones con una descripción
monótona de las diversas tareas que estaba realizando en
su taller de carpintería, recitados que poco a poco demos-
traron ser una parodia inconsciente de la asociación libre.
Gradualmente se llegó a la interpretación de los signifi-
cados inconscientes de esta pauta, y entonces cambió la
transferencia, con el desarrollo de fuertes apetencias de
dependencia respecto de mí como imagen paterna.
Las fuertes apetencias homosexuales con las que había
luchado desde la adolescencia también se pusieron de
manifiesto en la transferencia, junto con una intensifica-
ción de las fantasías masturbatorias de relaciones homo-
sexuales con hombres bondadosos y protectores. La inter-
pretación de su miedo a las apetencias homosexuales hacia
mí, que le hizo posible hablar con más libertad sobre esas
cuestiones, también desencadenó el desarrollo de intensos
temores respecto de mí, como imagen parental sádica que
condensaba las actitudes despóticas e iracundas del padre
y el perfeccionismo rígido y exigente de la madre.
Los ciclos reiterados de anhelo de depender de un
padre maternal, generoso y protector, y miedo a esa ima-

207

L
gen amenazante de padre-madre, cambiaron de nuevo
después de la interpretación de sus fantasías sexuales de
sumisión como una defensa contra la ira subyacente que
suscitaba esa imagen sádica de padre-madre.
Entonces la relación en la transferencia se volvió pre-
dominantemente maternal: me experimentaba como frío
y exigente, con características relacionadas con lo que
reclamaba la madre en cuanto a limpieza y trabajo, y con
la desconfianza y prohibición de la mujer respecto de los
impulsos sexuales. Resultó claro que un estancamiento de
varios meses en el segundo año del tratamiento había
reflejado rasgos masoquistas también evidentes en la
situación laboral y en la vida social del señor G. Esas ten-
dencias masoquistas eran una defensa contra una profun-
da agresión oral a la madre, condensada, en un nivel aún
más profundo, en la rivalidad edípica respecto del padre.
En un renovado ciclo de miedo a sus impulsos sexua-
les, surgió que sus sentimientos homosexuales incluían
impulsos heterosexuales inaceptables para la madre, y
sentimientos sexuales desplazados de la madre respecto
del padre, los que a su vez tenían que ser rechazados debi-
do a la implicación fantaseada de que ser un homosexual
significaba estar castrado. En su relación conmigo, el
paciente pasó de la resistencia pasiva, que había sido su
arma habitual a lo largo de años en su relación con los
superiores en el trabajo, a la crítica abierta y a estallidos
de ira apenas controlados.
Después de dos años y medio de tratamiento, tres
sesiones consecutivas demostraron la existencia de un
cambio crucial que se había producido en ese punto de su
psicoanálisis. En la primera de esas sesiones, el paciente
entró absorto y con la mirada distante. Después de ten-
derse en el diván permaneció en silencio un momento, y
a continuación dijo: "No me viene nada a la mente". Se
veía en su taller fijando las divisiones de una biblioteca

208
en la que estaba trabajando, y de modo inconexo describió
aspectos técnicos de ese proyecto. Repitió varias veces que
de esa manera no iba a ningún lado, que hablar de ese
modo era inútil, y al cabo de otro silencio conjeturó que
yo debía de estar disgustado con él, por lo cual no podía
culparme. Su esposa se había llevado a los niños a cenar
a un restaurante de comidas rápidas. Antes había bajado
al sótano para preguntarle si él quería ir, pero el paciente
le dijo que iba a terminar su trabajo. Después se sintió
aliviado por estar solo, aunque asimismo culpable porque
no pasaba un tiempo suficiente con la familia. También
se sintió aliviado porque no tenía ganas de hablar con
nadie. Después volvió a las referencias a su taller, a sus
herramientas, repitiendo que de esa manera no iba a nin-
gún lado y que el análisis era un ejercicio inútil. Con ese
tratamiento no conseguía nada.
Le dije que él temía que yo me fastidiara porque no
me estaba proporcionando material útil, así como podían
enojarse su mujer y sus hijos porque no demostraba nin-
gún interés por ellos. Agregué que la sensación de que no
me estaba dando nada le resultaba penosa, y que él pen-
saba que el tratamiento no valía la pena porque esa sen-
sación aliviaba sus sentimientos de culpa respecto de mí.
También me pregunté si su sensación de alivio por no salir
con los hijos y la mujer no reducía sus sentimientos de cul-
pa respecto de ellos.
Al cabo de un breve silencio, el señor G dijo que sabía
todo eso, pero ¿y qué? Hubo un silencio prolongado. Des-
pués agregó: "Usted no me está ayudando de ningún
modo". Otro silencio. Al cabo de dos o tres minutos, el
paciente dijo que con mi silencio yo lo estaba castigando.
Permaneció callado unos minutos, y a continuación
dijo que se había vuelto a masturbar delante del espejo.
Había planeado atarse y masturbarse mientras se obser-
vaba en ese estado, pero no le había resultado tan satis-

209
factorio como solía serlo. Con alguna vacilación, agregó
que mientras se masturbaba había fantaseado que era el
líder de un grupo de pandilleros que irrumpían en un
nightclub y destruían las lámparas, los muebles, las copas
y los platos, hasta que toda la pista de baile quedaba
cubierta de vidrios rotos. Entonces la pandilla obligaba
a punta de pistola a todas las parejas a desnudarse y bai-
lar sobre los trozos cortantes, y él podía eyacular con gran
placer.
El señor G cayó en otro silencio. Parecía considerable-
mente perturbado, y le pregunté en qué estaba pensando.
Respondió que se sentía muy avergonzado por lo que aca-
baba de contarme. Creía que mi silencio indicaba mi dis-
gusto; él mismo estaba disgustado con esa fantasía. Le
observé que me atribuía su propia autocrítica, y que en
la dureza de su autocondena yo sentía la actitud de la
madre, la que de niño no sólo le había prohibido mastur-
barse, sino que constantemente le recordaba que ella
detestaba todo lo que tuviera que ver con el sexo. El señor
G repitió que ya no lo satisfacía atarse como prerrequisito
para disfrutar mientras se masturbaba frente al espejo,
y que había experimentado una sensación de libertad y
de excitación intensa con su fantasía de poder, de tener
el control de todas las parejas desnudas en la pista de bai-
le del nightclub.
Le señalé que esa fantasía parecía diferente de su fan-
tasía masturbatoria habitual, en la que un hombre pode-
roso con músculos fuertes lo sostenía en sus brazos, mien-
tras él acariciaba el pene del hombre y su propio pene al
mismo tiempo. Ahora -continué-, parecía excitarlo una
sensación de poder que residía en él mismo, y la fantasía
de inmiscuirse poderosamente en los contactos sexuales
de parejas de hombres y mujeres. El señor G agregó de
inmediato que también había tenido la fantasía de que,
como las parejas debían bailar con los pies desnudos sobre

210
una pista cubierta de trozos de vidrio, el dolor que iban
a experimentar obstaculizaría su excitación sexual, y nin-
guno de los hombres podría mantener la erección. Los
hombres se sentirían avergonzados por ese fracaso y esa
humillación; cada una de esas personas, mientras danza-
ba en pareja, se sentiría avergonzada por estar en los bra-
zos de otra. Después de un breve silencio añadió que ya
no temía que yo lo criticara o estuviera disgustado con él.
Dijo que a menudo se sentía inseguro y experimentaba
resentimiento ante cualquier exhibición abierta de inti-
midad sexual entre un hombre y una mujer. A continua-
ción se refirió a una pareja que él y su mujer conocían;
en sesiones anteriores había manifestado una gran admi-
ración por el hombre, al que encontraba sexualmente
atractivo. Ahora agregó que la actitud natural y segura
de ese amigo respecto de la esposa a menudo hacía que
él (el paciente) se sintiera inseguro, en peligro o inadecua-
do en relación con su propia mujer. Hubo otro breve silen-
cio, y llegamos al fin de la sesión.
La sesión del día siguiente se inició con silencio y las
actividades del señor G en su banco de carpintero. Su voz
monocorde presentaba un contraste sorprendente con la
intensidad con la que había hablado al final de la sesión
anterior. Después de unos minutos, le pregunté si acaso
temía que yo lo criticara de nuevo por su repetición monó-
tona del tema convencional que él consideraba propio de
las sesiones vacías o dilapidadas. Después de un breve
silencio, el señor G manifestó que tenía su fantasía habi-
tual de estar en los brazos de un hombre fuerte y mascu-
lino. Pensaba que yo mismo carecía de atractivo sexual:
era bajo, calvo, totalmente asexual. Pero, agregó, en cierto
sentido él también era asexual. No obstante, sentía que
respondería sexualmente a un hombre fuerte y atlético.
Retomó el tema de sus actividades en el taller, y des-
pués pasó a hablar de problemas de la oficina. Tenía una

211
clara sensación de que dos de sus subordinados se mos-
traban muy amistosos con él, de un modo que le¡ parecía
burlón. Para asegurarse de que le demostraranl!espeto,
necesitaba mantenerlos a distancia. Eventualmente les
daba una mala contestación para demostrarles quién era
el que mandaba.
Le comenté que sus descripciones monótonas del tra-
bajo de carpintería estaban destinadas a mantenerlo a
distancia de mí. Le recordé su sensación de excitación y
alivio cuando compartió conmigo sus fantasías sexuales,
al final de la sesión anterior. Le sugerí que temía que una
relación abierta conmigo significara para él una potencial
sumisión sexual. Por lo tanto, tenía que mantener la dis-
tancia y asegurarse de que sólo se sentiría atraído sexual-
mente por un hombre de físico poderoso, de aspecto total-
mente distinto del mío. Al fantasear sobre ser protegido
por un hombre cálido y fuerte, se defendía de que yo lo
sedujera sexualmente y del peligro de estar bajo mi con-
trol como autoridad sádica.
El señor G permaneció en silencio, mientras su ten-
sión aumentaba visiblemente. Al cabo de unos momentos,
agregué que quizá me experimentara como a alguien que
se mantenía a distancia de él por sospechar que era desa-
fiante, del mismo modo que él se mantenía por esa razón
a distancia de sus subordinados. Y también me pregunté
si temía de nuevo que yo pudiera despreciarlo porque
hablaba de sus fantasías sexuales.
El señor G dijo que después de la sesión anterior se
había sentido avergonzado, como un niñito que hubiera
contado su fantasía de ser un superhombre, un gran
gángster. Lo consideraba ridículo; la dolorosa verdad era
que envidiaba a las parejas que podían disfrutar del sexo.
Después de un breve silencio dijo que odiaba a su jefe, un
necio pomposo y jactancioso. Describió con algún detalle
un encuentro de trabajo en el cual, por lo menos una vez,

212
se le enfrentó y le demostró que estaba equivocado. Hubo
otro silencio, y volvió al tema de la carpintería, de sus
herramientas y de un mecanismo para construir un com-
partimiento oculto en la biblioteca. Dijo que disfrutaba
mucho con su control de ese pequeño mundo del sótano.
Incluso los hijos sabían que no tenían que acercarse allí.
Permaneció en silencio unos minutos; después me confesó
que se había reservado algunas asociaciones que tuvo des-
pués de contarme la fantasía masturbatoria del nightclub.
La amenaza a punta de pistola a las parejas que bailaban
le recordó un sueño de varias semanas antes, en el cual
era comandante de un campo de concentración nazi mien-
tras yo, uno de los prisioneros, trataba de escapar, y él
estaba presto a dispararme.
Por otra parte, la noche anterior había soñado que
tenía relaciones sexuales con un hombre robusto que lo
sostenía mientras él le acariciaba su gran pene; al mirar
al rostro del hombre, resultó que era el jefe. En el sueño
tenía mucho miedo de que descubrieran su homosexua-
lidad, o de quedar sometido para siempre al jefe, que ya
conocía su secreto.
Le dije que quizás había temido hablarme de la aso-
ciación de ese sueño con la fantasía del nightclub porque
se trataba de una expresión directa de su deseo de con-
trolarme a punta de pistola y someterme sádicamente. La
fantasía era la inversión de la experiencia del sueño, en
el cual el jefe lo chantajeaba después de descubrir su
homosexualidad. Agregué que era como si tuviera que
controlarme a punta de pistola o verse amenazado por la
posibilidad de que yo hiciera lo mismo con él. Añadí que
quizá se sentía muy angusti3:do porque ya no era seguro
que una relación sexual con un hombre poderoso lo pro-
tegería de esas interacciones violentas con la autoridad
masculina; ser seducido sexualmente significaba caer en
la trampa de una autoridad poderosa.

213
El señor G experimentó de pronto un intenso dolor de
cabeza y palpitaciones -una sensación de presión en el
pecho y dificultad para respirar-. Le pedí que tratara de
seguir diciéndome lo que le pasaba por la mente, y él
recordó una película en la que un asesino sádico que tenía
encerrada a una mujer, torturaba a un detective sorpren-
dido por él mientras trataba de liberarla. El paciente tuvo
entonces la fantasía de golpear y patear a un anciano
impotente tendido en el suelo. Después permaneció en
silencio, con un aspecto muy tenso.
Le dije que él temía ser destruido si se atrevía a desa-
fiar a una poderosa autoridad masculina, y que estaba
identificándose con el detective de la película, torturado
por un asesino sádico al tratar de liberar a una mujer.
Tanto en la fantasía del nightclub como en su recuerdo
de la película intentaba convertirse él mismo en un hom-
bres poderoso, que anulaba el control de otros hombres
sobre las mujeres pero no se animaba a desear de modo
directo a ninguna mujer; sólo podía hacerlo vicariamente,
en la forma de los hombres que bailaban con mujeres y
¡
del detective que trataba de liberar a una víctima. Ade- j
!
más le tenía miedo a su propia fantasía de golpear y pa-
tear a un anciano, que representaba la destrucción de la
autoridad masculina peligrosa.
El señor G recordó incidentes sobre los que ya había
hablado antes. Cuando aún no tenía cinco años, el padre,
enojado porque había sido desobediente, lo encerró en un
coche, y él rompió la ventanilla con su pala de juguete.
También recordó que en una ocasión el padre cerró de gol-
pe la puerta del coche y le apretó un dedo; él tuvo la fan-
tasía de que se lo había hecho adrede para cortarle los
dedos. Y también recordó el miedo que tenía a pelearse
con los chicos en la escuela, porque la madre le había
advertido que si se fracturaba un dedo no podría volver
a tocar el violín.

214
El señor G dijo que quería interrumpir la sesión, y
preguntó si podía irse antes. Agregó que le había faltado
tiempo para contarme que en el fin de semana anterior
había disfrutado de las relaciones sexuales con la esposa
mientras tenía fantasías sádicas de romper otras parejas
sexuales. Había sido una experiencia intensamente pla-
centera, aunque, desde luego, la mujer ignoraba por com-
pleto la naturaleza de las fantasías de él. Finalmente
comentó que se sentía muy angustiado, y con ello terminó
la sesión.
En la sesión del día siguiente, el señor G parecía muy
tenso. Dijo que se había sentido muy angustiado después
de dejar el consultorio el día antes y durante toda la
noche, aunque no sabía qué era lo que tenía.
Después de un silencio tenso de unos minutos, dijo que
pensaba en el jefe, y describió una reunión del personal,
realizada la tarde anterior y dirigida por ese hombre. El
ya estaba ansioso al llegar allí, y se empezó a sentir
mucho peor durante la reunión, cuando el jefe "machacó"
sus opiniones sobre la empresa. El paciente se explayó en
la crítica de los modales dictatoriales con los que el jefe
imponía sus ideas, actuando con un entusiasmo totalmen-
te artificial que no convenció a nadie. Estaba claro que al
margen de las apariencias, disfrutaba sádicamente al afir-
mar su dominio sobre el personal reunido. El jefe, conti-
nuó el señor G, era en realidad un personaje muy desa-
gradable, y el paciente percibía debilidad e inseguridad
en el fondo de esos modales altaneros y controladores. El
señor G estaba seguro de que el jefe era débil, inseguro,
indecente e impulsivo en su vida privada.
El señor G había mencionado en una sesión anterior
que no le gustaba la esposa del jefe, pero sentía curiosidad
por saber cómo se llevaba con el marido. De nuevo la des-
cribió como una mujer gritona, vulgar, dominante, que
explotaba la posición del esposo para darse importancia.

215
No era sorprendente que el jefe fuera un hombre sádico
y dominante en la oficina: en el hogar tenía que ser dócil
y sumiso con la esposa, aunque experimentara un profun-
do resentimiento contra ella. Mientras el paciente habla-
ba, parecían aumentar su ira y su disgusto. Al final excla-
mó que no sabía si estaba encolerizado con ella, o
simplemente le temía. Pensativamente, comentó que su
propia esposa era mucho más buena. El sería incapaz de
soportar a una mujer como la del jefe. Quizá para estar
casado con esa mujer obviamente tiránica había que tener
fuerza; quizás él había subestimado la fuerza del jefe.
Le recordé el sueño del que me había hablad.o el día
anterior, en el que tenía relaciones sexuales con un hom-
bre dotado de un gran pene que resultó ser el jefe. Le
señalé que había empezado a sentirse angustiado al
expresar su miedo a que, habiéndolo sorprendido en un
acto homosexual, el jefe aprovechara ese conocimiento
para controlarlo, chantajearlo y obtener su sumisión. Aña-
dí que me pareció incluso más angustiado después de mis
comentarios sobre el sueño, en particular después de que
le sugerí que se sentía angustiado porque ya no podía
decidir si la relación homosexual con un hombre poderoso
lo protegería o, por el contrario, lo arrojaría a una posición
extremadamente peligrosa frente a la autoridad mascu-
lina.
El señor G dijo que el recuerdo de ese sueño le disgus-
taba, en cuanto el pene enorme le correspondía al jefe.
Declaró que temía no poder controlar su ira con el jefe,
enfurecerse con él y atacarlo en público, lo que amenaza-
ría su futuro en la empresa. Pero no sabía si se sentía más
colérico con el jefe o disgustado consigo mismo por haber
tenido pensamientos sexuales (así fuera en sueños) rela-
cionados con ese hombre. Insistió en la repugnancia que
sentía por la imagen del pene que en el sueño le había
resultado sexualmente atractivo.

216
De pronto el señor G pareció conmovido y perturbado.
Con el gesto de haber recordado algo, dijo que pensaba
que yo me había alineado con el jefe en mi interpretación
del sueño. Lo aterraba el hecho de que yo me hubiera ubi-
cado en la misma categoría de los hombres con autoridad.
Nunca me había tenido tanto miedo. En ese momento sin-
tió que yo hablaba con una voz autoritaria, una voz que
asoció con la del jefe, y después del final de la sesión ante-
rior había tenido el pensamiento fugaz de que yo podría
utilizar contra él mi conocimiento de su homosexualidad.
Pero de inmediato se tranquilizó: pensó que yo nunca lo
haría, y que él podía estar totalmente seguro de mí. Sin
embargo, se volvió a preguntar si yo era realmente tan
bondadoso. Y por la noche, al irse a dormir, se sintió muy
angustiado, insomme, descontrolado y realmente depen-
diente respecto de su terapeuta. ¿Podría yo ayudarlo a
desembarazarse de esa angustia? ¿Podía él realmente con-
fiar en mí?
Rompí el largo silencio que hubo a continuación pre-
guntándole en qué pensaba. Había pensado que yo nunca
le parecía atractivo como hombre. Sin embargo, en ese
momento me veía como en una extraña alianza con su
jefe, y aunque advertía que esto era absurdo, no se sentía
seguro. También le parecía que lo que yo le había dicho
en la sesión anterior lo privaba de su seguridad, de su fan-
tasía de estar en los brazos de un hombre fuerte que lo
confortaba. Este era el ingrediente esencial de su excita-
ción sexual con los hombres fuertes; si no podía confiar
en eso, estaba completamente desprotegido.
El paciente reiteró su miedo a que el jefe fuera un
hombre potencialmente cruel, y que, si él llegaba a pro-
vocarlo, podría perder el empleo y tener que abandonar
la ciudad. Ese sería el fin de su análisis y un desastre
para su familia. Ante esto, yo sería totalmente impotente;
no podría protegerlo ni hacer nada por él. En este punto

217
volvió a aumentar su angustia, que en los minutos ante-
riores parecía haber decrecido.
1 1

Le dije que en apariencia oscilaba entre dos alterna-


tivas igualmente aterradoras: o bien yo me aliaba con el
jefe, era peligroso y poderoso como éste, explotaba sádi-
camente mi conocimiento de su homosexualidad y lo daña- l
l
ba de algún modo, o bien yo era débil e impotente, como 1
j
él mismo se experimentaba en ese momento.
El señor G respondió que la noche anterior había pen-
sado que yo era un buen hombre pero muy débil, y que
el problema era el conflicto en el trabajo, su jefe poderoso,
respecto de lo cual yo no podía ayudarlo. Pero era cierto
que se había angustiado antes de eso, al experimentarme
como un aliado del jefe. De hecho, en cierto momento
había casi confundido mis propios modales con los del jefe:
eso era realmente aterrador. Y ahora temía que yo inter-
pretara como un ataque lo que me estaba diciendo, porque
yo era como el jefe, pero realmente no quería atacarme
en absoluto.
Después de un breve silencio, el paciente manifestó que
su esposa no sabía nada de todo esto. Sería muy bueno
poder confiar en ella y contarle sus problemas, pero no se
atrevía a hacerlo, porque para la mujer representaría un
terrible shock. Lo más espantoso era no saber lo que pen-
saba algún otro: recordó los estallidos de ira de su padre
y del jefe. Si uno sabe lo que va a venir, resulta menos
temible. Agregó que a menudo observaba con angustia el
rostro del jefe, sintiendo repulsión y miedo. Quizás el jefe
se sintiera inseguro cuando él, el señor G, lo observaba tan
intensamente. Así llegamos al final de la sesión.
Estas sesiones iniciaron una serie de fantasías sádicas
en las que yo era controlado y torturado. La fantasía de
entrometerse en mis relaciones sexuales con mi esposa se
fueron convirtiendo en una expresión más directa de los
incidentes de la escena primaria. Durante el cuarto año

218
de este análisis, los miedos al triunfo sobre los rivales en
el trabajo aparecieron conectados con el miedo a los pro-
pios impulsos sádicos. Las resistencias transferenciales,
que en gran medida habían desaparecido en la segunda
parte del tercer año, volvieron a emerger. El paciente pre-
sentó de nuevo "resistencia pasiva", negándose a asociar
libremente o a escuchar las interpretaciones.
La elaboración gradual de estas resistencias provocó
el surgimiento de numerosos recuerdos y fantasías sobre
los esfuerzos del padre tendientes a obligarlo a aceptar
un trabajo que el paciente odiaba; también rememoró
fuertes sentimientos conscientes de ira y triunfo por haber
escapado del control paterno. En las fantasías homosexua-
les se orientaba por completo a controlar y subyugar a
otros hombres. Al mismo tiempo mejoró su vida sexual,
y por primera vez pudo ser más sexualmente agresivo con
la esposa, sin fantasías sádicas durante la cópula. Su inse-
guridad con las mujeres, porque ellas representaban a la
madre deseada sexualmente y suscitaban miedo a una
destrucción vengativa por parte del padre, se convirtió en
el tema principal del final del análisis. Esto generó una
importante revisión de las actitudes del paciente, no sólo
respecto de sus experiencias sexuales con la esposa sino
también en relación con las mujeres en general, y con la
moral. Este cambio condujo a su vez a la aceptación gra-
dual de una libertad sexual interna.
Durante el último semestre del análisis, las fantasías
homosexuales desaparecieron casi por completo, y el inte-
rés sexual del paciente y su capacidad para obtener gra-
tificación con la esposa adquirieron características nor-
males. Por primera vez comenzó a funcionar bien en el
trabajo y a disfrutar realmente con él. Desapareció su pro-
yección de larga data sobre la esposa de las actitudes
prohibitivas maternas con respecto a todas las manifes-
taciones de la sexualidad.

219
DISCUSIÓN

He escogido estos dos casos, el de una paciente límite


y el de un paciente neurótico, para ilustrar los diferentes
modos en que pueden desplegarse los conflictos intrapsí-
·¡
quicos inconscientes. En la señorita F se había desarro-
llado de forma gradual un conflicto entre un sí-mismo 1

sádico, grandioso, primitivo, y un sí-mismo fragmentado,


al principio inaccesible, normal y dependiente, en el con-
texto de una destrucción casi total de la capacidad para
las relaciones objetales que no fueran explotativas y des- .l
tructivas. En el señor G, la activación de conflictos inter-
sistémicos (una lucha entre un superyó restrictivo, prohi-
bitivo, y derivados pulsionales sexuales reprimidos y
oral-dependientes) se produjo gradualmente en el contexto
de relaciones objetales internalizadas específicas, reavi-
vadas en la transferencia.
Ambos casos ilustran la gradual clarificación, confron-
tación e interpretación de las pautas transferenciales
dominantes, el valor de esas pautas para clarificar la
estructura interna de la enfermedad, el desarrollo del
cambio en dichas pautas y la dependencia de los cambios
sintomáticos y conductuales en la vida del paciente res-
pecto de los cambios de esas pautas transferenciales. El
material clínico también ilustra acerca del tiempo nece-
sario para lograr el diagnóstico de las transferencias
dominantes y sus implicaciones dinámicas. Además -y
esto es lo más importante- permite ver de qué modo el
cambio intrapsíquico puede detectarse primero como par-
te del proceso psicoterapéutico, en la relación del paciente
con el analista. Por otro lado, estos casos ilustran la
importancia de medir la patología significativa caso por
caso, en lugar de basarse en listas normalizadas de sín-
tomas; también sugieren la posibilidad de operar en cada
caso individual con unas pocas pautas de interacción pre-

220
dominantes en la transferencia, aprovechando su relación
con la aparición del cambio estructural; vemos además
que es posible poner a prueba el desarrollo del insight en
los puntos de cambio de esas pautas transferenciales pre-
dominantes.
A mi juicio, el cambio estructural específico del trata-
miento psicoanalítico se produce en primer lugar en la
transferencia, y su relación con el insight puede evaluarse
poniendo en el foco la relación entre la introspección y el
cambio conductual. Ambos casos ilustran la relación que
existe entre la repetición en la transferencia de relaciones
objetales internalizadas del pasado y la capacidad para
establecer nuevos tipos de relación con el analista y con
los otros de la vida externa del paciente. Los pacientes con
psicopatología severa no padecen simplemente de una fal-
ta de relaciones objetales buenas, sino también de rela-
ciones objetales pasadas inconscientes conflictivas y gene-
ralizadas, que el paciente necesita comprender por medio
de su activación controlada en la transferencia, y que pue-
de llegar a abandonar adquiriendo una comprensión cog-
nitiva y emocional de ellas cuando se reactivan.
Estas consideraciones también apuntan a la natura-
leza irrisoria de las "formulaciones dinámicas" en la etapa
inicial del psicoanálisis o de la psicoterapia prolongada de
pacientes con problemas caracterológicos. graves. Esas
hipótesis iniciales por lo general relacionan la psicopato-
logía presente con supuestos conflictos intrapsíquicos
inconscientes, y éstos, a su vez, con sus supuestos ante-
cedentes (conflictos infantiles patógenos con los objetos
parentales). El material de casos, no obstante, ilustra el
problema que plantean esas hipótesis; el pleno desarrollo
de las pautas transferenciales significativas lleva tiempo
y, además, en la psicopatología grave hay que clarificar las
relaciones internas presentes de las pautas transferencia-
les dominantes, antes que puedan establecerse de modo

221
significativo las conexiones de cada pauta con el pasado.
Sólo en las etapas avanzadas del tratamiento es posible
aclarar totalmente las relaciones objetales patógenas
inconscientes. Como lo he señalado en los capítulos ante-
riores, cuanto más grave y regresiva es la psicopatología
del paciente, más indirectas y complejas son las conexiones
entre la estructura presente de la personalidad, la historia
genética y los desarrollos reales del pasado.
La interpretación de las pautas conductuales esceni-
ficadas en la transferencia debe suscitar poco a poco la
curiosidad del paciente por los aspectos rígidos, repetitivos
y obligatorios de su conducta, y proveerle una nueva com-
prensión de los cambios en las pautas transferenciales ,
en el contexto del examen conjunto con el analista de la
interacción en las sesiones. El aprendizaje del paciente
sobre sí mismo emerge en el contexto del examen siste-
mático de los paradigmas transferenciales, y en algún
punto la nueva comprensión debe llevar a un cambio del
carácter obligatorio de ciertas pautas, a una quiebra real
de su rigidez y a la emergencia de una conducta nueva,
inesperada, seguida por una exploración ulterior relacio-
nada con el significado inconsciente de esa nueva conduc-
ta y con el abandono de la secuencia conductual antes
obligatoria. Por lo tanto, el insight y los cambios en la
transferencia están íntimamente ligados, y la transferen-
cia por el paciente del conocimiento adquirido en este con-
texto a su conducta de fuera de las sesiones, es una impor-
tante confirmación adicional de que se está produciendo
un cambio estructural.
Pero, ¿en qué difiere ese cambio conductual, primero
en las sesiones y después en la vida externa del paciente,
respecto del cambio inducido conductualmente en la psi-
coterapia de apoyo, o incluso en las técnicas de modifica-
ción conductual? Después de todo, las nuevas formulacio-
nes cognitivas compartidas por el terapeuta con el

222
paciente pueden emerger en muchos tratamientos que no
sean de orientación psicoanalítica. A mi juicio, el aspecto
específico de la relación entre la interpretación y el cambio
estructural es la aparición de nueva información propor-
cionada espontáneamente por el paciente, en el contexto
de la exploración de la transferencia, información ésta que
indica una nueva comprensión de su conducta presente
y también de sus lazos con las otras experiencias, tanto
presentes como pasadas. El paciente experimentará un
cambio en su autopercatación y en sus relaciones internas
con los otros, y lo sorprenderá la naturaleza de lo que
experimenta -inesperada para él y para su analista-.
Es ejemplo de esta información nueva e inesperada el sue-
ño de la primera paciente en el que ella gaseaba a los
internados de una residencia para ancianos, en colusión
con el director del e.stablecimiento; también lo es la fan-
tasía masturbatoria del segundo paciente, de la irrupción
de la pandilla en un nightclub.
El carácter impredecible, la emergencia espontánea de
la nueva información, la expansión de la comprensión
como precondición de los cambios transferenciales y la
ampliación de ese cambio y esa comprensión a otras zonas
de la conducta del paciente, son los rasgos que diferencian
el insight derivado de la interpretación de otros cambios
inducidos cognitivamente en la comprensión del paciente,
y de la aquiescencia del paciente a las instrucciones direc-
tas del terapeuta para obtener un cambio conductual. La
reconstrucción de las partes significativas del pasado pue-
de ser una consecuencia importante de la adquisición y
el desarrollo espontáneos e impredecibles de nuevos cono-
cimientos sobre sí mismo por medio de la introspección.
Pero al principio del tratamiento esto vale sobre todo para
los pacientes con estructura neurótica de la personalidad,
y no para los que presentan una patología caracterológica
grave.

223
"!;

Finalmente, todo insight significativo debe expresarse


en la preocupación del paciente por sus conflictos presen-
tes, en su motivación para cambiar y en una autoexplora-
ción ulterior. En contraste, ni las especulaciones puramen-
te intelectuales, en las que el paciente actúa como su
propio analista (en las estructuras narcisistas) o se somete
de modo obediente a las teorías del profesional, ni la trans-
ferencia caracterizada por una fuerte identificación con
ciertas concepciones del terapeuta, satisfacen los criterios
que he descrito (es decir, primero la exploración del sig-
nificado de una secuencia característica de conductas en
la transferencia, un cambio consiguiente en esa secuencia
conductual, el desarrollo de un nuevo conocimiento basado
en ese cambio, una expansión del cambio conductual, y su
transferencia a otras zonas de la vida junto con su com-
prensión de éstas). Tampoco satisface estos criterios el goce
por parte del paciente de fantasías primitivas y asociacio-
nes del proceso primario, o de afectos difusos e intensos
disociados de cualquier preocupación por sí mismo.
Wallerstein (comunicación personal), al discutir una
versión anterior de este capítulo, me subrayó la importan-
cia de "desarticular" los criterios fundados en los resul-
tados del cambio estructural logrado, respecto de los cri~
terios que atienden al proceso que ha generado el cambio.
Sólo así podremos evaluar si el psicoanálisis y la psico-
terapia psicoanalítica generan verdaderamente cambios
específicos que difieren cualitativa y/o cuantitativamente
de los cambios que logran otros procedimientos. Yo he
puesto énfasis en los criterios del proceso, en el sentido
de que evalúan el cambio estructural por medio de las
pautas predominantes de la transferencia. Creo que los
cambios que se ven en el proceso terapéutico deben gene-
rar un cambio estructural en el resultado, y sugiero los
siguientes criterios de resultado.
En los pacientes con organización neurótica de la per-

224
sonalidad, el cambio estructural debe ponerse de mani-
fiesto por los fenómenos siguientes: un concepto ampliado
del sí-mismo, la inclusión en la experiencia del sí-mismo
de impulsos pulsionales antes disociados o reprimidos,
una tolerancia acrecentada a experiencias emocionales
antes rechazadas en uno mismo y los demás, una perca-
tación ampliada de pautas caracterológicas antes automá-
ticas y una reducción de la rigidez de esas pautas. En los
pacientes con organización límite de la personalidad, el
cambio estructural debe ponerse de manifiesto en la inte-
gración del autoconcepto y los conceptos de los otros sig-
nificativos, en una correspondiente integración de estados
afectivos antes disociados o escindidos (de modo tal que
la experiencia y la expresión afectivas se enriquezcan y
moderen) y en una capacidad acrecentada para la empatía
con uno mismo y los otros, y para establecer relaciones
discriminativas profundas con ellos.
En cuanto a la cuestión de si el descubrimiento de los
conflictos intrapsíquicos conduce a la reconstrucción del
pasado inconsciente o a una reorganización estructural de
la percepción inconsciente del pasado con la que el pacien-
te entró en el tratamiento, en la actualidad las opiniones
están divididas. La transformación de un mito del pasado
en otro mito inducido por el analista, en tanto opuesta a
la organización y reorganización espontáneas de la infor-
mación acerca del pasado, que se producen en puntos cru-
ciales de ruptura de las pautas transferenciales rígidas
en el contexto de la interpretación y el insight, se podría
explorar experimentalmente en las investigaciones que
vinculan la evaluación del proceso a los estudios de resul-
tados. La estabilidad del cambio se podría explorar com-
parando los cambios inducidos por medios de apoyo con
los derivados de las transformaciones espontáneas de la
transferencia.
Otra consecuencia de lo que he dicho sobre el cambio

225
estructural es que su evaluación debe idealmente derivar-
se de una evaluación individualizada del proceso, y sólo
secundariamente de la evaluación del cambio de "varia-
bles estructurales" relativamente no específicas, tales
como las "funciones yoicas", "las relaciones objetales" y
aspectos no específicos de la fuerza del yo (tolerancia a la
angustia, control de los impulsos, etcétera). Un problema
importante relacionado con las funciones y las estructuras
yoicas es su tendencia a variar en conjunto, en tal medida
que tienden a colapsar en un único gran factor, la "fuerza
del yo" (Kernberg y otros, 1972); la fuerza del yo, a su vez,
está íntimamente relacionada con la gravedad de los sín-
tomas. Bien podría ser que la severidad de los síntomas
y de la patología del carácter influyan en las funciones
yoicas a tal punto que la mejoría sintomática y el cambio
conductual se reflejen también de modo no específico en
las funciones yoicas mejoradas. Este problema ha obse-
sionado a los investigadores en la psicoterapia psicoana-
lítica; apunta a la importancia de vincular la investigación
sobre los resultados a la investigación sobre el proceso.
En contraste, el foco en el proceso, en los cambios sig-
nificativos en la transferencia, permite delinear de modo
más específico el cambio estructural y responder a inte-
rrogantes concretos, como el de si el paciente experimenta
una "cura transferencia}" (es decir, presenta cambios sin-
tomáticos conductuales como consecuencia de la gratifi-
cación de la transferencia) o un cambio estructural. En
este contexto puede ponerse a prueba si el cambio estruc-
tural que se obtiene con el psicoanálisis es más duradero
que el cambio logrado de otro modo.
Pienso que estas consideraciones apuntan a algunos
importantes desarrollos de la investigación psicoterapéu-
tica sobre el cambio estructural. Me refiero a los estudios
de Luborsky y Horowitz. Luborsky (1977) ideó un método
denominado "método del tema de la relación conflictiva

226
nuclear", que evalúa comparativamente, por medio del
análisis del contenido, las interacciones del paciente con
las personas significativas en sesiones anteriores y ulte-
riores del tratamiento. Este autor ha demostrado que los
pacientes que mejoran, en contraste con los que no lo
hacen, dan pruebas de algún dominio de esos temas. Aun-
que éste es sólo un enfoque inicial, aunque estimulante,
para abordar el concepto del cambio estructural en los tér-
minos del cambio de las pautas transferenciales predomi-
nantes, adquiere una significación adicional en vista de
las observaciones de Luborsky en el sentido de que en
cada tratamiento psicoterapéutico sólo se activan unas
pocas relaciones predominantes que reflejan los temas
conflictivos nucleares del paciente, de modo que la eva-
luación de la estructura de la personalidad y del cambio
de la personalidad en los términos de los desarrollos
transferenciales podrían ser menos difíciles de lo es-
perable.
Horowitz (1979) al describir el cambio significativo (en
la psicoterapia breve) como un cambio en la secuencia
(específica del paciente) de los estados afectivos y cogni-
tivos que implican la activación de las representaciones
del sí-mismo y el objeto, y de los roles recíprocos y los con-
flictos entre ellos, ha vinculado (creo que por primera vez)
un elaborado modelo contemporáneo de las relaciones
objetales al análisis experimental del cambio intrapsíqui-
co. Aunque la aplicación de esta metodología a la inves-
tigación de la psicoterapia prolongada aún presenta
importantes dificultades, el estudio de Horowitz, además
de sus aportes metodológicos, conceptual y clínicamente,
constituye un paso importante en la dirección correcta.
Estoy firmemente convencido de la importancia de
diferenciar el tipo específico de cambio intentado y/o indu-
cido por el psicoanálisis y la psicoterapia psicoanalítica
del cambio duradero generado por otros enfoques técnicos.

227
Wallerstein (1986) ha señalado de modo convincente que
no todos los cambios que se obtienen en el tratamiento
psicoanalítico están relacionados con el insight y la reso-
lución de los conflictos. Aunque en el contexto de estos
desarrollos se puede producir un cambio estructural, tam-
bién se producen otros cambios, como parte de los fenó-
menos de apoyo que pueden haber caracterizado el tra-
tamiento y constituyen sin duda aspectos de una vasta
mayoría de psicoterapias expresivas y de apoyo. Parecería
que el cambio estructural se obtiene de muchos modos,
por medio de múltiples mecanismos. El cambio estructu-
ral específico del psicoanálisis y la psicoterapia tiene que
evaluarse por medio de una investigación de procesos cen-
trada en los desarrollos de la transferencia.

228
9. LA REGRESIÓN TRANSFERENCIAL
Y LA TÉCNICA PSICOANALÍTICA
CON LAS PERSONALIDADES INFANTILES

La categoría de pacientes descrita en este capítulo


está dentro del espectro de la organización límite de la
personalidad que puede tratarse con psicoanálisis, pero
presenta problemas técnicos particulares para el éxito
terapéutico. Ernst Ticho (1966) dijo alguna vez que tratar
a personalidades narcisistas con psicoanálisis era "heroi-
co". Yo afirmo lo mismo de la personalidad infantil. Hasta
hace más o menos veinte años, estos pacientes eran por
lo general considerados personalidades histéricas. Easser
y Lesser (1965), Zetzel (1968) y yo mismo (1975) los
hemos visto como formas regresivas de la personalidad
histérica y de los denominados infantiles, histriónicos,
histeroides, o tipos 3 y 4 de Zetzel. En el capítulo 4 ya
he desarrollado el tema del diagnóstico diferencial de
estas personalidades; aquí me limitaré a resumir sus
características destacadas, antes de examinar algunos
desarrollos típicos que presentan en el curso del trata-
miento psicoanalítico.
Los pacientes con personalidad infantil tienen las tres
características que predominan en todos los pacientes
límite: difusión de la identidad, mecanismos de defensa
primitivos y buena prueba de realidad. La difusión de la
identidad reduce su capacidad para la empatía con los

229
demás, y para la evaluación y la predicción realistas de
su propia conducta y de la conducta de otras personas. En
consecuencia, presentan relaciones objetales altamente
conflictivas, aunque son capaces de comprometerse pro-
fundamente en relaciones duraderas (si bien caóticas y de
aferramiento) con los otros significativos. Esta capacidad
para el compromiso profundo con los demás, aunque de
naturaleza altamente neurótica, diferencia a estos pacien-
tes de otros que tienen también una organización límite
de la personalidad, tales como las personalidades narci-
sista, esquizoide y paranoide.
Como estos pacientes presentan un p_,redominio de
operaciones defensivas centradas en la escisión, revelan
menos mecanismos represivos que los típicos de la per-
sonalidad histérica propiamente dicha. La inhibición
sexual de esta última puede aparecer reemplazada por la
persistencia de tendencias infantiles perversas polimor-
fas, incluso en pacientes que definidamente no dan mues-
tra de perversión sexual. En esta conducta interpersonal
contradictoria, discontinua, caótica, subyacen operaciones
de escisión.
Las personalidades infantiles presentan la labilidad
emocional y la calidad histriónica características de los
pacientes histéricos, pero en todas sus relaciones objetales
y no específicamente en la relación con parejas sexuales.
También muestran la conducta extravertida, exhibicionis-
ta, de la personalidad histérica, aunque en este caso con
una calidad infantil, de afeI."ramiento, más bien que eró-
tica. Los pacientes infantiles dan la impresión de que la
seducción erótica es un medio para gratificar necesidades
de aferramiento y dependencia, más bien que necesidades
sexuales.
Desde un punto de vista psicodinámico, los pacientes
infantiles prasentan la condensación de conflictos edípicos
y preedípicos característica de la organización límite de

230
la personalidad, pero con una acentuación de los tipos pos-
teriores o avanzados de los conflictos edípicos, lo cual hace
que estén mucho más cerca de la personalidad histérica
que todos los otros pacientes límite.
Por cierto, se podría hablar de un continuo que va des-
de la personalidad histérica propiamente dicha hasta la
personalidad infantil propiamente dicha, modo de ver ya
implícito en la clasificación por Zetzel (1968) de este sín-
drome en cuatro tipos (véase el capítulo 4). A la luz de mi
experiencia más reciente, puedo decir que la mayoría de
estos pacientes son tratables con psicoanálisis; junto con
la personalidad narcisista, constituyen entonces las excep-
ciones importantes a la norma de que el psicoanálisis no
es apropiado para pacientes con organización límite de la
personalidad. No obstante, para que el psicoanálisis esté
indicado en el caso de una personalidad infantil es impor-
tante que el paciente presente por lo menos alguna moti-
vación que lo impulse a tratarse, alguna capacidad para
la introspección emocional o el insight y para el control
de los impulsos; debe tener además tolerancia a la angus-
tia y funcionamiento sublimatorio (aspectos no específicos
de la fuerza del yo). Estos requerimientos excluyen de la
consideración para un eventual psicoanálisis al paciente
de tipo 4 de Zetzel, con manifestaciones no específicas de
debilidad del yo, acting out aparentemente incontrolable
y capacidad limitada para la reflexión realista sobre sí
mismo.
Entre los tratamientos fracasados del proyecto de
investigación psicoterapéutico de la Fundación Men:ninger
(Kernberg y otros, 1972), había pacientes de este tipo. Me
he preguntado si lo que se ha descubierto desde entonces
sobre el tratamiento psicoanalítico de los casos límite
podría quizás explicar esos fracasos. Por lo tanto, he dedi-
cado una considerable atención y reflexión al tratamiento
psicoanalítico más reciente y exitoso de pacientes que

231
podrían caracterizarse como ubicados en la zona interme-
dia entre la personalidad histérica y la personalidad
infantil más regresiva. A continuación presento los aspec-
tos destacados de dos de tales casos, para ilustrar su
manejo técnico.

LA SEÑORITA H

La señorita H, de poco más de treinta años, era una


experta empleada en un laboratorio de investigación
industrial. Había ingresado en el hospital a causa de una
depresión profunda y aguda, que no respondió rápidamen-
te a la medicación antidepresiva; después entró en trata-
miento porque estaba disconforme con su obesidad y sus
relaciones con los hombres. Consumía drogas y tenía mie-
dos fóbicos a manejar en autopistas y puentes. No carecía
de atractivo, pero se vestía de un modo que exageraba su
obesidad (moderada). Explicó que sólo podía interesarse
por hombres inaccesibles. Por otra parte, sí le interesaba
la gente en general, y tenía amigos íntimos.
Después de mucho vacilar, confesó lo que consideraba
su síntoma más serio: falsificaba deliberadamente los
resultados de su trabajo en el laboratorio, y después rea-
lizaba experimentos que demostraban el error del descu-
brimiento falso que ella misma había presentado antes.
Sus aportes reales a su especialidad fueron disminuyendo
dramáticamente, porque trabajaba demasiado, hasta muy
tarde por la noche, para anular sus propias falsificaciones.
La evaluación cuidadosa del funcionamiento de su super-
yó en otras zonas de las tendencias antisociales reveló sólo
un breve período de robo en tiendas al principio de la ado-
lescencia; en otros sentidos, era escrupulosamente hones-
ta.
La paciente proporcionó descripciones contradictorias,

232
incluso caóticas, de sus amigos íntimos, de sus parientes
y de ella misma. Presentaba difusión de la identidad, un
predominio de operaciones defensivas primitivas, caos en
las relaciones con parejas sexuales y una multiplicidad de
síntomas neuróticos: una típica organización límite de la
personalidad. La diagnostiqué como personalidad infantil
con rasgos masoquistas, pero su capacidad para las rela-
ciones objetales profundas y la ausencia de rasgos anti-
sociales (que no fueran el síntoma específico en el trabajo)
y de manifestaciones no específicas de debilidad del yo,
parecían justificar que se intentara un tratamiento psi-
coanalítico.
La señorita H tenía enormes dificultades para trans-
mitir una imagen realista de sus padres y de las dos her-
manas. Describía al padre como distante e inaccesible, frío
y replegado, y sin embargo cálido e involucrado con ella
-de hecho, casi abiertamente seductor-. En el curso del
tratamiento la paciente recordó su propia conducta
sexualmente seductora con el padre. En realidad, poco
después de iniciado el análisis se vio que la señorita H no
tenía en claro si ella había sido seductora con el padre o
el padre con ella.
Me resultó casi imposible obtener una imagen de la
madre, que siguió siendo una presencia casi mítica duran-
te los varios años que duró el análisis. En contraste, la
imagen de una tía mucho mayor, que cumplió las funcio-
nes de figura materna, se destacó muy pronto en el tra-
tamiento. La señorita H decía añorar la relación infantil
con esa pariente cálida, comprensiva y generosa.
En el tratamiento hubo largos períodos durante los
cuales la paciente presentaba material edípico, miedos y
deseos de ser seducida por mí, que gradualmente se con-
virtieron en deseos de seducirme como figura paterna, con
un descubrimiento paralelo de culpa inconsciente disocia-
da y profunda por esta seducción, expresada en pautas

233
autodestructivas en sus relaciones con los otros hombres ¡ 1

de su vida. De hecho, puede decirse que sus conflictos edí-


picos no se manifestaban en un equilibrio dinámico que
involucrara anhelos edípicos positivos inconscientes repri-
midos y sentimientos de culpa por ellos, sino en el acting
out de la culpa inconsciente por las relaciones buenas con
los hombres fuera del análisis, y en una simultánea expre-
sión directa de conflictos relacionados con la seducción
sexual y el miedo a ser rechazada en la situación analítica
en sí; estos desarrollos de dentro y fuera del análisis se
daban escindidos, disociados uno de otro.
Al cabo de varios meses surgió un nuevo tema que
poco a poco ocupó períodos significativos de la transferen-
cia. La señorita H mencionó a una colega, X, que realizaba
tareas relacionadas con las de la paciente en el mismo
lugar de trabajo; se trataba de una mujer que la paciente
encontraba sumamente atractiva y que, al mismo tiempo,
era para ella una seria rival profesional en potencia. Gra-
dualmente desarrolló fuertes sentimientos homosexuales
hacia X, junto con un intenso miedo a que X tratara de
robarle sus ideas para progresar en la carrera.
Tuve la impresión de que los miedos de la señorita H
a X tenían una calidad paranoide: X era una bruja horri-
ble, con poderes inusuales, dedicada a destruir a la
paciente arruinándole el trabajo, alterando los circuitos
electrónicos y haciendo maldades de muchos modos dis-
tintos. Intenté aclarar en qué medida la paciente recono-
cía todo esto como realidad o fantasía, y la señorita H de
inmediato desconfió de mi actitud y mis intenciones. Con-
sideró la posibilidad de que yo conociera a X o de que X
se hubiera acercado a mí, con el designio de someterme
a su influencia. En cualquiera de los dos casos, la señorita
H se sentía realmente amenazada por el hecho de que yo
pudiera convertirme en un enemig_o aliado a X.
Consideré la posibilidad de que la paciente estuviera

234
proyectando sobre X y sobre mí, en la transferencia, la
imagen de una madre amenazadora y vengativa, pero no
veía la manera de vincular esos desarrollos paranoides en
el "aquí y ahora" a aspectos significativos del pasado de
la paciente. De hecho, durante lapsos prolongados del
análisis, a veces durante semanas, era como si la señorita
H no tuviera pasado, ninguna historia personal con la que
yo pudiera trabajar de modo constructivo o reconstructivo,
y como si todo se jugara en su relación con X y conmigo.
Por cierto, a veces yo pensaba que la paciente podía ser
psicótica. Los intentos de vincular esos desarrollos en la
transferencia al pasado de la paciente no sólo fracasaban,
sino que también terminaban aumentando la confusión
de la sesión, de modo que, en ciertas sesiones, yo me sen-
tía como amenazado por una bruja loca que trataba de
transformar mis esfuerzos por comprender lo que pasaba
en un embrollo destructivo de mis propios pensamientos.
En este punto parece pertinente la caracterización que da
Bion (1959) de los ataques destructivos del paciente a todo
lo que parezca vincular un objeto con otro, como expresión
de la parte "psicótica" de la personalidad. La situación
analítica se volvió totalmente caótica; yo experimentaba
en la contratransferencia (estaba siendo embrujado ... ) lo
que la paciente me decía que ocurría en su relación con
X; al mismo tiempo, tanto ella como yo mismo en alguna
medida perdimos la capacidad para diferenciar la realidad
de la fantasía.
Desearía subrayar los efectos confusionales que tuvo
sobre mí la rápida alternancia en el tratamiento de
"momentos locos" (en los que parecía continuar la "caza
de brujas", con la pregunta dominante de quién era el
cazador y quién la presa) y "momentos edípicos" (en los
que la señorita H se comportaba como un paciente neu-
rótico típico: asociaba satisfactoriamente, explorando la
transferencia edípica positiva y la relación con otras per-

235
sorras en el presente y el pasado, a la luz de esos desarro-
llos transferenciales).
Sólo después de muchos meses de clarificación de estos
desarrollos transferenciales, yo pude interpretarle a la
señorita H que, con independencia de la realidad de la
conducta de X, la paciente había proyectado sobre ella una
realidad interna de "loca bruja" que trataba de robarle sus
pensamientos, destruir su trabajo y su futuro; el poder de
esa "bruja" estaba relacionado con la intensa admiración
que X despertaba en la señorita H, y en el atractivo sexual
que tenía para ella. Esa misma "bruja" la obligaba a anu-
lar su propio trabajo creativo en el laboratorio. Sólo enton-
ces emergieron recuerdos muy claros en los cuales la seño-
rita H percibía a la madre como intensamente protectora
y no obstante invasiva -controlaba a la paciente y le leía
el pensamiento-. Resultó manifiesto que la señorita H
siempre se había sentido penetrada por esta imagen de
la madre. Le parecía que ya no podía confiar en su propio
cuerpo, en sus movimientos, su lenguaje, sus intenciones,
porque quizás en realidad representaban las intenciones
de la madre.
Entonces surgió la figura de la tía como una imagen
escindida de madre ideal, afectuosa pero no invasiva, que
toleraba la distancia sin castigar agresivamente a la hija.
La señorita H había vivido con la percepción fantaseada
o real de que, durante su niñez, la madre no toleraba su
independencia o autonomía. El miedo a manejar en las
autopistas o sobre los puentes quedó entonces aclarado
como miedo a caer presa de una madre que la castigaría
con la muerte por intentar huir de ella corriendo en auto-
móvil. Pude analizar con la señorita H el modo como repe-
tía la relación con la madre en su trato conmigo, experi-
mentándome como una madre-bruja que la atacaba
simultáneamente en las sesiones y en su lugar de trabajo;
en otros momentos, sin tener conciencia de que lo hacía,

236
se identificaba ella con esa madre invasiva, y trataba de
impedir que yo contribuyera con mi trabajo autónomo a
su comprensión y a su pensamiento independiente. Sugerí
que formaba parte de esta pauta la terrible confusión en
cuanto a si su rival estaba realmente creando una situa-
ción amenazante en el trabajo, o la señorita H sólo lo fan-
taseaba. El análisis de la identificación de la paciente con
una madre-bruja primitiva, opresora, que se había apo-
derado parasitariamente de su superyó, condujo poco a
poco a la resolución de sus propias refutaciones autodes-
tructivas de lo que ella misma descubría en el laboratorio.
En ese punto, la señorita H comenzó a pensar con más
libertad sobre lo que estaba sucediendo en el trabajo. Ella
y yo descubrimos, en el curso de una semana, que X esta-
ba de verdad tratando de socavar activamente la posición
laboral de la paciente, hecho confirmado por pruebas pro-
cedentes de compañeros de trabajo.
En las etapas avanzadas de su análisis surgió que la
sumisión interna, inconsciente, a una madre de la que no
podía diferenciarse, representaba el acting out de la culpa
edípica, la contracara escindida de sus fantasías y ape-
tencias edípicas conscientes en la transferencia. La seño-
rita H se volvió más inhibida en la expresión de sus fan-
tasías sexuales relacionadas conmigo, y conscientemente
más temerosa de su compromiso sexual con los hombres.
El análisis evolucionó hacia la evaluación y elaboración
de los conflictos edípicos y la ambivalencia respecto de los
progenitores.

