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©Guillermo Cabrera Álvarez
Mayo 2013

Ésta es una publicación de la Rosa Luxemburg Stiftung


y Para Leer en Libertad AC.

brigadaparaleerenlibertad@gmail.com
www.brigadaparaleerenlibertad.com

Cuidado de la edición: Alicia Rodríguez


Diseño de interiores y portada: Daniela Campero

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CAMILO
CIENFUEGOS
El hombre de mil anécdotas

Guillermo Cabrera Álvarez

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Presentación

Dicharachero sano, en su humor no hay burla irónica,


sino risa franca, con esa rara capacidad de ver el lado
simpático de lo que nos rodea y encontrar una sonrisa
de confianza y amistad en los momentos difí­ciles, la frase
oportuna o la respuesta ne­cesaria y sagaz.
Ernesto Guevara, entre las más inolvida­bles páginas
que nos legara sobre su amigo y compañero de armas,
destaca ésta su ca­racterística. Che era también en gran
me­dida un humorista, su humor rioplatense de­sembocó
justo en las márgenes del chiste criollo a flor siempre en
los labios de Ca­milo y fue como un anticipo de presenta-
ción con el pueblo cubano.
No todas las anécdotas son sinónimo de alegría,
muchas de ellas están destinadas a la meditación, surgi-
das de la vida misma.
La anécdota define un carácter y mucho más, un
temperamento. Fijan muchas ve­ces conceptos y aprecia-
ciones de la vida, delinean una posición entrevista en la
intimidad de un diálogo ocasional que ahora se retoma
en la memoria de quien recuerda.
Han sido recogidas de variadas formas, algunas
re-escritas para ofrecer el contexto en que surgieron,
otras respetando la evo­cación oral. Unas han sido leídas
a lo largo de estos años en que su presencia se nos hace

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cada vez más tangible; otras, las más, las he oído por
boca de sus padres, de sus amigos, de compañeros de
armas, de per­sonas que le conocieron fugazmente; tam­
bién están esas que carecen de autor propío, que confor-
man la leyenda, pero en todas vibra una enseñanza, un
detalle que acerca de una manera perdurable a su per­
sonalidad.
Ernesto Guevara nos ha dejado una sem­blanza
única. Decía: “Camilo era un hombre de anécdotas, de
mil anécdotas, las creaba a su paso con naturalidad;
unía su desen­voltura y su aprecio por el pueblo a su per­
sonalidad, eso que a veces se olvida y se desconoce, eso
que imprimía el sello de Camilo a todo lo que le pertene-
cía, el dis­tintivo precioso que tan pocos hombres al­canzan
a dejar, eso suyo, en cada acción.”
De ahí el título de esta colección de re­latos y la ra-
zón del propósito. Nuevas bús­quedas enriquecerán indu-
dablemente este primer intento porque queda mucho en
la memoria de quienes lo vieron cruzar, como el cometa
en medio de las constelaciones, llameante, incendiando a
su paso la atmós­fera de una época de combate.

El autor

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Guillermo Cabrera Álvarez

Si inventáramos un nombre

Camilo es una figura legendaria, es la idea que yo tengo


de Camilo, hasta de su mismo nombre nada común, lle-
no de fuerza y de poesía al mismo tiempo. Si nosotros
inventáramos un nombre para un personaje de leyenda
le podríamos poner el nombre de Camilo Cienfuegos.
La misma muerte de Camilo, perdido en el mar,
la manera de conmemorarla, echando una flor al agua y
todas aquellas, sus hazañas, son acciones de leyenda.

Narrado por
Vilma Espin

Su sombrero

Un día llegué yo a caballo a donde ellos estaban: era el


día que llevaba el animal para ensillárselo a Camilo, para
que se trasladara de un lado a otro, y él coge y se pone
mi sombrero y me dice que a mí no me lucía ese som-
brero, que le lucía, por ejemplo, al capitán Camilo, y se
lo puso, se miró en un espejito y me dice:
—¿Qué chico? Ponte la gorra ésta.
Le digo:

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Camilo Cienfuegos
—Bueno, me la llevaré para la casa y me pondré
otro sombrero que tengo allá, que inclusive es mejor que
éste que tengo puesto, que tiene unos cuantos años ya.
Él se quedó con el sombrero y yo lo miraba y me reía y
él luego miraba que yo le estaba mirando el sombrero
y él se reía y guiñaba un ojo y le hacía señas a los otros
compañeros. Y él luego le hacía señas a ellos de que yo
estaba mirando el sombrero; parece que él pensaba que
yo quería el sombrero, pero era mirando que le lucía
bien. Ese sombrero que Camilo traía era mío. Era mío y
a mí me era orgullo que a él le luciera bien, lo trajera, y
que Camilo con ese sombrero luce más bonito todavía.
Ese sombrero se lo regalé yo, se lo regalé yo en el sentido
que él lo cogió y se lo puso y le quedó bien, me miró y
me dijo que le lucía más a él que a mí y se quedó con él.

Narrado por
Rafael Verdecía Lien

Su cabalgadura

El viaje no es muy largo, pero el mulo en que pienso ha-


cer el regreso es vago y bruto como no hay dos, cuando
vine tuve que apearme tres veces a empujarte, y eso que
era loma abajo. Ahora que es tema arriba tendré que
echármelo a cuesta, como si fuera la mochila.

De una carta
a sus padres

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Guillermo Cabrera Álvarez

Cumpleaños de 1954

Del día de mi cumpleaños les diré que tuve quien me hi-


ciera mis regalitos, pues Rafael me regaló una corbata, la
familia Téllez una camisa y unos calzoncillos y por otro
lado un pasador y yugos. “Suerte que tiene el Cubano.”

De una carta
a su familia

Quedó muy bien Fulgencio

Otra de sus cosas era con los perros, con los animales en
general. Recuerdo ahora que, al poco tiempo del 10 de
marzo, se apareció en casa uno. Llegó por la madrugada,
de eso estoy seguro, porque Camilo, asociando la llega-
da del animalito con la entrada de Batista por la posta 6
en una madrugada, le puso Fulgencio.
Cuando se fue quisimos disimular y le decíamos
Negrito. Una vez le escribimos mandándole una foto y él
contestó: “Quedó muy bien Fulgencio.”
Cuando nos hacen un registro, ven la carta y me
preguntan por Fulgencio y cuando le digo que Fulgencio
es el perro, ¡cómo se puso el guardia!

Narrado por
Ramón Cienfuegos

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Camilo Cienfuegos

Castigo inmerecido

Reconozco que alguna vez fui injusto. Por ejemplo, el día


que me comunicaron que Camilo había mordido a una
conserje del kindergarten. Lo llamé. Le expliqué lo que
pasaba. Él no dijo ni esta boca es mía. Un mes lo tuve de
penitencia. Después supe, accidentalmente, que no ha-
bía sido él sino un compañero al que quería mucho. Pero
aguantó el castigo; yo, que sentía lástima, cuando hizo
dos o tres trastadas, le decía: “Te las perdono, a cuenta
del castigo que cumpliste sin haberlo merecido”.

Narrado por
Ramón Cienfuegos

¿Qué les llevan?

Era el segundo domingo de mayo y en el campamento


rebelde del comandante Camilo Cienfuegos se planifi-
caban las próximas acciones en el llano para batir a la
tiranía.
Dos jóvenes se le acercan, son muchachos de la
zona que se han unido al movimiento en los montes.
—Comandante, ¿usted podría darnos un permiso
para llegarnos a ver a nuestras madres?
El comandante rebelde alza la vista y se tropieza
con los ojos de Armando García y Jesús Cervantes.

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Guillermo Cabrera Álvarez
—Bien, pueden ir, pero no tarden...
—Enseguida, Comandante... —y dieron la espalda para
retirarse. Camilo, como un relámpago, volvió a detenerlos.
—Un momento... ¿qué les llevan? Los jóvenes se
miraron.
—Nada...
—¿Y cómo piensan ustedes ver a sus madres sin
llevarles nada... No, y no... cojan estos veinte pesos, re-
pártanlo y llévenles algo.
Narrado por
Antonio, Ñico, Cervantes

Prometió no alegrarse más

Cuando el ciclón del 44 era muy niño y nunca había vis-


to un ciclón. Estaba loco por saciar su curiosidad. Yo le
decía: “Niño, los ciclones son peligrosos, le tumban las
casas a las personas y causan mucho daño”.
Ni quién lo convenciera. Vino el ciclón y pasamos
todo el tiempo con la puerta semiabierta. Cuando todo
terminó y salimos a la calle, lo primero que vio fue la casa
de un compañerito a quien quería mucho, o mejor dicho,
lo que quedaba de la casa, que se había caído. A la familia
no le pasó nada, pero Camilo se entristeció y prometió
no volverse a alegrar por la llegada de un ciclón.

