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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

Parte 8 : Estilo de Personalidad con tendencia a la Fobia

La característica fundamental de este estilo de personalidad es el anclaje estable del


sujeto hacia un marco de referencia que predominantemente usa un sistema de
coordenadas centrado en el cuerpo para enfrentar la variabilidad situacional. Como
dijimos reiteradas veces cuando discutíamos la tendencia Inward, el hecho de que el
sentido de permanencia del Self del individuo se centre principalmente sobre su
percepción de las señales corporales es algo relacionado con la hiper-cognición de la
emociones básicas. El modo particular con que el sujeto siente, puede aquí verse como
la manera con que el sujeto bosqueja su sentido de estabilidad personal en el tiempo
hacia un contexto de referencia que se focalizar en condiciones “internas”, y que afecta
la misma calidad de su experiencia. Posteriormente, esta tendencia se asentará,
llevando al individuo que posee este estilo de personalidad a focalizarse – en su
relación con los otros y con el mundo – sobre el aspecto visceral de sus emociones,
permitiendo así que su estabilidad personal coincida con la estabilidad de su propia
condición corporal.

En el proceso anterior la conciencia interoceptiva claramente juega un papel clave, ya


que este modo de sentir representa el medio más significativo por el cual el sujeto se
siente situado cuando llega a la variabilidad de los eventos y sus relaciones con los
otros. La conciencia interoceptiva provee un situarse personal con una especie de
campo gravitacional definido, una línea de base cuyas fluctuaciones originarán un
estado de alarma cuando se extiendan más allá de un límite determinado.

Esta forma de inclinación de la estabilidad personal emerge aún con mayor claridad
en la dialéctica única entre la ipseidad y la alteridad que caracteriza este estilo de
personalidad. El rasgo distintivo de esta dialéctica está representado por el hecho de
que la alteridad está reducida a la ipseidad, por así decirlo, o más bien a la “economía
psicológica interna del organismo”: a las variaciones emocionales y al modo en que
estas son percibidas por el sujeto. Esta dialéctica se describe mejor en las palabras de
William james: “Mi tesis es que ​los cambios corporales siguen directamente la
PERCEPCIÓN ​del hecho emocionante, y que nuestro sentimiento de los mismos cambios
como ocurren ​ES​ la emoción​. El sentido común dice que perdemos nuestra suerte, nos
lamentamos y lloramos; nos encontramos con un oso, nos aterramos y corremos, nos
insulta un rival, nos enojamos y atacamos. La hipótesis que aquí se defiende dice que
ese orden secuencial es incorrecto, que el solo estado mental no se induce
inmediatamente por el otro, que las manifestaciones corporales primero deben
interponerse, y que la declaración más racional es que nos lamentamos porque
lloramos, nos enojamos porque atacamos, tememos porque temblamos, y que no
lloramos, atacamos o temblamos porque estemos tristes, enojados o miedosos, según
sea el caso” (James, 1884).

James argumenta que la percepción de una cosa determinada podría provocar un


cambio corporal, y que es precisamente el sentir de ese cambio lo que nos hace
experimentar una emoción. La señal corporal representa la información que el cuerpo
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genera para enfrentar las perturbaciones ambientales, mientras que la conciencia de


esa señal ​es​ la emoción.

En el caso de el estilo de personalidad con tendencia a la fobia, la fuerte polarización


interoceptiva corresponde a una igualmente fuerte atención hacia un rango de
aspectos situacionales que pueden llevar a una alteración de la línea de base del nivel
interoceptivo-emocional del sujeto. Mientras el sentimiento que tiene la persona de su
estabilidad interoceptiva actúa aquí como el sistema de referencia que regula su
posición respecto del mundo y de los otros, también abre posibilidades para la acción
dirigida a mantener la estabilidad misma: por ejemplo, salirse o alejarse de ciertas
personas, situaciones o contextos, siempre en pos de la estabilidad. Respecto a esto, la
alteridad (tanto la del mundo como la de los otros) se reduce a la mantención de esa
permanencia del Self cuya organización, en cada momento, define el rango de acciones
posibles “sometiendo al mundo a las propias condiciones personales”. Es
precisamente este papel clave que juegan las condiciones corporales, y por ende la
preservación de un medio corporal determinado en el tiempo, que nos permite definir
que la construcción de la identidad en el caso de los estilos de personalidad Inward se
basa en lo que casi son los rasgos esenciales del carácter del sujeto.

8.1 Conciencia interoceptiva y experiencia emocional

En el transcurso de la década pasada, se han hecho particulares esfuerzos en el campo


de las neurociencias para encontrar las estructuras neuronales que pudieran dar
cuenta de este modo de sentir: lo que ha sido descrito en un artículo ampliamente
citado con el título de “Sistema Neuronal que Favorece la Conciencia Interoceptiva”
(Critchley et al., 2004). La pregunta más recurrente en estudios de esta materia tiene
que ver con el rol que juega la interocepción en la percepción de la experiencia
emocional. ¿Hasta qué punto una mayor sensibilidad interoceptiva afecta la
intensidad de la propia experiencia emocional? Y además, ¿hay correlación entre una
tendencia más marcada a experimentar ciertas emociones con la habilidad para
percibir las respuestas viscerales?

La detección del latido del corazón es la metodología elegida para medir la habilidad
interoceptiva de las personas. En un estudio (Wiens, Mezzacappa y Katkin, 2000),
donde a los sujetos se les presentaron dos clips de película que mostraban distintas
emociones (alegría, rabia y miedo), los buenos detectores de los latidos reportaron
experimentar más emociones intensas que los pobre detectores – y esto sin que los
dos grupos exhibieran diferencias sustanciales en términos de tamaño del corazón y
de actividad electrodérmica. En otro estudio, las personas que fueron más sensibles a
sus latidos mostraron más focalización en su excitación (Barrett et al., 2004); datos
adicionales también sugieren que los diferentes tipos de emoción se asocian con
diferentes tipos de actividad visceral (Rainville et al., 2006; Critchley et añ., 2005).
Varios estudios parecen así sugerir no sólo que existe una correlación entre la
sensibilidad de las personas a las señales viscerales y la intensidad de su experiencia
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emocional, sino que también esta correlación explica el modo diferente en que los
estados emocionales son percibidos por ciertos sujetos.
La interpretación de arriba parece confirmarse por una serie de estudios que reportan
que la sensibilidad interoceptiva es sutil entre los sujetos con altos niveles basales de
ansiedad (Elhers y Breuer, 1996; Zoellner y Craske, 1999; Stewart, Buffett-Jerrott y
Kokaram, 2001) o que sufren de trastornos de ansiedad (Mumford et al., 1991; Van
Der Does et al., 1997, 2000; Eley et al., 2004). Esto parecería indicar que los individuos
que son más propensos a sentir emociones como el miedo y la ansiedad, que se
relacionan con la activación viscero-motora, también desarrollarán una mayor
sensibilidad hacia las señales interoceptivas. Mayor confirmación llega de un estudio
muy significativo que demuestra como las personas que tienen una mayor conciencia
interoceptiva pueden usar señales viscerales (instintivas) para predecir las
consecuencias de estímulos subliminales (Katkin, Wiens y Öhman, 2001). El
significado particular de este estudio deriva en que ilustra cómo ciertos sujetos (que
son más capaces que otros para detectar sus propios latidos cardiacos) son capaces de
anticipar estímulos negativos a través de su percepción de las señales interoceptivas.

Una consecuencia directa de la correlación entre la interocepción más precisa y más


experiencia emocional intensa es el hecho de que las estructuras neuronales
responsables para la regulación interoceptiva también parecen estar relacionadas con
la generación de procesos emocionales (Damasio et al. 2000). Claramente, esto
implica una traslape parcial entre el sistema neuronal interoceptivo y las áreas
asociadas con la activación emocional. Uno de los estudios más significativos que
explora el sustrato neuronal que subyace tanto a la conciencia interoceptiva como a la
experiencia consciente de sentir es el que condujo Critchley et al. (2004). Este estudio
empleó fMRI para escanear los cerebros de 17 sujetos durante una tarea de detección
de latidos cardiacos, en que los sujetos juzgaron el tiempo de sus propios latidos (un
evento interoceptivo) en relación a notas de feedback, intercaladas con pruebas en las
que se le pedía a los participantes si una de las notas tenía un tono diferente del resto
(tarea de control exteroceptiva).