LASEÑORAJ

La señora J, una pintora moderadamente exitosa de


poco más de cuarenta años, me consultó, después de
varios fracasos en su psicoterapia psicoanalítica, porque

237
había oído que a mí me interesaba la pintura; por lo tanto,
en su fantasía yo era un analista no perteneciente al esta-
blishment. Esta racionalización, un tanto débil, de su deci-
sión de iniciar el tratamiento conmigo, se convirtió en una
fuente de gran angustia para ella, cuando empezó a temer
que yo envidiara su habilidad para pintar y que ello pusie-
ra en peligro el análisis. La señora J sufría angustia
moderada, conflictos en su matrimonio (que era el terce-
ro), dificultades interpersonales con otras mujeres, pro-
longados períodos de parálisis en su trabajo y tendencias
leves de automutilación. Se mordía y mordisqueaba la
mucosa de los labios y la piel de la punta de los dedos,
además de arrancarse compulsivamente el vello púbico.
Antes había sido una fuerte bebedora, pero ese síntoma
ya estaba bajo control cuando inició su tratamiento con-
migo.
La paciente era hija única de progenitores que, aun-
que alardeaban de sus antecedentes aristocráticos, habían
sufrido graves dificultades económicas, por razones que
nunca fueron claras para ella. El resentimiento de la
madre por la incapacidad del padre para superar las difi-
cultades económicas había constituido un tema importan-
te de la niñez de la señora J. Llegué a saber muy poco de
la madre: fue descrita como fuerte pero no intrusiva,
"siempre allí" pero distante de la paciente. Como el padre
de la señora J había vivido en Latinoamérica en su juven-
tud, lo mismo que yo, la paciente desarrolló elaboradas
fantasías sobre mi personalidad, asociándola con la de él.
El padre aparecía como una persona amistosa pero frá-
gil e incompetente, y la paciente explicó que ella había bus-
cado un hombre más asertivo y eficaz en su propia vida.
No lo pudo encontrar; siempre había terminado con hom-
bres fracasados, lo cual constituía una fuente importante
de su amargura. La hija de un matrimonio anterior de la
paciente cursaba la universidad y no vivía con la madre;

238
la señora J la extrañaba mucho. Pensaba que la ausencia
de la hija acentuaba sus dificultades con el esposo actual,
un hombre de negocios que no había logrado mantener su
propia empresa y estaba trabajando para un ex competi-
dor. La señora J enseñaba arte además de pintar, y rea-
lizaba una contribución significativa al ingreso del hogar.
A primera vista, la señora J parecía una mujer rela-
tivamente exenta de síntomas, pues la automutilación, la
angustia, la oscilación anímica y las dificultades interper-
sonales no presentaban un aspecto de gravedad. No obs-
tante, después de una evaluación más amplia, detecté una
sensación de vacío y confusión, que me llevó a revisar esa
impresión inicial mía. Por otra parte, la señora J tenía
capacidad para la introspección y estaba motivada para
tratarse, lo cual hacía recomendable un psicoanálisis.
Ella era precisa y clara en la descripción de los hechos
objetivos de su historia pasada y de su situación de vida
presente, pero se volvió difusa e incluso caótica al retratar
a su familia y a sus amigos íntimos. Las mujeres impor-
tantes de su vida eran fascinantes pero amenazadoras,
íntimas pero indignas de confianza; los hombres, en cam-
bio -en particular sus tres esposos- eran· fiables pero
débiles. La señora J estaba contenta consigo misma por
haber mantenido una buena relación con sus tres esposos;
con todo, a través de su relato yo no obtuve cuadros cla-
ramente diferenciados de estos hombres. A esta paciente
le costaba comunicar la opinión que tenía de sí misma:
disfrutaba con la pintura y la enseñanza, pero también
se preguntaba si no había en ella algo "falso"; la pertur-
baba su tendencia a aferrarse a las relaciones, incluso
cuando parecían frustrantes y generaban conflictos.
Sobre la base de estos elementos, diagnostiqué una
personalidad infantil que funcionaba en una organización
límite, e inicié el tratamiento psicoanalítico.
Una vez más, lo que sigue es un resumen muy conden-

239
sado de las cuestiones pertinentes a los fines de este libro.
Su miedo intenso a que yo envidiara su talento artístico,
un desarrollo transferencia} temprano, reflejaba la pro-
yección sobre mí de la envidia que le suscitábamos yo y
mi trabajo profesional. Le parecía que yo era un ejemplo
del hombre exitoso que admiraba y anhelaba, y que nunca
parecía conseguir, un recordatorio de su amarga desilu-
sión con el padre y los esposos; gradualmente tomó con-
ciencia de que le resultaba difícil decidir si me quería
como hombre o quería ser como yo. Los anhelos e4ípicos
positivos y la envidia del pene, junto con identificaciones
inconscientes con hombres envidiados, se convirtieron en
un contenido principal de la primera parte de la transfe-
rencia. En relación con esto, su selección inconsciente de
hombres a los que consideraba limitados, para no expe-
rimentar una envidia y rivalidad excesiva con ellos, apa-
reció como un primer aspecto dinámico de sus dificultades
maritales. Más tarde descubrimos que ella contribuía
inconscientemente a mantener al esposo en una posición
subordinada en su empresa.
Un segundo tema que surgió pronto reflejaba las rela-
ciones de la paciente con otras mujeres. Ella era activa
en un grupo de mujeres artistas, y trabajaba estrecha-
mente con algunas que tenían similares intereses y ante-
cedentes profesionales. Elegía como asociadas a mujeres
que consideraba muy agresivas. Al principio las admiraba
y se sometía a ellas; más tarde desarrollaba intensas reac-
ciones de ira, y daba por concluida la relación con disputas
violentas. Esta pauta se había repetido con una frecuencia
suficiente como para que la paciente tuviera plena con-
ciencia de ella, del modo como la fascinaban esas mujeres
poderosas y de su tendencia a colocarse en una posición
en la que éstas la explotaban. Entonces desarrollaba un
resentimiento intenso y, según su propia opinión, una
reacción exageradamente violenta a esa explotación.

240
De hecho, aunque la señora J advertía esa pauta en
el análisis retrospectivo, era incapaz de hacerlo mientras
estaba desarrollándose. Puse el foco en la razón de que
no reconociera la pauta mientras estaba en progreso, y
esto le provocó una intensa angustia. Con mucho temor,
la señora J advirtió que le resultaba difícil diferenciar sus
propias reacciones de las de esas amigas.
Me sorprendió entonces que resultara infructuoso
cualquier esfuerzo tendiente a vincular a su pasado la cre-
ciente percatación que tenía de una pauta patológica en
las relaciones interpersonales del presente. De un modo
muy similar a lo que ocurría con la señorita H, todos los
esfuerzos de construcción o reconstrucción terminaban en
la confusión, o en mi sensación de que yo estaba compar-
tiendo un ejercicio intelectual estéril. No obstante, en con-
traste con la señorita H, la señora J tenía una aguda con-
ciencia de que confundía su motivación con las de sus
amigas; además se daba cuenta de su miedo a que esa
confusión le impidiera comprenderse y comprender sus
dificultades y a que también me impidiera a mí compren-
derla a ella. De hecho, durante esos estados de confusión,
incluso su comunicación verbal en las sesiones se volvía
un tanto desorganizada. En ciertos momentos dramáticos
de algunas sesiones, la señora J dijo con intensa angustia
que su principal problema consistía en que en realidad no
era una persona separada, sino que estaba tan totalmente
inmersa en las relaciones con los demás, y éstas influían
tanto en ella, que le resultaba imposible diferenciarse a
sí misma; no veía el modo como yo podría ayudarla a
hacerlo. Finalmente, le dije que a mi juicio ella temía que
yo no pudiera tolerarla en su estado "despegado", comen-
tario éste que experimentó como muy útil. Sintió entonces
que podía "caerse en pedazos" en las sesiones, sin correr
el riesgo de que también yo me fragmentara en mi com-
prensión. Ya no insistió en desafiarme a que la "reuniera"

241
de un modo enérgico, que limitaría su libertad y la expon-
dría a convertirse en un producto artificial de mi propia •J:t '
'\
mente.
Siguió un período prolongado en el cual los comenta-
rios de la paciente en las sesiones se volvieron caóticos,
y en el que surgieron ciertos temas que nunca habían apa-
recido antes. Entre ellos se contaba la excitación sexual
que experimentaba la señora J al morder y masticar la
mucosa bucal y la piel de sus dedos, y la fantasía de ata-
car sádicamente su cuerpo mientras controlaba ese ata-
que y ser capaz de disfrutar eróticamente del dolor pro-
vocado. En cierto momento, la propia señora J pudo
formular la fantasía de que era como si padeciera una per-
versión sexual en la que escenificaba los roles del sádico
y el masoquista al mismo tiempo, con la sensación de
humillarse ante mí y ser humillada en una entrega sexual
de sí misma que le resultaba muy excitante.
Otra cuestión que surgió de modo fragmentario en
esos períodos de confusión fue el pensamiento de que en
muchos sentidos imitaba a la madre en sus gestos y ves-
timentas, o de que la madre la imitaba a ella, como si
hubiera una comunicación telepática entre ambas. Subra-
yaría que me resultó extremadamente difícil conformar
una imagen realista de la madre durante largos períodos
del análisis de la señora J, problema éste similar al que
tuve que encarar con la señorita H. A veces, la señora J
empleaba las experiencias coloquiales de la madre de
modo levemente extravagante; también aplicaba las rece-
··~: '
tas de cocina de la madre con ligeras modificaciones, cuyo
resultado típico era un plato arruinado. Yo nunca supe
bien si el resultado desastroso era provocado por la señora
J o por el hecho de que la madre modificara deliberada-
mente la receta.
Finalmente vi con claridad que la paciente sólo podía
anular la identificación inconsciente con una madre opre-

242
siva y peligrosa por medio de una fragmentación interna,
una operación de escisión generalizada que reflejaba la
fantasía de que no había ningún peligro en que la madre
mandara, porque allí no había ninguna persona a la que
mandar -la madre sencillamente se extraviaría en el
intento-. La proyección de la fragmentación defensiva
de la paciente sobre la madre determinaba la fragmen-
tación de la imagen materna, y era una defensa eficaz
contra los miedos a ésta. Advertimos entonces que el
temor de la señora Ja que yo me extraviara cuando ella
se sentía fragmentada en las sesiones era en realidad un
esfuerzo activo tendiente a asegurar que yo no la ame-
nazara de manera invasiva: mi comentario de que ella
temía que yo no pudiera tolerar su sensación de fragmen-
tación la tranquilizaba, porque significaba que yo reco-
nocía esa fragmentación y que no iba a poder superarla.
En otras palabras, lo que yo había experimentado como
una tolerancia mía a su estado de regresión sin interve-
nir con interpretaciones prematuras, ella lo experimen-
taba como una protección contra mí, en tanto peligrosa
madre primitiva que trataba de moldearla con mi forma.
Además, mi propia sensación de confusión, de pensa-
miento fragmentado en muchas sesiones en las que la
paciente estaba en un estado regresivo, resultaba ahora
comprensible como resultado de que proyectara sobre mí
su "sí-mismo en peligro", mientras ella actuaba incons-
cientemente lo que veía como la conducta invasivamente
controladora de la madre.
La clarificación de todas estas cuestiones en la trans-
ferencia llevó a aclarar también las dificultades de la
paciente con las mujeres. Ella pudo evaluar y resolver con
mayor realismo las tentaciones de entrar en interacciones
neuróticas con mujeres dominantes. Al mismo tiempo se
volvió posible la reconstrucción de las primeras relaciones
con la madre, en particular la correspondiente a la etapa

243
del reacercamiento, que precede al compromiso edípico
intenso con el padre.
Sólo entonces emergió la versión infantil de un padre
poderoso y deseable, detrás de la desilusión y el desencan-
to por un padre débil y frustrante, una imagen ulterior
en la que se fusionaban los aspectos realistas de la expe-
riencia de la niñez y los sentimientos de culpa edípica
inconsciente.
El miedo a los ataques envidiosos de la madre podía
entonces estar relacionado con la fantasía de la paciente
de convertirse en la madre poderosa y, empleando la fuer-
za controladora de esta última, apoderarse del padre "des-
de dentro" y pasar a ser padre y madre al mismo tiempo,
un poderoso padre-madre primitivo. A su vez, esa fantasía
permitió aclarar más la necesidad inconsciente de elegir
a los hombres que ella experimentaba como decepcionan-
tes, pero que podía controlar de modos sutiles. Esa cla-
rificación condujo a cambios en su relación con el esposo,
y le procuró capacidad para apoyarlo en sus esfuerzos ten-
dientes a mejorar su situación comercial.

CONSIDERACIONES TÉCNICAS

Quizás el rasgo más sorprendente de las personalida-


des infantiles analizables que yo he tratado (o cuyo aná-
lisis supervisé) es el desarrollo súbito de una regresión
transferencia! -breve o prolongada- que puede no ser
aparente de inmediato, porque el paciente continúa con
la asociación libre, y la conducta manifiesta en el diván
no sufre un cambio radical. Por lo general es en 1a con-
tratransferencia donde el analista observa primero el
cambio fundamental que se ha producido.
Ese cambio consiste en el pasaje súbito, disociativo,
a un tipo de asociación libre que escenifica una relación

244
primitiva en la transferencia, mientras la desconecta
defensivamente de sus antecedentes en el pasado y, a
veces, incluso de la realidad externa. Es como si un
paciente que por lo común funciona en un nivel neurótico
de pronto comenzara a funcionar en un típico nivel límite,
pasando de relaciones con objetos totales a relaciones con
objetos parciales, de un sentido estable de la identidad
(que facilita la descripción de las relaciones objetales
pasadas y presentes) a un estado de aguda fragmentación
(que distorsiona o corta toda comunicación sobre las rela-
ciones objetales significativas que no sean las escenifica-
das en el presente con el analista).
Entonces el analista se siente forzado a cambiar su rit-
mo de trabajo, a enfocar nítidamente la relación transfe-
rencia! presente, mientras tiene que aceptar que los indi-
cios provendrán de modo predominante de sus propias
fantasías y afectos contratransferenciales, más bien que
del contenido manifiesto de la conducta verbal y no verbal
del paciente. Lo que impresiona mucho y puede desorga-
nizar al analista es el carácter súbito de este cambio.
En esos puntos de regresión, es como si el canal de la
transferencia (véase el capítulo 7) representado por el con-
tenido de la experiencia subjetiva del paciente, y el canal
transferencia! representado por la conducta no verbal del
paciente en la transferencia, fueran desapareciendo,
dejando sólo el "espacio analítico", la configuración de fon-
do, relativamente constante pero silenciosa, de la relación
entre paciente y analista que permite la escenificación de
las relaciones objetales realistas y fantaseadas. Este espa- 1 i
!

cio analítico tiene una influencia directa en la disposición


contratransferencial del analista.
He encontrado que si en ese momento el analista
intenta continuar con su modo corriente de trabajar con
el contenido de las asociaciones libres, siguen períodos de
confusión creciente. Hay un peligro real de que se orga-

245
nicen artificialmente las comunicaciones del paciente de
un modo intelectual, lo que el paciente interpreta incons-
cientemente como una toma de posesión invasiva. De
hecho, la ausencia misma de acting out dramático, la falta
de comunicación por medio del canal no verbal de la
acción, es lo que tiende a darle al analista la seguridad
falsa de que puede concentrar su atención en el contenido
de la comunicación verbal. Esta suposición conduce a
esfuerzos de interpretación prematuros, mientras pasa
inadvertida la cuestión principal, que se despliega en el
espacio silencioso que hay entre el paciente y el analista.
Las características clínicas de estos estados de regre-
sión son sutiles, y no obstante dramáticas por sus efectos
en la contratransferencia del analista. El paciente puede
continuar asociando libremente con relatos cargados de
afecto sobre lo que está sucediendo en el presente, o qui-
zás hable del pasado; puede haber referencias al analista,
pero sin la posibilidad de que se clarifiquen las implica-
ciones transferenciales más profundas de esos sentimien-
tos. Por el contrario, a veces el paciente es inusualmente
"sano" y "razonable", y la cuestión central es la sensación
que tiene el analista, a lo largo de un período de días y
semanas, de que no es posible profundizar la exploración
de nada de lo que el paciente dice, o de que su material
no tiene profundidad alguna. De la experiencia también
surgirá que cualquier esfuerzo tendiente a llegar a niveles
más profundos, utilizando el conocimiento ya adquirido
sobre los procesos inconscientes del paciente, conduce a
una extraña confusión, en detrimento del empeño del pro-
fesional en comprender lo que sucede. Lo típico es que lo
que finalmente aparece sea el temor del paciente a que
se estén apoderando de él, a que le arrebaten la mente,
a que el analista se esté "extraviando" (como consecuencia
de la identificación proyectiva); por lo tanto, el paciente
se siente amenazado por un eventual abandono.

246
Sólo poco a poco se aclararán las relaciones primitivas
con objetos parciales, en el contexto de rápidos intercam-
bios en las representaciones del sí-mismo y el objeto. En
la psicoterapia psicoanalítica de los pacientes límite, qui-
zás el analista sólo esté preparado para abordar las impli-
caciones inconscientes de la relación objetal dominante en
el "aquí y ahora", posponiendo todo esfuerzo tendiente a
vincular el inconsciente en el "aquí y ahora" a sus ante-
cedentes genéticos; por lo tanto, se encuentra paradójica-
mente en mejores condiciones para tratar esa regresión
grave. En contraste, en el tratamiento analítico de la per-
sonalidad infantil, estas regresiones aparecen enmasca-
radas por el hecho de que aparentemente el paciente
permanece en el marco del proceso analítico que tan pro-
ductivo y útil demostró ser antes, lo cual confunde tem-
poraria o permanentemente al analista. El acting out
extensivo facilita la exploración analítica de las relaciones
objetales internalizadas primitivas en una palestra espe-
cífica, sea que la acción tenga que ver con el analista o con
otros. En las circunstancias que estoy describiendo (carac-
terísticas de pacientes analizados precisamente porque,
entre otras razones, el acting out no es tan grande como
para excluir el análisis) la continuidad aparente del pro-
ceso analítico oculta su discontinuidad subyacente.
A menudo, durante las regresiones silenciosas típicas
de estos pacientes, el analista siente que está tratando lo
que en realidad no es un caso analítico, que el paciente
entrega un discurso vacío imposible de convertir en mate-
rial útil; entonces el profesional simplemente se repliega,
con una sensación de desvalimiento. Por debajo de ese
desvalimiento, quizá se identifique inconscientemente con
el sí-mismo en regresión P{oyectado del paciente. He teni-
do la oportunidad de exammar casos en los que el analista
interrumpió el tratamiento debido a prolongados períodos
de ese tipo. Por otro lado, un analista con fuerte tendencia

247
a creer en un origen genético específico de tales estados
de regresión podría sentirse tentado a interpretar el con-
tenido verbal a la luz de tales hipótesis genéticas, y quizás
el paciente le responda con contenidos acordes con esa
interpretación, mientras inconscientemente realiza el
acting out de la fantasía de que se están apoderando de
él y sólo puede protegerlo una fragmentación adicional.
De hecho, la principal razón de que se produzcan esas
regresiones frecuentes y súbitas en la transferencia de los
pacientes infantiles puede ser que el paciente se percata,
consciente o inconscientemente, de que el analista lo com-
prende; por otra parte, el paciente siente que toda com-
prensión emocional equivale a una peligrosa invasión,
posesión o incluso penetración sexual, contra las cuales
la escenificación de la regresión transferencia} es una
defensa lista de antemano.
Mi principal puntualización es que un enfoque útil de
estos períodos consiste precisamente en no interpretar en
su transcurso el contenido verbal específico, y en preparar
gradualmente la interpretación atemporal de la relación
objeta} dominante escenificada en la transferencia - y
entiendo por "atemporal" que no se realizará ningún
esfuerzo para vincular ese desarrollo a un período espe-
cífico del pasado del paciente-. Analizar lo que sucede
inconscientemente en el "aquí y ahora" mientras se tolera
la desconexión de ese material respecto de la realidad
externa inmediata del paciente y de su pasado inconscien-
te constituye, según mi experiencia, el mejor modo de
extraer información significativa que eventualmente haga
posible vincular el pasado inconsciente al presente incons-
ciente y a otros aspectos de la realidad externa del pa-
ciente.
Podríamos decir que el tipo de regresión que he des-
crito requiere otra manera de escuchar, o más bien la per-
catación por parte del analista de que el canal de comu-

248
nicación del paciente ha cambiado radicalmente; ya no es
el verbal o el no verbal, sino el más sutil e intangible del
espacio analítico, la relación implícita pero constante
entre analista y paciente. Dentro de ese espacio, la comu-
nicación le llega en primer lugar al analista a través de
la transferencia. Existe el peligro de que los problemas
contratransferenciales (en sentido estrecho, es decir, los
derivados de las disposiciones transferenciales del ana-
lista) generen un período de imposibilidad de comprender; ,11

el analista tendrá primero que tolerar ese período, y des- i~ 1

pués examinar si proviene de sus propios conflictos acti- 1

,1 ~
vados o del cambio súbito y radical de la naturaleza de ,,
I;
la comunicación. Deseo subrayar que me llevó mucho 'i
tiempo tomar conciencia de lo que sucedía en los dos casos
1\
que he descrito; lo mismo ocurrió con los otros pacientes
que he tratado. Estas dificultades también se presentan
en la supervisión, cuando el supervisado pasa por prolon-
gados períodos de estancamiento aparente en el análisis
de su paciente, o por períodos prolongados de incompren-
sión; el supervisor enfrenta la dificultad adicional de
explorar los problemas de la contratransferencia sin inva-
dir la privacidad del supervisado. Pero en este caso la dis-
tancia global del supervisor respecto del material puede
resultar útil.
Un aspecto del trabajo reconstructivo de interpreta-
ción, que surge en la experiencia con pacientes infantiles,
es que las reconstrucciones que involucran transferencias
regresivas sólo pueden intentarse a posteriori, después
de haber completado un trabajo analítico atemporal con
los significados inconscientes en el "aquí y ahora" duran-
te un lapso prolongado. Es,e trabajo de reconstrucción
requiere que se proceda con diversos tipos de cuestiones
derivadas de etapas que podrían considerarse transferen-
cias neuróticas que han quedado irresueltas, interrum-
pidas, flotando en el aire. Si el analista puede tolerar

249
esas discontinuidades, esas sendas interrumpidas al
pasado, finalmente se desplegarán nuevas pautas que le
impondrán conexiones lógicas, casi inevitables, entre las
informaciones provenientes de los períodos de regresión
"límite" y las de los períodos de funcionamiento "neuró-
tico", más avanzado. Sólo entonces yo tuve la posibilidad
de formular interpretaciones genéticas conectivas en
estos casos.
El hecho de que en mis dos ejemplos la relación objeta}
dominante escenificada en la regresión profunda, aunque
aparentemente silenciosa, tenga que ver con un aspecto
inconsciente de la madre edípica, apunta a una etiología
prevaleciente de esos estados regresivos, pero no debe
entenderse que ésta sea necesariamente la línea interpre-
tativa que el analista debe esperar o anticipar. Hay casos,
como el de la señora J, en los que se produce una regre-
sión a una figura condensada madre-padre; la irrealidad
de estas regresiones exige una elaboración mucho mayor
en el "aquí y ahora" inconsciente, antes que sea posible
rastrearlas hasta aspectos más realistas de las imágenes
parentales.
Durante los períodos en que el paciente parece funcio-
nar en un nivel neurótico, es importante realizar el tra-
bajo analítico siguiendo los lineamientos comunes de la
interpretación.
En esos momentos, los pacientes con personalidad
infantil presentan una expresión más directa de relacio-
nes transferenciales que tienen una cualidad más propia
de la relación con un objeto total que de la relación con
un objeto parcial.
La relación transferencia! se puede conectar con más
facilidad con otras relaciones objetales de la realidad
externa y del pasado del paciente; por lo tanto, se presta
a los esfuerzos constructivos y reconstructivos. Lo que
importa es que el analista tolere la discontinuidad entre

250
el trabajo analítico en los momentos "neuróticos" y los de
regresión transferencia} profunda aunque sutil.
La regresión transferencial severa a la que me he
estado refiriendo se puede confundir con las resistencias
crónicas contra la regresión transferencia} típica de las
personalidades narcisistas. De hecho, el repliegue protec-
tor del analista, su sensación de impaciencia y aburri-
miento, que quizá sean signos de la activación en la con-
tratransferencia de las transferencias regresivas de las
personalidades infantiles, se pueden tomar por reacciones
análogas a las que suscitan las resistencias transferen-
ciales narcisistas. La diferencia principal es que la depen-
dencia intensa, de aferramiento, del paciente respecto del
analista, persiste en las personalidades infantiles durante
toda la regresión, en contraste con la sensación de distan-
cia y falta de compromiso emocional con el analista en las
transferencias narcisistas.
La naturaleza de la confusión del paciente cuando el
analista intenta profundizar la comprensión por el prime-
ro del material presentado en el curso de esas regresiones
graves en la transferencia, plantea otro interrogante.
¿Estamos ante una pérdida o desdibujamiento de los lími-
tes del yo, de modo que al paciente ya no le resulta posible
determinar si los pensamientos se originan en su propia
mente o en la del analista? ¿Acaso una conf~ión similar
contamina también el pensamiento del analista? ¿O bien,
como yo creo, esta confusión es la consecuencia de la acti-
vación intensa de la identificación proyectiva en el pacien-
te (y quizá también en el analista), de modo que en la
alternancia rápida entre los mecanismos proyectivos e
introyectivos hay un intercambio de los roles recíprocos
del paciente y el analista, lo que tiende a generar confu-
sión acerca de quién es quién, pero sin que se llegue nun-
ca a una fusión real de las dos personas? La situación es
casi siempre de la segunda clase, en claro contraste con

251
la fusión auténtica en la transferencia que puede obser-
varse en el enfoque psicoanalítico de los pacientes psicó-
ticos (capítulo 12).
Como he señalado en un trabajo anterior (1975), la
pérdida de la prueba de realidad en la transferencia a con-
tinuación de la activación de la identificación proyectiva,
debe diferenciarse de las experiencias de fusión auténtica.
Estas últimas son típicas de los pacientes psicóticos (en
particular los esquizofrénicos) en modalidades psicoana-
líticas de tratamiento. Los pacientes límite en transferen-
cias profundas regresivas conservan su capacidad para
diferenciarse de los terapeutas, incluso cuando por
momentos parecen "intercambiar su personalidad" con
ellos.
Bion (1957b) llamó "características personales psicóti-
cas" a los aspectos psicóticos de pacientes no psicóticos des-
de el punto de vista clínico, y también a las características
de los pacientes esquizofrénicos en tratamiento psicoana-
lítico. Estas características psicóticas o aspectos psicóticos
de la personalidad presentan un predominio de impulsos
extremadamente destructivos, odio a la realidad expresado
como destrucción agresiva de la capacidad del paciente
para la conciencia de realidad, identificación proyectiva y
escisión patológica del material, proyectado en pequeños
fragmentos que constituyen "objetos raros".
Aunque creo que Bion subestimó las diferencias que
hay entre la transferencia psicótica propiamente dicha y
la regresión severa en la patología límite u otras patolo-
gías caracterológicas, su énfasis en el predominio de la
identificación proyectiva y otras defensas primitivas como
manifestación de ataques agresivos al aparato perceptivo
concuerdan con las características de los ejemplos de
regresiones transferenciales que yo he presentado. Pero
la gravedad varía de caso a caso. Los ataques agresivos
a la percepción de la realidad, en particular, pueden ser

252
muy limitados. Creo que Bion, al juntar en un mismo
paquete la esquizofrenia y la patología caracterológica, no
concedió la debida consideración a las diferencias que
existen entre las respectivas regresiones transferenciales
y -lo que es aún más importante- entre los respectivos
man_ejos técnicos.
El análisis de la relación objeta! dominante durante
la regresión transferencia! grave avanza con gran lenti-
tud ..Las fantasías inconscientes a lo largo de esos períodos
se pueden clarificar por medio de la interpretación atem-
poral del "aquí y ahora" a la que ya me he referido. Lo
habitual es que esas relaciones transferenciales regresivas
aparezcan con rápidas inversiones de rol entre el sí-mismo
y el objeto -es decir, con el paso rápido de momentos en
los que el paciente se identifica con su propio sí-mismo y
proyecta sobre el analista su representación objeta!, a
otros momentos en los que se identifica con su represen-
tación objeta! y proyecta sobre el analista su representa-
ción del sí-mismo-. Los dos casos clínicos descritos ilus-
tran ese paso rápido. En contraste, durante los períodos
de transferencia "neurótica" esos cambios son mucho más
lentos y mucho menos frecuentes.
La alternancia de la señorita H entre la identificación
con la "bruja" y la proyección de la imagen de la bruja
sobre mí ilustra e.ste proceso. La señora J y yo nos alter-
namos en la actuación de ambos lados de Ial naturaleza
invasiva de la madre opresora y poderosa en su relación
con la hija fragmentada defensivamente. Esta alternancia
rápida de las relaciones con objetos parciales es caracte-
rística de la organización límite de la personalidad. En el
curso del análisis en la transferencia de esas relaciones
con objetos parciales escindidas entre sí, es posible ir inte-
grándolas gradualmente, produciendo de tal modo la inte-
gración del sí-mismo y de las representaciones de los otros
significativos, y con ello la constancia del sí-mismo y la

253
constancia del objeto. La consolidación de la constancia
del objeto, a su vez, tiende a reforzar y clarificar adicio-
nalmente la naturaleza de los conflictos preedípicos y edí-
picos. Nuestros dos casos ilustran también de qué modo
el análisis temprano del material edípico se puede profun-
dizar después de haber elaborado la regresión trans-
ferencia!.
Desde un punto de vista teórico, se podría pensar que
no hay nada inusual en las regresiones defensivas, en la
transferencia, desde el período edípico al período preedí-
pico del desarrollo. Pero lo que interesa es que en estos
casos la regresión es estructural, y se refleja en la acti-
vación, en la transferencia, del síndrome de la difusión de
la identidad. En estos casos, como ocurre normalmente en
la psicoterapia psicoanalítica de los pacientes límite no
analizables, los desarrollos transferenciales oscilan de
modo abrupto y agudo entre transferencias avanzadas o
"neuróticas" y transferencias regresivas o "límite".
Los peligros a los que se enfrenta el analista, al tratar
a pacientes que presentan esos cambios dramáticos y radi-
cales en su modo de comunicación, son los siguientes. Pri-
mero, al permanecer exclusivamente en el nivel de re-
gresión neurótico en los desarrollos transferenciales
comunes, que estos pacientes comparten con los casos psi-
coanalíticos, es posible perder de vista la conexión con los
niveles de desarrollo más profundos y primitivos. Enton-
ces el tratamiento puede terminar en un estancamiento,
debido a que la estructura caracterológica básica no ha
cambiado; estos pacientes pueden sorprendernos una y
otra vez con un acting out estrafalario, a veces incluso vio-
lento, y con una falta de integración en su vida externa,
que parecen desafiar todo el trabajo analíticorealizado.
En estas condiciones, el analista bien puede llegar a la
conclusión de que el paciente tiene una debilidad básica
del yo, que no ha logrado un verdadero insight, que pre-

254
senta déficit muy tempranos imposibles de reparar, etcé-
tera.
Segundo, si el analista permanece en el nivel de la
regresión severa en la transferencia, sin ser lo bastante
flexible como para volver a analizar los conflictos neuró-
ticos comunes, existe el peligro de que pierda contacto con
los aspectos sanos del funcionamiento primitivo del
paciente y de que mantenga el conocimiento adquirido
sobre ese funcionamiento en un estado de suspensión, no
relacionado con el nivel más sano o bien "adoctrine" al
paciente con interpretaciones en un nivel primitivo que
pasen por alto ese nivel más sano, e impida la plena inte-
gración de las capas mentales primitivas con las avanza-
das, de las más fantásticas con las más realistas. En algu-
nos análisis interminables, el paciente parece casi haber
realizado una regresión artificial como consecuencia del
primitivismo del nivel del discurso e interpretación del
analista; por la misma razón, sigue siendo extrañamente
irrealista en su funcionamiento cotidiano común. Esos
análisis ilustran el peligro que supone la falta de una ple-
na integración de los conflictos como parte de la técnica
psicoanalítica. En algunos casos, a continuación se pro-
duce una regresión transferencial psicótica crónica que se/ ·
infiltra en la vida corriente del paciente.
Creo que el enfoque técnico que proponemos puede
ampliar el campo de los trastornos graves de la persona-
lidad para los que está indicado el tratamiento psicoana-
lítico.

255
Parte IV

Enfoques técnicos
de la regresión grave
10. PROYECCIÓN E IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA:
ASPECTOS EVOLUTIVOS Y CLÍNICOS

La expresión "identificación proyectiva", empleada ori-


ginalmente por Melanie Klein (1946, 1955) y elaborada
por Rosenfeld (1965) y Bion (1968), se ha desdibujado (lo
mismo que otros conceptos psicoanalíticos) debido a que
diversos autores la han definido de distintos modos. A mi
juicio, los problemas que presentan las definiciones exis-
tentes se relacionan, por lo menos en parte, con el hecho
de que han sido diferentes las poblaciones de pacientes
estudiadas -por ejemplo, esquizofrénica (Ogden, 1979)
o límite-y de que no se distinguen entre sí las operacio-
nes defensivas, las características estructurales generales
del paciente y las contratransferencias.
La identificación de este fenómeno (según lo definí en
1975) me ha resultado extremadamente útil en la clínica,
sobre todo comparado con el mecanismo de la proyección.
La identificación proyectiva es un mecanismo de defensa
primitivo. El sujeto proyecta una experiencia intrapsíqui-
ca intolerable sobre un objeto, conserva la empatía (en el
sentido de conciencia emocional) con lo que proyecta,
intenta controlar al objeto en un esfuerzo sostenido de
defensa contra dicha experiencia intolerable y, en la inte-

259
' racción real con ese objeto, lo lleva inconscientemente a
experimentar lo que se ha proyectado sobre él.
La proyección en sí, una forma más madura de defen-
sa, consiste en reprimir primero la experiencia intolera-
ble, después proyectarla sobre el objeto y finalmente sepa-
rarse o distanciarse de éste para fortalecer el esfuerzo
defensivo.
La proyección aparece habitualmente en el repertorio
defensivo de los pacientes con organización neurótica de
la personalidad. En la situación de tratamiento, la pacien-
te histérica que expresa miedo a que el analista llegue a
interesarse sexualmente por ella no se percata de sus pro-
pios impulsos sexuales, ni de que podría estar comunicán-
dolos por medios no verbales; su "miedo" al interés sexual
del terapeuta, que aparece en una atmósfera esencialmen-
te no erótica, ilustra el mecanismo de la proyección. Los
pacientes con organización límite de la personalidad
emplean tanto la proyección como la identificación pro-
yectiva, pero esta última prevalece claramente en el
repertorio defensivo y la situación de transferencia. Los
pacientes con organización psicótica de la personalidad
(caracterizada principalmente por la pérdida de la prueba
de realidad) usan normalmente la identificación proyec-
tiva como defensa prevaleciente. Los pacientes psicóticos
que sí proyectan -por ejemplo, impulsos homosexuales
que no experimentan conscientemente, en la forma de ide-
as delirantes persecutorias, o sentimientos eróticos tam-
poco reconocidos como propios- son mucho menos comu-
nes que lo que induce a pensar la literatura más antigua
sobre el tema. En síntesis, aunque los pacientes pueden
emplear tanto la proyección como la identificación proyec-
tiva, la primera es propia de un nivel superior de funcio-
namiento, mientras que la segunda es típica de las orga-
nizaciones límite y psicótica de la personalidad.
Una cuestión importante que confunde los esfuerzos

260
tendientes a definir la identificación proyectiva es la de
la medida en que ésta constituye un mecanismo "psicó-
tico". A menos que se piense lo psicótico como sinónimo
de lo primitivo, idea ésta que considero insostenible, la
identificación proyectiva no es necesariamente psicótica.
Las relaciones objetales sólo pueden con toda justicia
denominarse psicóticas cuando tanto las internalizadas
como las externas aparecen en condiciones de desdibuja-
miento de las representaciones del sí-mismo y el objeto,
y de falta de diferenciación entre el sí-mismo y los otros.
En otra parte (capítulo 2) he descrito el empleo de la
identificación proyectiva, por los pacientes con relaciones
objetales psicóticas como intento desesperado de salvarse
de una confusión completa entre el sí-mismo y el objeto.
En tales circunstancias, la identificación proyectiva le per-
mite al paciente localizar la agresión fuera del sí-mismo.
En contraste, una persona con una patología límite utiliza
la identificación proyectiva para mantener la escisión de
los estados totalmente bueno y totalmente malo. De modo
que la identificación proyectiva no se basa en la falta de
diferenciación entre las representaciones del sí-mismo y
el objeto (aunque puede aparecer en esas condiciones), y
no necesariamente provoca una pérdida de la diferencia-
ción entre tales representaciones, aunque debilita tempo-
rariamente la prueba de realidad en los pacientes límite.
Mi concepción de la identificación proyectiva tiene el
respaldo de mis observaciones clínicas sobre los efectos
que tiene interpretarle al paciente este mecanismo de
defensa. Durante cierto lapso, el paciente psicótico se sien-
te más confundido y se debilita su prueba de realidad; el
paciente límite responde mejorando la prueba de realidad,
por lo menos temporariamente.
De modo que la identificación proyectiva es una ope-
ración defensiva primitiva, pero no está necesariamente
vinculada a la psicosis. Predomina en la psicosis, acom-

261
pañada por una pérdida de la prueba de realidad y, desde
un punto de vista estructural, por la pérdida de límites
entre las representaciones del sí-mismo y el objeto. En la
organización límite de la personalidad, junto a la identi-
ficación proyectiva se conserva la prueba de realidad, sus-
tentada estructuralmente por la diferenciación de las
representaciones del sí-mismo y el objeto, lo cual permite
la utilización de determinadas técnicas terapéuticas para
abordarla con interpretaciones; esto fortalece la prueba
de realidad y el yo del paciente. La identificación proyec-
tiva desempeña una función relativamente poco importan-
te en las neurosis (salvo cuando el paciente sufre una
regresión temporaria grave), y por lo general la reemplaza
la proyección.

CONSIDERACIONES EVOLUTIVAS

Postulo que una línea evolutiva de las defensas lleva


desde la identificación proyectiva -basada en una estruc-
tura yoica centrada en la escisión (disociación primitiva)
como defensa esencial- hasta la proyección -que se basa
en una estructura yoica centrada en la represión como
defensa esencial-. Creo que en general es posible rastrear
la línea evolutiva de otros tipos de operaciones de defensa.
Por ejemplo, vemos una línea evolutiva entre la idealiza-
ción primitiva -en la que hay escisión de los objetos idea-
lizado y persecutorio- y la idealización normal como parte
de la externalización de los aspectos integrados, del ideal
del yo, pasando por la idealización típica de la personali-
dad narcisista -en la que la autoidealización, yo-sintónica
o proyectada, es la contracara de la desvalorización-, y
la idealización típica de la organización neurótica de la
personalidad, que refleja las formaciones reactivas contra
la culpa. (La idealización normal, por ejemplo, desempeña

262
una función importante en el enamoramiento.) Asimismo,
la renegación tal como la define Jacobson (1957a), que se
basa en una disociación primitiva de estados contradicto-
rios del yo, puede verse como una forma primitiva de la
negación, que es un mecanismo más avanzado, basado en
la represión, y una operación defensiva típicamente neu-
rótica. En otra zona de las defensas, la introyección pri-
mitiva (cuando el sujeto carece de capacidad para diferen-
ciar las representaciones del sí-mismo y el objeto) puede
considerarse precursora de la introyección que aparece en
conexión con las identificaciones características de las eta-
pas avanzadas del yo y el superyó. En síntesis, el hecho
de que prevalezca la escisión o la represión como medio
central de defensa, determina que predomine la identifi-
cación proyectiva o la proyección.
Si la identificación proyectiva implica que el sujeto tie-
ne la capacidad de diferenciar el sí-mismo y el no-sí-mis-
mo, se puede suponer que alcanzó un cierto nivel de desa-
rrollo antes que empezara a operar este mecanismo. Mi
supuesto es que se deben llenar dos condiciones. En la
medida en que la identificación proyectiva implica una
fantasía (y para el fantaseo tenemos que dar por sentada
la capacidad para reemplazar un elemento por otro, que
se manipula hacia una meta deseada) tiene que haber
capacidad para la simbolización. Y en cuanto la apetencia
es atribuir a otro lo que se siente como indeseable, tiene
que haber capacidad para advertir no sólo la diferencia
entre el sí-mismo y el otro, sino también cómo se siente
uno mismo -capacidad para percatarse del propio estado
subjetivo-. Sólo cuando podemos reconocer un particular
estado subjetivo como indeseable en comparación con
otros estados subjetivos, tiene sentido tratar de liberarse
de él mediante su expulsión. Es probable que estas capa-
cidades existan cuando el infante tiene quince meses de
edad (Stern, 1985).

263
Por razones que elaboro infra (véase también el capí-
tulo 1), asumo el supuesto de que las representaciones
mentales nucleares del sí-mismo y el objeto se establecen
cuando el infante es estimulado por el placer o el dolor
extremos, y no cuando se encuentra en un estado quies-
cente y meramente alerta.
El efecto del aprendizaje durante los estados afectivos
cumbre difiere del efecto del aprendizaje durante los esta-
dos quiescentes de alerta. En estos últimos, el infante no
tiene ninguna apetencia de fusionarse con el otro o sepa-
rarse de él, de modo que no está presente la cuestión de
los límites. Pero las experiencias durante los estados afec-
tivos cumbre alientan tanto la fusión como la diferencia-
ción. Si el estado es de extremo placer, el infante quiere
fusionarse con quien se lo proporciona. Si el estado afec-
tivo es de extremo displacer o dolor, la apetencia del infan-
te de expulsar el dolor alienta la diferenciación. La iden-
tificación proyectiva es un mecanismo de defensa esencial
para abordar el dolor psíquico insoportable durante los
estados afectivos cumbre negativos, cuando operan la
autopercatación y la simbolización.
En contraste, la proyección requiere el logro de otro
estado de desarrollo, en el que una diferenciación clara
de las representaciones del sí-mismo y el objeto es acom-
pañada por un sentido de la continuidad de la experiencia
del sí-mismo en circunstancias emocionales contradicto-
rias. Esto implica la capacidad para tolerar la ambivalen-
cia y experimentar un sentido de continuidad -€1 "sí-mis-
mo categórico" de los filósofos-. La autopercatación ya
no se refiere sólo a experiencias subjetivas cambiantes,
sino a un sí-mismo subjetivo como fondo estable contra
el que se evalúan los sucesivos estados subjetivos.
Se puede pensar que la proyección es un resultado
"más sano'', más adaptativo, de la identificación proyec-
tiva, por lo menos en las primeras etapas de la integración

264
del concepto del sí-mismo y de consolidación de las barre-
ras represivas. Eventualmente, la proyección puede desde
luego tener consecuencias contrarias a _las de la adapta-
ción, por generar la distorsión de la realidad externa.

ENFOQUE TÉCNICO

Según lo he descrito antes (capítulo 7), el analista


cuenta con dos canales de información, el verbal y el no
verbal, sobre las experiencias subjetivas del paciente. Un
tercer canal es el del ambiente emocional de la situación
analítica, comunicado sobre todo por la contratransferen-
cia del analista. El analista, bajo la influencia de los desa-
rrollos transferenciales comunes, experimenta transito-
rias identificaciones concordantes y complementarias con
el paciente (véase el capítulo 6). Aunque todos los pacien-
tes expresan información significativa por medios no ver-
bales, cuanto más profunda es la patología, más predo-
mina la conducta no verbal. Por lo común la identificación
proyectiva entra en juego en los aspectos no verbales de
la comunicación del paciente; se puede diagnosticar a tra-
vés de la activación en el propio analista de poderosas dis-
posiciones afectivas que reflejan lo que el paciente le está
proyectando, y gracias a un alerta a las implicaciones
interpersonales de la conducta de éste.
Cuando predomina la comunicación verbal de la expe-
riencia subjetiva, la identificación proyectiva es menos
evidente, menos detectable, porque sus manifestaciones
son sutiles, pero es mucho más fácil manejarla con la
interpretación si el analista preserva su libertad interior
para fantasear sobre el paciente, y no sufre reacciones
contratransferenciales indebidas.
Los pacientes con una patología grave del carácter,
que inconscientemente intentan huir de una realidad

265
intrapsíquica intolerable mediante la identificación pro-
yectiva con el analista, le facilitan a éste la detección del
fenómeno, pero también le dificultan su interpretación,
porque lo típico es que el paciente se resista a lgs esfuer-
zos interpretativos del analista, debido en primer lugar
al miedo a lo que tuvo que proyectar.
Las siguientes viñetas clínicas ilustran la activación
de la proyección y la identificación proyectiva, y su manejo
técnico. Estas viñetas también muestran los diferentes
modos en que operan estos mecanismos en los pacientes
neuróticos, narcisistas y límite.

ILUSTRACIONES CLÍNICAS

La señora K, de poco más de veinte años, inició un psi-


coanálisis con personalidad histérica, inhibición sistemá-
tica del orgasmo en la cópula con el marido y apegos
románticos fantaseados a hombres inaccesibles. Unos
pocos meses después de empezar el tratamiento, expresó
la fantasía de que yo era particularmente sensual -en
realidad, "lascivo"-, y quizás intentara excitarla, para
obtener de ella una gratificación sexual. Dijo saber que
yo venía de un país de América latina y que había escrito
sobre el amor erótico. Además, pensaba que yo tenía una
actitud particularmente seductora con las mujeres que
trabajaban en el consultorio. Creía que todo esto justifi-
caba sus miedos. Le parecía que, cuando ella entraba yo
la miraba de un modo particular, y que probablemente
trataba de imaginarme su cuerpo desnudo cuando estaba
tendida en el diván.
Al principio fue renuente a hablar de esos miedos,
pero mi interpretación de que temía que yo la rechazara
si expresaba abiertamente sus fantasías sobre mí, condujo
al despliegue gradual de ese material. En realidad, su

266
actitud no era seductora: por el contrario, en su conducta
había algo inhibido, rígido, casi asexual, y muy poco ero-
tismo expresado en las comunicaciones no verbales. Mis
propias reacciones y fantasías emocionales sobre ella te-
nían una característica apagada, y no incluían ningún ele-
mento erótico consciente; llegué a la conclusión de que me
atribuía sus propias fantasías y apetencias sexuales repri-
midas. En otras palabras, este ejemplo típico de una
transferencia neurótica ilustra la operación de la proyec-
ción, sin activación de material contratransferencial (véa-
se el capítulo 7).
Un año más tarde, la señora K había cambiado signi-
ficativamente. Su miedo a mi presunto interés sexual en
ella la había llevado a expresar disgusto por el interés de
los hombres mayores en las jovencitas, a descubrir que
esos hombres mayores desagradables, lascivos, se aseme-
jaban a su padre, y después a darse cuenta de que en sus
fantasías románticas se apegaba a hombres que percibía
como inaccesibles, y de que temía la excitación sexual con
esos mismos hombres, ahora potencialmente a su alcance.
El reconocimiento de que la excitación estaba asociada con
las relaciones sexuales prohibidas hizo que fuera tomando
conciencia de sus defensas contra ella en su relación con-
migo. Se redujo la represión y proyección de los sentimien-
tos sexuales en la transferencia, y emergieron fantasías
sexuales edípicas directas sobre mí.
En cierto momento, la señora K expresó abiertamente
su fantasía de tener una aventura sexual conmigo, que
incluía nuestro viaje secreto a París. Descubrí en mí una
respuesta erótica a la ·paciente, con la fantasía de que
también yo disfrutaría de una relación sexual con ella,
sobre todo porque significaría romper todas las barreras
convencionales. Así le haría un obsequio: el más completo
reconocimiento posible de que ella era especial y atractiva.
En otras palabras, mi respuesta complementaba su ape-

267
tencia -la apetencia de un padre edípico seductor-. Pero
no estaba operando una proyección ni una identificación
proyectiva: los impulsos sexuales de la paciente eran yo-
sintónicos; ella no realizaba ningún esfuerzo por contro-
larme para protegerse de tales impulsos, y en respuesta
yo podía mantener la empatía con su experiencia subje-
tiva central. No fue sorprendente que un poco más tarde
la señorita K se enojara porque yo no respondía a sus sen-
timientos sexuales. Le parecía que le tomaba el pelo y la
humillaba; esto nos llevó a explorar su ira por lo que sen-
tía como el rechazo de un padre seductor y burlón.
En esta estructura neurótica de la personalidad, el
predominio de la comunicación de la experiencia intra-
psíquica por medios verbales generó la activación de una
identificación complementaria en una relación transferen-
cia! relativamente exenta de las operaciones defensivas
más primitivas, en particular de identificación proyectiva.
La represión y la proyección eran las defensas dominan-
tes, además de otras típicas defensas neuróticas, como la
intelectualización, las formaciones reactivas y la negación.
La señorita L, por otro lado, de algo menos de treinta
años y soltera, padecía un trastorno narcisista de la per-
sonalidad con franco funcionamiento límite. Padecía epi-
sodios periódicos de depresión profunda e impulsos sui-
cidas que la habían llevado a varias hospitalizaciones.
Poco antes le habían dado el alta en el hospital donde yo
la atendía como paciente internada, y la psicoterapia psi-
coanalítica conmigo continuó a un ritmo de tres sesiones
por semana. Esta joven era atractiva, aunque el personal
la encontraba fría, altanera y distante. Alternaba entre
períodos en los que hacía a un lado de un modo grandioso
y despectivo a quienes trataban de ayudarla, y momentos
en los que experimentaba sentimientos de inferioridad y
desesperación profunda.
Tenía una larga historia de relaciones caóticas con los

268
hombres. Se enamoraba de hombres que admiraba y con-
sideraba inaccesibles, pero trataba con desdén a cualquie-
ra que se interesara por ella. Se veía a sí misma como "un
espíritu libre", sin inhibiciones sexuales; expresaba sin
reservas sus apetencias y requerimientos sexuales y man-
tenía relaciones simultáneas con varios hombres.
Su madre, intrusiva, dominante y controladora, pro-
cedente de una familia relativamente humilde, había usa-
do desde la niñez a su atractiva hija como fuente de gra-
tificaciones personales; a juicio de la propia paciente, la
vida interior de la hija sólo le interesaba en la medida en
que se reflejara en ella como madre. El padre era un hom-
bre de negocios exitoso, al que la señorita L describía
como muy atractivo y sexualmente promiscuo. Había
enfermado y muerto de modo inesperado durante la ado-
lescencia de la paciente. Debido al intenso compromiso del
hombre con los negocios, y también por sus muchas aven-
turas, había sido prácticamente inaccesible para la hija.
Al principio esta joven recurrió a mí para que la tra-
tara porque yo era el director del hospital. Pero en cuanto
me convertí en su psicoterapeuta, su sentimiento de triun-
fo inicial fue reemplazado por dudas acerca de si quería
continuar en tratamiento conmigo.
El episodio siguiente se produjo varias semanas des-
pués del alta hospitalaria. Ella se proponía reanudar sus
estudios universitarios de graduada, y no sabía si íbamos
a proseguir con la psicoterapia, en la "pequeña ciudad"
donde vivíamos, la cual -según dijo- destruía por com-
pleto su motivación e interés, porque era fea, provinciana,
y
carente de estímulos tenía un clima horrible. San Fran-
cisco y Nueva York eran "las dos únicas ciudades vivibles
del país"; además se interrogaba por mi inseguridad pro-
fesional, que a su juicio se reflejaba en el hecho de que yo
me quedara en esa ciudad pequeña.
Llegó vestida con elegancia a la sesión que voy a des-

269
cribir. Habló de un viejo amigo, que en ese entonces era
un abogado destacado de San Francisco, que la había invi-
tado a irse a vivir con él, ofrecimiento que ella estaba con-
siderando seriamente. Siguió diciendo que, en la cama, su
amante de ese momento carecía de atractivos hasta el
extremo de la ridiculez; pensaba que lo iba a abandonar.
El era bueno, pero no tenía sutileza, refinamiento, expe-
riencia sexual ni gusto para vestir. Agregó que, después
de nuestra primera entrevista, la madre le había pregun-
tado si no sería mejor un terapeuta más enérgico, que fue-
ra firme con ella: yo había impresionado a la madre como
amistoso pero vulgar e inseguro.
Le pregunté qué pensaba de los comentarios de la
madre; respondió que la madre era una persona muy per-
turbada, aunque también muy inteligente y perceptiva.
Luego se disculpó con una sonrisa y manifestó que no que-
ría herirme, pero que yo realmente me vestía de un modo
provinciano y carecía de la autoconfianza serena y firme
que a ella le gustaba en los hombres. Dijo también que
me consideraba cordial pero falto de profundidad intelec-
tual. Se preguntó con preocupación si yo soportaría que
ella fuera franca conmigo. Parecía bastante amistosa, y
me tomó algunos minutos registrar la nota de condescen-
dencia que se infiltraba en esa cordialidad.
La paciente habló de su plan de encontrarse con el
amigo en San Francisco. Consideraba la posibilidad de
que él viniera a visitarla antes, y tenía algunas ideas
sobre cómo convertir la breve estadía del hombre en la
ciudad en una grata experiencia de "antropología cultural"
-es decir, en un estudio de la cultura del lugar.
Mientras ella hablaba, yo experimentaba una sensa-
ción de futilidad y abatimiento. Pensé en los muchos tera-
peutas que esta paciente había tenido antes, y en lo que
ellos me habían dicho sobre la incapacidad de la joven
para comprometerse en una relación terapéutica. Era pro-

1 270
bable que tampoco llegara a establecer esa relación con-
migo; especulé que estábamos en el principio del fin de la
terapia. Me daba por vencido; de pronto se me ocurrió que
tenía dificultades para pensar con "precisión" y "pro-
fundidad", palabras éstas que acababa de emplear la
paciente. También me sentía desgarbado y empático con
el hombre que la señorita L había desdeñado con sus
comentarios burlones unos momentos antes.
Sólo en la parte final de la sesión comprendí que me
había convertido en uno más de los hombres desvaloriza-
dos, y que representaba a todos los que la señorita L había
idealizado primero y menospreciado rápidamente. Recor-
dé la angustia que ella había expresado en el pasado por
la posibilidad de que yo no la tomara como paciente, su
sensación desesperada de que yo era el único terapeuta
que podía ayudarla y la intensa desconfianza que había
expresado en las primeras sesiones, por temor a que fuera
un coleccionista de "ejemplares" raros y sólo me interesara
conocer todas sus dificultades, después de lo cual la des-
pediría. Decidí que la desvalorización a la que me sometía
1 !
.1
la señorita L era un acto de venganza, la contracara de ·¡
su anterior sensación de que yo afirmaría mi superioridad .1
y la desvalorizaría a ella. Entonces se me ocurrió que yo
experimentaba lo mismo que la paciente (según lo había
descrito) cuando se sentía inferior o desesperada, estúpi-
da, ineducada, incapaz de ponerse a la altura de las expec-
tativas de los hombres brillantes con los que se había rela-
cionado. Y en su conducta conmigo reconocí la actitud de
superioridad serena y desvalorización sutilmente oculta
con la que la madre (siempre según la descripción de la
propia paciente) se burlaba de ella por los hombres ina-
decuados que elegía.
La sesión terminó antes de que yo pudiera discernir
todos estos pensamientos, y creo que dejé en la señorita
L la impresión de alguien silencioso y un tanto abatido.

