Los gobiernos de Santos y de Uribe haciendo uso de los abundantes dineros que dejó la
bonanza de precios en los mercados internacionales de materias primas como el petróleo y
el carbón terminaron olvidándose de la agricultura campesina, mientras eran cómplices de
la progresiva des-industrialización del país.
Mientras la bonanza duró, estos gobiernos gastaron a manos llenas aumentando el gasto
público y manteniendo bajo su control a las mayorías políticas en el congreso. La
corrupción, encarnada en contratos de obras públicas que no se realizaban o se mal
realizaban, en la entrega indiscriminada de dineros para senadores y representantes a través
de los llamados “cupos indicativos”, en la feria de nombramientos en cargos públicos, se
multiplicó.
La caída de los precios del petróleo llevó al gobierno Santos a resolver la crisis en las
finanzas públicas por medio de dos mecanismos fáciles de imponer y de recaudar. De un
lado, aumentó impuestos como el IVA que paga toda la población y que lesiona,
especialmente, los bolsillos de los más pobres, mientras apretaba a la clase media con el
aumento de las retenciones en la fuente sobre los salarios y demás ingresos económicos.
Del otro, acudió al endeudamiento tanto en el país como en el exterior. El gobierno Santos,
a través de su ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, le deja una muy pesada carga a su
sucesor.
Una deuda externa e interna que sube a más de 450 billones de pesos= más de 150 mil
millones de dólares y que en el presupuesto de este año 2018 le cuesta al Estado
colombiano entre pago de intereses y amortización de capital no menos de 45 billones de
pesos= 15 mil millones de dólares.
Con un agravante que ha tratado de disimular el ministro Cárdenas. El mal desempeño de la
economía nacional en el año 2017 se ha reflejado en un bajísimo porcentaje de crecimiento
y aumentos de los déficits en la tesorería del gobierno y en la balanza comercial. Esta
situación le ha ganado a Colombia una baja calificación de las firmas internacionales que
califican los riesgos de los préstamos que se efectúan a los Estados en el mundo.
Gracias a los tratados de libre comercio que los gobiernos de Uribe y Santos han firmado
con diferentes gobiernos y bloques de países en el mundo, la agricultura y la industria
locales se han visto desbordadas por la competencia de los productos traídos del extranjero
a muy bajos precios. Por ejemplo, el Tratado firmado con Estados Unidos autoriza a esa
nación a vendernos parte de sus excedentes agrícolas y ganaderos de trigo, maíz, cebada,
leche. Son excedentes que se venden a precios muy reducidos, porque, contra lo que se
pudiera creer, en ese país la agricultura está subsidiada por el Estado. El Estado ofrece
precios de sustentación a los agricultores y se hace cargo de comprar los excedentes de las
cosechas que no pueden venderse en el mercado. Para deshacerse de ese inventario
gigantesco, Estados Unidos ofrece esos productos a precios muy
baratos. Para países como Colombia, cuyos gobiernos no piensan en el bienestar de la
población campesina, resulta rentable aprovechar semejantes “gangas”. Lo curioso es que
esta política de subsidios a los agricultores se dé en una nación que como Estados Unidos le
ha impuesto a buena parte del mundo la doctrina neoliberal de la libre competencia entre
los productores agrícolas y la prohibición de que sean auxiliados o subsidiados por sus
respectivos gobiernos.
En la industria muchas multinacionales y aún empresas con capital colombiano han optado
por salir del país y abastecer nuestro mercado con bienes y mercancías elaborados en otros
países de la región, aprovechando las facilidades que les brindan los tratados de libre
comercio que se han firmado entre Colombia y esas naciones. Prefieren sacar sus fábricas
de nuestro país por diferentes motivos, entre ellos, la inseguridad jurídica y el alza de
impuestos que han creado las sucesivas reformas tributarias impulsadas por el gobierno
Santos; los costos de producción; la inseguridad que se sigue viviendo en varias zonas de
Colombia.
