Esta forma de inclinación de la estabilidad personal emerge aún con mayor claridad
en la dialéctica única entre la ipseidad y la alteridad que caracteriza este estilo de
personalidad. El rasgo distintivo de esta dialéctica está representado por el hecho de
que la alteridad está reducida a la ipseidad, por así decirlo, o más bien a la “economía
psicológica interna del organismo”: a las variaciones emocionales y al modo en que
estas son percibidas por el sujeto. Esta dialéctica se describe mejor en las palabras de
William james: “Mi tesis es que los cambios corporales siguen directamente la
PERCEPCIÓN del hecho emocionante, y que nuestro sentimiento de los mismos cambios
como ocurren ES la emoción. El sentido común dice que perdemos nuestra suerte, nos
lamentamos y lloramos; nos encontramos con un oso, nos aterramos y corremos, nos
insulta un rival, nos enojamos y atacamos. La hipótesis que aquí se defiende dice que
ese orden secuencial es incorrecto, que el solo estado mental no se induce
inmediatamente por el otro, que las manifestaciones corporales primero deben
interponerse, y que la declaración más racional es que nos lamentamos porque
lloramos, nos enojamos porque atacamos, tememos porque temblamos, y que no
lloramos, atacamos o temblamos porque estemos tristes, enojados o miedosos, según
sea el caso” (James, 1884).
La detección del latido del corazón es la metodología elegida para medir la habilidad
interoceptiva de las personas. En un estudio (Wiens, Mezzacappa y Katkin, 2000),
donde a los sujetos se les presentaron dos clips de película que mostraban distintas
emociones (alegría, rabia y miedo), los buenos detectores de los latidos reportaron
experimentar más emociones intensas que los pobre detectores – y esto sin que los
dos grupos exhibieran diferencias sustanciales en términos de tamaño del corazón y
de actividad electrodérmica. En otro estudio, las personas que fueron más sensibles a
sus latidos mostraron más focalización en su excitación (Barrett et al., 2004); datos
adicionales también sugieren que los diferentes tipos de emoción se asocian con
diferentes tipos de actividad visceral (Rainville et al., 2006; Critchley et añ., 2005).
Varios estudios parecen así sugerir no sólo que existe una correlación entre la
sensibilidad de las personas a las señales viscerales y la intensidad de su experiencia
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
emocional, sino que también esta correlación explica el modo diferente en que los
estados emocionales son percibidos por ciertos sujetos.
La interpretación de arriba parece confirmarse por una serie de estudios que reportan
que la sensibilidad interoceptiva es sutil entre los sujetos con altos niveles basales de
ansiedad (Elhers y Breuer, 1996; Zoellner y Craske, 1999; Stewart, Buffett-Jerrott y
Kokaram, 2001) o que sufren de trastornos de ansiedad (Mumford et al., 1991; Van
Der Does et al., 1997, 2000; Eley et al., 2004). Esto parecería indicar que los individuos
que son más propensos a sentir emociones como el miedo y la ansiedad, que se
relacionan con la activación viscero-motora, también desarrollarán una mayor
sensibilidad hacia las señales interoceptivas. Mayor confirmación llega de un estudio
muy significativo que demuestra como las personas que tienen una mayor conciencia
interoceptiva pueden usar señales viscerales (instintivas) para predecir las
consecuencias de estímulos subliminales (Katkin, Wiens y Öhman, 2001). El
significado particular de este estudio deriva en que ilustra cómo ciertos sujetos (que
son más capaces que otros para detectar sus propios latidos cardiacos) son capaces de
anticipar estímulos negativos a través de su percepción de las señales interoceptivas.
El estudio encontró que cuando los sujetos se focalizaban en sus latidos (en vez de
fijarse en el tono de sus notas), activaban la ínsula anterior bilateral y la corteza
cingulada anterior. La exactitud de los sujetos para detectar los latidos, además,
correlacionó con la actividad en la ínsula anterior derecha y con las medidas de
auto-reporte de las experiencias emocionales negativas. Esto sugiere que la
interocepción juega un papel importante en la experiencia emocional y que la ínsula
anterior representa el sustrato común de la sensibilidad interoceptiva y de las
emociones. Este elemento compartido podría explicar por qué, en el caso de muchos
sujetos con tendencia a la fobia, la activación emocional coincide con una percepción
más fina de las condiciones fisiológicas del cuerpo. Como veremos, la perfecta
equivalencia de emoción e interocepción – como si la situación que provoca una
emoción estuviera separada de la emoción misma – es probablemente uno de los
rasgos más significativos en el comienzo del trastorno de pánico.