271
En la sesión siguiente continuamos con los mismos
temas; habló de sus planes para encontrarse con el hom-
bre deseable de San Francisco, de las etapas finales de la
ruptura con el amante del momento, y hubo más comen-
tarios despectivos sobre la "pequeña cuidad". Comprendí
que en la sesión anterior la paciente también había logra-
do activar en mí la ambivalencia que yo mismo podía
experimentar respecto de la ciudad. Sólo entonces advertí
que "la pequeña ciudad" me representaba a mí en la
transferencia, y que la ciudad y yo también representá-
bamos a su propia imagen desvalorizadora y proyectada
sobre mí, mientras ella se identificaba con la superioridad
altanera de la madre. Me pareció probable que estuviera
escenificando un aspecto de su sí-mismo grandioso (la
identificación con la madre) mientras proyectaba sobre mí
los aspectos desvalorizados de ella misma. Al mismo tiem-
po se sometía a los esfuerzos de la madre tendientes a
anular sus oportunidades de iniciar una relación con un
hombre que sintiera afecto por ella. Recordé algo transi-
toriamente obliterado en la sesión anterior, respecto del
miedo que había expresado a que yo intentara impedir
que dejara la ciudad, por mis propias necesidades de con-
servar a una paciente interesante; interpreté entonces que
a su modo de ver yo me comportaba como la madre, y ella
lo había aceptado.
Le dije que la imagen que tenía de mí como alguien
de inteligencia lenta, torpe y carente de atractivos, "ancla-
do" en una ciudad fea, era la imagen de ella misma cuan-
do se sentía criticada y atacada por la madre, en parti-
cular cuando ésta se burlaba de los hombres que escogía;
además su actitud respecto de mí tenía la superioridad
serena, la aparente benevolencia y la sutil desvalorización
que a ella misma le resultaban tan penosas en la madre.
Añadí que, al activarse la relación con la madre con los
roles invertidos, quizá también la había asustado mucho

272
la posibilidad de que yo fuera totalmente destruido y ella
tuviera que huir de la ciudad para evitar la decepción y
la sensación de soledad que sobrevendrían con mi caída
como terapeuta valorado. La señorita L respondió que en
lo que yo decía podía reconocer lo que había sentido en
otros momentos, y que después de la sesión anterior había
experimentado abatimiento. Pero ya estaba mejor: me
preguntó si podía ayudarla a lograr que fuera un éxito la
visita del hombre de San Francisco, para que él no la des-
preciara por vivir en un lugar con tan pocos atractivos.
Estaba volviendo, prácticamente sin transición, a una
relación dependiente conmigo, mientras proyectaba en el
hombre de San Francisco los aspectos altaneros y despec-
tivos de ella misma, en tanto identificada con la madre.
El caso de la señorita L ilustra de modo típico la iden-
tificación proyectiva. El proceso incluyó la proyección de
un aspecto intolerable de ella misma, la inducción conduc-
tual en mí de la actitud interna correspondiente, el control
sutil ejercido sobre mí mediante la autoafirmación y el
desdén, que por cierto tiempo me encerraron en ese aspec-
to proyectado de ella misma; la paciente podía empatizar
con lo proyectado sobre mí porque, en otros momentos,
correspondía claramente a su representación de sí misma.
Mi reacción contratransferencial ejemplifica la identifi-
cación complementaria y, además, el fenómeno de quedar
temporariamente "pegado" a ella, posición ésta que Grin-
berg (1979) ha denominado "contraidentificación proyec-
tiva".
Mi tercer ejemplo, el señor M, un hombre de negocios
de algo más de cuarenta años, presentaba una persona-
lidad paranoide con organización límite de la personali-
dad. Tenía una historia de episodios psicóticos generados
por el alcohol, que requirieron hospitalizaciones breves.
Tanto en el trabajo como en sociedad, su conducta alter-
naba entre la inhibición y estallidos impulsivos de ira.

273
Estos últimos le habían creado problemas en ambas esfe-
ras. Era extremadamente inhibido en los encuentros
sexuales con las mujeres, a menudo impotente, y por lo
general suspicaz y desconfiad<;>.
El señor M era el mayor de varios hijos de un farma-
céutico prominente en la pequeña ciudad donde vivían: un
hombre poderoso, iracundo, muy exigente y sádico, que
castigaba con severidad a los niños por las travesuras más
triviales. La madre del paciente estaba completamente
sometida al esposo, y aunque profesaba amar a los hijos,
el señor M dijo que nunca los había protegido de las cóle-
ras del padre. Tímida y retraída en sociedad, había dejado
el cuidado de los niños en las manos de sus hermanas
mayores solteras, varias de las cuales vivían con ella, ser-
vían al padre como criadas y "agentes de vigilancia" y tra-
taban a los niños con una particular severidad. El pacien-
te recordaba con vividez las actitudes puritanas respecto
del sexo. Le parecía que sus hermanos podían huir de lo
que consideraba la atmósfera horrible del hogar, mientras
que él, como hermano mayor, no podía sustraerse al con-
trol constante del padre. Contra los deseos de éste, entró
en una gran empresa de maquinaria agrícola, pero, debido
a sus problemas de personalidad, nunca logró superar las
posiciones gerenciales de nivel intermedio, a pesar de sus
notables antecedentes como estudiante, su capacidad inu-
sual para el análisis de mercado y una educación superior
a la de varios colegas promovidos a posiciones más altas
que la de él.
En la transferencia, el señor M oscilaba entre el miedo
y la desconfianza intensos respecto de mí, percibido como
padre sádico, y una idealización también intensa, vincu-
lada a impulsos homosexuales. Su transferencia presen-
taba mecanismos de escisión típicos. En el curso de los dos
primeros años de tratamiento, le interpreté sus senti-
mientos contradictorios respecto de mí como la escenifi-

274
cación de aspectos de lo que sentía por el padre: primero,
había una identificación inconsciente con la madre, en
tanto ésta se sometía pasivamente a un padre idealizado
que proporcionaba amor y protección, y segundo, ira con-
tra el padre sádico. Poco a poco comenzó a tolerar su
intensa ambivalencia respecto del padre, y pudo hablar
abiertamente de sus deseos parricidas. El episodio que
describo a continuación se produjo en el tercer año del tra-
tamiento.
El señor M había conocido a una mujer que trabajaba
en el gran complejo de instituciones psiquiátricas en el
que yo estaba asociado. Por primera vez se había atrevido
a buscar activamente la relación con una mujer que con-
sideraba atractiva y era social e intelectualmente una
igual a él. En el pasado, sólo se había sentido seguro con
prostitutas o en relaciones asexuales con las mujeres.
Cualquier señal de compromiso con una mujer que él
valoraba hacía que se apartara rápidamente, que descon-
fiara de las intenciones de ella y que temiera ser impo-
tente. En varias ocasiones, el señor M había expresado
la fantasía de que a mí no me gustaría que él se relacio-
nara con alguien que trabajara en una institución vin-
culada a la mía. Expresó la sospecha de que yo preven-
dría a esa persona contra él y obstaculizaría la relación.
Interpreté esto como una manifestación de fantasías edí-
picas, y le comenté que para él yo era el propietario de
todas las mujeres de la institución y, como padre, le
prohibía acercarse a ellas con intenciones sexuales; en su
fantasía, sería severamente castigado. También vinculé
esta fantasía a su temor a la impotencia en la relación
con una mujer que pareciera plenamente satisfactoria
para él.
Unos pocos días después de esta interpretación, el
señor M entró pálido de ira. Empezó por decir que le gus-
taría darme unas trompadas. Se sentó en la silla más dis-

275
tante de mí, y me pidió una explicación completa. Cuando
le pregunté: "Una explicación, ¿de qué?", se encolerizó aún
más. Después de algunos momentos de tensión creciente,
durante los cuales temí que realmente me golpeara, dijo
que había pasado una noche con esa mujer, le había pre-
guntado si ella me conocía y se había enterado de que, en
efecto, era así. Le urgió información sobre mí, y entonces
ella adoptó una actitud reticente, preguntándole "iróni-
camente" (según le pareció a él) si acaso era paciente mío.
Entonces él le planteó lo que consideraba un hecho, a
saber: que en todo momento ella había sabido que era un
paciente mío. Después de esto la mujer tomó distancia y
la noche terminó con la sugerencia de ella de que era pre-
ferible que "enfriaran" su relación.
El señor M me acusó de haberle hablado por teléfono,
de haberle contado sus problemas, de haberla prevenido
contra él y de haber provocado la ruptura. Mi intento de
conectar lo que me decía con mis interpretaciones ante-
riores, en cuanto a que me experimentaba como propie-
tario de todas las mujeres del complejo institucional y
guardián celoso de mis derechos exclusivos sobre ellas, no
hizo más que acentuar su ira. Afirmó que yo estaba uti-
lizando con deshonestidad mis interpretaciones para
negar los hechos y culparlo a él de lo que había ocurrido.
Pasó a centrarse en mi deshonestidad. Podía tolerar mis
prohibiciones, pero no la deshonestidad. Exigió que con-
fesara que le había prohibido a la mujer iniciar una rela-
ción con él.
La ira del paciente era tan intensa que yo estaba real-
mente en un dilema: reconocer esa construcción loca como
verdadera o insistir en que lo que él decía era falso, con
riesgo de sufrir un ataque físico. Se sumaron a mi inquie-
tud las dudas anteriores que había tenido respecto de si
los rasgos paranoides del paciente permitían un proceso
analítico.

276
':;
I
'J
1
Después de respirar profundamente, le dije al señor
M que me sentía coartado para hablar tan abiertamente
como yo mismo lo deseaba, porque no estaba seguro de
que él pudiera controlar sus sentimientos y no actuar
dejándose arrastrar por ellos. ¿Podía asegurarme que, por
más intensa que fuera su ira, él se abstendría de cual-
quier acción que me amenazara a mí o a mis pertenen-
cias? Esta pregunta pareció sorprenderlo, y me preguntó
si acaso le temía. Le respondí que sin duda me preocupa-
ba la posibilidad de que llegara a atacarme físicamente,
y que no podía trabajar en esas condiciones. Por lo tanto, /
él tenía que darme la seguridad de que nuestro trabajo
continuaría en el plano verbal y no el de la acción física,
o tendríamos que dar por terminada la sesión.
Con gran alivio de mi parte, el señor M sonrió y dijo
que no debía tener miedo; él sólo quería que fuera sincero.
Le dije que si le respondía con franqueza, él podría eno-
jarse mucho conmigo; ¿estaba en condiciones de controlar
su ira? Afirmó que sí. Entonces acepté que conocía a la
mujer, pero aclarándole que no había hablado con ella des-
de que él estaba en tratamiento, y que sus afirmaciones
eran una fantasía que había que examinar en el análisis.
En seguida volvió a enojarse conmigo, pero yo ya no le
temía.
Después de escuchar una repetición de sus razones
para creer que yo tenía algo que ver en el rechazo del que
lo había hecho objeto la mujer, lo interrumpí diciéndole
que comprendía que él estuviera absolutamente conven-
cido de que yo era el responsable, y añadí que se encon-
traba en la situación penosa de tener que decidir entre la
idea de que yo le mentía o de que estábamos en una situa-
ción loca, en la cual uno de nosotros tenía conciencia de
realidad y el otro no, y era imposible resolver dónde esta-
ba cada uno. El señor M se relajó visiblemente, y mani-
festó creer que yo le estaba diciendo la verdad. Agregó

277
que, por alguna extraña razón, de pronto toda la cuestión
le parecía menos importante. Le había hecho sentirse bien
que yo tuviera miedo y se lo hubiera confesado.
Siguió un silencio relativamente largo, en cuyo trans-
curso puse en orden mis propias reacciones. Me sentía ali-
viado porque el paciente ya no me atacaba; tenía vergüen-
za porque le había demostrado mi temor y provocaba mi
ira lo que yo percibía como su goce sádico, sin arrepenti-
miento, por mi miedo; advertía mi intolerancia al placer
que le provocaba su acting out sádico, y también me des-
concertaba que todo el asunto de la relación con la mujer
pareciera de pronto menos importante.
Le dije que había surgido un aspecto fundamental de
la relación con el padre, a saber: la escenificación de la
relación entre su padre sádico y él mismo como niño ate-
rrado, paralizado; yo había asumido el rol del niño, y él
el rol del padre iracundo, que experimentaba un placer
secreto intimidando al hijo. El hecho de que yo reconociera
que le tenía miedo había reducido su propia sensación de
humillación y vergüenza por ser aterrorizado por el padre;
el hecho de que pudiera expresar la ira que yo le provo-
caba y no destruirme, le hizo posible tolerar su propia
identificación con ese padre iracundo y sádico. El señor
M dijo que quizás él había asustado a la mujer debido al
modo inquisitorial en que preguntó sobre mí, y que su pro-
pia desconfianza por la actitud de ella respecto de él
podría haber contribuido a alejarla.
Tenemos aquí un caso de identificación proyectiva en
un nivel casi psicótico. Al principio el paciente utilizó la
proyección, al atribuirme una conducta que no entraba en
resonancia en absoluto con mi experiencia interna. Des-
pués, al intentar obligarme a una confesión falsa, hizo una
regresión desde la proyección a la identificación proyec-
tiva, activando la relación con el padre, con los roles inver-
tidos. En contraste con el caso anterior, la naturaleza vio-

278
lenta de la identificación proyectiva pareció afectar sig-
nificativamente la prueba de realidad del paciente, y
resultaron fútiles mis esfuerzos por interpretar directa-
mente el mecanismo. Creo que mi aceptación de la iden-
tificación complementaria en la contratransferencia, como
reacción realista a la transferencia, fue un fenJmeno
menos regresivo en mí que la contraidentificación menos
realista mencionada en relación con la señorita L. Al mis-
mo tiempo, tuve que iniciar mis esfuerzos interpretativos
abandonando temporariamente la neutralidad técnica,
estipulando una condición que ponía límites a la conducta
del paciente. Sólo entonces pude abordar la identificación
proyectiva en sí, estableciendo primero un límite claro de
la realidad o, más específicamente, puntualizando la natu-
raleza de las realidades incompatibles que caracterizaban
la situación analítica en ese momento. Pienso que clari-
ficar las realidades incompatibles, como primer paso para
facilitar la tolerancia del paciente a un "núcleo psicótico"
de su experiencia intrapsíquica, es un modo sumamente
útil de abordar esas regresiones severas en la transferen-
cia. Además, el hecho de establecer los límites de la rea-
lidad también permite al analista recobrar su libertad
interna para tratar con sus reacciones contratransferen-
ciales. Esta técnica debe distinguirse del acting out con-
tratransferencial, lo cual a veces resulta más bien difícil.
El acting out contratransforencial, en lugar de reducir la
escenificación de la transferencia regresiva, mantiene e
incluso promueve la identificación proyectiva. l
1
J
OTRAS CONSIDERACIONES SOBRE LA TÉCNICA 1
j

l
Como parte de mi enfoque de las interpretaciones de j
la proyección y la identificación proyectiva, considero
necesario que el analista diagnostique en sí mismo las 1
1
i
i
279
características de la representación del sí-mismo o el obje-
to proyectada sobre él. Sólo entonces puede interpretarle
al paciente la naturaleza de esa representación proyec-
tada, los motivos de la intolerancia del paciente a esa
experiencia interna y la naturaleza de la relación entre
esa representación proyectada y escenificada por el
paciente en la transferencia. Lo típico es qve la naturaleza
persecutoria de lo proyectado en la identificación proyec-
tiva induzca en el paciente el miedo a ser criticado, ata-
cado, culpado o controlado de modo omnipotente por el
analista. La interpretación sistemática de esta consecuen- Í
cia secundaria de la interpretación de la identificación
proyectiva puede facilitar la elaboración durante cierto
tiempo.
La experiencia del analista cuando se activa la iden-
tificación proyectiva puede perturbar o favorecer el pro-
ceso analítico. El analista que mantiene con firmeza la
neutralidad técnica, que evita comunicar la contratrans-
ferencia al paciente y que se abstiene de establecer pará-
metros técnicos no previstos originalmente para el trata-
miento de ese paciente en particular, facilita con todo ello
su libertad interior para fantasear durante las sesiones
y también fuera de ellas. He encontrado que esto último
es útil para clarificar gradualmente y elaborar las reac-
ciones contratransferenciales y desarrollar hipótesis y
estrategias alternativas destinadas a interpretar las
transferencias en esas condiciones difíciles. El hecho de
que el analista esté preocupado por los pacientes en regre-
sión profunda fuera de las horas de tratamiento puede ser
sano, no necesariamente neurótico. En realidad, creo que
una parte significativa de la elaboración por el analista
de su propia reacción contratransferencial puede produ-
cirse fuera de las sesiones.
Cuando las personalidades límite con rasgos narcisis-
tas y paranoides padecen una regresión psicótica tempo-

280
raria en la transferencia, a veces es necesario que el ana-
lista deje de interpretar y clarifique la realidad inmediata
de la situación de tratamiento, pidiéndole incluso al
paciente que se levante y discuta detalladamente con él
todo lo que lo ha llevado a su postura paranoide, proce-
dimiento éste sugerido por Rosenfeld (1978). El analista
debería absorber la identificación proyectiva sin interpre-
tarla por el momento, y reconocer su empatía con la expe-
riencia del paciente sin aceptar responsabilidad por ella,
demostrando de tal modo su capacidad para tolerar la
agresión sin desmoronarse ni presentar contraagresión,
lo cual constituye una aplicación de la función de "sostén"
de Winnicott (1960). El analista debe interpretar sistemá-
ticamente la identificación proyectiva en una atmósfera
de objetividad que cumpla con una función de "contención"
cognitiva-éste es el enfoque de Bion (1968)-. Finalmen-
te, el analista debe establecer límites al acting out que
amenace su integridad física o la del propio paciente (en
el caso de que esos límites sean objetivamente necesarios),
sondear la medida en que en la interacción aún se con-
serva la prueba de realidad (partiendo de la base de que
la interpretación de los determinantes inconscientes no
puede realizarse antes de haber establecido un límite
común con la realidad) y analizar las realidades recípro-
camente incompatibles.
A veces, la disociación emocional del analista respecto
de la situación, su "renuncia" temporaria a la experiencia
analítica, constituye un recurso distanciador que desin-
toxica la relación terapéutica, pero al costo de una poten-
cial interrupción del tratamiento o de un ocultamiento
"bajo tierra", temporario o permanente, de las transferen-
cias primitivas; por lo tanto, esta válvula de seguridad tie-
ne tanto sus riesgos y peligros como sus ventajas.
Estas diversas técnícas son en gran medida compati-
bles entre sí, pero hay diferencias de énfasis. Mi propio

281
enfoque utiliza las funciones de "contención" de Bion
(1968) y "sostén" de Winnicott (1960), la teoría de Rosen-
feld (1971, 1975, 1978) sobre la naturaleza de las trans-
ferencias profundamente regresivas en la patología carac-
terológica narcisista y las técnicas que he descrito para
clarificar la situación real antes de intentar la interpre-
tación de la identificación proyectiva.
No obstante, creo que la evitación por Bion del análisis
de los problemas de la contratransferencia con los pacien-
tes en regresión severa, y su supuesto de que el concepto
de contratransferencia debe conservar su definición res-
tringida, de modo que habría que considerarlo indicativo
de una patología del analista, desalienta la apertura de
este último al campo total de las reacciones contratrans-
ferenciales. En particular en sus conferencias de Brasil
(1974, 1975), Bion deja trascender una exquisita sensibi-
lidad a las transferencias regresivas y al mismo tiempo
una desconcertante falta de preocupación por la situación
de la realidad del paciente; este desinterés podría ser la
contracara del hecho de que quite énfasis a la contratrans-
ferencia. Creo que la preocupación por el paciente implica
comprometerse con él, y el compromiso hace al analista
vulnerable a la contratransferencia en sentido amplio. Yo
enfrento al paciente a las concepciones incompatibles de
la realidad, en contraste con la recomendación de Rosen-
feld (1978), que aconseja abandonar temporariamente
toda postura de enfrentar e interpretar en el caso de las
regresiones paranoides.
La identificación proyectiva es una fuente básica de
información sobre el paciente; para elaborar su interpre-
tación en la transferencia se requiere la utilización activa
de las respuestas contratransferenciales.

282
.1.
. i

11. LA IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA,


LA CONTRATRANSFERENCIA
Y EL TRATAMIENTO HOSPITALARIO
i 1

--fo:-

La identificación proyectiva puede ocupar un lugar


central cuando se produce en un ambiente hospitalario.
Las siguientes descripciones de dos pacientes que sufrían
enfermedades psiquiátricas muy diferentes, ambos inter-
nados durante lapsos prolongados, ilustran algunos ras-
gos del tratamiento hospitalario, compartidos por distin-
tos tipos de psicopatología.

LUCÍA

Lucía, soltera y próxima a los treinta años, era una


música latinoamericana atractiva e inteligente, pero emo-
cionalmente inestable. Había sido educada en Estados
Unidos, y sus padres pudientes la mantenían y respalda-
ban su carrera artística. Tenía una historia de abuso de
drogas y alcohol, varios intentos graves de suicidio y difi-
cultades interpersonales en el trabajo y en las relaciones
íntimas.
Lucía era la menor de tres hermanos, pero los padres
la habían tratado como su única y principal preocupación.
El padre era más seductor que afectuoso con ella, y Lucía

283
estaba básicamente bajo el control de la madre, sin duda
la personalidad dominante de la familia. La madre era
muy emocional, extravertida y encantadora, pero intru-
siva; de modos sutiles intentaba controlar la vida de
Lucía, mientras en un nivel más profundo permanecía
indiferente o incluso hostil a la hija. Por ejempl~ ésta
sufría una alergia que le impedía comer cierto tipo de dul-
ces; la madre lo sabía, pero periódicamente le enviaba
paquetes de esos dulces.
En el momento de la internación, a Lucía se le diag-
nosticaron: 1) un trastorno grave de la personalidad con
rasgos predominantemente narcisistas y límite; 2) abuso
combinado de sustancias tóxicas y alcohol, y 3) un tras-
torno depresivo menor con un potencial suicida relativa-
mente impredecible, vinculado a severas crisis emociona-
les. Como no había respondido a repetidos esfuerzos de
psicoterapia externa, se inició un tratamiento con inter-
nación prolongada y psicoterapia psicoanalítica simultá-
nea.
Desde el principio, el tratamiento de Lucía tuvo una
característica "VIP", debido a la riqueza y las relaciones
sociales de los padres y porque el presidente y algunos
miembros de la junta directiva del hospital tenían un inte-
rés especial en esa paciente. El director del hospital, el
doctor A, siempre recibía a los padres cuando iban de visi-
ta -algo sumamente inusual-. Además, el doctor A
disentía del diagnóstico; lo consideraba demasiado "duro"
y creía que Lucía era sólo infantil-histérica. El doctor A
le dijo al psiquiatra asignado a Lucía que él (el psiquiatra)
era demasiado crítico con esa familia poco corriente. Insa-
tisfecho con lo que consideraba el enfoque excesivamente
duro, rígido y carente de refinamiento de este psiquiatra,
el director me pidió a mí (nuevo jefe de unidad en el hos-
pital) que asumiera el manejo hospitalario de la joven.
Pensaba que yo podría llevar mejor el caso porque me

284
había graduado en un programa de entrenamiento psico-
analítico, y los otros jefes de unidades, aunque ambiva-
lentes respecto del psicoanálisis, respetaban a los psiquia-
tras hospitalarios con esa formación.
El psicoterapeuta de Lucía, el doctor C (que la atendía
cuatro veces por semana, mientras que yo la veía un pro-
medio de quince a veinte minutos cinco veces por sema-
na), prefirió continuar el tratamiento con total indepen- 1
1 1

dencia del manejo hospitalario. También él había recibido


entrenamiento psicoanalítico, y era íntimo amigo del doc-
tor A. En nuestros breves encuentros, el doctor C me trató
con afabilidad, pero sin duda como un superior condescen-
diente ante un recién graduado.
Tanto el doctor C como el doctor A formaban parte del
cuerpo docente de un instituto de psicoterapia psicodiná-
mica destinado a graduados, al que denominaré "el Ins-
tituto". La orientación teórica del Instituto era un tanto
distinta de mi propia orientación psicoanalítica tradicio-
nal, de modo que yo era inequívocamente un ajeno. Sin
embargo, los profesionales y el resto del personal del hos-
pital se consideraban más calificados que la gente del Ins-
tituto para manejar a los pacientes de enfermedad severa
en tratamiento prolongado con internación, por lo tanto,
tenían respecto del Instituto una actitud en cierta medida
ambivalente. Consideraban que los psicoterapeutas del
Instituto (sin base hospitalaria) eran demasiado blandos,
incluso ingenuos, en el trato con pacientes en regresión
severa; a su juicio, esos pacientes necesitaban firmeza y
una estructura de tratamiento clara. Así fue como yo, al
principio inconscientemente, me convertí en un represen-
tante de la filosofía del Instituto, opuesta a la del personal
hospitalario representada por el psiquiatra al que yo
reemplazaba.
Mi relación con Lucía se inició con lo que podría des-
cribirse como una luna de miel terapéutica. Ella se infor-

2Hl'í
mó muy pronto de mis propios antecedentes latinoame-
ricanos; me dijo que me consideraba representante de la
cultura latinoamericana, influida por Europa, una cultura
que era la de sus propias raíces. Me convenció de que la
"rigidez" de su anterior psiquiatra que insistía en que ella
participara en las actividades y el trabajo del hospital, era
irrazonable y contraproducente. En lugar de su horario
de actividades cotidianas propuso tomar cursos por corre&-
pondencia de una universidad local, que respondieran a
sus necesidades educacionales y facilitaran su progreso
hacia un título superior en música.
Estuve de acuerdo con esa propuesta, hice los arreglos
necesarios y no pensé mucho más en la cuestión. Aunque
mis relaciones con Lucía parecían desarrollarse satisfac-
toriamente, las observaciones accidentales de otros jefes
de unidad y del personal superior del hospital sugerían
que esos arreglos se veían con cierto escepticismo, en la
creencia de que tanto el doctor C como yo estábamos sien-
do manipulados por la paciente.
Varias semanas más tarde los cursos por correspon-
dencia aún no habían llegado aunque Lucía se había
retirado mucho antes .de la mayoría de sus actividades
programadas. Ella tenía complicadas explicaciones para
esa demora. Primero el envío se había perdido en el
correo, la segunda entrega se extravió en la oficina de
recepción del hospital; en ese momento le estaban
enviando la tercera. Fui a la oficina de correos del hos-
pital para tratar de rastrear la fuente del problema, y
me dijeron que acababan de entregarle un gran paquete
a mi paciente.
Cuando le planteé a Lucía la discrepancia entre su
afirmación de que no había recibido ningún paquete y la
información de la oficina de correos del hospital, ella se
perturbó mucho y me acusó de no creerle, de volverme
como su psiquiatra anterior. Me explicó que el paquete

286
que acababa de .recibir (cuyo contenido dijo estar dispues-
ta a mostrarme) se lo había enviado la madre.
Esa noche, ya tarde, me llamaron por teléfono a casa
porque Lucía se encontraba en un estado de pánico inten-
so e insistía en verme. Volví al hospital, donde la paciente !
1
me recibió vestida con una négligé transparente y muy i 1
!
reveladora. Era obvio que trataba de seducirme, y aunque
mantuve mi equilibrio, advertí un elemento erótico en mi
reacción afectiva. Ella dijo que simplemente quería
hablarme sobre cuánto la había perturbado mi interroga-
torio de ese día; no obstante, estaba sumamente agrade-
cida por el hecho de que yo hubiera respondido a su lla-
mada, y ya se sentía mejor. Subrayó lo importante que era
para ella que nuestra relación fuera buena.
Esa noche soñé que me encontraba en la habitación
de Lucía en el hospital, pero se parecía más a una habi-
tación de hotel y yo estaba sentado en la cama con ella,
en lo que obviamente se estaba convirtiendo en un
encuentro sexual. De pronto, con una sonrisa seductora,
Lucía me puso el índice en la boca, en un sondeo profundo, 1
y desperté en un estado de intensa angustia. Mientras
1
I•
pensaba en ese sueño, de pronto se me ocurrió que lo que
1
ella había hecho era "meterme el dedo en la boca".* En ¡
Chile, donde he sido educado, ése sería el modo popular
de decir que se estaba burlando de mí. Ya totalmente des-
pierto, reflexioné en la comedia de errores de los cursos
por correspondencia y decidí que probablemente Lucía me
había estado mintiendo todo el tiempo.
Al día siguiente, le planteé mi creencia de que había
estado mintiéndome; entonces ella confesó que había reci-
bido el paquete de la universidad y lo había tirado. Se eno-
jó y me acusó de insistir rígidamente en que tomara cur-
sos en los que no estaba interesada en absoluto. Le

* En castellano en el original. [T.]

287
recordé que ése había sido su propio deseo, y que yo me
había limitado a estar de acuerdo. Yo lamentaba que no
hubiera podido decirme que no estaba dispuesta a seguir
esos cursos, para examinar conmigo las a1€ernativas posi-
bles. Lucía, aparentemente sin prestar atención a lo que
yo le decía, continuó reprochándome que insistiera en la
idea de un plan de estudios en lugar de demostrar preo-
cupación por sus intereses y su vocación.
Era una norma del hospital que se informaran al psi-
coterapeuta los hechos importantes relacionados con sus
pacientes, de modo que, después de comentarle a Lucía
que iba a hablar sobre la cuestión con el doctor C, lo hice
de inmediato. El doctor C me escuchó y dijo que conocía
el problema de los cursos por correspondencia, pero que
yo exageraba su importancia; después de todo, de esa
paciente había que esperar algunas conductas manipula-
tivas. Mis esfuerzos tendientes a subrayar lo que consi-
deraba la gravedad de la mendacidad injustificada de
Lucía hicieron que se ablandara lo suficiente como para
agregar que comprendía que se trataba de una paciente
extremadamente difícil, y que era muy importante enten-
der las razones de que necesitara comportarse de ese
modo, a la luz de las experiencias caóticas que había pade-
cido en su niñez. La conversación terminó sin que nos
pusiéramos de acuerdo. Yo pensaba que el doctor C subes-
timaba la gravedad de la patología del superyó de Lucía
y su temporario desplazamiento sobre mí de un engaño
agresivo en la transferencia; a juicio de él, yo reaccionaba
en exceso a una lesión narcisista, debido a una falta de
experiencia con este tipo de pacientes.
Ese mismo día recibí más tarde una llamada del
consultorio del doctor A, a fin de conce.rtar una cita para
la semana siguiente. Por los otros jefes de unidad, me
enteré pronto de que esa llamada era la consecuencia
de una queja que Lucía había presentado contra mí.

288
Tuve en ese momento la extraña experiencia de conver-
tirme de pronto en el héroe del día a los ojos de los otros
jefes de unidad y el personal del hospital, porque yo
había "resistido" a la conducta manipulativa de esta
paciente. Ellos nunca habían dejado de ver con claridad
su mendacidad. No sin aprensión, observé que en ese
momento yo era percibido como parte del frente del hos-
pital contra el Instituto.
El doctor A me recibió con una actitud muy seria. Me
dijo que Lucía se había quejado de mi actitud rígida, obse-
siva, "policial", respecto de sus estudios, y puso en claro
que yo lo estaba defraudando. Manifestó haber hablado
con el doctor C, quien veía la situación del mismo modo.
Ambos pensaban que había que tratar a Lucía con más
suavidad. Yo me sentía derrotado y paralizado, y casi ali-
viado cuando el doctor A me dijo que, en acuerdo con el
doctor C, preveía transferir a Lucía a otro psiquiatra del
hospital.
Mi reacción inmediata fue de ira y decepción, pero en
cuanto pasó, quedé preocupado porque creía que el "triun-
fo" de Lucía al excluirme indirectamente por medio de la
manipulación del doctor C y el doctor A, tenía consecuen-
cias profundamente autodestructivas. En mis reflexiones
sobre estos hechos, conté con el fuerte respaldo de Clara,
la enfermera jefa de mi unidad, quien me dijo que esa
paciente siempre había sido percibida como seductora con
los hombres que ocupaban posiciones de autoridad. Com-
prendí que sin duda Lucía había empleado su poder de
seducción con el doctor A, lo mismo que lo había hecho
conmigo. A juicio de Clara, con mi tratamiento de Lucía
yo había demostrado que era muy ingenuo; ella pensaba
que todo el episodio podía resultar una buena experiencia
de aprendizaje para mí.
Poco después de haber sido transferida a otro psiquia-
tra, Lucía volvió al abuso de alcohol y de drogas, y final-

289
mente abandonó el hospital. Al cabo de un año, el hospital
perdió toda comunicación con ella y con lrlamilia.

Discusión

Lo que he calificado como luna de miel terapéutica con


Lucía podría describirse, en los términos de mi reacción
contratransferencial, como mi identificación concordante
(Racker 1957; véase también el capítulo 6) con el sí-mismo
patológico grandioso de la paciente, con su estructura
caracterológica narcisista. Mi contratransferencia proba-
blemente reflejó el hecho de que fui arrastrado al rol de
un padre admirador y potencialmente corruptible, tanto
como seductor.
Pero cuando reconocí el engaño de Lucía con respecto
al curso por correspondencia, mi reacción interna pasó
abruptamente a una postura desconfiada, persecutoria
(una identificación complementaria con los precursores
disociados, sádicos, del superyó, contra los cuales se ha-
bían erigido las defensas narcisistas de la paciente), mien-
tras ella se identificaba con su propio sí-mismo disociado,
humillado y sádicamente maltratado. Y es probable que
me haya convertido en una representación de la madre
sádica primitiva, que cortaba la relación sexualizada con
el padre en una venganza violenta.
Se podría especular que si yo no hubiera temido tanto
la activación de mis fantasías sexuales sobre ella, y al
mismo tiempo hubiera tomado conciencia de su seducción
narcisista, podría haber tolerado esas fantasías mías y
advertido su conducta seductora y el consiguiente control
de mi pensamiento independiente. Tal como se produje-
ron los hechos, yo había sido seducido por la asignación
de la que me hizo objeto el doctor A, y entré en una espe-
cie de alianza con las defensas narcisistas de la paciente,

290
lo que redujo la objetividad de mi posición respecto de
ella.
Más tarde, en la inversión súbita de mi relación con
Lucía, me identifiqué automáticamente con la percepción
"anti Instituto" del personal del hospital, de modo que mi
identificación complementaria con los "perseguidores"
internos de Lucía coincidió con mi identificación con una
ideología rebelde.
El pasaje de la identificación concordante a la iden-
tificación complementaria en mi contratransferencia
podría también haber estado relacionado con la súbita
activación de la identificación proyectiva en el repertorio
defensivo de la paciente. Lucía me había engañado duran-
te un período de semanas. Su deshonestidad podría
considerarse una defensa "psicopática" contra un temido
ataque "persecutorio" mío, defensa que reflejaba la pro-
yección sobre mí de una representación objetal sádica,
persecutoria, muy probablemente una imagen materna
preedípica. Me había descrito como un policía rígido y
obsesivo; esa descripción carecía de sexualidad e implica-
ba una figura de autoridad egocéntrica, insensible, des-
confiada, primitiva, que interrumpía la relación sexuali-
zada con la autoridad masculina (el padre).
El hecho de que la paciente pudiera proyectar sobre
mí a una madre persecutoria, insensible y manipulativa,
mientras ella misma seguía identificándose con esa ima-
gen sádica (reflejada en el control autoprotector y mani-
pulativo al que me sometía), indica que actuaba la iden-
tificación proyectiva, y no la proyección. Lo que me parece
de particular interés en este punto es la función de puente
de mi reacción contratransferencial. Por un lado, respon-
dió a la escenificación por la paciente, a través de la iden-
tificación proyectiva, de una relación objetal internalizada
primitiva. Por otra parte, fue una respuesta a la esceni-
ficación en el ambiente hospitalario, por medio de una

291
poderosa aunque sutil inducción y/o facilitación del rol en
mí, de una sumisión al doctor A y el Instituto, como defen-
sa contra la rebelión subyacente frente a ellos. En otras
palabras, la patología de las relaciones objetales internas
de la paciente y los conflictos sociales latentes del hospital
"engranaron" en mi reacción interna, en el límite entre
la paciente y el sistema hospitalario.
Me parece que de igual interés es la "reacción de
repliegue" que se produjo en mí, en la actitud de la pacien-
te respecto de mí y del hospital, y en la actitud del hos-
pital en relación con la paciente. Al ser excluido, yo expe-
rimenté un repliegue emocional respecto de Lucía y del
doctor A. El consiguiente repliegue cínico, casi alegre, res-
pecto de Lucía, por parte del personal del hospital, mien-
tras su tratamiento se iba desmoronando, fue la tercera
"reacción de repliegue" en el sistema hospitalario. (El psi-
quiatra que me reemplazó cumplió con sus funciones un
tanto rutinariamente, y aunque muchos miembros del
personal tenían conciencia del actíng out de la paciente,
esta información ya no llegó al doctor C ni al doctor A.)
Todos estos desarrollos pueden considerarse aspectos de
un repliegue global para proteger la autoestima de las
"partes agraviadas" (en otras palabras, un repliegue nar-
cisista defensivo ante un conflicto intenso en torno a la
hostilidad). Se podría considerar que este repliegue gene-
ral del sistema hospitalario respecto de la paciente -un
repliegue que se volvió dramático en los meses anteriores
a la interrupción final del tratamiento por Lucía- tam-
bién representa una corrupción simbólica de la atención
total que idealmente el hospital tendría que haber seguido
proporcionándole.
Es como si la paciente me hubiera dejado "morir", y el
personal hospitalario y yo hubiéramos dejado "morir" el tra-
tamiento como respuesta a ello. Por otra parte, el personal
del hospital me abandonó: después de que fuera obvia mi

292
"derrota" y de que me excluyeran del caso, ningún jefe de
unidad cuestionó la decisión del doctor A en un foro clínico,
ni se aventuró a reexaminar el manejo terapéutico total de
la paciente. Se podría decir que después de que yo cumplie-
ra una función para la ideología del hospital, me dejaron
caer de la escena y también permitieron que "muriera".
Lo más sorprendente fue la reiteración dentro del hos-
pital de la patología de la familia de Lucía. La enorme
riqueza de esta familia había creado una situación utili-
zada con eficacia por la madre para mantener el control
de la hija sobre el tratamiento, contra los mejores inte-
reses de la paciente. Este desarrollo prolongaba la historia
familiar de un padre fastidiosamente seductor pero inac-
cesible, controlado por la madre. La "seducción" por la
paciente del doctor A, una repetición implícita de la
relación con el padre, fue anulada por el colapso del tra·
tamiento, una consecuencia implícita de los efectos des-
tructivos de la paciente y la madre sobre el sistema hos-
pitalario. El control de la familia en su propio mundo tuvo
una contracara dramática en las manipulaciones autodes-
tructivas de la hija. Su control eficaz del mundo hospita-
lario nutrió análogamente una atmósfera de corrupción
y venganza, y destruyó el tratamiento.
Idealmente, yo tendría que haber podido explorar la
patología dominante en las relaciones objetales interna-
lizadas de Lucía, tal como se reiteró en el hospital: el fra-
caso en el trabajo, la seducción sexual en tanto corrupción
de quienes estaban allí para ayudarla, la destrucción sim-
bólica de una buena relación con un padre edípico debida
a los efectos destructivos de una imagen internalizada
sádica de la madre preedípica, la proyección de los pre-
cursores sádicos del superyó sobre el ambiente y las defen-
sas secundarias contra la persecución por medio del enga-
ño. Sin embargo, los rasgos patógenos del ambiente de la
niñez se reiteraron en la seducción inconsciente del doctor

293
C, el doctor Ay yo mismo, y también en el proceso de gru-
po grande activado en el ambiente hospitalario.

RALPH

Ralph era soltero, tenía poco más de veinte años y una


historia de trastorno grave de la conducta desde principios
de la adolescencia, caracterizado por "rabonas", rebeldía,
fracaso escolar y peleas violentas con otros jóvenes y con
los profesores, lo cual había llevado a que lo expulsaran
de varios establecimientos educativos. Al final de la ado-
lescencia alternaba entre la conducta violenta ocasional
y períodos prolongados de retraimiento social. Era consi-
derado "extraño", blanco de las burlas de sus iguales, y
presentaba ocasionalmente conducta extravagante y un
aislamiento social gradualmente profundizado. Ralph
abandonó la escuela secundaria poco antes de egresar, y
pasaba días y semanas encerrado en su habitación, prac-
ticando extraños rituales, que trataba de ocultar a sus
padres. Manifestaba una preocupación creciente por los
cambios que le parecía que se estaban produciendo en su
rostro. Finalmente desarrolló ideas delirantes de trans-
formación corporal y alucinaciones auditivas; se le diag-
nosticó una enfermedad esquizofrénica, y fue internado
en varios hospitales psiquiátricos durante períodos que
iban desde algunas semanas hasta varios meses. Había
respondido bien al tratamiento repetido con dosis altas de
neurolépticos y electroshock, al punto de poder volver al
hogar y la escuela. Sin embargo, en esos momentos pre-
sentaba una conducta francamente antisocial, era men-
tiroso y agresivo, y explotaba y estafaba a compañeros y
profesores; en ocasiones se mostraba violento, y tuvieron
que expulsarlo de nuevo. Entonces se retiró a su habita-
ción, y presentó síntomas de psicosis.

294
Cuando ingresó en nuestro hospital, después de por
lo menos ocho años de una enfermedad que había em-
peorado progresivamente, tenía el diagnóstico de enfer-
medad esquizofrénica indiferenciada crónica. Debido a la
sorprendente pauta de mejoría con los neurolépticos y el
siguiente desarrollo de una pronunciada conducta anti-
,,11
social, seguida por una renovada regresión a la psicosis, 1

se consideró que presentaba uno de los raros casos de I''il'

"esquizofrenia seudopsicopática". t
El padre de Ralph era un hombre de negocios extran-
jero que había creado nuevos métodos para el reciclamien-
to en gran escala de residuos industriales. Había legisla-
dores y ex socios de su país de origen con mentalidad
ecológica que cuestionaban sus métodos; como consecuen-
cia de prolongados litigios legales, su carácter se había
agriado, se sentía acosado y había tenido que dedicar un
tiempo y una energía considerables a resolver problemas
políticos y legales -en detrimento de sus intereses comer-
ciales.
La madre de Ralph nunca emergió como persona real
en el curso de las interacciones del personal hospitalario
con la familia. Muy pocas veces visitó a su hijo; quien iba
al hospital y discutía los planes de tratamiento era el
padre, acompañado por un consejero legal. A pesar de sus
ocasionales visitas a Estados Unidos para ver a Ralph,
también los hermanos y las hermanas mayores del pacien-
te fueron figuras distantes y desdibujadas durante todo el
tratamiento. El padre expresó con franqueza su desamparo
con respecto al tratamiento de Ralph; había elegido ese
hospital como último recurso y, aunque no disponía de
mucho tiempo para participar personalmente, desde luego
estaría muy agradecido si se podía ayudar a su hijo.
Este caso, lo mismo que el de Lucía, estaba rodeado
de una atmósfera "VIP". El aura de poder que emanaba
de las batallas legales y políticas del padre y la enorme

295
I
riqueza de la familia llevaban a todo tipo de rumores y
especulaciones.
Me asignó este paciente el doctor B, el director del hos-
pital que reemplazaba al doctor A (que había aceptado un
cargo en otra parte), más o menos un año después de que
se fuera Lucía. El doctor B simpatizaba mucho más con
"la filosofía del hospital" que con "la filosofía del Instituto";
es decir, favorecía un enfoque empírico y sensato, y era
escéptico en cuanto a la aplicación de la comprensión psi-
coanalítica al tratamiento hospitalario.
El doctor B pensaba que Ralph era un paciente muy
difícil, que sin duda intentaría enredarme en discusiones,
y confiaba en que yo podría mantener una estructura fir-
me y no entrar en ningún enfrentamiento. Este doctor
parecía amistoso y comunicativo, y tenía la reputación de
evitar conflictos e inclinarse excesivamente ante las pre-
siones del presidente y los miembros de la junta del hos-
pital. Mientras que el doctor A había tratado con autori-
dad, e incluso con autoritarismo, a los miembros del
personal, el doctor B procuraba alcanzar el consenso siem-
pre que fuera posible. Pero, en contraste con su predece-
sor, no respaldaba a sus subordinados cuando éstos sopor-
taban presiones de personas influyentes de afuera.
Comprendí que, en lo que a Ralph concernía, el hospital
me brindaría todo el respaldo que yo necesitaba, a menos
que el tratamiento entrara en las agitadas aguas "VIP".
La primera vez que vi a Ralph, él estaba en su habi-
tación mirándose fijamente en el espejo, escrutando su
rostro, porque, según me explicó, le preocupaban los gra-
nos. Dijo que usaba diversos tipos de cremas faciales anti-
sépticas para tratar las irregularidades de la piel de la
cara y el cuello. Yo no pude detectar ninguna anormalidad
en su rostro. En la habitación había un olor ligeramente
rancio, que nunca dejé de asociar con este paciente. Esta-
ba llena de potes de crema para la cara y cajas de pañue-

296
los de papel, que utilizaba para limpiarse los dedos y tam-
bién para ponerse la crema. Había pañuelos de papel usa-
dos y arrugados sobre la cama, las sillas y el piso.
Como era dudoso que Ralph pudiera diferenciar sufi-
cientemente a un psicoterapeuta de un psiquiatra admi-
nistrativo del hospital, se me asignó el manejo hospita-
lario total del caso, incluso la psicoterapia. Clara, la
enfermera jefa, me dijo que su personal discutía el modo
en que había que tratar al paciente. ¿Había que limpiar
su habitación y establecer una rutina diaria que le espe-
cificara tareas, fronteras y límites claros (en otras pala-
bras, un enfoque de "psicología del yo")? ¿O bien había que
permitirle una mayor regresión, con exploración asidua
de los significados psicológicos de sus conductas extrava-
gantes, como modo de establecer contacto con él y permi-
tirle la eventual resolución de su regresión psicótica por
medios psicoterapéuticos (en otras palabras, un enfoque
como el que se utiliza en el sanatorio Chestnut Lodge)?
La historia de la mejoría limitada como respuesta al elec-
troshock y a un tratamiento intenso con neurolépticos, y
el hecho de que Ralph recurriera a la conducta antisocial
y no a un estado no psicótico más adaptativo, pesaban
considerablemente en mi ánimo. Decidí posponer, hasta
conocerlo mejor, el diseño de la estrategia del tratamiento.
Debo decir que mi primera reacción emocional al
paciente fue de disgusto. Me resultó imposible no reaccio-
nar al olor rancio y el estado grasiento de los pomos de
las puertas y las sillas de su habitación, pero tenía que
verlo allí porque él se negaba a abandonarla. En una de
nuestras primeras sesiones, mientras yo estaba sentado
en una silla (grasienta) y él en la cama, Ralph dijo: "Yo
debo de disgustarle mucho". No encontré palabras para
responderle, en vista de la exactitud de su observación.
Puesto que mi reacción era la de una figura de autoridad
disgustada, no advertí ni pude reconocer el placer que él

297
obviamente experimentaba jugando con mugre, con una
sustancia sucia y pegajosa, con excrementos. Por la mis-
ma razón, no se me ocurrió vincular ese placer en el juego
a la suciedad y los desperdicios con su conflicto manifiesto
respecto de si someterse a su padre, identificarse con él
o rebelarse contra él, en tanto ese hombre era el "rey" de
la transformación de los desechos industriales en produc-
tos útiles, y estaba acusado de contaminar el ambiente
con su industria.
Ralph tenía un miedo horrendo a que yo entrara en
su habitación sin haberle dado tiempo a "prepararse". Me
había rogado que golpeara a la puerta y que después
aguardara a que él abriera (lo que podía llevar varios
minutos); cuando yo finalmente entraba, él parecía extre-
madamente temeroso y desconfiado. Yo pensaba que en
esos minutos trataba de ordenar la habitación o de dis-
frazar u ocultar los signos de algún ritual extraño, pero
todos mis intentos tendientes a descubrir por qué tardaba
tanto en abrirme no hacían más que provocar en él una
risa tímida y rara, que finalmente interpreté como iró-
nica y despectiva.
Mientras yo trataba de evaluar la situación, la conduc-
ta de Ralph se hacía cada vez más regresiva; cualquier
intento del personal de enfermería de movilizarlo provo-
caba en él una intensa ira. Era alto y fuerte, y las mujeres
del personal temían acercarse a él. Por cierto, el prolon-
gado ritual de "golpear a la puerta" me llevó a fantasear
sobre que una de sus funciones fuera presentarme ante
los enfermeros y enfermeras como débil y temeroso, ya
que éstos hablaban de que Ralph "concedía audiencia" a
mí y a miembros escogidos del personal.
Mis esfuerzos tendientes a ayudar a Ralph a verba-
lizar sus fantasías y temores en relación con estas cues-
tiones no nos llevaban a ninguna parte. Él hablaba de
modo vago y evasivo sobre su rostro y ac~rca de lo que

298
consideraba el carácter intruso perturbador de los enfer-
meros. Finalmente bosquejé un plan de tratamiento con
el personal de enfermería que respetaba la privacidad de
Ralph en su habitación durante ciertas horas del día, pero
que también incluiría un programa mínimo de actividades
(caminatas por el parque, participación en un grupo de
trabajo simple para pacientes esquizofrénicos en regre-
sión) en un horario regular. Su habitación se limpiaría lo
mismo que las otras del hospital, salvo que no se tocarían
algunos cajones, en los que Ralph podía guardar lo que
quisiera, incluso sus cremas y pañuelos de papel.
El plan funcionó, pero con resultados imprevistos. A
Ralph se le asignó un trabajador de salud mental para el
período de actividades de la mañana y otro para la tarde.
Ambos recibieron instrucciones similares: tenían que ayu-
darlo a vestirse adecuadamente para las caminatas y las
actividades, y darle la oportunidad de discutir lo que él
quisiera respecto de su vida cotidiana en el hospital. El
empleado de la mañana era un negro y el de la tarde un
blanco. Clara, la enfermera jefa de la unidad, era negra,
y dependía de la directora de enfermería, que era blanca.
Ralph desarrolló una afinidad inmediata con el trabajador
de salud mental blanco, que lo impresionó a él (e, inicial-
mente, también me había impresionado a mí) como un
hombre cordial, comunicativo y entusiasta. El paciente
también desarrolló un odio inmediato e intenso hacia el
trabajador de salud mental negro, que inicialmente tam-
bién me impresionó a mí como cordial, comunicativo y
cálido, pero que poco a poco se fue tensionando e inhibien-
do ante los ataques verbales y después físicos del paciente.
Tanto Clara como yo pensamos que se trataba de un
caso claro de escisión y que requería exploración psicote-
rapéutica, pero las quejas del paciente sobre el trabajador
negro pronto llegaron a la oficina de la directora de enfer-
mería, que recomendó reemplazar a ese empleado por

299
otro. Clara y yo nos resistimos enérgicamente: yo pensaba
que reforzaría las operaciones de escisión de Ralph y acre-
centaría su omnipotencia regresiva y su miedo profundo
a los efectos destructivos de su propia agresión. La situa-
ción se complicó con una visita del padre del paciente y
el desarrollo de contactos amistosos entre Ralph, el padre
y el empleado blanco, el cual, según Ralph, se ofreció a
hacerse cargo de él por completo, y estaba de acuerdo en
que el empleado negro en realidad no era útil. El padre
de Ralph habló con el doctor B, quien a su vez conversó
con la directora de enfermería, la cual ejerció una fuerte
presión sobre Clara para que apartara del caso al em-
pleado negro.
Al cabo de poco tiempo, la totalidad del personal de
enfermería pareció dividirse en sectores raciales. Además,
durante cierto tiempo yo había criticado lo que conside-
raba la frialdad y distancia de la directora de enfermería
(una opinión que coincidía con la de la mayor parte de los
otros jefes de unidad). No obstante, ella tenía relaciones
sociales con miembros de la junta directiva, lo que en apa-
riencia gravitaba poderosamente en el doctor B, quien le
brindaba su apoyo. Emocionalmente, yo me convertí en
un aliado total de Clara y del personal negro; la escisión
pareció ampliarse, en círculos expansivos, a todo el sis-
tema social del hospital: de un lado quedaron las autori-
dades y del otro los rebeldes.
En mis discusiones con Ralph, traté de ayudarlo a ver-
balizar su sensación de estar entre dos mundos, un mun-
do "blanco" de conformismo, autoridad establecida y pro-
yección, enfrentado a un mundo "negro" de rebelión,
peligro y violencia. También traté de relacionar esto con
su propio conflicto interno entre la necesidad de someterse
a su padre poderoso, apelando a las "más altas autorida-
des" del hospital para que lo protegieran de los rebeldes,
y la necesidad de rebelarse contra ese padre, negándose

300
a abandonar la habitación y contaminándola con cremas
y pañuelos de papel usados. Mientras su padre reciclaba
desechos, él producía material de desecho. En síntesis,
traté de transmitirle que la división de sus sentimientos
entre los dos empleados de salud mental que lo atendían
representaba un esfuerzo tendiente a abordar dos aspec-
tos de él mismo. Ralph reaccionó volviéndose más suspi-
caz y desconfiado conmigo; me percibía claramente como
un enemigo, mientras que su relación con el empleado
blanco parecía hacerse más estrecha día tras día.
Finalmente me citó el doctor B, para examinar con-
migo su temor a que la familia llegara a enojarse y se que-
jara directamente al presidente de la junta directiva. De
un modo muy amistoso, sugirió que de todos modos Ralph
era tal vez un caso desesperado, de modo que ¿por qué no
renunciar? Pensaba que yo estaba soportando una presión
enorme, y que podía sacar más provecho de mi energía y
mis conocimientos con otros pacientes; me preguntó qué
me parecía una transferencia. Después de una prolongada
discusión, yo cedí, reconociendo mis limitaciones y por lo
demás sintiéndome flexible y maduro al hacerlo, sin dejar
de apreciar el modo amistoso en que el doctor B estaba
considerando la situación conmigo.
Abandoné el consultorio del doctor B totalmente dis-
tendido, y emprendí el regreso a mi casa. De pronto, mien-
tras estaba manejando, experimenté una intensa sensa-
ción de alarma y desconfianza; probablemente no sea
exagerado decir que me puse paranoide. Tuve la fantasía
de que esa conversación amistosa era el primer paso de
un proceso que culminaría con mi despido del hospital.
Sospeché que el doctor B había recibido instrucciones para
que se desembarazara de mí. De pronto recordé también
que esa misma mañana Ralph había preguntado si yo
había hablado con el doctor B. Pensé entonces que, sin
que yo lo supiera, a Ralph ya le habían dicho que él sería

301
transferido a otro psiquiatra del hospital. Decidí volver
de inmediato y establecer "la verdad", discutiendo la cues-
tión con el paciente.
Ralph dijo que no recordaba haberme preguntado si
yo había hablado con el doctor B. Tuve también la sensa-
ción de que el empleado blanco, presente en ese momento,
me miraba con aire triunfante.
Esa misma tarde discutí la situación con Clara, quien
aseguró categóricamente que, por lo que ella sabía, en el
hospital no se rumoreaba que hubiera alguna crítica con-
tra mí. Afirmó que al pensar que podía ser despedido a
causa del conflicto con este paciente, yo estaba en un esta-
do paranoide. Confirmó mi idea de que Ralph había acti-
vado las tensiones raciales potenciales del hospital, y estu-
vo de acuerdo con mi evaluación del doctor B como
demasiado dispuesto a transar e incapaz de asumir una
postura firme. Sentía que la directora de enfermería había
influido considerablemente en esta cuestión.
Ralph fue transferido a otro psiquiatra del hospital.
Al cabo de seis meses de tratamiento se llegó a la conclu-
sión de que no había ningún progreso real, y la familia
decidió llevarlo a otra institución psiquiátrica. Una infor-
mación de seguimiento obtenida varios años más tarde,
proporcionada por fuentes indirectas, reveló que Ralph
había sido finalmente enviado a un hospital público d-e su
país de origen, donde murió accidentalmente en un in-
cendio.

