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Corazonadas

El libro II de los chicos enamorados


Dedicatoria:

1
Nuevamente a Gregory Peck, porque acabo de volverlo a ver en la
película Gringo Viejo y sigue deslumbrándome el corazón, como cuando
yo tenía apenas cinco años...

1
Digo "nuevamente" porque a este actor le dediqué El libro de los chicos enamorados en su
tomo uno.
Bienvenida
Hola, amorcitos; bienvenidos a este nuevo territorio de papel
entintado donde los aguardan cincuenta y cinco poemas y canciones
1
más un cuento inspirados en sus tan francas confidencias, en sus
reflexiones, en sus experiencias iniciales en el amor, tal como me lo han
venido solicitando a través de la nutrida correspondencia que me hacen
llegar de continuo, a partir de la lectura del volumen uno de El libro de
los chicos enamorados y mediante la cual me expresaron el deseo de
que escribiera otras obras referidas al mismo tema.

Así fue como —en esta colección— se publicó No somos


irrompibles (Cuentos de chicos enamorados) y —ahora—
CORAZONADAS.

Como imaginarán, no ignoro que la palabra que elegí como título


significa —literalmente— "presentimientos", "presagios". Es decir que
—de acuerdo con lo que nos informa cualquier diccionario castellano— el
corazón podría hablar en nuestro interior para anticiparnos algún
acontecimiento importante que va a suceder en un futuro próximo, como
si fuera capaz de intuirlos antes de que se produzcan en realidad. Y a
esa especie de "avisos" se los denomina "corazonadas".

Sin embargo, me permití jugar libremente con este vocablo e


inventarle otra acepción. ¿Seré clara? Trato: todos los textos que
integran el libro que estás estrenando se relacionan con sentimientos,
pensamientos, episodios a los que —desde que el mundo es mundo— se
les atribuye un origen en el corazón, aunque los científicos opinen que
no es verdad.

Me propuse sintetizar —entonces— "la onda" del conjunto como si


la palabra en cuestión —usada en plural— significara —también
— "cosas del querer"...

El tomo está "armado", estructurado en diferentes secciones.


Tomé el concepto del tiempo para dividir el material y agruparlo en
diversas partes. Esto es, me centré exclusivamente en su sentido de
estado atmosférico, climático, porque se me ocurrió que sus
modificaciones se adecuaban muy bien para separar situaciones y
sumarlas a ciertas variantes que en los estados de ánimo suele provocar
el amor.

¿Quién no se sintió —por ejemplo— sentado en un fantástico


"banco de niebla" en momentos de tristeza? ¿Quién no pensó que se
avecinaba un verdadero "frente de tormenta" ante la inminencia de
alguna pelea? ¡Y qué distinta gama de colores soñados tiñe el

1
"sus" de "ustedes", por supuesto...
corazón, según lo embargue la alegría, la duda, el desconcierto... o sean
las vísperas de un ansiado encuentro o de un imprevisto adiós...!

Y ya los dejo en compañía de los poemas, canciones y del cuento,


no sin antes desearles un cálido y ancho cielo despejado sobre sus días
y noches del primer amor. Ojalá que así sea. Es más, casi me atrevería
a asegurarles que así será. (Siento la "corazonada" de que sí... Ya me
contarán, ¿eh?)

¿Nos volvemos a encontrar al final del libro? ¡Hasta luego!

E.B.
Pronóstico meteorológico
Cuando un chico se enamora
Mañanita... Madrugada... Amanecer... Alba... Aurora... Todo el
mundo es alborada cuando un chico se enamora.

Y cada verso es posible... La sonrisa, voladora... Canta un pájaro


invisible cuando un chico se enamora.

La vida vuelve a ser cuento que en lo bello se demora...


Ensoñador silba el viento cuando un chico se enamora.
Cielo despejado
Palabracadabra
De cuatro letras es suma la fantástica palabra que abre soles en la
bruma, porque es "palabracadabra".

La sola que puede todo, la única milagrera, la que siempre encuentra el


modo de fundar la primavera.

Palabracadabra bella. No hay otra de más valor. Desierto el


mundo sin ella. Ésa es la palabra "amor".
Para vivir
Para vivir yo inventé un lugar: castillo en el aire donde es posible risa y
cantar... Nunca imaginé que allí te iba a encontrar. Ahora para soñar,
somos dos.

Para vivir palabras junté, sólo las más hermosas


dentro del alma coleccioné... Que estaban en ti cómo iba a saber...
Ahora, para crecer, somos dos.

Para vivir pensé en el amor, sol de medianoche sobre la sombra a mi


alrededor. Nunca imaginé que en tus ojos lo iba a ver. Ahora, para
querer, somos dos.
Primer beso
Tantas veces presentido y tantas imaginado; tras el rubor, reprimido;
contra el espejo ensayado. Aunque uno fue besado desde el día en que
nació, otro besito el soñado: el que inaugura el "tú y yo". Es un roce
inolvidable (lo mismo que quien lo da). Sabor de fruta imborrable.
Derrota la soledad.
Canción térmica
Sensación térmica: cuarenta grados. Tropical el corazón de todos los
chicos enamorados, los dueños de esta canción.

Si "la vida es dura... y no dura...", la vamos a embellecer con el calor


de la ternura, con la fuerza del querer...

Sensación térmica: cuarenta grados a la sombra, si nos vemos... Si


crecemos juntos y enamorados cualquier frío abrigaremos.

Faltan amores poderosos como el que los dos sentimos, somos —por
eso— más hermosos que la Tierra en que vivimos...
De tristes
Triste el amor traicionado
o aquel que se va apagando. Triste el jamás encontrado
o el amor de vez en cuando.

Triste el amor imposible, igual que el que se ha perdido; lo mismo


que el indecible

o aquel no correspondido.

Pero a pesar del dolor, de tanta pena de amor... ¡más triste es no haber
estado —algún día— enamorado!
Nubosidad variable
Poema de la desnoviada
Enamorarme quisiera... Soy la única en mi grado que por amar
desespera... y no encuentra enamorado.

Necesito enamorarme... ¿pero de quién?; ¿cómo elijo? ¿Podrías


aconsejarme en qué chiquilín me fijo?

De mis amigos, ninguno me deslumbra el corazón. Los descarto uno


por uno... Siempre encuentro la razón.

(Y no te describo a todos porque suman más de veinte... Además —de


cualquier modo— me dejan indiferente...)

Ay... ya sé... mi caso es grave: ¡una novia desnoviada! ¿Me dirás cuál
es la clave para estar enamorada?
Poema para desorientados
Me preguntas qué sendero habrás de tomar primero para arribar
a ese puerto con el que sueñas despierto;

o qué rutas o cuál vía,


o atravesando qué puente;
o si existe alguna guía que sin errores te oriente.

No hay mapa ni diccionario que enseñe ese itinerario. Nadie te puede


indicar la senda hacia ese lugar.

Y mi respuesta ilumino con la certeza mayor: el amor es el camino


para llegar al amor.
Piropo
Un beso de palabritas es un hermoso piropo; brevísima musiquita
que te cautiva de a poco...

Es caricia de sonidos que te obsequian al pasar y hace nido en tus


oídos... ¡Todos saben piropear!