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La perspectiva anterior entrega una mejor comprensión para aquellos estudios que
muestran una correlación entre estrategias de afrontamiento orientadas a la evitación
y los niveles aumentados de respuesta ansiosa para las sensaciones del cuerpo, y al
hecho de que las personas que experimentan ataques de pánico tienen una mayor
tendencia a usar estrategias de evitación que aquellas que no tienen un historial de
pánico (Feldner, Zvolensky y Leen-Feldner Ellen, 2004). A la luz de esto, también se
vuelve más claro por qué, en condiciones estructuradas de agorafobia o claustrofobia
los sujetos sienten como si la fuente de su sentido de peligro fuera la situación misma.
Una historia de Pirandello (1994), “El Pájaro Embalsamado”, puede ser usado para
borrar las líneas entre la agorafobia desprovista de los ataques de pánico y la
hipocondría. En unas pocas páginas, Pirandello describe – hasta el final – la vida de un
hombre que vive con un constante miedo al peligro – de la enfermedad – al
relacionarse con el mundo.
La historia abre con el cuadro de una difunta familia, donde la mayoría de sus
miembros – la madre, hermanos, hermanas, tío y tías – habían muerto de tisis, excepto
el padre, quien había muero de neumonía. Este comienzo establece el contexto en el
cual la vida de los hermanos que quedan, Marco y Aníbal Picotti, se desarrolla. Como
sobrevivientes, los dos hermanos han estructurado sus vidas como vencedores de la
enfermedad, y viven con un miedo constante de su propia seguridad. Ambos hombres
son particularmente cautos cuando llega la hora de comer, de sus ritmos diarios, el
clima y las estaciones: fuera del miedo a enfermarse, evitan cualquier exceso. Sin
embargo, ocurre un primer cambio, cuando Aníbal, el hermano más joven de los dos,
pero el más robusto, habiendo pasado la edad que tenían los miembros de su difunta
familia, empieza a perder el control, como si ya hubiera sobrepasado los límites que la
naturaleza quería imponerle. Cuando Aníbal cede en unas pocas transgresiones y
excesos, Marco reacciona, urgiendo a su hermano menor a que se restablezca. Sin
embargo, al mismo tiempo, Marco en su corazón siente curiosidad hacia lo que
vislumbra más allá de los límites de su conducta estricta. Un día, Aníbal
repentinamente anuncia que se va a casar. Marco se pone furioso, pues ya puede
prever la muerte de su hermano y la del futuro hijo de éste. Marco insulta a Aníbal y a
su esposa, pero sin efecto: Aníbal de hecho le cuenta que preferiría morir que seguir
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
viviendo así. Marco, preocupado de haberse puesto tan nervioso, le dice a su hermano
que no desea ser molestado, y que si Aníbal ha decidido casarse, eso no le incumbe:
Aníbal es libre para abandonar la casa.
Marco entonces le hace una visita de cinco minutos a su futura cuñada, pero ni
siquiera le hablará; no asiste a la boda de su hermano, y continúa viviendo como
siempre lo hizo: en una habitación que huele a medicinas, donde se pasa el tiempo
preocupándose sobre corrientes de aire y desgracias venideras.
Unos pocos meses más tarde, en Navidad, Aníbal y su esposa irrumpen en la casa de
Marco: felices y llenos de alegría. Los dos parecen emborrachar a Marco, quien
difícilmente puede irse a dormir esa noche: es como si fuera aturdido por la felicidad y
libertad de su hermano. De pronto, Marco es abrumado por un deseo de dar vuelta la
página y dejar de vivir como un animal embalsamado. Unos días después, visita a
Aníbal y se queda en su casa para cenar, intoxicado por un vórtice de emociones.
Marco luego regresa a su casa y cae enfermo por varios días. En vano, Aníbal intenta
persuadirlo de que su enfermedad sólo se debe a sus miedos excesivos. Sin embargo,
Marco se asusta más cuando en la cara de su hermano él lee esos signos de la muerte
inminente que tanto conoce. Un tiempo después, Aníbal muere.
