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©Guillermo Cabrera Álvarez
Mayo 2013
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El autor
Si inventáramos un nombre
Narrado por
Vilma Espin
Su sombrero
—9—
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Camilo Cienfuegos
—Bueno, me la llevaré para la casa y me pondré
otro sombrero que tengo allá, que inclusive es mejor que
éste que tengo puesto, que tiene unos cuantos años ya.
Él se quedó con el sombrero y yo lo miraba y me reía y
él luego miraba que yo le estaba mirando el sombrero
y él se reía y guiñaba un ojo y le hacía señas a los otros
compañeros. Y él luego le hacía señas a ellos de que yo
estaba mirando el sombrero; parece que él pensaba que
yo quería el sombrero, pero era mirando que le lucía
bien. Ese sombrero que Camilo traía era mío. Era mío y
a mí me era orgullo que a él le luciera bien, lo trajera, y
que Camilo con ese sombrero luce más bonito todavía.
Ese sombrero se lo regalé yo, se lo regalé yo en el sentido
que él lo cogió y se lo puso y le quedó bien, me miró y
me dijo que le lucía más a él que a mí y se quedó con él.
Narrado por
Rafael Verdecía Lien
Su cabalgadura
De una carta
a sus padres
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Guillermo Cabrera Álvarez
Cumpleaños de 1954
De una carta
a su familia
Otra de sus cosas era con los perros, con los animales en
general. Recuerdo ahora que, al poco tiempo del 10 de
marzo, se apareció en casa uno. Llegó por la madrugada,
de eso estoy seguro, porque Camilo, asociando la llega-
da del animalito con la entrada de Batista por la posta 6
en una madrugada, le puso Fulgencio.
Cuando se fue quisimos disimular y le decíamos
Negrito. Una vez le escribimos mandándole una foto y él
contestó: “Quedó muy bien Fulgencio.”
Cuando nos hacen un registro, ven la carta y me
preguntan por Fulgencio y cuando le digo que Fulgencio
es el perro, ¡cómo se puso el guardia!
Narrado por
Ramón Cienfuegos
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Camilo Cienfuegos
Castigo inmerecido
Narrado por
Ramón Cienfuegos
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Guillermo Cabrera Álvarez
—Bien, pueden ir, pero no tarden...
—Enseguida, Comandante... —y dieron la espalda para
retirarse. Camilo, como un relámpago, volvió a detenerlos.
—Un momento... ¿qué les llevan? Los jóvenes se
miraron.
—Nada...
—¿Y cómo piensan ustedes ver a sus madres sin
llevarles nada... No, y no... cojan estos veinte pesos, re-
pártanlo y llévenles algo.
Narrado por
Antonio, Ñico, Cervantes
Narrado por
Ramón Cienfuegos
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Camilo Cienfuegos
Narrado por
Antonio, Ñico, Cervantes
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Guillermo Cabrera Álvarez
Combatir el tedio
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Camilo Cienfuegos
AMENIZARÁN
CUBA LIBRE
Cap. Camilo”.
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Guillermo Cabrera Álvarez
Deuda pagada
El “bando comelón”
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Camilo Cienfuegos
Al noveno día, la parte “glotona” triunfó; fuimos a un
bohío, comimos y nos enfermamos todos, pero entre los
más enfermos, naturalmente, estaba Camilo, que había
engullido como un león un cabrito entero.
Narrado por
Ernesto Che Guevara
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Guillermo Cabrera Álvarez
—Nada, tenía una resevita de lata de leche, y la
sangré...
Narrado por
Horacio González Polanco
El cartuchito de frijoles
Narrado por
Walfrido Pérez
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Camilo Cienfuegos
Narrado por
Horacio González Polanco
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Guillermo Cabrera Álvarez
Narrado por
Lorenzo Pérez Pérez
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Camilo Cienfuegos
En el tailoreo
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Guillermo Cabrera Álvarez
de cuándo nací y dónde y cuándo me llevaron a Cuba, o
sea, que dije mentiras de aburujón pila, montón puñao,
por fin el tío me dijo: mira, vete ahora mismo a este lu-
gar y ahí puedes trabajar.
Llegué, seguí llenando planillas y (diciendo men-
tiras, muy pocas), hombre, me decía, tú sabes hacer esto,
aquello, lo de más allá y a todo el yes, que es lo que vale y
camina en este país, de ahí me dijo venga tomorrow a las 8.