El estudio encontró que cuando los sujetos se focalizaban en sus latidos (en vez de
fijarse en el tono de sus notas), activaban la ínsula anterior bilateral y la corteza
cingulada anterior. La exactitud de los sujetos para detectar los latidos, además,
correlacionó con la actividad en la ínsula anterior derecha y con las medidas de
auto-reporte de las experiencias emocionales negativas. Esto sugiere que la
interocepción juega un papel importante en la experiencia emocional y que la ínsula
anterior representa el sustrato común de la sensibilidad interoceptiva y de las
emociones. Este elemento compartido podría explicar por qué, en el caso de muchos
sujetos con tendencia a la fobia, la activación emocional coincide con una percepción
más fina de las condiciones fisiológicas del cuerpo. Como veremos, la perfecta
equivalencia de emoción e interocepción – como si la situación que provoca una
emoción estuviera separada de la emoción misma – es probablemente uno de los
rasgos más significativos en el comienzo del trastorno de pánico.
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Otro rasgo igualmente significativo de este estilo de personalidad – que tiene a


preservar el sentido de permanencia del Self a través de la estabilidad de la activación
interoceptiva – es la necesidad sentida para enfrentar y anticipar las condiciones que
podrían alterar la estabilidad generando campos de acción para amortiguar los
estímulos ambientales. Así la dialéctica del sujeto con la alteridad se centra aquí en un
rango de modulaciones interoceptivas que aseguran una percepción estable del Self –
otorgando significado sobre su fortaleza o fragilidad – y permitiéndole al individuo
manejar y prever situaciones contingentes, hasta que sea capaz de evitar lo que
considere como una circunstancia excesivamente activante.

La perspectiva anterior entrega una mejor comprensión para aquellos estudios que
muestran una correlación entre estrategias de afrontamiento orientadas a la evitación
y los niveles aumentados de respuesta ansiosa para las sensaciones del cuerpo, y al
hecho de que las personas que experimentan ataques de pánico tienen una mayor
tendencia a usar estrategias de evitación que aquellas que no tienen un historial de
pánico (Feldner, Zvolensky y Leen-Feldner Ellen, 2004). A la luz de esto, también se
vuelve más claro por qué, en condiciones estructuradas de agorafobia o claustrofobia
los sujetos sienten como si la fuente de su sentido de peligro fuera la situación misma.

8.2 “El pájaro embalsamado”

Una historia de Pirandello (1994), “El Pájaro Embalsamado”, puede ser usado para
borrar las líneas entre la agorafobia desprovista de los ataques de pánico y la
hipocondría. En unas pocas páginas, Pirandello describe – hasta el final – la vida de un
hombre que vive con un constante miedo al peligro – de la enfermedad – al
relacionarse con el mundo.

La historia abre con el cuadro de una difunta familia, donde la mayoría de sus
miembros – la madre, hermanos, hermanas, tío y tías – habían muerto de tisis, excepto
el padre, quien había muero de neumonía. Este comienzo establece el contexto en el
cual la vida de los hermanos que quedan, Marco y Aníbal Picotti, se desarrolla. Como
sobrevivientes, los dos hermanos han estructurado sus vidas como vencedores de la
enfermedad, y viven con un miedo constante de su propia seguridad. Ambos hombres
son particularmente cautos cuando llega la hora de comer, de sus ritmos diarios, el
clima y las estaciones: fuera del miedo a enfermarse, evitan cualquier exceso. Sin
embargo, ocurre un primer cambio, cuando Aníbal, el hermano más joven de los dos,
pero el más robusto, habiendo pasado la edad que tenían los miembros de su difunta
familia, empieza a perder el control, como si ya hubiera sobrepasado los límites que la
naturaleza quería imponerle. Cuando Aníbal cede en unas pocas transgresiones y
excesos, Marco reacciona, urgiendo a su hermano menor a que se restablezca. Sin
embargo, al mismo tiempo, Marco en su corazón siente curiosidad hacia lo que
vislumbra más allá de los límites de su conducta estricta. Un día, Aníbal
repentinamente anuncia que se va a casar. Marco se pone furioso, pues ya puede
prever la muerte de su hermano y la del futuro hijo de éste. Marco insulta a Aníbal y a
su esposa, pero sin efecto: Aníbal de hecho le cuenta que preferiría morir que seguir
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viviendo así. Marco, preocupado de haberse puesto tan nervioso, le dice a su hermano
que no desea ser molestado, y que si Aníbal ha decidido casarse, eso no le incumbe:
Aníbal es libre para abandonar la casa.

Marco entonces le hace una visita de cinco minutos a su futura cuñada, pero ni
siquiera le hablará; no asiste a la boda de su hermano, y continúa viviendo como
siempre lo hizo: en una habitación que huele a medicinas, donde se pasa el tiempo
preocupándose sobre corrientes de aire y desgracias venideras.

Unos pocos meses más tarde, en Navidad, Aníbal y su esposa irrumpen en la casa de
Marco: felices y llenos de alegría. Los dos parecen emborrachar a Marco, quien
difícilmente puede irse a dormir esa noche: es como si fuera aturdido por la felicidad y
libertad de su hermano. De pronto, Marco es abrumado por un deseo de dar vuelta la
página y dejar de vivir como un animal embalsamado. Unos días después, visita a
Aníbal y se queda en su casa para cenar, intoxicado por un vórtice de emociones.
Marco luego regresa a su casa y cae enfermo por varios días. En vano, Aníbal intenta
persuadirlo de que su enfermedad sólo se debe a sus miedos excesivos. Sin embargo,
Marco se asusta más cuando en la cara de su hermano él lee esos signos de la muerte
inminente que tanto conoce. Un tiempo después, Aníbal muere.

Marco no asiste al funeral de su hermano y evita todo contacto con la gente porque
quiere evitar cualquier exceso de emoción. Ahora se cuida mucho, buscando
desvanecer todo pensamiento respecto a su hermano. Un día, la viuda de Aníbal, con
sus ojos llenos de lágrimas, visita a Marco. Él ve la visita como un escándalo y echa a la
mujer. Esa noche estalla en llanto, pero despierta al día siguiente como si nada
hubiera pasado. Mientras pasa la temporada, Marco continúa comportándose tan
cauto como siempre.

Finalmente, Marco cumple 60 años y siente que ha conseguido su meta: ha pasado el


límite. Marco abandona sus reglas, pero ya está cansado y molesto, y siente que vida
ya no tiene sentido. ¿Ha ganado? Algo falta, piensa. Marco mira fijamente su pájaro
embalsamado, que era un recuerdo familiar; tal vez pueda ver todo el curso de su vida
desplegada – tan seca como la paja que llena el cuerpo de ese pájaro y los sillones de
su habitación. Marco camina hacia su escritorio, saca un revolver y se dispara en la
cabeza, llevando la operación final a un fin.

Los sujeto pueden regular su necesidad de mantener un nivel estable de activación, no


solo a través del manejo personal, la anticipación y la conducta evitativa, sino también
ejercitando control directo sobre su propia condición emocional interoceptiva a
través de varias estrategias (como la distracción, la ilusión y la supresión de las
emociones) dirigidas a limitar la intensidad emocional hasta el punto de suprimirla.
Una focalización exclusiva sobre estos estados, y una concomitante falta de atención
hacia las circunstancias que las causaron, lleva al sujeto a percibir su propio cuerpo
como la primera fuente de peligro. Esta condición puede provocar ataques de pánico y
trastornos de pánico.
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8.3 Zuccarello el distinguido compositor

Otra corta historia de Pirandello (1994), “Zuccarello el Distinguido Compositor”,


desarrolla de una manera muy refinada el tema que a menudo se puede encontrar es
sus escritos: el peligro del mundo y la necesidad de protegerse uno mismo de ese
peligro alejándose de las emociones intensas a través de la construcción estable de
una vida centrada en evitar las situaciones. Lo único de esta corta historia yace en el
hecho de que la conducta evitativa alrededor de la cual se estructura la existencia del
protagonista tiene que ver simultáneamente con el peligro del mundo y las
condiciones emociones más intensas. Involucrarse sentimentalmente es el campo en
el que todas las situaciones se perciben como potenciales peligros, precisamente
debido a las intensas emociones que pueden provocar. Como es la esfera del amor lo
que aquí representa una fuente de peligro, la estabilidad emocional se deriva del
previo involucrarse sentimentalmente. Es sobre esto que Pirandello comienza su
historia, que es una reminiscencia de Maupassant tanto en estilo como en estructura.

Perazzetti, el protagonista de la historia, se casó con una mujer “a fin de evitar el


peligro de conseguir una esposa de verdad” (Pirandello, 1994). Al mismo tiempo, “se
había dedicado por mucho tiempo – yo no sé por qué razón – al estudio de la filosofía”
(Pirandello, 1994).

La premisa del narrador es seguida por un capítulo en donde el protagonista,


hablándole a un grupo de amigos, relata un episodio para sostener su tesis de que
cada hombre, sin saberlo, está en búsqueda en un “absoluto”: de un centro que podría
otorgarle sentido a su vida; pero que cuando lo ha encontrado, entonces descubre
cuán inútil es y cuán en vano fue su búsqueda. Y sin embargo, es precisamente desde
este centro que una pequeña semilla brotará: una semilla destinada a crecer y hacer
de cada hombre “el maestro del mundo”.