Narrado por
Ramón Cienfuegos

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Camilo Cienfuegos

Te lo doy para que lo gastes

Cuando Camilo ordenaba a algún compañero una mi-


sión en la ciudad, le facilitaba dinero con que poder co-
mer durante el tiempo que demorara la encomienda.
Ñico, uno de sus hombres, utilizado múltiples
veces para entrar y salir de la ciudad de Bayamo, debía
burlar el cerco de los guardias y sacar del pueblo alimen-
tos, medicinas, y otros útiles necesarios para las tropas
que operaban en los montes. El enlace, en la conciencia
de que el dinero que le daban era necesario para otras
cosas, escasas veces lo utilizaba y lo entregaba íntegro.
Por otra parte, en varias ocasiones llegaba a casas
de campesinos conocidos por él y solicitaba el plato de
comida para continuar la misión.
En una ocasión, Camilo, bastante contrariado, le
llamó a su presencia.
“Oye —le dijo— me parece que te estás comiendo
la comida de los campesinos y eso no es bueno. Yo te doy
dinero para que lo gastes y no para que me lo devuelvas
y vayas a pegarles la ‘gorra’. No quiero que se repita.”

Narrado por
Antonio, Ñico, Cervantes

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Guillermo Cabrera Álvarez

Combatir el tedio

Se acercaba el fin de diciembre de 1957. Eran esos días


silenciosos donde la nostalgia invade a los hombres ale-
jados de sus familiares. El jefe del primer pelotón de la
Columna 4, capitán Cienfuegos, moviliza 3 de sus hom-
bres; Haroldo Cantallops y Fernando Virelles montan
a dúo la canción “Por el camino verde”, muy popular
por esos días; ellos dos, más Guevara, (debe ser Ernesto
Guevara conocido por Tétiro o Ángel Guevara), forma-
rían un trío; Ramón, Nené, López y Luis Olazábal fungi-
rían de guaracheros; Félix Mendoza, el Bazuquero, haría
de maestro de ceremonias; los hermanos Zenén Meriño
(muertos en la invasión) y Tempo Mermo (caído en el
combate de la Otilia) formarían otro dúo. Como cierre
del acto Vitalio Acuña (Joaquín en la guerrilla de Che en
Bolivia) improvisaría puntos guajiros.
Todos los hombres del pelotón de Cienfuegos te-
nían una ocupación en la fiesta. Una de las invitaciones,
dirigida al armero de la Sierra y redactada de puño y
letra del jefe de pelotón aún se conserva; dice:
“Sr. Téllez y sra.
El Pelotón No. 1 de la Col. 4
Tiene el honor de invitarle a usted a las fiestas de
Nochebuena que se celebrarán en el cuartel situado en
La Pata de la Mesa,

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Camilo Cienfuegos

AMENIZARÁN

1) Dúo Vanguardia (Haroldo y Virelles)


2) El trío Rebelde (Haroldo, Virelles y Guevara)
3) Los Guaracheros del 26 (Nene y Luis)
4) Los Merengueros de Mendoza
5) Dúo Hermanos Meriño
6) Luis Olazábal (el dinamitero bailarín)
7) Vilo Acuña (puntos guajiros)

Acompañamiento a cargo de la orquesta

CUBA LIBRE

Félix Mendoza (maestro de ceremonia)


Se tomarán fotos para la posteridad
Maestro fotógrafo (Guillermo Vega)
Se admiten colaboraciones artísticas

Cap. Camilo”.

Datos tomados de la oficina


de asuntos históricos
del Consejo del Estado

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Guillermo Cabrera Álvarez

Deuda pagada

A ustedes me dirijo, puesto que ante ustedes, como


principales gerentes de esa casa, empeñé mi palabra,
con respecto al pago de los $153.56 que desde esta ciu-
dad haría, ya que en el momento de dejar esa casa, muy
a pesar mío, me era imposible realizar esa liquidación.
(...) Adjunto a estas líneas, les envío el importe de
ciento cincuenta y tres pesos con cincuenta y seis centa-
vos ($153.56) pago total por el valor de las compras que
en esa casa, “Sastrería El Arte”, realicé en el tiempo que
de ella fui empleado.
(...) Ya realizada esta operación, podré sentirme
verdaderamente tranquilo, sabiendo que esa mancha
que sobre mi apellido pesaba, materialmente esté bo-
rrada (...)

De una carta a los dueños


de su antiguo trabajo

El “bando comelón”

Camilo tenía hambre y quería comer; tuvimos fuertes


“broncas” con Camilo porque quería constantemen-
te meterse en los bohíos para pedir algo y, dos veces,
por seguir los consejos del “bando comelón” estuvimos
a punto de caer en las manos de un ejército que había
asesinado allí a decenas de nuestros compañeros.

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Camilo Cienfuegos
Al noveno día, la parte “glotona” triunfó; fuimos a un
bohío, comimos y nos enfermamos todos, pero entre los
más enfermos, naturalmente, estaba Camilo, que había
engullido como un león un cabrito entero.

Narrado por
Ernesto Che Guevara

Tenía una reservita

El campamento rebelde es actividad. Los combatientes


se disponen a marchar a un combate.
El rebelde Horacio González Polanco, a quien
Camilo había apodado cariñosamente el Mulato, pese a
que la pigmentación de su piel no correspondía a la de-
signación, se lamentaba junto al teniente de largas barbas.
—Óyeme, ¡con qué gusto me tomaría un jarro de
café con leche...!
Camilo, que no participaría en la acción, le sonrió
y sin decir palabra alguna, se retiró lentamente, hacia el
rincón del monte donde colgaba la hamaca. Polanco se
disponía ya a partir junto con el resto de los combatien-
tes seleccionados para la acción, cuando, desde lo alto
de un promontorio, oyó una voz conocida, que gritaba:
—Mulato, antes de irte, pasa por aquí...
Polanco cruzó con sus descalzos pies el tramo que les
separaba y se aproximó. Frente a él, extendiendo en la
mano un jarro, le sonreía Camilo.
—¡Esto vale un tesoro!, ¿dónde lo conseguiste?

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Guillermo Cabrera Álvarez
—Nada, tenía una resevita de lata de leche, y la
sangré...
Narrado por
Horacio González Polanco

El cartuchito de frijoles

Después de Uvero nos quedamos enterrando los muer-


tos, porque ésa era la misión de la vanguardia. El resto
de la columna continuó retirándose y cogimos en un al-
tico atravesado, y allí les dimos sepultura.
Camilo mandó a recoger y alcanzar a la tropa, y al
poco rato la pasamos y volvimos a ocupar la vanguardia.
Eso de andar alante siempre tiene sus ventajas, porque
ese día, por ejemplo, cruzamos por un bohío abandona-
do y había un cartuchito y Camilo lo recogió, le echó un
vistazo dentro y comentó:
—¡Qué bueno, encontramos frijoles!
Víctor Mora vio una maceta de arroz para semilla
y la cargó también y nos cargamos esas dos cosas pen-
sando en el banquete que nos íbamos a dar con el arroz
y los frijoles.
Cuando llegamos fuimos a preparar lo que traía-
mos y resultó que los frijoles que vio Camilo, que era un
hombre de la ciudad, no eran frijoles sino semillas de
júcaro para sombrear el café. El arroz también fue im-
posible cocinarlo y pasamos en blanco esa noche.

Narrado por
Walfrido Pérez

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Camilo Cienfuegos

Hay que guardar

Cuando se conseguía alguna comida, los combatientes


acostumbraban a hartarse y abandonaban posterior-
mente las sobras.
Una y otra vez sucedía lo mismo y después todos
tenían apetito y se lamentaban por haber abandonado
la comida.
Pero nadie escarmentaba, cuando al estómago se
llenaba, ya no querían cargar.
Camilo, con su actividad de siempre, notó el pro-
blema y, desde ese momento cuando se terminaba de
comer y la gente abandonaba los restos de comida, la
iba recogiendo en una cazuela grande y casi siempre la
llenaba con las viandas sobrantes.
Hecho esto, la cargaba al hombro, sin solicitar
ninguna ayuda y la trasladaba a los combates y a las
distintas operaciones a las que era designado.
A la hora del hambre, Camilo, sonriendo con su
acostumbrada picardía, exponía ante todos su cazuela
repleta de viandas y llamaba al personal. “Ya ven ca-
balleros, siempre hay que guardar; miren si no traigo la
cazuela...”

Narrado por
Horacio González Polanco

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Guillermo Cabrera Álvarez

¿Se enteró de la paliza?