Menos yo... Pobre de mí... no se me ocurre uno y muero. Ni un piropo


para ti... ¡y es tanto lo que te quiero!
El intruso
Dulce intruso, apareció súbitamente en mi vida. Ni fui quien
lo convocó; ni le di la bienvenida.

Por eso —linda mamá— no seas injusta: sé yo que aún es breve


mi edad... pero... en fin... me sucedió.

Y el intruso sigue en mí. Mezcla de goce y dolor; primera vez


que sentí eso que llaman amor...

por... un muchacho... ¿De acuerdo? Por eso es la vez primera; ya que


desde que recuerdo yo amo... ¡de otra manera...!
Para una novia en sueños
Hojitas de limonero sobre mi sueño caían y bajo el verde
aguacero mis ojos te descubrían...

Era tan dulce mirarte —soñada, siquiera así— porque entonces podía
amarte, (aunque no estabas aquí).

Eras mi novia en el sueño; a tu corazón anclado, y de tus sonrisas


dueño... ¡por qué me habré despertado!

A ese sueño volvería si de nuevo te tuviera... ¡Por ti, yo me


pasaría dormido la vida entera!
Romancito de los botones
De noche recién lavada por la lluvia inesperada; de tristeza —ésta que
estreno— entre el silencio y el trueno se echó a llorar mi pobreza,
porque no tengo —princesa— nada para regalarte... ¿Qué hacer? ¿Cómo
enamorarte? De niñas la más mimada... ¿cómo serás conquistada?
—pensaba— y en desconsuelo junto a mi cama, en el suelo vi esa caja
de zapatos la que de a poco, de a ratos, voy colmándola de cosas como
de piedras preciosas: trozos de vidrio, chapitas, banderines, figuritas,
viejas monedas, autitos, plastilina, soldaditos; programas, señaladores y
botones de colores. Con los que parecen de oro
—y son los que más valoro— fundirte haría un anillo, espejo de
sol, su brillo encandilante sería... Pero es loca fantasía... Pretender
enamorarte... —¡en vano mis ilusiones!— si sólo puedo obsequiarte
un puñado de botones.
Cabecita de novia
1

Tu paraguas olvidaste en el transporte escolar, junto a él,


también dejaste los deseos de estudiar.

El tiempo pasa... lo olvidas —distraída entre la gente— es que en


tu pequeña vida el amor dijo ¡presente!

Ay, de novia cabecita con un solo pensamiento: ciertos ojos, tal


carita y tu nuevo sentimiento.

Por eso es que —a cada instante—


olvidas hasta tu edad y te llevas por delante cada hora de
ansiedad.

(Ay, cabecita perdida; en paisaje ensoñada, otra cosa se te olvida: que


él —aún— no sabe nada...)

Poema con ganas de amar

1
Título tomado de los famosos versos de Evaristo Carriego a los que el
poeta dio en llamar
Cabeza de novia.
Hoy —temprano— desperté con ganas de enamorarme. Sólo en dos
niñas pensé y me atreví a declararme.

Una me dijo que no, que no acepta mis amores. La otra tampoco, y
yo a cuestas con mis dolores.

Pero si "no hay dos sin tres"... "¡la tercera es la vencida...!"; caigo
rendido a tus pies y te confieso, mi vida,

que recién me enamoré de tu bella personita. Jamás de este modo


amé. ¿Serías mi noviecita?
Amor en sonidos
Una tarde —de repente— bajo el sol me
pareciste diferente.

No entendía qué pasaba: con mis ojos piel


adentro te arrastraba.

Si pudiera mi guitarra hallar el modo de cantarte que te quiero —pese a


todo— no andaría de alma lacia, entristecida, y a tu lado me tendrías,
enseguida.

¿Qué te digo? ¡Ay!, ¿qué, cuando te enfrente, si a mi amor sólo en


sonidos se lo siente...?

¿Qué te digo, ¡ay!, qué, —mi dulce ausente si mi


amor es melodía transparente?
Versos del copista
Te copio versos de amor de Storni, Bécquer, Neruda, Lorca, Nervo y los
Machado... Entonces —de alma desnuda— me descubro enamorado.

Soy el copista mejor de los poemas más bellos... Sin embargo —a mi


pesar— no te conquisto con ellos; no te logro enamorar...

¿Me creerás cortejador, de esos que suelen mentir con palabras de otra
gente? (Tal vez me falte decir que te quiero, simplemente...)
La escondida
¡Ay!, jugando a la escondida el amor conmigo está. Alma de capa caída
entre el "tal vez" y el "quizá".

Tal vez tras de tu sonrisa —jazminera y seductora, estuche de blanca


tiza— se oculta. Tal vez, ahora...

O quizá en el patio verde de tu mirada se esconde, donde la mía se


pierde... ¡Ay, si yo supiera dónde!

Que jugando a la escondida el amor conmigo está... Mi grito de ¡piedra


libre! ¿cuándo al aire saltará?
Chaparrones aislados
Mientras paso
No adelanta ni atrasa el tiempo, ese embustero. No es el tiempo el que
pasa; tú y yo los pasajeros.

Somos piel del olvido; tierranautas fugaces. Por eso —hoy— yo te pido
que me ames mientras pases.

Sólo es viaje de ida; muy breve, compañero. Pasamos por la vida...


(mientras paso, te quiero).

Y en pozo ciego arrojo tu rabieta de ayer... mi penúltimo enojo...


¿Nos volvemos a ver?
Triángulo isósceles
Fuimos amigos del alma de primero a sexto grado y —en séptimo—
como a espina me arrancaste de tu lado.

Amistad como la nuestra no se rompe así nomás. Si me dejaste


de muestra no te perdono... y verás

cómo conservo la calma y me mantengo a un costado... No arrastro


por cada esquina mi corazón traicionado;

porque si te enamoraste de esa nada, lo comprendo. Pero... ¿por qué


me pateaste como a una piedra? No entiendo.

Pues novia puedes tener sin tan cruel juego conmigo. (¿Tres no se
pueden querer? ¡Yo soy tu mejor amigo!)
Poema de la desestrellada
Más gracioso que un delfín y dulce como un membrillo; entre
el oro del flequillo sus ojos no tienen fin.

Que no son ojos, ¡son lagos! nada en ellos mi mirada... (La


suya —relampagueada— parece la de los magos.)

Aunque sé —desestrellada— (porque nací sin estrella) que no


es a mí, sino a ella a quien está dedicada...

¿Quién es ella? Gran amiga que ignora mi padecer. Merece


que no le diga lo que me fue a suceder...

Pero lo "re-quiero" y tanto... (Sin saberlo, es también mío; que


él no se da cuenta y río: aguatero de mi canto...)
Fruto inmaduro
Nuestro amor es un fruto inmaduro, es un ave herida que aletea en los
dos y se pierde en la siesta encendida.

Nuestro amor es un sueño en futuro; cuento anticipado... Es pañuelo del


adiós; muy temprano arribaste a mi lado.

Los adultos no imaginan nuestro largo padecer. "Son muy niños


aún —opinan— para cosas del querer."

Sin embargo, aunque nos duela el amor nos sigue atando. (¿No dicen
que "el tiempo vuela"?; ¡pues creceremos volando!)
Canción de los puntos
¡Que por el aire se ha ido; que se ha volado el amor que a mí te ha
unido! Yo, desolado, supongo que anda escondido por algún lado... ¿o es
que a otro corazón lo has regalado?