Después de presentar su tesis, Perazzetti va a describir su encuentro con Zuccarello.


Una noche, mientras caminaba por una calle transitada, lo detuvo un cartel rojo junto
a un café que decía:

MR ZUCCARELLO
Distinguido Compositor

Perazzetti se impresionó por la descripción. Un hombre, pensó, que se etiquetaba a sí


mismo como ​distinguido compositor –​ no un compositor excelente o renombrado, sino
uno ​distinguido​ – seguramente debe haber encontrado ese centro absoluto dentro de
sí mismo y no siente necesidad de aspirar a ser otra cosa que él mismo: “es suficiente
llamarse un ​distinguido compositor.​ Es suficiente para él ser él mismo más que
cualquier otro” (Pirandello, 1994).
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

Conducido por un deseo de hablar con Zuccarello, Perazzetti entró al café. Varios
clientes estaban sentados en la barra. Perazzetti le dio al mesero su ticket para
obtener un puesto; con un sentimiento de sorpresa e indignación, encontró que el
salón estaba a medio llenar. Molesto, Perazzetti se volvió al mesero, reprochándole
por haber dicho que la exhibición de Zuccarello no atrajera clientes. Luego pidió
hablar con el propietario, a quien interpeló con vehemencia, enfatizando la cualidad
excepcional del “distinguido compositor” como un sello y el hecho de que era muy
indecoroso para un distinguido compositor cantar en frente de una audiencia medio
vacía. La molestia de Perazzetti causó tanto asombro, risas y bullicio que sólo le bastó
un pequeño esfuerzo persuadir al propietario que invitara a los clientes del bar a
sentarse en el salón gratis. Cuando Zuccarello apareció en el escenario, el lugar estaba
lleno. Zuccarello era un hombre perfectamente ordinario quien, tal como esperaba
Perazzetti, dio lo que podía sin señal de esfuerzo: “Este mucho y nada más, en su voz
tanto en sus gestos y sonrisas” (Pirandello, 1994). Esta era la especie de perfección
que Perazzetti estaba buscando.

Después del show, un enojado Zuccarello enfrentó a Perazzetti, reprochándole por su


desconsideración al haberlo expuesto al riesgo de un fiasco, y por ende, de perder su
trabajo. Perazzetti hizo lo mejor para calmar a Zuccarello y lo invitó a un café
nocturno, con la esperanza de aprender más sobre la vida de un hombre que era el
maestro del mundo. Zuccarello le contó a Perazzetti las cosas más obvias y banales, las
que radiaban de ese centro “absoluto” en el que había brotado la semilla del mundo
del cual se había vuelto un maestro. Este era un mundo pequeño, que comprendía un
café con sillas vacías y espectáculos, y pequeños pueblos de campo en los que
Zuccarello podía presumir de que había cantado en el café teatro de Roma. Pero la
prueba más grandiosa de el hecho de que Zuccarello hubiera alcanzado el equilibrio
perfecto vino de una de las sombras que los habían seguido mientras salían del bar y
entraban al café nocturno. Esta era una mujer mal vestida – que usaba zapatos de
hombre baratos – a quien Zuccarello miraba de vez en cuando.

Sin duda, esta mujer era su esposa. “Estaba seguro de que él aún seguía con ella, no
tanto porque pudiera servirle, como esclava, sino que a través de ella él pudiera medir
el progreso que había tenido. Así mismo, yo también estaba seguro de que sin una
queja ella estaba haciendo todo lo que podía para mantenerlo como un caballero”
(Pirandello, 1994).

La suposición de Perazzetti se confirmó cuando, al dejar el pequeño hotel donde había


acompañado a Zuccarello, se encontró con la mujer, quien se inclinó como si le
rindiera un homenaje al hombre que había honorado a su esposo. Tal vez, igual que él
mismo, Zuccarello también se había cuidado de evitar el peligro casándose de verdad.

Las relaciones afectivas juegan un papel muy significativo en el estilo de personalidad


con tendencia a la fobia, lo que favorece la estabilidad de la activación interoceptiva
como una manera de preservar el sentido de Self. Los sentimientos de amor
representan una esfera altamente variable, y por ende una posible causa de alteración
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del campo interoceptivo corporal. Después de todo, tanto Zuccarello como Perazzetti,
quienes “se casaron (con una mujer) para evitar el peligro de tener una esposa real”
(Pirandello, 1994), se embarcan en una relación afectiva para evitar el riesgo de llegar
a comprometerse en una verdadera historia de amor. Los dos hombres pueden
entonces entenderse como regulando su propia estabilidad emocional escogiendo una
condición de predictibilidad y control de sus parejas, lo que – desde el punto de vista
de la conciencia interoceptiva – corresponde a una evitación de los peaks de
activación que pudieran alterar el sentido de su sentirse situados. Una versión
alternativa de esta forma de intimidad está representada por el donjuanismo. Aquí el
objetivo de seducción eclipsa todas las posibilidades de compromiso afectivo, ya que
la tensión emocional se dirige completamente a la conquista: dirigida, por así decirlo,
a capturar la presa que es uno. Una vez que se cumple el objetivo, la tensión emocional
se pierde.

Aunque estos modos de manejar la propia intimidad representan casos extremos, sin
embargo revelan un rasgo general que los sujetos con tendencia a la fobia despliegan
en su actitud sentimental: la necesidad de predictibilidad de sus parejas, junto con la
necesidad de preservar su propia libertad de acción. El establecimiento de relaciones
significativas se caracteriza en estos casos por la obtención de un balance dinámico
entre la percepción que tiene el individuo de la confiabilidad de su pareja (una
característica asociada a la estabilidad del propio espacio personal interoceptivo) y el
sentirse capaz de enfrentar las perturbaciones ambientales sin restringirse o
depender de esta confiabilidad (algo asociado con el propio control de las situaciones
que se viven).

Este estilo sentimental se puede entender con mayor claridad por el hecho de que, por
una parte, el sentido de permanencia del Self que tiene el sujeto corresponde a su
estabilidad emocional interoceptiva, y, por otra, que esta estabilidad siempre coincida
con la apertura de nuevas posibilidades dirigidas a su preservación (a través de la
anticipación y la evitación de situaciones críticas). Mientras el individuo perciba
cualquier signo de desconfianza de parte de su pareja como un peligro, llevándolo a
una inestabilidad emocional interoceptiva, él percibirá cualquier deber derivado de su
relación de la misma manera, mientras este limite el control que él ejerce sobre su
propia estabilidad. Cualquier vínculo puede ser así percibido por el sujeto como una
amenaza genuina a su propia integridad personal.

Según esta perspectiva, el desarrollo de cualquier relación afectiva parecería estar


marcada por un sutil balance continuo que cambia a través de las varias fases de la
relación: desde el encuentro inicial entre dos personas, el fortalecimiento de sus lazos
en los primeros meses de la relación, su debut en sociedad como pareja, cuando se van
a vivir juntos, se casan, la luna de miel, el nacimiento de su primer hijo y así
sucesivamente. Cada una de estas transiciones puede representar un momento crítico,
ya que altera la relación entre la estabilidad percibida y el sentimiento de que se han
impuesto límites sobre la vida del sujeto. Claramente, estos momentos pueden
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coincidir con el inicio de cuadros sintomáticos, o incluso gatillar cambios significativos


en la trayectoria vital.

Para ilustrar el significado que uno de estos momentos críticos pudiera tener para los
individuos con tendencia a la fobia, describiremos la historia de una de nuestras
pacientes, quien buscó ayuda cuando, por cuarta vez en quince años, estaba próxima a
dejar a su pareja a meses de su boda.

8.4 Caso clínico

Giovanna es una contadora de 41 años, la única hija de una pareja divorciada. La


inesperada separación de los padres de Giovanna, que ocurrió cuando ella tenía 28
años, abrió un nuevo capítulo en su vida: ella percibió esto como una liberación de un
rango de límites y controles que, a pesar de su edad, todavía le eran impuestas por sus
padres. Por otra parte, Giovanna, que estaba comprometida con un colega en ese
momento, con quien ella planeaba casarse y formar una familia, se vio superada por
un sentimiento de precariedad después de la separación de sus padres, y comenzó a
presionar a su pareja para apurar las cosas. Unos meses después, los dos pusieron una
fecha para su boda el próximo año. De pronto, Giovanna empezó a experimentar una
sensación de constricción torácica y sofoco. Mientras aún se sentía como si estuviera
en una jaula, también notó que la vida fuera de la jaula continuaba fuera de sus
límites: previamente la causa de esto habían sido sus padres, quienes por medio de
muchas maneras habían buscado restringirla; ahora que era libre, podía sentir el
aliento del matrimonio soplándole en la espalda. Mientras los días iban pasando, la
sensación de Giovanna de estar atrapada aumentó, como su deseo de escapar. De esta
manera ella sistemáticamente buscaba discutir con el que sería su esposo,
desplegando un grado de agresividad sin precedentes. Entre los dos eran frecuente las
peleas y terminaron varias veces antes de dejarse el uno al otro para mejor.

