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AUTORIDAD, ACCION Y AUTONOMIA

MARIA ALEU Y ESTANISLAO ANTELO

Se dice que hoy, todo está permitido y eso parece ser una autentica tragedia. Todo parece estar perdido,
hacen falta retornos, el retorno de la autoridad, de los valores, manos duras, límites y leyes, volver a la vieja
disciplina, restaurando la así asimetría que separa maestros de alumnos. Y por último, presencias: de los
padres, de las autoridades, de alguien que venga a poner un poco de orden.

Es falso afirmar que no hay reglas, limites y autoridades, la autoridad supone la posibilidad de una oposición y
la renuncia consciente y voluntaria a la realización de esa posibilidad, ​si no existe la posibilidad de reaccionar
no hay autoridad. ​La autoridad es una relación social y en esa relación una de las partes suspende la acción.
No hay autoridad cuando de por medio se encuentra la fuerza bruta, para tener autoridad no es necesario
hacer nada.

La autonomía parece ser el hechizo de la modernidad. Era la promesa que llegaría en principio con el simple
paso del tiempo, con volverse adultos, y en la que la escuela desempeño un lugar fundamental. Una promesa
asentada en el extraño supuesto de que el sometimiento consentido de los alumnos a valores y reglas los
convertiría en hombres libres.

Hoy hablamos de una autoridad que no manda, se trata de múltiples autoridades que no logran conservar su
lugar por mucho tiempo, con varios referentes, por lo que parece reinar son autoridades autónomas, que no
pretenden cuidar de nadie. Las autoridades que no dan órdenes sino que ejercen influencias, que coordinan,
gestionan y practican una política impersonal, que demuestran hasta qué punto están en dominio de si
mismos mediante la indiferencia hacia los otros. Sujetos autónomos, librados a su propia ley, escuelas que
promueven la autonomía, que exhortan a los alumnos a la independencia, pero al mismo tiempo insisten en
trabajar sobre la comprensión, la importancia del vínculo y el respeto por la diversidad.

CONTRA EL DESAMPARO

PERLA ZELMANOVICH

En la Argentina más del 50% de los chicos vive bajo la línea de pobreza. Si el desamparo es la falta de
recursos para subsistir, a la falta de comida, de techo, de salud, de seguridad, se suman la fragilidad y la
inconsistencia de los discursos que sostiene el vínculo social.
Pero la posibilidad de dar sentido a lo que se ubica en los confines de la racionalidad, se hace factible si
hay otro que mantiene algún grado de integridad para situar en una trama significativa lo que irrumpe en la
realidad. Incluso en las condiciones más penosas, el recurso de dar sentido posee una fuerza vital
extraordinaria al ejercer con eficacia una función de velamiento, no en el sentido de la mentira, sino en el
sentido de una distancia necesario con los hechos, que permite aproximarse a los mismos sin sentirse
arrasados por ellos.
Se pretende incursionar en una zona que contribuya con evitar que los adultos en las escuelas
incrementemos el desamparo que padecen los más jóvenes fuera de ellas, y el que deviene de su propia
condición de niños y adolescentes.

Niños que crecen al amparo de los adultos:


Hay una huella que hace de la relación con los adultos una relación asimétrica necesaria y facilitadora del
crecimiento, de la que necesitan servirse los pequeños, sea cual fuere su condición. Necesidad de otro que
tiene una función constituyente para el sujeto, en tanto no se erija omnipotente. Se trata de reactualizar esa
diferencia en su faz de amparo y de protección.
Las transformaciones que desde hace algunas décadas se vienen produciendo en las relaciones entre
generación han abierto el debate del fin de la infancia: violencia por parte de los chicos y actitudes no aptas
para su edad. Estos fenómenos son leídos como procesos de alteración de las fronteras entre niños y adultos.
Hablar de alteración y NO de borramiento. Poner siempre por delante la vulnerabilidad del niño. Debemos
funcionar como mediadores de la realidad.
Esto nos lleva a pensar que lo que se juega hoy entre un educador y un alumno, para que se logre una
transmisión, es el ofrecimiento de esas referencias, de esos significados que le permitan construir su
diferencia, que es su propia palabra.

Jóvenes que ensayan al amparo de los adultos:


La actualidad de la violencia compromete de manera particular a los adolescentes, a los jóvenes.
Desprotegidos de propósitos y expuestos a la deriva de una violencia de la que se apropian, extraviada en el
sinsentido. Debemos habilitar la búsqueda de un proyecto posible, rehabilitando la dimensión del por-venir.
Leer los personajes que hacen y aceptar que hay un sujeto que esta constituyéndose, personaje que, cuando
se presenta como una suerte de Frankenstein, no debe hacernos olvidar que tiene un creador, que siempre es
la sociedad de los adultos.
No abandonar la asimetría en la escuela, en el caso de los jóvenes, implica entender que estamos cada vez
más frente a un sujeto que anticipadamente pone en acto su estructura, es decir, su personaje en una escena
real. Se trata de no ponerlo ene videncia y de “entrar en su juego”. Es una manera de mantener la asimetría
para protegerlo, reconociéndolo vulnerable.
Resulta necesario darnos la oportunidad, en la escuela, de señalarle al adolescente que aún no eligió su
destino. Pensar en una escuela que le de oportunidades para ensayar, con adultos que puedan acompañar ese
proceso, que hagan diferencia con lo que acontece afuera de ella. Abrirle las puertas a la cultura.
Adultos al amparo de una apuesta:
¿Cómo lograr no transferir la propia vulnerabilidad al niño o al joven? Tal vez se trate de sostener la apuesta
de que tenemos algo para dar y de ese modo mantener nuestro lugar de mediadores con la sociedad y con la
cultura.
Para ser fiables, tenemos que sentirnos necesitados. Tiene que haber otro en situación de carencia. El sistema
irradia indiferencia en tanto no hay razón para ser necesitado.
No se trata de asumir toda la responsabilidad social, se trata de encontrarnos los adultos en una misma
apuesta, la de encarnar para nuestros alumnos a otro disponible, que pueda ejercer funciones subjetivantes.
Una apuesta a construir una asimetría siempre necesaria, aunque difícil​.

¿ADULTO? NO, GRACIAS.


MARIANO NARODOWSKI
Hasta no hace mucho tiempo los adolescentes eran adolescentes porque todavía no podían tomar decisiones
por sí mismos, y cuando las tomaban, se las criticaba por su inmadurez o su incapacidad. El mundo adulto
subestimaba al adolescente por utilizar un léxico, usar una vestimenta o escuchar una música apenas
aceptable para la edad, transitoria, burda, mejorable. Era una etapa de la vida pasajera, que por fortuna
desaparecía con el mero paso del tiempo. Hoy, esta ecuación parece haberse invertido, son los adultos los que
intentan parecerse a los adolescentes. Los adultos tratan de parecer “copados”: hablan como adolescentes, se
mimetizan en su onda.
Ya no quedan sino unas pocas fronteras sociales entre adultos y adolescentes: a todos se nos ha dado ver lo
mismo, saber lo mismo, escuchar lo mismo, participar casi de lo mismo.
No es que la adolescencia actual dure más que la de antes, lo que ocurre es que ya no hay distinción entre
adolescencia y adultez en un mundo en el que a pocos se les ocurre invocar su propia experiencia o su
sabiduría de la vida como un valor positivo.
En este mundo en el que ya nadie ostenta con orgullo las canas y las arrugas, ya no es considerado un insulto
el ser joven, mas todavía, ser adulto hoy significa asumir responsabilidades casi con tristeza.

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