Mientras se desaprovechan más de 20 millones de hectáreas de buenas tierras para producir
los alimentos que consume la población colombiana, se sigue optando por importar cerca
de 10 millones de toneladas de alimentos que cuestan más de 2 mil millones de dólares. Al
mismo tiempo, el Congreso dominado por los representantes de los grandes hacendados y
empresarios agrícolas del país, se niega a aprobar las leyes que permitirían la creación de
un fondo de tierras para distribuir entre los campesinos empobrecidos; la actualización del
catastro rural, es decir la actualización del valor de las propiedades agrícolas y el
consiguiente aumento del impuesto predial que facilitaría el aumento de la inversión social
en las áreas rurales. Leyes que hacen parte de los acuerdos de paz firmados con las FARC
en Cuba y Colombia. Mientras pasa esto hay una concentración de la propiedad de la tierra
realmente escandalosa que marca un 0,88 en el coeficiente Gini de desigualdad, donde uno
es la total desigualdad y cero la absoluta igualdad. El país se encuentra en una situación
parecida a la que teníamos a principios del siglo veinte. Es como si las guerras civiles que
se han tenido; los conflictos sociales y luchas por la tierra de
parte de los sectores excluidos no hubieran podido conseguir el más mínimo cambio en
unas estructuras agrarias anquilosadas, enmohecidas.
En tanto esas estructuras no se modifiquen y permitan una democratización de la propiedad
de la tierra será inútil creer que el conflicto político, social y militar que ha vivido el país
podrá superarse. La existencia de esas estructuras es cómplice del auge, de
la influencia que siguen teniendo fenómenos como el narcotráfico o la minería clandestina
del oro y de otros minerales en el reciclaje de los grupos armados ilegales y la continuación
de la violencia en muchas zonas de nuestro territorio.
El gobierno Santos ha insistido en la continuación del modelo económico neoliberal basado
en la exportación de materias primas como el petróleo y otros minerales. De las 10
principales empresas o compañías exportadoras de Colombia en el 2017, 8 hacen parte del
sector minero que sigue respondiendo por casi el 70% del total de lo que vendemos al
exterior. Esta economía “extractivista” como la llaman algunos, no crea empleo, ni cadenas
de producción que generen nuevos empleos. Por el contrario, lo que ha creado es una
poderosa red de contratistas de obras públicas, de empresarios, de políticos que se han
enriquecido con los dineros de los impuestos y regalías que paga la minería, fortaleciendo
el clientelismo y la corrupción en todos los niveles de la administración pública. Algunos
analistas plantean que el efecto combinado de la corrupción y el clientelismo les cuesta a
las finanzas del Estado colombiano no menos de 30 billones de pesos anuales= 10 mil
millones
de dólares. Santos, como presidente, no solo ha sido cómplice de esta poderosa red, sino
que ha sido beneficiario de ella en sus campañas electorales del 2010 y el 2014. Esto
explica, en parte, la incapacidad que ha mostrado el gobierno para impulsar en el Congreso
muchas de las reformas firmadas en los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC.
La consulta entre los partidos y movimientos que hacen parte de la coalición de derecha
liderada por los ex presidentes Uribe y Pastrana, dio como resultado un amplio triunfo del
candidato arribista, Iván Duque sobre Marta Lucía Ramírez y el ex procurador, Alejandro
Ordóñez. Duque, sacó el 68% de los votos de esa consulta, pero lo que preocupa no es su
triunfo sino la gran cantidad de electores que tuvo la consulta en todo el país, cerca de seis
millones.
En la consulta interpartidista de algunos sectores de izquierda tal como se esperaba Gustavo
Petro superó con el 85% de los votos a su único rival, el ex alcalde de Santa Marta, Carlos
Caicedo. Aunque la votación por Petro y, en general, por esta consulta fue bastante grande,
alrededor de 3 millones trescientos mil votos, si se comparan las votaciones de ambas
consultas hay una diferencia de cerca de 2 millones setecientos mil votos a favor de la
consulta derechista, diferencia que puede ser difícil de remontar en los resultados finales de
las elecciones presidenciales.
La derecha quedó fortalecida con el resultado de la consulta. Duque escogió a su principal
rival, Marta Lucía Ramírez como su compañera de fórmula a la vicepresidencia y han
conformado, así, una apuesta electoral que puede atraer también a ciertos sectores del
Centro. Duque, dentro del Uribismo, ha sido, aparentemente, uno de los líderes más
moderados, más dialogantes. Ha evitado caer en polémicas y controversias innecesarias lo
que ha aumentado las posibilidades de atraer votantes no necesariamente identificados con
todas las posiciones del Uribismo y de su partido, Centro Democrático. El ser un hombre
relativamente joven, 42 años, y haber demostrado como senador sólidos conocimientos en
temas de economía ayuda también a aumentar su atractivo electoral.