Marco no asiste al funeral de su hermano y evita todo contacto con la gente porque
quiere evitar cualquier exceso de emoción. Ahora se cuida mucho, buscando
desvanecer todo pensamiento respecto a su hermano. Un día, la viuda de Aníbal, con
sus ojos llenos de lágrimas, visita a Marco. Él ve la visita como un escándalo y echa a la
mujer. Esa noche estalla en llanto, pero despierta al día siguiente como si nada
hubiera pasado. Mientras pasa la temporada, Marco continúa comportándose tan
cauto como siempre.
MR ZUCCARELLO
Distinguido Compositor
Conducido por un deseo de hablar con Zuccarello, Perazzetti entró al café. Varios
clientes estaban sentados en la barra. Perazzetti le dio al mesero su ticket para
obtener un puesto; con un sentimiento de sorpresa e indignación, encontró que el
salón estaba a medio llenar. Molesto, Perazzetti se volvió al mesero, reprochándole
por haber dicho que la exhibición de Zuccarello no atrajera clientes. Luego pidió
hablar con el propietario, a quien interpeló con vehemencia, enfatizando la cualidad
excepcional del “distinguido compositor” como un sello y el hecho de que era muy
indecoroso para un distinguido compositor cantar en frente de una audiencia medio
vacía. La molestia de Perazzetti causó tanto asombro, risas y bullicio que sólo le bastó
un pequeño esfuerzo persuadir al propietario que invitara a los clientes del bar a
sentarse en el salón gratis. Cuando Zuccarello apareció en el escenario, el lugar estaba
lleno. Zuccarello era un hombre perfectamente ordinario quien, tal como esperaba
Perazzetti, dio lo que podía sin señal de esfuerzo: “Este mucho y nada más, en su voz
tanto en sus gestos y sonrisas” (Pirandello, 1994). Esta era la especie de perfección
que Perazzetti estaba buscando.
Sin duda, esta mujer era su esposa. “Estaba seguro de que él aún seguía con ella, no
tanto porque pudiera servirle, como esclava, sino que a través de ella él pudiera medir
el progreso que había tenido. Así mismo, yo también estaba seguro de que sin una
queja ella estaba haciendo todo lo que podía para mantenerlo como un caballero”
(Pirandello, 1994).
del campo interoceptivo corporal. Después de todo, tanto Zuccarello como Perazzetti,
quienes “se casaron (con una mujer) para evitar el peligro de tener una esposa real”
(Pirandello, 1994), se embarcan en una relación afectiva para evitar el riesgo de llegar
a comprometerse en una verdadera historia de amor. Los dos hombres pueden
entonces entenderse como regulando su propia estabilidad emocional escogiendo una
condición de predictibilidad y control de sus parejas, lo que – desde el punto de vista
de la conciencia interoceptiva – corresponde a una evitación de los peaks de
activación que pudieran alterar el sentido de su sentirse situados. Una versión
alternativa de esta forma de intimidad está representada por el donjuanismo. Aquí el
objetivo de seducción eclipsa todas las posibilidades de compromiso afectivo, ya que
la tensión emocional se dirige completamente a la conquista: dirigida, por así decirlo,
a capturar la presa que es uno. Una vez que se cumple el objetivo, la tensión emocional
se pierde.
Aunque estos modos de manejar la propia intimidad representan casos extremos, sin
embargo revelan un rasgo general que los sujetos con tendencia a la fobia despliegan
en su actitud sentimental: la necesidad de predictibilidad de sus parejas, junto con la
necesidad de preservar su propia libertad de acción. El establecimiento de relaciones
significativas se caracteriza en estos casos por la obtención de un balance dinámico
entre la percepción que tiene el individuo de la confiabilidad de su pareja (una
característica asociada a la estabilidad del propio espacio personal interoceptivo) y el
sentirse capaz de enfrentar las perturbaciones ambientales sin restringirse o
depender de esta confiabilidad (algo asociado con el propio control de las situaciones
que se viven).
Este estilo sentimental se puede entender con mayor claridad por el hecho de que, por
una parte, el sentido de permanencia del Self que tiene el sujeto corresponde a su
estabilidad emocional interoceptiva, y, por otra, que esta estabilidad siempre coincida
con la apertura de nuevas posibilidades dirigidas a su preservación (a través de la
anticipación y la evitación de situaciones críticas). Mientras el individuo perciba
cualquier signo de desconfianza de parte de su pareja como un peligro, llevándolo a
una inestabilidad emocional interoceptiva, él percibirá cualquier deber derivado de su
relación de la misma manera, mientras este limite el control que él ejerce sobre su
propia estabilidad. Cualquier vínculo puede ser así percibido por el sujeto como una
amenaza genuina a su propia integridad personal.