Ay, mi niña, mi paloma, —aunque el orgullo me cuesta— aquí escribo


punto y coma para aguardar tu respuesta; no me digas: "Se ha
perdido", pues semejante amorcito merece punto y seguido. ¡Un día
más; un ratito...! Nos hizo sentir tan vivos que no puede acabar mal.
Siquiera tres suspensivos... ¡No pongas punto final!
Pequeño Otelo
1

En un velero soñado —anoche— partí de viaje por la luna


custodiado;
mis celos como equipaje.

—Viento en popa— atravesé la casa verde del mar y las orillas toqué
de muy extraño lugar.

Un puerto desconocido, desconocido pueblito y —de pronto


sorprendido— te vi allí, tierno amorcito.

—¡Andariega! —te llamé pero mi grito no oíste... Tras tus pasos


fui, espié... pero ni cuenta te diste.

Que confieses quiero ahora, —sin mentiras— necesito que me digas


—sin demora— ¿¿¿qué hacías en tal pueblito???
1
"Otelo": personaje principal y título de una conocidísima tragedia de
Shakespeare. Como se trata de un esposo tremendamente celoso, su
nombre suele usarse como modelo de tal característica de personalidad.
Confesión colectiva
A Romina, por bonita. Por simpática, a Manuela. Por melancólica,
a Anita. Por misteriosa, a Marcela.

A Julia y Flor, por sensibles y por mágica a Raquel. Por sus ojos
increíbles a Marina e Isabel.

Por inteligente, a Aldana y a Mimí por divertida. Por su dulzura, a


Luciana. ¡Por las doce doy la vida!

¿Y ellas a mí? Queja y grito, más lagrimitas de pena... ¿Qué culpa


tengo —repito— si mi amor es por docena?

Las quiero a todas. Comprendan. No me digan "jeque" o "divo"... Les


ruego, no me reprendan si no soy novio exclusivo...
Frente de tormenta
Pido gancho
"Pido gancho, pido gancho." Yo necesito una tregua, que no me vas a
engañar: hay otra, se ve a la legua.

"Pido gancho." Hasta mañana es el plazo que te doy. Te apartas de


esa fulana
o de tu vida me voy.

"Pido gancho." Será eterno si sigues tu juego infiel. Y te condeno al


infierno, ¡que te consumas en él!

¿Hace falta que te explique que tengo sangre gitana? (Maldición que te
dedique se cumple en una semana.)
La rompecorazones
Cada chico de su grado de ella está enamorado.

Cada cual, dele soñar con que la va a conquistar.

Siembra —en su torno— esperanzas que —después— ninguno alcanza.

Va despertando emociones ¡ay, la rompecorazones!

Pero a nadie le hace caso y morimos a su paso...

(Porque —yo también— confieso de esa coqueta estoy preso...

En vano mis ilusiones... ¡Ay, la rompecorazones!)

Por eso, por despechado, por ser varón rechazado;

otro más en el montón, en la cola, en la legión

de aspirantes, yo golpeo la noche con mi deseo:

¡Castigo a la picarona! ¡Que se quede solterona!


Novia electrónica
Todo de ti me enamora... ¡menos la computadora! Todo a ir a verte
me invita... ¡menos esa maquinita!

Pareces hipnotizado cuando te encuentras con ella, la observas


encandilado igual que a una niña bella.

Te advierto, va siendo hora:


o me prestas atención
o a esa procesadora regálale el corazón.

¿Hace falta que te diga que siento que me olvidaste? ¡De tu electrónica
amiga es de quien te enamoraste!
Canción para una ladroncita
Libre anda la ladroncita como si fuera inocente. También...
con esa carita... ¡qué va a sospechar la gente!

Sin embargo, prisionera la pondría. Es peligrosa. ¡Quién —por


mí— la detuviera! Delincuente la mocosa.

Aborrezco ser soplón; no la voy a delatar aunque tenga


la razón para hacerla encarcelar.

(¡Ay, que no existe castigo para su delito... y yo soy el único


testigo! ¡El corazón me robó!)
Novio a medias
"Estoy medio enamorado, casi — casi... no lo sé...", me susurró
el malcriado y perpleja me quedé.

¿Cómo sigo tan pasiva después de tal chaparrón, si a la terapia


intensiva él mandó a mi corazón?

Porque lo amo; no es chiste y "novio a medias" sugiere... Te juro que


—aunque estoy triste y su indecisión me hiere—

archivo toda esperanza y vuelvo a mis soledades. Medio novio no


me alcanza; yo quiero las dos mitades.

¿Qué se cree ese caradura, que yo soy "la peor es nada"? (De no ser
por su estatura, lo duermo de una trompada.)
Gato con relaciones
(Diálogos entre "unos ellos" y "unas ellas"...)

—Quisiera ser un mosquito para estar


siempre a su lado... Detrás de ella volaría,
zumbándole enamorado.

—Si tú fueras un mosquito tendrías


muy corta vida: apenas te me
acercaras, te echaría insecticida.

—Por verla a todas las horas ando


rondando su casa... ¡Todo el tiempo la
vería...! Adivinen qué me pasa.

—De día te veo, de tarde... de noche... y


ya no me "copa"; ¡que es tanto lo que te
veo... que te veo hasta en la sopa!

—Por la ruta de mis sueños pasa... y mi corazón "le hace dedo"... Ella no
para. ¡Mi amorcito es un "camión"!

—¡Qué poca delicadeza! ¿Yo un camión?


¡Es un grosero! Pero igual: para que sepa,
¡no será mi camionero!

—Ayer pasé por tu casa... Me arrojaste unas frutillas. Eran duuulces...


¡Quiero más! Te lo pido de rodillas.

—Este muchacho está loco. Ya le dije a


mi mamá: ¡si vuelve, le arrojo un coco,
un melón, un ananá!
Venganza
¿Qué es eso de andar contando que conquistaste mi amor, a los
vientos murmurando y lanzando ese rumor?

Por tu culpa, el grado entero me hizo blanco de su risa. Se burlan


los compañeros: "¡Tiene novio la petisa!"

Será mejor que te calles


o ya verás lo que pasa: yo te cuelgo un pasacalles en el frente
de tu casa

que diga —de esquina a esquina— "Chicas del barrio —¡atención!— que
aquí vive un gran bocina, un indiscreto, un buchón."

Y en sección clasificados de los diarios —además— publico —bien


destacado— que ya no te quiero más.

("Ojo por ojo", bocón; ¡será tuyo el papelón!)


Arco iris
Crónica de nosotros dos
Tropezamos, nos miramos, sonreímos... Me gustaste,
te gusté, no lo dijimos... Nos disculpamos, y nos
mentimos; nos saludamos, nos despedimos...

Pero otra tarde, la misma esquina y el mismo roce...


Cuesta creer cómo la gente se reconoce...

Nos recordamos, nos alegramos, nos presentamos…

Bien de reojo, sin sospecharlo, ya nos amamos... Más


me gustaste, más te gusté. (No lo dijiste; yo lo callé.)

Recién al año te confesé que te quería... La misma


tarde que me enteré de que eras mía...

La misma tarde... La misma esquina... La misma hora... Cuesta


creer cómo la gente se enamora.
Poema de lo que tengo
Yo tengo para darte —si eres mi noviecito— mi árbol de los
versos que crece tan solito.