Discusión

También en este caso surgió muy pronto una contra-


transferencia fuerte y destructiva en mi reacción inicial
de disgusto, y en mi demora en el análisis de lo que impli-
caba. En mi identificación complementaria con el autoodio

302
disociado y proyectado del paciente ("Yo debo de disgus-
tarle mucho"), quedé inhibido por esa expectativa descon-
fiada de que yo lo detestara, y por la conducta controla-
dora destinada a hacerme sentir culpable por mi reacción
de disgusto. La utilización por Ralph de la identificación
proyectiva dominó la relación terapéutica desde el prin-
cipio. Él se identificó con los enemigos despreciados, per-
secutorios y perseguidos del padre, mientras hacía frente
a la terrible autoridad paterna, proyectada sobre mí, con 1

el ritual de demorar la apertura de la puerta de su habi-


tación. Al mismo tiempo, con sus pañuelos de papel y cre- 1/
mas también se identificaba con el control que tenía el 1
,,í
11
padre de los desechos industriales. El conflicto entre la ,,d
autoridad (blanca) del padre y los peligrosos rebeldes 1
(negros) que se oponían al imperio paterno, reapareció ¡
escenificado en la escisión de las imágenes de los dos tra-
bajadores de salud mental, y en el siguiente desencade-
namiento de un conflicto análogo en la palestra global del
sistema social del hospital.
También en este caso, mi identificación complemen-
taria en la contratransferencia, consecuencia de la iden-
tificación proyectiva del paciente, me llevó a identificarme
con sus "enemigos" y a aliarme con Clara (negra) y quie-
nes la apoyaban, contra la directora de enfermería (blan-
ca) y sus partidarios, lo que llevó a que finalmente la
alianza del doctor B, la directora de enfermería y el padre
del paciente me apartara del caso.
Incluso dentro del guión extremadamente regresivo
actuado en este caso, tiene interés que, en mi alianza con
Clara contra la directora de enfermería (la figura materna
fría, distante, emocionalmente inaccesible, pero peligrosa,
que sólo mucho más tarde resonó en mi mente como répli-
ca simbólica de la propia madre misteriosa, distante e
inaccesible del paciente), se había activado una constela-
ción edípica.

303
Creo que estos hechos ilustran también la corrupción
del sistema social hospitalario, que finalmente cedió a la
exigencia del paciente de que le retiraran el empleado
negro y le cambió el terapeuta, además de que el director
se esforzara por "enfriar" las cosas, en vista de que se tra-
taba de "un paciente especial".
Por otro lado, estos hechos ilustran la inversión repe-
titiva, dramática, de los roles de la víctima y el persegui-
dor, tan característico de las transferencias primitivas. La
reacción paranoide de Ralph a mi "irrupción" en su habi-
tación, el ritual defensivo de insistir en que golpeara a la
puerta, sus esfuerzos patéticos por ocultar pañuelos de
papel y cremas, eran como la protección desesperada de
un mundo fecal amenazado de destrucción por los "limpios
y poderosos". Mi propia reacción "paranoide" intensa,
mientras manejaba de regreso a mi hogar después de la
entrevista con el doctor B, ilustra mi identificación con el
paciente como víctima, mi miedo a que fuera destruido mi
propio mundo como jefe de unidad, mi sensación de que
me estaban atacando y derrotando.
De modo que también en este caso la identificación
proyectiva activó en mí una poderosa reacción contra-
transferencial, una identificación complementaria refor-
zada por los conflictos latentes del hospital, desencade-
nados por la conducta profundamente regresiva del
paciente. En mis funciones en la frontera entre el paciente
y el sistema social del hospital, contribuí inconsciente-
mente a "conectar" la patología intrapsíquica y la pato-
logía social correspondiente.
Ahora pienso que tendría que haber aclarado rápida-
mente los significados del mundo "desagradable" de "dese-
chos industriales" del paciente, su identificación incons-
ciente con la víctima y el victimario, e interpretado sus
esfuerzos tendientes a dividir al personal como un modo
de externalizar la tensión internamente intolerable entre

304
esos dos aspectos de él mismo. Si hubiera podido 'identi-
ficarme con el placer del paciente en ensuciar el mundo
de su poderoso padre, y si no hubiera sentido tanta culpa
por mi identificación con una autoridad persecutoria, "dis-
gustada", podría haber utilizado la comprensión de esta
relación objeta! primitiva de víctima y perseguidor en la
transferencia, y tratado de reducir la división entre Clara
y la directora de enfermería, en lugar de entrar en ese jue-
go. Entonces quizás habría sido más fácil ir interpretando
poco a poco el goce del paciente con la "rebelión fecal", su
miedo a ser destruido por el padre, la transformación ven-
gativa del hospital en un revoltijo fecal y la identificación
con el padre en el control del tratamiento hospitalario.

LOS PROCESOS GRUPALES REGRESIVOS EN EL HOSPITAL

La conducta del paciente dentro del ambiente terapéu-


tico tiende a inducir perturbaciones interpersonales entre
el personal hospitalario, que reproduce inconscientemen-
te, en el medio social del paciente, su mundo intrapsíquico
de relaciones objetales (Main, 1957). Como lo han descrito
magistralmente Stanton y Schwartz (1954), estas pertur-
baciones inducidas por el paciente en el sistema social del
hospital activan los conflictos sociales potenciales que
anteceden al ingreso del paciente en el sistema, y contri-
buyen a mantener un proceso circular en el que la pato-
logía intrapsíquica y la patología social se refuerzan recí-
procamente. Acabamos de ver los efectos que propaga la
identificación proyectiva. Este mecanismo es central en
la inducción por el paciente de identificaciones comple-
mentarias en la contratransferencia del terapeuta hospi-
talario y en el desencadenamiento de conflictos entre el
personal que interactúa con el paciente, e incluso en todo
el sistema social del hospital, con la consecuencia final de

305
que la contratransferencia del terapeuta se ve aún más
reforzada y su acting out potencial resulta peligrosamente
fortalecido.
El segundo marco teórico utilizado aquí es una teoría
psicoanalítica sistémica abierta, aplicada a los procesos
de grupos grandes activados en las organizaciones sociales
(véase Kernberg, 1976). El psiquiatra hospitalario está en
la frontera entre el paciente y el sistema social del hos-
pital, por lo cual se encuentra en la posición de cumplir
con una función de líder para el paciente dentro del hos-
pital, y para el hospital con el paciente. Desde luego, esta
función de liderazgo tiene un aspecto orientado a la tarea,
que deriva de la autoridad técnica, profesional y adminis-
trativa del terapeuta, pero también contiene una "sombra"
primitiva, un aspecto silencioso pero poderoso: el de líder
de un grupo grande potencialmente regresivo, represen-
tado por el medio hospitalario (Turquet, 1975). Hay otro
aspecto que es aún más sutil y está siempre presente: el
desempeño de un rol de "liderazgo" en el guión interno de
las relaciones objetales patológicas del paciente, activadas
y escenificadas en el hospital.
Como líder de esas formaciones recíprocas de grupo
grande, cuya interfaz se sitúa precisamente en su expre-
sión emocional, el terapeuta hospitalario es proclive a que-
dar absorbido en roles complementarios de los actuados
por la experiencia de sí mismo del paciente, y por los
potenciales procesos de grupo grande del medio hospita-
lario. La patología de la familia del paciente, proyectada
sobre las relaciones de éste con el terapeuta y con el per-
sonal del hospital, y los conflictos latentes de ese personal
que giran en torno a compromisos profesionales, sociales
e ideológicos, producen una turbulencia emocional espe-
cífica alrededor de cada paciente. En tanto blanco de la
identificación proyectiva, el terapeuta hospitalario puede
sentir la tentación regresiva de escenificar el sí-mismo y

306
las representaciones objetales dominantes del paciente,
y simultáneamente convertirse en el líder potencial de un
grupo grande regresivo en el hospital (Kernberg, 1984).
La claridad o ambigüedad de la estructura administrativa
y la delegación de la autoridad en el hospital, las aptitu-
des y el conocimiento del terapeuta, su personalidad, sus
contratransferencias específicas con un paciente, su rela-
ción con los grupos profesionales y de tareas, y con sus
respectivas ideologías en el hospital, son todos factores
constitutivos de una configuración que típica y siniestra-
mente amplifica la patología intrapsíquica del paciente en
el sistema social hospitalario, escenificando en él los con-
flictos dominantes del enfermo.
En otro lugar (1980, 1983) he abordado los procesos
de grupos grandes y su diagnóstico y empleo terapéutico
en el tratamiento hospitalario. Aquí desearía subrayar la
correspondencia que existe entre los estados yoicos regre-
sivos del paciente y los procesos regresivos de los grupos
grandes, en función de la inducción en todos los partici-
pantes de reacciones "narcisistas" y/o "paranoides".
Hemos visto el síndrome del repliegue narcisista de todos
los involucrados en el tratamiento de Lucía. Hemos visto
los desarrollos paranoides en el medio social de Ralph. Los
procesos de grupo grande tienden a dar como resultado
un grupo autosatisfecho que se inclina a un liderazgo nar-
cisista, o producen una "masa" dinámica movida por
impulsos agresivos dirigidos contra enemigos externos,
con un líder paranoide (Kernberg, 1983).
Quizá lo más perturbador y dramático sea la corrup-
ción de los valores humanos que típicamente se produce
como parte de los procesos regresivos que considero.
Freud (1921) fue.quien por primera vez describió el modo
como los miembros de una masa proyectan el ideal del yo
sobre el líder idealizado. Esto elimina las restricciones
morales, y también las funciones, mediadas por el super-

307
yó, de la autocrítica y la responsabilidad individuales. En
los grupos grandes -esto es, en los grupos de treinta a
ciento cincuenta personas que se comunican recíproca-
mente (y por lo tanto no son una masa), pero que no tie-
nen (por lo menos momentáneamente) un liderazgo fun-
cional-, desde luego no puede desarrollarse la proyección
de las funciones superyoicas sobre el líder (Turquet, 1975;
Kernberg, 1980, págs. 219-220; Anzieu, 1985). Lo que en
cambio se obtiene es una proyección sobre el grupo en sí
de las funciones superyoicas primitivas. En lugar de pro-
yectar sobre el grupo global las funciones superyoicas
maduras de cada miembro, los miembros del grupo gran-
de tienden a proyectarle una moral mínima, sumamente
convencional. La rigidez y la falta de discriminación carac-
terísticas de esa moral convencional crean un miedo gene-
ralizado a la posible "reacción de los otros", mientras que
los miembros individuales de estos grupos se sienten
extrañamente "liberados" de sus funciones superyoicas
comunes, maduras, y tienden a limitarse a "hacer lo que
pueden". La combinación de un convencionalis~o difuso
y un sentido reducido de la responsabilidad individual
crea en este escenario grupal las precondiciones para una
corrupción general de la adhesión a los valores morales.
Éste es el fondo contra el cual la ideología grupal auto-
complaciente alentada por un líder narcisista, y la racio-
nalización de la agresión facilitada por un líder paranoide,
refuerzan la corruptibilidad moral de los grandes grupos
regresivos.
Zinoviev (1984) ha descrito las características de los
grupos cuya ideología igualitaria alienta la proyección de
la autoridad moral sobre el grupo global y, en última ins-
tancia, para proteger ese igualitarismo, sobre las figuras
de autoridad "persecutorias" externas. Este autor describe
la prevalencia en tales condiciones del "carrerismo", el
egoísmo y la desatención de las tareas funcionales, el pla-

308
cer por los fracasos de los otros, una tendencia a formar
pandillas contra quienes van a la cabeza, la búsqueda de
víctimas propiciatorias y de un líder autoritario que medie
los conflictos amenazantes dentro del grupo. Estos grupos
presentan también una actitud negativa respecto de la
individualidad, la diferenciación de los individuos y la
valentía. Esta descripción, derivada del estudio de la
estructura igualitaria de los procesos grupales en fábricas,
escuelas y otras organizaciones sociales de la Unión Sovié-
tica, confirma dramáticamente los estudios de la psicolo-
gía de los procesos de grupos grandes realizados en esce-
narios experimentales por Rice (1965) Turquet (1975) y
Anzieu (1984). Lo que yo subrayo es que, en vista del gran
potencial de activación de la corrupción del superyó en el
grupo grande sometido a condiciones regresivas, también
existe un potencial dramático y peligroso para la repro-
ducción en el sistema social hospitalario de la patología
superyoica específica ilel paciente.
De modo que la identificación proyectiva es una ope-
ración defensiva primitiva peligrosa, capaz de inducir
reacciones contratransferenciales intensas en el terapeuta
en forma de identificación complementaria y, simultá-
neamente, procesos grupales regresivos en el escenario
hospitalario, que gatillan los conflictos latentes del siste-
ma social del hospital. Las funciones de liderazgo del tera-
peuta en el grupo grande, activadas de este modo, crean
las condiciones para el refuerzo recíproco de la patología
del paciente, la patología del grupo y la contratransferen-
cia del terapeuta, lo cual, en el peor de los casos, lleva a
una reproducción siniestra dentro del sistema social de
la patología social, familiar e intrapsíquica del paciente.
Cuando esta patología incluye un deterioro significativo
del superyó, la potencial corrupción del sistema social del
hospital puede reproducir y amplificar los aspectos corres-
pondientes de la patología intrapsíquica del paciente.

309
12. LA IDENTIFICACIÓN Y SUS VICISITUDES,
TAL COMO SE LAS OBSERVA EN LA PSICOSIS

Mi objetivo principal en este capítulo es ilustrar, con


el tratamiento de un paciente esquizofrénico, las vicisi-
tudes de lacidentificación psicótica, tal como se las observa
en la transferencia, y rastrear el desarrollo de un sentido
de identidad. En este contexto, me explayaré sobre el
desarrollo y las funciones del mecanismo de la identifi-
cación proyectiva, explorado en los capítulos anteriores,
y sobre la naturaleza de las unidades de sí-mismo/objeto/
afecto en regresión profunda.
Las ideas de Edith Jacobson (1964, 1971b) y el desa-
rrollo del que yo mismo las hice objeto (1976) constituyen
el marco teórfco en cuyo seno propongo la terminología
siguiente.
Empleo la idea de internalización como concepto
"paraguas" para designar la creación de las estructuras
intrapsíquicas que resultan de las interacciones reales y
fantaseadas con los objetos significativos bajo el impacto
de los derivados pulsionales representados por estados
afectivos específicos. Según yo lo veo, la unidad básica de
la internalización es diádica, y consta de una represen-
tación del sí-mismo y una representación del objeto, en el
contexto de un afecto específico que representa pulsiones

311
libidinales y/o agresivas. Concibo la introyección, la iden-
tificación y la formación de la identidad como niveles pro-
gresivos del desarrollo de la internalización.
La introyección, el más primitivo de estos niveles, apa-
rece durante la etapa simbiótica del desarrollo (Mahler
y Furer, 1968; Mahler y otros, 1975), cuando las repre-
sentaciones del sí-mismo y el objeto no están aún diferen-
ciadas entre sí; la identificación se produce cuando las
representaciones del sí-mismo y el objeto ya están
diferenciadas, es decir, en la etapa de la separación-indi- ,.
...
viduación. La formación de la identidad es el proceso
intrapsíquico más general de integración de las represen-
taciones del sí-mismo investidas libidinal y agresivamente
en un sí-mismo cohesivo, en paralelo con la integración
simultánea de representaciones objetales investidas libi-
dinal y agresivamente en representaciones más amplias
de los objetos significativos. De este proceso resulta la
identidad yoica. Incluye tanto una integración temporal
longitudinal como una integración transversal del sí-
mismo.
Las identificaciones son normalmente parciales o
selectivas: implican la modificación del concepto del sí-
mismo bajo la influencia del objeto. Al mismo tiempo, en
la discriminación entre los aspectos del objeto que son y
que no son incorporados hay un incremento de la diferen-
ciación entre el sí-mismo y el objeto. De modo que las
identificaciones tienen funciones progresivas o de promo-
ción del crecimiento.
La identificación que se produce normalmente durante
el desarrollo se puede contrastar con la identificación psi-
cótica, un proceso patológico que aparece en algún
momento en el contexto del desarrollo de un proceso psi-
cótico. Las identificaciones psicóticas reflejan una regre-
sión defensiva a aspectos de la etapa simbiótica. Se carac-
terizan por la internalización de una relacióq_ objeta} que

312
es re-fusionada defensivamente, lo cual incluye la re-
fusión de las representaciones totalmente buenas, del sí-
mismo y el objeto, bajo el dominio de una gratificación
real o fantaseada, como defensa contra el miedo a la ani-
quilación que resulta de la re-fusión paralela de las repre-
sentaciones del sí-mismo y el objeto totalmente malas, que
reflejan relaciones objetales internalizadas dominadas por
la agresión.
Es importante distinguir lo que sucede durante la
simbiosis normal, por un lado, y el proceso psicótico por
el otro. Normalmente, en el curso de la simbiosis, las
representaciones fusionadas totalmente buenas de obje-
to/sí-mismo resultan de las relaciones gratificantes con el
objeto. Las introyecciones normales erigen por separado
representaciones fusionadas o indiferenciadas del objeto/
sí-mismo, bajo la égida de relaciones con el objeto inves-
tidas de libido o agresión. En contraste, la destrucción
defensiva o la huida de las relaciones objetales y el des-
dibujamiento defensivo de los límites entre el sí-mismo
y el no-sí-mismo, con una pérdida consecuente de la prue-
ba de realidad, son características de la psicosis y no de
la simbiosis normal. En la simbiosis normal, la relación
entre cuidador e infante se consolida; en la psicosis, la
representación refusionada del objeto/sí-mismo tiene una
calidad fantástica e implica un repliegue respecto de las
relaciones objetales en la realidad. En esencia, la identi-
ficación psicótica es una defensa contra el miedo a la ani-
quilación.
A mi modo de ver, las identificaciones psicóticas inclu-
yen dos mecanismos: la introyección psicótica, caracteri-
zada por una re-fusión defensiva de las representaciones
objetales y del sí-mismo totalmente buenas que amenazan
con la destrucción del sí-mismo como consecuencia del
desdibujamiento defensivo entre las representaciones del
sí-mismo y el objeto (Jacobson, 1964), y la identificación

313
proyectiva, que representa el esfuerzo de huir de un mun-
do intolerable de agresión, en el cual ya no pueden dife-
renciarse el sí-mismo y el objeto. Ya he sugerido (capítulo
10) que la identificación proyectiva quizá constituya el
medio por el cual un infante que experimenta malestar
trata de diferenciarse del objeto cuando experimenta afec-
tos cumbre negativos. La introyección normal, en con-
traste, facilita la diferenciación cognitiva por el infante
del sí-mismo y el objeto. Los estados de placer extremo
establecen una representación indiferenciada totalmente
buena del objeto/sí-mismo, dentro de la cual después se
irán diferenciando gradualmente los componentes del sí-
mismo y el objeto, a medida que se presta una mayor
atención a esas experiencias; los estados de extremo dis-
placer motivan esfuerzos de huida y eliminación de ese
displacer, ubicando· su fuente "allí afuera" y creando en
el proceso una representación fusionada totalmente mala
del objeto/sí-mismo. También en este caso, el sí-mismo y
el objeto se van diferenciando gradmilmente.
El esfuerzo realizado durante la simbiosis normal
para eliminar una relación totalmente mala apunta a la
diferenciación, pero también implica la creación de una
realidad externa potencialmente peligrosa, la cual por ese
motivo tiene que ser controlada, para evitar la "persecu-
ción". Surge entonces la posibilidad de que se distorsione
la realidad externa, de modo que los mecanismos proyec-
tivos primitivos presentan alguna semejanza con los pro-
cesos proyectivos regresivos de la psicosis. En contraste,
los mecanismos proyectivos más adaptativos, que se
encuentran en las estructuras neuróticas, no apuntan a
controlar el objeto de la proyección.
Por lo tanto, como he dicho en el capítulo 10, llamo
identificación proyectiva a la forma más temprana o pri-
mitiva de la proyección, y reservo el término proyección
para las formas ulteriores, más adaptativ.as, de esta

314
defensa. Empleo la expresión identificación proyectiva en
lugar de proyección psicótica porque la primera está más
difundida, aunque quizá la segunda proporcione una des-
cripción más exacta. El mecanismo proyectivo temprano
normal y los observados en la psicopatología psicótica y
límite son prácticamente idénticos, lo cual justifica que
empleemos el mismo nombre -"identificación proyecti-
va"- para la proyección temprana normal y la patológica;
el término proyección se refiere con más frecuencia a
características que corresponden a las formas ulteriores,
más adaptativas, del mecanismo observado en los trastor-
nos neuróticos. En contraste, la introyección normal y la
introyección psicótica son clínicamente diferentes entre
sí; la introyección psicótica sólo se observa en la psicosis.
En consecu~ncia, llamo introyección al proceso normal, e
introyección psicótica a su equivalente psicótico.
Ya he dicho en el capítulo 10 que a mi juicio la iden-
tificación proyectiva no es necesariamente un mecanismo
psicótico, a menos que la palabra "psicótico" se utilice
como sinónimo de "primitivo", idea ésta que yo rechazo.
Cuando se produce una identificación proyectiva en un
paciente con estructura psicótica, representa un esfuerzo
desesperado por diferenciar el sí-mismo del objeto, por
establecer un límite entre ambos, mediante el control
omnipotente del último. Con la identificación proyectiva
el paciente trata de evitar una pérdida completa del sí-
mismo, de la cual resultaría la psicosis. De no recurrir a
la identificación proyectiva, caería en un estado confusio-
nal en el que ya no podría saber si la agresión proviene
de adentro o de afuera.
En los pacientes con organización límite de la perso-
nalidad que tienen bien definida esta frontera entre las
representaciones del sí-mismo y el objeto, y entre el sí-
mismo y los objetos externos, la identificación proyectiva
cumple otras funciones. Es la disociación o escisión pri-

315
mitiva de los estados totalmente bueno y totalmente malo,
que el paciente trata de conservar. En los pacientes con
organización límite de la personalidad, la identificación
proyectiva debilita la capacidad para diferenciar el sí-mis-
mo de los objetos externos, al producir un "intercambio
de carácter" con el objeto, de modo que algo internamente
intolerable aparece entonces como proveniente de afuera.
Ese intercambio entre la experiencia interna y externa
tiende a reducir, en el ámbito en que se produce, la prueba
de realidad, pero el paciente conserva una especie de lími-
te entre los afectos proyectados y su experiencia de sí
mismo.
En la psicosis predominan las identificaciones psicó-
ticas, que incluyen la introyección psicótica y la identifi-
cación proyectiva. Estos procesos conducen a distorsiones
delirantes o a la recreación de los objetos externos y a
esfuerzos patológicos tendientes a controlarlos en el seno
de un contexto general de pérdida de la prueba de reali-
dad, derivado de la pérdida de los límites del yo, que a su
vez resulta del desdibujamiento del objeto/sí-mismo. Las
identificaciones psicóticas, como ya he dicho, significan
una regresión a una fase simbiótica anormal. Producen
una obliteración del sí-mismo bajo la influencia de la
introyección psicótica y una destrucción del mundo obje-
tivo bajo la influencia de la identificación proyectiva
(Jacobson, 1964). La causa fundamental de la activación
de las identificaciones psicóticas es el crecimiento súbito
de la agresión desmedida, que desencadena una re-fusión
defensiva de todas las representaciones totalmente bue-
nas del sí-mismo y el objeto, y pone en marcha identifi-
caciones proyectivas para tratar con la infiltración ame-
nazante de la agresión en todas las relaciones objetales
internalizadas.
Como consecuencia importante de todos estos desarro-
llos, en la psicosis hay un profundo sentido d~ pérdida o

316
dispersión de la identidad, fenómeno por lo común oscu-
recido cuando están activas las transferencias psicóticas
(verdaderas experiencias de fusión en la transferencia),
que reflejan la incapacidad del paciente para diferenciar
las representaciones del sí-mismo y el objeto. El problema
de la pérdida de un sentido de la identidad y la lucha por
recuperarlo sólo se ponen de manifiesto en el paciente psi-
cótico cuando se van resolviendo las transferencias psi-
cóticas. El caso que sigue ilustra algunos aspectos de los
procesos de la identificación en la psicosis, entre ellos la
emergencia de luchas en torno a un sentido de la identi-
dad personal, cuando se está resolviendo la transferencia
psicótica.
La paciente que voy a describir satisfacía los criterios
positivos estipulados por Michael Stone (1983) para la psi-
coterapia intensiva con pacientes psicóticos, a saber: capa-
cidad para relacionarse, una estructura caracterológica
totalmente exenta de rasgos antisociales, inclinación psi-
cológica y una inteligencia promedio o superior al prome-
dio. Además, el hecho de que mis contactos iniciales con
ella se produjeron antes de su estallido psicótico pudo
haber sido un factor beneficioso en su tratamiento.

EL CASO DE LA SEÑORITA N

La señorita N, una joven atractiva de poco más de


veinte años, fue derivada por un internista al que ella
había consultado por una variedad de problemas somá-
ticos para los que no se encontraba ninguna base orgáni-
ca, y porque se quejaba de una sensación creciente de con-
fusión y falta de propósitos en la vida. Su historia no
revelaba ninguna psicopatología importante: los progeni-
tores habían sido solícitos y aceptantes, con la madre en
el lado dominante (en ocasiones muy dominante), y el

317
padre más pasivo. La señorita N había sido una buena
estudiante, brillante, sociable, aunque un poco testaruda.
Después de egresar de la universidad, se desempeñó con
eficacia en una posición que requería una considerable
responsabilidad y trabajo en equipo. Los primeros signos
de perturbación aparecieron poco después del matrimonio
de uno de sus tres hermanos menores.
Uno o dos años antes de nuestra entrevista inicial, la
señorita N, por razones que no me aclaró, había dejado
su empleo e iniciado una psicoterapia con un doctor R, el
cual, según lo subrayó la paciente, la había "rescatado"
de lo que ya no era para ella más que una profesión abu-
rrida e insatisfactoria, al alentarla a dedicarse a la pin-
tura y las artes decorativas, y a acrecentar su conciencia
corporal por medio de un tipo especial de ejercicios de
relajación.
La señorita N se refirió a una cierta cantidad de rela-
ciones con hombres, un ámbito de su vida que ella des-
cribía de un modo tan confuso que me fue imposible obte-
ner ninguna comprensión al respecto. En respuesta a mis
preguntas dijo que siempre se había sentido muy erótica,
pero no sexualmente responsiva a los hombres. Los hom-
bres le interesaban, pero no se sentía comprometida con
ellos. Dijo que había experimentado intensos sentimientos
eróticos respecto del doctor R, pero que nunca había podi-
do examinar con él esos sentimientos, ni tampoco ninguna
de sus dificultades sexuales. Agregó que debido a esos
sentimientos había interrumpido el tratamiento con él y,
contra su consejo, ingresó en un taller de "conciencia cor-
poral" en una ciudad distante.
Ese taller de cuatro meses, que terminó poco antes de
su primera consulta conmigo, creó en la señorita N una
sensación creciente de confusión. Sentía que la mujer
encargada del taller trataba de demoler su libre voluntad
y su mente, de "triturarla hasta el olvido qe sí misma",

318
para que pudiera "reconstruirse desde cero". De un modo
un tanto confuso, implícitamente decía que la líder del
taller, al intentar una horrible invasión de su mente,
estaba repitiendo lo que la paciente describía como la
conducta dominante, controladora e infantilizante de la
madre. La señorita N nunca había podido decidir "quién
era la loca", si ella misma o la madre. El cuadro que obtu-
ve del padre y los tres hermanos era vago en extremo,
pero la imagen controladora de la madre tenía claridad
suficiente.
En las entrevistas que siguieron me pareció que ella
perdía contacto con la realidad. Había gastado todo su
dinero (los ahorros de cuatro años) después de dejar el tra-
bajo, y en ese momento le costaba diferenciar la pérdida
de dinero de la pérdida de capacidad para pensar en lo
que estaba sucediendo en su vida.
Experimentaba dificultades para comunicar sus sen-
timientos a otros, pero no podía aclarar en qué consistían
sus problemas de comunicación.
Al hablar de la conducta manipulativa de otras per-
sonas, en particular de la madre, demostraba alguna
angustia y, a veces, ira. Cuando le observé que hablaba
de un modo confuso, se desorganizó aún más, demostran-
do de tal modo una falta definida de capacidad para com-
prender los criterios sociales comunes de realidad y una
pérdida de la prueba de realidad en nuestra interacción.
Al continuar la exploración de su vida sexual surgieron
comentarios vagos sobre el hecho de que se excitaba
sexualmente con mujeres tanto como con hombres, y a
veces con.la madre, pero con una afirmación de su natu-
raleza básicamente heterosexual. La señorita N negó
tener alucinaciones o ideas delirantes, aunque dijo carac-
terizarse por una acentuada sensibilidad al ambiente:
podía prever que iba a sonar el teléfono y sabía cuál era
el sexo, la edad y la ocupación de las personas aunque se

319
acercaran a ella desde atrás. No estaba en condiciones de
explicar esta capacidad, que al mismo tiempo la descon-
certaba, la asustaba y la excitaba. Le parecía implicar un
cambio en el funcionamiento corporal y mental, del que
ella no podía dar razones. Al mismo tiempo, ese cambio
de su funcionamiento mental era una importante fuente
de angustia.
A lo largo de las entrevistas de diagnóstico, la señorita ;.
N se volvió cada vez más inquieta y desconfiada. Me veía
como a un "psiquiatra tradicional", no como al doctor R,
libre, abierto y no perteneciente al establishment. Temía
que la forzara a una comunicación verbal cuando, en rea-
lidad, ella necesitaba aumentar su comunicación corporal;
el camino a la liberación psicológica sólo pasaba por las
artes y los talleres. Antes de que me fuera posible iniciar
el tratamiento, la señorita N decidió interrumpir las sesio-
nes, aunque yo ya había formulado para mí mismo el
diagnóstico de enfermedad esquizofrénica y le había
subrayado la necesidad de continuar con la evaluación y
la terapia.
Unas semanas más tarde sus padres, preocupados, me
pidieron que volviera a verla, porque el estado de la joven
había empeorado de un modo alarmante. En mi nuevo
contacto con ella encontré que su nivel de angustia era
alto y hablaba precipitadamente. Describía lo que a mi
juicio era pensamiento delirante y experiencias alucina-
torias. Sentía que su energía física estaba bloqueada, y
al mismo tiempo se expandía de su cuerpo, atravesando
el cuello y entrando en la cabeza, para pasar después al
ambiente externo, de modo que tenía una sensibilidad
aumentada a: todos los estímulos, a un extremo que ella
consideraba muy confuso. Su descripción detallada del flu-
jo de la energía en su cuerpo tenía una calidad claramente
delirante, y en varias oportunidades había padecido alu-
cinaciones auditivas. No presentaba fluctuaciones acen-

320
l.uadas del estado de ánimo. Las perturbaciones sensoria-
les y cognitivas predominaban claramente sobre las afec-
tivas.
La señorita N aceptó mi recomendación de que se hos-
pitalizara. Una vez confirmado mi diagnóstico de enfer-
medad esquizofrénica de tipo indiferenciado, el personal
decidió tratar a la paciente con una combinación de medi-
camento neuroléptico (tiotixeno, hasta 40 miligramos por
día), terapia en ambiente hospitalario y una psicoterapia
psicoanalítica que realizaría yo. Un psiquiatra del perso-
nal, el doctor S, continuaría controlando la medicación
cuando la paciente pudiera ingresar en el hospital de día,
y también se encargaría de las decisiones prácticas que
afectaran la vida cotidiana de la joven, de las relaciones
de ella con los padres y de cualquiera otra decisión indi-
cada para apoyar el tratamiento psicoterapéutico. Al cabo
de seis semanas, la paciente fue dada de alta; pasó al hos-
pital de día y a una residencia de readaptación, donde per-
maneció unos seis meses, antes de continuar su trata-
miento como paciente externa. Siguió en psicoterapia
conmigo, mientras realizaba controles semanales con el
doctor S.
Debido al desarrollo de síntomas extrapiramidales,
primero se redujo el tiotixeno y después se lo reemplazó
por tioridazina, en una dosis diaria de 300 miligramos,
que en el curso de los seis meses siguientes fue gradual-
mente reducida a 150 miligramos, y en los cinco meses
:;iguientes, a 50 miligramos diarios. El efecto de la medi-
cación neuroléptica fue espectacular. En seis semanas, la
angustia y la agitación de la señorita N decrecieron enor-
memente. Durante la semana final de su estadía en el
hospital ya no presentaba agitación, sino sólo una angus-
tia moderada, y aunque aún sentía flujos y bloqueos de
la energía, esos pensamientos eran menos imperiosos y
había una acentuada reducción de la experiencia de exce-

321
siva estimulación sensorial y síntomas físicos. ·La señorita
N respondió a las reducciones iniciales de la tioridazina
con agitación y angustia incrementadas, pero las reduc-
ciones ulteriores no aumentaron la angustia ni la inquie-
tud; por el contrario, la paciente estaba contenta porque
ya no sentía rigidez muscular ni "torpeza" mental, efecto
que atribuía a la medicación.

El primer año de psicoterapia psicoanalítica

Durante el primer mes de tratamiento, la señorita N


estuvo internada en una unidad para agudos. Nuestras
sesiones estaban llenas de sus referencias al flujo de
energía desde el cuerpo, a través de la columna vertebral,
pasando por la cabeza y emergiendo al espacio, a los "blo-
queos" de esas transferencias energéticas y a diversos
síntomas somáticos que la paciente atribuía a tales blo-
queos. Entendí que esas manifestaciones representaban
su sensación de pérdida de límites entre ella misma y la
realidad externa. Había una atmósfera de intensa ero-
tización en estas referencias a la energía que flotaba a
través de su cuerpo; el erotismo se expresaba en una acti-
tud seductora y con un despliegue corporal exhibicionista,
mientras se ponían de manifiesto una angustia y una agi-
tación intensas. Cuando yo preguntaba qué había de
terrible en estas experiencias, la atención de la paciente
se dirigía de inmediato al personal de enfermería feme-
nino, al que acusaba de ser sádico y controlador. Se que-
jaba con amargura de que yo había traicionado su con-
fianza al hospitalizarla en esa prisión dirigida por
torturadoras.
Mis esfuerzos iniciales tendientes a clarificar su miedo
a que la energía corporal se disipara y quedara fuera de
control, intensificaron su agitación. Suponía que, al tratar

322
de inducirla a tolerar el flujo y la pérdida de energía, yo
,, intentaba una seducción sexual que la entregaría al per-
sonal de enfermería como castigo por las relaciones sexua-
1:
les ilícitas conmigo. Negaba experimentar sentimientos
sexuales respecto de mí, y era claro que para ella cual-
quier pregunta sobre sus sentimientos sexuales reflejaba
un intento de seducción sexual de mi parte. Pensé que yo
estaba representando para la paciente a un padre seduc-
tor que intentaba ocultar su deseo de violar a la hija, acu-
sándola a ella de insinuarse sexualmente con él, ante una
madre iracunda y punitiva (representada por las enfer-
meras). Pero cuando traté de explicarle esta idea a la
paciente, aumentaron su agitación, su renegación y su
terror. Dijo que al hablar sobre sexo yo pretendía volverla
loca y entregarla a las enfermeras. Pienso que este epi-
sodio ilustra los efectos temporariamente desorganizado-
res de un enfoque interpretativo de la activación de la
identificación proyectiva.
Al mismo tiempo, cualquier referencia a la posibilidad
de que su preocupación por la transferencia de la energía
corporal fuera imaginaria también aumentaba su angus-
tia, su agitación y su ira. En otras palabras, la paciente
no toleraba que yo señalara ninguna diferencia entre su
modo de ver y el mío, es decir, no soportaba ninguna ame-
naza a la re-fusión de sus imágenes "buenas" de sí misma
y de mí en su ámbito remanente de confianza y fe en mí.
De modo que decidí no hacer nada y escuchar, en la pos-
tura de un observador neutral y benévolo. En ese marco,
la señorita N ocasionalmente sonreía con calidez y expre-
saba su aprecio a mi presencia. No obstante, esos momen-
tos eran muy pronto seguidos por una reanudación del
lenguaje precipitado y la descripción de los flujos de ener-
gía. La señorita N también padecía alucinaciones audi-
tivas, macropsia y micropsia.
Se redujo la intensidad de su conducta erótica y tam-

323
bién de su ira y su desconfianza, y la señorita N se volvió
más coherente en el nivel verbal.
Después de ingresar en el hospital de día y haberse
mudado a una residencia de readaptación, la paciente
podía venir a terapia en mi consultorio; dedicó muchas de
las sesiones a quejarse del maltrato a que la habían some-
tido las enfermeras y el doctor S, el médico del hospital.
Esas quejas fueron cristalizando gradualmente en una
descripción del hospital como institución sádica para el
control y la represión. Dijo que estaba profundamente
decepcionada de mí por haberla puesto en las manos de
ese equipo estúpido de enfermeras y médico.
Pensé que estaba expresando, en términos más basa-
dos en la realidad, sus miedos y su ira respecto de una
imagen sádica combinada de padre-madre; también se
refería más directamente a aspectos realistas de sus
progenitores tal como ella los había percibida. Al mismo
tiempo, intentaba preservar su relación conmigo, presen-
tándose como la víctima relativamente inocente, mal
orientada, de una ideología parental reproducida por mis .,
''\
antecedentes y mi formación de médico. Cuando traté de
exponerle estos pensamientos diciéndole que intentaba
mantener una buena relación conmigo disociándome del
resto del personal del hospital y evitando de tal modo una
percepción temible de mi persona como poseedora de los .·~
rasgos de ambos padres, en la paciente aumentó la angus- J
tia, pero sin que pareciera crecer su confusión. Por pri-
mera vez pareció capaz de tolerar un enfoque interpreta-
tivo sin una regresión inmediata al pensamiento confuso.
De hecho, hubo momentos en los que sonreía, como reco-
nociendo que el hecho de que yo no me disociara del resto
del equipo del hospital implicaba un acto de honestidad
de mi parte.
Después la señorita N empezó a hablar sobre su tera-
peuta anterior, el doctor R; comentó cómo él l& había esti-

324

·~..
mulada a entrar en el mundo del arte y expresarse físi-
camente, lo libre y abierto que era con respecto al sexo,
~ '

-~
el hecho de que la había alentado a tener aventuras con
hombres sin estar tan atada por las restricciones morales
tradicionales.
Cuando traté de vincular lo que me decía a su miedo
de que yo la sedujera y la entregara al personal de enfer-
mería, y cuando le recordé que antes había manifestado
no haber discutido nunca problemas sexuales con el doctor
R, la paciente se agitó, y de un modo desorganizado y colé-
rico me acusó de tratar de ensuciar al doctor R. En sín-
tesis, dijo que había tenido que negar ese aspecto de su
relación con el doctor R y mantener la escisión entre su
reacción paranoide a mí y su idealización de él, para evi-
tar una sensación psicótica de confusión. Temía perder el
control de sus impulsos sexuales peligrosos respecto de
nosotros dos como imágenes paternas.
A lo largo de un período de dos meses hubo una serie
de sesiones curiosamente desconcertantes y confusas. La
paciente se concentraba interminablemente en el modo
como estaba abordando su vida cotidiana, y negaba cual-
quier aspecto de su vida interior de fantasía. Me acusaba
de tratar de "rehabilitarla", "reeducarla", "resocializarla".
Al mismo tiempo, estaba haciendo lo que a mi juicio era
un uso inteligente de los esfuerzos del hospital de día y
de su psiquiatra hospitalario, que trataban de ayudarla
a adaptarse a la vida de la comunidad local.
Intenté aclarar que, aunque yo estaba de acuerdo con
esos arreglos inmediatos, esto no implicaba que tuviera
para ella y para lo que ella quería hacer con su vida algún
plan maestro de largo alcance. Pero la señorita N me acu-
só iracunda de ser insincero. ¿Por qué -preguntó con des-
confianza- yo no podía reconocer abiertamente que ésos
eran mis propios ideales?
Finalmente llegué a la conclusión de que la cuestión

325
real era tangencial a ese tema manifiesto: la preocupación
de la paciente consistía en que no tenía modo alguno de
protegerse de ningún plan para su vida sugerido por el
·,
doctor S, por el médico del hospital de día o por mí mismo, .,

porque nosotros controlábamos por completo su pensa-


miento. Resultó evidente que la señorita N no podía sepa-
rar su propio pensamiento del mío. De modo que sentía
que si yo discutía con ella en la sesión, mi ira contami-
naría con ira su propia mente, ambos nos trabaríamos en
lucha y ella ya no podría diferenciarse de mí. La paciente
pudo verbalizar su sensación de que cualquier sentimien-
to sexual suyo respecto de mí activaría de inmediato sen-
timientos similares en mí mismo, y conduciría a una orgía
destructiva.
El miedo de la señorita N a confundirse conmigo se
puso por primera vez de manifiesto cuando, pr9vocado por
ella a una discusión poco importante sobre la filosofía de
su vida diaria, yo me encontré en tal confusión sobre
quién decía qué, que después de la sesión no pude aclarar
de qué habíamos estado hablando, ni siquiera para mí
mismo. Se podría decir que, en respuesta a su identifica-
ción psicótica conmigo y al desdibujamiento correlativo de
los límites entre su representación de sí misma y su repre-
sentación de mí, una identificación concordante con ella
en mi contratransferencia indujo en mí una correspon-
diente pérdida temporaria de la diferenciación entre ella
y yo. Cualquier esfuerzo tendiente a mantener la empatía
con las experiencias subjetivas que ella me transmitía
conducía inmediatamente a una sensación de confusión
y a la parálisis de mi propio pensamiento.
Descubrí que la señorita N se sentía compelida a :~

seguir al pie de la letra cualquier "instrucción para la vida .


sana" que le diéramos el doctor S (en la realidad) o yo (en
su fantasía) . Esas instrucciones la confundían y hacían
que se sintiera como carente de identidad pr.opia, como

326
una autómata, una máquina conductual controlada por
la voluntad del doctor S y la mía; proyectaba sobre noso-
tros su proceso de toma de decisiones, mientras experi-
mentaba que ella misma y nosotros formábamos una sola
unidad psíquica. Creo que estos desarrollos ilustran el
mecanismo de la introyección psicótica, que -junto con
la identificación proyectiva- caracteriza las identificacio-
nes psicóticas.
Cuando advertí que el miedo central de la paciente en
las sesiones era que su mente fuera invadida por mis pen-
samientos y apetencias, pude exponer esos miedos. La
señorita N aceptó de inmediato que eso era exactamente
lo que temía. También aclaró que le resultaba tranquili-
zador que yo señalara las diferencias entre el modo como
me percibía ella en las sesiones y el modo como yo me per-
cibía a mí mismo. No se trataba de que nos convenciéra-
mos recíprocamente, sino de reconocer nuestras diferen-
cias en la percepción de la realidad. Al continuar
explorando estas cuestiones, hubo momentos en los que
la señorita N repetía algo que yo había dicho antes como
si le perteneciera a ella, y también me atribuía afirma-
ciones hechas por ella. La confusión entre ella misma y
yo, como consecuencia de procesos generalizados de intro-
yección y proyección, resultaba espectacularmente eviden-
te. Su principal tarea parecía haberse convertido en
desenredar su pensamiento respecto del pensamiento del
doctor S y el mío. ·
Al mismo tiempo, hubo una acentuada disminución de
la atmósfera erótica de las sesiones, y una súbita supre-
sión de todas las conductas y fantasías sexuales. La
paciente se presentaba vestida de un modo inadecuado,
infantil, dando una impresión de asexualidad, en un con-
traste total con su apariencia anterior. También parecía
haber adoptado una actitud de indiferencia respecto de
sí misma, como si se limitara a realizar los gestos de la

327
"adaptación" a la vida externa. Sólo en algunos momentos
me dirigía de pronto una intensa mirada fija que yo expe-
rimentaba como sexualmente seductora, pero de un modo
tan disociado del resto de nuestras interacciones que desa-
parecía antes de que tuviera la oportunidad de pensar
sobre ella con claridad.
Después de más o menos seis meses, la paciente dejó
el hospital de día y la residencia de readaptación para
mudarse a un departamento, y su vida en el mundo
externo adquirió aspectos de normalidad. Tenía un tra-
bajo adecuado a su capacidad, pero en las sesiones con-
migo se produjo un cambio acentuado. El mejor modo de
describir lo que ocurrió es caracterizarlo como un proceso
de vaciamiento. Ella hablaba con monotonía, sin convic-
ción ni profundidad, sobre las relaciones superficiales que
estaba estableciendo en el trabajo y en la vida social.
Todos los sentimientos intensamente agresivos, sexuales
o dependientes, parecieron volverse inaccesibles. La
paciente no sólo parecía soñolienta sino que a veces esta-
ba a punto de quedarse dormida. Pero, según la informa-
ción que me proporcionaba el doctor S y según lo que la
propia señorita N decía sobre sí misma, se diría que esta-
ba perfectamente despierta en sus interaccioneifcotidia-
nas con los demás.
También yo me descubrí soñoliento en las sesiones, en
una medida que nunca antes había experimentado. Creo
que lo que se estaba produciendo era una retracción reac-
tiva de mi parte. Como esas sesiones eran escandidas por
breves momentos en los que la señorita N me miraba con
intensidad de un modo erotizado, comenté que se estaba
retrayendo de cualquier contacto conmigo para evitar que
surgieran sentimientos sexuales capaces de provocar en
mí una respuesta sexual, y el surgimiento aterrador de
sus miedos a ser atacada sexualmente por una figura
paterna. Pensé que mi propia soñolencia era en parte una

328
defensa contra sentimientos edípicos intensos en la con-
tratransferencia y, en virtud de una identificación concor-
dante, un reflejo del repliegue defensivo de la paciente
respecto de impulsos sexuales cristalizados en una forma
edípica estereotipada.
Ella habló de inmediato de su miedo a que, de haber
experimentado y expresado sentimientos sexuales respec-
to del doctor R, su psicoterapeuta anterior, él habría res-
pondido y creado en ella una experiencia de relación
sexual con el padre. No obstante, esta respuesta sorpren-
dentemente directa a mi interpretación quedó de inme-
diato sumergida en lo que podría denominarse un mar de
sin sentido soñoliento, sin dejar rastros en las sesiones de
los días y las semanas que siguieron. Por lo tanto me con-
centré en el vacío en sí. Cuando una vez la señorita N me
preguntó si me estaba quedando dormido le dije que tenía
que luchar para no hacerlo, y me pregunté si esto no
podría estar relacionado con su propia experiencia de
tener que luchar con la somnolencia en el curso de la
sesión. Ella reconoció prontamente su lucha por seguir
despierta, y dijo que era más fácil dormir que enfrentar
la sensación de completa vaciedad en nuestro encuentro.
Concordé con ella en que las sesiones parecían vacías, y
me pregunté si se debía a que trataba de decirme que se
sentía totalmente perdida y abandonada en un paisaje
confuso de espacios infinitos y velados. De hecho, mien-
tras yo hablaba, tenía una imagen muy concreta de una
superficie helada interminable y neblinosa. La señorita
N aceptó esa imagen como correspondiente a su propia
experiencia, y mientras hablábamos, los dos nos desper-
tamos abruptamente y por completo.
Este incidente inició un período de exploración de su
sensación de vivir de una reacción emocional a otra, sin
ningún sentido de continuidad, de que era una misma per-
sona quien vivía esas experiencias. Creo que su sensación

329
de no tener deseos ni iniciativas ilustra la pérdida de un
sentido del sí-mismo o de la identidad del yo. Podía mirar-
se a sí misma y describir lo que experimentaba en cada
momento, pero sentía que en ella no había ninguna per-
sona central que reuniera esos instantes sucesivos. Le dije
que comprendía lo que me estaba diciendo, y agregué que
era como si, en su interior, no hubiera nadie que la cui-
dara, que se preocupara por ella, de modo que estaba
viviendo, por así decirlo, en un estado artificial de calma
que ocultaba el hecho de que el cuidador natural había
abandonado el campo de su vida interna. Y ni siquiera
podía experimentar angustia por ello. La señorita N dijo
que se sentía comprendida. En adelante, los dos pudimos
tolerar esa experiencia sin tener que huir a un repliegue
de somnolencia.
Creo que esta etapa del tratamiento de esta paciente
ilustra lo que podría considerarse la pérdida de la iden-
tidad en la psicosis, condición ésta usualmente enmasca-
rada por el dominio en la transferencia de relaciones pri-
mitivas con objetos parciales. El espacio vacío creado por
la difusión de la identidad se puebla, por así decirlo, con
experie~cias psicóticas de fusión. En otras palabras, las
identificaciones psicóticas ocultan la ausencia dolorosa de
una experiencia integrada del sí-mismo. La paciente pudo
expresar muy acabadamente su sensación de que ya no
se preocupaba por ella misma, de no saber lo que quería, ·
de no tener apetencias ni iniciativas y de que ni siquiera ,
le importaba la ausencia de esas funciones que recordaba
haber experimentado en el pasado. Cuando dije que era
como si, durante los momentos de mi somnolencia, ella
fuera abandonada por mí y por ella misma, la señorita N
respondió que ya no le preocupaba la semejanza de su
experiencia y la mía, lo que me pareció que significaba
que tenía menos miedo a la confusión entre ella y yo.
Saqué esto a la luz, y ella agregó que también.significaba

330
que estaba empezando a tolerar su propia confusión inter-
na. Al mismo tiempo, continué, al experimentarse a sí
misma como seguramente diferente de mí, también se
sentía mucho más sola.
En la sesión siguiente, la paciente trajo un artículo
de periódico sobre "la imposición de manos", añadiendo
algo acerca de la influencia de las radiaciones que se ori-
ginaban en el cuerpo. Sugerí que estaba considerando si
yo aceptaba sus experiencias pasadas de emisión corpo-
ral de energía, lo cual significaría que toleraba sus expe-
riencias "locas". La señorita N reconoció entre risas que
le habría gustado que yo mismo me confundiera y no
pudiera decidir qué era una realidad científica y qué era
"loco".
A continuación hubo una secuencia repetitiva de acon-
tecimientos, que finalmente se volvió predecible. A las
sesiones en las que la paciente sentía que yo comprendía
su sensación de estar sola y a la deriva seguían otras en
las que ella se atrevía a hablar brevemente de su miedo
a examinar cuestiones sexuales, un miedo que rápidamen-
te se convertía en la fantasía de seducirme, con la convic-
ción de que yo respondería a esa seducción con un ataque
sexual. Después de este conjunto de experiencias aparecía
en la paciente una angustia intensa y una sensación de
confusión en cuanto a si esas fantasías eran suyas o mías.
A continuación había sesiones "vacías", en las que de nue-
vo se la veía lejana y distante, emocionalmente inaccesi-
ble, y yo sentía una falta total de material emergente sig-
nificativo. El ciclo se repetía trimestralmente; la paciente
fue tomando conciencia de la naturaleza cíclica de este
proceso.
Entonces la señorita N volvió a un tema anterior, acu-
sándome de ser demasiado convencional y desaprobar sus
apetencias y fantasías de una vida sexual libre y promis-
cua, y así sucesivamente. Parecía estar produciéndose una

331
repetición de su relación temprana conmigo, pero en un
nivel menos desorganizado, más orientado hacia la rea-
lidad. Yo podía interpretar esos deseos de huir y la imagen
que ella tenía de mí como una defensa contra sus aterra-
doras fantasías de comprometerse sexualmente conmigo
en tanto figura paterna. A tales interpretaciones ya no las
seguía una grosera desorganización de las sesiones.
A mi juicio, las acusaciones de la señorita N servían
para establecer un límite entre nosotros, una "piel men-
tal", por así decirlo. También eran un residuo de su con-
fusión de ella misma conmigo, una elaboración de sus
identificaciones psicóticas.

