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EL RENACIMIENTO QUECHUA

DEL SIGLO XVlII(1)

Bruce MClnnlaeim
Universidad de Michigan

La apropiación del quechua por la clase terrateniente provin-


ciana en los siglos XVII y XVIII como vehículo literario ilustra
claramente la ambivalencia social y política de la lengua como símbolo
nacional. Hacia fines del siglo XVII se había desarrollado una clase
criolla terrateniente que, aunque surgida del comercio colonial, de los
títulos espdoles y de la acumulación de la propiedad de la tierra
indígena y la explotación de la mano de obra indígena (cf. Hopkins
1983), se sentía profundamente andina. Esta clase intentó establecer
su legitimidad política reclamando un pasado incaico (IOuber 1946:
350; Colin 1966: 138 sigs.). Aquí podemos citar el caso de los marque-
ses de Valle Umbroso en el siglo XVIII, quienes cuestionaron la
autoridad de los administradores coloniales (en un caso hasta el punto
de sublevarse contra el corregidor), proclamaron ser descendientes de

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los incas, se vistieron a la usanza incaica y usaron la lengua quechua.


Para dirigirse a ellos se debía utilizar la fórmula quechuaApu, que es
equivalente al título de "Señor" (Colin 1966: 143 sigs.; Denegrí 1980:
XLIX; Tamayo 1980: 88-93). Cuando los terratenientes criollos se
identificaron con el pasado incaico, sus propósitos eran: legitimizar su
posesión de haciendas y riquezas; reclamar la autonomía regional
frente al aparato administrativo colonial; y desposeer a los campesi-
nos quechuahablantes de los logros culturales y políticos de los Incas.
En gran parte, las imágenes modernas de los "antiguos imperios
americanos" son productos de la imaginación criolla del siglo XVIII
(Pagden 1987a, 1990).

El razonamiento funcionalista nos dice que el uso y la promo-


ción de las formas culturales y la lengua indígenas por parte de los
explotadores de la mano de obra indígena permitieron un control más
riguroso de parte de las condiciones de mediación entre los campesi-
nos, pastores y tejedores indígenas y la macroeconomía colonial, al
mismo tiempo que tal uso y promoción sirvieron para legitimizar el
despótico control político y económico en el interior del país. Por cierto,
este fue un factor para el nacimiento del "indigenismo" entre los
terratenientes rurales andinos durante la primera mitad del presente
siglo (Favre 1967; 130; Poole, por aparecer). Sin embargo, la mera
existencia de una clase aristocrática criolla fue una amenaza para la
política burocrática y centralizadora de la metrópoli de aquella época.
La apropiación del simbolismo autóctono de poder, incluyendo la
lengua, proporcionó en forma estratégica, desde el punto de vista del
sistema colonial, legitimidad social y política a los criollos aristócra-
tas. En este contexto cuando actuaron como auspiciadores de las artes
a imitación de los mecanismos de prestigio peninsular, lo hicieron con
el fin de ser los auspiciadores de la literatura y del arte andinos.

El Cuzco de fines del siglo XVII vio la extensión anacrónica del


Culteranismo, movimiento I!stilístico en el cual los incas tuvieron un
papel cultural paralelo al de las civilizaciones europeas clásicas para
los seguidores de este movimiento en la península. Juan Espinoza
Medrano (1632-1688), autor cuzqueño importante en la época escribió
una defensa de Luis de Góngora, considerado entonces obsoleto en el
escenario de la poesía espafi.ola (Jammes 1966). El mismo Espinoza,
rector de la catedral del Cuzco, escribió sermones y versos en quechua,
castellano y latín incluyendo varios autos sacramentales en verso de
métrica silábica en los cuales los textos, con la excepción de las
acotaciones, fueron escritos en su totalidad en lengua quechua (Yépez
1946: 26-7; Rivet y Créqui-Montfort 1951: 128-9).