La comandancia general de la Columna 2 radicaba en


el lugar conocido como montes de La Caridad, en Las
Villas. Allí se encontraban además la planta de radio, el
almacén y Puerto Gofio, nombre con el cual Camilo pa-
rodiaba al de la cárcel de Puerto Boniato.
Los rebeldes batían al ejército de la tiranía, hos-
tigándolo en los caminos, carreteras y pueblos de la
costa norte, como Venegas, Iguará, Mayajigua, Meneses,
Zulueta, General Carrillo y otros.
Un día, en el campamento de La Caridad se susci-
tó un singular diálogo entre el jefe guerrillero y Lorenzo
Pérez Pérez, conocido por Monino, carnicero de la zona
y colaborador de los rebeldes.
—Viejo —le dijo Camilo—, sáqueme un bistec
bien grande para un hombre que va a combatir hoy.
El viejo Monino, satisfaciendo la petición, lo pre-
paró en la rústica cocina, acompañándolo con malanga.
Al día siguiente, al ver nuevamente al viejo
Monino, lo envolvió con su franca sonrisa, comentando.
—Óigame, el biftec de ayer me dio muchas ener-
gías... ¿No se enteró de la paliza que les dimos a los cas-
quitos en Zulueta?

Narrado por
Lorenzo Pérez Pérez

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Camilo Cienfuegos

En el tailoreo

En el periódico vi que pedían un sastre para una fábrica;


me presenté, llené los papeles, pero cuando me dijeron
“identifícate persona”, papeles de por medio, quedé por
testarudo, les dije que los tenía en N. Y. y que mañana,
un mañana que nunca llegó, se los llevaría. También el
ciudadano ése me dijo que tenía que tener unión, pero
ahí mismo se le fue la musa, le pedí la dirección de la
unión y de ahí partí para allá (la unión esa tarde, sábado,
estaba cerrada y entonces el lunes, a las 8 en punto, ya
estaba haciendo posta en la unión).
Llegué a las oficinas y me preguntaron What you
want, le dije a la “anciana” que hacía 10 días que estaba
en el país y que era Taylor (sastre) no se rían, que us-
tedes saben de mis cualidades, que yo era Taylor y que
quería uniformarme y quería una chambita, de ahí me
pasaron a otro, donde llené una solicitud. El buen Mr.
ése, me dijo que qué podía hacer, le dije que en sacos
any kind, cualquier cosa, me preguntó Where you come
from (de dónde viene), le dije de Cuba, me pidió el social
security y llamó por teléfono, después me preguntó si
yo era P. Riqueño (que es como aparezco en el registro
del S. C.) entonces di marcha atrás, le dije que yo era
nacido en P. R. y me preguntó que cómo le había dicho
que cubano, le dije, mire artista, usted me preguntó que
de dónde venía y no dónde había nacido, entonces le
tuve que dar una explicación explicativa, explicándole

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de cuándo nací y dónde y cuándo me llevaron a Cuba, o
sea, que dije mentiras de aburujón pila, montón puñao,
por fin el tío me dijo: mira, vete ahora mismo a este lu-
gar y ahí puedes trabajar.
Llegué, seguí llenando planillas y (diciendo men-
tiras, muy pocas), hombre, me decía, tú sabes hacer esto,
aquello, lo de más allá y a todo el yes, que es lo que vale y
camina en este país, de ahí me dijo venga tomorrow a las 8.
Efectivamente, con 2 metros de nieve en el cielo
de la boca del frío (sin nevar), me pasaron a un quinto
piso, me buscaron una silla y me preguntaron si tenía
tijeras, dedal y demás, les dije que no, me consiguieron
todo eso y después me pusieron a pegar cuellos, me ti-
raron un saco y fuera, ahí mismo fue el average, gracias
a un viejo que estaba al lado mío me fui defendiendo, le
dije: mire Mr. resulta que hace muchos year ago que yo
no hago esto, y se me ha olvidado, déme una manito, yo
lo que quiero es aprender no me interesan los Tikets para
la money, efectivamente el viejo me indicó cómo era (no
es difícil); ahí pasé como 2 horas, cuando el jefe vino me
preguntó que de qué yo había pedido trabajo, yo le dije
que en lo que yo era un trueno era haciendo bolsillos,
que podía hacer cualquier cosa, pero necesitaba un poco
de práctica. Me dijo que si quería coger un puesto para
hacer bolsillos, le dije: ¿Today?, me dijo: sí, hoy: le dije:
barín. Seguí subiendo pisos y llegué al Dpto. de bolsillos,
ahí me dieron una pequeña indicación de cómo hacerlos
y me hicieron uno, entonces les tiré mis alardes, les dije:
mire maestro yo los hago igual con un procedimiento
más “moderno”; me dijo: Ok, vamos a ver. Les hice uno y

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Camilo Cienfuegos
me dijeron: déjese de inventos y hágalo como le dijimos.
En fin de cuentas hice más bolsillos que un buey, todavía
no sé lo que me pagan, pero ya afinqué el puesto, pues
el jefe me dijo que regresara mañana, así que como pue-
den ver, ya estoy tailoreando.

De una carta
a sus padres

De la memoria popular

El Caimito es un pequeño batey de Bayamo, bautizado


cariñosamente como “Picio” por los rebeldes al mando
de Camilo Cienfuegos que en muchas ocasiones reci-
bieron el trato de Eupicio Ramírez, campesino del lugar.
La casa de Eupicio fue centro de colaboración para
cuantos barbudos llegaran a cualquier hora en busca de
ayuda. Además, en ella se confeccionaban los uniformes
verde olivo, que la esposa de Ramírez cosía con esmero.
Al iniciar Camilo la histórica invasión, llegó hasta
la casa.
La señora de Picio, se preparaba para coser los
uniformes rebeldes en el momento en que el coman-
dante de largas barbas penetraba en el humilde bohío.
—Señora —dijo el jefe rebelde—, déjeme a mí esa
tarea, ¿no sabe que fui sastre?
Ocupó el lugar de la desconcertada campesina y
ya frente a la vieja máquina de coser, pedaleó hasta bien
entrada la madrugada.

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¡Me encanta el sabotaje!

Caminamos como uno y medio kilómetro y se detuvo


la columna al pasar una línea de cables telefónicos que
existe entre Bayamo y Martí, en la provincia de Camagüey.
La línea en cuestión fue cortada frente al chucho fe-
rroviario Pastor. Causaba admiración ver a Santiago
Rosales subir al poste telefónico. ¡Qué rapidez! Cortó los
alambres y estos en el suelo fueron hechos añicos con
extraordinaria velocidad por el Capitán, quien a la vez
daba a los alambres más cortes que un sastre a un traje.
Exclamaba: ¡Me encanta el sabotaje!

Osvaldo Herrera,
diario de campaña

Un minuto de silencio

Fuimos al panteón donde cayó el Apóstol y colocamos


como él quería una bandera y un ramo de rosas, y se
puso otra bandera, la del 26. Hicimos un minuto de si-
lencio en memoria de los caídos y dos descargas de fu-
silería. De más está decirle que la aviación ametralló más
tarde los alrededores.
Aquello es una vergüenza como está de abando-
nado. Tenía planeado mandar a limpiarle y arreglar el
lugar. Ya nos encargaremos de hacerlo.

De una carta a Fidel

—25—
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Camilo Cienfuegos

Un cartelito que decía: “COMUNISTA”

El día de enero fui al Parque Central, aquello parecía un


desfile policiaco, estaban por docenas, no permitían gru-
pos ni entrar al parque, al rato logré entrar. Cuando me
acerqué a la estatua del Apóstol rindiéndole homenaje
silente y pensando cómo estaba la tierra por la cual mu-
rió, se me acercaron dos policías moviendo amenazado-
ramente los palos, me alejé, todos esperábamos la llega-
da de Echeverría, la orden era que cuando él apareciera
unirse todo el mundo, él llegó por Prado en una máquina
con otros portando una corona, acto seguido empezaron
los palos a todo el que intentaba acercarse. Echeverría
y los demás peleaban cuerpo a cuerpo con la policía, la
corona para el Apóstol destrozada por el suelo.
Yo estaba frente al Asturiano. Cuando corría hacia
el lugar me cogieron tres “paisanos” y la emprendieron
a golpes, me metieron en un carro “chapa particular”.
Cuando lo llenaron (enseguida lo hicieron), nos llevaron
a las oficinas del BRAC, Buró Represivo de Actividades
Comunistas, según nos subían al carro nos daban golpes.
Ya dentro me dieron una patada en la cara. En el
BRAC nos tuvieron como seis horas, nos tomaron las
huellas, mil preguntas y me retrataron con un cartelito
que decía: “COMUNISTA”. Éste fue el homenaje que le
brindó la dictadura a MARTÍ en su natalicio.

De una carta
a José Antonio Pérez

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¿Para qué piensas que pelea?

Recuerdo que una vez un compañero le preguntó qué


eran los comunistas.
—¿Tú qué eras antes de alzarte? —le preguntó él
como respuesta.
—Ordeñador —respondió el compañero.
—¿Qué te han dicho que son los comunistas?
—Que son malos...
—¿Y si tú ves un comunista peleando junto a no-
sotros, para qué piensas que pelea?
—Para el bien del pueblo.
—¡Ah, entonces no son tan malos como te dicen!