A los 30 años, Giovanna finalmente como una mujer libre, experimentó el mejor
periodos de su juventud. “Perdí una porción de mi vida, y finalmente la traje de
vuelta”. Con estas palabras Giovanna justifica su primera huida.

A los 32 años, Giovanna se embarcó en la más apasionada de todas sus historias de


amor: una que terminó dos años después, un mes antes de la boda. Giovanna describe
esta segunda huida suya como si hubiera estado causada por el desacuerdo religioso
entre ella y su pareja anterior, quien era judío (aunque realmente no practicara esa
religión). Inspeccionando más de cerca este periodo de la vida de Giovanna, no
obstante se revelan una serie de circunstancias considerablemente similares a las que
se encuentran en las situaciones previas. Seguido a la promesa de matrimonio,
Giovanna había empezado a experimentar la misma sensación de sofoco, la misma
ansiedad y el furioso deseo de liberarse de eso que había llevado su anterior relación
al fracaso. El episodio final, en el transcurso del cual los dos compañeros habían
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estado discutiendo acaloradamente sus diferencias religiosas, le sirvió de pretexto a


Giovanna, quien reclamaba que un matrimonio entre ellos nunca funcionaría. La
verdad del asunto es que este era sólo el último de una serie de enfrentamientos que
habían comenzado con la decisión de la pareja de casarse.

Después del final de esta segunda relación, Giovanna se dedicó a su carrera


profesional. Sólo después de cinco años empezó una nueva relación, una que se
parecía mucho a las dos anteriores, con la única diferencia de que a Giovanna le tomó
menos tiempo para huir: ella dejó a su pareja sólo una semana después de la
propuesta de matrimonio. Por primera vez, sin embargo, Giovanna tomó conciencia
del curso que estaba teniendo su relación, y empezó a preguntarse por qué la historia
de amor más importante de su vida siempre terminaba de la misma manera.

La misma pregunta emerge en el contexto de la actual relación de Giovanna. Esta


relación, al igual que las anteriores, empezó con una lucha donde Giovanna quería
controlar la vida de su pareja, algo claramente relacionado a un mantenimiento de su
estabilidad interoceptiva. Una vez adquirido, el próximo paso tiene que ver con definir
un plan compartido: involucrando usualmente matrimonio y familia. La transición
desde la definición del plan hasta su implementación constituyó un punto de inflexión:
el fortalecimiento del vínculo llegó a ser percibido como una trampa, una sensación de
restricción que causaba ansiedad y un deseo de escapar. Fue en este punto que
Giovanna empezó a buscar peleas y a exacerbar cualquier diferencia, hasta el punto de
romper su lazo sentimental con el hombre del cual se sentía constreñida, sobre los
supuestos motivos de que su relación no podría funcionar.

En el caso del estilo de personalidad con tendencia a la fobia, las modalidades de


auto-regulación dirigidas a asegurar el sentido de estabilidad personal no están
limitadas a la conducta de evitación, a la anticipación de situaciones de peligro o al
control directo sobre las condiciones emocionales. Un modo bastante singular de
auto-regulación es el establecimiento de las situaciones críticas en las que la propia
estabilidad se expone a riesgo constante de ser interrumpida por condiciones
emocionales extremas. La necesidad de mantener un nivel manejable de activación
podría llevar a una conducción activa hacia la experiencia de novedades, el
afrontamiento de peligros, la superación de limitantes y el desafío de vínculos
naturales, originando un sentimiento de maestría sobre las situaciones que se viven y
las variaciones emocionales interoceptivas con las que están conectadas a través de la
acción. Este modo de auto-regulación a menudo caracteriza a las que pudiéramos
describir como “profesiones riesgosas” (por ejemplo, pilotos, exploradores, bomberos,
paramédicos, navegantes solitarios, policías), así como también a quienes les gustan
los deportes extremos. Aquí la persona constantemente está renovando su
sentimiento de invencibilidad confrontando las más peligrosas situaciones, incluso
hasta el punto de enfrentar la muerte. Una evidencia muy relevante, que amplifica las
características distintivas de este modo de ser, hasta el punto de presentarlas como
evidentes, es la conversación autobiográfica entre Reinhold Messner – a menudo
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

citado como el mejor escalador de todos los tiempos – y Thomas Hüetlin, un


periodista del ​Der Spiegel.​

El tema central de esta entrevista ya está descrito en el primer capítulo del libro de
Messner, que lleva como titulo ​Niñez y Rocas:​ por un lado está el mundo, que para un
Messner niño no llegaba más allá del valle; por el otro, la curiosidad que sentía acerca
de lo que había más allá de ese límite. “​¿Qué hay más allá? ​Esta siempre ha sido la
pregunta a la base en mi vida” (Messner, 2006). Cuando Messner empezó su
extraordinaria carrera, esta curiosidad se volvió un deseo incesante de cruzar el
límite, y de superar el miedo que conlleva. “Lo que yo soñaba que iba a éxito en subir
una quebrada el verano siguiente, para hacer mi camino hasta una pared dada o llegar
al nivel del que el año anterior nos había dado mucho miedo cruzar” (Messner, 2006).
El miedo aquí se ve como condición a ser desafiada; y el miedo de Messner no es
cualquiera, sino el mismo miedo a morir. “Esta es la clave del montañismo. Esta es la
contradicción que nadie entenderá acerca de mi modo de enfrentar las montañas.
Nadie que practique montañismo le gustaría encontrarse en una situación parecida
(por ejemplo, la pérdida de un escalador amigo), donde deba sobrevivir. Por mi parte,
me debatía entre el deseo de evitar pasar por esa experiencia una vez más y el deseo
de sentir nuevas emociones fuertes. Como hombres, sólo tenemos que conocer
nuestra humanidad cuando enfrentamos la muerte” (Messner, 2006). Lo que está en
juego, además, es la misma sobrevivencia: uno debe escapar del peligro y superar el
miedo, para que “resistir los desafíos de la muerte” (Messner, 2006) sea empujar ese
límite un poco más allá Aquí yace la fuente de esa fortaleza y sentimiento de seguridad
del cual Messner ha derivado su conciencia de pertenecer a una elite desde que era un
adolescente. “Donde se haga difícil ir más allá en esta tierra, seremos los únicos en
tener éxito: para los demás que nunca han aprendido a sobrevivir en un mundo lleno
de obstáculos” (Messner, 2006).

Cuando Messner se volvió un hombre joven, extendió su desafío a las montañas más
altas del mundo. La primera persona en haber ascendido todos los picos de 8000
metros del mundo, perdió a su hermano Günther en una trágica expedición al Nanga
Parbat. Sin embargo, este terrible evento, que estuvo en la memoria de Messner por
años, no puso fin a sus aventuras en el Himalaya. Más bien, su solitaria lucha contra el
temor hacia la muerte se volvió más extrema. “Espero nunca vivir una experiencia
como esa que viví en el Nanga Parbat, espero nunca experimentar algo así. Sin
embargo, no puedo vivir sin esas experiencias extremas. Si tuviera que definir mi
enfermedad, la describiría como el deseo constante de vivir poniendo en juego la
propia vida” (Messner, 2006).

Después de enfrentar los grandes desafíos de las altas cumbres en el intento de


experimentar “la tensión, el miedo y la felicidad de estar en contacto con un nuevo
mundo” (Messner, 2006), Messner empezó a realizar expediciones a pie, llevándose a
sí mismo hacia los límites más alejados de la civilización.

8.5 Trastornos
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

El rasgo distintivo de este estilo de personalidad es el hecho de que en cada caso se


percibe la alteridad focalizándose en las señales corporales (ipseidad). La
configuración e intensidad de estas señales le asigna un significado a la experiencia
del sujeto y a los eventos que suceden. Si la polarización interoceptiva-emocional aquí
representa la matriz de sentido a la base del mantenimiento de la estabilidad personal
en el tiempo, su alteración, percibida como una señal que yace fuera del rango de las
experiencias corporales familiares para el sujeto, origina un sentido de posible o
inminente peligro, que corresponde a un profundo sentido de ansiedad. Por ejemplo,
el incremento de la frecuencia cardiaca asociada con una alegría profunda, un
sentimiento de gran cansancio y la embriaguez inducida por un excesivo consumo de
alcohol pudieran todos ser percibidos como condiciones de alarma instantáneas,
mientras sobrepasen la línea de base interoceptiva-emocional.