Discusión

En el curso del tratamiento psicoanalítico, cuando el


analista le comunica al paciente sus observaciones no sólo
sobre la conducta sino también sobre la autopercatación
de este último, los límites de esa autopercatación se
expand~n, incorporando las percepciones comunicadas por
el analista. También se refinan las representaciones que
el paciente tiene de su sí-mismo, absorbiendo en el auto-
concepto los aspectos reflejados del sí-mismo en los que
se concentró la atención del analista y que el paciente
incorporó al identificarse con él.
Sugiero que el sí-mismo siempre incluye dos capas, o
más bien que se lo puede visualizar como una esfera cen-
tral de representaciones de sí mismo y otra esfera, que
envuelve a la anterior, de autorreflexividad derivada de
la identificación con la madre observadora y preocupada
por su niño en la relación diádica original cuando están
diferenciadas entre sí las representaciones del sí-mismo
y el objeto. También se podría describir esta naturaleza
dual del sí-mismo como un doble agrupamientQ de las fun-

332
ciones de las representaciones del sí-mismo; un grupo se
centra en la diferenciación del sí-mismo, y el otro en rete-
ner las funciones de observación de las imágenes paren-
tales internalizadas en el sí-mismo.
Lo que falta en las psicosis como consecuencia de la
falta de diferenciación entre las representaciones del sí-
mismo y el objeto no es sólo la prueba de realidad, sino
también la capacidad para la autopercatación, que nor-
malmente deriva de la identificación temprana con el
objeto diferenciado. Mi paciente ilustró dramáticamente
este estado de cosas cuando, a pesar del debilitamiento
en la transferencia de sus relaciones objetales internali-
zadas y cargadas afectivamente, la falta de diferenciación
'\. de las representaciones del sí-mismo y el objeto se puso
'). de manifiesto con suma claridad e·n la confusión entre su
propio pensamiento y el mío. Al mismo tiempo, ella tenía
la sensación de estar completamente sola y abandonada,
sin ninguna preocupación por sí misma ni ninguna con-
ciencia central de ella misma como persona.
Por lo común, la activación intensa en las transferen-
cias psicóticas de las relaciones objetales primitivas ocupa
por completo el campo de la exploración analítica, mien-
tras falta un concepto integrado del sí-mismo que subsista
en el trasfondo. Pero al producirse un momento de calma
relativa en la activación de los estados afectivos primitivos
intensos (como ocurrió con la señorita N cuando estaba
bajo medicación intensa en la primera etapa del trata-
miento) pueden ponerse dramáticamente de manifiesto
las características estructurales subyacentes de la ausen-
cia de diferenciación entre el sí-mismo y el objeto, y la pér-
dida dolorosa de un sentido de la identidad, pérdida repre-
sentada por la inexistencia de la "esfera envolvente"
autorreflexividad.
Añadiría ahora que la lucha de la paciente con su sen-
sación penosa de confusión y de ser controlada por auto-

333
ridades parentales sádicas, y sus fantasías de seducción
relacionadas con la imagen paterna, la dejaban ante dos
alternativas. Ella podía intensificar su sensación de con-
fusión por medio de una fragmentación total de todas las
experiencias intrapsíquicas o, replegándose de la situación
emocional a un aislamiento psicológico total, verse con-
denada a enfrentar su sensación de haber perdido una
visión integrada de sí misma, que podría denominarse la
función de "autosostén" de la identidad yoica: la identi-
ficación normal con una actitud parental o maternal res-
pecto del propio sí-mismo, que forma parte de la estruc-
tura de dos capas del sí-mismo que acabo de describir.
Los pacientes con organización límite de la persona-
lidad también carecen de un concepto integrado del sí-
mismo: presentan el síndrome de la difusión de la iden-
tidad. No obstante, este síndrome tiene en ellos la función
defensiva de evitar la destrucción de las relaciones obje-
tales internalizadas investidas libidinalmente por obra de
las investidas agresivamente. La función autorreflexiva
de la identidad del yo falta también en los pacientes lími-
te, no porque carezcan de capacidad para el autorreflejo
sino debido a la escisión defensiva de los aspectos contra-
dictorios de la reflexividad del sí-mismo, y también de los
aspectos contradictorios de las representaciones del sí- ,J

mismo en sentido estricto. En cada uno de los estados yoi- ;.'.

cos recíprocamente disociados de los pacientes límite hay


capacidad para alguna autorreflexividad. La interpreta-
ción de sus mecanismos de escisión les permite a estos
pacientes integrar la autorreflexividad como primera fase
de la integración del concepto del sí-mismo.
El paciente límite, como resultado de la interpreta-
ción, puede tomar conciencia de los aspectos contradicto-
rios de su experiencia, su conducta o su pensamiento, y
enfrentar con dolor sus conflictos relacionados con esa
ambivalencia. El paciente psicótico, en cambio, no tiene

334
capacidad para el autorreflejo. La confusión de las repre-
sentaciones del sí-mismo y el objeto enmascara la ausen-
cia de una función autorreflexiva. Si -y cuando- el
paciente empieza a tolerar la idea de la diferenciación
entre él mismo y el terapeuta, puede surgir la sensación
de soledad y de ausencia de preocupación por sí mismo.
Esta soledad difiere de la que acompaña a la experiencia
depresiva de abandono, y también de la sensación de pér-
dida de la relación con los objetos buenos, internos y exter-
nos, provocada por la culpa. La soledad depresiva sólo
aparece cuando las relaciones con objetos parciales se
integran en relaciones con objetos totales, fase ulterior de
la terapia psicoanalítica de pacientes psicóticos, caracte-
rizada por la integración de las relaciones objetales inter-
nalizadas totalmente buenas y totalmente malas.
La primera tarea de la psicoterapia de los pacientes
psicóticos en regresión severa, en particular los pacientes
esquizofrénicos que han perdido la capacidad para la
comunicación verbal común, que necesitan un tratamiento
protector en un escenario hospitalario y que tienen sólo
una captación muy tenue de la realidad, consiste en esta-
blecer un contacto significativo. En los términos de Sear-
les (1961), el terapeuta facilita la transformación de los
estados de "fuera de contacto" en transferencias primiti-
vas en cualquier nivel de regresión, en las cuales predo-
minan las operaciones defensivas primitivas -en parti-
cular la identificación proyectiva, la introyección psicótica,
el control omnipotente, las formas extremas de escisión
o fragmentación y la renegación-. Estas transferencias
primitivas en un nivel simbiótico involucran el despliegue
completo de las identificaciones psicóticas del paciente.
La capacidad del paciente para ir experimentando gra-
dualmente estados emocionales intensos, totalmente agre-
sivos, totalmente sexualizados o totalmente extáticos,
puede indicar el desarrollo de la capacidad para las trans-

335
ferencias simbióticas, en las que no se diferencian las
representaciones del sí-mismo y el objeto, aunque tales
transferencias sí se diferencian entre ellas por el afecto
dominante en cada una. La escisión permite entonces la
disociación de los estados afectivos opuestos y de las
correspondientes relaciones objetales indiferenciadas. En
tales condiciones, la capacidad para la autorreflexividad
aún falta, la "esfera envolvente" de la estructura del sí-
mismo es totalmente inaccesible y la "esfera central" de
las representaciones fragmentadas del sí-mismo no está
todavía diferenciada de las representaciones objetales
correspondientes. En síntesis, los problemas de la iden-
tidad todavía no vienen al caso.
En una segunda etapa del tratamiento de los pacien-
tes psicóticos, o de los pacientes psicóticos que entran en
tratamiento con transferencias primitivas intensas influi-
das por relaciones objetales agresivas disociadas entre sí
y con idealización primitiva, la tarea principal consiste en
incrementar gradualmente la tolerancia del paciente a la
fusión y la confusión, y después en ayudarlo a diferenciar
su experiencia de sí mismo de la experiencia que tiene del
analista. En otras palabras, el paciente tiene que ir
tomando conciencia de que, en contraste con la confusión
que experimenta entre lo que proviene de él y lo que pro-
viene del terapeuta, él y el terapeuta tienen experiencias
diferentes, de modo que es posible que vivan en realidades
incompatibles. El paciente debe aprender a tolerar la
exploración de esa incompatibilidad sin tener que resol-
verla. Esta tolerancia conduce a la aceptación del estado
de separación respecto del terapeuta y facilita el desarro-
llo de la reflexividad del sí-mismo.
Más tarde, el repliegue defensivo protege al paciente
de las peligrosas experiencias de fusión, pero también, y
al mismo tiempo, de la percatación plena de la ausencia
de un sentido integrado de ser una persona por derecho

336
propio. A continuación el trabajo interpretativo puede pro-
ceder simultáneamente a aumentar la tolerancia del
paciente a las experiencias de fusión, analizar la natura-
leza de esas experiencias y, cuando se inicia la consolida-
ción, analizar el miedo y la evitación por el paciente de
la sensación de soledad desintegrada. Esta es la etapa del
tratamiento que prevaleció con la señorita N.
En las etapas avanzadas del tratamiento de los
pacientes psicóticos, una vez restaurada la capacidad para
la prueba de realidad, el inicio de la internalizaciónde la
función de preocupación y observación del terapeuta con-
solida núcleos de autorreflexividad, y de tal modo crea la
posibilidad de interpretar las funciones de la escisión
defensiva de la autopercatación, contra la tolerancia a la
ambivalencia. Este enfoque técnico está relacionado con
el concepto de Winnicott (1960) del "sostén" en la trans-
ferencia, aunque este autor no diferencia la psicopatología
de la psicosis, por un lado, de los estados límite por el otro.
Ahora el analista realiza una función de sostén, no
sólo en el sentido de que resiste la agresión del paciente
sin ser destruido, de que le asegura al paciente que con-
tinúa existiendo y está a su alcance, disponible como un
i
¡ objeto bueno potencial del que se puede depender. Tam-
¡:
bién se convierte en un agente cuyas interpretaciones vin-
culan las islas de autorreflexividad de la mente del
paciente, y a través de la identificación con el analista en
esta función, permite la consolidación de la autopercata-
ción del paciente, al mismo tiempo que la integración de
las representaciones disociadas del sí-mismo en experien-
cias afectivas contradictorias. Esta fase a menudo lleva
al paciente a experimentar una soledad depresiva intensa.
La integración longitudinal (a lo largo del tiempo) y
transversal de todas las representaciones del sí-mismo en
un autoconcepto central, abarcativo, es acompañada por
la integración paralela de una esfera envolvente de auto-

337
y,,

rreflexividad que proporciona un fondo de autoevaluación


en curso. Esta esfera envolvente de autorreflexividad se
fusiona temporariamente con el sí-mismo central en la
acción consciente en zonas concretas; podríamos decir que
se sumerge en estados de conciencia no-autorreflexiva,
pero subsiste como una "escisión en el yo" potencial en
sentido descriptivo. En otras palabras, la autoevaluación
puede convertirse en una estructura preciosa del yo, que
desempeña una función yoica superior, la función yoica
de la autoobservación (Freud, 1933; Sterba, 1934).
Las raíces inconscientes del ello reprimido y también
de los aspectos reprimidos del superyó codeterminan en
todo momento las funciones de la doble esfera del sí-mis-
mo. La autoobservación se puede dar por sentada en la
organización neurótica de la personalidad; la autorrefle-
xividad, así considerada, es una precondición de la intros-
pección emocional o el insight, pero no equivale a éstos.
Las defensas neuróticas (como la racionalización, la inte-
lectualización y la negación) pueden reducir la introspec-
ción emocfonal incluso en pacientes con una identidad yoi-
ca sólida y una excelente prueba de realidad. La
autoobservación es siempre un foco crucial del trabajo
interpretativo con la organización límite de la persona-
lidad, en la que la disociación defensiva del sí-mismo
representa una importante resistencia continua. La
ausencia de autorreflexividad y de la correspondiente
internalización de un organismo que se preocupa por uno,
deriva de la relación diádica, originalmente simbiótica, y
puede convertirse en una preocupación básica en alguna
etapa de la psicoterapia psicoanalítica de los pacientes
psicóticos, como lo ha ilustrado el caso que describimos
en este capítulo.

338
13. LAS VICISITUDES
Y EL PLACER DEL ODIO

En este capítulo exploro las manifestaciones clínicas


del placer de experimentar y expresar odio primitivo, con
particular énfasis en las defensas secundarias contra el
odio en la transferencia.
Según mi experiencia, en la transferencia se puede
diferenciar el odio primitivo del afecto de la ira por su cali-
dad de relativamente estable, persistente y anclado en el
carácter (capítulo 2). Con independencia de su origen y
de las fantasías inconscientes concretas que abarca, la
característica que más impresiona en ese odio, como ha
señalado Bion (1970), es la intolerancia del paciente a la
realidad.
En el paciente dominado por el odio primitivo se pro-
duce un extraño proceso: una defensa frecuente contra la
conciencia de ese odio es la destrucción -por medio del
acting out, la identificación proyectiva y a veces incluso
con una fragmentación de los procesos cognitivos- de la
capacidad para percatarse de que dicho odio existe. La
mente del paciente ya no puede "contener" la conciencia
de una emoción dominante. De modo que la defensa es al
mismo tiempo una expresión del impulso contra el cual
se dirige. La intolerancia a la realidad se convierte en odio

339
a la realidad psíquica, dirigido contra el sí-mismo y contra
el objeto odiado.
El odio al sí-mismo aparece de modo directo en impul-
sos autodestructivos, como la automutilación o la conduc-
ta suicida, o en perversiones masoquistas. La intolerancia
a la realidad psíquica también provoca el ataque a las fun-
ciones cognitivas del propio paciente, de modo que éste ya
no dispone de los medios comunes para razonar o atender
al razonamiento del terapeuta. Bajo el imperio del odio
. intenso, el paciente puede presentar la combinación de
curiosidad enfocada, arrogancia y seudoestupidez, descri-
ta por Bion (1957). En esencia, intenta destruir los medios
de comunicación entre él mismo y el terapeuta, para
borrar la conciencia de su propio odio. Además, la into-
lerancia al objeto se refleja en el intenso miedo y odio al
analista, percibido como perseguidor. Esto conduce a desa-
rrollos paranoides en la transferencia, que pueden llegar
a dar por resultado una psicosis transferencia!, la cual
equivale a un despliegue desesperado de la identificación
proyectiva por parte del paciente. Por medio de esta
defensa, el paciente trata de ubicar su propia agresión en
el terapeuta, con conductas provocativas que refuerzan la
proyección, el control omnipotente y la intolerancia a cual-
quier interpretación del analista.
La intolerancia al terapeuta como objeto bueno, pues-
ta de manifiesto en los períodos en que no rigen los meca-
·,·_j
nismos paranoides y el analista se percibe como un objeto '
potencialmente bueno, se refleja en la codicia desmesu-
rada del paciente, en la voracidad con que solicita la aten-
ción, el tiempo y los comentarios interpretativos del tera-
peuta, y en una destrucción concomitante e inconsciente
de lo que recibe: experimenta como inadecuado todolo que
el terapeuta aporta, y la codicia continúa.
Una pregunta sumamente importante es por qué el
paciente no tolera la intensidad de su ira. ¿Por qué tiene

340
que negar la .calidad generalizada, constante, abrumado-
ra, de su odio? Creo que esta intolerancia es la expresión
de los miedos más profundos a perder al objeto amado,
originalmente la madre buena amenazada por la destruc-
tividad del odio del paciente. Pero, como resultado de su
intolerancia a ese odio, el paciente es de inmediato ame-
nazado por la idea de su propia destrucción, como conse-
cuencia de los mecanismos proyectivos patológicos que
transforman al objeto frustrante y odiado (la madre mala)
en un enemigo poderoso y peligroso que bien podría ani-
quilar al sujeto. La amenaza fantaseada de aniquilación,
de destrucción mental y corporal, es la fuente inmediata
de los intentos de rechazar la influencia del objeto y la
conciencia del sí-mismo bajo la influencia del odio.
El odio del terapeuta en la contratransferencia, pro-
ducto de la identificación proyectiva y el control omnipo-
tente o, más concretamente, consecuencia natural de la
conducta sistemáticamente provocativa del paciente, de
la destrucción activa por éste del significado y de todo lo
que recibe en la relación terapéuttca, puede generar en
el terapeuta el deseo de eludir la locura que invade las
sesiones, de liberarse del enredo interminable en discor-
dias triviales que parecen anular cualquier posibilidad de
que el paciente aprenda algo, y de huir de esa relación
¡¡ destructiva.
¿En qué medida la intolerancia del paciente a él mis-
mo y al otro y la concomitante destrucción del proceso
de la comunicación son una defensa contra el odio pri-
mitivo, y no una expresión directa de ese odio? Creo que,
en tales condiciones, el paciente habitualmente se
defiende de su experiencia directa del odio como afecto,
de los estados afectivos derivados del júbilo sádico por
la destrucción del objeto, y del goce con el disgusto, el
desprecio, expresados al objeto humillado y tratado con
crueldad. Si el paciente tolera la experiencia consciente

341

I
,
;
JI:
del placer sádico en la transferencia se ha dado un pri-
mer paso en la contención del odio. En este punto, lo
característico es que el paciente tema menos los efectos
destructivos de su agresión; su necesidad de proyectarla
disminuye y, en consecuencia, también decrece su per-
cepción del terapeuta como objeto malo. El paciente
comienza a advertir vagamente que el objeto de su amor
y de su odio es uno y el mismo.
El odio existe en una relación dialéctica con el amor.
El odio implica un compromiso intenso con un objeto del
amor potencial o pasado, un objeto del que en algún
momento se tuvo una enorme necesidad. En primer lugar,
el odio es odio al objeto frustrante, pero al mismo tiempo
es también odio al objeto amado y necesitado del que se
espera amor, e inevitablemente frustra. En sus orígenes,
el odio es la consecuencia de la incapacidad para eliminar
la frustración por medio de la ira, y va más allá de la ira
como necesidad persistente de eliminar al objeto.
Pero el odio tiene también un aspecto diferenciador;
si el amor está asociado con intentos de fusión y unión,
el odio procura diferenciar al sí-mismo del objeto. En
cuanto al odio no se puede tolerar y se proyecta fuera del
sí-mismo, contribuye a diferenciar el sí-mismo del objeto,
y contrarresta el impulso a unirse. De modo que el odio
puede contribuir a la diferenciación, la experiencia y la
puesta a prueba de la fuerza, la autoafirmación y la auto-
nomía personales; puede desplegarse para servir las fun-
ciones sublimatorias de la agresión como autoafirmación
sana. Sólo en el nivel más primitivo de la ira en sí -la
fuente original del odio- se experimenta la intensidad
máxima de la ira (un afecto cumbre) como una fusión con
el objeto.
Sin embargo, el odio primitivo en un nivel de inten-
sidad sostenido crea una reacción circular que no sólo per-
petúa sino que también acrecienta patológicamente el odio

342
en sí. Por medio de mecanismos proyectivos, en particular
de la identificación proyectiva, la ira ante el objeto frus-
trante genera la distorsión de ese objeto, y la frustración
se interpreta entonces como un ataque deliberado. Esa
sensación de ser atacado por un objeto antes amado y
necesitado es la experiencia más primitiva del amor trai-
cionado, y provoca resonancias profundas en toda la
secuencia de las etapas preedípicas y edípicas del desa-
rrollo.
Además, la experiencia del amor traicionado acrecien-
ta el odio y lo amplifica aún más por medio de la identi-
ficación proyectiva; el objeto es entonces percibido como
cruel y sádico. La internalización de esta relación objetal
distorsionada perpetúa la experiencia de un sí-mismo ira-
cundo, humillado, degradado, y un objeto cruel, sádico,
desdeñoso; las correspondientes identificaciones derivadas
del yo y el superyó originan una distorsión general de las
relaciones objetales internalizadas. La identificación con
el objeto agresivo y triunfante de esta relación diádica, a
su vez gatilla la crueldad y el desprecio en la expresión
del odio al objeto cuando el concepto intolerable, degra-
dado, del sí-mismo puede proyectarse sobre él, y también
desencadena la agresión dirigida contra el sí-mismo.
Se ha alcanzado entonces el estado que hemos descri-
to: el odio destruye las relaciones objetales externas e
internas; el proceso de destrucción del sí-mismo perceptor,
para eliminar el dolor y el odio peligroso, tiene una impor-
tancia primordial en la organización defensiva del pacien-
te. La identificación proyectiva puede ser reemplazada por
,-,
; ~
una exacerbación de los mecanismos de escisión, lo cual
r lleva a la fragmentación de la experiencia afectiva y tam-
bién de los procesos cognitivos, como lo ha descrito Bion
(1959). Una menor intensidad de la escisión puede pre-
servar un mundo dividido, de objetos idealizados y per-
secutorios, y un sí-mismo idealizado y un sí-mismo malo,

343
con pautas conductuales alternantes, reflejadas en rela-
ciones objetales caóticas, en un acting out destructivo y
autodestructivo, que se alternan con relaciones con los
objetos idealizadas defensivamente.

BOSQUEJO DE UN CASO

Para ilustrar algunas de las vicisitudes de la agresión


primitiva y el odio placiente en la transferencia en el cur-
so de una psicoterapia psicoanalítica, presento al señor
X, un hombre de origen extranjero pero educado en Esta-
dos Unidos, de algo más de treinta años, con una historia
de serios intentos suicidas a lo largo de un período de die-
ciocho años. Había tomado sobredosis de múltiples drogas,
algunas de las cuales le habían sido prescritas con pro-
pósitos antidepresivos y ansiolíticos; a otras las "había
obtenido por medios ilegales. Esos intentos de suicidio
solían terminar con el paciente en coma durante dos o tres
días; habían malogrado varios esfuerzos psicoterapéuticos
en el pasado. El psicoterapeuta que me lo derivó había
puesto fin al tratamiento al cabo de tres años, debido a
la tendencia del señor X a llamarlo por teléfono a cual-
quier hora del día o la noche, sobre todo en los fines de
semana. En las sesiones, el señor X se mantenía princi-
palmente en silencio, proclamando su incapacidad para
hablar, pero se sentía en libertad de llamar al terapeuta
por teléfono, fuera de las sesiones, y reclamar desespera-
damente su atención.
Se le diagnosticó una organización límite de la perso-
nalidad, con predominio narcisista e infantil, y rasgos
antisociales. Durante las entrevistas de diagnóstico, el
paciente osciló entre modales amigables, infantiles, casi
empeñado en congraciarse conmigo, y una ocasional con-
ducta suspicaz, enfurruñada, desconfiada. Era muy inte-

344
ligente; le interesaba en particular la música. No obsta?-
te, había fracasado en la universidad debido a la irregu-
laridad de sus pautas de trabajo. Era claro que sus inten-
tos de suicidio se habían producido en momentos en que
su familia, sus amigas, su terapeuta o sus profesores no
accedían a otorgarle un trato especial. A pesar de las bue-
nas relaciones superficiales con los demás, se había ido
aislando gradualmente, debido a su fracaso en los estu-
dios, a un estilo de vida sin rumbo, y a los efectos desa-
lentadores sobre quienes lo rodeaban por sus intentos sui-
cidas acompañados por maniobras para suscitar culpa.
En el tratamiento, establecí primero una estructura
formal destinada a bloquear cualquier ventaja secunda-
ria de sus intentos de suicidio. Estipulé con claridad que
lo vería regularmente dos veces por semana, pero que si
insistía en su conducta suicida iría a una sala de emer-
gencias psiquiátricas o, en el caso de que hubiera inge-
rido drogas, a una sala de emergencias médicas. Sólo
podría contar conmigo después de tener el alta psiquiá-
trica y estar listo para reanudar el tratamiento como
paciente externo. También les aclaré a él y a su familia
que, a mi juicio, el riesgo de suicidio era inevitable en su
caso. Debido a ello, decidí hacer participar a la familia
en la planificación del tratamiento. La única alternativa
a los arreglos propuestos era una hospitalización prolon-
gada, pero -les dije- dudaba de que esto último fuera
útil, en vista de que ese escenario ofrecía, como posible
ventaja secundaria, una existencia pasiva, casi parasi-
taria. También le ofrecí al paciente examinar acabada-
mente sus tendencias suicidas en el curso de las sesiones,
en lugar de que actuara movido por sus impulsos. Puse
en claro que si él me llamaba antes de perder la concien-
cia en medio de un intento suicida, yo haría cuanto pudie-
ra por salvarle la vida, pero después pondría fin al tra-
tamiento y lo derivaría a otro profesional: la situación

345
indicuría que el tratamiento, tal como había sido plani-
ficado, resultaba inviable.
El paciente finalmente aceptó estos arreglos, pero no
antes de varias sesiones en las que expresó su ira como
reacción a las condiciones que yo había establecido. Los
padres, en cambio, las aceptaron con una facilidad nota-
ble. Una vez iniciada la terapia, los silencios del paciente
en las sesiones eran tan prolongados que apenas pronun-
ció unas pocas oraciones en las primeras veinte sesiones.
Yo interpreté su silencio como una expresión del miedo a
exteriorizar la ira por mi desacuerdo con diversos arreglos
que él había sugerido para el encuadre, y, desde luego, por
mis condiciones relacionadas con sus intentos de suicidio.
Finalmente el paciente comenzó a hablar pero, significa-
tivamente, sólo lo hacía a veces, cuando estaba enojado
conmigo. Antes había afirmado que era incapaz de hablar
con libertad en las sesiones. Le pude señalar que hablaba
con libertad bajo la influencia del odio, pero no en momen-
tos de comunicación distendida y abierta, que nos permi-
tieran conocer mejor sus dificultades.
Entonces el paciente desarrolló una nueva pauta de
conducta. Imitaba irónicamente lo que yo decía, iniciaba
discusiones sobre temas relativamente triviales y al final
de la sesión se negaba a irse, pretextando que tenía cues-
tiones importantes que examinar conmigo. En seguida
advertí que malgastaba el tiempo en minucias y sólo en
los últimos minutos se refería a los problemas importan-
tes de la vida, después de lo cual se negaba a dejar el con-
sultorio a horario.
El señor X empezó a llamarme a toda hora. Le pun-
tualicé que podía contar conmigo en cualquier emergen-
cia, pero si no nos poníamos de acuerdo en que realmente
se trataba de una emergencia yo le diría que la llamada
era injustificada, y si a una llamada injustificada le seguía
otra, durante la semana siguiente no lo atendería por telé-

346
111110 . Además si esta pauta se repetía, no podría hablar
conmigo por teléfono durante un mes; en el caso de que
vol viera a aparecer, no lo atendería durante un año; en
nddante correría el riesgo de morir por no poder tomar
C"ontacto conmigo si se producía una situación en la que
n ~ almente estuviera en peligro su vida.
Esta estructuración adicional eliminó eficazmente las
11 amadas telefónicas y, al cabo de más o menos un año de
tratamiento, el paciente pudo interrumpir las sesiones
aproximadamente a horario y dejó de telefonear entre
1-1esión y sesión. Sobre todo, desde el principio del trata-
miento no hubo más intentos suicidas: los reemplazaron
intensos estallidos de ira en las sesiones.
Hasta aquí he subrayado la naturaleza salvaje del
acting out de la agresión, y la necesidad de estructurar
el tratamiento para controlar ese acting out. En este caso,
la provisión de una estructura tendía a situar la agresión,
y las defensas del paciente contra ella, en el seno de las
sesiones. Mi estrategia global de tratamiento ponía en el
foco el análisis de los impulsos gravemente autodestruc-
tivos, tal como se concentraban en las sesiones.
Mis primeras interpretaciones abordaron la incapaci-
dad del paciente para hablarme, a menos que estuviera
enojado. Interpreté que éste era el efecto de una agencia
enemiga interna que obstaculizaba sus esfuerzos por reci-
bir mi ayuda y le impedía entrar conmigo en cualquier
relación que no fuera destructiva. Debido a esta "indig-
nación justa" ante todo aspecto de nuestra relación en el
que pensaba que yo era deshonesto, manipulador o indi-
ferente (con frecuencia me acusaba de estas cosas), dije
que la agencia mental que se oponía a una buena relación
entre nosotros era seudomoralista. Agregué que esa agen-
cia pretendía que era moralmente justa, cuando en rea-
lidad estaba totalmente corrompida y distorsionaba la
realidad para justificar los estallidos de ira y frustrar su

347
necesidad desesperada de comunicarse conmigo en rela-
ción con los problemas de real importancia de su vida.
Entre tales problemas se contaban las dificultades que
experimentaba en sus estudios de música y en sus rela-
ciones con las mujeres.
Mis descripciones de esta agencia interna fueron vol-
viéndose cada vez más precisas a medida que las pautas
del paciente revelaban información adicional acerca del
"enemigo". Le señalé que era como si el enemigo interno
que entorpecía su capacidad para comunicarse conmigo
también lo hiciera sentirse fuerte y poderoso, moralmente
superior a mí, como si le diera la instrucción de que se
enojara conmigo hasta que yo me disculpara por mis
carencias. Parecía una versión primitiva, sádica y carica-
turizada de un maestro de escuela o de un progenitor
duro, despótico, que disfrutaba controlando y humillando
a un hijo rebelde. Sugerí que el paciente estaba actuando
el rol del progenitor tiránico y ubicándome en el del niño
rebelde que se portaba mal, roles éstos que rápidamente
se invertían al final de las sesiones: en esos momentos,
al actuar como si fuera injustamente despedido, el pacien-
te se experimentaba como un niño desvalido, tiranizado,
rebelde pero impotente, mientras yo me convertía en el
progenitor duro, cruel, sádico y despótico.
Las interpretaciones reiteradas de esta relación obje-
ta! en la transferencia llevaron al paciente (en los breves
momentos en que podíamos considerar en calma algún
tema que no fuera su ira contra mí) a hablar sobre su
madre política, a la que describía previsiblemente como
análoga al agente enemigo interno con el que tendía a
identificarse durante extensos segmentos de las sesiones.
Entonces me enteré de que en su niñez temprana la
madrastra lo castigaba brutalmente por rebeliones ínfi-
mas, golpeándolo con tanta dureza que él después tenía
vergüenza de desvestirse en la playa. Esa madre, cuando

348
He sentía fastidiada, no le hablaba durante semanas: no
Hólo esperaba que él se disculpara, sino además que diera
d tipo correcto de disculpas. El padre, un profesor de idio-
mas extranjeros más bien tímido, con frecuencia lo urgía
a que se disculpase con la madrastra, aunque ella no
tuviera razón, "para que hubiera paz en la casa".
Comencé a interpretar que el enemigo interno era sin
duda la madrastra tal como el paciente la percibía, y que,
por razones todavía confusas, él se sentía obligado a repe-
tir su relación con ella, con una constante inversión de
roles, en la interacción conmigo. Resultó bastante intere-
sante que esos descubrimientos generaran breves momen-
tos de atención introspectiva y más información sobre su
pasado, seguidos por ataques salvajes a mi persona. Llegué
a la conclusión de que presentaba un tipo primitivo de
reacción terapéutica negativa, en cuanto necesitaba des-
truir lo que recibía de mí, precisamente cuando sentía que
yo lo había ayudado. En otras palabras, su resentimiento
más intenso contra mí aparecía después de momentos en
los que me había experimentado como objeto bueno.
Al mismo tiempo, comenzó a hablar con más libertad
sobre los conflictos de su vida externa, y descubrí en él una
intensa sensación de codicia y de "tener derecho". Por ejem-
plo, la tía le había prometido un escritorio para su cumple-
años; el paciente le pidió autorización para comprarlo él mis-
mo y eligió un mueble cuyo costo excedía en muchos cientos
de dólares la suma que la tía le había dicho que podía gas-
tar. Cuando la tía le llamó la atención sobre el hecho, el
paciente entró en su ira más violenta de muchos meses.
También reanudó sus estudios de música, en los cua-
les intentaba constantemente obtener privilegios particu-
lares (quería que lo eximieran del trabajo que tenían que
realizar todos los otros estudiantes). Cuando no lo logra-
ba, reaccionaba con ira y desesperación. También se que-
jaba más y con más fuerza de su incapacidad total para

349
estudiar o ensayar, precisamente en los momentos crucia-
les, antes de los exámenes finales. A veces tenía que
absorber una cantidad significativa de material técnico y,
como pronto se vio, tener que realizar ese esfuerzo le pro-
vocaba un amargo resentimiento; él quería dominarlo todo
de inmediato y sin ningún esfuerzo. Consideraba insul-
tante realizar un esfuerzo para incorporar lo que otros
habían adquirido y sabían bien.
En el segundo año del tratamiento aparecieron nuevos
elementos. El señor X parecía tener una gran curiosidad
por lo que yo pensaba; escuchaba con gran interés lo que
le decía pero de inmediato lo descartaba, o se limitaba a
comentar "No veo eso en absoluto", lo que significaba que
el tema quedaba cerrado. Cualquier intento de llamarle
la atención sobre el hecho de descartar de modo automá-
tico todo lo que proviniera de mí, y la extraña contradic-
ción que había entre su conducta y su intensa curiosidad
por lo que yo decía, de inmediato suscitaba en él una ira
intensa. Rechazaba con arrogancia mis comentarios como
"pura estupidez", o bien los repetía irónicamente, distor-
sionándolos lo bastante como para justificar su opinión de
que mis ideas carecían de valor. Al tratar de precisar qué
era lo que provocaba su ira, finalmente descubrí que se
trataba de la autoconfianza con la que yo hablaba y de mi
interpretación calmosa de sus silencios, en los que él no
llegaba a advertir que estuviera sucediendo nada. En
varias ocasiones se burló de lo que yo tenía para decir,
sugiriendo que no hacía más que hilvanar teorías nuevas
para futuras publicaciones.
El señor X :me hizo recordar la descripción que dio
Bion (1957) de la combinación de curiosidad, arrogancia
y seudoestupidez característica de los pacientes incapaces
de tolerar el reconocimiento de su intensa codicia y envi-
dia. De hecho, su empeño en saber todo lo que yo tenía
en mente era extremadamente codicioso, y m?nifestaba

350
una intensa envidia y resentimiento por mis aportaciones,
desechándolas categóricamente, con la excepción de algún
dicho con el que yo me declaraba "de acuerdo" con sus
aserciones de indignación justificada.
Mis esfuerzos tendientes a señalar esa codicia o ana-
lizar sus defensas contra su envidia a mí demostraron ser
inútiles en ese punto; de hecho, suscitaban intensos ata-
ques de ira sin ninguna posibilidad de exploración. En
cambio, mi interpretación persistente de la repetición en
la transferencia de su relación interna con la madrastra
poco a poco fue produciendo efectos. El paciente trató pri-
mero de negar que lo que sucedía entre nosotros tuviera
algo que ver con la relación con la madrastra, pero este
repudio era relativamente débil e ineficaz.
En cierto momento, el señor X dijo que yo realmente
era como la madrastra. Lo invité a que exploráramos mi
personalidad según él la percibía, en el tratamiento, como
nueva versión de su madrastra. Respondió con una inten-
sa angustia, obviamente perturbado por mi disposición a
cargar con la personalidad de la madrastra, como si temie-
ra no poder ya diferenciarme a mí de la mujer. Al mismo
tiempo, su propia afirmación de que yo era diferente de
la madrastra lo obligó a considerar la posibilidad de que
los ataques iracundos que me dirigía no estuvieran jus-
tificados. Se vio entonces enfrentado a la condición ina-
.- ~
decuada de la ira que yo le provocaba. Le señalé ese dile-
ma, en particular el miedo a reconocer los aspectos
placientes de su conducta autodestructiva en las sesiones,
sabiendo que podía contar con mi accesibilidad, que yo no
me vengaría y que existía alguna esperanza de que pudie-
ra ayudarlo a desenredarse del control de la imagen de
su madrastra que operaba desde dentro de él.
El paciente comenzó a experimentar un goce más
directo con su conducta destructiva para conmigo. Empezó
a llamarme "F"; decía que la "F", inicial de mi segundo

351
nornbrn, Hig·nif'icalm ''j'ucl?er", "fornicador", un insulto deli-
berado que él usaba asociándolo con comentarios peyora-
tivos y arrogantes acerca de mi incompetencia (por ejem-
plo, "Usted es realmente un idiota, F"). Este modo de
dirigirse a mí le proporcionaba placer. A veces se sentaba
en una silla que no le correspondía; lo hacía de un modo
juguetonamente agresivo que con facilidad se convertía
en iracundo cuando pensaba que yo iba a intervenir.
Varias veces inició la sesión ocupando mi propia silla,
mientras yo tenía que sentarme en otro lado, y él me imi-
taba burlonamente.
Sería fácil llegar a la conclusión de que estoy descri-
biendo la conducta juguetona de un niño que fastidia para
asegurarse que tiene la tolerancia, la accesibilidad, la
comprensión y la paciencia de los progenitores. Pero esta
conducta aparecía particularmente cuando el paciente
encaraba problemas urgentes en su vida externa. Mani-
festaba un placer inequívoco en sus esfuerzos tendientes
a ejercer el control y eliminar la envidia, pensando que
de todos modos ya no podía esperar nada de mí; ese placer
estaba en agudo contraste con su sensación, al final de las
sesiones, de que era humillado y expulsado, y con su codi-
ciosa apetencia de más tiempo que el disponible.
Empecé a señalarle la relación entre sus ataques pla-
cientes a mí, que caractericé como una destrucción violen-
ta de su propio tiempo e, implícitamente, de lo que yo
podría darle, por una parte, y por la otra la voracidad des-
medida de su reclamo de más tiempo en reemplazo del
que dilapidaba. Pero si yo trataba de indicarle esta des-
trucción del tiempo en medio de una sesión, mientras dis-
frutaba burlándose de mí, de inmediato reaccionaba con
ira. Retrospectivamente, comprendí que había interpre-
tado de modo prematuro los aspectos defensivos de sus
burlas placientes: después de todo, yo había tratado de
ayudarlo a tomar conciencia de su placer sádieo, y en ese

352
momento, en el que él se atrevía a actuarlo, yo interpre-
taba que la función de ese placer era destruir el tiempo
en las sesiones. Cuando yo me limitaba a acompañarlo en
su conducta, describiendo lo que hacía sin señalar sus con-
secuencias destructivas, el paciente adoptaba una actitud
infantil, peyorativa pero tolerante hacia mí; no obstante,
al final de la sesión parecía inevitable su amarga decep-
ción por sentirse expulsado. Durante las sesiones demos-
traba una amigabilidad que me impresionaba como arti-
ficial pero tendía a inducir temporariamente en mí una
seudocordialidad respecto de él.
Intenté interpretar esa relación seudoamistosa conmi-
go como representante de un observador tolerante que, sin
embargo, no movía un dedo para sacarlo a él de su situa-
ción difícil. Mientras yo exploraba, durante un cierto tiem-
po, las consecuencias de la escenificación de esta relación
objetal en la transferencia, gradualmente surgió que se
trataba de la relación con el padre. De hecho, el paciente
me provocaba a que actuara de modo sumiso para evitar
conflictos, como su padre lo había hecho en el pasado.
Pero el señor X también renegaba con ira de que lo que
ocurría en la sesión tuviera algo que ver con su pasado.
Sin embargo, basándome en su experiencia temprana, yo
seguí convencido de que eso era exactamente lo que esta-
ba sucediendo, y de que su desvalorización iracunda de
mi interpretación reflejaba la destrucción envidiosa de lo
que recibía de mí. Con todo, me pareció que esa tolerancia
acrecentada al goce abierto con la conducta destructiva
en las sesiones respondía a un desenmascaramiento de la
agresión, que antes se presentaba disfrazada de indigna-
ción justa. Al mismo tiempo -pensé- el paciente estaba
todavía bajo el dominio de una agresión primitiva impor-
tante, no reconocida, actuada como destrucción envidiosa
de lo que recibía de mí.
Debo añadir que yo me reunía con los padres una vez

353
por año, junto con el paciente, para renegociar nuestro con-
trato básico. En el encuentro que tuvimos después de dos
años y medio de tratamiento, los padres me dijeron que
el paciente había cambiado de forma significativa, que sus
intensos ataques de ira y sus dificultades crónicas con
diversos miembros de la familia habían decrecido marca-
damente, y que ellos estaban contentos de que él estuviera
trabajando como músico, pudiera pagar parte de su tra-
ta.miento y, sobre todo, ya no intentara suicidarse.
He ofrecido este bosquejo para ilustrar la expresión de
la agresión primitiva en la transferencia, primero en for-
mas violentas de acting out, después en ataques directos
al terapeuta y a todo lo que proviniera de él en las sesio-
nes y, lo que es más importante, en el proceso mismo de
la comunicación, particularmente en los procesos de pen-
samiento del propio paciente. En términos estructurales,
esta relación involucraba la relación entre un sí-mismo
grandioso infiltrado de agresión y el aspecto despreciado
y desvalorizado del sí-mismo normal del paciente.
En el curso del tratamiento, la disociación inicial entre
la agresión violenta y la autoagresión, por una parte, y
la cordialidad superficial por la otra, se fueron superando
gradualmente. En las sesiones hubo una recuperación de
los aspectos cognitivos, afectivos, psicomotores y comuni-
cativos del afecto agresivo reflejado en el odio, con una
emergencia gradual de su calidad placiente, antes diso-
ciada. Mi trabajo consistió principalmente en interpretar
sus defensas contra la agresión, y las funciones de su
expresión directa en el contexto de la profundización gra-
dual en la transferencia de las relaciones objetales primi-
tivas. La destructividad gozosa de los afectos agresivos
resulta sumamente difícil de tolerar e integrar; es preciso
elaborarla gradualmente para producir el predominio de
las relaciones ambivalentes de las etapas ulteriores del
desarrollo.

354
14. LAS TRANSFERENCIAS PSICOPÁTICA,
PARANOIDE Y DEPRESIVA

La patología del superyó que con tanta frecuencia se


encuentra en los pacientes límite se convierte en una
cuestión importante en la estrategia de su tratamiento,
particularmente en el trato con las transferencias que se
despliegan como resultado y expresión de esa patología.

LAS TRANSFERENCIAS PSICOPÁTICAS

En el tratamiento de los pacientes límite tiene una


alta prioridad descubrir el engaño consciente, deliberado,
en la comunicación con el terapeuta, que puede llevar a
éste a extraviarse en la evaluación del estado emocional
y la realidad del paciente. Este engaño puede asumir la
forma de supresión de información, mentiras abiertas o
conductas manipulativas, destinadas a desorientar al
terapeuta o explotarlo de algún modo.
Sorprende lo difícil que le resulta al terapeuta reco-
nocer para sí que lo están tratando con engaños y decír-
selo al paciente. Lo típico es que un paciente con conduc-
tas engañosas también proyecte tales tendencias sobre el
terapeuta. De hecho, la convicción del paciente de que el

355
terapeuta es deshonesto constituye el aspecto más salien-
te de la transferencia en muchos de estos casos; además,
cuanto más deshonesto es el paciente, más deshonesto
cree que es el terapeuta. En algunos casos, la comunica-
ción verbal está viciada a tal punto que resulta una paro-
dia burlona de la comunicación psicoterapéutica común.
He acuñado la expresión "transferencia psicopática"
para designar los períodos del tratamiento en los que pre-
valecen el engaño y su proyección. A mi juicio, es esencial
explorar esas transferencias muy detalladamente y resol-
verlas con la interpretación antes de abordar otro mate-
rial. Al psicoanalista acostumbrado al tratamiento psi-
coanalítico o a la psicoterapia psicoanalítica comunes,
quizá le parezca que esto amenaza el carácter abierto del
proceso terapéutico. Pero, en la práctica, estas transferen-
cias psicopáticas tienden a infiltrar y corromper todo ese
proceso, y son una causa principal de los estancamientos
y el fracaso. La psicoterapia exige una comunicación direc-
ta y completa entre paciente y terapeuta, y por esta razón
técnica y no por razones "morales", para abrir el campo
de la comunicación, el terapeuta tiene que abordar la reso-
lución de esas transferencias psicopáticas.
La relación entre la conducta antisocial del paciente
y el predominio de la transferencia psicopática es comple-
ja. No existe ninguna correlación estricta entre tal con-
ducta y dichas transferencias. De hecho, un pequeño gru-
po de pacientes que presentan conducta antisocial por
sentimiento inconsciente de culpa pueden no tener en
absoluto una organización límite de la personalidad, sino
una organización neurótica; no desarrollan transferencias
psicopáticas y son perfectamente tratables con un
psicoanálisis convencional.
Un aspecto central del enfoque terapéutico de las
transferencias psicopáticas consiste en enfrentar al
paciente, con tacto pero de modo directo, con el hecho de

356
que engaña. Esa confrontación puede llevarlo de inmedia-
to a un ataque colérico; quizás acusará al analista de agre-
sión o deshonestidad. Por medio de la identificación pro-
yectiva y el control omnipotente, es posible que provoque
inconscientemente al terapeuta a comportarse de modo
engañoso. o deshonesto, o por lo menos con una falta de
coherencia que él pueda interpretar como deshonestidad.
En muchos casos, los pacientes tienen conflictos
intrapsíquicos entre un deseo de deshonestidad y una
corrupción de ese deseo en otra parte de ellos mismos, que
por lo general refleja una identificación inconsciente con
una imagen parental percibida como profundamente inco-
herente o deshonesta. En los pacientes con trastorno nar-
cisista de la personalidad, la escenificación de un sí-mis-
mo patológicamente grandioso, con infiltraciones sádicas,
que actúa contra la parte sana, dependiente, de ese sí-
mismo, constituye una dinámica que subtiende con fre-
cuencia las transferencias psicopáticas.
En algunos pacientes hay una tendencia a mentir per-
sistente, testaruda y sorda, que desafía los esfuerzos del
terapeuta tendientes a explorar las razones de esa men-
dacidad. Otros insisten, durante un lapso considerable,
en que no hablarán de ciertas cuestiones en la terapia.
Esta franqueza permite que durante un período prolon-
gado se analicen las razones de ese temor y esa descon-
fianza.
En algunos casos, un tanto diferentes pero relaciona-
dos con los anteriores, la comunicación parece abierta, sal-
vo en cuanto a que el paciente trata a todo el mundo con
completa insensibilidad y falta de consideración, espera
que el terapeuta lo trate a él del mismo modo y actúa
como si fuera absolutamente imposible que dos personas
establezcan entre ellas un compromiso honesto. El pacien-
te parte de la base de que cualquier intimidad o compro-
miso es mendaz, y que el terapeuta, al fingirse interesado

357
con independencia de los beneficios económicos, los resul-
tados científicos o el prestigio que pueda obtener, en rea-
lidad es deshonesto. Esto puede ser una dinámica incons-
ciente o bien un miedo experimentado conscientemente.
Lo que estos casos tienen en común es una corrupción
generalizada de la intimidad, la dependencia, el compro-
miso emocional y el amor de los seres humanos corrientes.
Lo típico es que, después de la exploración de los orígenes
de esas transferencias psicopáticas y sus efectos en la
relación terapéutica, ellas tiendan a convertirse, al cabo
de un cierto lapso, en una disposición transferencia! dife-
rente. El paciente va comprendiendo poco a poco que para
que avance el trabajo psicoterapéutico puede ser necesaria
una completa apertura, aunque esto lo exponga al posible
rechazo, la crítica y a lo que él considera el ataque del
analista. El paciente que proyecta sobre el analista su pro-
pia mendacidad, de modo gradual o súbito transforma la
transferencia psicopática en una transferencia paranoide.
El paciente que trata a las otras personas como "objetos",
típicamente teme que, si no se mantiene a una distancia
protectora respecto del analista, pondrá en peligro su
seguridad. Cree que el terapeuta lo odia por esta actitud,
pero que, si la abandona, será él el tratado como "objeto"
indefenso.

Ejemplos clínicos

El joven T, de diecinueve años, que había abandonado


la escuela media, fue llevado al consultorio por el padre,
un hombre de negocios que amenazó con retirarle todo su
apoyo y dejarlo librado a sí mismo a menos que iniciara
un.tratamiento. T había presentado una conducta violenta
y rebelde desde el comienzo de la adolescencia; lo habían
expulsado de diversas escuelas por sus actitudes agresivas

358
y de confrontación con profesores y compañeros por igual,
y había abusado del alcohol, la marihuana y otras drogas
en los últimos años, además de tener problemas con la ley
por vender droga en su escuela media local. Era sexual-
mente promiscuo, pero también tendía a establecer rela-
ciones infantiles, dependientes, con algunas chicas que
lograban manipular de un modo sorprendentemente efi-
caz a este individuo en otros sentidos autoasertivo.
El hermano y la hermana mayores del paciente eran
profesionales con matrimonios exitosos, y sólo tenían con
los padres una relación distante. Estaban de acuerdo en
que éstos eran extremadamente dominantes y sin embar-
go indiferentes a los hijos. Los dos hermanos criticaban
el empeño abrumador del padre por controlar al paciente,
así como la actitud básicamente desapegada de la madre.
En las entrevistas conjuntas con los padres y el paci-ente,
resultaron evidentes la sensación del padre de que debía
tener un control absoluto y el deseo de la madre de que
no la molestaran. Una y otro sólo coincidían en el propó-
sito de evitar que el hijo menor tuviera más problemas
con la ley y de ayudarlo a convertirse en un cuidadano
independiente y responsable.
En el curso de su evaluación psiquiátrica, T reveló una
personalidad narcisista que funcionaba en un nivel límite
manifiesto; agresión yo-sintónica expresada en acciones
dominantes, violentas, confrontativas; conducta antisocial
representada por la mendacidad y la manipulación en la
escuela y el hogar; una postura paranoide en relación con
todos los "ajenos" (es decir, quienes no formaban parte de
un pequeño grupo de pares involucrados conjuntamente
en la venta de drogas), y una dependencia parasitaria res-
pecto de los padres pudientes. En síntesis, presentaba las
características típicas del síndrome del narcisismo ma-
ligno.
En su psicoterapia psicoanalítica de tres sesiones por

359
semana conmigo (tratamiento que aceptó bajo la presión
de los padres y para no perder el sostén económico que
le brindaban), al principio se presentó con una afabilidad
que me impresionaba como falsa, como una tendencia a
llenar las sesiones con información trivial sobre su vida
cotidiana, y un vacío total respecto de las relaciones con
sus amigos varones y mujeres. Dejé en claro con los
padres y también con él que, aunque estaba dispuesto a
intentar esa psicoterapia, en vista de la falta de motiva-
ciórl de T y la naturaleza de sus dificultades, por el
momento yo no tenía la certidumbre de que podría ayu-
darlo; si llegaba a la conclusión de que el tratamiento no
era viable, se lo diría a ellos, y podrían contar con mi con-
sejo en cuanto a una terapia alternativa.
Después de varias semanas de sesiones inconexas le
hice conocer al paciente mi impresión de que suprimía
conscientemente los aspectos más importantes de su vida
cotidiana. T lo negó con indignación y me acusó de tener
una actitud de "policía", análoga a la del padre. Exploré
con él su fantasía de que mi trabajo era extraerle la ver-
dad y entregarlo a la ira del padre. Me dijo desafiante que
si yo llegaba a conocer su conducta delictiva, probable-
mente lo denunciaría a los padres e incluso a las autori-
dades. Le respondí que si veía que se estaba dañando a
sí mismo o dañando a otros, por cierto tomaría las medi-
das adecuadas de protección, pero sólo y cuando surgiera
en las sesiones que él era incapaz de controlar esas con-
ductas por sí mismo. Agregué que, en todo caso, siempre
le haría conocer mis pensamientos y lo que tenía la inten-
ción de hacer.
Esto llevó a que T declarara triunfalmente que me
había desenmascarado como aliado del padre. Siguió una
serie de discusiones en las que traté de aclarar varios pun-
tos. Subrayé que mi objetivo era ayudarlo a comprender
la naturaleza de sus dificultades y -esperabn- a lograr

360
modos eficaces de perseguir sus propias metas de vida: T
había dicho que quería ir a la universidad y tener relacio-
nes más satisfactorias con las chicas. Al mismo tiempo,
continué, siempre podría aceptar o rechazar mis palabras,
al punto de que, aunque los padres aparentemente lo habí-
an obligado a tratarse, él podía interrumpir la terapia en
el momento que quisiera. También le observé que tendía
automáticamente a atribuirme muchos de los juicios y las
actitudes del padre, sin ninguna base en la realidad.
El paciente me interrumpió colérico y a los gritos, por-
que sin duda pensaba que yo mentía al diferenciar su rela-
ción conmigo de su relación con el padre. Indagué si real-
mente consideraba que yo estaba mintiendo, y no vaciló en
contestarme que sí. Dije que le creía, y que teníamos que
examinar las razones que yo podía tener para mentirle,
tema en el que al principio no estaba dispuesto a entrar.
Cuando T me desafió a que admitiera que le estaba
mintiendo le respondí que no era así, pero que sólo tenía
mi palabra y evidentemente no podía confiar en ella. Le
recordé que, a mi juicio, no estaba hablando de los aspec-
tos más importantes de su vida, de modo que mentía por
omisión; él observó que cada uno de nosotros estaba per-
suadido de que el otro lo engañaba. Entonces le señalé que
yo podía comprender que me mintiera, debido a que des-
confiaba de mí, pero ¿por qué tendría que mentirle yo a
él? ¿Qué ganaba yo con ello?
El paciente sonrió como si hubiera ganado una batalla,
dando a entender que los dos éramos fulleros; me pareció
que ya no se sentía amenazado por lo que él veía como mi
actitud de "procurador de distrito". De una manera mucho
más distendida me dijo que todo el mundo mentía, y que
la gente mentía más cuando estaba más cerca de alguien
con poder sobre ella. Incluso el padre les mentía sin nin-
guna vergüenza a comerciantes más poderosos que él o
a su esposa (la madre del paciente), para ocultar sus esca-

361
padas sexuales. Yo tenía la misión de someter al paciente
a los designios del padre, que era quien me pagaba.
En las semanas que siguieron nos concentramos en
mis motivos para ser su psiquiatra, en la idea que T tenía
de mí como un agente totalmente corrupto del padre y en
la consiguiente imposibilidad de que obtuviera un beneficio
real del tratamiento. Una y otra vez calculó el tiempo de
él y el dinero del padre que se estaban dilapidando en ese
tratamiento impuesto. Le comuniqué mi sensación de que
era más honesto al expresar su desconfianza y el hecho de
que me desvalorizara; le observé que sin duda tenía que
sentirse constantemente tenso y en guardia al tratar con
subalternos controlados (así me veía a mí) o con fulleros
más poderosos que él mismo (como veía a los otros). Tam-
bién me pregunté cómo sería posible obtener alguna satis-
facción en la relación con una mujer, más allá de las pura-
mente sexuales, si todo el mundo era fullero; añadí que no
me sorprendía que (según él había dicho en su evaluación)
no pudiera hacer durar ningún noviazgo. Por otra parte,
si no había ciencia ni profesión honestas y la universidad
no era más que una vía de acceso al poder, su renuencia
a estudiar resultaba perfectamente natural.
Poco tiempo después, T llegó a una sesión inequívo-
camente drogado. Se reía sin motivo, estaba eufórico y
somnoliento; me dijo que se sentía maravillosamente y
que le resultaba mucho más fácil soportar lo que deno-
minó "esta farsa" mientras estaba high. Le señalé que
parecía tener menos miedo de reconocer ante mí que con-
sumía drogas y la pérdida de control sobre su vida coti-
diana en relación con el abuso de drogas; pregunté si aca-
so había venido en auto. Me aseguró que en esas
condiciones nunca manejaba; mi pregunta había sido
estúpida. Después, como se quedaba dormido, sugerí que
pusiéramos fin a esa sesión, porque así no era posible
continuar trabajando.

362
En la sesión siguiente exploré con él su creciente aper-
tura por medio de la acción, lo que implicaba que me
temía menos pero, al mismo tiempo, que me suponía más
bien tonto por tolerar su conducta. En efecto, el paciente
confirmó que me tenía mucho menos miedo y que me con-
sideraba más bien estúpido, pero no realmente peligroso.
Le indiqué que, aunque fuera menor el miedo, seguramen-
te se habría intensificado su impresión de que el trata-
miento era inútil. Si yo ni siquiera era peligroso (es decir,
si no tenía el menor poder) y además estúpido, de mí no
cabía esperar nada. Si él realmente necesitaba ayuda, sus
esperanzas podrían estar evaporándose. T me explicó que
no se puede confiar en los poderosos, y que los débiles no
pueden ayudar, ¡pero que a fin de cuentas hay que hablar
con alguien! Sin darme tiempo a recuperarme de ese súbi-
to reconocimiento de una necesidad humana, me contó
que se sentía maltratado por su chica del momento, que
lo estaba reemplazando por uno de sus mejores amigos.
Por primera vez me proporcionó alguna información
sobre su mundo caótico de la pandilla informal de joven-
citos de su mismo nivel socioeconómico consagrados a una
vida cotidiana sin rumbo ni propósito. Le pude señalar lo
ingenuo que era respecto de la novia, al no darse cuenta
de que lo estaba explotando. Le expresé mi sorpresa por
el hecho de que, habiendo tantas chicas a su alrededor,
se hubiera enamorado de una tan claramente manipu-
ladora.
Se produjeron dos cambios al mismo tiempo. Por un
lado, empezó a hablarme abiertamente de su vida cotidia-
na, sus problemas en los estudios y con los padres; por
otra parte, se volvió muy exigente. Lo enojaba que lo hicie-
ra esperar y que no le dedicara un tiempo suficiente (se
negaba a salir a la hora estipulada), además de aducir
razones baladíes para que yo le cambiara los horarios de
las sesiones.

363
Le dije que me parecía que estaba poniendo a prueba
mi honestidad, mi confiabilidad y mi fuerza, y que ya no
me trataba como a un "tonto inocente", sino como a un
explotador potencial poderoso. El paciente confirmó que
pensaba que yo "me hacía el inocente" pero le había son-
sacado toda la información, y ello en mi propio beneficio,
no porque me interesara por él. Sentía que yo trataba
implacablemente de dominarlo, que él no me gustaba e
incluso lo odiaba, y que pisoteaba su sensibilidad en rela-
ción con el tiempo. Si él me necesitaba, yo iba a explotarlo.
La transferencia psicopática se había convertido en
una transferencia paranoide.