Narrado por
Roberto Sánchez Barthelemy

Los niños tristes

Los caminos estaban intransitables por las pulgadas de


lluvia caídas y tuvimos que hacer un alto en La Jacinta,
un pequeño batey de Ciego de Ávila.
Allí estuvimos desde horas tempranas, de la ma-
ñana hasta bien entrada la noche.
En ese lugar estaba una escuela, pero el maestro
no había acudido a dar su clase por la lluvia y los niños

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Camilo Cienfuegos
nos recibieron con tremenda alegría; Antonio Sánchez
Díaz, Pinares, se improvisó como maestro y dio una cla-
se muy cómica sobre matemáticas, pero con problemas
que eran como un juego. Les preguntaba, por ejemplo,
el número del mes en que habían nacido y después de
sacar montones de cuentas, de sumas y restas, concluía
sonriente:
Naciste un martes...
Los muchachos estaban divertidos; Camilo,
aprovechando que los trabajadores y vecinos no podían
abandonar, por razones de seguridad, el batey, los reu-
nió y les habló a niños y mayores. Recuerdo que a los
muchachos les dijo que le pidieran a la maestra que cada
viernes les hablara de Martí, Maceo, de nuestra guerra de
independencia.
Él nos orientó a los miembros de la columna re-
partir dulces a los niños y entregar a cada trabajador
una suma equivalente a un día de haber, porque no po-
dían presentarse al trabajo ese día por estar retenidos
por nosotros.
Por último, todos cantamos —población y tropa
rebelde— el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio.
Fue realmente un día inolvidable y Camilo tenía un re-
gocijo tremendo porque se daba muy fácil con los niños
y estos lo miraban con mucha admiración.
A la hora de partir los niños estaban tristes.

Narrado por
Orestes Guerra

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Chiste mutuo

Pasó aquello, salvamos la vida, la mía personalmente


gracias a la intervención del compañero Almeida y vaga-
mos cinco hombres por los acantilados cercanos a Cabo
Cruz. Allí, una noche de luna encontramos a tres com-
pañeros más, dormían plácidamente sin temor a los sol-
dados y los sorprendimos creyendo precisamente que
eran enemigos, no pasó nada, pero serviría después de
base a un chiste mutuo que nos hacíamos; el que hubie-
ra estado yo entre los que lo sorprendieran, pues otra
vez me tocó levantar bandera blanca para que su gente
no nos matara, confundiéndonos con batistianos.

Narrado por
Ernesto Che Guevara

La “rendición” de los soldados

La orden era detener una tropa de Sánchez Mosquera.


La vanguardia recibió la misión de adelantarse por uno
de los flancos.
Mientras avanzaban localizaron al enemigo en una
altura, con evidente ventaja sobre ellos. Pese a la desven-
taja, Camilo abrió fuego sobre las sombras con cascos.
El fuego de su fusil obligó a los hombres a echar-
se a tierra, y él continuó hostigándolos hasta que en la
punta de un fusil flotó la bandera de rendición en la for-
ma de un pañuelo blanco.

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Camilo Cienfuegos
Avanzando cautelosamente llegó hasta los sol-
dados. Su sorpresa fue mayúscula, eL militar rendido
desanudaba tranquilamente el pañuelo de la punta del
fusil mientras le comentaba:
—¿Vos no te diste cuenta que éramos nosotros?
—preguntaba el argentino.
Che había avanzado por otro lado y ocupado una
posición superior; al percatarse de que el agresor era
Camilo izó la bandera de paz.
Con esto quedaba zanjada una vieja disputa.
Luego de Alegría de Pío Ernesto había sorprendido dor-
mido a Camilo y también lo había “capturado”.

Narrado por
Reinaldo Benítez

Ese “matasanos”

La primera vez que William Gálvez vio a Camilo fue en


el Hombrito. El guerrillero ya legendario venía a la “con-
sulta” de Ernesto. Fue también la primera jarana que le
escuchara. Estaba risueño y comentó su preocupación
de extraerse una muela con el Che.
—¿Cómo es posible —comentó William— si el
Che es médico y seguro no te va a doler?
—No, no es porque me duela, sino porque ese
“matasanos” de seguro me saca una buena y no la mala.

Narrado por
William Gálvez

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Guillermo Cabrera Álvarez

De la memoria popular

El Che visitaba la zona de Yaguajay para discutir con


Camilo los pasos a seguir. La presencia del legendario
guerrillero argentino provocó la lógica curiosidad y mu-
chos pobladores del lugar se acercaron para verlo; se
asomaban por todos lados.
En medio de la conversación, antes de iniciar la
reunión que sería privada, Camilo, al notar la curiosidad
de los campesinos, le comentó a Ernesto Guevara:
—Ya sé a lo que me voy a dedicar cuando triunfe-
mos: Te voy a meter en una jaulita y recorrer el país co-
brando cinco kilos la entrada para verte. ¡Me hago rico!

Una “camilada”

Con pocos días de diferencia, la invasión había comen-


zado. Las columnas 2 y 4 se desplazaban casi paralela-
mente en los llanos orientales. Camilo cruzó detrás de la
columna de Che el río Salado. Casi al amanecer arriba-
ron al campamento de la “Ciro Redondo”. Che dormita-
ba en su hamaca y Camilo llevó su caballo azuzándolo
hasta que derribó al Che. Desde el suelo, enredado con
la frazada, Che reía como un niño.
—Ya la pagarás, ya la pagarás....
—¿No te da pena estar durmiendo a estas horas?

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Camilo Cienfuegos
Y ambos reían de lo lindo. El Che gozaba como
nadie de las “camiladas”.

Narrado por
Walfrido Pérez

¿Impresionar con tu estado mayor?

Una noche de finales de agosto llegó Camilo a Las Vegas


para ver al Che. El Che estaba acostado en la cama, sin
camisa, y conversando con Miguel, Ramón Pardo, Guile,
y yo.
Desde que llegó Camilo se puso a jugar con el
Che: a hacerle cosquillas, a imitarle el hablar. Entonces,
riéndose, le dijo a Camilo:
—Mirá, Camilo, fijáte que estás jugando al lado
de mi estado mayor.
—¿Cuál es tu estado mayor? —le preguntó Camilo.
—Pues, mirá, aquí tienes al compañero Miguel,
que es jefe de la comandancia, al compañero Guile, que
es el jefe de la esuadra, y a Pachequito, que es jefe de
suministros de la tropa.
Camilo lo miró y hablando en tono argentino, le
ripostó:
—¿Y vos creés que me vas a impresionar con tu
estado mayor?

Narrado por
Raimundo Pacheco Fonseca

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Guillermo Cabrera Álvarez

De la memoria popular

Después del triunfo de la revolución, Fidel y Camilo, los


inseparables guerrilleros, acudían con regularidad a los
encuentros de pelota, algunas veces como espectadores
y otras como activos participantes.
En una ocasión en que ambos acudieron al esta-
dio del Cerro para participar en un desafío que se desa-
rrollaría esa noche, surgió la idea de que en las dos no-
venas jugaran los guerrilleros en una división que daría
al juego mucha viveza.
Camilo, acariciando su amplia barba oía la pro-
posición y mascaba fuertemente su tabaco, mientras ex-
halaba el humo con vigor. Cuando concluyeron de expli-
carle la idea, respondió como un rayo: “¿Que integre una
novena contra Fidel? ¡Qué va! ¡Contra Fidel yo no estoy
ni en juego!”
Ese día, mientras Fidel ocupaba el montículo de
los lanzadores, en la novena de Los Barbudos, Camilo le
atrapaba sus líneas como receptor.

Cuando habla Fidel

Camilo y un grupo de compañeros nos trasladamos a mi


casa, que era la de mis padres. Muy próximo a comen-
zar Fidel su comparecencia por televisión, mi madre nos
preparó comida a todos, y siguiendo la costumbre invitó
a pasar al comedor. Camilo, muy cortésmente le dijo:

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Camilo Cienfuegos
—¿Usted no se pone brava, mi vieja, si nos lleva-
mos los platos para la sala para poder escuchar a Fidel?
Mi madre respondió con una sonrisa —ella tam-
poco quería dejar de oírlo— y todos nos llevamos los
platos para la sala y nos dispusimos a oír a Fidel, que
estaba a punto de comenzar.
En medio de la intervención del Comandante en
Jefe sonó el timbre del teléfono: era una llamada local
de un compañero que quería hablar con Camilo. Camilo
se puso de pie, con rostro serio, y después de escuchar
brevemente preguntó qué estaban haciendo. No sé lo
que le contestaron, pero jamás podré olvidar la res-
puesta de Camilo:
—Cuando Fidel está hablando lo único que debe
hacer un revolucionario es oírlo.