La distorsión de la estabilidad personal

En la experiencia subjetiva, cualquier movimiento más allá del rango familiar de


emociones no se distingue de un estado de ansiedad . Sintiéndose alegre, cansado o
embriagado – para referirnos a los ejemplos previos – un incremento de la intensidad
de la sensación o emoción más allá de la línea de base que regule la estabilidad
personal del sujeto inmediatamente es percibida como un síntoma, en vez de una
variación del sentimiento en cuestión. Virtualmente cada sensación y emoción, por lo
tanto, cuya intensidad vaya más allá de determinado límite, puede ser percibida como
nociva y producir un estado de ansiedad que cambie el mismo modo en que la persona
se perciba dentro de su propio cuerpo, afectando así su sentido de estar situado.

Para la persona que lo experimente, este estado de estabilidad alterada corresponde a


una percepción amplia de fragilidad (una especie de baja en la auto-eficacia) que
incrementa la vigilancia sobre las sensaciones corporales, amplificando las
sensaciones mismas y contribuyendo a un aumento de toda la sensación de peligro.
Así, el aumento de la vigilancia corporal y del foco atencional – que aumenta la
probabilidad de percibir claves interoceptivas amenazantes – es una función de la
percepción que tiene el sujeto de la inestabilidad. Dado que el sentido de permanencia
del Self se centra predominantemente en el cuerpo en el caso de este estilo de
personalidad, a mayor percepción de inestabilidad, mayor será la vigilancia corporal y
la probabilidad de percibir sensaciones amenazantes. La información disponible
sugiere que el aumento en la habilidad interoceptiva puede ser considerado un factor
de riesgo en el desarrollo de los ataques de pánico. Abundante evidencia sugiere que
las personas con trastorno de pánico son capaces de registrar cambios en la
frecuencia cardiaca con mayor precisión que los sujetos que poseen este cuadro de
manera no clínica (Ehlers y Breuer, 1992; 1996). Por otra parte, quienes poseen el
cuadro de manera no clínica poseen una mejor precisión cardiaca interoceptiva que
los sujetos control no-ansiosos (Ehlers y Breuer, 1992; Zoellner y Craske, 1999), y las
diferencias de rasgo relacionadas a la precisión interoceptiva se intensifican por los
estados ansiosos (Zoellner y Craske, 1999).
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

Por otra parte, la persona que se siente en este estado de fragilidad distancia
progresivamente su experiencia de su objeto intencional: esto, como hemos visto,
para mantener la estabilidad, el sujeto cambia su foco de atención desde las
situaciones que ocurren a sus sensaciones corporales. Por ejemplo, el aumento de la
frecuencia cardiaca que ocurre cuando el sujeto sube unos pocos escalones de la
escalera ya no se percibirá más como algo relacionado con el ejercicio físico; sino más
bien, será visto como un evento somático exclusivo, uno que será amplificado a través
del foco atencional y que será removido de la condición que lo provocó. Mediante esta
operación (que separa al propio cuerpo del mundo), un caso ordinario de taquicardia
provocado por un ejercicio llega a ser percibido como una taquicardia que amenaza a
todo el organismo, incrementando así el sentido de fragilidad de la persona. No
obstante, el corazón con taquicardia que aquí causa alarma, no es realmente el
corazón “casi infartado” que se percibe durante los ataques de pánico.

Esta “absolutización” de la interocepción se manifiesta de un modo aún más


sorprendente en el caso de las emociones. Por ejemplo, en el caso de la
hiperventilación asociada al estado de miedo que prosigue a la evitación de un
accidente. Una vez que la hiperventilación es removida de la situación que la originó
(a través de un aumento de la atención puesta en el cuerpo), es percibida como el
síntoma de una respiración alterada. Es decir que, el estado emocional provocado por
una situación determinada, pierde su referencia con la situación y se reduce a un signo
corporal que va más allá de la línea de base y que por lo tanto se vuelve un peligro
para la estabilidad del propio organismo. La hiperventilación que deriva de la
manifestación de miedo se convierte en el síntoma de una condición alterada que
pone en riesgo la integridad del sujeto. Aunque claramente quedarse sin aliento aún
no sea realmente el sentido de sofoco inminente que caracteriza a los ataques de
pánico.

El miedo al miedo

En ambos ejemplos, el aumento de la atención sobre las perturbaciones corporales


(taquicardia e hiperventilación) también incrementa el sentido de fragilidad del sujeto
y por ende su percepción de inestabilidad. Para que ocurra un ataque de pánico, sin
embargo, el estado de ansiedad asociado a las sensaciones y emociones que son
percibidas como nocivas deben llegar a ser una causa de miedo. Esto quiere decir que
la condición de inestabilidad que aparece cuando el sujeto se mueve más allá de la
línea de base interoceptiva-emocional debe ser tan intensa como para gatillar una
alarma respecto de todo el organismo. Este fenómeno tan conocido es el miedo al
miedo, que la mayoría de las teorías sugieren que existe a la base de los trastornos de
pánico espontáneos y a los síntomas relacionados con ellos. Esta peculiar forma de
miedo consiste en el terror causado por un agudizado estado de ansiedad, que en la
experiencia subjetiva corresponde a una intensa percepción de la inestabilidad
personal, que la persona percibe como una alteración de la estabilidad interoceptiva.
No es sorpresa que el pánico espontáneo esté asociado con un elevada conciencia de
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

las claves interoceptivas (Richards, Cooper y Winkelman, 2003). Será útil recalcar una
vez más el hecho de que, para este estilo de personalidad, la estabilidad interoceptiva
representa el punto de referencia por el cual el sujeto en cada caso regula su propia
posición en el mundo.

De acuerdo a la perspectiva que hemos adoptado hasta ahora, el miedo al miedo no


puede ser la consecuencia de un ataque de pánico, que es lo que Goldstein y
Chamblers (1978) han argumentado (aunque el condicionante interoceptivo pudiera
jugar un rol en mantener la propensión al pánico). El enfoque comportamental sugiere
que la causa de este fenómeno yace en un proceso de condicionamiento Pavloviano,
donde los ataques de pánico son considerados como respuestas condicionadas a las
claves interoceptivas que han precedido al pánico en el pasado.

Del mismo modo, el miedo al miedo no puede ser visto como derivado de una
malinterpretación catastrófica de las sensaciones corporales, como lo sugieren las
teorías cognitivas (Clark, 1986), aunque los procesos cognitivos ciertamente pueden
jugar un papel significativo en la génesis de los ataques de pánico. Desde el punto de
vista cognitivo, este tipo de miedo emergería como consecuencia de creencias
amenazantes inapropiadas (pensamientos catastróficos) sobre las perturbaciones
corporales internas. “Una vez que se percibe, la sensación corporal se interpreta de un
modo catastrófico y luego resulta el ataque de pánico” (Clark, 1986). La pregunta que
este enfoque deja sin contestar, sin embargo, es por qué, una vez percibida, la
sensación corporal debería luego interpretarse en un modo catastrófico. En otras
palabras: ¿por qué una persona que tiene pánico y que siente su corazón golpetear
debería creer que está a punto de morirse? ¿Cuál es el origen de este pensamiento
catastrófico?

El constructo que expresa con mayor claridad el fenómeno peculiar que representa el
miedo a los propios estados de ansiedad es conocido como ​sensibilidad ansiosa​ (SA)
(Reiss y McNally, 1985). Esto se refiere al miedo a las sensaciones relativas a la
ansiedad. En un artículo muy conocido que se publicó originalmente en 1991, Reiss
sostiene que la sensibilidad ansiosa es una disposición individual variable, que se
diferencia tanto del rasgo ansioso como de la ansiedad anticipatoria (Reiss, 1991;
McNally, 2002). Reiss además hace una distinción básica entre el miedo fundamental y
el miedo corriente, señalando que:

“Considere la relación racional entre tres diferentes miedos: (a) el miedo a las serpientes;
(b) el miedo a las alturas; y (c) el miedo a la ansiedad. Los miedos a las serpientes y a las
alturas no se relacionan de manera racional el uno al otro, en el sentido de que tener
uno de esos miedos no es una razón para tener el otro miedo. No tiene sentido para una
persona decir, ‘Me dan miedo las alturas porque le temo a las serpientes’. Por otra parte,
el miedo a la ansiedad se relaciona de manera racional con el miedo a las serpientes y a
las alturas. Una persona racional podría decir, ‘Le temo a las serpientes y a las alturas
porque me dan miedo que pudiera tener un ataque de pánico si me encuentro con esos
estímulos” (Reiss, 1991).
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

Según Reiss, el miedo a los síntomas ansiosos (sensibilidad ansiosa) es de esta manera
el miedo más fundamental, ya que entrega razones para evitar todas las situaciones
que pudieran provocar el estímulo al cual le teme la persona. Lamentablemente, Reiss
no sigue con sus argumentos hacia su conclusión inevitable, que es la aparición de una
pregunta aún más crucial: ¿por qué hay tantas personas que le temen a las alturas y a
las serpientes pero no a las perturbaciones ansiosas? ¿Por qué sólo los sujetos con una
alta SA perciben tales sensaciones como una amenaza? Para expresar el tema de
manera aún más sucinta, ¿cómo es que se origina el miedo a las sensaciones
relacionadas con la ansiedad?