Una joven de veintisiete años, la señorita Q, había


sido derivada por su internista para el tratamiento de
angustia crónica y preocupaciones hipocondríacas. Ese
médico no sabía que la paciente trabajaba como call-girl
con una clientela selecta de clase alta y media-alta, cons-
tituida sobre todo por hombres de negocios.
En la infancia temprana de esta joven, el padre, un
alcohólico crónico, después de muchas aventuras extra-
maritales abandonó por completo a la madre de la seño-
rita Q. Desde entonces sólo había tenido contactos ocasio-
nales con la hija, y ni a él ni a ella les había interesado
verse durante la última década. En su niñez, la paciente ' l
L
siempre había tenido dificultades con la madre. Esta tra-
bajaba mucho para mantener a sus cuatro hijos, y se apo-
yaba cada vez más en la ayuda de la señorita Q, la mayor,
por lo cual ésta se sentía resentida. Después de que egresó
de la escuela media, los conflictos con la madre hicieron
que se fuera de la casa. Se mudó al otro extremo del país,
a Nueva York, donde tuvo varios empleos, incluso el de
modelo de revistas de sexo, y finalmente se estableció por
cuenta propia como prostituta.
Vivía en lo que describió como un departamento más

364
bien elegante, y pasaba sola la mayor parte del tiempo,
con gran desconfianza de que otras mujeres la explotaran
o traicionaran. Poco después de llegar a la ciudad había
quedado embarazada; decidió tener la criatura (una niña)
y la crió hasta que le pareció que obstaculizaba su trabajo.
La hijita tenía entonces 5 años; la señorita Q la dejó a car-
go de parientes de otra ciudad, a los que enviaba regular-
mente dinero para los gastos. Visitaba a menudo a la
niña, que ya había cumplido 9 años. El amor que la
paciente tenía por la hija parecía sincero y coherente; esa
niña parecía la única persona de su vida que le importaba
y de la ql.le se sentía responsable. Ya hacía años que había
interrumpido todo contacto con la madre, las hermanas
y el hermano; como relaciones significativas para ella, sólo
parecían quedarle las que mantenía con algunos clientes.
Dos de ellos le habían propuesto establecer relaciones
estables y exclusivas, pero la paciente se había negado.
En términos clínicos, me daba la impresión de presen-
tar una combinación de características narcisistas e infan-
tiles. Era muy atractiva; vestía con elegancia y discreción.
Se enorgullecía de haber adquirido, a lo largo de los años,
gustos y maneras que le permitían acompañar a los hom-
bres en fiestas y funciones oficiales, sin avergonzarlos ni
avergonzarse. Al mismo tiempo me impresionaba como
fría y distante; en su conducta había algo casi asexual.
Aunque por su modo de ganarse la vida pensé en posibles
tendencias antisociales, conmigo parecía notablemente
franca y sincera-hasta donde yo podía decirlo- en cuan-
to a su vida y sus actividades.
Insistía en que su relación con los clientes era comer-
cial y no explotativa. Parecía orgullosa de que todas estas
interacciones se basaran en el dinero, y de que todo el
mundo obtuviera exactamente lo que pagaba. Tenía una
historia de conducta sexual promiscua desde el principio
de la adolescencia, en el contexto de agrias disputas con

365
la madre, que trataba desesperadamente de controlarla.
Ninguna otra información indicaba que fuera deshonesta
o mendaz. Temía volverse adicta a la medicación ansio-
lítica y deseaba el tratamiento psicológico porque le ha-
bían dicho que probablemente sus síntomas eran de ori-
gen psíquico.
La motivación para tratarse parecía adecuada, pero
presentaba una notable falta de introspección emocional,
y las observaciones sobre ella misma y las personas que
habían sido importantes en su vida eran tan concretas
que al principio desafiaban mis esfuerzos destinados a
obtener una mayor comprensión de sus conflictos incons-
cientes presentes. Su cordialidad superficial enmascaraba
un distanciamiento subyacente que, al principio, me hacía
difícil tolerar las sesiones. Decidí atenderla en psicotera-
pia psicoanalítica dos veces por semana, dejando para
más adelante mi dilema ético (por recibir como pago dine-
ro proveniente de la prostitución). Después de varios
meses de psicoterapia, debido a su estructura de perso-
nalidad marcadamente narcisista y a que no existían con-
traindicaciones para el tratamiento psicoanalítico, decidí
emprender un psicoanálisis propiamente dicho, de cuatro
sesiones por semana.
Al cabo de varios meses, el tema dominante en las
sesiones pasó a ser el esfuerzo de la paciente por satis-
facer a dos clientes que, según ella lo veía, estaban exi-
giéndole demasiado. Tuve la impresión de que estos hom-
bres se sentían atraídos por la actitud abierta, concreta
y al mismo tiempo muy distante de la joven, sumada a su
accesibilidad sexual.
Mis primeros intentos de interpretar el hecho de que
la señorita Q hiciera "desfilar" ante mí a sus hombres
como afirmación de su independencia y protección contra
el compromiso emocional conmigo, no me llevaron a nin-
gún lado. No pude detectar ningún desarrollo e:o. la trans-

366
ferencia, salvo su sistemática inaccesibilidad emocional.
Sin embargo, en cierto momento me sorprendió al comen-
tar que poco antes le había dicho a uno de sus clientes que
realmente lo amaba y que él era el único hombre de su
vida, pero unos días después le repitió lo mismo a otro.
Por primera vez advertí que mentía, y expresé mi sor-
presa. Respondió que no había mentido en absoluto, que
en ambos casos pensaba lo que había dicho. Afirmó que
era totalmente honesta, y que si esos hombres sacaban la
conclusión de que el amor de ella sería eterno, el problema
era de ellos.
Lo dijo todo de un modo muy natural, sin ningún
intento obvio de provocar, de modo que me resultó difícil
responder sin parecer moralista. Le pregunté si no creía
que, en las relaciones entre hombres y mujeres, podían
desplegarse algunos sentimientos más estables, y si no
podía suponerse que una afirmación como "Eres el único
hombre de mi vida" tenía el sentido de un compromiso.
La señorita Q sonrió de modo despectivo y observó que eso
ocurría sin duda en el cine, pero no en la vida real. Agregó
que creía que todas las relaciones no eran más que tran-
sacciones comerciales, lo cual para ella estaba muy bien.
En las semanas siguientes traté de señalarle la natu-
raleza defensiva de su renegación de las relaciones emo-
cionales; le puntualicé la contradicción entre lo que me
decía y su compromiso con la hija. La señorita Q habló
entonces de la promiscuidad sexual de los hombres, de su
incapacidad para mantener cualquier relación, lo que la
hizo pasar directamente de los clientes del momento al
recuerdo de su padre. En ese contexto, insistió en que no
estaba enojada ni resei;ltida con el padre, en que no sentía
nada en absoluto respecto de él y en que disfrutaba por
igual con la compañía de los dos hombres que intentaban
profundizar su relación con ella. Siguió diciendo que, des-
de luego, esos dos hombres eran casados y sólo trataban

367
de enriquecer sus vidas con una amante paga en otra ciu-
dad. Pero por fortuna ella no era una de esas mujeres
estúpidas que necesitan mezclar el sexo con la protección,
y podía conservar su claridad mental y evitar caer en
trampas emocionales.
Entonces introduje el tema de su frialdad y distancia
en las sesiones. Le señalé que me trataba como si el nues-
tro fuera uno más de sus acuerdos comerciales: me pagaba
con la esperanza de que yo satisfaría su necesidad de
librarse de sus síntomas, mientras se vigilaba para no
quedar atrapada en una relación emocional que, por algu-
na razón, ella consideraba peligrosa. La señorita Q res-
pondió que desde luego que se trataba de una transacción
comercial; apreciaba mi actitud objetiva, de hombre de
negocios, y además no dudaba de que, en otras circuns-
tancias, no tendría ninguna dificultad en seducirme
sexualmente.
Le pregunté qué quería decir, y me aclaró que, a pesar
de mi discurso sobre el compromiso emocional, podría lle-
varme a la cama; sabía que estaba casado, pero tenía la
convicción de que no era distinto de los otros hombres.
Agregó que sabía, o más bien suponía, que no me acos-
taría con ella mientras fuera mi paciente, porque no que-
ría poner en peligro mi reputación profesional. Pero si nos
encontráramos en cierto elegante hotel de la ciudad, esta-
ba totalmente segura de que tendría éxito.
Le propuse que exploráramos lo que implicaba ese éxi-
to fantaseado: ¿qué significaría que yo, sin conocerla,
sucumbiera a la tentación y me acostara con ella en ese
encuentro? Primero se negó a profundizar esta cuestión,
por considerarla un "juego mental" ridículo. Agregó que
saber que podía seducir al hombre que quisiera, incluso
a mí, le procuraba una sensación de poder. Pero la idea
de que yo pudiera ser seducido también le desagradaba.
Mientras desarrollaba sus fantasías de lo que esto impli-

368
caba respecto de mí, por primera vez en el tratamiento se
enojó y se sintió perturbada.
Estaba enojada por mi imaginaria infidelidad a mi
esposa y porque, implícitamente, destruiría la confianza
que tenía ella, la paciente, en que yo era "diferente". Se
corrigió, diciendo que esto resultaba absurdo porque, en
la situación presupuesta, yo sólo sería un desconocido,
pero de todas maneras estaba incómoda. Le hice conocer
mi impresión de ese momento: ella moralizaba (acostarme
con cualquier mujer que no fuera mi esposa me conver-
tiría en una persona indigna, deshonesta) y al mismo
tiempo temía confesarse y confesarme que había desarro-
llado una imagen ideal de mí como hombre que no tendría
sexo como parte de una transacción comercial, sino sólo
comprometiéndose en una relación amorosa. Añadí que
su indiferencia y distanciamiento habituales la protegían
de la actitud moralista respecto del sexo y de una espe-
ranza secreta de integración del sexo y el amor; en su
mente, trataba de pintarme como un robot, para no odiar-
me por inmoral ni amarme como a un hombre ideal para
el que el sexo no era sólo compra y venta.
En las semanas siguientes hubo desarrollos simultá-
neos o en rápida alternancia. La paciente se sentía moles-
ta porque la hubiera llamado moralista, y dijo que, por el
contrario, ella siempre había sospechado que yo era mora-
lista y la criticaba por ser una call girl. Finalmente resul-
tó claro que mi supuesta actitud moralista reflejaba la
proyección en la transferencia de su madre "puritana",
culpabilizadora. Dijo también que desde luego yo coincidía
con la pretensión de que está muy bien que los hombres
se acuesten con muchas mujeres, pero sin duda no tole-
raría que mi propia esposa tuviera relaciones sexuales con
otros. También estaba enojada conmigo porque sentía que
yo la manipulaba y la controlaba. Se preguntó si yo no
habría explorado esos temas porque quería involucrarla

369
emocionalmente conmigo, como una "forma enferma de
seducción sexual", y comparó mi presunta conducta con
la frontalidad de los dos hombres con los que estaba
ligada.
La señorita Q ilustra la transformación de un distan-
ciamiento y una falta de compromiso en la transferencia,
en una transferencia transitoriamente psicopática ("cada
uno trata de sacarle al otro lo más que pueda, y los sen-
timientos no cuentan"). Al analizar la transferencia psi-
copática, surgieron transferencias paranoides en el con-
texto de su odio al padre traidor y promiscuo, y de su
identificación inconsciente con una madre prohibidora,
resentida, moralista, a continuación proyectada sobre mí.
En una etapa ulterior del tratamiento de la señorita
Q aparecieron procesos de duelo por la pérdida de una
relación potencialmente buena con un hombre a fines de
su adolescencia, junto con una intensa gratitud a mí, mez-
clada con resentimiento por mi relación con mi esposa y
envidia a ésta, desarrollos que no hemos de examinar
aquí.
En este caso la paciente suponía que todo compromiso
o intimidad son engañosos, y que el terapeuta era des-
honesto al fingirse interesado. Se podría sostener que
ésta era una transferencia narcisista común, y no psico-
pática. Pero era psicopática por el carácter difuso y gene-
ralizado de la convicción de que todas las transacciones
humanas son "comerciales" y ningún compromiso es
duradero. Sin embargo, es cierto que, en contraste con T, l
la señorita Q no me engañó nunca en sus interacciones 1
conmigo. l
En general, los pacientes con patología caracterológica
narcisista grave pueden poner de manifiesto otro tipo de
transferencia, además de la psicopática, que yo denomino
perversa. Este tipo de transferencia se caracteriza por una

370
animosa transformación del amor en odio, de la confianza
en corrupción, y de todo lo que el paciente percibe como
bueno o potencialmente útil en el terapeuta, en algo malo
y perjudicial. La transferencia perversa contiene elemen-
tos libidinales y agresivos; el amor ha sido corrompido por
el odio. En contraste, en la transferencia psicopática la
deshonestidad y el engaño son una defensa esencial con-
tra la irrupción de una transferencia paranoide, y hay
menos placer intrínseco ligado a la destructividad.
Tanto las transferencias psicopáticas como las perver-
sas tienden a convertirse en transferencias paranoides en
el curso de su resolución analítica. Si bien las transferen-
cias narcisistas en general también se convierten en
transferencias paranoides, los desarrollos transferenciales
de muchos pacientes narcisistas sin elementos antisocia-
les, agresión yo-sintónica o rasgos paranoides de la per-
sonalidad pueden pasar a ser directamente transferencias
depresivas durante la resolución de las resistencias nar-
cisistas (más adelante describiremos las transferencias
depresivas).
En términos de técnica, incluso con los pacientes en
los que no prevalece la transferencia psicopática, es útil
que el analista esté alerta cuando el paciente parece
suprimir información importante o vacila en examinar
una cuestión que ha surgido en la sesión. A veces el ana-
lista tiene la vaga sensación de que el paciente no le dice
todo lo que tiene en mente. No me refiero a las inhibicio-
nes comunes en el flujo de la asociación libre, a los silen-
cios prolongados ni a la suposición del analista de que el
paciente tiene una zona o un secreto específicos que es
renuente a sacar a luz. Hablo de la sostenida sensación
del analista de que se le están rehusando conscientemente
hechos importantes de la mente o la vida del paciente,
centralmente relacionados con la situación del trata-
miento.

371
Ante tales situaciones, me ha resultado útil hacerle
conocer al paciente mi sensación de que no es completa-
mente franco conmigo, sensación que a menudo se basa
en mis propios desarrollos prolongados en la contratrans-
ferencia. Quizá diga algo como lo siguiente: "Lucho con
la sensación de que usted no es completamente franco
conmigo, de que en las sesiones no habla de cuestiones
importantes. No puedo puntualizarlo con más precisión;
ni siquiera puedo decir si éste es un problema suyo o de
la experiencia que yo tengo de usted. ¿Qué piensa de
esto?".
En respuesta a tales comentarios exploratorios, algu-
nos pacientes buscan dentro de sí lo que podrían estar
ocultando sin tener plena conciencia de ello, mientras que
otros confirman que, en efecto, han retenido información,
y dan algunas de sus razones para hacerlo. En general,
los pacientes sin transferencias psicopáticas se preocupan
y alarman por la "desconfianza" que expresa el terapeuta,
mientras que los pacientes con transferencias psicopáticas
reales sencillamente descartan la inquietud del terapeuta,
le dicen que es un problema de él y siguen como de cos-
tumbre, o como si nada hubiera ocurrido.
En síntesis, la reacción del paciente a los comentarios
exploratorios del terapeuta sobre la posibilidad de que
haya engaño en la transferencia por lo general abre el
camino para explorar la cuestión. En el caso típico de un
paciente que, como T, confirma de modo desafiante que
engaña, es una posibilidad del terapeuta de explorar con
él lo que significa su convicción de que no puede ser
honesto en sus interacciones, y de qué modo ella destruye
la posibilidad de que obtenga comprensión y ayuda en el
tratamiento. La exploración de un mundo interno en el ,,
que el engaño y la desconfianza son la regla y ser honesto ,\

equivale a condenarse a la destrucción, nos recuerda a


1984, de George Orwell. Ese es el mundo inten10 que hay
;~
J
:¡,.·

,1

372 :i·.'
que explorar; sus rasgos autodestructivos en la transfe-
rencia tienen que clarificarse e interpretarse, y se deben
enfrentar las consecuencias para la vida del paciente en
general.

LAS TRANSFERENCIAS PARANOIDES

Hay muchos pacientes con organización límite de la


personalidad cuyas transferencias predominantemente
negativas contienen fuertes elementos paranoides desde
el principio del tratamiento. Aunque los pacientes límite
muy paranoides quizá parezcan más difíciles de tratar
··, que los pacientes con transferencias psicopáticas de fun-
cionamiento más suave, en realidad es mucho más fácil
explorar las identificaciones proyectivas que reflejan rela-
ciones objetales primitivas internalizadas persecutorias
en las transferencias paranoides. Obviamente, los pacien-
tes con psicosis paranoides (no psicosis de transferencia,
sino estructuras psicóticas que malogran el tratamiento)
también presentan en la transferencia desarrollos para-
noides delirantes graves y a menudo no abordables
mediante el psicoanálisis. Cuando tales transferencias
paranoides son el resultado de transferencias psicopáticas
ya elaboradas, los elementos paranoides pueden ser par-
ticularmente poderosos y expresarse como distorsiones
graves de la relación terapéutica, que llegan incluso al
desarrollo de una psicosis de transferencia.
En estos casos puede ser útil la técnica que he descrito
en una obra anterior (1984) sobre el abordaje de la re-
gresión paranoide en la transferencia. Si el paciente dis-
torsiona gravemente la realidad de la conducta del tera-
peuta, éste le dice que, a su juicio, sus realidades son
completamente distintas e incompatibles. La confronta-
ción del paciente con esas realidades incompatibles repro-

373
d11cn 111 1-lituación de una persona "loca" y una persona
"normal" que tratan de comunicarse sin un testigo o árbi-
tro externo que aclare qué es lo real. La única alternativa
a la existencia de realidades verdaderamente incompati-
bles en ese momento sería que el terapeuta le mienta al
paciente; si el paciente quedara convencido, habría que
realizar una exploración adicional.
La interpretación para el paciente de lo que el tera-
peuta piensa que está detrás de la idea de que él es des-
honesto, puede conducir directamente a otros aspectos de
las transferencias psicopáticas y sus relaciones objetales
antecedentes en la vida temprana del paciente. En algu-
nos casos, el terapeuta tiene que examinar la regresión
paranoide del paciente en función de la activación de un
"núcleo psicótico" transferencia! (un área de la transferen-
cia en la que la prueba de realidad está perdida, y en la
situación de tratamiento prevalece una idea delirante ais-
lada pero estable acerca del terapeuta), precisando una
vez más en qué medida las transferencias psicopáticas
irresueltas (la suposición del paciente de que el terapeuta
miente) tendrán que explorarse más adelante.
Según mi experiencia, en el caso de una idea delirante
en la transferencia, el hecho de que el terapeuta comu-
nique su tolerancia a realidades incompatibles y examine
acabadamente lo que implica la relación entre paciente
y terapeuta en tales circunstancias puede llevar gradual-
mente a la resolución interpretativa del núcleo psicótico
y de la transferencia paranoide en sí. Lo típico es que las
transferencias predominantemente paranoides se carac-
tericen por una profunda agresión primitiva, en forma de
relaciones con objetos parciales internalizadas agresivas,
"purificadas" y escindidas de las representaciones idea-
lizadas que tiene el paciente del sí-mismo o del objeto.

374
Ejemplos clínicos

El señor R, un hombre de negocios de cerca de cin-


cuenta años, vino a la consulta porque era impotente con
mujeres de su propio medio socioeconómico y cultural,
aunque potente con prostitutas y mujeres de procedencia
socioeconómica inferior; temía ser homosexual y tenía pro-
blemas en sus relaciones en el trabajo. Este paciente tam-
bién bebía en exceso, sobre todo en relación con la angus-
tia que le suscitaba su funcionamiento sexual con las
mujeres. El padre, un hombre sádico en extremo, golpeaba
regularmente a sus hijos y, ajuicio del paciente, la madre
hipocondríaca, quejosa crónica y sumisa, nunca había
sabido protegerlos. Él mismo, segundo de cinco hermanos,
se veía como el blanco preferido de la agresión del padre
y de las bromas y el rechazo de su hermano mayor. La
evaluación diagnóstica reveló una personalidad grave-
mente paranoide, una organización límite de la persona-
lidad e impulsos homosexuales fuertes y reprimidos. Se
inició una psicoterapia psicoanalítica de tres sesiones por
semana.
En un momento del tratamiento, el señor R comentó
varias veces de modo vago que yo parecía hostil y que, al
recibirlo en el consultorio, siempre le comunicaba la sen-
sación de que me fastidiaba verlo. En contraste con esas
quejas vagas, un día me dijo, con intensa cólera y resen-
timiento, que yo había escupido en la acera al verlo a él
caminando al otro lado de la calle.
Le pregunté si estaba realmente convencido de que al
verlo escupí; me respondió iracundo que sabía lo que decía
y que yo no debía fingir que no era cierto. Cuando le pre-
gunté por qué habría de comportarme de esa manera, el
paciente dijo que no le interesaban mis motivaciones sino
sólo mi conducta, que era injusta y cruel. Antes habían
sido inútiles mi interpretaciones de que a él le parecía que

375
yo c ~ x¡H•ri11wnü1ba
displacer, desaprobación e incluso asco
en su presencia, porque se activaba en la transferencia
la relación con su padre sádico. Se limitó a responder eno-
jado que yo me sentía con derecho a maltratarlo del mis-
mo modo que lo había hecho su padre, y que esto también
ocurría con todos en la oficina. Esa vez se irritó mucho
cuando (más que con palabras, con mis gestos y el tono
de la voz) expresé mi sorpresa ante su suposición de que
había escupido al verlo. Me dijo que le costaba controlar
su impulso de golpearme y, por cierto, temí que realmente
llegara al ataque físico.
Puse énfasis en que su impresión era totalmente erró-
nea, que no lo había visto y que no recordaba ningún gesto
que pudiera interpretarse como que escupía en la acera.
Agregué que, a la luz de lo que le decía, él tendría que
decidir si le estaba mintiendo o diciéndole la verdad, pero
que yo sólo podía insistir en que ésa era mi convicción
absoluta y total.
El señor R pareció confundido por mi afirmación cate-
górica; aparentemente, lo aliviaron mi fuerte énfasis y mi
actitud, que no podía dejar de ver como un síntoma de
preocupación por él y como un intento sincero de comu-
nicarme. Al mismo tiempo trató de explicar la contradic-
ción entre su observación y lo que yo decía, aduciendo la
posibilidad de que yo no hubiera tenido una plena con-
ciencia de mi conducta en la calle y lo hubiera visto a él
sin darme cuenta.
Insistí en la incompatibilidad esencial de su modo y
el mío de ver la realidad. Le señalé que con esa acusación
culminaba un período de semanas de comentarios vagos
sobre mi conducta; a la luz de lo que atribuía haber hecho
en la calle, para mí uno de los dos estaba loco. O bien yo
había olvidado por completo mi conducta, o él interpre-
taba sistemáticamente lo que yo hacía en función de sus
convicciones, sin base en la realidad. Añadí que sus deseos

376
de golpearme y hacer una escena violenta no sólo expre-
saban ira por mi conducta sino también un intento de
crear en la realidad de nuestra interacción una lucha que
confirmaría su modo de ver y lo tranquilizaría contra la
conciencia de que lo que él veía como real era totalmente
incompatible con la realidad que veía yo.
El hecho de que me atribuyera una agresión que no
se atrevía a reconocer en sí mismo mientras intentaba
controlar mi conducta e inducir en mí la reacción agresiva
que temía y, de que, al mismo tiempo, tratara de contro-
larme como expresión del miedo a su propia agresión, ya
consciente, reflejaba una característica identificación pro-
yectiva. Pero, en lugar de interpretar el mecanismo,
subrayé la incompatibilidad de nuestras percepciones de
la realidad, destacando la existencia de un núcleo psicó-
tico, que le describí como una locura claramente presente
en la sesión, sin situarla en él o en mí.
La reacción del señor R fue dramática. Estalló en
lágrimas, me pidió que lo perdonara y manifestó que
experimentaba una intensa irrupción de amor por mí, y
que temía sus implicaciones homosexuales. Le dije que
comprendía que al expresar ese sentimiento él reconocía
que su percepción de la realidad había sido ilusoria; él
apreciaba que yo hubiera seguido a su lado sin dejarme
arrastrar a una pelea y, en ese contexto, me había cono-
cido como lo opuesto a su padre real, como el padre ideal,
cálido y generoso que siempre había anhelado. El señor
R reconoció esos sentimientos, y habló con más libertad
de su anhelo de una buena relación con un hombre pode-
roso.
No obstante, volví a su convicción de que yo había
escupido al verlo. Temí que se hubiera producido una ope-
ración de escisión, con _un cambio súbito en la transferen-
cia, como consecuencia de una disociación de la experien-
cia psicótica, más que de su resolución. El paciente se

377
1110Hl .n 'i 111 uy renuente a continuar examinando esa per-
cepción de mí como alguien que lo despreciaba. En las
sesiones siguientes, el señor R sentía que mis intentos de
volver a esa percepción significaban que lo estaba recha-
zando a él y a sus deseos de ser amado por mí. Finalmen-
te, después de elaborar ese miedo, pudo explorar sus fan-
tasías sobre los significados de lo que él suponía mi
desprecio. Resultó que, en contraste con mi interpretación
anterior de que desconfiaba de mí porque en la transfe-
rencia me veía como al padre, en realidad mi conducta
"loca", peyorativa, le recordaba la hipocresía de la madre,
que fingía amar a los hijos pero para evitar cualquier con-
frontación con el padre se abstenía de salir en defensa de
ellos. Había una transferencia general a una combinación
de imagen parental primitiva extremadamente sádica, y
un precursor del superyó.
Debo subrayar que la regresión paranoide grave es
potencialmente peligrosa y se tiene que tratar con extre-
ma delicadeza. El enfoque técnico que he descrito presen-
ta importantes limitaciones: sin duda, estaría contrain-
dicado en pacientes con pérdida general de la prueba de
realidad, es decir, con enfermedad psicótica activa. No
puedo subrayar lo bastante la importancia de un diagnós-
tico diferencial preciso entre personalidad paranoide y psi-
cosis paranoide, antes de decidir una psicoterapia psico-
analítica con un paciente significativamente paranoide.
Este enfoque técnico también me ha resultado útil al
intentar el tratamiento psicoterapéutico de los trastornos
antisociales de la personalidad. El síndrome del narcisis-
mo maligno está, a mi juicio, en los límites de lo que puede
abordarse con una psicoterapia psicoanalítica.
En términos generales, es importante evaluar la gra-
vedad de la agresión caracterológicamente integrada del
paciente, su control de los impulsos y la medida en que
subsistan algunos rasgos superyoicos como la·moralidad

378
común, todo lo cual incide en el riesgo de que haya acting
out peligroso de la conducta agresiva como parte de una
regresión paranoide. En el lado positivo, el diagnóstico
acertado y la resolución analítica de un núcleo psicótico
transferencia! y de la regresión paranoide grave en gene-
ral pueden tener consecuencias terapéuticas espectacu-
lares en términos de mejoría de la patología caracteroló-
gica severa.

También he aplicado la técnica de interpretación de las


"realidades incompatibles" en el tratamiento de pacientes
con fuertes rasgos masoquistas de la personalidad y trans-
ferencias sadomasoquistas relacionadas con ellos, como lo
ilustra el caso siguiente. La señorita S, una pintora de algo ·
menos de treinta años, consultó por depresión crónica y
dificultades en sus relaciones con los hombres y con ami-
gas íntimas, que al cabo de cierto tiempo se alejaban de
ella por razones oscuras para la paciente. Hasta el momen-
to no había podido establecer ninguna relación satisfacto-
ria y duradera con un hombre. Era hija única de padres
que disputaban continuamente. La madre fue adicta
durante toda su vida a una variedad de drogas, y sufría
depresiones severas y crisis emocionales en las que grita-
ba, regañaba al marido pasivo y dócil, y tiranizaba a la
hija. La paciente describió el caos de su vida temprana, su
miedo a la madre y breves lapsos de relaciones cálidas con
el padre, separados por largos intervalos en los que él no
parecía accesible para la hija, sobre todo debido a ausen-
cias prolongadas. Trabajaba en el extranjero, y tal vez tam-
bién evitaba a la familia y el hogar.
La evaluación diagnóstica de la señorita S reveló una
persona con una identidad yoica sólida y organización
neurótica de la personalidad, pero una patología grave con
predominio de rasgos sadomasoquistas y paranoides.
Recomendé un psicoanálisis, y la señorita S inició conmigo

379
un tratamiento de cuatro sesiones por semana. En el
segundo año comenzaron a dominar los rasgos sadoma-
soquistas en la relación transferencia!. Sobre todo cuando
la paciente se sentía comprendida y emocionalmente pró-
xima a mí, desarrollaba en las sesiones un miedo intenso
sin poder clarificar su fuente; a continuación y de pronto
me experimentaba como impaciente, dominante y contro-
lador.
A veces, en el transcurso de unos minutos, la atmós-
fera de la sesión pasaba de la comunicación distendida y
confiada de experiencias emocionales a una cólera y una
desconfianza intensas; cuando yo expresaba mi sorpresa
por ese cambio suscitaba aún más su ira, porque a su jui-
cio yo pretendía negar mi actitud impaciente y ruda. Los
temas en consideración variaban, pero la secuencia era
siempre la misma. El intento de aclarar qué era lo que en
mi actitud o mis palabras impresionaba a la paciente
como crítica, incomprensión o impaciencia, sólo conducía
a interminables rumias sobre la particular significación
de una palabra o una oración que yo había pronunciado,
y a esfuerzos de la señorita S tendientes a obtener de mí
la seguridad de que seguía pensando bien de ella, de que
me gustaba y no la criticaba. El abordaje analítico de
estas exigencias y esa súbita necesidad de reaseguramien-
to parecía no producir resultados.
En esos momentos mi hipótesis de trabajo era que la
señorita S temía profundizar sus sentimientos positivos
respecto de mí porque podrían tener implicaciones sexua-
les; sus sentimientos de culpa por fantasías edípicas posi-
tivas estaban determinando la activación de rasgos sado-
masoquistas en la transferencia. Pero el intento de
explorar el material siguiendo estos lineamientos no con-
ducía al éxito. La señorita S negaba experimentar senti-
mientos sexuales respecto de mí, y me acusaba de preten-
der lavarle el cerebro con mis teorías. Mi.entras se

380
sucedían estas secuencias -sesiones de exploración sose-
gada de sus sentimientos, seguidas de recriminaciones por
tratarla mal- su reacción colérica a mis supuestos desai-
res aumentaba de intensidad.
La señorita S empezó a imitarme, caricaturizando mi
voz y mis dichos, mientras me acusaba de burlarme de
ella. También aumentó su depresión. Se reprendía a sí
misma por ser indigna y despreciable, y me reprendía a
mí por ser sádico, insensible, rígido e indiferente.
Finalmente le dije que todos mis esfuerzos para hallar
las razones de que se sintiera maltratada por mí parecían
fracasar, y que teníamos que enfrentar el hecho de que ella
se sentía objeto de tres amenazas simultáneas. Primero,
sentía que yo la atacaba sin misericordia; segundo, ella se
atacaba a sí misma sin misericordia, al declararse carente
de valor y sentirse aún más deprimida, y tercero, en res-
puesta a lo que percibía como ataques míos, también me
atacaba violentamente, caricaturizándome y burlándose
de mis dichos y acusándome de ser un analista sin capa-
cidad e inconfidente. De ese modo también me estaba per-
diendo a mí como terapeuta potencialmente útil.
Le dije que ella misma se sentía bajo ese ataque triple,
en el que siempre aparecía una persona implacablemente
hostil, peyorativa y sádicamente fastidiosa, que a veces
estaba ubicada dentro de la paciente y me atacaba a mí,
en otros casos estaba en mí y la atacaba a ella, y constan-
temente desde dentro de ella la atacaba a ella misma. Le
observé que eso me recordaba la descripción que me había
dado de su relación con la madre en el pasado, y que, en
la relación conmigo, estaba escenificando esa misma rela-
ción, con frecuente intercambio de roles: ella sentía que
yo la trataba como la madre, o bien ella me daba a mí el
trato que había recibido de la madre, y casi constantemen-
te se trataba a sí misma como si la estuviera atácando la
madre que tenía dentro de ella.

381
La señorita S descartó irritada mis interpretaciones
como intentos de disimular mi propia conducta. Durante
meses fracasaron todos mis intentos de interpretar esta
pauta. Finalmente decidí enfrentar a la paciente con mi
convicción de que ninguna de las conductas agresivas que
me atribuía correspondía a la realidad. Le dije que estaba
convencido de que sus ideas eran totalmente irracionales
y desbordaban la realidad, al punto de que no continuaría
explorando todos los ejemplos que ella daba para demos-
trar mi mala conducta. Al mismo tiempo, subrayé que
creía en su convicción de que yo la maltrataba, de modo
que en nuestras sesiones encarábamos una situación de
realidades incompatibles.
La señorita S expresó su sorpresa por la estrechez y
rigidez de mi enfoque. Yo no me estaba comportando con
simpatía y comprensión, como ella creía que lo hacían los
psicoanalistas. Estuve de acuerdo en que la percepción
que tenía de mí difería tanto de la imagen de un terapeu-
ta comprensivo que era razonable que se preguntara si el
problema era suyo o acaso había aterrizado en el consul-
torio de un psiquiatra cerrado, rígido e incompetente.
La señorita S me acusó de inmediato de tratar de
desembarazarme de ella tratando de convencerla de que
debía poner fin al tratamiento. Le dije que me limitaba
a explorar la lógica de la situación, y no le estaba pidiendo
que diera por terminada la terapia; no obstante, había
una falta de coherencia en su disposición a prolongar una
relación terapéutica que según ella sólo la hacía sufrir y
sentirse peor. La señorita S estaba tan auténticamente
alarmada por la posibilidad de que yo diera por terminado
el tratamiento, que pudo reconocer la contradicción. Inter-
preté esta contradicción como su escenificación conmigo
de la relación con una madre mala: yo era una madre
terrible pero, en su fantasía, la alternativa era quedarse
completamente sola.

382
La señorita S empezó a explorar esta posibilidad de
modo cuidadoso; unas sesiones después de nuevo me acu-
só de tener una conducta ruda, dominante, impaciente e
insensible. De inmediato le señalé que volvíamos a estar
en un ámbito de realidades incompatibles, y esa vez mi
comentario la llevó a explorar más la relación aterradora
y caótica con la madre. En otras palabras, al enfrentarla
a la situación de realidades incompatibles la ayudé a
tomar conciencia de las distorsiones de las que me hacía
objeto en la regresión transferencia!; a continuación la
paciente pudo reanudar el trabajo analítico.
Se podría sostener que al disociarme por completo de
su distorsión transferencia! yo realizaba una especie de
"disuasión de la transferencia", lo inverso de la profun-
dización de la transferencia con el objeto de interpretarla;
en otras palabras, yo habría llevado a cabo una maniobra
de apoyo p.ara reducir la regresión transferencia!. Tam-
bién podría decirse que al oponer aguda y categóricamen-
te mi juicio al juicio de la paciente, negaba la posibilidad
de que yo mismo estuviera participando en el vínculo de
transferencia-contratransferencia, y ejerciendo un poder
arbitrario.
Respondería que traté de interpretar los determinan-
tes inconscientes de la transferencia a lo largo de los
muchos meses durante los cuales evolucionó esa regresión
transferencia!, y procuré analizar los problemas de la rea-
lidad que podrían haber gatillado o incluso justificado las
reacciones de la paciente en la transferencia. Y, desde lue-
go, en la actitud del terapeuta en torno a la cual cristaliza
la regresión transferencia} hay siempre algún elemento
de realidad. Sin embargo, en este caso esa exploración cui-
dadosa no había permitido resolver analíticamente la
regresión transferencia!, o separar la realidad de la fan-
tasía. En la medida en que no intentaba convencer a la
paciente de que yo estaba en lo cierto y ella se equivocaba,

383
sino que, por el contrario, subrayaba que lo cierto y lo
erróneo eran menos importantes que la existencia de rea-
lidades incompatibles, yo no pretendía simplemente redu-
cir la regresión transferencia} sino poner de relieve los
aspectos estructurales de la transferencia regresiva. En
circunstancias comunes, cuando el paciente es todavía
capaz de separar las fantasías transferenciales y la
realidad de la situación, el enfoque técnico que he descrito
no sería el necesario o el indicado.
Al enunciar de qué modo yo percibía la realidad, des-
pués de la insistencia de la señorita S en que yo trataba
de librarme de ella le pregunté si realmente creía que, de
ser ése el caso, yo no se lo diría directamente. La paciente,
después de reflexionar unos instantes, respondió que le
parecía que yo no tendría miedo de hacerle saber que no
deseaba seguir viéndola. El carácter directo de mi enun-
ciado la ayudó a ver que yo no temería decirle la verdad.
Este intercambio signó el despertar de la capacidad de la
señorita S para reconocer los aspectos contradictorios de
su conducta en las sesiones, y sus esfuerzos inconscientes
tendientes a mantener totalmente separadas mi represen-
tación persecutoria y mi representación idealista.
El examen de la verdad por el analista (incluso de la
verdad sobre la agresión) tiene una función de reasegu-
ramiento para el paciente, le da la seguridad de que en
la situación analítica se puede discutir todo sin correr peli-
gro. El resultado en el largo plazo de esta fase del análisis
de la señorita S fue su elaboración gradual de la trans-
ferencia materna condensada edípica-preedípica. La
pasada relación casi psicótica entre la madre y ella había
estado bloqueando (con identificaciones superyoicas pri-
mitivas), la exploración de conflictos edípicos más avan-
zados.
Desde un punto de vista técnico, es importante que
cuando el terapeuta subraye las realidades incompatibles

384
en la situación de tratamiento, no lo haga discutiendo con
el paciente, en un acting out contratransferencial que
resulte de transferencias sadomasoquistas graves, sino
desde una posición de neutralidad técnica -es decir, con
objetividad preocupada por el paciente-. Innecesario es
decir que si se ha producido un acting out contratransfe-
rencial como respuesta a esas transferencias regresivas,
el terapeuta debe reconocer su conducta, sin hacer cargar
al paciente con las fuentes más profundas de esa contra-
transferencia.

LAS TRANSFERENCIAS DEPRESIVAS

Las transferencias depresivas son las que indican la


capacidad del paciente para reconocer aspectos antes no
reconocidos, inaceptables, de sí mismo, en particular, los
aspectos no reconocidos de la agresión. La descripción que
da Jacobson (1964) de las capas del desarrollo del superyó
proporciona una base teórica para comprender las rela-
ciones que existen entre los mecanismos psicopáticos
paranoide y depresivo. El supuesto de un desarrollo suce-
sivo de, primero, precursores agresivos, persecutorios,
antes de una segunda capa de precursores idealizados,
seguida por introyectos más realistas derivados del pe·
ríodo edípico, junto con el supuesto de la integración gra-
dual de estas capas, permite resumir los desarrollos pato-
lógicos del funcionamiento del superyó.
Cuando predomina una excesiva agresión primitiva,
debida a factores genéticos, constitucionales o ambientales
(vinculados a la relación temprana entre infante y cuida-
dor, o a una inmoderada patología familiar en los primeros
cinco años de vida), la capa agresiva del desarrollo del
superyó es tan dominante que, por proyección, puebla el
mundo temprano de la experiencia con figuras persecuto-

385
rimi. Este mundo persecutorio obstaculiza el establecimien-
to de los precursores idealizados del superyó. En lugar de
ello se erige un mundo de relaciones objetales predominan-
temente paranoides, que eventualmente se refleja en las
transferencias paranoides. La ausencia casi total de rela-
ciones ideales compensatorias puede conducir a una casi
total destrucción de las relaciones objetales internalizadas;
la investidura del sí-mismo con poder o, como desarrollo
secundario, la manipulación psicopática de las relaciones,
el "impulso paranoide a traicionar" descrito por Jacobson
(1971), son los únicos modos de sobrevivir. Los desarrollos
psicopáticos y las transferencias correspondientes, enton-
ces, constituyen la elaboración secundaria de una defensa
contra un mundo subyacente paranoide.
Si, en contraste, existen oportunidades suficientes
para que las relaciones idealizadas continúen permitiendo
establecer relaciones objetales idealizadas y persecutorias,
la autoidealización y la renegación narcisista de las nece-
sidades de dependencia pueden constituir un desarrollo
alternativo a los miedos paranoides. Estas condiciones lle-
van al dominio de defensas narcisistas como protección
contra tendencias paranoides subyacentes y, cuando el sí-
mismo patológico grandioso está infiltrado de agresión, al
desarrollo de perversiones. En los pacientes límite comu-
nes, los mecanismos de escisión facilitan la activación
alternativa, unas junto a otras, de transferencias ideali-
zadoras y paranoides.
No obstante, si los precursores idealizadores y los pre-
cursores persecutorios del superyó pueden integrarse y
morigerarse recíprocamente, es posible internalizar tam-
bién introyecciones superyoicas más realistas provenien-
tes del período edípico, lo cual conduce a la integración
normal del superyó edípico, con pleno desarrollo de la
capacidad para la autoevaluación y la autocrítica realis-
tas. Melanie Klein (1940, 1946) formuló por-primera vez

386
la dinámica de la conexión íntima que existe entre lo que
ella denominó mecanismos esquizo-paranoides y mecanis-
mos depresivos; el itinerario del desarrollo que propuso
y el hecho de que no prestara una consideración suficiente
a la estructuralización del superyó avanzado, son limita-
ciones de su enfoque, pero los mecanismos generales y las
relaciones que describió entre las transferencias paranoi-
de y depresiva tienen pertinencia en este contexto.
La reducción de los mecanismos proyectivos y de las
transferencias paranoides implica que el paciente va reco-
nociendo gradualmente las fuentes intrapsíquicas de su
propia agresión, y desarrolla, por primera vez, auténticas
experiencias de culpa, remordimiento, preocupación por
el terapeuta y angustia por la posibilidad de que no se
pueda reparar la relación. El paciente toma conciencia de
que sus ataques no se dirigían contra un terapeuta malo,
sádico, tiránico o deshonesto, sino contra el terapeuta bue-
no que trataba de ayu~arlo. Este desarrollo indica el
comienzo de la transferencia depresiva, característica de
las etapas avanzadas de la psicoterapia psicodinámica de
los pacientes límite, y también de cualquier etapa de tra-
tamiento psicoanalítico de pacientes con organización neu-
rótica de la personalidad; significa que se está alcanzando
un grado significativo de integración. Los pacientes
empiezan a ser capaces de reflexionar sobre los significa-
dos de su propia conducta y de integrar las imágenes
antes escindidas de terapeuta idealizado y persecutorio,
en el contexto del desarrollo de una visión integrada de
sus figuras parentales en función de los aspectos idea-
lizados y persecutorios de sus representaciones.
El problema más importante en esta etapa avanzada
del tratamiento puede ser que el terapeuta no advierta
el comienzo del cambio en el paciente. Una manifestación
temprana del potencial depresivo es la conducta más con-
siderada del paciente respecto de los otros, en un funcio-

387
namiento sublimatorio fuera de la situación de tratamien-
to. Una razón de que esa mejoría no se detecte es el desa-
rrollo de reacciones terapéuticas negativas como conse-
cuencia de un sentimiento de culpa inconsciente. Ésta es
una relación terapéutica negativa de un nivel superior a
la que se produce con personalidades narcisistas, en las
que por lo común refleja envidia inconsciente al terapeuta.
Los indicadores más dramáticos del predominio de las
transferencias depresivas en las etapas avanzadas del tra-
tamiento de los pacientes límite son la evidencia creciente
de la capacidad del paciente para empatizar con los esta-
dos afectivos del terapeuta -a veces al punto de desarro-
llar una siniestra capacidad para interpretar la conducta
de éste-; la preocupación por "mantener vivo" lo que se
aprende en la psicoterapia; la capacidad para el trabajo
independiente, fuera de las sesiones, con las cuestiones
desarrolladas en el tratamiento y las expresiones de
dependencia y amor al terapeuta, en lugar de una super-
ficial exhibición de cooperación "como si", destinada a
obtener gratificaciones.
Lo que he descrito es necesariamente esquemático y
simplificado. En el tratamiento de los pacientes límite hay
períodos de condensación caótica de transferencias pro-
venientes de muchas fuentes y niveles del desarrollo, de
modo que en una relación transferencia! pueden coexistir
o entremezclarse rasgos depresivos, paranoides y psico-
páticos. Tiene suma importancia que el terapeuta esté
orientado en cuanto al orden de prioridad en la explora-
ción de tales transferencias caóticas: yo he encontrado que
es sumamente útil escoger y resolver las transferencias
psicopáticas antes de concentrarse en los aspectos para-
noides del material, y después resolver los elementos
paranoides existentes, antes de examinar en profundidad
los desarrollos depresivos.

388
Parte V

La psicodinámica
de la perversión
1
15. LA RELACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN LÍMITE
DE LA PERSONALIDAD CON LAS PERVERSIONES

Son varios los caminos que me han llevado al estudio


de las perversiones. Primero, el tratamiento psicoanalítico
o psicoterapéutico de pacientes con organización límite de
la personalidad revela regularmente ciertos rasgos diná-
micos que permiten comprender sus fantasías y conductas
sexuales aparentemente caóticas, y esos mismos rasgos
se encuentran también en los conflictos inconscientes de
, , las perversiones. El segundo camino se desprende de mis
investigaciones sobre las relaciones amorosas patológicas,
y el tercero, de mis propuestas con respecto al síndrome
del narcisismo maligno.
Laplanche y Pontalis (1973, pág. 306) dan lo que me
parece una definición psicoanalítica elegante y breve de
la perversión:

Desviación respecto del acto sexual "normal", definido


como el coito con una persona del sexo opuesto dirigido al
logro del orgasmo por medio de la penetración genital.
Se dice que hay perversión cuando el orgasmo se alcan-
za con otros objetos sexuales (homosexualidad, paidofilia,
bestialidad, etcétera) o en otras regiones del cuerpo (coito
anal, etc.); cuando el orgasmo está subordinado absoluta-
mente a condiciones extrínsecas, que incluso pueden has-

391
tar por sí mismas para provocar placer sexual (fetichismo,
transvestismo, voyeurismo, exhibicionismo, sadomasoquis-
mo).
En un sentido más amplio, "perversión" connota toda
la conducta psicosexual que acompaña a esos medios atí-
picos para obtener placer sexual.

En los Estados Unidos existe actualmente la tenden-


cia a denominar "parafilia" a la desviación sexual o la per-
versión (esto es lo que ocurre en el DSM-III y el DSM-III-
R), pero yo prefiero el término psicoanalítico "perversión'',
para ampliar la exploración de este campo a la luz de los
aportes recientes de autores ingleses, franceses y cana-
dienses.
En las páginas que siguen, comparto la definición de j
Laplanche y Pontalis, con dos importantes modificaciones. ,.··.
Excluyo la homosexualidad, por razones que se verán en .
el curso de esta discusión, y limito la definición a las con-
ductas fijas, repetitivas y obligatorias, necesarias para
obtener gratificación sexual.
En una obra anterior (1975) he descrito cómo, en los
pacientes límite, la agresión patológicamente intensa, pre-
genital y en particular oral, tiende a proyectarse en las
figuras parentales, provocando una distorsión paranoide
de las imágenes parentales tempranas, en especial de la
madre. Como el niño proyecta impulsos predominante-
mente sádico-orales, pero también sádico-anales, la madre
es experimentada como potencialmente peligrosa; el odio
a la madre más tarde se convierte en odio a ambos padres,
porque el niño, en su fantasía, los experimenta como una
unidad. U na contaminación de la imagen del padre por
la agresión primariamente proyectada sobre la madre y
después desplazada hacia él, y el fracaso en la diferencia-
ción de ambos progenitores bajo la influencia de operacio-
nes de escisión producen tanto en los varones como en la~
niñas una peligrosa imagen de padre-madre, con el resul- .l

392
tado de que más tarde conciben todas las relaciones
sexuales como peligrosas e infiltradas de agresión. En un
intento de huir de la ira y los miedos orales se produce
un desarrollo prematuro de los impulsos genitales, pero
este esfuerzo a menudo aborta, debido a la· intensidad de
la agresión pregenital, que también contamina los impul-
sos genitales.
En estos pacientes límite es típico encontrar los rasgos
siguientes. Primero, hay un exceso de agresión en los con-
flictos edípicos, de modo que la imagen del rival edípico
adquiere características aterradoras, abrumadoramente
peligrosas y destructivas; hay también angustia de cas-
tración y envidia del pene en una forma groseramente
exagerada, y prohibiciones contra el sexo que tienen una
calidad salvaje, primitiva, puesta de manifiesto en ten-
dencias masoquistas graves.
Segundo, las idealizaciones del objeto amoroso hete-
rosexual en la relación edípica positiva, y del objeto amo-
roso homosexual en la relación edípica negativa, son tam-
bién exageradas y tienen marcadas funciones defensivas
contra la ira primitiva. Se observa entonces la idealización
irrealista y el anhelo de tales objetos amorosos, junto con
la posibilidad de un rápido derrumbe de esa idealización
y el pasaje rápido y total de la relación objeta! positiva a
otra negativa (o de una negativa a otra positiva). Como
consecuencia, las idealizaciones son al mismo tiempo frá-
giles y exageradas, con la complicación adicional, en la
patología caracterológica narcisista, de la fácil desvalori-
zación de los objetos idealizados y del repliegue total.
Tercero, la naturaleza irrealista del rival edípico ame-
nazante y del deseado e idealizado revela, en el análisis
cuidadoso, la existencia de imágenes condensadas de
padre-madre, de un tipo irreal, que reflejan la condensa-
ción de aspectos parciales de las relaciones con ambos pro-
genitores. Cada relación particular con un objeto parental

393
resulta ser reflejo de una historia evolutiva más compleja
que la que por lo común caracteriza a los pacientes neu-
róticos, en quienes los desarrollos transferenciales están
más estrechamente relacionados con las fijaciones realis-
tas en acontecimientos pasados.
Cuarto, los impulsos genitales de los pacientes con
conflictos predominantemente preedípicos cumplen impor-
tantes funciones pregenitales. Por ejemplo, el pene puede
adquirir las funciones simbólicas de la madre que nutre,
rehúsa o castiga, y la vagina puede funcionar como boca
hambrienta, nutricia o agresiva. Aunque muchos indivi-
duos neuróticos y con tipos más leves de patología carac-
terológica también presentan estas características, su
existencia combinada con una agresivización excesiva de
todas las funciones libidinales pregenitales es típica de los
pacientes con organización límite de la personalidad.
Quinto, lo típico es que en estos pacientes se observe
lo que podría denominarse una "edipización" prematura
de sus conflictos y relaciones preedípicos, un adelanto
defensivo en su desarrollo instintual, que se refleja clí-
nicamente en la edipización temprana de la transferen-
cia. El desplazamiento de los conflictos agresivo-orales
desde la madre al padre acrecienta la angustia de cas-
tración y la rivalidad edípica en los varones, y en las
niñas la envidia del pene y las distorsiones del carácter
relacionadas con ella. La desmesurada agresión prege-
nital de la niña a la madre refuerza las tendencias maso-
quistas en sus relaciones con los hombres, las prohibicio-
nes superyoicas contra la genitalidad en general y la
relación edípica negativa con la madre como idealización
defensiva y formación reactiva contra la agresión. La pro-
yección de los conflictos primitivos en torno a la agresión
sobre las relaciones sexuales entre los padres conduce a
fantasías aterradoras y distorsionantes de la escena pri-
maria, que pueden llegar a convertirse en odio a todo el

394
amor que ofrezcan los otros. En términos más generales,
el desplazamiento defensivo de los impulsos y conflictos
de un progenitor al otro alienta el desarrollo de combi-
naciones confusas y fantásticas de imágenes parentales
bisexuales, condensadas bajo la influencia de un parti-
cular impulso proyectado.
Está muy claro para mí que mis observaciones sobre
los pacientes límite se corresponden con la dinámica de
las perversiones tal como se la ha formulado en aportes
psicoanalíticos recientes a los que me refiero más adelan-
te. Por ejemplo, el refuerzo del complejo de Edipo negativo
en niños que están bajo la influencia de miedos edípicos
intensos a la madre, combinado con el desplazamiento de
la madre al padre de los conflictos preedípicos en torno
a la agresión (con la consecuente intensificación de la
angustia de castración), puede conducir a un tipo de
homosexualidad masculina en gran medida determinada
por factores preedípicos. El deseo inconsciente es some-
terse sexualmente al padre para obtener de él las grati-
ficaciones orales negadas por la madre peligrosa y frus-
trante. En estos casos de homosexualidad masculina
determinada por factores predominantemente orales, tan-
to el padre como la madre (y la heterosexualidad) son per-
cibidos como peligrosos, y la homosexualidad se utiliza
para la satisfacción sustitutiva de necesidades orales.
Mis observaciones sobre la dinámica de los pacientes
límite también armonizan con el foco que ponen Chasse-
guet-Smirgel (1970) y McDougall (1970) en los conflictos
preedípicos con la madre como codeterminantes de la per-
versión, y también con el énfasis de Stoller (1976, 1985)
en el rol central de la agresión en la excitación erótica.
Stoller subraya las raíces preedípicas de esta agresión.
Mis observaciones también concuerdan con la idea de
Meltzer (1977) de la confusión defensiva de las zonas
sexuales en la perversión, la infiltración agresiva de todas

395
las relaciones objetales en estos casos, y la naturaleza per-
versa de la transformación de las relaciones dependientes
en agresivamente destructivas. En un marco de referencia
distinto, los estudios de Person y Ovesey (Ovesey y Per-
son, 1973, 1976; Person y Ovesey, 1974a, 1974b, 1974c,
1978, 1984; Ovesey, 1983) sobre los rasgos dinámicos
comunes de los varones transexuales, transvestistas y
homosexuales que visten ropa de mujer, también revelan
conflictos de separación-individuación, perturbaciones en
la formación de la identidad y características estructura-
les límite.
El estudio de Anclré Lussier sobre el fetichismo, Les
déuiations du désir (1982), lo utiliza como paradigma
para el estudio general de la perversión. Enumera las
siguientes características de los pacientes fetichistas
varones: 1) tienen necesidad de ejercer un control abso-
luto, incluso sádico, sobre la mujer, y utilizan el fetiche
como reaseguramiento simbólico de este control y de la
independencia respecto de la mujer que frustra; 2) usan
el fetiche como símbolo de la posesión segura de los senos
de la madre, lo cual protege de la angustia de separación
y de la depresión como expresiones de miedos relaciona-
dos con la frustración oral; 3) temen el desamparo y el
abandono completo, esto se relaciona con el miedo a los
efectos destructivos de la agresión inducida en tales con-
diciones, agresión proyectada E)obre la madre y de la cual
defiende la posesión del fetiche; 4) presentan intolerancia
a la angustia o la tensión provenientes de cualquier fuen-
te, y el fetiche actúa como fuente de supremo goce y como
renegación de la angustia severa; 5) su concepción de la
escena primaria es extremadamente sádica y masoquista,
con confusión sobre si el agresor o la víctima es la madre
o el padre, e incertidumbre sobre si es preferible identi-
ficarse defensivamente con el agresor de esa escena
sexual ambigua o someterse de modo masoquista a la

396
destrucción por esa figura ambigua y aterradora; el fe-
tiche, dice Lussier, facilita la identificación defensiva con
ambos padres en la escena primaria y reasegura contra
la castración y la madre fálica peligrosa que condensa la
agresión preedípica y de la escena primaria; y 6) tienen
miedo a la homosexualidad vinculada al sometimiento al
padre sádico y a la madre fálica castradora de esa esce-
na primaria; una vez más, el fetiche reasegura contra la
fantasía inconsciente de un falo femenino, y también con-
tra la castración.
Lussier señala la combinación de los conflictos edípi-
cos y preedípicos, la escisión del yo en relación con los con-
flictos preedípicos y la intensidad inusual de todos los
componentes de los conflictos edípicos en los pacientes que
estudió.

LA PERVERSIÓN Y LA RELACIÓN DE LA PAREJA

La segunda vía que me condujo a interesarme por las


perversiones partió del extremo opuesto del espectro de
la psicopatología, a saber: la importante función de las
fantasías y actividades perversas polimorfas en las rela-
ciones amorosas maduras.
En obras anteriores (1974a, 1974b, 1980a, 1980b, ca-
pítulo 14 de este libro) h e llegado a la conclusión de que,
para que un hombre y una mujer desarrollen una relación
amorosa sana y estable, los dos deben tener, en primer lu-
gar, capacidad para ampliar y profundizar la experiencia
de la cópula y el orgasmo con un erotismo derivado de la
integración de la agresión y la bisexualidad (identificacio-
nes homosexuales sublimatorias). En segundo término,
deben ser capaces de una relación objetal profunda, que
supone transformar los impulsos y conflictos preedípicos
en ternura, preocupación por el otro, gratitud y capacidad

397
para la identificación genital con el compañero, junto con
la identificación sublimatoria con la figura parental del
mismo sexo (pero dejándola atrás). Finalmente, deben te-
ner capacidad para la despersonificación, la abstracción y
la individualización -esto es, la maduración- del super-
yó, de modo que la moral infantil se haya transformado
en valores éticos adultos y en un sentido de la responsa-
bilidad y el compromiso moral, que refuerza el vínculo
emocional recíproco de los miembros de la pareja.
Al explorar conjuntamente la conducta sexual, las
relaciones objetales y las funciones superyoicas de la pare-
ja, he llegado a la conclusión de que la gratificación sexual
adquiere intensidad cuando existe una libertad para expe-
rimentar que incluye la expresión de las fantasías incons-
cientes que reflejan relaciones objetales tanto edípicas
como preedípicas. Esto supone introducir en la relación
sexual elementos sádicos y masoquistas, exhibicionistas
y voyeuristas, así como la escenificación de fantasías com-
plejas. Estos desarrollos requieren tiempo. Incluimos
entre ellos la escenificación de fantasías homosexuales,
y también derivados agresivos de las relaciones preedí-
picas: suponen la capacidad de la pareja para una acti-
vidad sexual transitoriamente liberada de la relación rígi-
da con un objeto total, de modo que los participantes se
pueden tratar recíprocamente como "objetos sexuales".
Esto requiere capacidad para el juego sexual, contenido
en el marco implícito de una relación emocional que va
más allá de ese juego.
Esta concepción vincula la excitación sexual intensa
al mundo fantástico de la perversión y la pornografía. La
libertad sexual de la pareja en el amor expresa, en un i
punto, la fantasía perversa polimorfa que libera tempo-
rariamente a ambos participantes de su relación objetal
específica -aunque su compromiso sexual total sigue con-
tenido por esa relación-. Esta última característica con-·
l
ll.•·
'
398
1··
vierte naturalmente al juego sexual en un arte erótico, en
contraste con la calidad restringida y mecánica de la por-
nografía. También empleo el término "pornografía" para
poner eh foco otra dimensión de la libertad sexual, a
saber: su oposición a la conducta sexual sancionada social-
mente, que apunta a controlar los componentes agresivos
y, en términos generales, pregenitales, de la sexualidad.
Los aspectos de la sexualidad aceptados convencionalmen-
te como parte de la vida amorosa de la pareja por lo
común carecen de la intensidad y la excitación derivadas
de los rasgos pregenitales. Existe una sorprendente seme-
janza entre el rol de la agresión en la perversión y en las
relaciones amorosas normales. El interrogante es si la
perversión, con su importante función de "metabolizar" la
agresión, tiene una función paralela a la de otros meca-
nismos "de metabolización" en las relaciones amorosas
normales (por ejemplo, las interacciones regresivas diso-
ciadas, o la sumisión a las funciones superyoicas proyec-
tadas sobre el compañero y la rebelión contra ellas).
En una relación de pareja, la agresión se expresa en
las relaciones con objetos parciales que se activan en el
juego sexual y en la cópula, en fantasías y actividades
sádicas y masoquistas, en el uso del compañero como obje-
to y en la excitación de ser usado de ese modo. En térmi-
nos de relaciones objetales, la agresión se expresa en la
ambivalencia normal de las relaciones con objetos totales,
en los temas específicos de la competitividad y la rivalidad
edípicas y en la activación de una "triangulación inver-
tida" -es decir, la fantasía y la apetencia de una vengan-
za edípica realizada introduciendo a un tercero en la rela-
ción amorosa y amenazando así con un rival a nuestro
objeto de amor (Kernberg, 199 la)-. Los celos son una
emoción primaria que expresa el amor y el odio derivados
de la situación edípica, quizá condensada en celos y envi-
dia preedípica.