Narrado por
Jorge Enrique Mendoza

Es la sangre de mi hijo

Cuando terminó el acto nos dirigíamos a la Universidad,


la masa del pueblo con el estudiantado al frente, con el
estudiantado que marcha con entereza y heroísmo en la
lucha contra el régimen, profiriendo voces contra la bes-
tia de Batista, los gritos de cientos y cientos de jóvenes,
viejos, mujeres, era grito de pueblo, de pueblo sufrido
que quiere o morir o ser libre, gritando REVOLUCIÓN,
REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN. Al llegar a la calle Hospital

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Guillermo Cabrera Álvarez
estaban entre las primeras filas Sierra y Osmany que es-
taba por su lado (como siempre) y a los demás ya no los
vi. La policía y varios carros atravesados en la calle San
Lázaro, seguíamos avanzando, y los más pequeños del
grupo comenzaron a tirarnos, tiraban con rifles, recuer-
do cómo Anillo, que iba al frente, quiso, cuando estába-
mos a unos solos metros, lanzarse contra la policía (lo
hubieran destrozado a tiros). Los más serenos lo aguan-
taban, nadie se movía, seguían los tiros, comenzaban a
caer la gente. En esos momentos fue que me hirieron en
la pierna izquierda, fue un balazo de M-1. Ya las armas
del pueblo respondían valientemente al ataque, llovían
las piedras, palos, botellas y los gritos contra la porra
traidora y mercenaria que acostumbra a marchar en las
manifestaciones, para después emprenderla a golpes
contra el pueblo (...)
Ya herido, a pesar de la confusión, me metieron
en una máquina donde había tres heridos más. Cuando
nos llevaban al Hospital, la policía volvía a tirarnos, sen-
timos los disparos contra el carro, 3 nos alcanzaron,
uno de ellos alcanzó el que manejaba en la cabeza, fue
sólo una rozadura, de milagro no lo mató, nos lleva-
ron al Calixto García, la confusión era terrible. En aquel
momento cuando esperaba que me atendieran creí que
se peleaba en las calles, cada vez más heridos y golpea-
dos, decían que la policía iba a tomar la Universidad y
el Hospital, el primero en llegar cuando me curaban fue
Osmany, después los viejos, esos momentos son impo-
sibles de olvidar, cuando el viejo en un verdadero arran-
que de emoción y tensión, cogiendo el jakey manchado

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Camilo Cienfuegos
de sangre con que me había vendado provisionalmente
la herida, dijo: “Es la sangre de mi hijo, pero es sangre
para la Revolución”.

De una carta a
José Antonio Pérez

Él se molestó

Siendo él Capitán nos fuimos a atacar Pino del Agua, con


unos cuarenta y tantos hombres. Llegamos a eso de las
cuatro y media o cinco de la mañana. Las postas estaban
con ametralladoras treinta. Nos acercamos como a unos
diez metros.
Camilo abrió fuego y tomamos las dos postas de
delante. Nos hirieron al último hombre, familia de Delfín
Moreno; Fernando Virelles llevaba una treinta y cuando
empezamos a avanzar sonaron dos browning, unas San
Cristóbal y unos Springfield, y todos los guardias de por
allí cayeron. Entramos hasta el mismísimo estado mayor
de Pino del Agua.
A Camilo lo hirieron y le tumbaron la gorra que
llevaba como si fuera de la legión extranjera.
Nos ordenó que nos retirásemos y cargásemos un
herido que estaba cerca. Nadie quería irse dejándolo allí.
Él se molestó y salió caminando hacia nosotros
con sus tiros en el cuerpo, exigiendo el cumplimiento de
la orden o si no la cumpliría él mismo. El herido que le
preocupaba se murió más tarde.

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Guillermo Cabrera Álvarez
Camilo dirigió la retirada de su propia gente y
cuando íbamos lejos fue que logramos encaminarlo.

Narrado por
Alejandro Oñate Cañete

Realmente infantiles

Camilo acostumbraba a hacerle bromas a todo el mun-


do, así que todos estábamos siempre un poco en guar-
dia con él... eran bromas realmente infantiles, que ha-
cían reír.
En los primeros tiempos, en el año 1959, cuando
vivíamos en Ciudad Libertad, se celebraban en la habi-
tación de Raúl y mía muchas reuniones.
Cuando Camilo salía, y como ya lo conocíamos,
teníamos que registrarlo porque acostumbraba a llevar-
se, por broma, un montón de cosas en los bolsillos, y me
dejaba las almohadas pintadas de corazones y con le-
treritos de las cosas que se habían estado conversando.

Narrado por
Vilma Espín

De la memoria popular

El Capitán sitiado accedió a la conversación durante la


tregua y se aprovechó la presencia de un vehículo para

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Camilo Cienfuegos
trasladar a la esposa e hija de un militar, de visita en el
cuartel en el momento de comenzar el ataque.
Camilo llegó con sus ayudantes repartiendo ci-
garros y tabacos a los soldados, apiñados en la puerta
para conocerle. A la entrada, contrastando con la ale-
gría característica del guerrillero, estaba la marcialidad
aprendida en la escuela de oficiales del jefe de la plaza.
Durante la conversación inicial, se le ofreció al
capitán Abon Le garantía absoluta para él y su tropa,
puesto que el objetivo principal era la ocupación del
cuartel, las armas y el parque. Abon Le se negó a aceptar
las condiciones rebeldes y decidió continuar peleando,
pese a la evidente inutilidad de la resistencia.
Al salir del despacho, el Comandante se detuvo
en la puerta.
—Es una lástima, Capitán —dijo— yo tenía
el compromiso con sus soldados de comernos esta
Nochebuena veinte puerquitos asados —y se volvió son-
riente a la tropa.
Abon necesitaba una frase para escapar del ridí-
culo y la encontró.
—Las circunstancias me hacen imposible aceptar
el ofrecimiento, se desmoralizaría la tropa, señor.
Se dieron las manos, y el delgado barbudo se ale-
jó hasta sus posiciones.

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Guillermo Cabrera Álvarez

La “identificación” de los masferreristas

El comandante José Quevedo, hecho prisionero durante


el combate de El Jigüe se había sumado a las fuerzas
rebeldes. Una tarde, víspera de la invasión y a modo de
despedida, Camilo preparó una fiesta. Antes hizo llamar
a Quevedo.
—Tengo presos unos masferreristas y necesito
que los identifiques —le precisó.
—Es difícil, porque yo no tengo contactos con
esos elementos —respondió el oficial.
—Es que ellos insisten —agregó Camilo— en que
usted puede dar fe de ellos.
—Si es así, tráigalos, para ver si los conozco.
A una señal de Camilo, William Gálvez fue has-
ta los mulos y trajo sobre el hombro un saco. Quevedo
miraba con curioso asombro el bulto. Cuando ante sus
ojos fue abierto y descubierto el interior, Las carcajadas
duraron horas. Varias botellas de ron eran sus presun-
tos conocidos.

Narrado por
William Gálvez

El submarino

¿Que todavía no le han contado lo del submarino en las


montañas de Villa Clara?

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Camilo Cienfuegos
Camilo era así, ocurrente, jaranero, le corría una
máquina a cualquiera, de una forma sana. No se podía
uno disgustar con él porque no tenía ni una pizquita de
maldad, sino que todo era entero, como de una sola pieza.
Una vez estábamos conversando de muchos te-
mas y él ve que está un compañero que nos escucha
embelesado, como si aquello fuera algo de otro mundo
y entonces se le iluminó la cara como sólo él sabía ilu-
minarla.
—Bueno, bueno, compañeros, a mí lo que más me
preocupa ahora es qué vamos a hacer con el submarino
que me manda Fidel desde la Sierra, porque yo sí no sé
para qué sirve eso aquí en las lomas de Yaguajay.
Todo el mundo se quedó callado, a la expectativa,
y el hombre aquél abrió los ojos en redondo.
—Sí, hay que traerlo porque si Fidel lo manda
para algo tiene que servir, así que en cuanto llegue, us-
ted —se dirigió al hombre— tiene la responsabilidad de
subirlo hasta acá arriba y ya veremos en qué lo usamos,
pero usted lo trae, ¿no es así?
Y aquel hombre, sin salir del asombro, afirmaba
con la cabeza.