Para ilustrar el significado que uno de estos momentos críticos pudiera tener para los
individuos con tendencia a la fobia, describiremos la historia de una de nuestras
pacientes, quien buscó ayuda cuando, por cuarta vez en quince años, estaba próxima a
dejar a su pareja a meses de su boda.
A los 30 años, Giovanna finalmente como una mujer libre, experimentó el mejor
periodos de su juventud. “Perdí una porción de mi vida, y finalmente la traje de
vuelta”. Con estas palabras Giovanna justifica su primera huida.
El tema central de esta entrevista ya está descrito en el primer capítulo del libro de
Messner, que lleva como titulo Niñez y Rocas: por un lado está el mundo, que para un
Messner niño no llegaba más allá del valle; por el otro, la curiosidad que sentía acerca
de lo que había más allá de ese límite. “¿Qué hay más allá? Esta siempre ha sido la
pregunta a la base en mi vida” (Messner, 2006). Cuando Messner empezó su
extraordinaria carrera, esta curiosidad se volvió un deseo incesante de cruzar el
límite, y de superar el miedo que conlleva. “Lo que yo soñaba que iba a éxito en subir
una quebrada el verano siguiente, para hacer mi camino hasta una pared dada o llegar
al nivel del que el año anterior nos había dado mucho miedo cruzar” (Messner, 2006).
El miedo aquí se ve como condición a ser desafiada; y el miedo de Messner no es
cualquiera, sino el mismo miedo a morir. “Esta es la clave del montañismo. Esta es la
contradicción que nadie entenderá acerca de mi modo de enfrentar las montañas.
Nadie que practique montañismo le gustaría encontrarse en una situación parecida
(por ejemplo, la pérdida de un escalador amigo), donde deba sobrevivir. Por mi parte,
me debatía entre el deseo de evitar pasar por esa experiencia una vez más y el deseo
de sentir nuevas emociones fuertes. Como hombres, sólo tenemos que conocer
nuestra humanidad cuando enfrentamos la muerte” (Messner, 2006). Lo que está en
juego, además, es la misma sobrevivencia: uno debe escapar del peligro y superar el
miedo, para que “resistir los desafíos de la muerte” (Messner, 2006) sea empujar ese
límite un poco más allá Aquí yace la fuente de esa fortaleza y sentimiento de seguridad
del cual Messner ha derivado su conciencia de pertenecer a una elite desde que era un
adolescente. “Donde se haga difícil ir más allá en esta tierra, seremos los únicos en
tener éxito: para los demás que nunca han aprendido a sobrevivir en un mundo lleno
de obstáculos” (Messner, 2006).
Cuando Messner se volvió un hombre joven, extendió su desafío a las montañas más
altas del mundo. La primera persona en haber ascendido todos los picos de 8000
metros del mundo, perdió a su hermano Günther en una trágica expedición al Nanga
Parbat. Sin embargo, este terrible evento, que estuvo en la memoria de Messner por
años, no puso fin a sus aventuras en el Himalaya. Más bien, su solitaria lucha contra el
temor hacia la muerte se volvió más extrema. “Espero nunca vivir una experiencia
como esa que viví en el Nanga Parbat, espero nunca experimentar algo así. Sin
embargo, no puedo vivir sin esas experiencias extremas. Si tuviera que definir mi
enfermedad, la describiría como el deseo constante de vivir poniendo en juego la
propia vida” (Messner, 2006).
8.5 Trastornos
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Por otra parte, la persona que se siente en este estado de fragilidad distancia
progresivamente su experiencia de su objeto intencional: esto, como hemos visto,
para mantener la estabilidad, el sujeto cambia su foco de atención desde las
situaciones que ocurren a sus sensaciones corporales. Por ejemplo, el aumento de la
frecuencia cardiaca que ocurre cuando el sujeto sube unos pocos escalones de la
escalera ya no se percibirá más como algo relacionado con el ejercicio físico; sino más
bien, será visto como un evento somático exclusivo, uno que será amplificado a través
del foco atencional y que será removido de la condición que lo provocó. Mediante esta
operación (que separa al propio cuerpo del mundo), un caso ordinario de taquicardia
provocado por un ejercicio llega a ser percibido como una taquicardia que amenaza a
todo el organismo, incrementando así el sentido de fragilidad de la persona. No
obstante, el corazón con taquicardia que aquí causa alarma, no es realmente el
corazón “casi infartado” que se percibe durante los ataques de pánico.