399
En términos de funciones superyoicas, la agresión está
involucrada en la represión de los componentes pregeni-
tales de la sexualidad infantil y de los impulsos genitales
en sí, en cuanto éstos están vinculados demasiado direc-
tamente a los objetos edípicos. También hay agresión invo-
lucrada en la sumisión a la sexualidad convencional y a
los rasgos superyoicos proyectados que se oponen a las
apetencias sexuales. Al mismo tiempo, la integración del
amor y la agresión en el superyó posibilita un sistema de
valores firmes y estables, una moral interna y un sentido
de preocupación por el otro y responsabilidad que también
refleja el amor. Esta función protege la relación de pareja
contra la activación excesiva de la agresión en la ambi-
valencia normal de todas las relaciones objetales íntimas;
en particular, protege de los componentes agresivos de la
triangulación edípica invertida.
Postulo que la sexualidad infantil perversa polimorfa
cumple una función importante en el reclutamiento de la
agresión al servicio del amor, que caracteriza a la sexua-
lidad humana. Es como si las transformaciones de la expe-
riencia temprana del dolor en excitación sexual, y de la
experiencia de placer que acompaña a la conducta agre-
siva en placer en la expresión de la hostilidad erótica, le
proporcionaran a la excitación sexual una característica
de elación, vinculada a la fantasía de que ya no están en
contradicción los deseos sexuales como expresión del amor
y los deseos sexuales como expresión de la agresión (Kem-
berg, 1991b). La condensación resultante genera una sen-
sación de poder y la ausencia de conflictos; cuando está
contenida por la seguridad de una relación objetal amo-
rosa, también procura reaseguramiento contra las conse-
cuencias temidas del aspecto agresivo de una ambivalen-
cia inaccesible. Creo que en esto reside una función
importante de los aspectos perversos polimorfos de la
sexualidad normal: cimentan la relación de la pareja y

400
limitan los efectos de las colusiones superyoicas infantiles
y de los convencionalismos sociales relacionados con ellas.
Pero, ¿dónde están los límites entre la sexualidad perver-
sa polimorfa normal y los aspectos regresivos de la agre-
sión en la perversión?

EL NARCISISMO MALIGNO, LA PERVERSIÓN


Y LA PERVERSIDAD

De ese interrogante se desprende la tercera senda que


me condujo al encuentro con la perversión. Me refiero a
mis propuestas recientes acerca del síndrome del narci-
sismo maligno (véase el capítulo 5). Como los pacientes
con narcisismo maligno también pueden presentar los
tipos más graves de perversión (es decir, con agresión yo-
sintónica amenazadora de la vida y/o agresión autodes-
tructiva), la exploración psicoanalítica de este espectro de
la psicopatología puede arrojar nueva luz sobre la natu-
raleza y las funciones de la agresión en la perversión.
La exploración analítica de pacientes con narcisismo
maligno me ha llevado a proponer que tienen una pato-
logía del superyó caracterizada por: 1) la ausencia de pre-
cursores idealizados del superyó (representaciones idea-
lizadas del sí-mismo y el objeto que por lo común
constituyen el ideal del yo temprano) que no sean las inte-
gradas en el sí-mismo patológico grandioso; 2) un predo-
minio del nivel más antiguo de los precursores sádicos del
superyó, que, debido a su poder desmesurado, son las úni-
cas representaciones objetales internalizadas confiables
de las que se dispone, y 3) la consolidación intrapsíquica
de un statu quo, en la fantasía, que permite la supervi-
vencia cuando las únicas representaciones objetales con-
fiables de las que se dispone son las de enemigos sádicos.
El predominio sin oposición de los precursores sádicos

401
no neutralizados del superyó, que expresan una conden-
sación de la agresión preedípica y edípica irrestricta, cons-
tituye una estructura intrapsíquica patológica devasta-
dora. El sí-mismo patológico grandioso cristaliza en torno
a las representaciones del sí-mismo y el objeto sádicos, y
también absorbe los precursores idealizados del superyó
de los que se disponga.
Las fantasías sexuales de estos pacientes son sorpren-
dentemente análogas a las de los pacientes con perver-
siones sexuales sádicas y masoquistas. Hay una agresi-
vización sistemática de todos los deseos sexuales. La
penetración genital equivale a destruir los genitales o a
llenar las cavidades corporales con excremento .. El pene
como fuente de veneno que invade el cuerpo es la contra-
cara de los pechos hostilmente inaccesibles, que sólo se
pueden incorporar por medio de su devoramiento destruc-
tivo. La falta de diferenciación de las metas sexuales -de
modo que las fantasías orales, anales y genitales están
condensadas y expresan al mismo tiempo impulsos y ame-
nazas de todos los niveles del desarrollo sexual- corres-
ponde a una desdiferenciación de las características
sexuales del varón y la mujer, de modo que los impulsos
homosexuales y heterosexuales se mezclan caóticamente.
Los pacientes con narcisismo maligno presentan los ras-
gos que Meltzer (1977) ha denominado "confusiones zona-
les" y "transferencia perversa". La promiscuidad sexual
los defiende del compromiso profundo con un compañero
sexual, compromiso en el cual podría hacer irrupción una
violencia incontrolable. Es típico que estos pacientes pre-
senten también una "analización'', un tipo de relaciones
objetales que tienden a renegar de la diferenciación sexual
y generacional, según lo ha descrito Chasseguet-Smirgel
(1978, 1983).
Algunos de los pacientes con narcisismo maligno que
he visto no tienen ninguna perversión sexual manifiesta.

402
En otros, las tendencias sexuales parecían aproximarse
a las perversiones masoquistas por su naturaleza bizarra,
y ciertos casos presentaban automutilación masoquista
con implicaciones claramente sexuales. En algunos
pacientes con narcisismo maligno se encuentran perver-
siones sádicas con conducta agresiva peligrosa; otros pre-
sentan perversiones bizarras con expresión directa de
intereses anales. Las perversiones sádicas en pacientes
con personalidad antisocial propiamente dicha (véase el
capítulo 5) son, por definición, extremadamente peligro-
sas, incluso con riesgo de vida.
Por ejemplo, un paciente de algo más de veinte años,
con un trastorno antisocial de la personalidad, se mastur-
baba en la azotea mientras arrojaba ladrillos a las muje-
res que pasaban por la calle. Experimentaba una intensa
excitación sexual en el momento de arrojar el ladrillo sin
saber si golpearía o no a la transeúnte, excitación mez-
clada con la del miedo a ser sorprendido en un acto cri-
minal. Llegaba al orgasmo en el momento en que el ladri-
J llo se aplastaba contra el pavimento o golpeaba a su
1
' víctima, y con la primera muestra de que la mujer se
había asustado; por cierto, aguardaba esa demostración
de susto antes de huir.
Otro paciente con el síndrome del narcisismo maligno
~'.---!
asociado a promiscuidad homosexual y heterosexual, pre-
tI¡ sentaba una pauta de relaciones sexuales con mujeres que
representaba el acting out de un guión perverso. Primero

~.·.:¡'

le decía con toda claridad a la mujer -la cual, obviamen-
te, en ese momento estaba interesada en él- que quería
§i ¡ poner a prueba el amor que le tenía obligándola a some-
1

terse a experiencias sexuales cada vez más humillantes.


Después de algunos encuentros preparatorios, le pedía
que le succionara el pene y le lamiera el trasero en pre-
s,e ncia de un amigo de él. Durante esa experiencia culmi-
nante le presentaba el amigo a la mujer. A continuación

403
los dos hombres hacían apuestas sobre cuánto tiempo le
tomaría al paciente conseguir que la mujer se prestara a
las maniobras de ambos. Después este sujeto daba por ter-
minada su relación con la mujer sin ninguna explicación,
aunque antes, como parte de sus esfuerzos de seducción,
había fingido un profundo compromiso con ella. Era esen-
cial que la mujer estuviera verdaderamente interesada en
él; una prostituta no servía. Los persistentes miedos para-
noides a que la mujer volviera a vengarse, que en este
contexto equivalían casi a episodios psicóticos francamen-
te paranoides, revelaban la profundidad de la patología
y al mismo tiempo la fragilidad de la organización de su
personalidad.

La perversión y la perversidad

El hecho de que en este caso se fingiera amor al ser-


vicio de la agresión nos conduce a la característica final
del narcisismo maligno, una calidad de perversidad en la
transferencia y en las relaciones objetales en general. Por
perversidad entiendo la transformación consciente o
inconsciente de algo bueno en algo malo: el amor en odio,
el significado en sin sentido, la cooperación en explotación,
la comida en heces. Está claro que perversidad no es lo
mismo que perversión; ésta puede definirse como una des-
viación respecto de una función sexual normal, reempla-
zada por otra idiosincrásica y extravagantemente rigidi-
zada. Según mi experiencia, sólo los tipos más graves de
perversión, que por lo general aparecen en pacientes con
narcisismo maligno, presentan características de perver-
sidad en la transferencia y en otras relaciones objetales. • 1

La perversidad, según yo la veo, es una calidad de las


relaciones objetales que refleja el reclutamiento consciente
o inconsciente del amor, la dependencia y/o la sexualidad ·

404
en el sentido corriente, al servicio de la agresión. Refleja
el esfuerzo tendiente a ejercer un control sádico y la omni-
potencia del sí-mismo patológico grandioso en el narcisis-
mo maligno, una estructura del sí-mismo grandiosa "loca"
(Rosenfeld, 1971, 1975) que provoca las más severas reac-
ciones terapéuticas negativas. Estos pacientes extraen
implacablemente todo lo que es bueno en el analista para
vaciarlo y destruirlo; hacen lo mismo en todas las relacio-
nes objetales íntimas.
En su análisis de las relaciones transferenciales, Bion
(1970) describió 10 que denominaba transferencia "para-
sitaria" como una relación entre dos personas concertadas
para destruir a una tercera -es decir, a todo lo nuevo, que
podría llamarse "el bebé analítico", que pudiera desarro-
llarse en el curso del tratamiento--. En esencia, postulaba
Bion, en las relaciones parasitarias hay un esfuerzo
maligno por destruir la verdad y la confianza; para este
autor, la relación entre el embustero y el analista era el
prototipo transferencial de esa distorsión maligna.
Existe toda una literatura sobre la perversidad, desde
las obras de teatro de Harold Pinter (1965, 1973, 1978),
en un extremo, hasta los argumentos de thrillers conven-
cionales en el otro, que sigue lineamientos similares: una
persona, excitada sexualmente y enamorada de otra, es
explotada por esta última, que después de vacilar entre
el deseo de responder con amor sexual y un compromiso
previo secreto de traicionar al enamorado con un tercero,
finalmente consuma esa traición. El drama de este trián-
gulo perverso se intensifica significativamente cuando la
persona enamorada, sabiendo que será traicionada, acep-
ta su destino, internalizando de tal modo el reclutamiento
del amor y el sexo al servicio de la agresión.
Chasseguet-Smirgel (1978, 1983), al destacar la cali-
dad anal de los procesos de desvalorización característicos
de las transferencias narcisistas, subrayó la transforma-

405
ción de todas las relaciones objetales en "segmentos" indi-
ferenciados, desvalorizados, que inconscientemente repre-
sentan heces. A su juicio, la renegación omnipotente de
las diferencias entre los sexos y entre las generaciones y
la equiparación omnipotente de la homosexualidad y la
heterosexualidad en múltiples actividades sexuales per-
versas polimorfas, reflejan la destrucción perversa de las
relaciones objetales por medio de su analización. He
observado a algunos pacientes con narcisismo maligno
que obtenían un placer directo y consciente en su vínculo
destructivo con el analista, cuando comenzaban por tratar
de absorber implacablemente todo lo que proviniera de él,
y a continuación lo desmantelaban del mismo modo
implacable. Además, la fantasía anhelante del paciente
de destruir todo lo bueno que hay en el analista o de
transformarlo en heces incluso antes de arrancarlo por la
fuerza, puede llevar a una orgía de agresión frenética y
triunfante. Cuando este proceso no puede resolverse ana-
líticamente, lo típico es que culmine en una etapa en la
cual el paciente siente que lo ha absorbido todo del ana-
lista, que todo lo que aprendió ya lo sabía en parte o lo
descubrió por sí mismo, y que de todos modos no tiene
mucha importancia. En tales condiciones, la interrupción
del análisis lo protege del miedo a la retaliación agresiva
del analista y, en su fantasía, refuerza una sensación de
omnipotencia, las defensas contra los sentimientos de cul-
pa por su agresión y la ausencia de duelo por la pérdida
del objeto. Lo típico es que esos pacientes induzcan en el
analísta una sensación de caos y futilidad en esas etapas
cruciales de su tratamiento, sensación que refleja el caos
y la futilidad característicos de su propio mundo objetal,
e incluso de su ambiente físico.
La sensación maligna de grandiosidad expresada en
la perversidad puede encontrar una expresión directa en
perversiones sádicas reales, como en el caso del paciente

406
que seducía mujeres para hacerlas participar en rituales
perversos y después las abandonaba. Ese abandono tenía
la función de "vaciar el inodoro", desembarazando al
paciente de los objetos destruidos analmente y potencial-
mente venenosos. La combinación de una sensación fan-
taseada de poder y control absolutos por parte del sí-mis-
mo grandioso patológico con el que el paciente está
totalmente identificado, de poder sobre el mundo, con la
inducción de caos como parte de la destrucción anal del
ambiente, nos lleva de modo directo a las novelas del Mar-
qués de Sade, a la psicología de la locura y el caos en
medio del poder absoluto en 1984 de Orwell y a sus con-
tracaras en la realidad: los casos de los tiranos sádicos que
ejercen un control absoluto, con el caos subyacente en las
sociedades dominadas de ese modo.
En Reflections of Nazism: An Essay on Kitsch and
Death (1984), Saul Friedlander dice que la yuxtaposición
del orden y el caos es un aspecto aterrador pero extraña-
mente atractivo de ciertos procesos grupales regresivos.
La fascinación que la Alemania nazi está ejerciendo sobre
una nueva generación de intelectuales que tratan de com-
prender el atractivo de las ideologías totalitarias, puede
relacionarse con esta fascinación del orden total junto a
un caos destructivo simultáneo.
Si la perversidad se basa en fantasías y actividades
perversas polimorfas que hacen caso omiso de las distin-
ciones entre los sexos y las generaciones y equiparan
inconscientemente no sólo todas las actividades sexuales
sino también todas las relaciones objetales con la materia
fecal, y si los mundos locos de Los 120 días de Sodoma,
de Sade (1785), una fantasía, y de Auschwitz, una reali-
dad, representan la condensación básica de la agresión y
la perversión, entonces las "perversiones comunes" que
mantienen un guión sexual rígido, obligatorio, en el con-
texto de la preservación de las relaciones genitales comu-

407
nes y de la capacidad para mantener relaciones objetales
diferenciadas, representan un lado verdaderamente "ino~
cente".

LA PERVERSIÓN Y LA ORGANIZACIÓN NEURÓTICA


DE LA PERSONALIDAD

Esto me retrotrae a la concepción psicoanalítica de la


perversión como persistencia o resurgimiento de una par-
te componente de la sexualidad, en los cuales un cambio
permanente y obligatorio de la meta y/o el objeto sexuales
es la condición de posibilidad para lograr el orgasmo. La
idea tradicional es que un componente sexual infantil par-
cial sirve como defensa contra un complejo de Edipo irre-
suelto, y contra la angustia de castración y la prohibición
del incesto relacionadas con aquél. De hecho, en contraste
con la tendencia reciente de la literatura psicoanalítica
(véase el capítulo 16) a describir todas las perversiones
como si representaran una doble capa de conflictos, con
un fuerte predominio de los problemas preedípicos, yo he
hallado pacientes con una típica organización neurótica
de la personalidad, que presentan una perversión orga-
nizada como parte de su sintomatología. En síntesis, la
perversión no se limita a pacientes con organización límite
de la personalidad.
Un profesor universitario llegó al consultorio para tra-
tar su fetichismo del zapato. La historia de su desarrollo
infantil revelaba a un padre bondadoso pero distante y a
una gran cantidad de parientes mujeres de más edad que
él, entre las cuales había hermanas, tías y primas, que
crearon a su alrededor un clima de constante burla. Dijo
que había sido castigado rudamente por meterse debajo
de la mesa para mirar las piernas de las mujeres, y gra-
dualmente lo fueron fascinando los pies y los zapatos. ·

408
Esto lo llevaba a masturbarse mientras sostenía y olía los
zapatos de sus hermanas mayores, de sus amigas y final-
mente de las compañeras de trabajo en la universidad,
donde era profesor. Su adolescencia había estado signada
por intensos anhelos voyeuristas, y el fetiche del zapato
adquirió la función de satisfacer su excitación sexual y
proporcionarle una sensación de independencia respecto
de las que experimentaba como mujeres sádicamente bur-
lonas y rehusadoras. Este paciente sentía que masturbar-
se con los zapatos de la secretaria le proporcionaba la mis-
ma gratificación que si se acostara con ella. El secreto con
que procedía para conseguir los zapatos de esa joven tam-
bién le proporcionaba la gratificación simbólica de invadir
la privacidad de la madre sin ser sorprendido. El profesor
estaba casado y tenía una relación satisfactoria con la
esposa, salvo en cuanto a que la vida sexual con ella care-
cía de la intensidad que encontraba masturbándose con
zapatos obtenidos subrepticiamente.
En su transferencia durante los cinco años de análisis,
que terminaron con la resolución del fetichismo y un nota-
ble aumento de su capacidad para experimentar placer
sexual con la esposa, predominaron claramente los temas
edípicos. De hecho, en el tratamiento surgieron muy pocas
de las defensas yoicas y las reacciones objetales primitivas
en las que ponen énfasis los aportes recientes sobre la per-
versión en general y el fetichismo en particular, ya men-
cionados en este capítulo. Aunque los mecanismos de
defensa primitivos prevalecen en pacientes con perversio-
nes que presentan organización límite de la personalidad,
su ausencia en pacientes perversos con organización neu-
rótica de la personalidad indica que tales mecanismos
están relacionados con la organización yoica del individuo
y con el nivel de organización de las relaciones objetales,
más bien que con la perversión en sí.

409
LA SEXUALIDAD PERVERSA POLIMORFA
Y LOS NIVELES DE ORGANIZACIÓN DE LA PERSONALIDAD

Las fantasías, actividades y capacidades perversas


polimorfas surgen como una parte esencial de la sexua-
lidad humana, en todos los niveles de la patología y la nor-
malidad. De hecho, la ausencia de tales fantasías y con-
ductas en la vida sexual puede considerarse un síntoma
neurótico. En pacientes con organización neurótica de la
personalidad que tienen capacidad para la cópula y el
orgasmo heterosexuales con un compañero heterosexual
estable, la inhibición de la sexualidad infantil perversa
polimorfa suele responder bien al tratamiento psicoana-
lítico, y en algunos casos a intervenciones psicoterapéu-
ticas menores, terapia sexual e incluso a presiones u opor-
tunidades culturales facilitadoras.
En contraste, la ausencia de tendencias sexuales per-
versas polimorfas en pacientes con organización límite de
la personalidad, particularmente en aquellos con perso-
nalidad narcisista y narcisismo maligno, puede indicar
una falla de la estimulación más temprana de las zonas
erógenas, y conflictos edípicos extremadamente severos
en la relación madre-infante; tales casos tienen un pro-
nóstico reservado. Por la misma razón, las fantasías y la
conducta sexuales perversas polimorfas en pacientes con
organización límite de la personalidad indican una posible
evolución favorable, y pueden llevar, en el curso de la reso-
lución de la patología límite, a una integración relativa-
mente fácil del erotismo pregenital con una sexualidad
genital plena que incluya y tolere los componentes sexua-
les perversos polimorfos.
La consolidación de una perversión específica como
precondición obligatoria para la gratificación sexual, en
detrimento de la libertad y la flexibilidad comunes de la
gratificación sexual en una relación estable con un objeto·

410
heterosexual amado, puede indicar un grado severo o
moderado de patología, según sea el nivel predominante
de la organización yoica y las relaciones objetales del
paciente. Las perversiones sexuales específicas de la orga-
nización límite de la personalidad tienen un pronóstico
más reservado, y son más difíciles de tratar que las per-
versiones sexuales en la organización neurótica de la per-
sonalidad. Por ejemplo, el tratamiento de la homosexua-
lidad masculina que refleja una sumisión inconsciente al
padre edípico, debida a la culpa por el deseo edípico de la
madre y a la angustia de castración, tiene un pronóstico
mucho más favorable que el de la homosexualidad mas-
culina basada en la condensación de conflictos edípicos y
preedípicos, típica de la organización límite de la perso-
nalidad.
El pronóstico es aún más reservado en el caso de los
pacientes con estructura narcisista de la personalidad que
funciona en un nivel límite, especialmente en el narcisis-
mo maligno. En contraste con la función de los impulsos
perversos polimorfos en las circunstancias normales, e
incluso en muchos pacientes con organización límite de
la personalidad, en este caso el sexo y el amor se reclutan
al servicio de la agresión, lo cual lleva a veces a la per-
versidad en las relaciones objetales y a una violencia real.
Hasta ahora he relacionado la perversión con la
dimensión estructural del desarrollo del yo, que va desde
los casos límite más graves hasta la normalidad. Otra
dimensión crucial que codetermina la gravedad de la per-
versión es el nivel evolutivo y la integración de las fun-
ciones del superyó. El predominio avasallante del nivel
más antiguo de los precursores del superyó -los precur-
sores sádicos, que normalmente se integran con el nivel
ulterior de los precursores idealizados- es la precondición
más gravemente patológica que facilita la expresión yo-
sintónica de la agresión primitiva. La agresión en forma

411
do udivida<l criminal del psicópata y la agresión en forma
de violencia sádica del narcisista maligno pueden también
expresarse en la perversión sádica violenta, que ilustra
las precondiciones estructurales en las cuales la actividad
perversa polimorfa primitiva normal puede ser reempla-
zada por los tipos más dramáticos y severos de perversión
sexual.
La patología del superyó es menos severa y menos
importante en el paciente límite común, con sexualidad
perversa polimorfa y el correspondiente caos en las rela-
ciones objetales. El nivel de integración del superyó puede
ser de valor para el pronóstico general en estos casos, en
el sentido de que el tratamiento de la organización límite
de la personalidad tiene mejóres perspectivas cuando no
existen rasgos antisociales, pero el vínculo directo entre
la patología del superyó y la perversión es menos aparente
en estos pacientes que en la personalidad psicopática y
en el narcisismo maligno. En contraste, la relación entre
la perversión y la patología del superyó en la organización
neurótica de la personalidad tiene una gran importancia
clínica. En estos casos, las prohibiciones inconscientes
contra la sexualidad genital, debido a su significado edí-
pico inconsciente de incesto, y la angustia de castración,
promueven y mantienen la estructura perversa como una
defensa contra tales conflictos edípicos subyacentes.
Finalmente, en el nivel del funcionamiento sexual nor-
mal, el superyó maduro debe tolerar la expresión de las
tendencias sexuales infantiles perversas polimorfas como
parte de la vida sexual. Pero, según hemos visto hay una
subsistencia universal de restos de las prohibiciones
infantiles contra la sexualidad adulta, de modo que la
pareja sexual estable debe luchar con la tendencia a sorne~
terse inconscientemente, a través de la activación recípro-
ca de las funciones superyoicas, a la represión de los com- ·
ponentes perversos de la sexualidad.

412
Después de haber examinado la sexualidad perversa
polimorfa y la perversión desde la perspectiva de los nive-
les de la organización del yo, con sus correspondientes
relaciones objetales y operaciones defensivas, y en los tér-
minos de la integración del superyó, ahora exploraré este
campo en función de la integración de la agresión en la
vida sexual. La presión directa de la agresión como parte
de la conducta sexual en los psicóticos está documentada
en la literatura psiquiátrica: los pacientes con enfermedad
esquizofrénica y psicosis paranoide crónica pueden come-
ter asesinatos sexuales a causa de sus ideas delirantes.
Podríamos decir que la expresión directa de la agresión
primitiva es facilitada por la ausencia de prueba de rea-
lidad y por la confusión entre el sí-mismo y el no-sí-mis-
mo. La identificación proyectiva en los niveles más pri-
mitivos refleja el intento de distanciarse de la agresión
intrapsíquica intolerable, externalizándola sobre un obje-
to; el objeto debe ser entonces destruido porque es impo-
sible mantener la diferenciación respecto de él.
La intensidad de la agresión primitiva, sea cual fuere
su origen, es una causa fundamental de la patología de
la capa más antigua de los precursores sádicos del super-
yó, los cuales, habiendo infiltrado al sí-mismo grandioso
patológico, determinan la estructura del narcisismo malig-
no y la psicopatía. Se podría especular que en el narcisis-
mo maligno, en contraste con la personalidad antisocial,
hay por lo menos una integración de algunos precursores
idealizados del superyó en el sí-mismo patológico gran-
dioso, de modo que una ideología de "el propio derecho"
reemplaza, por así decirlo, a la agresión sin racionaliza-
ción ideológica del psicópata. En todo caso, en estas cir-
cunstancias la perversión puede alcanzar los niveles más
severos de expresión directa de la agresión y, de hecho,
reflejar el reclutamiento perverso de la excitación sexual
al servicio de la agresión.

413
En la organización límite de la personalidad de tipo
común, la agresión enfrenta una mejor defensa, constitui-
da por la escisión generalizada del yo y relaciones obje-
tales alternantes que, en su multiplicidad y caos, protegen
al sujeto de la invasión y el control totales por la agresión
intolerable. Las actividades perversas polimorfas de este
nivel tienen una calidad menos directamente sádica que
en el narcisismo maligno. El esfuerzo por integrar la agre-
sión en la excitación sexual como parte del reclutamiento
de la agresión al servicio del amor, tiene su principio en
el punto del espectro que ocupa el paciente límite común.
En el paciente con organización neurótica de la per-
sonalidad, predominan las defensas inconscientes contra
la expresión directa de la agresión, y la agresión está sig-
nificativamente internalizada como parte del funciona-
miento del superyó. También se expresa en formaciones
reactivas caracterológicas, de modo que las características
manifiestas de las perversiones suelen excluir notable-
mente la conducta agresiva violenta. Resulta paradójico
que sea en el nivel normal del compromiso sexual donde
la percatación más consciente de las fantasías agresivas
implícitas en la conducta sádica, masoquista, voyeurista
y exhibicionista puede convertirse en un aspecto impor-
tante del juego y las actividades sexuales y en una fuente
de intensa excitación sexual.
Resumiendo estas vicisitudes de la agresión en las
perversiones, se podría decir que la agresión es un com-
ponente esencial de toda sexualidad y que, al ampliar el
repertorio de las funciones corporales erotizadas y de los
aspectos de las relaciones objetales reclutados en la sexua-
lidad general, en realidad enriquece la experiencia sexual
y el amor, en la forma de los componentes perversos poli-
morfos de la sexualidad humana. En circunstancias nor-
males, su reclutamiento al servicio del sexo y el amor enri-
quece la vida amorosa; no obstante, en circunstancias

414 l
\
extremadamente patológicas, la agresión puede reclutar
el sexo y el amor y ponerlos al servicio de propósitos des-
tructivos, que se reflejan en la transformación de la per-
versión en perversidad. En los niveles intermedios de la
patología, la agresión es fundamental como vínculo entre
los conflictos inconscientes de la etapa preedípica y los de
la etapa edípica, y como determinante de la condensación
de todos estos conflictos. En todo el espectro de la psico-
patología, desde la neurosis hasta la psicosis, la perver-
sión refleja la influencia combinada de las relaciones obje-
tales, las vicisitudes del desarrollo del superyó, la
presencia del ri.a,rcisismo patológico y la intensidad de la
agresión, pues todos estos factores en conjunto inciden
sobre la sexualidad perversa polimorfa.

415
16. UN MARCO TEÓRICO PARA EL ESTUDIO
DE LAS PERVERSIONES SEXUALES

Si trazamos un bosquejo de las teorías psicoanalíticas


de la perversión, creo que podríamos distinguir aproxima-
damente tres grupos de formulaciones. El primero, que
corresponde básicamente a las conclusiones sobre el tema
del propio Freud (1927, 1940a, 1940b), define la perver-
sión como una desviación permanente y obligatoria res-
pecto de lo normal en la meta y/o el objeto sexuales nece-
sarios para lograr el orgasmo. Según esta teoría, un
impulso sexual componente (o parcial) infantil (anal, oral,
etcétera) sirve como defensa contra un conflicto neurótico
subyacente, es decir, el c~mplejo de Edipo irresuelto. Para
este modo de ver, que subraya la posición central de la
angustia de castración y el complejo de Edipo en su etio-
logía, la perversión es una defensa. A mi juicio, esta con-
cepción tradicional de la perversión sigue siendo válida
en pacientes que presentan una organización neurótica
de la personalidad y narcisismo infantil normal, pero no
cuando hay organización límite de la personalidad y nar-
. cisismo patológico.
Una segunda concepción de la perversión es la formu-
lada por los teóricos británicos de las relaciones objetales,

417
en particular Fairbairn (1954), Klein (1945) y Winnicott
(1953), quienes subrayan los aportes preedípicos a su psi-
codinámica, la psicopatología en la relación madre-infan-
te y el rol central de la agresión preedípica. Según ellos,
la agresión patológicamente intensa del niño pregenital
y en particular oral -sea ella innata (Klein) o una res-
puesta a la frustración (Fairbairn, Winnicott)- es pro-
yectada sobre las figuras parentales, en especial la
madre, determinando de ese modo una distorsión para-
noide de las imágenes parentales tempranas. Como el
niño proyecta impulsos predominantemente sádico-orales
pero también sádico-anales, la madre es experimentada
como potencialmente peligrosa. El odio a la madre se
amplía después a ambos progenitores, que el niño, en su
fantasía inconsciente, experimenta como una unidad.
Una contaminación de la imagen del padre por la agre-
sión primariamente proyectada sobre la madre y después
desplazada sobre él, y la falta de diferenciación entre las
imágenes de los dos padres bajo la influencia de las ope-
raciones defensivas primitivas que tratan con esta agre-
sión, producen tanto en los varones como en las niñas
una imagen peligrosamente combinada de padre-madre,
con el resultado de que todas las relaciones sexuales son
concebidas como peligrosas e infiltradas de agresión. En
estas circunstancias, la escena primaria adquiere carac-
terísticas particularmente peligrosas y aterradoras, y el
niño la percibe con distorsiones sadomasoquistas severas.
Esto conduce a la excesiva agresivización de los conflictos
edípicos, de modo que lo típico es que la imagen del rival
edípico adquiera características terribles, peligrosas y
destructivas; la angustia de castración y la envidia del
pene se vuelven groseramente exageradas y abrumado-
ras, y las prohibiciones superyoicas contra todas las rela-
ciones sexuales (a causa de sus implicaciones edípicas)
adquieren una calidad salvaje, primitiva, que refleja ten-

418
dencias masoquistas severas o proyecciones paranoides
de los precursores del superyó.
Además, la idealización del objeto amoroso heterose-
xual en la relación edípica positiva y del objeto amoroso
homosexual en la relación edípica negativa también se
exagera y, como expresión de las operaciones de escisión,
tiene marcadas funciones defensivas contra la condensa-
ción amenazante de ira primitiva y agresividad edípica.
Las idealizaciones exageradas, carentes de realismo, del
objeto amoroso, acompañadas por las distorsiones irreales,
paranoides, del rival edípico, intensifican aún más las
inhibiciones edípicas y la angustia de castración. Los'
impulsos genitales de estos pacientes con conflictos pre-
edípicos predominantes cumplen también importantes
funciones pregenitales. En el capítulo 15 describo desa-
rrollos similares en pacientes límite: de qué modo el pene
puede adquirir funciones simbólicas de madre que alimen-
ta, rehúsa o castiga, y la vagina, las funciones de boca
hambrienta, nutricia o agresiva. En cuanto a las funciones
anales y urinarias, se producen desarrollos análogos. La
existencia de estos rasgos en combinación con la agresi-
vización excesiva de los derivados pulsionales libidinales
pregenitales contribuye también a intensificar la angustia
de castración y los peligros fantaseados de las relaciones
sexuales.
Este segundo enfoque difiere del pensamiento freudia-
no, en tanto subraya la contribución crucial de los conflic-
tos preedípicos, en particular, la agresión preedípica, a la
etiología de las perversiones, pero continúa enfatizando
la importancia de la angustia de castración en el bloqueo
del pleno desarrollo de la sexualidad genital. La teoría
explica la angustia de castración intensa, la incapacidad
para una identificación normal con el progenitor edípico
del mismo sexo y la inhibición del acercamiento sexual a
un objeto del sexo opuesto, como derivadas de la agresi-

419
vización de la relación edípica positiva y negativa, y de
la acentuación fantástica del miedo a la castración mien-
tras la sexualidad genital se vuelve receptora de la agre-
sión preedípica desplazada.
Un tercer enfoque de la psicodinámica de la perversión
es el que en gran medida representan las formulaciones
de la escuela psicoanalítica francesa, en particular, Chas-
seguet-Smirgel (1985b, 1986), Braunschweig y Fain
(1971), Grunberger (1976), McDougall (1980) y Lussier
(1983). Chasseguet-Smirgel (1985b), resumiendo su modo
de ver, señala los siguientes aspectos centrales. Primero,
de acuerdo con Freud, considera la perversión como una
regresión o una fijación a una función componente pre- i
genital parcial, en sustitución de una sexualidad genital 1
bloqueada por la angustia de castración. Segundo, esta ·1
J
autora subraya el potencial universal para la regresión '

a la fase sádico-anal, afirmando que "el universo anal pue-


de considerarse un bosquejo preliminar del universo geni-
tal" (pág. 157). Esta regresión anal transforma la relación
simbólica con el falo genital en una relación con un falo
seudogenital fecal que permite negar las diferencias entre
los sexos ("igualdad" anal de los sexos, en contraste con
la diferenciación genital), y también implica la abolición
de los límites generacionales (el falo fecal borra las dife-
rencias entre el pene del niño pequeño y el pene del padre,
y le permite al primero eliminar su conciencia de la vagi-
na como órgano genital femenino significativo). Tercero,
en una defensa secundaria contra la regresión anal, y
para enmascararla, se produce una idealización de la ana-
lidad, con una aceptación simbólica de los aspectos esté-
ticos y formales del arte, la naturaleza, los objetos físicos
y la realidad interpersonal. También se desarrolla una
idealización de la perversión específica del paciente indi-
vidual como enormemente superior a las relaciones geni-
tales "comunes" (con sus implicaciones edípicas). Cuarto,

420
el repudio de las diferencias entre los sexos y las genera-
ciones y la idealización de la pulsión componente perversa
pregenital están acompañados por la escisión, que al mis-
mo tiempo permite que subsista el reconocimiento de la
realidad. En el nivel consciente, el perverso sigue recono-
ciendo la realidad de las diferencias sexuales y genera-
cionales y la necesidad de integrar, de alguna manera no
psicótica, sus impulsos perversos en su conducta sexual
real.
En síntesis, para esta formulación las perversiones se
caracterizan por la analización regresiva, la renegación
de las diferencias entre los sexos y las generaciones, la
idealización defensiva de la analidad, el reconocimiento
persistente de la realidad y la escisión (renegación y reco-
nocimiento simu~táneo de las diferencias sexuales) super-
puesta a la represión.
Chasseguet-Smirgel (1986) subraya que, en ambos
sexos, la relación temprana con la madre tiene una impor-
tancia etiológica fundamental en las perversiones. Sin
embargo, en contraste con la escuela inglesa, y en parti-
cular con las formulaciones de Klein, considera que la
agresión contra la madre refleja aspectos arcaicos de la
situación edípica, que no derivan de la relación objeta!
parcial escindida, con el pecho, sino de las distorsiones
fantásticas del interior imaginado del cuerpo materno.
Chasseguet-Smirgel piensa que la perversión deriva,
en última instancia, de la necesidad de negar la realidad
de la vagina de la madre y del "continente negro" del inte-
rior del vientre materno; también la genera la agresión
inconsciente contra la madre, expresada en la fantasía
arcaica de destruir los contenidos del cuerpo materno,
incluso el pene del padre, otros bebés y cualquiera otro
obstáculo a una expansión en flotación libre, ilimitada, en
el vientre de la madre. Esta autora propone que la agre-
sión contra la madre proyectada sobre ella como figura

421
genital primitiva engolfadora, la necesidad de renegar la
conciencia de la vagina y la agresión contra el contenido
de los genitales maternos sirven de base y refuerzan la
angustia de castración de las etapas edípicas ulteriores
en ambos sexos.
La concepción francesa de la perversión reafirma el
énfasis freudiano en la centralidad del complejo de Edipo
y la angustia de castración como determinantes de la
regresión defensiva a una pulsión sexual componente,
pero también subraya el complejo de Edipo arcaico vin-
culado a la relación primaria con la madre. Se podría pen-
sar que ésta es una versión modificada del modo de ver
inglés, con particular énfasis en la renegación defensiva
de las diferencias entre los sexos y las generaciones, y la
idealización de la analidad.
Chasseguet-Smirgel (1985b) ha clarificado muy deta~
lladamente la analización regresiva. Según mi expe-
riencia, esta destructividad generalizada de todas las
relaciones objetales -que parecen ser regresivamente
"digeridas" y después "fragmentadas" en heces simbóli-
cas- es un descubrimiento sensacional, totalmente espe-
cífico, en la exploración analítica de los casos más severos
de perversión, como los que amenazan la integridad física
del sujeto o de sus objetos. He explorado la relación entre
esta dinámica y el síndrome del narcisismo maligno en
una obra anterior (1984). En este sentido es pertinente
la descripción que ha realizado Fairbairn (1954, págs. 3-
27) del repliegue defensivo respecto de las relaciones obje-
tales en algunos pacientes con patología severa, y la sus-
titución de esas relaciones por una acentuación regresiva
de los impulsos sexuales perversos.
El énfasis de Chasseguet-Smirgel en las consecuencias
patológicas de la agresión temprana severa para el pro- 1
i
ceso de la separación-individuación respecto de la madre, j
en particular para las vicisitudes de la identificación de l

422
la niña con las funciones femeninas y de la tolerancia del
varón a la rivalidad edípica con el padre, concuerda con
las ideas de los psicoanalistas norteamericanos que han
subrayado la importancia de la separación-individuación
en la génesis de la perversión. Stoller (1986) describió el
miedo a la feminidad en los hombres, una expresión de
la angustia masculina por temor a la pérdida de su iden-
tidad sexual, como algo derivado de la identificación pri-
maria con la madre, que debe anularse para desarrollar
una identidad masculina. Person y Ovesey (1974a, 1974b,
1974c, 1978, 1984) hacen hincapié en los conflictos de la
separación-individuación y en las perturbaciones que ellos
provocan en la formación de la identidad, como rasgos
dinámicos comunes de los varones transexuales, transves-
tistas y homosexuales que usan ropa de mujer.
Blum (1988) señala la importancia de la fantasía
inconsciente compartida en la díada madre-infante como
factor etiológico en los trastornos de la identidad genérica
de origen preedípico.
Ya antes he llegado a la conclusión de que en la prác-
tica clínica no encontramos la misma dinámica subyacen-
te para todos los casos de perversión. Por el contrario, el
estudio cuidadoso de un amplio espectro de psicopatolo-
gías perversas indica la existencia de diferencias radicales
en las precondiciones dinámicas y estructurales de la con-
ducta perversa. Más específicamente, el estudio de la per-
versión en los hombres (capítulo 17) y de los síndromes
clínicos del masoquismo (capítulo 3) me llevó a concluir
que las fantasías, actividades y capacidades perversas
polimorfas son una parte esencial de la sexualidad huma-
na en todos los niveles de la patología y la normalidad.
La consolidación de una perversión específica como pre-
condición obligatoria para la gratificación sexual, en detri-
mento de la libertad y la flexibilidad comunes de la gra-
tificación sexual en una relación estable con un objeto

423
heterosexual amado, puede indicar una patología grave,
1
moderada o sólo leve, según sea el nivel predominante de
la organización yoica y de las relaciones objetales del
paciente.
Las perversiones sexuales específicas en el contexto
de la organización límite de la personalidad tienen un pro-
nóstico más reservado y son más difíciles de tratar que
las perversiones sexuales en el contexto de la organización
neurótica de la personalidad. El pronóstico es aún más
desfavorable para los pacientes con organización límite de
la personalidad y consolidación de una estructura narci-
sista de la personalidad, sobre todo en los casos de nar-
cisismo maligno. De modo que el tipo y la severidad de la
patología caracterológica del paciente son codeterminan-
tes fundamentales de la estructura, la dinámica y el pro-
nóstico de la perversión.
Otra dimensión esencial que, según mi experiencia,
codetermina la estructura y el pronóstico de la perversión,
es el nivel evolutivo y la integración de las funciones del
superyó. La agresión en forma de actividad criminal del
psicópata, y la violencia sádica en el narcisismo maligno,
se caracterizan por la ausencia de un superyó integrado.
En contraste, la relación entre la perversión y la patología
del superyó en una organización neurótica de la persona-
lidad tiene el efecto paradójico de consolidar la perversión
(debido a las prohibiciones inconscientes contra la sexua-
lidad genital, que representa incesto y suscita angustia
de castración) pero también de proteger al paciente contra
la expresión incontrolada de la agresión y el consiguiente
deterioro de las relaciones objetales. Un superyó integrado
aunque excesivamente severo garantiza los "límites del
jugueteo" en el guión perverso, lo que tiene implicaciones
positivas para la terapia y el pronóstico. La importancia
del tipo y el grado de patología del superyó para el pro-
nóstico y las indicaciones terapéuticas en el caso de la per-
'.(

424
versión también hacen eco al énfasis de Rangell (1974) en
la centralidad general de las distorsiones del superyó en
la psicopatología contemporánea.
Finalmente, las vicisitudes de la agresión en las per-
versiones a mi juicio aparecen también como un compo-
nente esencial de toda sexualidad, y la relación entre la
agresión y el erotismo parece ser un factor psicodinámico
básico en todo el espectro de la psicopatología perversa,
desde la neurosis hasta la psicosis.
En las páginas que siguen, subrayo las siguientes
ideas:
l. En contraste con la idea tradicional de que los ras-
gos perversos polimorfos sólo desempeñan un papel en el
juego sexual preliminar, yo los considero un componente
crucial de la sexualidad normal.
2. Las perversiones organizadas en un nivel neurótico
de organización de la personalidad, efectivamente, presen-
tan, en ambos sexos, la psicodinámica propuesta por
Freud. A todos los fines prácticos, estos casos siguen el
curso del tratamiento psicoanalítico típico para otros tipos
de enfermedad neurótica, entre ellos la patología neuró-
tica del carácter, y ya no se deben considerar particular-
mente graves.
3. Los casos de perversión estable y organización lími-
te de la personalidad, en cambio, presentan típicamente
·. • 1 la dinámica descrita por las escuelas inglesa y francesa,
con centralidad de diferentes aspectos de estas constela-
ciones dinámicas que varían de individuo a individuo. En
general, en ellas se encuentra la misma condensación de
conflictos edípicos y preedípicos, con el predominio de la
agresión preedípica, de la organización límite de la per-
sonalidad. Debo subrayar que esta condensación incluye
una primitivización regresiva de los conflictos edípicos y
un predominio abrumador de los impulsos agresivos sobre
los libidinales; es clínicamente muy distinta de la regre-

425
sión más diferenciada y defensiva a etapas preedípicas del
desarrollo en los pacientes con organización neurótica de
la personalidad. A mi juicio, aún no se ha encontrado res-
puesta al interrogante fundamental de por qué algunos
pacientes con esta dinámica desarrollan una perversión,
y otros no.
4. Las perversiones sexuales en el contexto de una
estructura narcisista de la personalidad, particularmente
en los casos de narcisismo maligno, presentan la psicodi-
námica bosquejada por Chasseguet-Smirgel. De hecho, el
pleno despliegue de un "universo anal" regresivo se super-
1
pone mucho con el síndrome del narcisismo maligno y una
j
perversión organizada. Incluso despliegan esta psicodiná-
mica los pacientes con narcisismo maligno y tendencias
perversas múltiples.
5. Los pacientes con inhibición total de todas las fan-
j
'J
tasías e impulsos perversos polimorfos, no derivada de ·~
la represión sino de la falta de activación del erotismo l
temprano (es decir, algunos pacientes límite extremada-
mente inhibidos pero no histéricos), tienen el pronóstico
menos favorable para el tratamiento de su sexualidad
patológica. Tienden a presentar resistencias casi insupe-
rables al psicoanálisis y, de hecho, a todos los tratamien-
tos psicoterapéuticos que intentan resolver sus inhibicio-
nes sexuales.
6. La posición especial de la homosexualidad con res-
pecto a las perversiones surge como un importante desa-
rrollo nuevo del pensamiento psicoanalítico. Parece estar
llegándose al consenso de que no existe sólo una homo-
sexualidad, sino todo un espectro de psicopatología homo-
sexual, paralelo al de otras perversiones (McDougall,
1986). En el extremo más sano de ese espectro, la homo-
sexualidad se presenta con capacidad para la integración
de los impulsos genitales y tiernos en la misma relación
objetal, y no tiene las características de exclusividad y

426
rigidez típicas de otras perversiones. Asimismo, en teoría,
los impulsos homosexuales también deben formar parte
de la pauta disponible de fantasías y conductas perversas
de la sexualidad normal. De hecho, la continuidad entre
tales tendencias homosexuales en la organización neuró-
tica de la personalidad, y en pacientes que no presentan
una patología caracterológica significativa, parece ser váli-
da para las mujeres, pero no para los hombres. Muchas
mujeres "normales", en circunstancias sociales facilitado-
ras, pueden experimentar impulsos y conductas homose-
xuales que desencadenarían un pánico homosexual en los
hombres no homosexuales. Los varones abiertamente
bisexuales tienen por lo común una patología caractero-
lógica más severa que muchas mujeres abiertamente bise-
xuales. La explicación de esta diferencia podría residir,
según lo ha sugerido Stoller (1975), en la identidad gené-
rica nuclear más estable de las mujeres, derivada de su
identificación primaria con la madre, en contraste con el
varón, que tiene que desidentificarse de la madre en el
curso de la separación-individuación. Además algunas
pruebas indican que las más fuertes prohibiciones sociales
y culturales contra la homosexualidad masculina pueden
constituir una segunda razón de que existan estas dife-
rencias (Liebert, 1986).

LA SEXUALIDAD INFANTIL PERVERSA POLIMORFA


Y LAS RELACIONES AMOROSAS NORMALES

Creo que no hemos explorado suficientemente las


implicaciones teóricas de la mejoría del funcionamiento
sexual que encontramos en los. pacientes que obtienen un
máximo beneficio con el tratamiento psicoanalítico. En
tales casos, observamos regularmente que la excitación
erótica del paciente está íntimamente vinculada a deri-

427
vados de la agresión, de modo que los impulsos libidinales
y agresivos se fusionan en el juego sexual y la cópula.
También observamos la activación de excitación y grati-
ficación homosexual implícita en la identificación recípro-
ca que se produce como parte del coito y el orgasmo. Ade-
más es notable que estas fantasías y actividades
perversas polimorfas normales incluyan una activación
simbólica de la relación objetal más antigua del infante
con la madre y del niño pequeño con ambos progenitores, l
activación que condensa las relaciones preedípicas y edí- l
picas con ellos. Con este descubrimiento está relacionado
el hecho de que componentes de la relación sexual tales l
como la fellatio, el cunnilingus, la penetración anal y el
juego sexual exhibicionista, voyeurista, sádico y masoquis-
ta, mantienen la intensidad erótica porque representan
esas fantasías inconscientes respecto de los objetos edí-
picos y preedípicos.
Si esas relaciones objetales internalizadas se han dete-
riorado (como sucede en las personalidades narcisistas),
el juego sexual puede también deteriorarse y convertirse
en una actividad mecánica que ha perdido su calidad eró- '
tica. Un factor esencial para mantener la intensidad de J
una relación amorosa apasionada es la inclusión de la
sexualidad perversa polimorfa, que en su función de
receptáculo de la fantasía inconsciente recluta los conflic-
tos presentes que constantemente se despliegan entre los
compañeros sexuales.
Resulta particularmente interesante que, en cuanto
la pasión sexual incluye la libertad para integrar incons-
cientemente el amor y el odio en una conducta sexual poli-
morfa, se desarrolla un marco implícito de relación objetal
segura de pareja, marco que tolera el uso o la "explota-
ción" lúdicos recíprocos como parte del juego sexual. Este
marco representa una escisión regresiva temporaria del
yo al servicio de la excitación sexual y el amor, que entra

428
en una contradicción dialéctica con la tendencia opuesta
también activada en la intimidad sexual: la búsqueda de
experiencias de fusión temporaria.
Este "uso sexual del objeto" refleja una función normal
de la escisión del objeto sexual o, más bien, de su dupli-
cación, en la cual se conserva la realidad de la relación
objetal, mientras se escenifica de modo lúdico una relación
regresiva, como parte del deseo y la excitación sexuales.
De hecho, la inhibición de este uso sublimatorio de la esci-
sión está relacionada con la disminución de la excitación
en las formas más leves de inhibición sexual.
Otro mecanismo importante que opera en la excita-
ción sexual es la idealización de los genitales y el cuerpo
del compañero sexual. Ya en otro lugar (véase el capítulo
17) me he referido a esta idealización de la anatomía del
compañero sexual (idealización erótica), aspecto crucial
de la integración normal de los impulsos tiernos y eró-
ticos en las relaciones amorosas, tanto heterosexuales
como homosexuales. Esta idealización es paralela a los
procesos de idealización normales descritos por Chasse-
guet-Smirgel (1985a) -la proyección del ideal del yo
sobre el objeto amado-, que caracterizan el enamora-
miento y acrecientan la gratificación narcisista propor-
cionada por los encuentros reales con la versión materia-
lizada del ideal del yo. La idealización del objeto amado
también supone la idealización del encuentro genital, del
cuerpo y los genitales propios y del compañero, cuando
se tocan y fusionan recíprocamente. De modo que el
empleo defensivo de la idealización y la escisión que
encontramos en las perversiones es también caracterís-
tico de la sexualidad madura.

429
LA HOMOSEXUALIDAD "NORMAL" Y "TRANSICIONAL"

La cuestión de los límites entre la homosexualidad en


una organización neurótica de la personalidad y los com-
ponentes homosexuales normales de la sexualidad mas-
culina no tiene una respuesta simple. Teóricamente se
podría asumir el supuesto de que, en paralelo con la exis-
tencia de tendencias sexuales infantiles perversas poli-
morfas de otros tipos, también habría impulsos homose-
xuales, que se pondrían de manifiesto en la excitación y
la experiencia homosexuales ocasionales. Si las tendencias
homosexuales simplemente se comportaran como las otras
tendencias perversas polimorfas, cabría esperar un espec-
tro de respuestas homosexuales, desde la perversión en
el sentido de la restricción habitual y obligatoria en un
extremo, hasta los impulsos, fantasías y conductas horno~
sexuales ocasionales, en el otro. Sin embargo, en la prác-
tica clínica vemos muy pocos casos de conducta homose-
xual sistemática en pacientes varones que en otros
aspectos no presenten ninguna patología caracterológica
importante.
Por el contrario, la gran mayoría de los pacientes varo-
nes que presentan una conducta homosexual circunstan-
cial o una orientación bisexual circunstancial, pertenecen
al espectro límite de la patología. De modo que, desde el
punto de vista clínico, parece haber una discontinuidad
entre la homosexualidad neurótica y la normalidad del
varón, y la orientación masculina hacia uno u otro sexo
no parece seguir la distribución usual de la sexualidad
perversa polimorfa.
Con respecto a la conducta homosexual femenina, sin
embargo, la situación es distinta. Según mi experiencia,
las relaciones homosexuales ocasionales son muy comunes
en mujeres esencialmente heterosexuales que no presen-
tan problemas caracterológicos severos. Pero el rechazo

430
defensivo de la dependencia preedípica normal respecto
del padre por parte de los varones adolescentes puede con-
tribuir a su rechazo de la intimidad anhelada con otros
hombres (Blos, 1987). La continuidad teóricamente espe-
rada entre las tendencias homosexuales no obligatorias
en el seno de una población normal, por una parte, y una
perversión homosexual obligatoria en un nivel neurótico
de organización de la personalidad, por la otra, es proba-
ble en el caso de las mujeres, pero no en el de los varones.
Si esta observación clínica tiene validez, se podría
especular que la identidad genérica nuclear femenina se
cimenta en la identificación primaria con la madre; en
consecuencia, las mujeres disponen de una identidad de
rol genérico más segura, y pueden aceptar sus impulsos
homosexuales como derivados de la bisexualidad psicoló-
gica inconsciente, sin excesiva angustia. En cambio, los
hombres, cuya identidad genérica nuclear implica desi-
dentificarse de la madre, y que por lo tanto tienen menos
certidumbre en su identidad básica de rol genérico, po-
drían ser más proclives a renegar de los aspectos feme-
ninos de su identidad sexual. El hecho de que la madre
no se haya relacionado con el infante varón -lo que debi-
litaría además la identificación del niño con su propio
género masculino como parte de su identificación con la
madre- quizá contribuya significativamente a este rasgo
. 1 dinámico. Un segundo factor podría ser la existencia en
nuestra sociedad de fuertes tendencias culturales contra
la homosexualidad masculina, incluso contra cualquier
manifestación física abierta de intimidad entre hombres,
lo que tal vez desaliente en ellos los impulsos homosexua-
les y la conducta homosexual ocasional. El repudio cul-
tural es menor respecto de la homosexualidad femenina
y la intimidad física entre mujeres; esto facilitaría las
manifestaciones ocasionales de conducta homosexual
femenina.