Y tengo dos plateas para mirar estrellas, también una escalera que —en
las noches más bellas—

sirve para treparse —de pronto— hasta la luna y entonces


animarse a tomarla por cuna.

La voz de mi angelita de la guarda, además; mi mágica varita


y mucho, mucho más...

Yo tengo para darte en una caracola, el mar en miniatura y


el canto de una ola.

Mis lágrimas... (las viste...) también puedo ofrecerte, cuando te


sientas triste por golpes de la suerte.

Y mi risa completa (no me guardo un poquito). También, mi


bicicleta te la presto un ratito...

Y mi tan breve vida; entera lo que soy... Si eres mi


noviecito... ¡yo todo te lo doy!
Permiso
Te pido permiso para enamorarme y para instalarme en tu
corazón.

Y en esta canción desde ya te aviso, tendrás que aceptarme, porque


soy mandón.

Es un compromiso: seré más que amigo; y te ordeno amarme y


soñar conmigo.

Te pido permiso de puro educado, pero sólo espero no ser


rechazado.

Y aunque me digas que "no"


tu "amigovio" he de ser yo, pues con permiso o sin él igual me quedo
en tu piel.
Amores de estudiantes
"Hoy un juramento, mañana una traición, amores de
1
estudiantes flores de un día son."

El viejo tango asegura que amor joven poco dura, que es de un día,
mariposa, ¡qué mentira mentirosa!

Y que a cada juramento precoz se lo traga el viento... ¿Qué saben de


nuestro amor? ¡Ay, qué engaño engañador!

¡Qué embuste más embustero! Porque el amor tempranero no es


sentimiento fugaz, de durar muuucho es capaz.

Ejemplo: nosotros dos todo un mes —gracias a Dios— de noviecitos


cumplimos, ¡cuánto tiempo compartimos!

Un mes. Con sus treinta días. (¿Hoy Gardel qué cantarías?) ¡Es toda
una eternidad esa cifra a nuestra edad!

Y no es ninguna traición si —ahora— mi corazón a otro lo doy,


maestro. ¡Casi inmortal fue lo nuestro!

1
Estrofa inicial del famoso tango Amores de estudiantes, de Gardel y Lepera.
Poema del amor trillizo
Un drama sin solución a mi alma la hace trizas. Tengo un solo
corazón... ¡y me encanté con trillizas!

Son las tres tan parecidas que no puedo elegir una. Mi intención es
atrevida... pero... ¡las tres o ninguna!

(Y no, no tengo valor de confiarles mi ancha pena; este extraño, loco


amor, que a tres niñas me encadena.)
Cuento de los enamoradizos
Una vez, había una vez un niño enamoradizo. (Su fama llegó hasta hoy
por tantas niñas que quiso...) Y esa vez había, había una niña parecida a
la que el amor llamaba y a sus pies caía rendida... (Aunque amaba —de
alma al frente— ¡siempre a un niño diferente!)

Sucedió que cierto mes —entre tantos amoríos— ella a él lo


conoció y él a ella. Vaya líos. De cuento es lo que pasó: los dos
apenas se hablaron pero unieron sus miradas y —al punto— se
enamoraron. Los dos pensaron: "Te quiero; tú eres mi amor
verdadero."

Entonces hubo otra vez: la de un bello romancito. Acodados


en los días se sintieron noviecitos. El amor iba creciendo
mientras los niños crecían hasta que —por fin— dijeron lo
tanto que se querían. Uno al otro fieles... oh... (Y aquí el
cuento se acabó.)
Invitación levemente interesada
Adentro de una botella tengo un barquito. A navegar
—niña bella— en él te invito.

Por mi ensueño marinero navegaremos. Los dos, el mundo entero


recorreremos.

Te nombro capitana de mi barquito y de mi alma,


campana del infinito.

Ser yo tu amor primero a cambio de eso, es todo lo


que espero... (y —acaso— un beso).
Bancos de niebla
Ella
No soy quien en mí vive: es ella, la tristeza. Por mí, anda y escribe,
de soledades presa.

Soy su piel, su vestido. Larga trenza castaña de tu caricia, olvido.


Es ella quien te extraña.

No soy yo la que —en llanto— al recuerdo regresa, ni quien te quiso


tanto. Es ella: mi tristeza.
Fin de semana
Tamboriles de una ausencia. De la tuya. Tu presencia me hace falta
hace dos días. (Cómo estoy, no creerías.)

El domingo es un feriado. Hoy no hay clases. Destinado a esperarte


hasta mañana, me hundo en el fin de semana.

Y aprendo —en mi soledad— qué cosa es la eternidad: un tam-tam


hueco, un no verte, un mal calco de la muerte.

Ansío que llegue pronto el lunes... ¡Ay, qué re-tonto! (Porque el único
he de ser que a los lunes da en querer.)
Canción del adiós
Nos debemos separar si hubo amor entre los dos. No sé el sentimiento
inventar. Saqué pasaje de adiós.

Difícil la despedida después de tanto querernos pero me voy de tu vida,


de esta costumbre de vernos...

En tus espejos se queda mi niñez enamorada, nuestra plaza y su


arboleda, donde supe que era amada.

Todo pasado perdura. No siembres rencor. Perdón. El tibio pan de tu


ternura se queda en mi corazón.
Poema de los enamorados de la profesora
Su materia es nuestro horror; gran tortura
cotidiana. Vamos de mal en peor; aplazos
cada mañana.

La culpa no es nuestra, no; culpable es la


profesora. Parece que no advirtió que a
todos nos enamora.

Ella explica. Suspiramos y ninguno


entiende nada. Embobados la miramos,
no le perdemos pisada.

Somos "burros" en sus horas y hasta que la


vemos irse... ¡Profesoras tan hermosas
deberían prohibirse!
Melancolía
Melancolía de sentirte lejos y de ignorar por qué te fuiste así. Hoy llueve
en la ciudad y en mis espejos (y dicen que estoy triste porque sí...)

Melancolía, grito de mi alma cuyos ecos ninguno puede oír.


Perdida ya de ti, perdida calma. Vivir sin tu mirada es desvivir.

Tu adiós, de los adioses es esencia. Solitaria me han de ver, como la


una. Melancolía de primera ausencia y de amarte sin esperanza
alguna.
Poema de "la difícil"
—Absolutamente no— le dije y él lo creyó. —¿Yo tu novia?
¡Estarás loco! Se fue alejando, de a poco;

borrones en la mirada pero sin contestar nada. Apenas


lo vi marcharse dejé el llanto desatarse.

"La difícil" quise hacerme. ¿Cómo puedo atrás volverme y


confesarle mi error? No hay que burlar al amor.

Si repican las campanas cuando —todas las mañanas— no bien


al día despierto pienso en él y si es tan cierto

que hasta el cielo yo lo quiero, que es mi amorcito primero...


¿Por qué no respondí "sí"? (Con falso filo lo herí.)

Perdí toda mi infancia en la vereda en la que —tonta— le dije que se


fuera.
El imposible
Nadie lo va a adivinar, soy primera actriz de un drama que a escena no
va a llegar; si ni figura en programa...

Me toca un triste papel: la secreta enamorada. Voy de alboroto en


la piel y de ilusión desmayada.

