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4/4/2019 “¿Qué capacidad de consentir tenías?” - Revista Anfibia
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El siguiente testimonio de Miriam Lewin es una de las voces de Yo te creo
hermana, el nuevo libro de Mariana Carbajal (Ed.Aguilar).
Me tiraron sobre una mesa de madera. Una bombita de luz amarillenta colgaba
sobre mi cabeza. Ahí fue donde me torturaron. Yo percibía que era un salón
grande, con muchos participantes en esa especie de misa negra, de ceremonia
diabólica, en la que algunos me gritaban con cuántos tipos me había acostado, en
cuántas orgías había estado, cuántos abortos me había hecho. Y otro me
acariciaba la cabeza y la mano y me decía si colaborás no te va a pasar nada. Y
otro me mostraba su pene, y me decía, te vamos a pasar uno por uno por hija de
puta, y hacía observaciones sobre mi cuerpo, que parecía que tenía mejores tetas
o culo que las fotos, y que estaban desilusionados. Gritaban, me insultaban, me
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No vi la celda hasta el día siguiente. Las paredes eran de color marrón. Un
sobreviviente de ahí me dijo hace poco que había averiguado y que antes había
sido una sala de torturas transformada en celda. El lugar era oscuro, húmedo, una
casa antigua bastante deteriorada.
Lo peor de toda esa época fue el aislamiento. Diez meses absolutamente sola,
únicamente me venían a traer la comida. Al principio, también a interrogarme,
después de un tiempo ya no más.
Llamarme “puta” era una constante.
Sufrí, como otras mujeres, la humillación de tener que ir al baño con la puerta
abierta y bañarme delante de los secuestradores.
Los que ellos querían era que nosotras no nos rebeláramos contra ese rol
tradicional de la mujer. Ellos veían que las mujeres en las organizaciones armadas
no tenían ningún apego por la familia. Por eso a mí me decían que tenía buena
madera, porque al intervenir los teléfonos de mi casa materna, habían escuchado,
por los diálogos que mantenía con mi mamá, que yo quería a mi familia. Para ellos,
entonces, no era una salvaje guerrillera que no tenía sentimientos.
En la Escuela de Mecánica de la Armada era distinto. Había más luz. Teníamos
acceso a mirar hacia afuera porque había algunas ventanas que daban al fondo de
la ESMA. Entonces, los que circulábamos, los que estábamos en esa suerte de
mano de obra esclava, podíamos vestirnos y comer más normalmente, interactuar
entre nosotros. Incluso podíamos cantar. Salvo “capucha”, donde estaban los
compañeros que iban a matar, que estaba en penumbra, y ellos tirados en el piso
encapuchados, y algunos engrilletados, y había ratas. Era muy distinto de los
espacios en los que trabajábamos que se parecían más a una oficina “normal”.
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Lo primero que me dijeron las compañeras que estaban en la ESMA fue que a
ellos les gustaba que nos pusiéramos aritos, rimmel, lápiz labial. Así como cuando
iban a las visitas familiares, traíamos vainillas o alguna torta que mejoraba la dieta
desastrosa que teníamos, una de las primeras cosas que pedían algunas
compañeras era tintura para el pelo. Las compañeras me enseñaron que tenía que
preocuparme por estar bien arreglada. Nuestra estética adolescente y guerrilleril
era muy masculina: usábamos pantalones vaqueros y camisas a cuadros, no muy
distinto de lo que usaban nuestros compañeros.
Ellos querían que abandonáramos esa vestimenta. Me acuerdo que me había
puesto una blusita turquesa, naranja, verde, también cuadrillé, como de bambula
arrugadita, muy bonita. Después cuando me dejaron ir a mi casa ya traje mi propia
ropa.
Estaban convencidos de que nos habíamos enamorado de la persona equivocada,
que nuestros compañeros nos habían lavado la cabeza, que no teníamos
convicciones propias. Ellos tenían la mentalidad de que tenías que obedecer al
marido y entonces, no te podían castigar por haberles obedecido. Y la verdad es
que no estaban muy equivocados. Muchas se separaban de sus maridos porque
les decían: “La militancia o los hijos”. La mujer no tenía la capacidad de ser
autónomamente revolucionaria.
Ellos querían reencauzarnos, pero a la vez sentían fascinación por nosotras:
– Mujeres como ustedes pensábamos que solo existían en las películas, decían.
Porque podíamos saber de literatura, arte, economía. Eso les fascinaba. Ellos
tenían mujeres que hacían un curso de modelaje e iban con sus hijos al Círculo
Militar.
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A algunas compañeras las llevaban a bailar o a pasear. Era parte de lo que ellos
consideraban como el proceso de “recuperación”. Nos exponían también a ser
testigos de conversaciones sobre el comportamiento de tal o cual en la tortura y si
podíamos fingir que no nos afectaba, estábamos bien encaminadas en la
“recuperación”.
Es cierto que había sumisión dentro de la militancia. Nosotras pensábamos que la
mujer se iba a liberar cuando la Patria fuera socialista.
En aquella época, era extremadamente raro que la mujer militara y la pareja, no, y
más aún que los dos militaran y ella tuviera un rango superior en la organización.
En general, se promovía que una formara pareja con algún miembro de la
organización. Por supuesto, la cuestión del lesbianismo estaba absolutamente
invisibilizada. No se reconocía que existiera.
Desde el discurso, los varones de la organización decían que no eran machistas,
pero en las parejas, las mujeres estaban a cargo del cuidado de los hijos, eran
ellas las que faltaban a las reuniones para cuidarlos. Hubo muy pocas mujeres en
la cúpula de la organización. Independientemente de que las mujeres tuvieran
perspectivas de crecimiento, se las subordinaba a la situación de su marido. Si ella
era delegada en alguna fábrica, por ejemplo, siempre era arrastrada para
acompañar a su marido si a él lo tenían que trasladar a otra provincia por decisión
de la organización.
En cautiverio, con las violaciones hubo un objetivo claramente disciplinador. Los
represores tenían orden expresa de tener relaciones sexuales con las detenidas. El
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COMENTARIOS
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Vero Feuring
Gracias por tu testimonio.
Me gusta · Responder · 1 sem
Liliana Ardanaz
Tremendo! Gracias por compartirlo Miriam!
Me gusta · Responder · 1 sem
Analia De Mattei
Tremendo. Cuánto horror...
Me gusta · Responder · 1 sem
Alejandra Vega
Tenemos que aprender a ser sororas con otras mujeres y
con nosotras mismas... gracias Miriam
Me gusta · Responder · 1 · 1 sem
Leandro Fenoglio
Otro relato que se suma a la lista interminable de relatos del
horror del terrorismo de Estado. Gracias.
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Mariana Carbajal
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