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Nuevamente a Gregory Peck, porque acabo de volverlo a ver en la
película Gringo Viejo y sigue deslumbrándome el corazón, como cuando
yo tenía apenas cinco años...
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Digo "nuevamente" porque a este actor le dediqué El libro de los chicos enamorados en su
tomo uno.
Bienvenida
Hola, amorcitos; bienvenidos a este nuevo territorio de papel
entintado donde los aguardan cincuenta y cinco poemas y canciones
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más un cuento inspirados en sus tan francas confidencias, en sus
reflexiones, en sus experiencias iniciales en el amor, tal como me lo han
venido solicitando a través de la nutrida correspondencia que me hacen
llegar de continuo, a partir de la lectura del volumen uno de El libro de
los chicos enamorados y mediante la cual me expresaron el deseo de
que escribiera otras obras referidas al mismo tema.
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"sus" de "ustedes", por supuesto...
corazón, según lo embargue la alegría, la duda, el desconcierto... o sean
las vísperas de un ansiado encuentro o de un imprevisto adiós...!
E.B.
Pronóstico meteorológico
Cuando un chico se enamora
Mañanita... Madrugada... Amanecer... Alba... Aurora... Todo el
mundo es alborada cuando un chico se enamora.
Faltan amores poderosos como el que los dos sentimos, somos —por
eso— más hermosos que la Tierra en que vivimos...
De tristes
Triste el amor traicionado
o aquel que se va apagando. Triste el jamás encontrado
o el amor de vez en cuando.
o aquel no correspondido.
Pero a pesar del dolor, de tanta pena de amor... ¡más triste es no haber
estado —algún día— enamorado!
Nubosidad variable
Poema de la desnoviada
Enamorarme quisiera... Soy la única en mi grado que por amar
desespera... y no encuentra enamorado.
Ay... ya sé... mi caso es grave: ¡una novia desnoviada! ¿Me dirás cuál
es la clave para estar enamorada?
Poema para desorientados
Me preguntas qué sendero habrás de tomar primero para arribar
a ese puerto con el que sueñas despierto;
Era tan dulce mirarte —soñada, siquiera así— porque entonces podía
amarte, (aunque no estabas aquí).
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Título tomado de los famosos versos de Evaristo Carriego a los que el
poeta dio en llamar
Cabeza de novia.
Hoy —temprano— desperté con ganas de enamorarme. Sólo en dos
niñas pensé y me atreví a declararme.
Una me dijo que no, que no acepta mis amores. La otra tampoco, y
yo a cuestas con mis dolores.
Pero si "no hay dos sin tres"... "¡la tercera es la vencida...!"; caigo
rendido a tus pies y te confieso, mi vida,
¿Me creerás cortejador, de esos que suelen mentir con palabras de otra
gente? (Tal vez me falte decir que te quiero, simplemente...)
La escondida
¡Ay!, jugando a la escondida el amor conmigo está. Alma de capa caída
entre el "tal vez" y el "quizá".
Somos piel del olvido; tierranautas fugaces. Por eso —hoy— yo te pido
que me ames mientras pases.
Pues novia puedes tener sin tan cruel juego conmigo. (¿Tres no se
pueden querer? ¡Yo soy tu mejor amigo!)
Poema de la desestrellada
Más gracioso que un delfín y dulce como un membrillo; entre
el oro del flequillo sus ojos no tienen fin.
Sin embargo, aunque nos duela el amor nos sigue atando. (¿No dicen
que "el tiempo vuela"?; ¡pues creceremos volando!)
Canción de los puntos
¡Que por el aire se ha ido; que se ha volado el amor que a mí te ha
unido! Yo, desolado, supongo que anda escondido por algún lado... ¿o es
que a otro corazón lo has regalado?
—Viento en popa— atravesé la casa verde del mar y las orillas toqué
de muy extraño lugar.
A Julia y Flor, por sensibles y por mágica a Raquel. Por sus ojos
increíbles a Marina e Isabel.