¡Pobre de mí!, no es ficción mi sentimiento inasible... Bordado en mi


corazón llevo un amor imposible.

Será sin fin mi dolor, sin telón la desventura, porque amo a mi


profesor (materia: Literatura).
Cuando te dejan de amar
Cuando te dejan de amar es un regreso, es un vuelo de vuelta hacia la
nada, es borroneado ayer el primer beso que soñaste entre noche y
contra almohada.

Es remontar barriletes de la ausencia, es buscar compañía en los


espejos, es sentir que hace falta otra presencia, algún amparo que
llegue desde lejos.

Cuando te dejan de amar —criatura mía— es reloj detenido en falsa


espera; naufragio que no arrastra, cada día... Te parece que la
muerte se acelera...

Pero debes convertir en reír tu queja (no te digo "¡ya mismo!", cuando
puedas...) porque te dejan de amar... como se deja al sol... que en luz
estalla en las veredas.
Poema del último encuentro
Que era la última vez yo no sabía. Que ya no habría después ni
presentía.

Que esa tarde de los dos nos separaba; que ese encuentro era de
adiós no imaginaba.

Y atravesaste la puerta de mi casa, sin saber que me


quedaba desierta, que no podrías volver.

Diste la cabeza vuelta


de dulce sonrisa puesta y allí la dejaste suelta,
sobrevolando la siesta.

Que otros digan "lo he querido" —mi amor primero— mi alma no


aprende el olvido: ¡qué, yo te quiero!
Amor desparejo
Sufro como un condenado (y —de algún modo— lo estoy). A perpetua
enamorado y ella ni sabe quién soy.

Por las tardes atraviesa la vereda de mi casa. La ilumina su belleza.


Me deslumbra cuando pasa.

Qué no diera por rozar su larga trenza de oro o —en público—


pronunciar el nombre de mi tesoro.

Ay, por qué seré tan niño mientras ella tan mayor: quince años
mi cariño, sólo diez yo y mi dolor.

¡Qué penas trae el amar! (Nunca sabrá que la quiero.) No me vuelvo


a enamorar: me voy a quedar soltero.
Este amor
Este amor está solo. El sábado le cuelga a los costados. El tiempo de no
verte le va grande; le sobra —por sobrar— de todos lados.

Este amor tiene frío. Lo envuelvo en una manta y estornuda. Lo abriga


tu recuerdo y no le basta; tirita sin remedio, es piel desnuda.

Este amor tiene hambre, en tanto que la noche molinera engulle


entre sus aspas a la luna y acrecienta apetitos de mi espera.

Este amor tiene sed. Se estira por la sombra, afantasmado, en busca


de tus claros manantiales pero resbala en un desierto helado.

Este amor es un loco jardinero que sólo poda ausencias


y te quiere.
Ventarrón de cartas
Carta para tu carta
Amo cartas y carteros, (¿Qué tal, corazón de arroz?) mensajes y
mensajeros andando "a la buena de Dios".

Y ha sido tan "buena", "buena" que tu cartita llegó: luz de lunita serena
que a mi noche enamoró.

Valijita de papel de tu ternura a la mía. Globo rojo, carrusel...


¡Cómo embelleció mi día!

Parece cosa de cuento este lazo entre los dos. Nuestras palabras al
viento volando "a la buena de Dios".
Beso por carta
Una mejilla enterita va a ocupar mi dulce beso, sobre tu linda carita que
de amor me tiene preso.

Y aunque es un beso postal es caricia verdadera; gigantesca, tan real


como si aquí te tuviera.

Beso por correspondencia, invisible, transparente. (Y sabrá de su


presencia... tu corazón solamente.)
Carta con poema invisible
En mi sueño, hilé un poema, suma de versos al viento. Mi amor
secreto era el tema; mi callado sentimiento.

Apenas me desperté quise escribirlo. Imposible. De repente, lo


olvidé y fue poesía invisible.

Transparente poesía que ella no podrá leer... No sabrá que —en sueño—
es mía. ¡Ay, cómo duele querer!

(Pero —acaso— una mañana junto toda mi "polenta"... ¡y le


mando por mi hermana esta carta que lo cuenta!)
Hace un rato que te quiero
Hace un rato que te quiero: desde que llegó el cartero con tu carta
encantadora; nubecita voladora que me trajo tu querer. Más feliz no
puedo ser... es mi más bella mañana y parece una campana el son de
mi corazón. Si hasta el sol está celoso de este sentimiento hermoso:
¡porque él sabe que te quiero, desde que llegó el cartero!
Carta anónima
Te escribí cartas cien veces y no te las di otras cien, pero ahora —me
parece— que te la daré, mi bien.

Tu secreto enamorado contigo ansia ennoviarse y de puro avergonzado


no se anima a presentarse.

Para una pequeña diosa esta carta será hoy. Anónima y misteriosa.
(¿Adivinarás quién soy?)
Visibilidad óptima
Si se vive enamorado…
Lona de circo es el cielo, de estrellas agujereado. Miro a través y
sin velo su secreto me es confiado:

El amor —únicamente— da sentido a cada instante; mira a la


muerte de frente, no deja que se adelante.

Es el mejor campanero porque todas sus campanas son de Dios el


sonajero... en las almas, resolana...

Si a dúo se lo transita, el mundo es anaranjado; la vida siempre


da cita si se vive enamorado...
Solamente los que se aman

(cuento)
I. Archi

¿Cómo habían sido para Archi esos tres últimos años pasados desde el
divorcio de sus padres... desde que su mamá se quedara sola con él y
sus hermanitos menores... desde que su papá había vuelto a