Efectivamente, con 2 metros de nieve en el cielo
de la boca del frío (sin nevar), me pasaron a un quinto
piso, me buscaron una silla y me preguntaron si tenía
tijeras, dedal y demás, les dije que no, me consiguieron
todo eso y después me pusieron a pegar cuellos, me ti-
raron un saco y fuera, ahí mismo fue el average, gracias
a un viejo que estaba al lado mío me fui defendiendo, le
dije: mire Mr. resulta que hace muchos year ago que yo
no hago esto, y se me ha olvidado, déme una manito, yo
lo que quiero es aprender no me interesan los Tikets para
la money, efectivamente el viejo me indicó cómo era (no
es difícil); ahí pasé como 2 horas, cuando el jefe vino me
preguntó que de qué yo había pedido trabajo, yo le dije
que en lo que yo era un trueno era haciendo bolsillos,
que podía hacer cualquier cosa, pero necesitaba un poco
de práctica. Me dijo que si quería coger un puesto para
hacer bolsillos, le dije: ¿Today?, me dijo: sí, hoy: le dije:
barín. Seguí subiendo pisos y llegué al Dpto. de bolsillos,
ahí me dieron una pequeña indicación de cómo hacerlos
y me hicieron uno, entonces les tiré mis alardes, les dije:
mire maestro yo los hago igual con un procedimiento
más “moderno”; me dijo: Ok, vamos a ver. Les hice uno y
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Camilo Cienfuegos
me dijeron: déjese de inventos y hágalo como le dijimos.
En fin de cuentas hice más bolsillos que un buey, todavía
no sé lo que me pagan, pero ya afinqué el puesto, pues
el jefe me dijo que regresara mañana, así que como pue-
den ver, ya estoy tailoreando.
De una carta
a sus padres
De la memoria popular
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Guillermo Cabrera Álvarez
Osvaldo Herrera,
diario de campaña
Un minuto de silencio
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Camilo Cienfuegos
De una carta
a José Antonio Pérez
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Guillermo Cabrera Álvarez
Narrado por
Roberto Sánchez Barthelemy
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Camilo Cienfuegos
nos recibieron con tremenda alegría; Antonio Sánchez
Díaz, Pinares, se improvisó como maestro y dio una cla-
se muy cómica sobre matemáticas, pero con problemas
que eran como un juego. Les preguntaba, por ejemplo,
el número del mes en que habían nacido y después de
sacar montones de cuentas, de sumas y restas, concluía
sonriente:
Naciste un martes...
Los muchachos estaban divertidos; Camilo,
aprovechando que los trabajadores y vecinos no podían
abandonar, por razones de seguridad, el batey, los reu-
nió y les habló a niños y mayores. Recuerdo que a los
muchachos les dijo que le pidieran a la maestra que cada
viernes les hablara de Martí, Maceo, de nuestra guerra de
independencia.
Él nos orientó a los miembros de la columna re-
partir dulces a los niños y entregar a cada trabajador
una suma equivalente a un día de haber, porque no po-
dían presentarse al trabajo ese día por estar retenidos
por nosotros.
Por último, todos cantamos —población y tropa
rebelde— el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio.
Fue realmente un día inolvidable y Camilo tenía un re-
gocijo tremendo porque se daba muy fácil con los niños
y estos lo miraban con mucha admiración.
A la hora de partir los niños estaban tristes.
Narrado por
Orestes Guerra
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Guillermo Cabrera Álvarez
Chiste mutuo
Narrado por
Ernesto Che Guevara
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Camilo Cienfuegos
Avanzando cautelosamente llegó hasta los sol-
dados. Su sorpresa fue mayúscula, eL militar rendido
desanudaba tranquilamente el pañuelo de la punta del
fusil mientras le comentaba:
—¿Vos no te diste cuenta que éramos nosotros?
—preguntaba el argentino.
Che había avanzado por otro lado y ocupado una
posición superior; al percatarse de que el agresor era
Camilo izó la bandera de paz.
Con esto quedaba zanjada una vieja disputa.
Luego de Alegría de Pío Ernesto había sorprendido dor-
mido a Camilo y también lo había “capturado”.
Narrado por
Reinaldo Benítez
Ese “matasanos”
Narrado por
William Gálvez
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Guillermo Cabrera Álvarez
De la memoria popular
Una “camilada”
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Camilo Cienfuegos
Y ambos reían de lo lindo. El Che gozaba como
nadie de las “camiladas”.