El miedo al miedo
las claves interoceptivas (Richards, Cooper y Winkelman, 2003). Será útil recalcar una
vez más el hecho de que, para este estilo de personalidad, la estabilidad interoceptiva
representa el punto de referencia por el cual el sujeto en cada caso regula su propia
posición en el mundo.
Del mismo modo, el miedo al miedo no puede ser visto como derivado de una
malinterpretación catastrófica de las sensaciones corporales, como lo sugieren las
teorías cognitivas (Clark, 1986), aunque los procesos cognitivos ciertamente pueden
jugar un papel significativo en la génesis de los ataques de pánico. Desde el punto de
vista cognitivo, este tipo de miedo emergería como consecuencia de creencias
amenazantes inapropiadas (pensamientos catastróficos) sobre las perturbaciones
corporales internas. “Una vez que se percibe, la sensación corporal se interpreta de un
modo catastrófico y luego resulta el ataque de pánico” (Clark, 1986). La pregunta que
este enfoque deja sin contestar, sin embargo, es por qué, una vez percibida, la
sensación corporal debería luego interpretarse en un modo catastrófico. En otras
palabras: ¿por qué una persona que tiene pánico y que siente su corazón golpetear
debería creer que está a punto de morirse? ¿Cuál es el origen de este pensamiento
catastrófico?
El constructo que expresa con mayor claridad el fenómeno peculiar que representa el
miedo a los propios estados de ansiedad es conocido como sensibilidad ansiosa (SA)
(Reiss y McNally, 1985). Esto se refiere al miedo a las sensaciones relativas a la
ansiedad. En un artículo muy conocido que se publicó originalmente en 1991, Reiss
sostiene que la sensibilidad ansiosa es una disposición individual variable, que se
diferencia tanto del rasgo ansioso como de la ansiedad anticipatoria (Reiss, 1991;
McNally, 2002). Reiss además hace una distinción básica entre el miedo fundamental y
el miedo corriente, señalando que:
“Considere la relación racional entre tres diferentes miedos: (a) el miedo a las serpientes;
(b) el miedo a las alturas; y (c) el miedo a la ansiedad. Los miedos a las serpientes y a las
alturas no se relacionan de manera racional el uno al otro, en el sentido de que tener
uno de esos miedos no es una razón para tener el otro miedo. No tiene sentido para una
persona decir, ‘Me dan miedo las alturas porque le temo a las serpientes’. Por otra parte,
el miedo a la ansiedad se relaciona de manera racional con el miedo a las serpientes y a
las alturas. Una persona racional podría decir, ‘Le temo a las serpientes y a las alturas
porque me dan miedo que pudiera tener un ataque de pánico si me encuentro con esos
estímulos” (Reiss, 1991).
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Según Reiss, el miedo a los síntomas ansiosos (sensibilidad ansiosa) es de esta manera
el miedo más fundamental, ya que entrega razones para evitar todas las situaciones
que pudieran provocar el estímulo al cual le teme la persona. Lamentablemente, Reiss
no sigue con sus argumentos hacia su conclusión inevitable, que es la aparición de una
pregunta aún más crucial: ¿por qué hay tantas personas que le temen a las alturas y a
las serpientes pero no a las perturbaciones ansiosas? ¿Por qué sólo los sujetos con una
alta SA perciben tales sensaciones como una amenaza? Para expresar el tema de
manera aún más sucinta, ¿cómo es que se origina el miedo a las sensaciones
relacionadas con la ansiedad?
La pregunta anterior parece muy legítima dado que el nivel de SA no sólo varía entre
individuos diferentes, sino que pudiera también cambiar en el mismo individuo, por
ejemplo, en relación con estresores ansiosos relevantes (Schmidt, Lerew y Joiner,
2000) y eventos o circunstancias específicos, previos al origen de los ataques de
pánico (Donnell y McNally, 1990) y en particulares momentos de la vida (Faravelli y
Pallanti, 1989; Pollard, Pollard y Corn, 1989; Roy-Byrne, Geraci y Uhde, 1986).