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Un número de obras de teatro, con parlamentos que datan de


fines del siglo XVII circularon en samizdat entre la élite cuzqueña.
Este período del quechua denominado "la edad oscura del quechua
literario" (Rowe 1950: 45) resulta haber sido más bien casi una "Edad
de Oro" (véase Cerrón-Palomino 1987:89). La misma forma de los
autos sacramentales de Espinoza Medrano caracterizada por la versi-
ficación a sílabas contadas del texto quechua como en la época del Siglo
de Oro peninsular, la carencia de traducciones y las ocasionales aco-
taciones en español, aparece en los últimos poemas dramáticos, tanto
en las obras seculares como en las obras religiosas. Si tomamos en
cuenta las innovaciones fonológicas que se hacen evidentes en los
famosos trabajos anónimos, Usca Pauc~, Ollanta (en los manuscri-
tos de Sahuaraura y Justiniani) y en El pobre más rico por Gabriel
Centeno, podemos darnos cuenta que estos textos se remontan a este
período.
Todos ellos muestran innovaciones fonológicas que indicarían
ser posteriores a la gramática manuscrita de Juan de Aguilar de 1691
(v. Cerrón-Palomino 1987: 177). Entre los cuatro textos, el auto sacra-
mental de Centeno es el más antiguo. El cambio de eh a sh y s ,por
ejemplo, en las raíces ushpa 'ceniza', askha 'muchos' yen el sufijo -chis
'persona inclusiva', se encontraba en proceso de cambio en el Arte de
Aguilar. En las obras teatrales, empero, el cambio ya se ha dado, con
la excepción de un nivelamiento morfológico en el trabajo de Centeno.
El debilitamiento y la uvularización de las labiales, porejemplo, en los
sufijos -pti > -qti 'cláusula subordinada' y -p a -q 'posesivo (pos-
vocálico)', no se encuentran ni en el arte de Aguilar, ni en el trabajo de
Centeno, pero sí en los códices Sahuarauras de Usca Paucar y Ollan-
ta, más avanzados en el segundo que en el primero. Evidentemente,
los dos códices Sahuarauras representan distintas etapas históricas
del Quechua cuzqueño. El cambio de w a y, por ejemplo en -wsi > -ysi
'ayudar a' y p'unehaw > p'unehay 'día', que no se evidencia en el ma-
nuscrito Sahuaraura de Usea Pauear, ocurre en sufijos en el manus-
crito Sahuaraura de Ollanta; en posición final de las raíces léxicas, el
cambio se muestra variable. A veces aparece y a veces no. El cambio
ya se ha completado en el manuscrito Justiniani de Ollanta, que fue
fechado en la década de 1770 o la de 1780. Por la lógica interna de los
cambios tenemos la cronología siguiente: (2)
a. 1691 Aguilar
b. slf Centeno, El pobre mds rico
c. slf Usea Pauear, manuscrito Sahuaraura
d. slf Ollanta, manuscrito Sahuaraura
e. 1770-90 Ollanta, manuscrito Justiniani