Narrado por
Walfrido Pérez
Narrado por
Raimundo Pacheco Fonseca
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Guillermo Cabrera Álvarez
De la memoria popular
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Camilo Cienfuegos
—¿Usted no se pone brava, mi vieja, si nos lleva-
mos los platos para la sala para poder escuchar a Fidel?
Mi madre respondió con una sonrisa —ella tam-
poco quería dejar de oírlo— y todos nos llevamos los
platos para la sala y nos dispusimos a oír a Fidel, que
estaba a punto de comenzar.
En medio de la intervención del Comandante en
Jefe sonó el timbre del teléfono: era una llamada local
de un compañero que quería hablar con Camilo. Camilo
se puso de pie, con rostro serio, y después de escuchar
brevemente preguntó qué estaban haciendo. No sé lo
que le contestaron, pero jamás podré olvidar la res-
puesta de Camilo:
—Cuando Fidel está hablando lo único que debe
hacer un revolucionario es oírlo.
Narrado por
Jorge Enrique Mendoza
Es la sangre de mi hijo
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Guillermo Cabrera Álvarez
estaban entre las primeras filas Sierra y Osmany que es-
taba por su lado (como siempre) y a los demás ya no los
vi. La policía y varios carros atravesados en la calle San
Lázaro, seguíamos avanzando, y los más pequeños del
grupo comenzaron a tirarnos, tiraban con rifles, recuer-
do cómo Anillo, que iba al frente, quiso, cuando estába-
mos a unos solos metros, lanzarse contra la policía (lo
hubieran destrozado a tiros). Los más serenos lo aguan-
taban, nadie se movía, seguían los tiros, comenzaban a
caer la gente. En esos momentos fue que me hirieron en
la pierna izquierda, fue un balazo de M-1. Ya las armas
del pueblo respondían valientemente al ataque, llovían
las piedras, palos, botellas y los gritos contra la porra
traidora y mercenaria que acostumbra a marchar en las
manifestaciones, para después emprenderla a golpes
contra el pueblo (...)
Ya herido, a pesar de la confusión, me metieron
en una máquina donde había tres heridos más. Cuando
nos llevaban al Hospital, la policía volvía a tirarnos, sen-
timos los disparos contra el carro, 3 nos alcanzaron,
uno de ellos alcanzó el que manejaba en la cabeza, fue
sólo una rozadura, de milagro no lo mató, nos lleva-
ron al Calixto García, la confusión era terrible. En aquel
momento cuando esperaba que me atendieran creí que
se peleaba en las calles, cada vez más heridos y golpea-
dos, decían que la policía iba a tomar la Universidad y
el Hospital, el primero en llegar cuando me curaban fue
Osmany, después los viejos, esos momentos son impo-
sibles de olvidar, cuando el viejo en un verdadero arran-
que de emoción y tensión, cogiendo el jakey manchado
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Camilo Cienfuegos
de sangre con que me había vendado provisionalmente
la herida, dijo: “Es la sangre de mi hijo, pero es sangre
para la Revolución”.
De una carta a
José Antonio Pérez
Él se molestó
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Guillermo Cabrera Álvarez
Camilo dirigió la retirada de su propia gente y
cuando íbamos lejos fue que logramos encaminarlo.
Narrado por
Alejandro Oñate Cañete
Realmente infantiles
Narrado por
Vilma Espín
De la memoria popular
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Camilo Cienfuegos
trasladar a la esposa e hija de un militar, de visita en el
cuartel en el momento de comenzar el ataque.
Camilo llegó con sus ayudantes repartiendo ci-
garros y tabacos a los soldados, apiñados en la puerta
para conocerle. A la entrada, contrastando con la ale-
gría característica del guerrillero, estaba la marcialidad
aprendida en la escuela de oficiales del jefe de la plaza.
Durante la conversación inicial, se le ofreció al
capitán Abon Le garantía absoluta para él y su tropa,
puesto que el objetivo principal era la ocupación del
cuartel, las armas y el parque. Abon Le se negó a aceptar
las condiciones rebeldes y decidió continuar peleando,
pese a la evidente inutilidad de la resistencia.
Al salir del despacho, el Comandante se detuvo
en la puerta.