Narrado por
Manuel Bravo

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Guillermo Cabrera Álvarez

El detector de mentiras

Alrededor de las tres de la tarde una de las postas de-


tuvo a tres hombres. Los prisioneros fueron conducidos
ante el Comandante. Éste los observó detenidamente.
Los tres trataban de simular tranquilidad, con sonrisas
que sólo acentuaban su nerviosismo. Camilo inició el in-
terrogatorio.
—Antes de comenzar, siéntense. Vamos a evitar que
traten de correr o las consecuencias serán peores —esas
fueron sus primeras palabras. Los tres, casi al unísono, se
sentaron en el suelo, pues no había otra cosa en qué hacer-
lo. Los presentes los imitaron y nuestro jefe agregó:
—Bueno, usted, dígame cómo se llama y qué esta-
ba haciendo. ¿Nos buscaba? Bien, si es así, nos encontró.
Se había dirigido al que parecía mayor. Era alto y
delgado, pero fuerte. De pelo totalmente canoso.
—Mire, señor, nosotros andábamos viendo cómo
estaban nuestras reses, ya que tenemos que pagar cierta
cantidad de dinero para que éstas pasten y aumenten de
peso —contestó.
—Ésa es la verdad —agregó otro de los prisione-
ros, un poco nervioso—.
Era el que más alterado parecía, pues, aunque a
los otros dos se les notaba intranquilos, a éste se le acen-
tuaba el nerviosismo. Era el montero Enrique Navarro,
colaborador del ejército.
—Y usted seguro que dice lo mismo —dijo
Camilo al otro prisionero .bajo de estatura, de fuerte
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Camilo Cienfuegos
complexión física, muy trigueño. En realidad, bastante
parecido al montero.
Al preguntárseles cómo se llamaban, dos de ellos
dieron nombres falsos, excepto el montero, ya que dos
de los prisioneros habían ocultado sus identificaciones
debajo de las monturas de sus caballos. Claro, Navarro
no podía negar quién era, pues esto servía de funda-
mento a lo que los otros decían.
Al decirles Camilo que sus brazos se veían blan-
cuzcos y no parecían hombres de trabajo ni de campo,
el viejo respondió que tenían una bodeguita en el central
y que trabajaban a la sombra. Camilo entonces les dijo:
—¿Sí? ¿Y trabajan con mangas largas siempre?
¡Qué casualidad!
El montero sólo afirmaba. El Comandante notó
que calzaban botines semicortos, de color carmelita, y
les hizo esta observación.
—¿Esos botines los usa el ejército?
—Mire —contestó de nuevo el viejo canoso— los
guardias venden cualquier cosa cuando no tienen dine-
ro. No es difícil ver en el central o en el pueblo a mucha
gente con esos botines.
Se sabía que era cierto lo que afirmaba, pero tan-
to Camilo como los que participábamos en el interroga-
torio, estábamos seguros de que los acompañantes del
montero no eran otra cosa que guardias rurales, envia-
dos en busca del rastro de la columna y de su ubicación.
De manera que las cosas fueron subiendo de
tono. En la guerra los interrogatorios no son siempre
calmados, aún más si se sabe que los interrogados an-

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Guillermo Cabrera Álvarez
dan buscándonos para informar acerca de nuestra ubi-
cación, con el propósito de liquidarnos.
Ya había transcurrido un buen rato de conversa-
ción y no se sacaba nada en claro.
Camilo entonces me indicó que lo acompañara.
Nos apartamos de los prisioneros, quienes se notaban
temerosos de su suerte, y me dijo:
—¡Mira que estos tipos son descarados! Ya me
tienen a punto de perder la paciencia.
Por mi parte le dije lo mismo, y entonces agregó:
—Ve y busca al práctico y enséñale desde lejos a
estos tipos, a ver si los reconoce, antes de que se mueran
del susto que les vamos a tener que dar.
Busqué a Fernando de Oro, pero debido a su
avanzada edad no veía bien de lejos. La tragedia fue
acercarlo al grupo. El hombre temía que lo vieran si de
verdad eran guardias, y luego le exigieran cuentas. No
fue fácil aproximar al viejito hasta los prisioneros para
que los identificara. Después de un “échate para acá y
échate para allá”, más bien de un “empuja-empuja”, el
campesino distinguió a los prisioneros a través de unos
matorrales y los identificó:
—Ese canoso es el cabo Trujillo. Ese otro —dijo
señalando para Enrique Navarro— es el montero. El ter-
cero no sé cómo se llama, pero es guardia.
Dejé que el viejito se retirara. Me acerqué a Camilo
y le informé.
Él se sonrió y comentó:
—Ya ves que eran guardias.
Luego de estar convencidos de la identidad de los
prisioneros, Camilo le puso una nota simpática al mo-

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Camilo Cienfuegos
mento, no obstante nuestra situación difícil. Se quedó
un rato pensativo y me dijo:
—Vamos a hacerle una bromita a estos descara-
dos. Tú verás.
Ordenó separar a los detenidos e hizo un aparte
con Sergio del Valle, a quien propuso lo siguiente:
—Vamos a ponerle el aparato de tomar la presión
al cabo Trujillo y decirle que es un detector de mentiras.
Y una vez junto al cabo, dirigiéndose al capitán
médico:
—Ponle el detector de mentiras.
Mientras Sergio aplicaba el esfigmógrafo, Camilo,
con mirada amenazante, repetía:
—Vamos a ver si dices la verdad...
El estado nervioso de Trujillo le impedía darse
cuenta de qué era realmente el aparato y las preguntas
de Camilo aumentaban la tensión:
—¿Son ustedes guardias? ¿Sí o no?
A cada respuesta del cabo, Sergio movía negati-
vamente la cabeza.
—¡Usted es un mentiroso! ¡Usted no nos dice la
verdad!
Al fin, el cabo comenzó a narrarlo todo.

Narrado por
William Gálvez

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Guillermo Cabrera Álvarez

El “ventrílogo”

Camilo era alegre, era dicharachero y burlón, recuer-


do que en la Sierra, a un campesino, uno de nuestros
grandes héroes anónimos, magnífico, le tenía puesto un
apodo que se lo decía con un gesto infame; un día vino
a darme las quejas como jefe de la columna para decir-
me que él no podía ser insultado, que él no era ningún
“ventrílogo”. Como no entendí fui a ver a Camilo para
explicar un poco esa actitud tan extraña, y es que Camilo
lo miraba con un aire tan despectivo y le aplicaba la pa-
labra “ventrílogo”, que el campesino interpretaba como
un insulto de terrible magnitud.

Narrado por
Ernesto Che Guevara

Ganas de bromear

El 5 de diciembre de 1956 son sorprendidos en Alegría


de Pío. Bajo la espesa balacera del enemigo, el expedi-
cionario Reinaldo Benítez ve a Camilo acercársele arma
en mano. Está sereno, ligeramente inclinado para evadir
las balas que buscan registrar en el aire la presencia del
hombre. En tono algo jocoso, le comenta:
—Reinaldo, ¿crees que si disparamos al aire se
asusten los guardias?

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Camilo Cienfuegos
Benítez, con la tensión del enfrentamiento responde que
no, que hay que tirar sobre el objetivo y fue entonces
que vio el fugaz destello del humor. Los tiros cruzaban
en todas direcciones y aquel hombre todavía tenía ganas
de bromear.

Narrado por
Reinaldo Benítez

Candela a “Riverito

Tenía lugar una reunión en Las Mercedes. Desde que


desmontaron de las muías todo fue encuentro amigo.
Che contaba de un viaje en helicóptero y lo fácil que es
desde la altura localizar a un hombre escondido tras
un árbol. Para la reunión montuna habían acercado una
caja de refrescos y otra de tabacos, en ésta última, cada
vitola traía la propaganda presidencial del candidato
batistiano Andrés Rivero Agüero, con las típicas exhor-
taciones al voto. Camilo tomó uno y lo acercó a la llama
del fósforo.
—Bueno, vamos a darle candela a “Riverito”.
Y se lo fumó.

Narrado por
William Gálvez

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Los gitanos se lo podían robar

Cuando nos demandaron tuvimos que irnos de la casa


en que vivíamos en la calle O’Reilly, allá en La Habana
Vieja. Allí teníamos una vecina que quería mucho a
Camilo, quien por entonces contaba sólo dos años.
Cuando ella supo que nos marchábamos, se apenó
y nos recomendó que lo cuidásemos mucho, porque era
un niño rubio y bonito y los gitanos se lo podían robar.
Yo me puse nerviosa. Nos fuimos para Pocito en-
tre 16 y 17, Lawton, y el tiempo pasó. Hasta que una no-
che se nos pierde Camilo. Nosotros lo buscábamos por
todas partes y no aparecía. ¡Quién le dice que lo único
que se nos había olvidado registrar era una puertecita
que estaba en una esquina de la casa! Ya casi sin espe-
ranzas de hallarlo y pensando lo de los gitanos, abrimos
y allí estaba, calladito, y muerto de risa.

Narrado por
Emilia Gorriarán

El Roca Club

Cuando eran más jóvenes iban de vez en cuando, los


domingos, para Cojímar. Allí se bañaban en un lugar al
que bautizaron Roca Club.
Ellos hablaban de ese lugar y yo me intrigaba, y
les pregunto: —¿Qué es eso?

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Camilo Cienfuegos
Ramón me invita un día a ir al Roca Club y Camilo
me advierte:
—No vayas vieja, que eso no es más que diente de
perro, por eso le decimos así.