¿Hace falta que te explique que tengo sangre gitana? (Maldición que te
dedique se cumple en una semana.)
La rompecorazones
Cada chico de su grado de ella está enamorado.
¿Hace falta que te diga que siento que me olvidaste? ¡De tu electrónica
amiga es de quien te enamoraste!
Canción para una ladroncita
Libre anda la ladroncita como si fuera inocente. También...
con esa carita... ¡qué va a sospechar la gente!
¿Qué se cree ese caradura, que yo soy "la peor es nada"? (De no ser
por su estatura, lo duermo de una trompada.)
Gato con relaciones
(Diálogos entre "unos ellos" y "unas ellas"...)
—Por la ruta de mis sueños pasa... y mi corazón "le hace dedo"... Ella no
para. ¡Mi amorcito es un "camión"!
que diga —de esquina a esquina— "Chicas del barrio —¡atención!— que
aquí vive un gran bocina, un indiscreto, un buchón."
Y tengo dos plateas para mirar estrellas, también una escalera que —en
las noches más bellas—
El viejo tango asegura que amor joven poco dura, que es de un día,
mariposa, ¡qué mentira mentirosa!
Un mes. Con sus treinta días. (¿Hoy Gardel qué cantarías?) ¡Es toda
una eternidad esa cifra a nuestra edad!
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Estrofa inicial del famoso tango Amores de estudiantes, de Gardel y Lepera.
Poema del amor trillizo
Un drama sin solución a mi alma la hace trizas. Tengo un solo
corazón... ¡y me encanté con trillizas!
Son las tres tan parecidas que no puedo elegir una. Mi intención es
atrevida... pero... ¡las tres o ninguna!
Ansío que llegue pronto el lunes... ¡Ay, qué re-tonto! (Porque el único
he de ser que a los lunes da en querer.)
Canción del adiós
Nos debemos separar si hubo amor entre los dos. No sé el sentimiento
inventar. Saqué pasaje de adiós.
Pero debes convertir en reír tu queja (no te digo "¡ya mismo!", cuando
puedas...) porque te dejan de amar... como se deja al sol... que en luz
estalla en las veredas.
Poema del último encuentro
Que era la última vez yo no sabía. Que ya no habría después ni
presentía.
Que esa tarde de los dos nos separaba; que ese encuentro era de
adiós no imaginaba.
Ay, por qué seré tan niño mientras ella tan mayor: quince años
mi cariño, sólo diez yo y mi dolor.
Y ha sido tan "buena", "buena" que tu cartita llegó: luz de lunita serena
que a mi noche enamoró.
Parece cosa de cuento este lazo entre los dos. Nuestras palabras al
viento volando "a la buena de Dios".
Beso por carta
Una mejilla enterita va a ocupar mi dulce beso, sobre tu linda carita que
de amor me tiene preso.
Transparente poesía que ella no podrá leer... No sabrá que —en sueño—
es mía. ¡Ay, cómo duele querer!
Para una pequeña diosa esta carta será hoy. Anónima y misteriosa.
(¿Adivinarás quién soy?)
Visibilidad óptima
Si se vive enamorado…
Lona de circo es el cielo, de estrellas agujereado. Miro a través y
sin velo su secreto me es confiado:
(cuento)
I. Archi
¿Cómo habían sido para Archi esos tres últimos años pasados desde el
divorcio de sus padres... desde que su mamá se quedara sola con él y
sus hermanitos menores... desde que su papá había vuelto a
Ya no veía a su padre todos los días. Debía compartirlo con la otra familia y eso
significaba —para colmo— encontrarlo fin de semana por medio: un sábado y
casars y a tene otr hijo más... desde que s infanci ib
se
e r o u a a
transformand álbum de recuerdos, l de la
en un a par
o a s
transformaciones de su propio cuerpo ?