La pregunta anterior parece muy legítima dado que el nivel de SA no sólo varía entre
individuos diferentes, sino que pudiera también cambiar en el mismo individuo, por
ejemplo, en relación con estresores ansiosos relevantes (Schmidt, Lerew y Joiner,
2000) y eventos o circunstancias específicos, previos al origen de los ataques de
pánico (Donnell y McNally, 1990) y en particulares momentos de la vida (Faravelli y
Pallanti, 1989; Pollard, Pollard y Corn, 1989; Roy-Byrne, Geraci y Uhde, 1986).

La respuesta que la teoría de la expectativa le da a nuestra pregunta es que el miedo a


las sensaciones relativas a la ansiedad es causado por creencias acerca de las dañinas
consecuencias de experimentar ciertas perturbaciones corporales (McNally, 2002;
Reiss, 1991; Reiss y McNally, 1985; Reiss et al., 1986; Taylor, 1995).

Mientras que el miedo al miedo, por lo tanto, es producido por la creencia de que
ciertas sensaciones tienen consecuencias dañinas, podemos ver que los individuos no
solamente varían de uno a otro según mantienen o no esta creencia, sino que el hecho
de que el nivel de SA de un individuo pueda cambiar en el transcurso de su vida
sugiere que hay circunstancias o condiciones específicas que contribuyen a modificar
esta creencia en cuestión. Esto quiere decir que, en términos concretos, en diferentes
momentos de su vida un individuo puede percibir la misma sensación de modos
completamente distintos. Unos pocos meses antes de su boda, por ejemplo, una
persona pudiera tener palpitaciones como signo de una seria condición que amenace
su vida, como un ataque cardiaco, mientras pudiera estimar palpitaciones similares
como simplemente una sensación molestosa después de un año de casado.

El hecho de que el mismo individuo pueda interpretar la misma sensación corporal de


diferentes maneras – que en el ejemplo anterior se debería a la transición desde una
condición donde es inminente un cambio de vida hacia una donde la vida ya se ha
estabilizado – pudiera ser visto como algo relacionado al cambio en las creencias que
el sujeto tiene de sus perturbaciones corporales.

No está claro cómo un matrimonio inminente o, de manera más general, un evento


vital pudieran cambiar las creencias que una persona tiene sobre las perturbaciones
corporales. Pudiera ser, sin embargo, que lo que los teóricos de la SA llaman
“creencia”, más que representar la cruz de una interpretación de sensaciones relativas
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

a la ansiedad, pudiera de hecho ser una consecuencia del estado ansioso del sujeto.
Esta mirada alternativa implica un cambio de perspectiva radical, uno que afecta al
mismo fundamento del cognitivismo: que la creencia tendría que ser considerada sólo
como un modo de ​comprender​ la propia experiencia – lo que ya pone el significado de
modo pre-reflexivo – en vez de ser el método principal para generar significado. Sólo
entonces la auto-conciencia pudiera ser entendida como derivada de la relación de
uno con el mundo, en vez de venir de cualquier reflexión sobre las propias acciones.
Esto de hecho es uno de los temas subyacentes de este libro.

¿Cuál es el origen de las creencias distorsionadas?

Es sobre la base de esta lectura que consideramos el cambio de creencias asociados


con ciertos acontecimientos de la vida como debido a una ansiedad provocada por una
alteración de la estabilidad interoceptiva-emocional del sujeto, en concomitancia con
los eventos mismos. El significado de esta forma de ansiedad –que pudiera o no ser
explícitamente comprendida y fijada como una creencia – es la de sentir que uno está
en peligro; y aquí el peligro es provocado por una situación que produce un intenso
sentimiento de inestabilidad respecto al propio organismo, y que coincide con un
estado de ansiedad.

Esta condición de estabilidad alterada origina a la vez un rango de anticipaciones que


tienen que ver con las posibles consecuencias de una situación (de peligro). Como
hemos visto en el capítulo 4, la percepción de uno mismo como teniendo un
determinado estado afectivo siempre tiene que ver con el modo con que uno se
encuentra a sí mismo​ en una situación determinada, y de cómo uno se sitúa en relación
a las circunstancias presentes. Una condición de intensa ansiedad, por lo tanto,
percibida como una amenaza a la integridad del propio organismo, simultáneamente
corresponde a la generación de pensamientos e imágenes orientadas a la anticipación
de desarrollos posibles de una situación. Desde esta perspectiva, es decir, desde la
persona que experimenta una profunda alteración de su sentido de permanencia, la
malinterpretación catastrófica descrita por Clark (1986) representa un intento de
prever los posibles desarrollos de la situación. Podríamos decir, además, que la
previsión aquí es útil como una manera de hacer frente a la situación vivida
anticipando sus posibles resultados. Por ejemplo, si la taquicardia por ejercicio físico
es percibida como un síntoma (mientras traspase la línea de base interoceptiva), y si
esta sensación causa un intenso sentimiento de peligro respecto del propio
organismo, la anticipación de los resultados de la taquicardia no pudiera sino ser un
ataque cardiaco (y lo que le sigue: la llegada de la ambulancia, la hospitalización y
eventualmente la muerte). Estas anticipaciones, que representan intentos de
enfrentar una intensa condición de inestabilidad con el fin de recuperar el control
sobre una secuencia de eventos, de hecho provocan miedo; por ende, ellas
incrementan los síntomas corporales, generando un círculo vicioso que culmina con el
ataque de pánico. A pesar de lo sugerido por los conductistas, el miedo a los síntomas
ansiosos puede verse originado de fuentes diferentes de la experiencia directa de
pánico, aunque una vez que este miedo es percibido pudiera funcionar como una
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

respuesta condicionada para las sensaciones corporales que ya estaban presentes


antes de él.

La intensidad del sentimiento relacionado con la ansiedad que puede gatillar un


ataque de pánico depende del nivel interoceptivo-emocional que regula el sentido de
estabilidad personal del sujeto. De manera particular, momentos desafiantes en la
vida emocional de una persona corresponderán a un foco aumentado, y por lo tanto a
una intensa amplificación de sus sensaciones corporales, así como a una mayor
capacidad de respuesta de la amígdala, probablemente a través de una ruta directa
espino-tálamo-amigdalar: ya que el modo en que los individuos regulan su propio
estar situado está dentro de un marco de referencia que usualmente usa un sistema de
coordenadas centrado en el cuerpo. Mientras este aumentos de la atención hacia las
perturbaciones corporales eleva las propias posibilidades de percibir claves
interoceptivas amenazantes, también se le suma a la condición de inestabilidad
percibida haciéndolo a uno más vulnerable, y así más propenso a sentir como
peligrosos (para la propia estabilidad) eventos corporales inocuos.

Interesante evidencia respecto de este tema aparece en un estudio sobre las bases
neurológicas de la estrecha asociación entre los trastornos de equilibrio y la ansiedad.
Datos anatómicos y fisiológicos pudieran entregar luces acerca de la génesis de un
síntoma en particular, el mareo psicogénico, que tiene altos índices entre los pacientes
que sufren de ataques de pánico y de evitación agorofóbica. Como estos sujetos son
particularmente dependientes de claves de equilibrio propioceptivo para mantener el
propio equilibrio, mientras le presten un peso insuficiente a la información vestibular
y al balance visual (Jacob et al., 1997, 2001; Staab, 2006; Staab y Ruckenstein, 2007),
pudieran experimentar una estabilidad inadecuada en situaciones donde se altera el
sentido de la condición fisiológica del cuerpo completo (como en el caso del estado de
miedo). Un rol clave aquí lo jugaría el núcleo parabraquial, que representa un área de
convergencia para las señales vestibulares y al procesamiento de información
sensorial somática y visceral en vías que parecen estar involucradas en evitación
condicionada, ansiedad y miedo condicionado (Balaban y Thayer, 2001; Balaban,
2002, 2004).

Por otra parte, el miedo a las sensaciones relacionadas con la ansiedad pudieran
desarrollarse como forma crónica o subaguda de hipocondría, acompañada de
agorafobia o ataques de pánico.