Mientras que el miedo al miedo, por lo tanto, es producido por la creencia de que
ciertas sensaciones tienen consecuencias dañinas, podemos ver que los individuos no
solamente varían de uno a otro según mantienen o no esta creencia, sino que el hecho
de que el nivel de SA de un individuo pueda cambiar en el transcurso de su vida
sugiere que hay circunstancias o condiciones específicas que contribuyen a modificar
esta creencia en cuestión. Esto quiere decir que, en términos concretos, en diferentes
momentos de su vida un individuo puede percibir la misma sensación de modos
completamente distintos. Unos pocos meses antes de su boda, por ejemplo, una
persona pudiera tener palpitaciones como signo de una seria condición que amenace
su vida, como un ataque cardiaco, mientras pudiera estimar palpitaciones similares
como simplemente una sensación molestosa después de un año de casado.
a la ansiedad, pudiera de hecho ser una consecuencia del estado ansioso del sujeto.
Esta mirada alternativa implica un cambio de perspectiva radical, uno que afecta al
mismo fundamento del cognitivismo: que la creencia tendría que ser considerada sólo
como un modo de comprender la propia experiencia – lo que ya pone el significado de
modo pre-reflexivo – en vez de ser el método principal para generar significado. Sólo
entonces la auto-conciencia pudiera ser entendida como derivada de la relación de
uno con el mundo, en vez de venir de cualquier reflexión sobre las propias acciones.
Esto de hecho es uno de los temas subyacentes de este libro.
Interesante evidencia respecto de este tema aparece en un estudio sobre las bases
neurológicas de la estrecha asociación entre los trastornos de equilibrio y la ansiedad.
Datos anatómicos y fisiológicos pudieran entregar luces acerca de la génesis de un
síntoma en particular, el mareo psicogénico, que tiene altos índices entre los pacientes
que sufren de ataques de pánico y de evitación agorofóbica. Como estos sujetos son
particularmente dependientes de claves de equilibrio propioceptivo para mantener el
propio equilibrio, mientras le presten un peso insuficiente a la información vestibular
y al balance visual (Jacob et al., 1997, 2001; Staab, 2006; Staab y Ruckenstein, 2007),
pudieran experimentar una estabilidad inadecuada en situaciones donde se altera el
sentido de la condición fisiológica del cuerpo completo (como en el caso del estado de
miedo). Un rol clave aquí lo jugaría el núcleo parabraquial, que representa un área de
convergencia para las señales vestibulares y al procesamiento de información
sensorial somática y visceral en vías que parecen estar involucradas en evitación
condicionada, ansiedad y miedo condicionado (Balaban y Thayer, 2001; Balaban,
2002, 2004).
Por otra parte, el miedo a las sensaciones relacionadas con la ansiedad pudieran
desarrollarse como forma crónica o subaguda de hipocondría, acompañada de
agorafobia o ataques de pánico.
Aunque, tanto los hipocondriacos como aquellos que sufren de ataques de pánico
pueden compartir la tendencia general de volverse temerosos ante las perturbaciones
corporales, algunos estudios sugieren un rol de la amígdala en el rápido, automático y
primer procesamiento de los estímulos de temor, y también sugiere que su activación
no es constante (LeDoux, 1998; Öhman y Mineka, 2001; Larson et al., 2006). Otra
evidencia revela que, en algunos casos, los individuos ansiosos mantienen la atención
a estímulos relacionados con la amenaza por más tiempo que las demás personas
(Fox, Russo y Dutton, 2002). Varios estudios, además, han reportado una ausencia de
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Con el objetivo de evitar, o limitar esas situaciones que pudieran alterar su sentido de
permanencia, el sujeto puede adoptar una cantidad de comportamientos evitativos
que, mientras reduzcan temporalmente el rango de sensaciones negativas, a la larga
aumentarán su precariedad fisiólogica/emocional, llevándolo a un condición estable
de agorafobia.
