“Introducción a la terapia cognitiva comportamental en niños y
adolescentes”
La Terapia cognitiva comportamental plantea sus bases en las ideas de la filosofía
clásica griega y romana que enseñaba la idea principal: “Nos perturbamos no de las acontecimientos sino de lo que pensamos sobre estos”. Los primeros en llevar a la práctica esta idea fueron, el psicólogo estadounidense Albert Ellis, con su terapia racional emotivo-conductual y el psiquiatra británico Aaron Beck, con su terapia cognitiva. Asimismo, fueron adicionándose procedimientos importantes del conductismo y la terapia de conducta y la modificación de la conducta, lo cual le daba mayor validez empírica al modelo. Durante la segunda mitad del siglo XX, fueron los planteamientos más aceptados y utilizados en la práctica clínica por la investigación que la respaldaba. Su principal foco de atención se centró en la psicoterapia para adultos ya que, si bien ya existían estudios e investigaciones aplicadas a niños, era en su tiempo mucho más práctico y prioritario debido a la magnitud de las consecuencias de los trastornos psicológicos que planteaba el día a día de los adultos. Sin embargo, poco a poco la atención fue dirigiéndose a las diferentes problemáticas que podían presentar los niños, que principalmente podían estar relacionadas a dificultades conductuales que les impedían desarrollarse funcionalmente en sus contextos. Watson y Rayner fueron los primeros en aplicar los principios de la psicología básica (condicionamiento respondiente) en niños para demostrar que diferentes emociones o reacciones fisiológicas se pueden aprender por asociación de estímulos y generando respuestas emocionales condicionadas (en este caso en particular, las fobias o temores). El factor cognitivo de los diferentes fenómenos que presentaban los niños fue introduciéndose poco a poco con el auge de las terapias cognitivas ya mencionadas anteriormente (Ellis y Beck). Debido a que en la infancia, los esquemas y creencias fundamentales aún se encuentran en proceso de desarrollo, es una etapa provechosa en la que se pueden ir modificando diferentes dificultades de procesamiento de la información a este nivel. Es así que el abordaje cognitivo-conductual en niños y adolescentes integra diversas estrategias de intervención como la reestructuración cognitiva y la resolución de problemas acompañada de pautas conductuales. Sin embargo, aunque la terapia cognitiva-conductual debe adaptarse a las características únicas de los niños y los adolescentes, hay varios principios ya establecidos en el trabajo con adultos que también pueden aplicarse en su tratamiento. Algunos de ellos pueden ser: el empirismo colaborativo, el descubrimiento guiado, la estructura de las sesiones (con flexibilidad acorde a cada niño), establecimiento de agenta con objetivos cuantificables, etc. Asimismo, dentro del proceso de intervención se debe incluir a la familia. El rol y participación de esta es innegablemente importante, sin embargo, dependerá en gran medida de estadio de desarrollo intelectual del niño (Pre-operatorio, Operatorio concreto y operatorio Formal). En la etapa pre-operatoria, en donde el pensamiento es muy concreto, ilógico y egocéntrico, las intervenciones son fundamentalmente conductuales y la participación de la familia es sumamente indispensable. En niños que se encuentran en la etapa del pensamiento operatorio concreto, el grado de limitación para el trabajo cognitivo es moderado, (se pueden utilizar ciertas intervenciones simples como el modelado, auto- instrucciones, etc.). Aquí el trabajo con los padres puede ser menor, aunque se requerirá de una considerable intervención por parte de ellos a los largo del tratamiento. Finalmente, en niños con un pensamiento de nivel operatorio formal, el grado de limitación cognitiva es bajo, ya que cuentan con la capacidad de trabajar categorías abstractas y clases lógicas. En estos casos se podrá complejizar la auto-observación, profundizar y generalizar el auto-cuestionamiento e implementar de manera independiente una lógica hipotético-deductiva. Se dará lugar sobre la base de intervenciones más complejas como el registro de pensamientos automáticos disfuncionales, el auto-cuestionamiento, la refutación o validación de los mismos a partir de experimentos guiados, etc. La intervención con los padres ya no será tan indispensable como en los casos anteriores. Algunos factores familiares que podrían tener influencia en los problemas psicológicos en niños y adolescentes pueden ser: Estresores y organización contextual: coaliciones patológicas y/o conflicto matrimonial. Relaciones conflictivas: Los problemas psicopatológicos pueden deberse también a un “desgaste vincular” entre el niño y alguno de sus padres o tutores. Contingencias comportamentales: Ante los desórdenes psicológicos de los niños y adolescentes puede ser necesaria la reestructuración de pautas de refuerzo disfuncionales. Comunicación entre la familia y la escuela (u otras instituciones): Los posibles conflictos entre los padres y la escuela u otras instituciones en las que el niño y/o adolescente se desenvuelve pueden traer dificultades. El psicólogo puede ser un nexo que ofrece pautas de evolución entre ambos. Psicopatología parental: Poder detectar posibles desordenes psicológicos en los padres que influyan en el desarrollo del niño y realizar una adecuada derivación puede ser fundamental en la evolución del cuadro. Creencias de los adultos significativos: La revisión de las creencias disfuncionales de los padres en torno a la problemática familiar puede facilitar el logro de los objetivos terapéuticos. Algunas de las creencias que pueden participar en el mantenimiento o agravamiento de los cuadros pueden ser: a) creencias referentes a parámetros evolutivos”, b) “creencias respecto de los principios básicos del aprendizaje”, c) “creencias relativas al tipo de crianza”, d) “distorsiones cognitivas” y e) “estilos atribucionales polares”.
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