Narrado por
Emilia Gorriarán

Lema de mi vida

Como lema de su vida ha escogido un verso de


Espronceda que dice:

Y si muero, ¿qué es la vida?


Por perdida ye la di,
cuando el yugo del esclavo como un bravo
sacudí.

Osvaldo Herrera,
diario de campaña

Cruce de carretera

La marcha se reanudó al anochecer. Abriéndose paso en


el monte tupido, manteniendo la distancia prudencial
entre uno y otro llegaron hasta la carretera que va des-
de el entronque de Bueycito al de Manzanillo-Bayamo,

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Guillermo Cabrera Álvarez
justo junto al monumento que recuerda la batalla de
Peralejo.
Dos emboscadas a ambos lados de la carretera se
instalaron silenciosamente y comenzó el cruce ordena-
do y ligero de los hombres, apenas uno se hundía en la
maleza que crecía en la orilla del asfalto, otra silueta se
levantaba y cruzaba con premura.
Tocó el turno a los mulos que cargaban el par-
que de la tropa, Camilo, desde el pequeño monumento
convertido en estado mayor, comprobaba la eficacia del
cruce, atento a todo cuanto se movía en los alrededores.
Tal vez por eso notó los destellos de luces que amena-
zaban iluminar la carretera tras desembocar en la curva
cercana. El combatiente que conducía uno de los anima-
les agitó a la bestia para sacarla prontamente del camino
y fue cuando el recién herrado animal resbaló para caer
justo al centro, dispersando en su caída la carga de balas
y pertrechos.
Todo fue instantáneo, en la oscuridad, ante la
sorpresa del rebelde, su jefe recogía los bultos y los lan-
zaba hacia la cuneta con precisión de patotero; después,
entre ambos halaron al animal.
Apenas reposaban del esfuerzo, un haz de luz
barrió la desierta carretera y minutos más tarde cruza-
ban ante ellos, silenciosas, tres tanquetas enemigas.

Narrado por
Orestes Guerra

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Camilo Cienfuegos

De la memoria popular

Al establecer su comandancia en los montes de La


Caridad, en Las Villas, la columna de Camilo se situó en
el centro de las operaciones para batir a los casquitos en
la zona norte de esa antigua provincia.
Estando allí, el ejército avanzó en busca de unos
escopeteros que hacían campamento en el lugar, sin
saber que allí estaba acampada la Columna No. 2. Un
campesino de la zona dio la voz de alarma, y mientras
Camilo ordenaba las posiciones, los soldados penetra-
ban en el monte.
Unas piedras sirvieron de trinchera y se abrió
fuego. Durante el combate, se oyó decir a un casquito
que habían herido al Capitán, y Sergio del Valle quiso
ir a buscarlo, cosa que Camilo impidió por estar muy
crecido el tiroteo.
La fuerza rebelde, apenas podía contarse con los
dedos de ambas manos, mientras que los casquitos eran
una compañía y amenazaban con ocupar las posiciones
defendidas. Sin embargo, olvidando la desproporción
numérica, Camilo, en pie, gritaba a todo pulmón:
¡Soldados de la tiranía! ¡Ríndanse, que les respe-
taremos la vida!
Los soldados optaron por retirarse acobardados.

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Guillermo Cabrera Álvarez

Su voz sobre el intenso fuego

La idea de crear el Dragón I se materializó en el central


Narcisa. Se trataba de un tractor recubierto de planchas
de acero al cual dieron también en llamar Monstruo de
la Noche. Camilo agregó: Fuerza Rebelde de Tanques.
Su tripulación estaba compuesta, por Horacio González,
Ernesto Guevara, Tétiro, y Miguel Sotolongo.
Se pretendía acercarse a cubierto hasta los muros
del cuartel y a corta distancia accionar una especie de
lanzallamas casero.
Aquello no funcionó, y el fuego cerrado proce-
dente del cuartel amenazaba la vida de los combatientes
sobre todo luego del certero disparo del bazuquero que
logró penetrar el blindaje y estropear seriamente el motor.
Horacio ha recordado que en medio del fuego ensor-
decedor y mientras buscaban un modo de alejarse de
los muros hacia las lejanas posiciones rebeldes, Tétiro
maniobraba febrilmente el tanque mientras los demás
disparaban sin cesar y fue en ese momento que escu-
charon voces conocidas próximas al tanque. Afuera era
un infierno de balas y alguien había llegado hasta ellos y
ahora se escudaba tras el propio Dragón I.
—¿Qué les pasó? ¿Hay heridos? ¿Cómo están? —esas
preguntas sólo podían proceder del propio Camilo quien,
junto a Sergio del Valle, había cruzado la distancia hasta ellos.

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Camilo Cienfuegos
Ante la confirmación de que no había peligro, el
jefe volvió a las posiciones rebeldes mientras ellos, len-
tamente, hacían retroceder el tanque.

Narrado por
Horacio González Polanco

Dentro del cuartel

La primera victoria rebelde fue La Plata. Allí, en medio


de la balacera, Camilo se adelantó temerariamente hasta
el cuartel, arrancó parte de la cerca de madera que lo
rodeaba y penetró fusil en mano.
El tiroteo continuó aún por un tiempo hasta que
los soldados, convencidos de que no saldrían con vida,
decidieron rendirse.
Ya Camilo estaba dentro del cuartel en aquel mo-
mento de la rendición, en un rasgo de valor inusitado.

Narrado por
Reinaldo Benítez

A boca de jarro

Junto a Camilo participé en una emboscada que tendi-


mos entre Agua Revés y Loma Azul. Los soldados venían
subiendo y Che ordenó tender la emboscada. Recuerdo
que Camilo le pidió que le dejara disparar primero y así

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Guillermo Cabrera Álvarez
fue. Los soldados venían avanzando y Camilo no dispa-
raba...
La tensión era mucha y el dedo tenía ganas de
halar el disparador, pero Camilo esperó a que el guar-
dia estuviera casi encima de él, entonces disparó a boca
de jarro, como quien dice y antes que cayera muerto
el guardia, él adelantó la mano y le quitó la Thompson
mientras el hombre aquél caía, tan cerquita estaba.

Narrado por
Silveade Cabrera Alba

Silenciosamente

Camilo era de un valor temerario. En una ocasión los


guardias estaban acampados próximos a nuestras po-
siciones y era imposible moverse sin llamar la atención.
La cuestión más grave era la falta de comida, Camilo y
Julito Díaz, de la vanguardia de la pequeña tropa, se dis-
ponían a regresar después de una exploración a las zo-
nas ocupadas por el enemigo.
Camilo sugirió a Julito meterse en el campamento
batistiano, y así lo hicieron. Recogieron azúcar, oyeron
sus conversaciones y después se desplazaron silencio-
samente hasta el grupo rebelde.

Narrado por
Reinaldo Benítez

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Camilo Cienfuegos

Por poco se ahoga

Camilo era muy buen nadador. No voy a decir que tam-


bién se destacaba jugando a la pelota, porque eso ya se
sabe. Pero nadaba bien. A lo mejor por el susto que pasó
cuando era chiquito y estando en el río Almendares le
advertí que no se metiera en el agua hasta que no le avi-
sara —¡figúrese, no sabía nadar!—; pues me vigiló y se
tiró en lo hondo. Por poco se ahoga.

Narrado por
Ramón Cienfuegos

La detención del traidor

Nosotros llegamos al regimiento en horas tempranas de


la mañana. Había muchos oficiales en las calles interio-
res del recinto militar, debido a que por la madrugada
Hubert Matos había sostenido varias reuniones con el es-
tado mayor del regimiento, Camilo preguntó por el jefe
de la unidad y se dirigió directamente hacia donde éste se
encontraba. Estaba en su cuarto, hacía poco que se había
acostado. Tenía el uniforme puesto, Camilo le dijo:
—Hubert, yo, como jefe del Ejército Rebelde, asu-
mo el mando de la provincia, estás preso.
El traidor no dijo nada de inmediato, pero cuando
fuimos a la oficina y vio que estaban allí sus oficiales,
adoptó un papel de víctima y se puso a llorar, era una
chorrera de lágrimas.

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Guillermo Cabrera Álvarez
Uno de los hombres suyos, un tal Álamo (que des-
pués se convirtió en Agente de la CIA), intentó desenfun-
dar su pistola para tirarle a Camilo o intimidarlo, pero yo
lo estaba observando y le di un culatazo en el pecho que
lo dejó fuera de acción, Camilo me dijo:
—No vayas a tirarle, desarma a ese m...
Así lo hice. Algunos de aquellos oficiales mani-
festaron sus ideas y opiniones y se originó una discu-
sión en torno al comunismo y al anticomunismo. El Jefe
Guerrillero, que sabía que en el grupo se encontraban
compañeros valiosos, pero que se habían dejado con-
fundir, explicó el alcance y el carácter de la revolución y
les dijo que si para hacer una verdadera revolución había
que ser comunistas, pues entonces él sería comunista.