domingo les tocaba a los dos chiquitos —de cinco y seis— que —por supuesto—
programaban actividades muy distintas a las que Archi proponía con sus trece
años. Además, él se sentía mayor de lo que en realidad era. A diferencia de sus
hermanos, podía comprender con bastante claridad la situación que estaban
viviendo. Entonces sufría. Y cómo. Sobre todo, por lo apagada que andaba su
madre desde que aquella separación había ocurrido. Ante Carlitos y Dudy podía
fingir una felicidad que no experimentaba; eran demasiado pequeños —aún—
como para entender la causa de su silencioso dolor, para suponer que estaba tan
herida. ¿Acaso no era ella quien les hablaba del padre ausente con tanto cariño? ¿Y
quién — si no— la que les preparaba los bolsos para la breve mudanza de sábado a
domingo al nuevo domicilio paterno? Ninguna queja, salvo ésa de que su labor
como cajera del supermercado la agotaba pero a la que no podía renunciar... El
padre contaba ahora con dos familias a su cargo —les repetía— y nada de mala
voluntad, pero ganaba justo lo suficiente como para mantenerlas modestamente.
No era —por lo tanto— el dinero lo que abundaba en la casa de Archi. Por eso,
ahora que se aproximaba su primera Navidad como muchacho enamorado, él
presentía que iba a ser bien triste... ¿Cómo comprarle un regalito a Sabina, su
compañera de séptimo, la dulce chica que le hacía tuntunear el corazón como
cuando se agitaba al jugar un partido de fútbol? Claro que podía regalarle uno de
sus libros preferidos, ésos que releía de continuo y que —por lo general— eran de
terror o de ciencia ficción... o una planta de las cultivadas por su tía a partir de
gajos de otras ya maduras... o un cuaderno escrito a mano y repleto de oraciones
tiernas... Sabina no era interesada. Cualquier obsequio que él le ofrendase iba a ser
recibido con idéntico afecto. Pero no. Que no. Se había empecinado en conseguir
uno de los moños que sabía que a ella le encantaban, a pesar de que sus bolsillos
estaban secos como lengua de loro. Ni un peso tenía. ¿Y por qué —entonces— el
empecinamiento? Ambos chicos vivían a escasas cuadras de distancia, en el mismo
barrio. Por eso, durante la caminata que hacían —en grupo— de regreso a sus
hogares, Archi había visto que Sabina siempre dedicaba algunos minutos para
detenerse frente a la vidriera de aquella lujosa perfumería. Allí —sobre un amplio
sector del costado— colgaban soguitas con montones de preciosos y grandes
moños, armados sobre no menos grandes hebillas. Una variedad deslumbrante.
—¡Cómo me gustaría usar uno de ésos...! —le había escuchado comentar más de
una vez— ...en lugar de estas condenadas gomitas de colores... Aparte de su buen
carácter, de su inteligencia, el pelo de Sabina — invariablemente sujeto en una cola
que le barría la espalda— era uno de sus mejores atractivos. Lacio, brillante, a
Archi le parecía un sedoso trigal al que soñaba acariciar. Ya faltaba poquito para
Navidad. El almanaque indicaba "día veintitrés"; el reloj las once de la mañana,
cuando Archi —solo en su departamento— tuvo aquella idea —que se le antojó
genial— a fin de obtener algún dinero a cambio. —¡La pecera! ¡Vendo la pecera en
la veterinaria de acá a la vuelta y listo! La pecera... Ahora se hallaba en un extremo
del balcón, vacía y tapada con una lona, al igual que algunos portamacetas y otros
objetos de jardinería. Archi fue a buscarla. Cuando la sacó —con delicadeza— de
aquel lugar, tironeos de pena en el medio del pecho. La había construido —sobre
un pie giratorio y todo— su abuelo David. Y mientras él había vivido allí —con
ellos— estaba ubicada en el living, como un diminuto mar doméstico por el que
solían circular los bellos peces dorados que el querido viejo mismo se ocupaba de
cuidar. Entonces era momento de diversión para sus tres nietos, ya que los
acuáticos habitantes se comportaban como amaestrados. —¡Increíble! —exclamaba
Archi al ver que los peces acudían hacia la superficie no bien don David golpeaba
con una cucharita sobre los bordes de metal de la pecera, para anunciarles el
momento de la comida. Algún tiempo después de la muerte del abuelo, también
fueron desapareciendo los peces. No por falta de atención, nada de eso. —También
son muy viejitos, chicos —les explicaba la mamá, a medida que iban
perdiéndolos—. Su lapso de vida es muchísimo más breve que el de los humanos...