Ya no veía a su padre todos los días. Debía compartirlo con la otra familia y eso
significaba —para colmo— encontrarlo fin de semana por medio: un sábado y
casars y a tene otr hijo más... desde que s infanci ib
se
e r o u a a
transformand álbum de recuerdos, l de la
en un a par
o a s
transformaciones de su propio cuerpo ?
domingo les tocaba a los dos chiquitos —de cinco y seis— que —por supuesto—
programaban actividades muy distintas a las que Archi proponía con sus trece
años. Además, él se sentía mayor de lo que en realidad era. A diferencia de sus
hermanos, podía comprender con bastante claridad la situación que estaban
viviendo. Entonces sufría. Y cómo. Sobre todo, por lo apagada que andaba su
madre desde que aquella separación había ocurrido. Ante Carlitos y Dudy podía
fingir una felicidad que no experimentaba; eran demasiado pequeños —aún—
como para entender la causa de su silencioso dolor, para suponer que estaba tan
herida. ¿Acaso no era ella quien les hablaba del padre ausente con tanto cariño? ¿Y
quién — si no— la que les preparaba los bolsos para la breve mudanza de sábado a
domingo al nuevo domicilio paterno? Ninguna queja, salvo ésa de que su labor
como cajera del supermercado la agotaba pero a la que no podía renunciar... El
padre contaba ahora con dos familias a su cargo —les repetía— y nada de mala
voluntad, pero ganaba justo lo suficiente como para mantenerlas modestamente.
No era —por lo tanto— el dinero lo que abundaba en la casa de Archi. Por eso,
ahora que se aproximaba su primera Navidad como muchacho enamorado, él
presentía que iba a ser bien triste... ¿Cómo comprarle un regalito a Sabina, su
compañera de séptimo, la dulce chica que le hacía tuntunear el corazón como
cuando se agitaba al jugar un partido de fútbol? Claro que podía regalarle uno de
sus libros preferidos, ésos que releía de continuo y que —por lo general— eran de
terror o de ciencia ficción... o una planta de las cultivadas por su tía a partir de
gajos de otras ya maduras... o un cuaderno escrito a mano y repleto de oraciones
tiernas... Sabina no era interesada. Cualquier obsequio que él le ofrendase iba a ser
recibido con idéntico afecto. Pero no. Que no. Se había empecinado en conseguir
uno de los moños que sabía que a ella le encantaban, a pesar de que sus bolsillos
estaban secos como lengua de loro. Ni un peso tenía. ¿Y por qué —entonces— el
empecinamiento? Ambos chicos vivían a escasas cuadras de distancia, en el mismo
barrio. Por eso, durante la caminata que hacían —en grupo— de regreso a sus
hogares, Archi había visto que Sabina siempre dedicaba algunos minutos para
detenerse frente a la vidriera de aquella lujosa perfumería. Allí —sobre un amplio
sector del costado— colgaban soguitas con montones de preciosos y grandes
moños, armados sobre no menos grandes hebillas. Una variedad deslumbrante.
—¡Cómo me gustaría usar uno de ésos...! —le había escuchado comentar más de
una vez— ...en lugar de estas condenadas gomitas de colores... Aparte de su buen
carácter, de su inteligencia, el pelo de Sabina — invariablemente sujeto en una cola
que le barría la espalda— era uno de sus mejores atractivos. Lacio, brillante, a
Archi le parecía un sedoso trigal al que soñaba acariciar. Ya faltaba poquito para
Navidad. El almanaque indicaba "día veintitrés"; el reloj las once de la mañana,
cuando Archi —solo en su departamento— tuvo aquella idea —que se le antojó
genial— a fin de obtener algún dinero a cambio. —¡La pecera! ¡Vendo la pecera en
la veterinaria de acá a la vuelta y listo! La pecera... Ahora se hallaba en un extremo
del balcón, vacía y tapada con una lona, al igual que algunos portamacetas y otros
objetos de jardinería. Archi fue a buscarla. Cuando la sacó —con delicadeza— de
aquel lugar, tironeos de pena en el medio del pecho. La había construido —sobre
un pie giratorio y todo— su abuelo David. Y mientras él había vivido allí —con
ellos— estaba ubicada en el living, como un diminuto mar doméstico por el que
solían circular los bellos peces dorados que el querido viejo mismo se ocupaba de
cuidar. Entonces era momento de diversión para sus tres nietos, ya que los
acuáticos habitantes se comportaban como amaestrados. —¡Increíble! —exclamaba
Archi al ver que los peces acudían hacia la superficie no bien don David golpeaba
con una cucharita sobre los bordes de metal de la pecera, para anunciarles el
momento de la comida. Algún tiempo después de la muerte del abuelo, también
fueron desapareciendo los peces. No por falta de atención, nada de eso. —También
son muy viejitos, chicos —les explicaba la mamá, a medida que iban
perdiéndolos—. Su lapso de vida es muchísimo más breve que el de los humanos...
Cuando la pecera quedó —finalmente— desierta, ella decidió guardarla hasta que
pudieran comprar nuevos ejemplares y proporcionarles los cuidados que
requerían. —No son adornos sino seres vivos... —les reiteraba, y Archi entendía
perfectamente lo que intentaba decir. En síntesis, lo cierto era que no disponían del
dinero necesario para mantener un acuario en las saludables condiciones en que lo
hacía el abuelo. Entonces, Archi se tragaba las ganas de volver a criar peces como
aquéllos y se conformaba pintándolos en el cuaderno borrador... en su block de
Expresión Plástica... y en las innumerables hojas donde copiaba frases de amor que
—en secreto— le daba a Sabina. Allí —sobre los márgenes— hileritas de peces
dorados en vez de flores o corazones. Sabina conocía "la historia", de modo que
esos animalitos representaban para ella las figuras más adorables que se pudieran
dibujar. Archi acabó con la limpieza de la pecera en el mismo instante en que
sintonizó —de nuevo— su pensamiento en la venta que debía realizar. —Sabina
merece este sacrificio... De sólo imaginar la alegría de su carita cuando le regale ese
moño... Y alegría es lo que le falta últimamente... Por suerte —con el dinero que
obtuvo en la veterinaria— Archi pudo comprar el enorme moño y le alcanzó
—también— para una caja de sahumerios destinada a la mamá, un cinturón
elegido a la medida del padre, más el juego de dominó de piso que sus hermanitos
tanto reclamaban. Ya de vuelta de las compras, escondió los obsequios debajo de su
cama y —contento— se tumbó de espaldas sobre el acolchado. A mirar las
manchas de humedad del cielorraso. Pocas veces se internó en un paisaje tan
fantástico. Era como si el pelo de Sabina se desparramara en abanico, indicando
futuros senderos para explorar a dúo.
II. Sabina