Lo que hace que algunas personas más propensas a percibir sensaciones corporales
como peligrosas es la manera en que ellos construyen y mantienen su propio sentido
de estabilidad personal. Son estos individuos quienes poseen lo que hemos llamado un
estilo de personalidad con tendencia a la fobia (Arciero, 2002, 2006; Arciero et al.,
2004; Bertolino et al., 2006). Como quienes juegan un rol relevante en el
procesamiento de los estímulos de temor son las diferencias individuales en la
respuesta de la amígdala modulada por el polimorfismo del transportador de
serotonina (5-HTT) (Hariri et al., 2002), la variación alélica entre los individuos
pudiera contribuir a la diferente reactividad de la amígdala entre quienes poseen este
estilo de personalidad (Bishop, Duncan y Lawrence, 2004; Mathews, Yiend y
Lawrence, 2004; Cools et al., 2005). Las diferencias individuales en la actividad de la
amígdala – expresadas como una mayor sensibilidad a los estímulos de miedo –
pudieran convertirse en una propiedad emergente de la asociación entre factores
genéticos y psicológicos. En otras palabras, el alelo 5-HTTT predispone a un sistema
de excitación más reactivo que, a través de la experiencia así como otros moderadores
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Agorafobia
Además, a la luz de la perspectiva anterior, varias fobias que han sido caracterizadas
como específicas necesitan ser reconsideradas. La sensibilidad a estímulos específicos
relacionados con amenaza, incluso cuando los sujetos están distraídos o sin conciencia
de estos (Straube et al., 2006; Straube, Mentzel y Miltner, 2007; Carlson, Moses y
Claxton, 2004), debería ser a menudo visto en el marco de una percepción agorafóbica
del mundo. La condición temida, ya sea animal, evento natural, situación o la sangre,
representa puntos de referencia que deben ser evitados a toda costa, y sobre la base
de que un transcurso viable pudiera estar delimitado en lo que se percibe como
territorio peligroso. Esto, por supuesto, no descarta la posibilidad de que el trastorno
en cuestión pudiera haber surgido por condicionamiento clásico (como el caso cuando
una persona llega a temerle a los perros después de haber sido atacado por uno de
ellos), o de hecho por medio de vías indirectas (como en el caso de el miedo a los
perros que se traspasa de manera vicaria a los hijos cuando uno de los padres fue
atacado por un perro); la visión anterior tampoco implica que el trastorno en cuestión
deba ocurrir necesariamente como parte de un cuadro clínico. Aunque las fobias
específicas forman una clase heterogénea de trastornos, caracterizado por variadas
etiologías y diferentes grados de intensidad (para una revisión ver Merckelbach et al.,
1996), la mayoría de estas fobias son solamente los síntomas más evidentes de una
condición agorafóbica subyacente. Como veremos en el caso clínico que viene, a
menudo lo que parece ser una fobia específica de tipo ambiental natural en realidad es
uno de los síntomas de una “fobia social”. Con el objetivo de completar nuestra
discusión acerca de estos trastornos, continuaremos este primer caso clínico
examinando el caso de Judith, que emerge como un “pánico espontáneo” que luego
empeoró con una agorafobia.
¿Fobia específica?
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La primera vez que Víctor sintió este miedo fue a los 10 años, cuando el día del
cumpleaños de su abuela materna, mientras él y su familia estaban a punto de llegar a
un restaurante; lo dejaron en el auto con una prima unos pocos años más grande que
él, esperando el fin de una violenta tormenta. La prima le contó una serie de historia
sobre tragedias causadas por las tormentas, historia que le produjeron un gran efecto.
Aunque Víctor piensa que este episodio es el origen de su trastorno, fue sólo después
de haber entrado a la secundaria que el miedo a las tormentas se volvió más serio en
su vida. Para cuando Víctor estaba terminando la escuela, tanto su rutina diaria como
su ánimo variaban según las nubes.
Una vez más, como en todos los casos clínicos previos que hemos considerado, la
sintomatología del sujeto puede recibir aquí nuevas determinaciones de significado,
determinaciones que no pueden ser comprendidas por medio del solo análisis
empírico, una vez que las hemos examinado en el marco de su vida.
Cuando Víctor tenía 10 años fue golpeado por otro evento aún más significativo,
concomitante con la aparición de este miedo a las tormentas. Mientras estaba en el
colegio Víctor había demostrado ser un niño estudioso y responsable, pero también
uno tímido y torpe, por eso su profesora decidió que necesitaba “ayudarlo” a superar
su timidez. De esta manera ella obligó a Víctor a leer sus ensayos en frente de
diferentes cursos, logrando por un lado que Víctor empezara a sufrir de tartamudeo, y
por otro, que aumentara su miedo al juicio y la auto exposición. El tartamudeo era el
problema más serio de Víctor antes de entrar a la secundaria, aunque las cosas
mejoraron cuando sus compañeros lo empezaron a aceptar más. Para cuando Víctor
ya estaba en la secundaria, su tartamudeo casi había desaparecido; no obstante, su
miedo a las tormentas había comenzado a empeorar.