—Es una lástima, Capitán —dijo— yo tenía
el compromiso con sus soldados de comernos esta
Nochebuena veinte puerquitos asados —y se volvió son-
riente a la tropa.
Abon necesitaba una frase para escapar del ridí-
culo y la encontró.
—Las circunstancias me hacen imposible aceptar
el ofrecimiento, se desmoralizaría la tropa, señor.
Se dieron las manos, y el delgado barbudo se ale-
jó hasta sus posiciones.
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Guillermo Cabrera Álvarez
Narrado por
William Gálvez
El submarino
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Camilo Cienfuegos
Camilo era así, ocurrente, jaranero, le corría una
máquina a cualquiera, de una forma sana. No se podía
uno disgustar con él porque no tenía ni una pizquita de
maldad, sino que todo era entero, como de una sola pieza.
Una vez estábamos conversando de muchos te-
mas y él ve que está un compañero que nos escucha
embelesado, como si aquello fuera algo de otro mundo
y entonces se le iluminó la cara como sólo él sabía ilu-
minarla.
—Bueno, bueno, compañeros, a mí lo que más me
preocupa ahora es qué vamos a hacer con el submarino
que me manda Fidel desde la Sierra, porque yo sí no sé
para qué sirve eso aquí en las lomas de Yaguajay.
Todo el mundo se quedó callado, a la expectativa,
y el hombre aquél abrió los ojos en redondo.
—Sí, hay que traerlo porque si Fidel lo manda
para algo tiene que servir, así que en cuanto llegue, us-
ted —se dirigió al hombre— tiene la responsabilidad de
subirlo hasta acá arriba y ya veremos en qué lo usamos,
pero usted lo trae, ¿no es así?
Y aquel hombre, sin salir del asombro, afirmaba
con la cabeza.
Narrado por
Manuel Bravo
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Guillermo Cabrera Álvarez
El detector de mentiras
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Guillermo Cabrera Álvarez
dan buscándonos para informar acerca de nuestra ubi-
cación, con el propósito de liquidarnos.
Ya había transcurrido un buen rato de conversa-
ción y no se sacaba nada en claro.
Camilo entonces me indicó que lo acompañara.
Nos apartamos de los prisioneros, quienes se notaban
temerosos de su suerte, y me dijo:
—¡Mira que estos tipos son descarados! Ya me
tienen a punto de perder la paciencia.
Por mi parte le dije lo mismo, y entonces agregó:
—Ve y busca al práctico y enséñale desde lejos a
estos tipos, a ver si los reconoce, antes de que se mueran
del susto que les vamos a tener que dar.
Busqué a Fernando de Oro, pero debido a su
avanzada edad no veía bien de lejos. La tragedia fue
acercarlo al grupo. El hombre temía que lo vieran si de
verdad eran guardias, y luego le exigieran cuentas. No
fue fácil aproximar al viejito hasta los prisioneros para
que los identificara. Después de un “échate para acá y
échate para allá”, más bien de un “empuja-empuja”, el
campesino distinguió a los prisioneros a través de unos
matorrales y los identificó:
—Ese canoso es el cabo Trujillo. Ese otro —dijo
señalando para Enrique Navarro— es el montero. El ter-
cero no sé cómo se llama, pero es guardia.
Dejé que el viejito se retirara. Me acerqué a Camilo
y le informé.
Él se sonrió y comentó:
—Ya ves que eran guardias.
Luego de estar convencidos de la identidad de los
prisioneros, Camilo le puso una nota simpática al mo-
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Camilo Cienfuegos
mento, no obstante nuestra situación difícil. Se quedó
un rato pensativo y me dijo:
—Vamos a hacerle una bromita a estos descara-
dos. Tú verás.
Ordenó separar a los detenidos e hizo un aparte
con Sergio del Valle, a quien propuso lo siguiente:
—Vamos a ponerle el aparato de tomar la presión
al cabo Trujillo y decirle que es un detector de mentiras.
Y una vez junto al cabo, dirigiéndose al capitán
médico:
—Ponle el detector de mentiras.
Mientras Sergio aplicaba el esfigmógrafo, Camilo,
con mirada amenazante, repetía:
—Vamos a ver si dices la verdad...
El estado nervioso de Trujillo le impedía darse
cuenta de qué era realmente el aparato y las preguntas
de Camilo aumentaban la tensión:
—¿Son ustedes guardias? ¿Sí o no?
A cada respuesta del cabo, Sergio movía negati-
vamente la cabeza.