Aunque, tanto los hipocondriacos como aquellos que sufren de ataques de pánico
pueden compartir la tendencia general de volverse temerosos ante las perturbaciones
corporales, algunos estudios sugieren un rol de la amígdala en el rápido, automático y
primer procesamiento de los estímulos de temor, y también sugiere que su activación
no es constante (LeDoux, 1998; Öhman y Mineka, 2001; Larson et al., 2006). Otra
evidencia revela que, en algunos casos, los individuos ansiosos mantienen la atención
a estímulos relacionados con la amenaza por más tiempo que las demás personas
(Fox, Russo y Dutton, 2002). Varios estudios, además, han reportado una ausencia de
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

la activación de la amígdala durante periodos sostenidos de provocación de síntoma,


lo que sugiere que el procesamiento sostenido de estímulos fobogénicos y las
reacciones afectivas correspondientes pudieran estar basadas en la activación de
regiones diferentes a la amígdala (Mountz et al., 1989; Fredrikson et al., 1993; Rauch
et al., 1995; Reiman, 1997; Paquette et al., 2003; Straube et al., 2006; Straube, Mentzel
y Miltner, 2007) Por lo tanto, hay buenas razones para pensar que no solamente la
amígdala (a través de varios modos de activación), sino que también el reclutamiento
de otras áreas del cerebro, juega un rol clave en la sintomatología que caracteriza a la
hipocondría y el trastorno de pánico.

Con el objetivo de evitar, o limitar esas situaciones que pudieran alterar su sentido de
permanencia, el sujeto puede adoptar una cantidad de comportamientos evitativos
que, mientras reduzcan temporalmente el rango de sensaciones negativas, a la larga
aumentarán su precariedad fisiólogica/emocional, llevándolo a un condición estable
de agorafobia.

Resumiendo, las diferentes circunstancias de la vida, y, de manera más general,


diferentes estresores ansiosos, no afectan el grado de SA de el sujeto alterando sus
creencias; sino que lo hacen alterando su nivel de estabilidad interoceptiva. Datos
empíricos sugieren que debido a esta intensa sensibilidad a las variaciones corporales
es que los sujetos con un alto nivel de SA responden con mucho más pánico, miedo y
malestar a procedimientos de reto biológico, tales como la hiperventilación (Sturges
et al., 1998), la cafeína (Sturges y Goetsch, 1996) y el dióxido de carbono (Forsyth et
al., 1999; Schmidt y Trakowski, 1999; Zwolensky et al., 2001). Conclusiones similares
fueron halladas en los estudios dirigidos por Schmidt et al. (1997, 1999) en un
ambiente natural. Tomando una gran muestra no clínica, estos estudios descubrieron
que los sujetos con un alto nivel de SA eran más propensos a desarrollar pánico
espontáneo en condiciones estresantes particulares.

Lo que hace que algunas personas más propensas a percibir sensaciones corporales
como peligrosas es la manera en que ellos construyen y mantienen su propio sentido
de estabilidad personal. Son estos individuos quienes poseen lo que hemos llamado un
estilo de personalidad con tendencia a la fobia (Arciero, 2002, 2006; Arciero et al.,
2004; Bertolino et al., 2006). Como quienes juegan un rol relevante en el
procesamiento de los estímulos de temor son las diferencias individuales en la
respuesta de la amígdala modulada por el polimorfismo del transportador de
serotonina (5-HTT) (Hariri et al., 2002), la variación alélica entre los individuos
pudiera contribuir a la diferente reactividad de la amígdala entre quienes poseen este
estilo de personalidad (Bishop, Duncan y Lawrence, 2004; Mathews, Yiend y
Lawrence, 2004; Cools et al., 2005). Las diferencias individuales en la actividad de la
amígdala – expresadas como una mayor sensibilidad a los estímulos de miedo –
pudieran convertirse en una propiedad emergente de la asociación entre factores
genéticos y psicológicos. En otras palabras, el alelo 5-HTTT predispone a un sistema
de excitación más reactivo que, a través de la experiencia así como otros moderadores
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

genéticos y ambientales, pudieran manifestarse entre ciertos sujetos en la forma de


propensión fóbica (Bertolino et al., 2006).

Como hemos visto, la condición de vigilancia extrema que sigue a la percepción de


perturbaciones corporales peligrosas pudiera tener un número de consecuencias,
incluso llevando al pánico espontánea y los cuadros sintomáticos asociados con el. La
fenomenología clínica que se deriva de esto pudiera caracterizarse por un trastorno
de pánico, que pudiera o no estar seguido de una condición de agorafobia; al mismo
tiempo, aunque muy rara vez, pudiera caracterizarse por un síndrome agorafóbico sin
ataques de pánico, y que luego pudiera seguir con un trastorno de pánico (Bienvenu et
al., 2006). La razón de por qué la agorafobia sin una historia de pánico es tan rara es
que los individuos afectados buscan menos ayuda psiquiátrica (Wittchen, Nelson y
Lachner, 1998; Andrews y Slade, 2002) y que las diversas fuentes del trastorno hacen
que sus manifestaciones y posibles complicaciones sean más variadas.

Agorafobia

Es posible distinguir al menos tres orígenes de la agorafobia. (1) Un cuadro clínico de


“agorafobia social” que puede girar en torno al miedo a la evaluación negativa de los
demás – algo que lo hace más cercano a la fobia social y que pueden empeorarse por
ataques de pánico. (2) Un cuadro agorafóbico similar, pero claramente separado del
anterior, y que no se empeora por ataques de pánico. Para este caso, la evitación
social, mientras que está igualmente marcada por la rehusión sistemática a cualquier
confrontación con los demás, está motivada por el miedo, no a sensaciones peligrosas,
sino a cómo la evaluación negativa de los demás pudiera originar un sentimiento de
anulación del Self. (3) El propio síndrome agorafóbico, que pudiera ser identificado
con el que describe Pirandello en ​El Pájaro Embalsamado, ​y que consiste en la
percepción del mundo como un lugar donde el peligro yace a la vuelta de la esquina; y
aquí el peligro sólo puede ser encarado anticipando esas situaciones que podrían
alterar el propio sentido de estabilidad personal y gatillar ataques de pánico. De esta
manera, en el marco de este cuadro clínico, pueden darse dos condiciones
sintomatológicas más o menos distintivas que a menudo se alternan la una con la otra,
o que una se da dentro de la otra. (a) Una condición asociada a la imposibilidad para
predecir posibles situaciones, por ejemplo cuando el sujeto se encuentra en un lugar
desconocido, o en un espacio muy amplio que escapa de su control (como la misma
etimología de la palabra “agorafobia” sugiere). El perfil sintomatológico asociado a
esta condición es la mayoría de las veces de tipo psicoasténico, marcado por un
sentimiento de debilidad, vértigo, mareo, piernas débiles y dolores de varios tipos y de
distintos grados de intensidad. (b) Una condición relacionada con la imposibilidad de
anticipar las consecuencias de una situación determinada, cuando la persona siente
que su propia esfera de acción está limitada por formas externas de coerción:
agobiada, por ejemplo, por vínculos inamovibles (el nacimiento de un hijo o el
matrimonio), controlado por otras personas (durante un viaje en avión o en la
peluquería), o atado a un lugar determinado (una sala de concierto, un túnel, la
autopista o un ascensor).
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

Esta segunda condición, que corresponde a la percepción de sentirse atrapado (como


sugiere la misma etimología de la palabra “claustrofobia”), está asociada con un perfil
sintomatológico que la mayoría de las veces es de tipo constrictivo: dolor intercostal,
necesidad de aire, la sensación de tener algo en la garganta y de sofocarse, y en
algunos casos, incluso la sensación inminente de que uno se está volviendo loco, que
uno está cerca de actuar de manera loca y que uno está perdiendo sus cabales.

En ambas condiciones, la evitación sistemática de lo que se consideran circunstancias


excesivamente activantes es una manera del sujeto para mantener una percepción
estable del Self. Desde esta perspectiva, y de acuerdo con los datos empíricos
(Bienvenu et al., 2006), no sólo el trastorno de pánico parece ser un potente factor de
riesgo para la agorafobia, sino que la agorafobia a su vez parece ser un factor de riesgo
para el trastorno de pánico.

Además, a la luz de la perspectiva anterior, varias fobias que han sido caracterizadas
como específicas necesitan ser reconsideradas. La sensibilidad a estímulos específicos
relacionados con amenaza, incluso cuando los sujetos están distraídos o sin conciencia
de estos (Straube et al., 2006; Straube, Mentzel y Miltner, 2007; Carlson, Moses y
Claxton, 2004), debería ser a menudo visto en el marco de una percepción agorafóbica
del mundo. La condición temida, ya sea animal, evento natural, situación o la sangre,
representa puntos de referencia que deben ser evitados a toda costa, y sobre la base
de que un transcurso viable pudiera estar delimitado en lo que se percibe como
territorio peligroso. Esto, por supuesto, no descarta la posibilidad de que el trastorno
en cuestión pudiera haber surgido por condicionamiento clásico (como el caso cuando
una persona llega a temerle a los perros después de haber sido atacado por uno de
ellos), o de hecho por medio de vías indirectas (como en el caso de el miedo a los
perros que se traspasa de manera vicaria a los hijos cuando uno de los padres fue
atacado por un perro); la visión anterior tampoco implica que el trastorno en cuestión
deba ocurrir necesariamente como parte de un cuadro clínico. Aunque las fobias
específicas forman una clase heterogénea de trastornos, caracterizado por variadas
etiologías y diferentes grados de intensidad (para una revisión ver Merckelbach et al.,
1996), la mayoría de estas fobias son solamente los síntomas más evidentes de una
condición agorafóbica subyacente. Como veremos en el caso clínico que viene, a
menudo lo que parece ser una fobia específica de tipo ambiental natural en realidad es
uno de los síntomas de una “fobia social”. Con el objetivo de completar nuestra
discusión acerca de estos trastornos, continuaremos este primer caso clínico
examinando el caso de Judith, que emerge como un “pánico espontáneo” que luego
empeoró con una agorafobia.