Su compañera de fórmula, Marta Lucía Ramírez, tiene una imagen de mujer capaz, de
grandes cualidades ejecutivas demostradas en su trabajo en varios ministerios y en la
empresa privada. Fue candidata hace cuatro años a nombre del partido Conservador y se
presume que ahora logrará atraer a buena parte de ese electorado que oficialmente no
participó en la consulta multipartidista de la derecha.
En este sentido parecen soplar buenos vientos para la coalición de la derecha.
PROMESAS DE PAZ
La negociación con el grupo guerrillero, ELN, ha tenido muchas dificultades en este
período. Tras la terminación de la tregua unilateral del ELN en los primeros días de enero
vino una etapa de intensos operativos militares por parte de la guerrilla con un saldo trágico
de policías y soldados asesinados o heridos. Estos ataques, a su vez, despertaron un
profundo rechazo de muchos sectores políticos y obligaron al gobierno a no aceptar la
reiniciación de las conversaciones con los delegados del grupo insurgente, en Ecuador.
Finalmente, el comando central del ELN, oyendo las solicitudes y reclamos de voceros de
la llamada sociedad civil convino en cesar sus operaciones militares para permitir la
realización pacífica de
las elecciones al congreso. Este gesto de buena voluntad fue correspondido por el
presidente Santos quien autorizó el viaje de los delegados del gobierno a Ecuador para
reiniciar las negociaciones con la organización guerrillera.
Sin embargo, a pesar de esta buena noticia lo que parece claro es que no habrá firma de
acuerdo alguno con el ELN en los pocos meses que restan del gobierno Santos. La
continuación de este muy complejo proceso de negociación le corresponderá al próximo
presidente y si quien llega al gobierno es algún representante de la derecha o la centro
derecha es muy posible que la negociación se vaya a pique y se reanude en toda su
intensidad el conflicto político-militar. Este conflicto dista de haberse terminado en muchas
regiones del país. En muchas zonas donde antes operaban las FARC, ahora hacen presencia
nuevos grupos armados ilegales. Entre ellos se cuentan los llamados disidentes de las
FARC, guerrilleros que no aceptaron los acuerdos de paz, que se están haciendo fuertes en
departamentos como Guaviare, Meta, Caquetá, Cauca, Nariño en el Sur Oriente y Sur
occidente del país.
En estas y en otras regiones como Urabá, Chocó, el nordeste de Antioquia, Córdoba, Norte
de Santander, grupos paramilitares han entrado a pelearse las rentas, las gigantescas
ganancias de negocios como el narcotráfico o la minería ilegal del oro con el ELN, con los
disidentes de las FARC, o con grupos residuales del EPL, un movimiento guerrillero que se
desmovilizó a principios de los años 90 del siglo pasado. Algunos de estos grupos
paramilitares son financiados o tienen conexión directa con los grandes carteles mexicanos
que controlan el negocio de la exportación de cocaína a los Estados Unidos.
Lo peor es que la población civil en esas regiones está sufriendo las violencias y los abusos
de estos grupos armados pese a las esperanzas de paz que se crearon con la firma de los
acuerdos entre el gobierno y las FARC. A esto se suma el asesinato sistemático de líderes
populares, de defensores de los derechos humanos que continúa en buena parte del país sin
que el gobierno parezca tener una verdadera voluntad política para frenar esta sangría y
perseguir a los responsables de esta oleada criminal.
GOTAS DE REALIDAD
En general, los sectores más afectados por las realidades socio-políticas del país son los
niños, las niñas y las mujeres. Un reciente estudio habla de un promedio de 869.000 niños y
niñas entre los 5 y los 17 años de edad trabajando por fuera de sus hogares. En las áreas
rurales o campesinas hay cerca de 404.000, pero según otros análisis el verdadero número
de niños y de niñas trabajadores es de 1.396.000. El 12% de los niños que estudian en
escuelas y colegios, también trabajan. Esta situación es a todas luces ilegal; es violatoria de
los derechos de la infancia que el Estado colombiano se comprometió a defender.
De otro lado, aunque salen más mujeres que hombres graduadas de las universidades, las
mujeres tienen una más alta tasa de desempleo. En efecto, el desempleo para las mujeres es
del 12,8%, mientras para los varones es del 8,8%. La brecha salarial, la diferencia de
ingresos entre hombres y mujeres a favor de los hombres oscila entre el 8 y el 18% en
trabajos iguales. El 60% de las mujeres trabajan, pero alrededor del 40% ganan salarios
menores de dos salarios mínimos legales mensuales, 1.500.000 pesos= 500 dólares.