—¡Usted es un mentiroso! ¡Usted no nos dice la
verdad!
Al fin, el cabo comenzó a narrarlo todo.
Narrado por
William Gálvez
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Guillermo Cabrera Álvarez
El “ventrílogo”
Narrado por
Ernesto Che Guevara
Ganas de bromear
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Camilo Cienfuegos
Benítez, con la tensión del enfrentamiento responde que
no, que hay que tirar sobre el objetivo y fue entonces
que vio el fugaz destello del humor. Los tiros cruzaban
en todas direcciones y aquel hombre todavía tenía ganas
de bromear.
Narrado por
Reinaldo Benítez
Candela a “Riverito
Narrado por
William Gálvez
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Guillermo Cabrera Álvarez
Narrado por
Emilia Gorriarán
El Roca Club
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Camilo Cienfuegos
Ramón me invita un día a ir al Roca Club y Camilo
me advierte:
—No vayas vieja, que eso no es más que diente de
perro, por eso le decimos así.
Narrado por
Emilia Gorriarán
Lema de mi vida
Osvaldo Herrera,
diario de campaña
Cruce de carretera
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Guillermo Cabrera Álvarez
justo junto al monumento que recuerda la batalla de
Peralejo.
Dos emboscadas a ambos lados de la carretera se
instalaron silenciosamente y comenzó el cruce ordena-
do y ligero de los hombres, apenas uno se hundía en la
maleza que crecía en la orilla del asfalto, otra silueta se
levantaba y cruzaba con premura.
Tocó el turno a los mulos que cargaban el par-
que de la tropa, Camilo, desde el pequeño monumento
convertido en estado mayor, comprobaba la eficacia del
cruce, atento a todo cuanto se movía en los alrededores.
Tal vez por eso notó los destellos de luces que amena-
zaban iluminar la carretera tras desembocar en la curva
cercana. El combatiente que conducía uno de los anima-
les agitó a la bestia para sacarla prontamente del camino
y fue cuando el recién herrado animal resbaló para caer
justo al centro, dispersando en su caída la carga de balas
y pertrechos.
Todo fue instantáneo, en la oscuridad, ante la
sorpresa del rebelde, su jefe recogía los bultos y los lan-
zaba hacia la cuneta con precisión de patotero; después,
entre ambos halaron al animal.
Apenas reposaban del esfuerzo, un haz de luz
barrió la desierta carretera y minutos más tarde cruza-
ban ante ellos, silenciosas, tres tanquetas enemigas.
Narrado por
Orestes Guerra
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Camilo Cienfuegos
De la memoria popular
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Guillermo Cabrera Álvarez
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Camilo Cienfuegos
Ante la confirmación de que no había peligro, el
jefe volvió a las posiciones rebeldes mientras ellos, len-
tamente, hacían retroceder el tanque.
Narrado por
Horacio González Polanco
Narrado por
Reinaldo Benítez
A boca de jarro
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Guillermo Cabrera Álvarez
fue. Los soldados venían avanzando y Camilo no dispa-
raba...
La tensión era mucha y el dedo tenía ganas de
halar el disparador, pero Camilo esperó a que el guar-
dia estuviera casi encima de él, entonces disparó a boca
de jarro, como quien dice y antes que cayera muerto
el guardia, él adelantó la mano y le quitó la Thompson
mientras el hombre aquél caía, tan cerquita estaba.
Narrado por
Silveade Cabrera Alba
Silenciosamente
Narrado por
Reinaldo Benítez
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Camilo Cienfuegos
Narrado por
Ramón Cienfuegos
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Guillermo Cabrera Álvarez
Uno de los hombres suyos, un tal Álamo (que des-
pués se convirtió en Agente de la CIA), intentó desenfun-
dar su pistola para tirarle a Camilo o intimidarlo, pero yo
lo estaba observando y le di un culatazo en el pecho que
lo dejó fuera de acción, Camilo me dijo:
—No vayas a tirarle, desarma a ese m...
Así lo hice. Algunos de aquellos oficiales mani-
festaron sus ideas y opiniones y se originó una discu-
sión en torno al comunismo y al anticomunismo. El Jefe
Guerrillero, que sabía que en el grupo se encontraban
compañeros valiosos, pero que se habían dejado con-
fundir, explicó el alcance y el carácter de la revolución y
les dijo que si para hacer una verdadera revolución había
que ser comunistas, pues entonces él sería comunista.