8.6 Casos clínicos

¿Fobia específica?
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

Víctor es un estudiante de historia de 20 años y el mayor de tres hermanos. Su padre


trabaja en una tienda de electrónica y su madre como fonoaudióloga. El problema que
ha estado atormentando a Víctor es una fobia específica: el miedo a las tormentas
eléctricas. Víctor percibe las tormentas eléctricas como una enfermedad física: “una
amenaza a mi vitalidad”. La causa de su terror es el miedo a ser alcanzado por un rayo.
Cada vez que viene una tormenta, Víctor se encierra en su pieza, donde permanece
esperando, en una condición de precariedad existencial, que la lluvia pare.

La primera vez que Víctor sintió este miedo fue a los 10 años, cuando el día del
cumpleaños de su abuela materna, mientras él y su familia estaban a punto de llegar a
un restaurante; lo dejaron en el auto con una prima unos pocos años más grande que
él, esperando el fin de una violenta tormenta. La prima le contó una serie de historia
sobre tragedias causadas por las tormentas, historia que le produjeron un gran efecto.
Aunque Víctor piensa que este episodio es el origen de su trastorno, fue sólo después
de haber entrado a la secundaria que el miedo a las tormentas se volvió más serio en
su vida. Para cuando Víctor estaba terminando la escuela, tanto su rutina diaria como
su ánimo variaban según las nubes.

Una vez más, como en todos los casos clínicos previos que hemos considerado, la
sintomatología del sujeto puede recibir aquí nuevas determinaciones de significado,
determinaciones que no pueden ser comprendidas por medio del solo análisis
empírico, una vez que las hemos examinado en el marco de su vida.

Cuando Víctor tenía 10 años fue golpeado por otro evento aún más significativo,
concomitante con la aparición de este miedo a las tormentas. Mientras estaba en el
colegio Víctor había demostrado ser un niño estudioso y responsable, pero también
uno tímido y torpe, por eso su profesora decidió que necesitaba “ayudarlo” a superar
su timidez. De esta manera ella obligó a Víctor a leer sus ensayos en frente de
diferentes cursos, logrando por un lado que Víctor empezara a sufrir de tartamudeo, y
por otro, que aumentara su miedo al juicio y la auto exposición. El tartamudeo era el
problema más serio de Víctor antes de entrar a la secundaria, aunque las cosas
mejoraron cuando sus compañeros lo empezaron a aceptar más. Para cuando Víctor
ya estaba en la secundaria, su tartamudeo casi había desaparecido; no obstante, su
miedo a las tormentas había comenzado a empeorar.

El control sobre el clima se volvió el modo principal de Víctor para regular su relación
con los demás. Incluso su debut sentimental se pospuso por culpa del clima: “No podía
invitar a una niña a salir, mientras no tuviera nada planeado: el clima pudiera haber
cambiado y me habría dado vergüenza”. La fobia es entonces lo que le permite a Víctor
encontrar una solución entre varias situaciones monitoreando un peligro – a las
tormentas – lo que llega a ser el modo de definir su propia posición en lo que él
percibe es un ambiente hostil. “Es como si este miedo fuera crucial para mi
supervivencia. Es como si me dirigiera hacia un peligro desconocido, como si tuviera
que cambiar por completo”.
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

¿Pánico espontáneo?

Judith es una médico de 35 años especializada en medicina interna. Ella es madre de


un niño de 8 años y la esposa de un abogado de 45. Judith visita nuestro centro debido
a un trastorno de pánico que ha estado sufriendo desde más de un año, y que en los
últimos meses se ha empeorado, evitando lugares concurridos como supermercados,
cines, teatros y bancos, así como la dificultad para moverse libremente, como si la
siguiera el miedo de una crisis apenas sigue una ruta distinta a las familiares. A pesar
de su precaución y su comportamiento evitativo, Judith aún sufre de inesperados
ataques de pánico, los que ocurren semanalmente y que se caracterizan la mayoría de
las veces por vértigo, una sensación de desmayarse y taquicardia.

Judith identifica su primer episodio de pánico cuando, un año atrás, mientras estaba
trabajando en la sala de operaciones, una enfermera le pidió canular la vena de un
paciente. Para ejecutar esta operación, que era más difícil dadas las condiciones del
paciente, Judith tuvo que arrodillarse y permanecer en esa posición por un rato.
Cuando se movió para pararse, sintió un apretón en el estómago, acompañado de
taquicardia, náusea, las piernas débiles, sudor y la sensación de que podía
desmayarse. Judith inmediatamente pidió un electrocardiograma, y se le calculó su
frecuencia cardiaca, que ella pensaba podía estar en las 120 pulsaciones por minuto,
pero que estaba por debajo de las 100.

Como el temor de poder sufrir una patología cardiaca se desvaneció, Judith recobró su
auto control e interpretó el evento que recién le había ocurrido como algo que sin
duda había sido causado por una reacción del nervio vago. Todo volvió a la
normalidad; sin embargo, una semana más tarde, cuando Judith ya casi se había
olvidado del evento, una situación similar le provocó síntomas idénticos a los
primeros. Judith entonces comenzó a preocuparse en serio sobre la posibilidad de
estar sufriendo una enfermedad orgánica.

Visitó una serie de especialistas, pero sus exámenes médicos no mostraron resultados;
su miedo, por otro lado, aumentó, como la frecuencia de los ataques. Judith empezó a
creer que la misma situación podría sorprenderla cuando menos lo esperara, y ya no
sintió más segura saliendo de su casa. “Siento que he perdido los cabales”. En ese
momento, Judith dio el paso que siempre quiso evitar: “Creí que podía hacerlo sola,
pero tuve que visitar a un psiquiatra”. Con un sentimiento de vergüenza y profundo
pesar fue que Judith buscó nuestra ayuda.

El énfasis en la historia de Judith claramente está en los aspectos médicos de su


trastorno: se le presta atención a lo impredecible de los ataques, y por ende a su
preocupación constante de que se pudiera desbordar en cualquier minuto. Pero
cuando el trastorno de Judith es examinado en el amplio contexto de su historia, su
sintomatología adquiere un significado muy diferente: ya que en el fondo de estos
eventos yace la crisis marital que había comenzado cuatro años antes, cuando su
padre murió.
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)

Aunque Judith era dueña de una casa con su esposo, incluso después de su boda ella
siguió viviendo en otro lugar del pueblo, en un departamento adyacente al de sus
padres, obligando a su marido y luego a su hijo a conformarse con la estructura y las
rutinas de su familia de origen. La piedra angular de la familia era la relación única
que Judith tenía con su padre: “Siempre que necesitaba tomar una decisión, iba donde
mi padre. Yo sabía que podía confiar en él”. La muerte del padre de Judith alteró así el
equilibrio existencial que también había sostenido la relación de Judith con su esposo.
No mucho después de que Judith perdiera a su padre, ella y su esposo se mudaron a la
casa que les pertenecía. Judith de pronto se encontró cara a cara con un hombre que
era su marido, pero el cual nunca había llegado a conocer: un extraño con hábitos,
conductas y modos de ser de los que ella era testigo por primera vez, y que no eran de
su agrado. Sorprendida, pero también triste y decepcionada, Judith fue golpeada por
su propia ceguera: “Por qué es justo ahora, después de todos estos años, que me doy
cuenta de con quién me casé”. Judith empezó a distanciarse más de su marido.
Después de abandonar el hospital, empezó a trabajar en una clínica privada, pasando
más tiempo fuera de casa. De a poco, la relación de Judith con su marido se redujo al
mínimo: los dos se veían en las noches, pero apenas hablaban. “Si hablo, tengo la
impresión de que no me está escuchando: siempre parece estar en otra parte. Es
indiferente”. Judith se sentía muy sola y se dio cuenta de que tenía que tomar una
decisión. Unos pocos días antes del primer episodio, confrontó a su esposo,
compartiendo su preocupación y descontento con él; el hombre reaccionó “como si no
le hubiera importado nada”. Judith inmediatamente se dio cuenta de que su marido
podía estar viendo a otra mujer. Dos días después ella tuvo su primer ataque de
pánico.

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