431
.~
.,
: ';

LA PERVERSIÓN Y LA HOMOSEXUALIDAD EN LA
ORGANIZACIÓN NEURÓTICA DE LA PERSONALIDAD

Tanto en los hombres como en las mujeres, la homo-


sexualidad obligatoria suele ser parte de una organización
neurótica de la personalidad. Como ya hemos dicho, la
constelación edípica y la angustia de castración son los
rasgos dominantes en estos tipos de perversión, y la rela-
ción objeta! más típica es la sumisión al progenitor edípico
del mismo sexo -es decir, el complejo de Edipo negati-
vo-, como defensa contra la angustia de castración seve-
ra que interfiere en el complejo de Edipo positivo.
El hombre homosexual se identifica consigo mismo
como niño amado por la madre, mientras desplaza su
anhelo de madre sobre hombres maternales que lo pro-
tegen de una relación prohibida con la madre y de la riva-
lidad con el padre disociado, cruel y sádico. En otros casos
-y a veces en el mismo- hay identificación con la madre
dadora, mientras el paciente proyecta su sí-mismo sexual-
mente dependiente sobre su objeto homosexual (Freud,
1914).
Similares relaciones existen en las mujeres; la pacien-
te se somete sexualmente como niñita a una mujer
maternal, evitando de tal modo la relación inconsciente-
mente prohibida con el padre, o bien hay una identifica-
ción con las mujeres maternales y sexualmente accesi-
bles, mientras el sí-mismo sexual sumiso, dependien~e,
se proyecta sobre la compañera homosexual. Las mujeres
homosexuales que se identifican con el padre edípico
mientras proyectan su sí-mismo dependiente edípico
sobre el objeto homosexual, por lo común tienen una
estructura más compleja y más patológica. Las que adop-
tan un rol "masculino" en la relación y en su identidad
de rol genérico (aspecto físico, vestimenta y conducta)
acentúan su identificación con los hombres, por lo general

432
también presentan una renegación significativa de los
aspectos femeninos de su personalidad y de su identifi-
cación con la madre en la relación preedípica; por la mis-
ma razón, esto indica raíces conflictuales preedípicas sig-
nificativas, condensadas con conflictos edípicos. El "tipo
de realización de deseos" del complejo de castración, des-
crito por Abraham (1920), presenta entonces una diná-
mica más compleja que la que él le atribuyó, y en muchos
casos de homosexualidad femenina basados en una
estructura narcisista de la personalidad y en una orga-
nización límite de la personalidad, también aparece una
identificación superficial con un rol masculino en el rela-
cionarse con otras mujeres (lo cual revela las raíces pre-
edípicas de su envidia a los hombres).
Como se ha mencionado con frecuencia en la literatu-
ra, todas las perversiones, salvo la homosexualidad y el
masoquismo, están más difundidas entre los hombres que
entre las mujeres. Esto parece ser así en el nivel de las
organizaciones neuróticas y límite de la personalidad.
También en las mujeres encontramos con mucha frecuen-
cia fantasías y conductas masoquistas y sadomasoquistas,
no organizadas como perversiones, pero expresadas libre-
mente en la fantasía masturbatoria y en la conducta
sexual no obligatoria, mientras que las perversiones
masoquistas organizadas en sentido estricto parecen ser
más comunes en los hombres. He visto algunos casos típi-
cos de perversión masoquista en mujeres con organización
neurótica de la personalidad. Una paciente sólo podía
lograr el orgasmo si durante la cópula se le torcían los
brazos, produciéndole un dolor intenso. Relacionaba esa
conducta con la lucha con un novio que la obligó a tener
relaciones sexuales sometiéndola a esa maniobra. En esa
ocasión experimentó un placer intenso, que después orga-
nizó su disposición duradera a una perversión ma-
soquista.

' 433
1.; ·
•··.·.· ....•...•

<"!'.'
De modo análogo, las mujeres suelen tener fantasías
y conductas exhibicionistas que no conducen a una per-
versión organizada. El fetichismo, el voyeurismo, la pai-
dofilia y la perversión sádica, en cualquier nivel de orga-
nización de la personalidad, son relativamente raros en
la mujer.
El supuesto general de que la angustia de castración
es una fuerza más poderosa en la psicología femenina
puede explicar por qué esta característica común final de
todas las perversiones tiene más poder en los hombres.
No obstante, la observación de McDougall (comunicación
personal) sobre la gravedad de las formas primitivas de
la angustia de castración en las mujeres con conflictos
preedípicos fuertes, sugiere que este problema aún no está
resuelto. La inhibición intensa de todo goce sexual, deri-
vada de conflictos edípicos y anterior al dominio de los
mecanismos represivos, se ve con más frecuencia en las
mujeres, probablemente como señal de peligro ante la
expresión plena de la sexualidad femenina cuando los con-
flictos preedípicos en torno a la agresión contra la madre
conducen a una renegación temprana de la feminidad pri-
maria.

LA PERVERSIÓN, LA HOMOSEXUALIDAD
Y LA ORGANIZACIÓN LÍMITE DE LA PERSONALIDAD

En este nivel de la psicopatología, la dinámica de las


perversiones descrita por las escuelas inglesa y francesa
parece ser central en la vida inconsciente del paciente y
coincide con la psicodinámica de la organización límite de
la personalidad. Aún no se ha respondido satisfactoria-
mente a la pregunta de por qué algunos de estos pacientes
desarrollan una perversión organizada, mientras que la
mayoría presenta rasgos sexuales infantiles perversos

434
polimorfos múltiples. La presencia de estos rasgos, sin
una perversión organizada, es común en los pacientes
límite, tanto varones como mujeres. He visto conductas
sádicas y masoquistas, voyeuristas y exhibicionistas, en
.mujeres límite, y conductas masoquistas extravagantes,
muy regresivas, en ambos sexos. No obstante, los tipos
más severos de perversión agresiva de los que he sido tes-
tigo y que están descritos en la literatura se refieren casi
exclusivamente a hombres. No se sabe aún en qué medida
los aspectos biológicos y los determinantes culturales con-
tribuyen a aumentar la intensidad de la agresión y su
canalización en una conducta sexual sádica en los hom-
bres. No obstante, hay casos bien documentados de per-
versiones sádicas en mujeres, y muchos de estos casos,
registrados en el sistema legal, nunca llegaron a manos
de un psiquiatra. La novela Die Klavierspielerin ("El pia-
nista"), de Elfriede Jelinek (1983), describe con profun-
didad la relación entre una perversión sádica, voyeurista
y masoquista en una mujer, y su relación sadomasoquista
y homosexual con una madre extremadamente envidiosa,
sádica e invasiva.
Cuando la estructura límite no está complicada con
una personalidad narcisista las relaciones objetales caó-
ticas eclipsan la dinámica homosexual, pero cuando la
organización límite de la personalidad existe en el contex-
to de una personalidad narcisista, la orientación homo-
sexual es mucho más fuerte. Al mismo tiempo, las rela-
ciones objetales no son tan caóticas, por lo menos en el
funcionamiento social común. En estos pacientes narci-
sistas se encuentra una fantasía inconsciente dominante
de incorporar, como parte de la identidad homosexual, las
características de ambos sexos, de modo que la envidia al
otro sexo pueda ser renegada con éxito. Este desarrollo
proporciona el trasfondo para las resistencias extraordi-
nariamente severas en el tratamiento psicoanalítico.

435
He descubierto que, tanto en los hombres como en las
mujeres, si las tendencias perversas son múltiples y la
organización de la personalidad es claramente límite, el
pronóstico general del tratamiento depende de la inten-
sidad o severidad de la agresión, de la medida en que se
mantiene el funcionamiento superyoico (de modo que por
lo menos haya acceso a la moral convencional) y de la pre-
sencia o ausencia de una organización narcisista -es
decir, de la integración de un sí-mismo patológico gran-
dioso.
La organización límite de la personalidad por sí mis-
ma, con tendencias perversas múltiples, en ausencia de
una patología severa del superyó, sin primitivización de
la agresión y sin una estructura narcisista de la persona-
lidad, tiene un pronóstico relativamente bueno en cuanto
a la reorganización fundamental de la vida sexual del
paciente y a la resolución de su psicopatología en general.
Asimismo, en estos casos con mejor pronóstico, la accesi-
bilidad misma de las múltiples tendencias perversas pue-
de mejorar la vida sexual cuando se ha resuelto la orga-
nización límite de la personalidad.

LA ELIMINACIÓN DE TODOS LOS RASGOS PERVERSOS

El estudio de los pacientes límite con inhibición severa


del deseo sexual, que incluye las limitaciones significati-
vas de la capacidad para obtener placer con la masturba-
ción o en cualquier interacción sexual con otra persona,
ha revelado la enorme diferencia que existe entre la inhi-
bición sexual que resulta de la represión (típica de la orga-
nización neurótica de la personalidad) y la derivada de la
indisponibilidad o la renegación temprana de la excitación
erótica provocada por la estimulación corporal en las pri-
meras etapas del desarrollo. En este caso, los elementos

436
etiológicos más destacados parecen ser los conflictos serios
en la relación madre-hijo en los primeros años de vida, la
ausencia de una relación madre-infante sostenida y gra-
tificadora, que permita encender el erotismo dérmico.
Los hombres con incapacidad para el deseo y la ter-
nura, y para la excitación erótica, tienen miedos profun-
dos y experimentan un rechazo profundo a las mujeres,
con tendencias paranoides que complican su angustia
intensa por su funcionamiento sexual. Se podría decir que
su angustia de castración está tan infiltrada por el miedo
al aniquilamiento a manos de una imagen materna fan-
taseada sádica y primitiva que toda su sexualidad está
reprimida o apagada. En mujeres con organización límite
de la personalidad y conflicto grave en torno a la agresión
preedípica, estas inhibiciones sexuales son particularmen-
te resistentes al tratamiento analítico. Por lo general
están vinculadas a una renegación profunda de la iden-
tidad femenina y a una concepción del cuerpo de la mujer
como destruido y repugnante desde el punto de vista geni-
tal; en virtud de la proyección de sus impulsos agresivos,
estas mujeres también experimentan como peligrosa y
repugnante la genitalidad masculina. La fantasía mastur-
batoria exclusiva de una paciente era una escena profun-
damente humillante, en la que ella estaba arrodillada en
un lecho duro, rodeada por grupos de monjas que la obser-
vaban mientras la madre superiora utilizaba un aparato
mecánico para penetrar sus genitales expuestos. Este
guión no incluía ninguna intimidad física, ningún contacto
con los genitales masculinos ni femeninos: sólo la atmós-
fera terrible, espantosa, humillante, de un mundo domi-
nado por mujeres sádicas y voyeuristas. Esta paciente
tenía una historia de problemas de separación e indivi-
duación respecto de una madre que ella experimentaba
como extremadamente sádica, abrumadora e invasora.
Esa madre prohibía en la familia toda expresión de curio-

437
sidad sexual, y dominaba a su marido pasivo y distante.
La paciente luchó con dificultades enormes al separarse
de una imagen materna arcaica, primitiva, que obstacu-
lizaba su identificación con un rol femenino y le impedía
volverse hacia el padre y la heterosexualidad.
En el tratamiento de la perversión, la tarea consiste
en liberar la sexualidad perversa polimorfa infantil de su
enredo con la psicopatología que la rodea. Hay que alcan-
zar un punto en que las fantasías y experiencias infantiles
perversas polimorfas del paciente se expresen en el con-
texto de una relación objetal profunda, en la que conver-
jan la ternura y el erotismo, e inevitablemente también
el erotismo y la agresión, y emerjan los conflictos más pro-
fundos relacionados con la situación edípica 'Y la angustia
de castración.

438
17. UN MODELO CONCEPTUAL
DE LA PERVERSIÓN MASCULINA
(con particular referencia a la homosexualidad)

Al examinar la historia del concepto de perversión en


el pensamiento de Freud, Laplanche y Pontalis formulan
un interrogante central sobre la genitalidad: "Es lícito, sin
embargo, preguntarse si es solamente su carácter unifi-
cador, su valor de 'totalidad', en contraposición a las pul-
siones 'parciales', lo que confiere a la genitalidad su papel
normativo. Numerosas perversiones, como el fetichismo,
la mayoría de las formas de homosexualidad e incluso el
incesto consumado, suponen, en efecto, una organización
bajo la primacía de la zona genital. ¿No indica esto que
la norma debe buscarse en algo aparte del funcionamiento
genital propiamente dicho?" (1973, pág. 308).
En la práctica, la mayoría de los psicoanalistas limi-
tan el concepto de "perversión" a las "desviaciones" res-
pecto de lo normal en cuanto a meta o elección de objeto
sexuales, cuando existe un carácter habitual y obligatorio
(Moore y Fine, 1990). Esta definición excluye un amplio
espectro de conductas y fantasías propias de la sexualidad
normal, pero en ella subsiste el problema de en qué con-
siste esa sexualidad "normal": Laplanche y Pontalis pre-
guntan si Freud, después de"rechazar inicialmente las cla-

439
sificaciones descriptivas de las perversiones porque no
hacían justicia a las funciones normales de los impulsos
sexuales perversos polimorfos en todo el desarrollo psico-
sexual del individuo, acaso no terminó "catalogando como
perversiones exactamente lo mismo que siempre se había
clasificado así" (pág. 308).
Creo que la conducta sexual "normal" puede ser menos
restringida que lo que ha dado por sentado la definición
psicoanalítica clásica. Pienso que la clasificación de la
patología sexual, en particular de las perversiones, debe
incluir la consideración de las relaciones objetales; no pue-
de basarse exclusivamente en el contenido de la conducta
sexual. También creo que desatender o subestimar las
funciones de la fantasía y la conducta perversa polimorfa
en las interacciones sexuales normales ha conducido, en
la definición psicoanalítica clásica, a una subestimación
de las funciones de los rasgos perversos en la idealización
que es una parte constitutiva normal de los aspectos
sexuales de las relaciones amorosas. Los rasgos perversos
expresan niveles tempranos de relaciones objetales acti-
vados inconscientemente en la cópula, y contribuyen a dar
intensidad y significado a la experiencia sexual. Además,
el supuesto de Freud (1905) de que las neurosis son el
negativo de las perversiones no está a la altura de la com-
prensión que tenemos actualmente de las complejas rela-
ciones que existen entre la organización de la personali-
dad, la "estructura" perversa y la patología de las
relaciones objetales. Íntimamente vinculada a estas cues-
tiones está la relación entre los determinantes edípicos y
preedípicos de la perversión, y la medida en que los com-
ponentes edípicos y preedípicos forman parte de ciertas
estructuras perversas.

440

l
LA SEXUALIDAD PERVERSA POLIMORFA MASCULINA

Lo que sigue es una aplicación del marco teórico gene-


ral del análisis de las perversiones (expuesto en el capí-
tulo 16) a la perversión masculina.
Una de las fantasías más sorprendentes y frecuentes
de los pacientes con perversiones clínicas es que su solu-
ción particular de sus necesidades sexuales les proporcio-
na un goce tan intenso, o es de una naturaleza tan "subli-
me", que probablemente ningún otro tipo de conducta
sexual puede equipa:r;ársele. Esos pacientes creen que
quienes no tienen su perversión sólo alcanzan un pálido
reflejo de la intensidad sexual y el goce que ellos mismos
experimentan (Lussier, 1983). Chasseguet-Smirgel (1984)
ha señalado la naturaleza defensiva de esta idealización
de la perversión, defensa que por lo común sirve para jus-
tificar la analización de todas las relaciones sexuales, lo
cual forma parte de la perversión y también refuerza la
renegación de la importancia de la cópula sexual normal,
con sus complicaciones edípicas.
Pero la idealización es también un rasgo central de las
relaciones amorosas y los encuentros sexuales normales.
La idealización por los hombres de la anatomía femenina
-los genitales, los pechos, la piel-forma parte de la exci-
tación sexual vinculada al enamoramiento. La idealiza-
ción de la anatomía del compañero sexual, que yo deno-
mino "idealización erótica", depende de la capacidad para
investir al objeto amado de sentimientos tiernos y eróti-
cos. Además, la proyección del propio ideal del yo sobre
el objeto amado, que es característica del enamoramiento,
acrecienta la gratificación narcisista que proporciona el
encuentro; al mismo tiempo, el amor al objeto expresa la
gratificación de los impulsos libidinales objetales. De
modo que la idealización del objeto amado t:imbién supone
la idealización del encuentro genital, del cuerpo y los geni-

·.¡ 441
'
bales propios y del compañero, cuando se tocan y fusionan.
Esto podría parecer evidente de por sí, pero realizo el
c~mentario porque está en contradicción con lo que dice
F'reud (1914, pág. 88; 1921, pág. 113) en cuanto a que en
e1 estado de enamoramiento la investidura narcisista se
disipa.
Las fantasías y apetencias voyeuristas, exhibicionis-
tas, sádicas y masoquistas de la pareja enamorada, las
irnplicaciones homosexuales de la identificación con la
excitación y el orgasmo del compañero, contribuyen a la
expresión simbólica del triunfo sobre las prohibiciones edí-
picas. La pareja enamorada y en unión sexual se convierte
en la pareja edípica. Sus fantasías, apetencias e interac-
ciiones son también puentes para la fusión simbólica de
los dos cuerpos como expresión de anhelos simbióticos pre-
edípicos, una fusión escenificada con la sensación de pér-
dida de control en la excitación recíproca del orgasmo. La
idealización normal de las partes corporales del objeto
amado también puede extenderse a la ropa y otras pose-
siones de ese objeto, que entonces cumplen funciones feti-
chistas.
Estas idealizaciones eróticas pueden inspirar expre-
siones artísticas o religiosas. En las perversiones clínicas,
quizá tengan también la función de crear una "neosexua-
lidad" (McDougall, 1985) o de eludir la situación edípica
mediante la idealización de los precursores sexuales
preedípicos. Creo que normalmente estos tipos de idea-
lización se mezclan con las aspiraciones edípicas y le pro-
curan al amor sexual una calidad trascendental, vincu-
lándolo al arte y la religión.
En contraste con la fantasía del paciente de que su
perversión clínica es el goce sexual más intenso, está el
enorme enriquecimiento de la experiencia,sexual que pue-
de producirse cuando en el curso de un tratamiento psi-
coanalítico exitoso la sexualidad perversa polimorfa se

442
integra con las fantasías y las conductas sexuales que
reflejan la resolución de las prohibiciones edípicas contra
la sexualidad genital.
La idealización erótica puede entonces cumplir tanto
funciones normales como patológicas. Se puede considerar
que todas las idealizaciones provienen de conflictos en tor-
no a la ambivalencia, y la idealización erótica de la sexua-
lidad perversa polimorfa no es una excepción. Pero la inte-
gración del odio en una relación amorosa por lo general
enriquece esa relación y la excitación erótica que la acom-
paña, mientras que la idealización de una perversión par-
ticular es una defensa secundaria al servicio de la rene-
gación de la angustia de castración y de la regresión a la
fase anal.
La idealización heterosexual masculina del cuerpo de
una mujer crea una sensación de misterio y excitación que
trasciende las consideraciones estéticas comunes, y en
particular los límites convencionales de la estética. Esta
idealización le permite al hombre tolerar el conflicto entre
su deseo de incorporar a la amada y la conciencia que tie-
ne de la impenetrabilidad final del cuerpo y el alma de
ella. En otras palabras, esta idealización facilita la tole-
.~.
rancia a la naturaleza impenetrable del otro, mientras
mantiene vivo el incesante deseo de fusión. La idealiza-
ción erótica hace que el deseo sexual se irradie sobre la
'•.
vida social, y establece y mantiene las tensiones interper-
sonales indicativas de la activación de las fantasías y los
guiones edípicos en la estructura social.
La idealización erótica también fortalece la permanen-
cia del deseo, y preserva el amor en la condición de odio
que es una parte normal de la ambivalencia, realzada en
la intensidad de las relaciones objetales de la pareja ena-
morada. Un hombre que se siente excitado sexualmente
por una mujer que lo encoleriza ilustra la función de la
idealización erótica en el trato con la ambivalencia.

443
La idealización erótica homosexual masculina del
cuerpo del compañero también revela, en la exploración
analítica, elementos de heterosexualidad en la relación
fantaseada entre la madre como objeto edípico y el niñito,
relación que Freud describió por primera vez en su ar-
tículo "Introducción del narcisismo" (1914). El niñito quie-
re que la madre admire su pene, para poder superar el
miedo a que sea inadecuado y no pueda competir con el
del padre y satisfacer las exigencias de la vagina materna
(Chasseguet-Smirgel, 1984); su necesidad de que le den
la seguridad de que tiene un pene bueno, afectuoso, y no
un pene agresivo y envenenado, es satisfecha por la admi-
ración excitada del pene del compañero homosexual, y por
la excitación y admiración del pene del paciente por parte
de ese compañero.
Las implicaciones exhibicionistas, voyeuristas, fetichis-
tas, sádicas y masoquistas de la idealización erótica del
pene y del juego homosexual con él aparecen ilustradas en
las fantasías masculinas típicas de ser sexualmente exci-
tado mediante una estimulación manual sin que se le per-
mita llegar al orgasmo, y en el deseo de una estimulación
pasiva del propio pene, así como en la apetencia de una
penetración agresiva de las cavidades corporales del com-
pañero sexual. La identificación narcisista con la excita-
ción sexual y el orgasmo del compañero, y con la admira-
ción del propio cuerpo del sujeto por parte de ese
compañero, está vinculada a fantasías edípicas y preedí-
picas notablemente semejantes en los pacientes homose-
xuales y heterosexuales; esta semejanza indica una vez
más la función normal, universal, de las fantasías y los
impulsos perversos polimorfos. Desde luego, podrían for-
mularse observaciones similares respecto de las fantasías
y la excitación exhibicionistas femeninas, y de la excitación
de la mujer en el juego erótico con el pene e~ecto, que res-
ponde con excitación y orgasmo al control de ella sobre él.

444
Según mi experiencia, la exploración psicoanalítica
demuestra regularmente que los elementos homosexuales
de ambos sexos enriquecen la idealización erótica de las
interacciones sexuales heterosexuales. El problema enton-
ces pasa a ser el de rastrear de qué modo las tendencias
perversas normales se transforman en perversiones res-
trictivas obligatorias, y cómo la idealización erótica con-
comitanté se convierte en una defensa que reniega la
importancia de los impulsos sexuales disociados o repri-
midos, vinculados a la realización edípica prohibida. Aun-
que quizá no tengamos una respuesta definida a este
interrogante, la exploración de la dinámica de la homo-
sexualidad en el contexto de los trastornos significativos
de la personalidad proporciona información importante
sobre los determinantes de esta transformación.

LA HOMOSEXUALIDAD EN UNA ORGANIZACIÓN


NEURÓTICA DE LA PERSONALIDAD

Los pacientes homosexuales masculinos con una orga-


nización neurótica de la personalidad, y las correspondien-
tes características estructurales de su mundo de relacio-
nes objetales, presentan típicamente predominio de la
sumisión inconsciente al padre edípico, relacionado con
la culpa por los deseos edípicos respecto de la madre y la
angustia de castración. En otras palabras, presentan una
estructuración defensiva de complejo de Edipo negativo
en el contexto de una identidad yoica consolidada, preva-
lencia de relaciones objetales totales o integradas y un
predominio de impulsos edípicos y mecanismos defensivos
centrados en la represión.
Al someterse al padre edípico, ellos se identifican
defensivamente con la madre, y a menudo presentan la
elección homosexual narcisista de objeto descrita por

445
Freud (1914)-es decir que eligen como objeto a un hom-
bre que los representa a ellos mismos de niños y al que
tratan de un modo maternal-. De hecho, hay pacientes
que presentan una identificación homosexual consigo mis-
mos en tanto niños amados por la madre, mientras que
su deseo de la madre ha sido desplazado sobre hombres
maternales que los protegen tanto ~e las relaciones prohi-
bidas con la madre como del padre disociado cruel y sádi-
co. El mismo paciente puede identificarse alternativamen-
te, en distintas relaciones amorosas homosexuales, con la
madre que da o con el hijo dependiente.
Lo típico es que estos pacientes presenten una inten-
sificación de la idealización erótica del cuerpo masculino,
pero a menudo son también capaces de idealizar cuerpos
femeninos, siempre y cuando se excluyan los genitales.
Quizás anhelen relaciones desexualizadas con mujeres no
amenazantes, mientras que sus relaciones con hombres
suaves, femeninos, indican un rechazo a los hombres agre-
sivos, "brutalmente" heterosexuales, que representan al
padre edípico persecutorio.
En el amor son a menudo capaces de relaciones obje-
tales estables que incluyen tanto la excitación genital
como -la ternura respecto de un mismo hombre, lo cual
ilustra que tanto en este caso como en todas las perver-
siones neuróticas encontramos la capacidad para integrar
sentimientos genitales y tiernos en la misma relación
objeta!. Estos pacientes toleran a menudo las fantasías
y actividades perversas polimorfas, y pueden presentar
una amplia gama de conductas sexuales, siempre que se
mantenga la condición homosexual obligatoria. También
son típicas en estos casos la idealización del arte como
defensa contra la regresión significativa y la dispciación
del goce directo anal y oral de tales idealizaciones escin-
didas.
¿Cuáles son los límites entre la homosexualidad en

446
el nivel de una organización neurótica de la personalidad
y los componentes homosexuales normales de la sexua-
lidad masculina? Desde el punto de vista psicoanalítico
tradicional, podríamos decir que la homosexualidad neu-
rótica supone intereses homosexuales habituales y obli-
gatorios y relaciones que indican el fracaso de la resolu-
ción normal de los conflictos edípicos infantiles; no hay
por lo tanto capacidad para identificarse con el padre edí-
pico en una relación plena con una mujer adulta, y pa-
ra aceptar plenamente la función de la paternidad jun-
to con la sexualidad heterosexual. En los últimos años,
este modo de ver ha sido cuestionado por psicoanalistas
que postulan una orientación homosexual de origen cons-
titucional, la cual facilita en algunos individuos una or-
ganización homosexual normal, o una organización neu-
rótica si ciertos conflictos del desarrollo complican el
establecimiento de esa homosexualidad normal (Morgent-
j haler, 1984; Isay, 1989).
! Además, bien podría ser que el límite entre la orien-
tación homosexual normal y la patológica esté trazado de
modos muy distintos en diferentes sociedades y períodos
históricos; la exploración de esta frontera por parte del
psicoanálisis podría haber sido obstaculizada por los ine-
vitables prejuicios culturales que se infiltran en todas las
ciencias sociales. Reexamino esta cuestión después de ex-
plorar los niveles más severos de organización de la ho-
mosexualidad, así como de las perversiones masculinas
en general. Debido a las grandes diferencias de pronós-
tico mencionadas en el capítulo 16, la homosexualidad
neurótica también debe diferenciarse de la homosexua-
lidad en el nivel de la organización límite de la persona-
lidad, y particularmente de la homosexualidad arraiga-
da en una estructura narcisista de la personalidad.

447
LA HOMOSEXUALIDAD EN EL NIVEL LÍMITE

Las situaciones clínicas que encontramos en los


pacientes homosexuales con organización límite de la per-
sonalidad difieren entre sí por el grado de organización
de la estructura perversa, por las características de los
rasgos narcisistas, por la integración del superyó y por la
intensidad de la pulsión agresiva.
En primer lugar, podríamos diferenciar descriptiva-
mente a los pacientes límite que presentan rasgos perver-
sos múltiples en coexistencia caótica, sin ningún predo-
minio claro sobre la sexualidad genital, de los casos en
que ha cristalizado una perversión dominante (es decir,
una restricción habitual y obligatoria de la fantasía y la
conducta sexuales). Como lo he señalado en el capítulo 16,
los pacientes límite con fantasías y conductas sexuales
perversas polimorfas y caóticas, pero sin una perversión
consolidada, tienen un mejor pronóstico que los que pre-
sentan una perversión organizada o inaccesibilidad gene-
ral al erotismo sexual.
Se debería subrayar que esta inaccesibilidad no se
debe a la represión sino a la falta de desarrollo o al dete-
rioro de la capacidad para la excitación y la idealización
eróticas, característicos de algunos de los casos más seve-
ros de trastorno límite, en los que la experiencia vital
anhedónica nos plantea desconcertantes cuestiones teó-
ricas y clínicas.
En este nivel de organización de la personalidad,
encontramos dos tipos dominantes de dinámica de la
homosexualidad masculina. En primer lugar está la per-
versión consolidada en un paciente límite no narcisista en
el cual predomina un tipo preedípico de homosexualidad,
r

que por lo general involucra la apetencia inconsciente de


someterse sexualmente al padre para obtener de él las
gratificaciones orales negadas por la madre peligrosa y

448
frustradora. La relación de ese paciente con el compañero
idealizado puede adquirir rápidamente un carácter exi-
gente, codicioso, eternamente insatisfecho, que refleja
necesidades y frustraciones orales, esfuerzos que buscan
el control de ese compañero y la tendencia a extraer por
la fuerza las provisiones orales que se sospecha que el
compañero retiene. Los impulsos sádicos del paciente pue-
den ser inmediatamente proyectados y parecen tener un
fuerte potencial para activar fantasías paranoides. Las
operaciones incesantes de escisión facilitan la desvalori-
zación de los compañeros sexuales que frustran las nece-
sidades orales del paciente y la idealización de nuevos
compañeros, y conducen a la promiscuidad sexual junto
con exigencias intensas y caóticamente aferratorias e inte-
racciones sadomasoquistas.
La idealización por estos pacientes de las mujeres
desexualizadas puede también tomar un carácter primi-
tivo, de dependencia aferratoria, y a veces conduce a iden-
tificaciones vengativas con las mujeres, en la forma de
una conducta seudofemenina que expresa la renegación
1 de la necesidad de la madre, mediante la identificación
i con una caricatura desvalorizada de ella. Las interaccio-
nes caóticas de estos pacientes, su aferramiento explota-

li
•.·;.!
~-
tivo, cruel y sin embargo desesperado, ilUstran la capa-
cidad para el compromiso emocional y la falta de
capacidad para la constancia de objeto.
En este nivel de organización de la personalidad, la
otra alternativa, como ya hemos dicho, consiste en la con-
solidación de una estructura narcisista de la personalidad,
con una identificación homosexual dominante. Esta iden-
tificación frecuentemente refleja la fantasía inconsciente
de pertenecer a los dos sexos al mismo tiempo, y por lo
tanto también expresa la renegación de la lesión narci-
sista de estar condenado a tener un solo sexo y desear
eternamente el otro. La consolidación de una estructura

449
1w1·c:is.ista de la personalidad y de la homosexualidad en
este contexto lleva a buscar a otros hombres como réplicas
idealizadas del sí-mismo patológico grandioso. La relación
con uno de tales hombres puede mantenerse, siempre y
cuando la necesidad que el paciente tiene de admiración
sea satisfecha por el compañero sin suscitar una excesiva
envidia, y el compañero no sea prematuramente desva-
lorizado en el curso de operaciones defensivas contra la
envidia. En la práctica, tales relaciones homosexuales cui-
dadosamente balanceadas son difíciles de mantener; los
homosexuales varones con una estructura narcisista de
la personalidad por lo general presentan una relación
estable pero explotativa con un hombre masoquista no-
narcisista sometido, que tiene una capacidad mucho
mayor que la de ellos para investir objetos, o bien una lar-
ga serie de relaciones explotativas breves, o encuentros
casuales con hombres de inclinaciones análogas.
El funcionamiento superficial de esos pacientes puede
ser mucho mejor que el del tipo no neurótico mencionado
antes. Es posible que sus relaciones sean emocionalmente
superficiales y explotativas, pero también son mucho
menos caóticas, y ellos tienen capacidades sublimatorias
en otras zonas. La capacidad para la investidura objetal
en zonas no sexuales está mejor conservada; a lo largo de
los años pueden ir desvalorizando gradualmente sus
encuentros sexuales conflictivos y terminar en un equi-
librio social asexual relativamente satisfactorio.
He visto varios pacientes con personalidad narcisista
y homosexualidad que establecieron tal equilibrio entre
los cuarenta y los cincuenta años. Quizá se entreguen a
encuentros sexuales ocasionales o a aventuras fugaces,
pero también tienen otras amistades con hombres r
(a
menudo ex amantes), que se convierten en relaciones
socialmente gratificantes y a veces incluso íntimas, sin
compromiso sexual. De modo análogo, pueden establecer

450
relaciones un tanto distantes pero estables con amigas;
sus gratificaciones sexuales finalmente se vuelven
disociadas y un tanto mecánicas, mientras que su vida,
generalmente asexual, les proporciona estabilidad. Esto
presenta un contraste dramático con las ulteriores expe-
riencias de vida de los hombres homosexuales y nivel neu-
rótico de organización de la personalidad, que son capaces
de mantener una relación estable y gratificante con otro
hombre durante muchos años, o incluso durante toda la
vida.
Los homosexuales varones con narcisismo maligno
presentan tendencias paranoides, sádicas y antisociales,
como suele ser el caso de los que se prostituyen y los
transvestidos de tipo agresivo. La infiltración del sí-mismo
patológico grandioso en el narcisismo maligno lleva al fra-
caso de la función defensiva de la homosexualidad contra
la expresión directa de la agresión primitiva. En contraste
con la función de las tendencias perversas en circunstan-
cias normales, que es reclutar la agresión al servicio del
sexo y el amor, en este caso el sexo y el amor son reclu-
tados y puestos al servicio de la agresión. Esto conduce,
en circunstancias extremas, a la perversidad de las rela-
ciones objetales, caracterizada por la explotación cruel, la
1
destrucción simbólica de los objetos y la violencia real.

'/
UN MARCO DIAGNÓSTICO
PARA LA PERVERSIÓN MASCULINA

Espero que ya esté claro que a mi juicio no se puede


hablar de estructura perversa ni integrar toda la patolo-
gía incluida bajo el rótulo de "perversión masculina" den-
tro de un marco o categoría únicos. Por ejemplo, entre la
homosexualidad masculina en un nivel neurótico de orga-
nización de la personalidad y la homosexualidad mascu-

451
lina en un nivel límite o narcisista puede haber más dife-
rencias que entre la homosexualidad neurótica y otros
tipos de patología neurótica del carácter en los hombres.
Y entre las perversiones no homosexuales en el contexto
de una organización neurótica de la personalidad y per-
versiones análogas en. el nivel de una organización límite
de la personalidad puede haber diferencias más grandes
que entre esas mismas perversiones y otra patología del
carácter, neurótica, no perversa. Creo que estos hechos se
reconocen desde hace ya mucho tiempo en cuanto a las
indicaciones y contraindicaciones del psicoanálisis, y en
lo que respecta a la analizabilidad y el pronóstico; ade-
más, en este ámbito, las diferencias entre la práctica clí-
nica y la perspectiva teórica podrían haber sido determi-
nadas, por lo menos en parte, por prejuicios culturales.
Yo propongo una clasificación de la perversión mas-
culina basada en la patología de las relaciones objetales
internalizadas, en la patología del superyó, en el dominio
de la agresión y en el nivel de la organización del yo.

La sexualidad perversa polimorfa normal . En este


punto se trata de que el clínico a menudo pasa por alto
la inhibición de la sexualidad perversa polimorfa, que tie-
ne una gran importancia en el goce normal del amor y el
sexo. Por ejemplo, es de sumo interés el hecho de que en
los pacientes que presentan inhibiciones sexuales, la reso-
lución plena de los conflictos sexuales de origen edípico
sólo tiene lugar cuando en la relación sexual se liberan
las tendencias perversas polimorfas. Otra ventaja de
adoptar los criterios que propongo consiste en que ellos
ayudan a detectar áreas que requieren una exploración
analítica adicional. Por ejemplo, los pacientes qye están
en transición desde una organización límite de la perso-
nalidad con tendencias sexuales polimorfas múltiples, a
una organización neurótica de la personalidad -cambio

452
éste que en otros sentidos indica una mejoría definida-,
pueden desarrollar una inhibición sexual en reemplazo de
las tendencias sexuales perversas polimorfas previamente
"libres", y hacer necesario un renovado trabajo analítico
en este ámbito, dentro del contexto de los conflictos edí-
picos y la sintomatología neurótica dominantes.

La perversión organizada en la organización neurótica


de la personalidad. Esta categoría incluye las perversio-
nes típicas de las cuales las neurosis pueden considerarse
el negativo. Estos pacientes presentan conflictos edípicos
dominantes y regresión anal y oral, pero sin predominio
de los conflictos preedípicos, de la agresión preedípica o
de la pérdida de la identidad yoica. Hay constancia del
objeto, o la correspondiente capacidad para las relaciones
objetales profundas.

La sexualidad perversa polimorfa como parte de la


organización límite de la personalidad. En esta categoría
tenemos fantasías y conducta sexuales perversas polimor-
fas sin una perversión organizada, es decir, el típico caos
sexual de los pacientes límite, con rasgos homosexuales,
heterosexuales, exhibicionistas, voyeuristas, sádicos,
masoquistas y fetichistas. Estos casos son definidamente
distintos de las perversiones en sentido clínico. El foco en
sus tendencias perversas polimorfas sólo se justifica en
cuanto ellas indican un pronóstico favorable, en contraste
con el de los casos límite que presentan una inhibición
severa de todas las idealizaciones eróticas y de todo ero-
tismo.

La perversión estructurada en la personalidad límite.


Estos pacientes presentan una falta de integración de la
identidad y de constancia del objeto, y operaciones defen-
sivas predominantemente primitivas. En ellos no se

453
encuentran la idealización, la renegación, la formación
reactiva y la proyección basada en la represión, típicas del
nivel neurótico de organización de la personalidad. Estos
casos son más difíciles de tratar que la patología límite
común, y tienen un pronóstico más reservado. Entre ellos
hay pacientes histeroides varones que visten ropa de
mujer y presentan rasgos de carácter predominantemente
pasivos y afeminados.

La perversión y la patología narcisista. Estos casos son


aún más difíciles de tratar y, como ya hemos visto, la iden-
tidad homosexual puede estar íntimamente integrada en
el sí-mismo patológico grandioso. En relación con esto,
muchos pacientes homosexuales varones con estructura
narcisista de la personalidad despliegan defensas pode-
rosas que racionalizan y protegen su homosexualidad
como una parte yo-sintónica del sí-mismo patológico gran-
dioso. Por lo tanto, no quieren ser tratados y pueden inclu-
so ofrecer una "ideología" ad hoc con respecto a la supe-
rioridad de la homosexualidad masculina.
Este fenómeno ilustra que la medida en que la homo-
sexualidad es yo-sintónica o ajena al yo no tiene relación
con el hecho de que la estructura de la personalidad del
paciente sea neurótica, límite o narcisista. La homosexua-
lidad de una estructura neurótica de la personalidad tam-
bién puede ser yo-sintónica. Muchos pacientes con estruc-
tura neurótica de la personalidad y neurosis sintomática
o patología del carácter severas necesitan tratamiento psi-
coanalítico, pero insisten en que quieren conservar su
homosexualidad. Según mi experiencia, es difícil o impo-
sible predecir cuál será la orientación sexual del paciente
cuando se completa el tratamiento. En muchos casos de
patología caracterológica neurótica o narcisÍsta, una
homosexualidad al principio yo-sintónica se convertirá en
heterosexualidad, pero en otros casos la resolución de la

454
patología caracterológica coincide con la consolidación de
una homosexualidad más adaptativa y satisfactoria. Más
adelante discutimos si esto indica la existencia de una
homosexualidad normal o una limitación del tratamiento
psicoanalítico.

La perversión y el narcisismo maligno. Este grupo


incluye a muchos varones homosexuales que visten ropa
de mujer y muestran tendencias antisociales y perversio-
nes sádicas que ponen en riesgo la vida. El pronóstico del
tratamiento psicoterapéutico de esta categoría es muy
pobre, y casi igual a cero en pacientes con personalidad
antisocial propiamente dicha.

La perversión en la psicosis. Las perversiones organi-


zadas en pacientes con funcionamiento psicótico tienen
muchos rasgos en común con el narcisismo maligno y el
sadismo que pone en riesgo la vida. Cuando los rasgos
sádicos son prominentes, estos pacientes suelen ser extre-
madamente peligrosos.
¿Tiene sentido emplear la expresión "estructura per-
versa" con referencia a cualquiera de estos grupos? Yo la
reservaría para los pacientes con una perversión organi-
zada y organización límite de la personalidad, en la inte-
ligencia de que sólo debería aplicarse el diagnóstico de
"perversidad en la transferencia" a los pacientes que tra-
<I tan inconscientemente de transformar toda la ayuda reci-
bida, todo el amor y la preocupación por ellos, en una fuer-
za destructiva o autodestructiva. Este proceso puede
desarrollarse tanto en pacientes con perversiones como en
pacientes sin desviaciones sexuales. La gravedad de la
patología límite, el carácter reservado de su pronóstico y
las enormes dificultades que se enfrentan en su trata-
miento justifican a mi juicio la aplicación de la expresión
"estructura perversa" a estos subgrupos. En contraste, mi

455
clasificación tiende a reducir las diferencias de diagnóstico _
y pronóstico entre la perversión en el nivel neurótico de
organización de la personalidad, por un lado, y las neu-
rosis comunes y la patología caracterológica neurótica, por
el otro. Si estoy en lo cierto al suponer que éste es un cam-
bio conceptual clínicamente razonable, se plantean nuevos
interrogantes en cuanto al espectro de los pacientes con
perversiones tratables mediante el psicoanálisis.

LA HOMOSEXUALIDAD Y LA NORMALIDAD MASCULINAS

Volvemos ahora a la cuestión de cómo distinguir la


homosexualidad insertada en una organización neurótica
de la personalidad, y las tendencias homosexuales que
podrían considerarse equiparables a otros aspectos per-
versos polimorfos de la sexualidad normal. En este punto
encontramos problemas teóricos, clínicos y culturales.
Teóricamente, dentro de un marco de referencia psi-
coanalítico cabe preguntar si la homosexualidad no puede
considerarse una variante "normal" de la vida sexual. Si
la superación de la constelación edípica implica la posi-
bilidad de identificarse con las funciones sexuales y pater-
nas del padre, cualquier orientación homosexual implica-
ría una limitación en tal sentido. Si en la práctica clínica
encontráramos casos de elección homosexual de objeto sin
pruebas significativas de conflictos que involucren angus-
tia de castración, miedo a una plena participación genital
y tierna con una mujer, miedo a competir con el padre edí-
pico en el ámbito sexual o miedo a una imagen materna
abrumadora y persecutoria, habría que revisar lá teoría
· psicoanalítica de la importancia crucial de la sexyalidad
infantil en la determinación de los conflictos y la orien-
tación sexuales inconscientes.
Desde luego, se podría suponer clínicamente que, en

456
vista del prejuicio teórico del analista, nunca encontrare-
mos lo que no queremos ver. Pero a este argumento se
opone la realidad de que existen opiniones muy distintas
con respecto a estas cuestiones entre distintos psicoana-
listas, y en algunos ámbitos hay una tendencia definida
a reexaminar radicalmente los supuestos psicoanalíticos
básicos con respecto al tema. Morgenthaler (1984), por
ejemplo, postula que la sexualidad perversa polimorfa
refleja pulsiones sexuales básicas, sin objeto, y que tanto
la homosexualidad como la heterosexualidad constituyen
estructuras organizadas relacionadas con objetos, que
pueden ser normales o patológicas. Isay (1989), sobre la
base de la exploración psicoanalítica de más de cuarenta
hombres homosexuales, llega a la conclusión de que la
homosexualidad es una variante no patológica de la
sexualidad humana. Friedman (1988), mientras subraya
los determinantes psicológicos de la orientación homo-
sexual, también señala la posibilidad de que existan
relaciones entre la aversión infantil del varón al juego
agresivo y la influencia endocrina prenatal sobre la orien-
tación sexual. Aunque la influencia de los factores psico-
sociales en la orientación homosexual parece dominante
(Green, 1987; Money, 1988; Arndt, 1991), la gravitación
de los factores hormonales prenatales o de las estructuras
cerebrales que inciden en la conducta sexual podría expli-
car recientes descubrimientos que sugieren un sustrato
biológico en la orientación sexual de los hombres homo-
sexuales (LeVay, 1991).
Desde el punto de vista clínico, la situación es igual-
mente compleja. Si las tendencias homosexuales simple-
mente se expresaran como las otras tendencias perversas
polimorfas, podríamos esperar todo un espectro de res-
puestas homosexuales, desde la perversión en el sentido
de restricción habitual obligatoria, en un extremo, hasta
los impulsos, las fantasías y la conducta homosexuales

457
ocasionales (lo que he descrito como los componentes
homosexuales normales de los aspectos perversos polimor-
fos de la interacción heterosexual), en el otro. Sin embar-
go, mi propia experiencia clínica durante años, y la de
otros colegas, no respalda estas ideas. He hallado muy
pocos casos de conducta homosexual ocasional en pacien-
tes varones que en otro sentido no presentaban una pato-
logía caracterológica importante.
La gran mayoría de los pacientes con conducta homo-
sexual ocasional u orientación bisexual pertenece al espec-
tro límite de la patología. En otras palabras, la elección
ocasional de compañeros homosexuales y la "bisexualidad"
en sentido amplio aparecen por lo común en pacientes
más severamente perturbados que los que tienen una
organización neurótica de la personalidad.
Cuando, por otro lado, prevalece una orientación
homosexual, y la conducta y/o fantasía sexuales se dirigen
hacia hombres de modo exclusivo o prevaleciente, también
encontramos grados diversos de patología caracterológica;
son muy pocos los casos de homosexualidad masculina sin
esa patología. Desde luego, podría sostenerse que los varo-
nes homosexuales normales no consultan al psicoanalista,
y que el perjuicio cultural contra la homosexualidad mas-
culina, gravítante incluso en la crianza de los niños peque-
ños, traumatiza al chico homosexual y contribuye a gene-
rar su patología caracterológica. Además, aunque no todos
los pacientes varones con organización neurótica de la
personalidad y homosexualidad resuelven su orientación
homosexual en el curso de un tratamiento psicoanalítico,
quienes usualmente lo hacen superan también importan-
tes patologías caracterológicas neuróticas. Pero estos tra-
tamientos son prolongados y difíciles. En cambio, ?-lgunos
1
pacientes con organización límite de la personalida d y per-
sonalidades narcisistas encuentran fácil abandonar su
conducta homosexual sin una resolución importante de su

458
patología caracterológica. Es decir que a algunos pacientes
con patología severa de las relaciones objetales les resulta
más fácil modificar su orientación sexual abierta que a los
pacientes neuróticos, más sanos, con estructura homose-
xual, que tienen una investidura más profunda en las
relaciones objetales.
Clínicamente, entonces, parece existir una disconti-
nuidad entre la homosexualidad masculina neurótica y la
normalidad, y la orientación hacia uno u otro sexo no pre-
senta la distribución habitual de la sexualidad perversa
polimorfa.
.¡· Podríamos preguntarnos en qué medida los fuertes
prejuicios culturales contra la homosexualidad masculina
tienen algo que ver con esta discontinuidad observada.
¿Hay presiones sociales convencionales que desalientan
¡: la conducta homosexual masculina, aunque la disposición
"
a ella sea más prevaleciente que lo que indica la conducta
real? Un argumento en apoyo de esta hipótesis ·es que en
las mujeres podernos observar, en efecto, una gama de
conducta homosexual ocasional que sigue la distribución
teóricamente esperable de todas las tendencias sexuales
perversas polimorfas.
La más alta frecuencia de las interacciones homose-
xuales ocasionales, no obligatorias, entre las mujeres, apa-
rece ilustrada en el estudio sociológico de Bartell (1971)
sobre el sexo grupal; dicho estudio sugiere que a las muje-
res heterosexuales comunes les resulta relativamente fácil
participar en encuentros homosexuales en el contexto del
sexo grupal, en contraste con la enorme renuencia, miedo
o repugnancia de los hombres sin conducta homosexual
previa en la misma situación. Podría ser que a los hom-
bres les preocupara más su identidad sexual o que estu-
vieran más inseguros que las mujeres respecto de ella. La
explicación podría residir en un prejuicio cultural dirigido
con más fuerza contra la homosexualidad masculina que

459
contra la femenina, o bien en las diferencias genéricas del
desarrollo psicosexual temprano -es decir, en el hecho de
que el primer objeto de los dos sexos es una mujer, y de
que las niñas (pero no los varones) normalmente tienen
que atravesar un cambio de objeto libidinal como parte
de su desarrollo edípico.
Otra explicación de la relación entre la conducta
homosexual y el desarrollo psicosexual -o, más bien, la
hipótesis de que la homosexualidad puede deberse a
determinantes que no sean los psicosociales y/o psicodi-
námicos- apela a las predisposiciones genéticas. Aunque
algunas investigaciones recientes parecen indicar una dis-
posición genética hormonal prenatal a la conducta homo-
sexual en animales, las pruebas actuales relacionadas con
los seres humanos no son decisivas (Ehrhardt y Meyer-
Bahlburg, 1981; Friedman, 1988; Money, 1988; Arndt,
1991). Asimismo, desde un punto de vista teórico es cues-
tionable que se pueda suponer una predisposición gené-
tica a la homosexualidad, no influida de modo importante
por el desarrollo psicosexual de la niñez temprana.
Me parece que nos queda la impresión de que la homo-
sexualidad masculina, por lo menos tal como podemos
explorarla en el psicoanálisis, tiende a presentarse clíni-
camente como vinculada a una patología caracterológica
significativa. De modo que, desde el punto de vista clínico,
los límites entre la homosexualidad masculina y las ten-
dencias sexuales perversas polimorfas normales. están
más definidos de lo que podríamos esperar teóricamente.

ALGUNOS PROBLEMAS TÉCNICOS


EN EL PSICOANÁLISIS DE LA PERVERSIÓN

Me parece esencial que el analista que trata pacientes


con perversion~§ bien estructuradas, sea en el nivel neu-

460
rótico o en el nivel límite y narcisista, mantenga una acti-
tud de neutralidad técnica en cuanto al carácter final de
la orientación sexual del paciente. Esto no significa que
haya que mantener una indiferencia impasible con
pacientes que, por ejemplo, presentan una perversión
sádica peligrosa para otros o para ellos mismos. La neu-
tralidad técnica siempre incluye una preocupación por la
seguridad del paciente y de las personas con las que él
interactúa, así como la protección de la situación de tra-
tamiento en sí.
Es esencial permitir que el paciente determine su pro-
pia orientación sexual y elección de objeto. El hecho de
que el analista respete auténticamente la libertad del
paciente para definirse como homosexual o heterosexual,
o sólo manifieste hacerlo de labios para afuera, puede
influir de modo crucial en la naturaleza y utilidad del tra-
tamiento analítico. Quizás el analista tenga que liberarse
de un prejuicio convencional que probablemente aplique
en situaciones distintas de la psicoanalítica. La libertad
del analista para experimentar sus propias tendencias
sexuales perversas polimorfas en las reacciones emocio-
nales al material del paciente, para identificarse con la
excitación sexual de éste y con la de su objeto como parte
del flujo y reflujo de la contratransferencia, puede ayudar
a sacar a luz las fantasías primitivas del paciente vincu-
,I __ ;
1' ladas a los determinantes preedípicos de la sexualidad
perversa polimorfa, que de otro modo, esas fantasías per-
manecerán disociadas, reprimidas o incluso suprimidas
conscientemente.
Los pacientes con perversiones organizadas suelen
presentar una incorporación falsa, o seudoincorporación,

,
de las interpretaciones, como parte de una desvalorización
extremadamente sutil del padre edípico proyectado sobre
el analista (Chasseguet-Smirgel, 1984), creando de tal
•.:·:.:;:.:
•....

\ ' 1
modo dificultades particulares en el tratamiento. El
( ¡,

,:' ~

461
paciente actúa "como si" incorporara la interpretación, en
una parodia inconsciente del proceso analítico; esto repre-
senta una burla inconsciente al poder del padre edípico
y una seudoidentificación con él, basada en la regresión
anal y el malogramiento destructivo de lo que se recibe.
Este desarrollo puede tomar la forma de pedidos de
aclaración que indican que el paciente ha oído las inter-
pretaciones "pero no por completo", y trata sutilmente de
precisarlas para comprenderlas mejor. Es como si el
paciente "estuviera a punto" de obtener alguna compren-
sión; al analista le suele quedar la vaga inquietud de que
acaso no se está ralizando un auténtico trabajo analítico.
El hecho de que en tales circunstancias se produzcan pro-
fundas regresiones transferenciales y se observe un cam-
bio significativo de los paradigmas de la transferencia,
puede tranquilizar al analista respecto de la autenticidad
de la interacción, pero subsiste la duda en cuanto a lo que
es real y lo que es "como si".
Esta constelación defensiva debe diferenciarse de la
inutilización consciente de las interpretaciones y de su
incorporación y destrucción voraz, típicas en las persona-
lidades narcisistas. De hecho, si el analista sabe que este
proceso también se produce con las perversiones organi-
zadas en pacientes no narcisistas estará alerta a la ope-
ración de esta defensa particular, y podrá interpretarla.
Esta defensa puede tomar la forma de una jactancia
infantil del paciente por lo que está aprendiendo en su
análisis o de discusión de ese análisis con otras personas,
en una ridiculización sutil del padre edípico -podríamos
decir que simbólicamente comparte su pene y lo degrada
en el proceso.
Es importante explorar cuidadosamente la indiferen-
cia del paciente a los genitales femeninos, o la repugnan-
cia que le provocan. La represión de la excitación sexual
subyacente en ~§a desvalorización debe diferenciarse de

462
la incapacidad para la erotización de las superficies cor-
porales en general, característica de algunos pacientes
límite y narcisistas gravemente enfermos. En estos últi-
mos casos, no puede esperarse ningún cambio antes de
que se desarrolle una regresión transferencia! que permi-
ta la reactivación de algo equiparable a la relación madre-
hijo muy temprana, el desarrollo de una nueva capacidad
para la ternura que realice una reinvestidura del erotismo
dérmico, la idealización de las partes del cuerpo y las raí-
ces tempranas de la sexualidad perversa polimorfa en
general. En contraste, en los pacientes con mejor funcio-
namiento (en los que la repugnancia y el disgusto por el
cuerpo femenino son una defensa regresiva contra una
angustia de castración extrema), la elaboración de esa
angustia, del miedo y la aversión a un padre poderoso y
"1
~
cruel, y de la inhibición de la capacidad para la identifi-
cación con él, por lo general precede a la posibilidad de
que se tolere la reaparición de la excitación sexual ante
los genitales femeninos.
Tanto en las perversiones como en los otros casos que
presentan una inhibición sexual severa, las fantasías
sexuales y las actividades del paciente en la masturbación
y en las interacciones sexuales reales deben explorarse
cuidadosamente. Con frecuencia, una sutil evitación
defensiva de esa exploración toma la forma de la dispo-
sición del paciente a examinar abiertamente algunos
aspectos de su experiencia sexual mientras excluye cui-
dadosamente otros; al analista puede tomarle muchos
meses advertir las zonas que se han evitado.
En otros casos, el paciente despliega profusas fanta-
sías y actividades sexuales caóticas -con una "libertad"
de expresión sexual aparentemente total- para evitar
defensivamente aspectos centrales de la transferencia, en
particular tipos primitivos de disposiciones transferencia-
les negativas. La vida sexual caótica del paciente, que

463
caracteriza a todas sus otras interacciones, es utilizada
como defensa contra una relación objetal profunda que
involucre al analista, y entonces la tarea es muy distinta:
hay que realzar el análisis de la relación objetal en la
transferencia y vincularlo al "embadurnamiento" defen-
sivo de la situación analítica con material sexual pri-
mitivo.

464
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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