Dentro de la gran variedad de sustancias antisépticas, las más importantes son:
Alcohol etílico o etanol. Se emplea en soluciones cuya concentración es de 70 y
96%, aunque cabe señalar que en México se ha restringido el uso de ésta última (popularmente llamado de "etiqueta roja") a fin de evitar su uso como bebida embriagante. Se le emplea en golpes, raspones o pequeñas heridas, y no debe utilizarse en cortaduras grandes (lastima los tejidos y favorece la aparición de coágulos que alojan microorganismos vivos en su interior). Existe otra variedad de alcohol, el isopropílico, con idénticas cualidades antisépticas, aunque es altamente irritante. Agua oxigenada (peróxido de hidrógeno). Se utiliza como antiséptico en concentraciones del 6% (20 volúmenes). Su empleo está muy extendido porque no produce irritación en los tejidos, aunque se descompone rápidamente cuando entra en contacto con ciertas enzimas (catalasas) que existen en los tejidos. También estimula la coagulación sanguínea y es útil cuando se sospecha de infección por bacterias anaerobias (que viven sin oxígeno), como la que genera tétanos. Es ideal para limpiar mucosas, y en odontología se emplea para combatir gingivitis. Yodo. Antiséptico de bajo costo, acción rápida y que raramente genera reacciones adversas. Povidona yodada. Es un compuesto cuya acción desinfectante se debe a que libera el yodo que contiene en sus moléculas; se le puede encontrar en la farmacia en concentraciones del 10, 7.5 y 1%, así como en presentaciones especiales para aplicarse sobre la piel o en las mucosas de la vagina, garganta y boca. Posee las ventajas de manchar poco la piel y ser menos irritante que el yodo puro, aunque también puede provocar alergia. Muy útil en tratamientos de infecciones y para desinfectar heridas. Su uso es muy extendido en hospitales. Nitrato de plata. Su uso no es tan general como en los casos anteriores, pero se trata de un potente antiséptico de gran utilidad en el combate de estafilococos y pseudomonas, que son bacterias que suelen habitar dentro de los hospitales. Se emplean también para eliminar verrugas y desinfectar quemaduras. Cloruro de benzalconio. Está disponible en distintos grados de concentración, a veces disuelto en alcohol (tintura) o agua (solución acuosa), y se puede aplicar en mucosas, heridas o sobre la piel sana, previo a cirugías. Antes de aplicarlo, la piel tiene que ser lavada con cuidado y los restos de jabón deben enjuagarse abundantemente, ya que éste puede anular la acción antiséptica y favorecer la proliferación de bacterias. Es muy raro que genere alergia. Clorhexidina. Su acción es prolongada, tiene la ventaja de no producir irritación y no es absorbido por la piel, de modo que es un producto muy seguro. Ayuda a limpiar heridas o quemaduras, y en odontología es eficaz para eliminar la placa dentobacteriana. Su concentración puede ser de 0.05 a 0.5%, y se suele disolver en alcohol o agua. Violeta de genciana. Muy utilizada en décadas anteriores, sobre todo en el combate de infecciones generadas por hongos y bacterias, ha sido desplazada ante el surgimiento de productos más eficaces y que no generan manchas. Se sigue empleando con relativa frecuencia en padecimientos de la mucosa bucal y medicina veterinaria. Derivados del mercurio. Los más habituales son tiomersal (solución al 0.1%) y merbromina (al 2%), que se utilizan para desinfectar la piel raspada, aunque pueden producir irritación notable. Permagnato potásico o de potasio. No es tan común como los anteriores, pero es de utilidad para prevenir infecciones por hongos (tiñas) e incluso detenerlas en sus primeras etapas.