El día veinticuatro de diciembre —bien temprano— Sabina desayunaba


con sus padres cuando —de repente— le dijo a su mamá: —Necesito que
me hagas un favor... —¿De qué se trata? —preguntó el papá, curioso.
—Ah... Ya te vas a enterar cuando llegue la noche... Es un asunto de
mujeres... Apenas el padre se fue —con un recorte de la sección de
avisos clasificados del diario—, Sabina volvió a la carga con su pedido y
— entonces— la madre supo de qué se trataba. —Quiero que me cortes
el pelo, ma... —Hoy no, nena. Siempre lo hago cuando la luna está en
cuarto creciente, así adquiere más fuerza; ¿te olvidaste? —Es que no me
refiero a las puntas florecidas... Quiero que me cortes el pelo... corto...
bien, bien cortito, como lo usa esa modelo publicitaria que aparece hasta
en la sopa... ¡Ay!, ¿cómo se llama? —Ya sé de quién estás hablando...
¡Casi pelada anda esa chica! ¡Parece un conscripto! ¿Por qué arruinar así
tu cabeza? ¿Te volviste loca, Sabi? —Ya lo resolví y no voy a cambiar de
opinión. Mi cabellera no está de onda. No es moderno este peinado...
Además, cortito se me va a secar volando cuando vaya a nadar... A la
nena le costó convencer a su madre pero —al final— lo logró. Y tuvo que
reprimir el deseo de llorar que sentía con cada tijeretazo y pretender un
entusiasmo que no era tal para conseguir que —tras media hora— su
cabecita luciera como la de un emperador romano. ¿Por qué —si tanto le
gustaba llevar el pelo largo— se le habría antojado hacerse rapar? A
pesar de que había ahorrado durante meses los vueltos de los mandados
que le daban sus padres y su hermano Eduardo, Sabina había calculado
que la suma así recolectada sólo le alcanzaría para cubrir los regalitos
para su familia. Y en esta Navidad —la primera de alma enamorada— el
nombre de Archi formaba parte de la lista de agasajados. Pero... ¿a
quién recurrir para aumentar su escaso capital? Le daba vergüenza
acudir a su padre, aunque él hubiera hecho lo imposible por
complacerla. Bien sabía ella que atravesaba semanas complicadas,
desocupado como se había quedado —de improviso— tras el cierre de la
acería en la que trabajaba. Y su mamá efectuaba tantos malabarismos
con la plata para que nada les faltara que —a veces— Sabina pensaba
que debían de nombrarla ministra de economía del país. ¿Cómo pedirle
un dinero que le resultaba imprescindible para la casa y que —al fin de
cuentas— no era para enfrentar un caso de vida o muerte? Hubiera
podido pedirle a su hermano Eduardo una de las camisetas de Huracán
que ya no le quedaban bien —por ejemplo— ya que tanto él como Archi
eran hinchas fanáticos de ese cuadro aunque flotara en el descenso... o
la billetera de más, que guardaba —flamante— en un cajoncito del
placard... o —tal vez— alguno de los póster que empapelaban las
paredes de su cuarto... Pero no. Que no. Revelarle a Eduardo el motivo
de su necesidad sería como soplarle una primicia a un periodista
indiscreto... ¡Todo el barrio sabría —de inmediato— que ella estaba
enamorada! Y —encima— debería aguantar las bromas pesadas de
Eduardo —de presumidos diecisiete años— que se creía la réplica
viviente del David de Miguel Ángel. Insensato esperar ayuda de tamaño
engreído que la consideraba una chiquilina romanticona, una boba
rematada. Alrededor de las diez y media del veinticuatro, Sabina salió a
recorrer las calles. —Voy a comprar mis regalitos para el árbol, mami...
—Y a pasmar a los vecinos con ese corte de pelo; seguro... —le dijo la
señora, aún intrigada por el repentino deseo de su hija. Sabina cargó su
mochila a la espalda. Dentro de ella, el monedero con su "fortuna" y una
bolsita en la que —sin que su madre lo advirtiera— había recogido todo
el pelo que le terminaba de cortar. Caminó unas siete cuadras hasta
llegar al negocio de antigüedades donde —días atrás— había visto ese
cartelito apoyado en la falda de una muñeca de principios de siglo,
recién restaurada. Decía así: "Se compra pelo natural para confeccionar
pelucas de muñecas antiguas". Al rato, Sabina abandonaba el local con
sensaciones contradictorias: cierta melancolía por haberse despojado de
su pelo... alegría al saber que ahora sí podía adquirir el obsequio para
Archi. —Él merece este sacrificio... —pensaba—. ¡La cara de alegría que
va a poner cuando le entregue su regalo...! ¡Ni por las tapas puede
adivinar qué es! Va a saltar hasta el techo... Lo veo tan preocupado por
la situación de sus padres...
III. Solamente los que se aman

Ese mismo mediodía —después del almuerzo— Archi telefoneó a su


primer amorcito y le preguntó si podía pasar a saludarla en ocasión de
las fiestas. Sabina lo consultó con su mamá —aunque descontaba el
permiso— y fue así como —al rato nomás— el muchacho se presentó en
su casa, con brillitos de contento en la mirada... y un paquete
primorosamente envuelto entre sus manos. Como fue la madre de la
nena la que le abrió la puerta, los brillitos le duraron cada instante de
espera en el comedor. —Se está cambiando, Archi; ya viene... —le
informó la señora, disimulando una sonrisa picarona—. ¡Sabi; llegó tu
amigo! —¡Enseguida voy! Frente al espejo de su habitación y
contemplándose como si en vez de su persona se reflejara una monstrua
catastrófica, Sabina estaba a punto de soltar el llanto. "¿Y si le parezco
horrible? ¿Y si no me quiere más en cuanto me vea casi pelada? ¡Con lo
que le atraía mi cabello largo!" No podía dilatar más el encuentro.
Respiró hondo, se acomodó las mechitas y abandonó el cuarto,
resignada a tolerar cualquier reacción de Archi, por más desagradable
que fuese. —Es que sigo siendo yo a pesar del corte... Además, lo hice
por él... pero —¡aj!— ¡qué tocazo de nervios! La mamá se había retirado
del comedor. Sin embargo, detrás del cortinado que lo separaba de la
cocina permanecía atenta a lo que iba a suceder entre los chicos. Su hija
le había confesado —medio puchereando— los sentimientos que la unían
a Archi. También le había contado adonde había ido a parar su largo
pelo y por qué. —Reviento si no te lo digo, mami. Y la señora se
conmovió al escuchar las palabras de su nena, al conocer su actitud de
absoluta generosidad, al ver cuál era el regalo que ella había
comprado... y —sobre todo— al comprobar que —sin dudas— estaba
dejando atrás la infancia. Archi —como era de prever— se quedó mudo
cuando Sabina irrumpió en el comedor. No miraba su cabecita rapada
con enojo ni repulsión. Simplemente, asemejaba un poste, inmóvil, de
ojos clavados en los de su amiga. Perplejo. —Por favor, Archi... No me
mires así... Ya me volverá a crecer... —Pero... tu... tu pelo...
—balbuceaba el chico— ¿por qué?... y... además... yo, Sabi... ¡Aquí está
mi regalo...! —y le señaló, como atontado, el paquete que había
colocado sobre la mesa.
Antes de abrirlo, Sabina observó la tarjeta especialmente hecha por él,
con la infaltable guirnalda de pececitos dorados rodeando todo el
contorno. Enseguida, se sonrojó al leer "Feliz Navidad, mi Súper S. Te
re-quiere, A.", y se apuró a rasgar el envoltorio. Encontró un enorme
moño. Finísimo. De gasa azul y salpicado con estrellitas color oro y
adosado a una no menos enorme hebilla de carey. .. ¿Cómo usarlo
—ahora— si ya no tenía su pelo largo y abundante? —El moño que tanto
deseaba, Archi... ¡Qué maravilla! Pero... ¿cómo iba a suponer que...?
—sonrisas se le mezclaron con algunos lagrimones. —Esteee... Ya te va
a crecer... El pelo crece, ¿no? —intentaba consolarla el muchacho—.
Pero... ¡qué lástima! Sabías que me fascinaba... —Me lo tuve que cortar,
Archi... Ya vas a entender. ¡Lo hice para venderlo y comprarte tu regalo!
Vamos al lavadero... ¡Ahí está! Los dos salieron del comedor casi a los
brincos. Ah... Cuando el chico vio el regalo que le reservaba su amorcito
casi se desmaya. Porque arriba del lavarropas, circulando dentro de una
palangana, tres pececitos dorados. ¡Uf! Justo cuando se había
desprendido de su pecera! ¡Qué coincidencia en el pensamiento de
ambos! (¿Coincidencia?) Entonces fue él quien comenzó a sonreír y a
lagrimear al mismo tiempo. Se restregaba los párpados para que Sabina
no creyera que era un flojo... pero estaba visiblemente emocionado. Ella
lo notó. —En la veterinaria me los entregaron adentro de una bolsa de
nylon y me dijeron que podían pasar unas horas así, en un recipiente
mayor como la palangana, aunque sea redonda, antes de trasladarlos a
tu pecera... Vas a tener que instalarla como antes, ¿eh? —Es que... —y
Archi estaba pálido— yo... vendí mi pecera... para comprarte el moño
y... Más tarde, cuando el padre de Sabina se enteró de lo sucedido, no
tardó en hallar una solución. El amplio portamacetas rectangular, de
vidrio transparente, donde se alzaba un gracioso gomerito, fue
desocupado de su verde morador, la planta se reubicó en un macetero
de barro de los que se apilaban en el balcón debajo de la lona y que sólo
acumulaba tierra seca. Una vez que el portamacetas fue lavado y
convenientemente reacondicionado con masilla como para impedir
cualquier pérdida de agua, Archi partió para transportarlo hasta su casa.
Lo acompañaba Sabina. Entre sus brazos, la palangana con los peces.
—Solamente los que se aman pueden hacerse regalos así, ¿no?;
inolvidables... Tan generosos han sido los dos... —le dijo la mamá de la
nena a su marido, cuando —desde el balcón— vio alejarse a las dos
criaturas. Bien sujeto al cuello de su vestido celeste —como si fuera un
navideño adorno del mismo— Sabina lucía, orgullosa, el precioso moño
azul con estrellitas. Se le había ocurrido estrenarlo —sí o sí— como el
accesorio importante que era. Muy. Hasta que el pelo volviera a crecerle,
claro.
1
FIN

