FACULTADES DE DERECHO
Esta trascendental profesión jurídica ha estado poco regulada y, además, mal regulada.
¿Qué tanto intervenirla?
Mientras mayor es el impacto social y público de una profesión, mayor debe ser la
regulación de su ejercicio. Es por eso que el Estado les impone mayores
restricciones. El Derecho es una de esas profesiones que deben ser reguladas por
el Estado y ello debido a que la calidad y la prioridad de los abogados son
indispensables para el buen funcionamiento de la justicia y para la protección de los
derechos de los ciudadanos.
Entre 1993 y 2001 hubo en Colombia un crecimiento espectacular del número de facultades
de Derecho y ello debido, sobre todo, a los incentivos creados por la Ley 30 de 1992 para
la creación de programas de educación superior. Mientras que en 1993 había 32
universidades que ofrecían esta carrera, en 2001 ese número ascendió a 63 y en 2007 a
72. Más impresionante es el crecimiento de los programas de Derecho en una misma
facultad puede ofrecer varios, que pasaron de cerca de 60 en 1993 a 178 en 2007.
La población universitaria, que en 1994 era de casi 36 mil estudiantes, llegó a cerca
de 70 mil en los primeros años del siglo XXI. Este crecimiento tuvo tres
características: primero fue jalonado por la oferta privada de educación jurídica. Las
facultades de Derecho de las universidades públicas pasaron de representar el
54,5% del total de la especialidad en 1949, a 29% en 2007.
En segundo lugar, el aumento de la oferta no sólo fue por la creación de programas
en capitales de departamento, sino también en ciudades intermedias. En 1992 se
podía estudiar derecho en 12 departamentos; en 2007, en 25.
En tercer lugar, el aumento de la oferta de educación jurídica se debió a la expansión
de la oferta privada en universidades que no tienen ni la infraestructura, ni el
personal académico, ni las bibliotecas, ni los programas de investigación, ni las
publicaciones que se requieren. Las diez universidades con mayor número de
estudiantes son privadas y absorben el 54% del estudiantado. La primera es la
Universidad Libre, que tiene el 15% y gradúa el 20% de los abogados del país. Le
sigue la Universidad Cooperativa, con casi el 8%. Sobresale también la Universidad
Simón Bolívar de Barranquilla, con el 5,48% del total de “primíparos”.
REGULACIÓN PROFESIONAL
Nada de esto sería tan grave si hubiese controles de salida, es decir, al ejercicio
profesional después de haber estudiado Derecho. En Colombia no ha habido, como
en todos los países desarrollados, incluso en buena parte de los países de América
Latina, filtros que restrinjan el ingreso de los abogados mal preparados al mundo
laboral. Basta con tener el título para poder litigar.
Por lo general existen dos filtros destinados a controlar el ejercicio profesional. El
primero es el examen de Estado y el segundo es la colegiatura obligatoria. En
Colombia sólo existe examen de Estado para los abogados desde octubre de 2009.
Después de muchos años de desregulación este es, sin duda, un avance
importante. Pero no es suficiente.
En cuanto al segundo filtro, si bien hay colegios de abogados, la afiliación es
siempre voluntaria. En otros países el “bar” en los Estados Unidos o el “barreau” en
Francia cumplen una labor fundamental, no sólo en el mantenimiento de la calidad
profesional, sino en el control disciplinario.
En Colombia estas dos medidas, sencillas y eficaces, han encontrado la oposición
de las facultades de Derecho privadas sobre todo las de menos calidad, de la Sala
Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura la cual debe vigilar, pero lo hace
mal, el comportamiento de los abogados y de todo el andamiaje político burocrático
que se mueve alrededor.
En este contexto, mantiene plena vigencia el debate acerca del perfil que queremos
ver en el abogado, la preocupación por que sus actuaciones se ajusten a unas
pautas éticas y la manera en que la política pública puede contribuir a ello, a través
de reglas sobre la formación y el desempeño de quienes ejercen la profesión del
Derecho.
Las universidades deben dotar a sus estudiantes de las cualidades necesarias para
representar los intereses de su cliente, pero también para ponerse en los zapatos
de su contraparte. Un abogado, en efecto, debe identificar la raíz del conflicto y
ayudar a resolverlo de tajo, y no puede ser ciego ni sordo ante los hechos, ni puede
limitarse a dar la razón a su cliente. El profesional del Derecho debe ser un
abanderado de la buena fe y debe perseguir la justicia por encima de sus propias
“victorias”.
CONCLUSIONES
Se puede llegar a concluir que Debemos dejar de ver nuestros abogados como un
personaje al que queremos evitar y, por el contrario, fortalecerlos como un factor clave en
la articulación social. A esto contribuyen los controles disciplinarios y de acceso a la
profesión, pero también el empoderamiento del profesional, que debe ser, por encima de
todo, un motor de confianza y cohesión.
Una profesión que evite el conflicto, que brinde soluciones y que genere cohesión
social es el reto que debemos asumir como abogados, para las futuras
generaciones, pero también para nosotros mismos. Solo entonces lograremos
contribuir efectivamente a la consolidación de un país con justicia, equidad social y
en paz.
También se puede concluir que a las facultades de derecho les falta más un ajuste
a unas pautas éticas y la manera en que la política pública puede contribuir a ello,
a través de reglas sobre la formación y el desempeño de quienes ejercen la
profesión del Derecho.
Se puede evidenciar el crecimiento que ha tenido esta profesión con el paso de los
años, vemos un mayor número de abogados egresados, los cuales son de
universidades privadas, y debido a esto el desempleo ha incrementado, ya que en
la actualidad no basta solo un título de abogado. Exigen experiencia, maestrías,
doctorados y no tenemos un fácil acceso a un empleo en el campo del derecho.
BIBLIOGRAFÍA
AMBITO JURIDICO
EL ESPECTADOR
UNIVERSIDAD LIBRE
UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA
LEY 30 DE 1992
UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR DE BARRANQUILLA
UNIVERSIDAD COOPERATIVA