Cuando la pecera quedó —finalmente— desierta, ella decidió guardarla hasta que
pudieran comprar nuevos ejemplares y proporcionarles los cuidados que
requerían. —No son adornos sino seres vivos... —les reiteraba, y Archi entendía
perfectamente lo que intentaba decir. En síntesis, lo cierto era que no disponían del
dinero necesario para mantener un acuario en las saludables condiciones en que lo
hacía el abuelo. Entonces, Archi se tragaba las ganas de volver a criar peces como
aquéllos y se conformaba pintándolos en el cuaderno borrador... en su block de
Expresión Plástica... y en las innumerables hojas donde copiaba frases de amor que
—en secreto— le daba a Sabina. Allí —sobre los márgenes— hileritas de peces
dorados en vez de flores o corazones. Sabina conocía "la historia", de modo que
esos animalitos representaban para ella las figuras más adorables que se pudieran
dibujar. Archi acabó con la limpieza de la pecera en el mismo instante en que
sintonizó —de nuevo— su pensamiento en la venta que debía realizar. —Sabina
merece este sacrificio... De sólo imaginar la alegría de su carita cuando le regale ese
moño... Y alegría es lo que le falta últimamente... Por suerte —con el dinero que
obtuvo en la veterinaria— Archi pudo comprar el enorme moño y le alcanzó
—también— para una caja de sahumerios destinada a la mamá, un cinturón
elegido a la medida del padre, más el juego de dominó de piso que sus hermanitos
tanto reclamaban. Ya de vuelta de las compras, escondió los obsequios debajo de su
cama y —contento— se tumbó de espaldas sobre el acolchado. A mirar las
manchas de humedad del cielorraso. Pocas veces se internó en un paisaje tan
fantástico. Era como si el pelo de Sabina se desparramara en abanico, indicando
futuros senderos para explorar a dúo.
II. Sabina
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Habitualmente me preguntan si —cuando yo era chica— me gustaba
leer historias de amor; o sea novelas, cuentos, poemas que abordaran
tan hermoso sentimiento. Contesto que sí (¡y con pasión!) aunque
—también— debo reconocer que muy raramente (por no decir
"nunca"...) caía en mis manos algún relato que tratara acerca del amor
entre niños o jovencitos. Por eso, me lo pasé leyendo textos que —de
acuerdo con la opinión de los adultos— no eran adecuados para mi corta
edad. Sin embargo, ninguno me dañó ni alteró mi vida aunque —en
múltiples oportunidades— no entendiera exactamente el sentido de lo
escrito. Una de aquellas historias (que me sacudió el alma, a pesar de
que sus protagonistas no eran chicos ni estaba destinada a la infancia)
dio base a mi cuento Solamente los que se aman que acaba de concluir. Lo presenté
en una versión libérrima, totalmente actualizada, porque episodios como el que le sirvió de
inspiración pueden reiterarse entre los enamorados de todas las épocas y lugares. A quien le
interese leer el argumento que dio pie al mío, le informo que se titula El regalo de Reyes y
pertenece al escritor William Porter, mucho más conocido por su seudónimo: O'Henry, nacido
en los Estados Unidos de Norte América en 1862 y fallecido en 1910 y a quien aprovecho
—ahora— para enviarle un agradecido beso —astral— por su permiso para recontar su
bellísimo cuento.
Despedida
Mis queridos chicos:
Así lo estuvo durante los meses en que fui dando a luz esta obra
que ya llega a su fin y que me encantaría que adopten como propia.