Narrado por
Manolo Espinoza Díaz
El uniforme de la revolución
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Camilo Cienfuegos
—Sí, Comandante, quedan ocho y uno en la jefa-
tura, y es verdad que quedan —responde la mujer se-
guida con gritos de apoyo de la población.
Camilo continúa:
—Esta misma tarde vamos a ir al cuartel y vamos
a ver cuáles son los esbirros que visten el uniforme ver-
de olivo de la revolución.
De un discurso
en Sagua la Grande
Él se quedó
Narrado por
Ramón Cienfuegos
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Guillermo Cabrera Álvarez
Academia vs coraje
Narrado por
William Gálvez
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Camilo Cienfuegos
tarea ya fue realizada por el Titán de Bronce. Así es que
nuestra obligación es cumplir con este deber. Podremos
caer muchos en el camino, lo que sí no podemos es dejar
de cumplir nuestra misión. Y si uno solo queda con vida,
la cumplirá por todos nosotros”.
Narrado por
Antonio Sánchez Díaz, Pinares
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Guillermo Cabrera Álvarez
despedir. Camilo lo había dejado hacer todo lo que él
quisiera.
Cuando se iba, sonó a sus espaldas la voz del ca-
pitán Cienfuegos.
—Juan sin Miedo, estás preso, ¡Orestes, Osvaldo,
arréstenlo!
En el juicio se probó todo y Juan sin Miedo con-
fesó. La condena fue fusilamiento.
Juan habló para que intercedieran con Camilo,
quería que le dieran una oportunidad. Un compañero
se dirigió al Capitán que iba en ese momento a visitar
familias campesinas en su labor de proselitismo y cap-
tación y le explicó la petición del condenado. Se detuvo
con el semblante nublado.
—Mira, negrito, ese hombre estaba con Morejón y
vino al campamento para ver la posición que tenemos,
los hombres y las armas con que contamos. Además, en
el juicio ha reconocido toda su culpabilidad. Dile que se
resigne a morir.
Juan se echó a llorar cuando supo las palabras del
jefe, y murió no precisamente como su apodo indicaba.
Narrado por
Antonio, Ñico, Cervantes
De la memoria popular
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Camilo Cienfuegos
telas, mozo de limpieza y mensajero en El Arte. Hizo
correr la voz entre sus amigos para cuando necesitaran
alguna ropa preguntaran por él en la tienda.
Frecuentemente los clientes solicitaban ser aten-
didos por el empleado Cienfuegos y lo mandaban a bus-
car donde estuviese.
Era curioso ver la facilidad que tenía para anudar
la corbata en la mano izquierda y mostrar cómo luciría
en el cuello del marchante.
Una vez, mientras convencía al cliente sobre las
ventajas de la prenda, y para acortar la distancia en-
tre su interlocutor y él, se inclinó demasiado sobre el
mostrador y el dueño le silbó discretamente para llamar
la atención. Impasible continuó su trabajo hasta que el
hombre, molesto, le dijo:
Camilo. ¿No oye que le estoy hablando?
Sin inmutarse, respondió:
Usted me conoce y sabe mi nombre. No soy psss,
sino Camilo, y esas no son formas de llamar a nadie.
Ese comentario hizo historia en la tienda, donde
siempre había que rebajarse ante los dueños, y él dio su
pequeña lección de dignidad.
Saludan a la revolución
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Guillermo Cabrera Álvarez
Partimos de su despacho, cerca de la hora seña-
lada para comenzar la concentración. En las calles que
conducían desde el antiguo Campamento Militar de
Columbia hasta el hoy Museo de la Revolución había un
mar humano. Todos se dirigían a concentrarse al lla-
mado de Fidel para dar un grito más de independencia
o muerte. Al paso de Camilo las gargantas gritaban su
nombre con inmenso fervor y cariño; los brazos se agi-
taban para saludarlo, y él correspondía con su sonrisa,
agitando también sus brazos. A los 15 ó 20 minutos de
repetirse incesantemente esta escena, se volvió y me
dijo:
—Qué equivocados están los fatuos que se creen
que los aplausos y los saludos del pueblo son para ellos.
Yo contesto a los saludos con igual cariño, porque sé
que no me saludan a mí, sino a la revolución.
Narrado por
Jorge Enrique Mendoza
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Guillermo Cabrera Álvarez