Homo Netflix
Por Rodrigo Fresán
Desde Madrid
UNO A lo largo de la Historia, el día 29 de agosto –como cualquier otro del año– ha
tenido su inevitable importancia. Todo los días pasa algo digno de ser parte del pasado.
Así, el 29 de agosto acontecieron –por ejemplo– batallas surtidas y firmas de tratados de
diferentes sabores y relevos de Papa y el descubrimiento de la inducción electromagnética
y el último concierto de The Beatles en San Francisco y la devastación del huracán
Katrina. También, los nacimientos de John Locke (el filósofo y no el personaje de Lost,
por las dudas), Ingrid Bergman, Charlie Parker, William Friedkin, John McCain, Elliot
Gould, Michael Jackson. Y las muertes del emperador Atahualpa, Ingrid Bergman (de
nuevo), Félix Guattari y Gene Wilder. Y está claro que sucedieron muchas más cosas y
nacieron y murieron muchas más celebridades; pero las antes mencionadas son las que
interesan a Rodríguez. Y hay una entre todas que tarde o temprano acabará haciendo que
todas coincidan y se fundan en un solo espacio: el 29 de agosto de 1997 entró en
funcionamiento algo llamado Netflix pero que en verdad viene a ser algo así como el
Aleph.
TRES Fuera de todo lo que Netflix trae en sus tripas, polémicas por su inclusión en
festivales de cine “de verdad” y en premios Oscar (y la antipatía de Spielberg), el robo de
ejecutivos top a la HBO (queda esperar por si, de paso, se traerá también la última y
vedada película de Woody Allen para que por fin se la pueda ver), los románticos que
defienden la oscuridad de una gran sala y los prácticos que suman lo que sale una salida
al cine para cuatro (más sus inevitables extras) y lo comparan a lo que cuesta la
suscripción mensual en casita, y una entrada en Wikipedia en constante expansión que ya
es más larga que muchas de las que la enciclopedia on line dedica a unos cuantos países
donde Netflix ya es uno más de la familia.
Y Rodríguez todavía duerme; pero a la mañana siguiente no sólo ve que ahí está el
reconstruido film de Orson Welles sino, también, un documental sobre cómo se hizo esa
película. Y hay tantas cosas más. Y Rodríguez tiene miedo de descubrir qué hay de nuevo.
Porque, con cada novedad, día tras día, es más consciente de que, tal vez, Netflix no sea
ese Aleph que se puede dejar de ver sino este Tlön que te como los párpados. Así, el
contacto y el hábito de Netflix desintegrando este mundo con las memorias de tantos
pasados ajenos. Y el mundo será Netflix y allí, está seguro (vio un adorado monumento
en la Chacarita, vio la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido su prima
argentina y ahogada Mirta Rodríguez, vio el zapping circular de la propia sangre, vio la
fibra óptica del amor y la programación de la muerte) Rodríguez tendrá serie propia que
tal vez no verá nadie salvo él, pero qué importa.