Narrado por
Manolo Espinoza Díaz

El uniforme de la revolución

Corre el mes de junio de 1959. En el cementerio de


Sagua la Grande tiene lugar un acto de recordación de
los mártires sagüeros. En ese íntimo diálogo que sabe
sostener con las masas, en mitad del discurso escucha
a una mujer que le informa que quedan esbirros en el
pueblo. Inmediatamente reacciona.
—Hay una señora aquí que nos habla de que que-
dan esbirros en el cuartel.

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Camilo Cienfuegos
—Sí, Comandante, quedan ocho y uno en la jefa-
tura, y es verdad que quedan —responde la mujer se-
guida con gritos de apoyo de la población.
Camilo continúa:
—Esta misma tarde vamos a ir al cuartel y vamos
a ver cuáles son los esbirros que visten el uniforme ver-
de olivo de la revolución.

De un discurso
en Sagua la Grande

Él se quedó

Desde niño yo le decía: no corras jamás. Cuando veas un


problema no corras. Por eso lo cogieron el día en que ju-
gaba a la pelota y rompieron el cristal de un camión de la
florería Tosca. Todos los niños huyeron, pero él se que-
dó. A él fue a quien cogió el dueño del vehículo y lo llevó
a casa. Yo pagué por el cristal roto. Poco después supe
que el dueño de la florería era un pariente de Emilia. Por
eso le decía a Camilo:
“Mira, no se te olvide que tú eres socio de la flo-
rería Tosca, porque por lo menos, pagaste un cristal que
no rompiste.”

Narrado por
Ramón Cienfuegos

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Guillermo Cabrera Álvarez

Academia vs coraje

El regimiento de Matanzas estaba bajo las órdenes de ofi-


ciales designados por el coronel Barquín. Camilo había to-
mado la decisión de nombrar jefe militar de esa provincia
al oficial rebelde William Gálvez y sobre este particular
discutía con los improvisados jefes de la plaza.
—¿Cómo hombres que no han sido militares de
academia van a dirigir a estos oficiales? —preguntó el
representante de Barquín.
Camilo, sin inmutarse, respondió: —Todos uste-
des, siendo militares de academia y bien armados per-
dieron la guerra contra hombres que no lo eran, pero
que hemos sabido ser más patriotas y estamos dispues-
tos a dar la vida por esta causa.
Y William quedó al frente del regimiento.

Narrado por
William Gálvez

Poco antes de partir

No recuerdo bien las palabras pronunciadas aquel día,


solo memorizo el principio donde decía: “Compañeros,
se nos ha encomendado la difícil pero honrosa labor de
llevar la guerra a occidente. Recordemos todos que esta
columna llevará el nombre de Antonio Maceo, y que esta

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Camilo Cienfuegos
tarea ya fue realizada por el Titán de Bronce. Así es que
nuestra obligación es cumplir con este deber. Podremos
caer muchos en el camino, lo que sí no podemos es dejar
de cumplir nuestra misión. Y si uno solo queda con vida,
la cumplirá por todos nosotros”.

Narrado por
Antonio Sánchez Díaz, Pinares

El caso de Juan sin Miedo

¿Todavía no le han contado el caso de Juan sin Miedo?


Ése operaba por la zona de Mabay como enlace rebelde
para orientar a quienes bajaban al llano. Yo le informé a
Camilo que lo había visto en Bayamo dentro de una má-
quina con los esbirros de Morejón y él me envió a ver a
Hernán Pérez Concepción, Héctor, para que investigara
la vida de Juan.
En Bayamo no teníamos muchos problemas. Nos
escondíamos en la casa de Rolando Garcés, que era un
especie de puente. Cuando supimos todo lo que era ne-
cesario saber, me encaminé a los montes de Fello, cam-
pamento de Camilo, y le informé todos los detalles que
pidió. En síntesis le dije que se trataba de un colabora-
dor de Morejón, el esbirro de Bayamo.
El chivato Juan sin Miedo se presentó ese mismo
día en el campamento acompañado de dos muchachas.
Le llevó tabacos a Camilo, dulces, medallitas. Llegó muy
temprano y como a las cinco de la tarde se empezó a

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Guillermo Cabrera Álvarez
despedir. Camilo lo había dejado hacer todo lo que él
quisiera.
Cuando se iba, sonó a sus espaldas la voz del ca-
pitán Cienfuegos.
—Juan sin Miedo, estás preso, ¡Orestes, Osvaldo,
arréstenlo!
En el juicio se probó todo y Juan sin Miedo con-
fesó. La condena fue fusilamiento.
Juan habló para que intercedieran con Camilo,
quería que le dieran una oportunidad. Un compañero
se dirigió al Capitán que iba en ese momento a visitar
familias campesinas en su labor de proselitismo y cap-
tación y le explicó la petición del condenado. Se detuvo
con el semblante nublado.
—Mira, negrito, ese hombre estaba con Morejón y
vino al campamento para ver la posición que tenemos,
los hombres y las armas con que contamos. Además, en
el juicio ha reconocido toda su culpabilidad. Dile que se
resigne a morir.
Juan se echó a llorar cuando supo las palabras del
jefe, y murió no precisamente como su apodo indicaba.

Narrado por
Antonio, Ñico, Cervantes

De la memoria popular

Las que habría que inventar para ganarse el pan. Por


gestión del padre consiguió empleo como mojador de

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Camilo Cienfuegos
telas, mozo de limpieza y mensajero en El Arte. Hizo
correr la voz entre sus amigos para cuando necesitaran
alguna ropa preguntaran por él en la tienda.
Frecuentemente los clientes solicitaban ser aten-
didos por el empleado Cienfuegos y lo mandaban a bus-
car donde estuviese.
Era curioso ver la facilidad que tenía para anudar
la corbata en la mano izquierda y mostrar cómo luciría
en el cuello del marchante.
Una vez, mientras convencía al cliente sobre las
ventajas de la prenda, y para acortar la distancia en-
tre su interlocutor y él, se inclinó demasiado sobre el
mostrador y el dueño le silbó discretamente para llamar
la atención. Impasible continuó su trabajo hasta que el
hombre, molesto, le dijo:
Camilo. ¿No oye que le estoy hablando?
Sin inmutarse, respondió:
Usted me conoce y sabe mi nombre. No soy psss,
sino Camilo, y esas no son formas de llamar a nadie.
Ese comentario hizo historia en la tienda, donde
siempre había que rebajarse ante los dueños, y él dio su
pequeña lección de dignidad.

Saludan a la revolución

El acto de esa tarde, día 26 de octubre, a las cuatro, se


celebraría en la avenida de las Misiones, frente a la te-
rraza norte del antiguo Palacio Presidencial.

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Guillermo Cabrera Álvarez
Partimos de su despacho, cerca de la hora seña-
lada para comenzar la concentración. En las calles que
conducían desde el antiguo Campamento Militar de
Columbia hasta el hoy Museo de la Revolución había un
mar humano. Todos se dirigían a concentrarse al lla-
mado de Fidel para dar un grito más de independencia
o muerte. Al paso de Camilo las gargantas gritaban su
nombre con inmenso fervor y cariño; los brazos se agi-
taban para saludarlo, y él correspondía con su sonrisa,
agitando también sus brazos. A los 15 ó 20 minutos de
repetirse incesantemente esta escena, se volvió y me
dijo:
—Qué equivocados están los fatuos que se creen
que los aplausos y los saludos del pueblo son para ellos.
Yo contesto a los saludos con igual cariño, porque sé
que no me saludan a mí, sino a la revolución.

Narrado por
Jorge Enrique Mendoza

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Guillermo Cabrera Álvarez

La Habana (1943-2007). Empezó su vida periodística como


redactor en la revista Mella. Trabajó en Juventud rebelde
(1965-1977). Director de la revista Somos jóvenes durante una
década. Subdirector de Granma (1987-1995).

Miembro de la Presidencia de la Unión de Periodistas de Cuba


(1987-1993). Ganador de varios premios periodísticos nacio-
nales. Obtuvo en 1972 el Gran Premio de la Organización
Internacional de Periodismo por entrevista que efectuó a un
ranger del ejército norteamericano destacado en Viet Nam, pu-
blicada en varios capítulos en Juventud rebelde. Director del
Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”, a partir de
1995. Autor de una sección muy popular en Granma: “Abrien-
do cartas”, de atención a los lectores y de opinión. Director de
la revista La calle (órgano de los CDR). Premio Anual Juan
Gualberto Gómez 1999.

Descarga todas nuestras publicaciones en:


www.brigadaparaleerenlibertad.com

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Este libro se imprimió en la Ciudad de México
en el mes de mayo de 2013.

El tiraje fue de 3,000 ejemplares para su distribución gratuita


y es cortesía de la Rosa Luxemburg Stiftung
y Para Leer en Libertad AC.

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