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MANNHEIM

La idealización de los Incas en el arte visual y verbal de los


siglos XVII y XVIII era un aspecto clave del renacimiento (Rowe 1954).
Las élites terratenientes se apropiaron de la memoria de los Incas
como una fuente de legitimación, a la vez que la reinventaba en
semejanza propia. Establecieron continuidad con los Incas, pero
dislocándolos del pasado indígena al pasado propio. Sin embargo, la
"memoria" de los Incas, nuevamente inventada, tuvo un papel crítico
en los trastornos sociales del siglo XVIII, como herramienta de la
resistencia de la élíte criolla a la autoridad del virreinato español.
El trasfondo histórico del renacimiento literario quechua estu-
vo caracterizado por grandes disturbios sociales. A partir de 1730
ocurrieron no menos de treinta y siete sublevaciones indígenas locales
en los departamentos en los que hasta hoy en día se habla el quechua
surperuano (Colín 1966: 171-83; Q'Phelan 1976, 1985), sublevaciones
que culminaron con la rebelión masiva de José Gabriel Thupa Amaru,
Tomasa Titu Condemayta y Micaela Bastidas. La apertura inglesa de
Buenos Aires, que permitió la obtención de la tela inglesa a bEYoS
precios, significó el colapso de los obrajes, las primitivas fábricas de
telas en el valle Vilcanota del Cuzco, puesto que no estaban en
condiciones de competir con éxito con la tela europea.
La consiguiente crisis económica dejó sin tierra y a la deriva a
un gran número de trabajadores. Esta crisis acrecentó el descontento
que finalmente condujo a la gran rebelión de 1780.(3) Se cuenta que
Antonio Valdés, el sacerdote de Tinta, puso Ollanta en escena ante los
líderes de la rebelión, aunque la versión es probablemente apócrifa. A
pesar de no haber podido descubrir ni la fuente ni la veracidad de esta
versión, es necesario señalar que Valdés está estrechamente relacio-
nado con dos de los códices de Ollanta: el de Justiniani y el de
Sahuaraura. Las versiones tradicionales de la sublevación, como la de
Lewin (1943), utilizan fuentes secundarias para sustentar la hipótesis
de la escenificación de Ollanta ante el prócer.
.Lo más probable es que las fuentes de esta historia sean un
artículo sobre la existencia de Ollanta por el sobrino de Valdés,
Narciso Cuentas (Palacios 1837),y las descripciones que nos da Mark-
ham de su descubrimiento del manuscrito de Justiniani. En una de
sus descripciones Markham da testimonio a Pablo Justiniani de haber
visto la presentación de la obra en Tinta (Markham 1856: 172; Cf.
Markham 1912:90). Sin embargo, habría serias dudas acerca de la
veracidad del relato. Los manuscritos de Sahuaraura y Justiniani
muestran un cambio de sh > s en los radicales (Mannheim 1990:161).
Este cambio se limitó al área dialectal del norte del Cuzco al oeste del

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río Vilcanota. Como consecuencia, la asociación de Ollanta con el


pueblo de Tinta, al sudoeste del Cuzco, no está sustentada por las
características fonológicas de los manuscritos. Aunque Valdés no
estuvo entre los sacerdotes sometidos ajuicio por apoyar la rebelión (se
sabe que falleció de causas naturales en 1816), simpatizaba con los
rebeldes, y actuó de mensajero entre el Obispo de Cuzco y el primo de
Thupa Amaru, Diego Cristóbal Thupa Amaru (Villanueva 1983: 301-
323, esp. 315). .
Lo que sí está fuera de duda alguna es que el gobierno colonial
asoció el desarrollo del drama en quechua y de otros géneros literarios
con el nacionalismo político y el movimiento revolucionario. Después
del fracaso de la rebelión en 1781, el teatro quechua y cualquier otra
expresión literaria fueron explícitamente prohibidos (Areche 1781;
Rowe 1954: 30-31, Hopkins 1982: 7-9; Cerrón-Palomino 1983: 111).

NOTAS
(1) Este artículo corresponde a las páginas 71-74 dellibroThe language of
the Incas since tbe European invasion (Austin: Imprenta de la
Universidad de Texas, 1991), con la ampliación de algunos puntos técni-
cos. Una versi6n anterior se publicó como parte de "La Memoria y el
Olvido en la Política Lingüística Colonial", en Luis, t. 13. Isabel
Bustamante hizo la traducción castellana, que fue revisada y ampliada
por el autor. Agradezco a Lydia Fossa Falco la lectura de una versión
anterior. También agradezco a la Imprenta de la Universidad de Texas
y a la revista Lexis los permisos correspondientes.

(2) Para una elaboración detallada del asunto véase Mannheim (1990). Estas
fechas son aproximadas puesto que (1) el primero o el último de los
manuscritos puede ser copia de un texto escrito en una fecha relativamen-
te más temprana; (2) la secuencia diacrónica linear asumida a través del
método en parte anula la variaci6n estilística. De hecho, en un artículo
publicado en 1954 (nota 18) Rowe ya notaba que Ollanto manifiesta
cambios fonéticos y esto permite decir que este manuscrito es posterior al
siglo XVI..
(3) Nos llevaría fuera del tema extendemos aquí en el debate sobre las causas
y consecuencias de la sublevaci6n de 1780, que asume gran importancia
en la historiografía nacional reciente. Además de los trabajos ya men-
cionados de O'Phelan Godoy, destacan los trab~os de Burga Díaz, Flores-
Galindo, Golte, MiSmer, Stavig, Szeminski y Trelles.

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