1
Habitualmente me preguntan si —cuando yo era chica— me gustaba
leer historias de amor; o sea novelas, cuentos, poemas que abordaran
tan hermoso sentimiento. Contesto que sí (¡y con pasión!) aunque
—también— debo reconocer que muy raramente (por no decir
"nunca"...) caía en mis manos algún relato que tratara acerca del amor
entre niños o jovencitos. Por eso, me lo pasé leyendo textos que —de
acuerdo con la opinión de los adultos— no eran adecuados para mi corta
edad. Sin embargo, ninguno me dañó ni alteró mi vida aunque —en
múltiples oportunidades— no entendiera exactamente el sentido de lo
escrito. Una de aquellas historias (que me sacudió el alma, a pesar de
que sus protagonistas no eran chicos ni estaba destinada a la infancia)
dio base a mi cuento Solamente los que se aman que acaba de concluir. Lo presenté
en una versión libérrima, totalmente actualizada, porque episodios como el que le sirvió de
inspiración pueden reiterarse entre los enamorados de todas las épocas y lugares. A quien le
interese leer el argumento que dio pie al mío, le informo que se titula El regalo de Reyes y
pertenece al escritor William Porter, mucho más conocido por su seudónimo: O'Henry, nacido
en los Estados Unidos de Norte América en 1862 y fallecido en 1910 y a quien aprovecho
—ahora— para enviarle un agradecido beso —astral— por su permiso para recontar su
bellísimo cuento.
Despedida
Mis queridos chicos:

Los relojes ya están marcando la hora de nuestro reencuentro


antes de la inminente despedida. ..

Hoy, la mañana se despertó luminosa sobre el sábado en el que


les escribo este epílogo y yo los imagino, los "veo-veo", mi pensamiento
está con cada uno de ustedes dondequiera se hallen; junto a cada
corazón que late enamorado.

Así lo estuvo durante los meses en que fui dando a luz esta obra
que ya llega a su fin y que me encantaría que adopten como propia.

Fue especialmente creada para responder al reiterado pedido que


me venían haciendo a través de la nutrida correspondencia que me
suelen enviar a partir de la lectura de El libro de los chicos enamorados /
Número uno. Y es tan caudalosa la cantidad de cartas que recibo que
superó totalmente mi capacidad para contestarlas de inmediato, como
querría. Saben que lo siento y que siempre me disculpo por la
involuntaria demora en responder a quienes con las afectuosas palabras,
dibujos, poesías, fotos y cuentos que me regalan a través del correo,
acaso no suponen cuánto me ayudan a vivir. Mi infinita gratitud por su
constante presencia en mis días.

Muchísimos de ustedes habrán advertido que este libro Dos lo


compuse basándome en sus confidencias amorosas. Sé que cada cual (y
"cada cuala") habrá sabido ubicar el texto que tan entrañablemente le
pertenece, ése que canta y cuenta un íntimo episodio de su vida... o que
es respuesta a cierto pedido de consejo como los que acostumbran a
formularme... o que reproduce — exactamente— los versos que le
fueron particularmente escritos y enviados por correo tiempo atrás.

Pero les prometí guardar el secreto de sus identidades y así lo


hice. Por eso, en ningún caso coloqué los nombres y apellidos de
quienes inspiraron las distintas composiciones... (Confiable la Elsy, ¿eh?)
A otra cosa:

Es probable que algunos de ustedes (los que me acompañan


fielmente desde hace varios años) conozcan lo sucedido a partir de
octubre de 1977, fecha de la primera edición de El libro de los chicos
enamorados, pero estoy casi segura de que los que en épocas recientes
se han ido sumando a mi fantástico grupo de amigos lectores lo ignoran.
(Y claro, si aún no habían aterrizado en esta base espacial que llamamos
Tierra...)

Bien. Considero saludable contárselos; un modo de comprobar que


algunas costumbres evolucionan favorablemente y que ciertos prejuicios
ya no se sostienen.

El caso es que cuando se publicó El libro de los chicos enamorados


por primera vez, corría 1977...

1977 entonces... 1991 ahora... Quince años pasaron para el


mundo, para nuestro país... para mí... y para esa obra que —de
inmediato— produjo una suerte de milagro de comunicación con mis
lectores que persiste hasta el presente, aunque —también, ¿por qué
ocultarlo?— me trajo una profunda tristeza.

Sé que a los más pequeños les parecerá absurdo, ridículo,


increíble, pero lo cierto es que un montón de gente grande se indignó,
puso el grito en el cielo tras el lanzamiento de El libro de los chicos
enamorados, que se agotó en menos de un mes. Y sus protestas las
hicieron saber en programas radiales y televisivos, en mesas redondas y
a través de comentarios en diarios y revistas.

—¡Esta obra es un disparate! —afirmaron unos cuantos escritores


de cuyos nombres prefiero no acordarme—. ¡Los niños no se enamoran!
¡Habría que prohibir este libro! ¡El amor no es cosa de chicos!

Obviamente, sufrí bastante ante tamaña incomprensión, frente a


tanto desconocimiento del alma infantil.

Para colmo, eran días durísimos para la República Argentina y a


mí me estaba tocando padecerlos muy en particular, por otros episodios
desdichados que no viene a cuento exponer aquí.

Sentí que estábamos en la Edad de Piedra...

Sin embargo, a medida que los insensibles censores notaban —


con envidia y perplejidad— que las criaturas seguían acogiendo con
enorme entusiasmo esa obra, fueron acallando sus enojos y comenzaron
a encarar el tema de los amores de la niñez en sus propios libros, como
si acabaran de descubrirlo por ellos mismos... ¿Cosa rara, eh?
Actualmente, creo que no existe escritor argentino —de los que
abordan la así denominada "Literatura Infantil"— que no considere este
tópico como parte vital de la niñez... y de su producción... En fin...
Pienso que —a pesar de todo— si mi libro sirvió como despertador de
conciencias adultas dormidas ante la innegable realidad de los
sentimientos de los niños, bien valió la pena mi pena, ¿no? Aquel
disgusto está ya largamente superado y yo siento ahora la honda alegría
de haber contribuido con mis granitos de arena para que ustedes, los
chicos enamorados, puedan expresar y vivir sus sentires en un medio
que va tratando de respetarlos y comprenderlos como merecen.

Hasta siempre, amorcitos, y mil gracias por privilegiarme con su


amistad.

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