El control sobre el clima se volvió el modo principal de Víctor para regular su relación
con los demás. Incluso su debut sentimental se pospuso por culpa del clima: “No podía
invitar a una niña a salir, mientras no tuviera nada planeado: el clima pudiera haber
cambiado y me habría dado vergüenza”. La fobia es entonces lo que le permite a Víctor
encontrar una solución entre varias situaciones monitoreando un peligro – a las
tormentas – lo que llega a ser el modo de definir su propia posición en lo que él
percibe es un ambiente hostil. “Es como si este miedo fuera crucial para mi
supervivencia. Es como si me dirigiera hacia un peligro desconocido, como si tuviera
que cambiar por completo”.
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
¿Pánico espontáneo?
Judith identifica su primer episodio de pánico cuando, un año atrás, mientras estaba
trabajando en la sala de operaciones, una enfermera le pidió canular la vena de un
paciente. Para ejecutar esta operación, que era más difícil dadas las condiciones del
paciente, Judith tuvo que arrodillarse y permanecer en esa posición por un rato.
Cuando se movió para pararse, sintió un apretón en el estómago, acompañado de
taquicardia, náusea, las piernas débiles, sudor y la sensación de que podía
desmayarse. Judith inmediatamente pidió un electrocardiograma, y se le calculó su
frecuencia cardiaca, que ella pensaba podía estar en las 120 pulsaciones por minuto,
pero que estaba por debajo de las 100.
Como el temor de poder sufrir una patología cardiaca se desvaneció, Judith recobró su
auto control e interpretó el evento que recién le había ocurrido como algo que sin
duda había sido causado por una reacción del nervio vago. Todo volvió a la
normalidad; sin embargo, una semana más tarde, cuando Judith ya casi se había
olvidado del evento, una situación similar le provocó síntomas idénticos a los
primeros. Judith entonces comenzó a preocuparse en serio sobre la posibilidad de
estar sufriendo una enfermedad orgánica.
Visitó una serie de especialistas, pero sus exámenes médicos no mostraron resultados;
su miedo, por otro lado, aumentó, como la frecuencia de los ataques. Judith empezó a
creer que la misma situación podría sorprenderla cuando menos lo esperara, y ya no
sintió más segura saliendo de su casa. “Siento que he perdido los cabales”. En ese
momento, Judith dio el paso que siempre quiso evitar: “Creí que podía hacerlo sola,
pero tuve que visitar a un psiquiatra”. Con un sentimiento de vergüenza y profundo
pesar fue que Judith buscó nuestra ayuda.
Aunque Judith era dueña de una casa con su esposo, incluso después de su boda ella
siguió viviendo en otro lugar del pueblo, en un departamento adyacente al de sus
padres, obligando a su marido y luego a su hijo a conformarse con la estructura y las
rutinas de su familia de origen. La piedra angular de la familia era la relación única
que Judith tenía con su padre: “Siempre que necesitaba tomar una decisión, iba donde
mi padre. Yo sabía que podía confiar en él”. La muerte del padre de Judith alteró así el
equilibrio existencial que también había sostenido la relación de Judith con su esposo.
No mucho después de que Judith perdiera a su padre, ella y su esposo se mudaron a la
casa que les pertenecía. Judith de pronto se encontró cara a cara con un hombre que
era su marido, pero el cual nunca había llegado a conocer: un extraño con hábitos,
conductas y modos de ser de los que ella era testigo por primera vez, y que no eran de
su agrado. Sorprendida, pero también triste y decepcionada, Judith fue golpeada por
su propia ceguera: “Por qué es justo ahora, después de todos estos años, que me doy
cuenta de con quién me casé”. Judith empezó a distanciarse más de su marido.
Después de abandonar el hospital, empezó a trabajar en una clínica privada, pasando
más tiempo fuera de casa. De a poco, la relación de Judith con su marido se redujo al
mínimo: los dos se veían en las noches, pero apenas hablaban. “Si hablo, tengo la
impresión de que no me está escuchando: siempre parece estar en otra parte. Es
indiferente”. Judith se sentía muy sola y se dio cuenta de que tenía que tomar una
decisión. Unos pocos días antes del primer episodio, confrontó a su esposo,
compartiendo su preocupación y descontento con él; el hombre reaccionó “como si no
le hubiera importado nada”. Judith inmediatamente se dio cuenta de que su marido
podía estar viendo a otra mujer. Dos días después ella tuvo su primer ataque de
pánico.