Los estudios de Shewhart y del grupo de ingenieros de Bell Labs tenían como
principal objetivo obtener la máxima cantidad de información sobre la calidad de los
productos y procesos a partir de un mínimo de datos de control. La variabilidad era
incluso inevitable al fabricar la misma pieza por el mismo operario en la misma
máquina. La conclusión de esta idea es que la vieja idea de la producción
intercambiable, estandarizar completamente las piezas y los productos, era
imposible, aunque sí podía garantizarse su estabilidad dentro de ciertos límites de
tolerancia. Para atajar esta cuestión, Shewhart aplicó la probabilidad a fin de
desarrollar técnicas estadísticas sencillas que permitiesen fijar los límites de
variación aceptable, así como los gráficos de control X y R (en 1924) como método
para distinguir entre la variación normal, producto de causas aleatorias, y la
variación excesiva, cuyas causas se podían determinar. Pese a estos progresos,
durante la etapa depresiva de 1930 el control estadístico de la calidad no pasaba
de ser una curiosidad científica, conocida en cenáculos reservados (los laboratorios
de Bell sobre todo) y poco aplicada en la práctica industrial. La investigación del
CEC también avanzó rápidamente en el país que dio origen a la estadística
moderna, Gran Bretaña, gracias a los trabajos de Karl Pearson y de su hijo E. S.
Pearson15. El avance más significativo en el desarrollo de planes de muestreo de
materiales y productos fue su ampliación al área de medición del trabajo humano
en el sistema. Sin embargo, a pesar de sus prometedoras expectativas, las teorías
de Shewhart y Tippett permanecieron ignoradas casi por completo por la industria
occidental durante casi 20 años. La aplicación a gran escala de estas nuevas ideas
de CEP no se puso de moda hasta la segunda guerra mundial. Por tanto, en el
cambio de rumbo del control de calidad, además de las investigaciones ya
señaladas, fue tarea fundamental la adopción del enfoque de CEC por la industria
militar de este país y el subsiguiente esfuerzo de estandarización. En conclusión, la
segunda generación en la historia de la calidad se caracterizó por tener como centro
de preocupación el control de la calidad en el proceso. El concepto de calidad
subyacente sigue siendo el cumplimiento de especificaciones por los productos de
la empresa. Pero la labor del control de calidad no se limita ya a comprobar si las
piezas y productos son conformes con los estándares preestablecidos al final de la
línea de producción, inspección final que se mantiene como salvaguardia final para
el cliente. En consecuencia, supone un avance significativo en el movimiento de la
Gestión de la Calidad. El control continuo del proceso de producción en todas sus
fases permite una cierta reducción del despilfarro interno, siendo por tanto
económicamente más eficiente que la inspección. También incorpora algún
elemento de mejora, pues no se limita a desechar o reprocesar los productos
defectuosos, buscando sus orígenes para eliminarlos y mejorar los procesos. El
CEC sigue igualmente centrado en la función productiva, sin considerar la calidad
del resto de la organización. La importancia progresiva que fue adquiriendo la
calidad facilitó la consolidación del control de calidad como función industrial, así
como el reconocimiento del ingeniero o técnico de calidad como especialista
industrial dedicado a la formación en técnicas de control de procesos, técnicas de
fiabilidad, etc. Sin embargo, el CEC sigue siendo responsabilidad del departamento
de producción.