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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN CIVIL

Bogotá D.C. quince (15) de enero de dos mil ocho (2008).

Magistrado Ponente EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

Ref.: Exp. No. 11001-3103-037-2000-67300-01

Se decide el recurso de casación interpuesto por la demandante contra la


sentencia de 12 de julio de 2006, proferida por la Sala Civil del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Bogotá, epilogo del proceso ordinario
promovido por María Ruth Peña González, trámite que tuvo por demandados a
la sociedad Opticentro Internacional Ltda., Martha Luz Duarte Díaz, Luis Carlos
Iván García Monzón, Carlos Andrés, Felipe, Claudía Patricia García Isaacs y
Gloria Jiménez de García.

ANTECEDENTES

1. La demandante solicitó que los demandados fueran declarados civilmente


responsables y por tanto, condenados a pagar los perjuicios derivados de la
mala práctica quirúrgica que realizó la médica Martha Luz Duarte Díaz.

2. Como fundamento de las pretensiones se adujeron los siguientes hechos:

2.1. El día 19 de agosto de 1998, en la clínica demandada, la médica Martha


Luz Duarte Díaz practicó a María Ruth Peña González una cirugía de cataratas
en el ojo izquierdo; el ojo derecho había sido intervenido el 5 del mismo mes y
año.
2.2. Luego del procedimiento quirúrgico hecho en el ojo izquierdo y ante los
fuertes dolores, la demandante consultó de nuevo a la médica tratante quien
prescribió alguna medicina que no consiguió mejoría de la afección, más tarde
se recomendó la práctica de una ecografia, la cual tuvo lugar "luego de un
sinnúmero de contratiempos"

2.3. El 10 de noviembre de 1998 la junta médica concluyó que la demandante


"presentaba desprendimiento de retina, compromiso de córnea e infección en
su ojo izquierdo, de tal magnitud, que se sugirió practicarle enucleación,”
posteriormente recibió implante de una prótesis o cascarilla.

2.4. La Clínica informó a la paciente que la operación había fallado "pero que
estaban dispuestos a responderle por los daños causados,” con este propósito
la médica cirujana pagó el valor de la prótesis del ojo.

2.5. La pérdida de ese órgano de la visión ha representado para María Ruth


Peña González perjuicios graves de todo tipo, por la mengua de la capacidad
de trabajo y el padecimiento moral que causa la lesión descrita.

3. La sociedad demandada planteó las excepciones que denominó


"inexistencia de la obligación, la actividad médica es de medio y no de
resultado, culpa exclusiva de la demandante y la genérica". Asimismo llamó en
garantía a la Compañía Suramericana de Seguros S.A., entidad que a su vez
planteó "la sujeción de la cobertura a los términos y condiciones de la póliza
No. 28510, e inexistencia de la obligación,” y en contra de la pretensión
indemnízatoria de la demandante, propuso las excepciones de "inexistencia de
responsabilidad de la parte demandada por ausencia de culpa, falta de amparo

inexistencia de la prueba del perjuicio y culpa exclusiva de la víctima".

Los demás demandados, Luis Carlos Iván García Monzón, Felipe García
Isaacs, Claudia Patricia García Isaacs, Carlos Andrés García Isaacs y Gloria
Jiménez de García, todos socios de la clínica, al igual que la médica cirujana
Martha Luz Duarte Díaz elevaron medios de defensa similares a los invocados
por la firma demandada.
4. La sentencia de primera instancia denegó las pretensiones de la demanda,
decisión confirmada por el ad quem mediante el fallo atacado ahora a través
del recurso de casación.

LA SENTENCIA IMPUGNADA

1. Para el Tribunal la responsabilidad médica tiene fuente en el "yerro


inexcusable "cometido en la práctica médica y que por lo mismo irroga
perjuicios a un paciente, premisa jurídica que sirvió de plataforma para la
decisión del litigio.

2. Reconoció que María Ruth Peña González llegó a la clínica demandada


porque padecía cataratas en ambos ojos, enfermedad que requería la
intervención quirúrgica, que en su momento fue programada con el
consentimiento de la demandante (fl. 69 Cdno. 1).

En el recuento de la demanda el juzgador de segunda instancia destaca cómo


después de la cirugía en el ojo izquierdo la paciente experimentó dolor,
explicado porque "en la vista le había quedado un poco de aíre" ante lo cual, la
profesional ordenó una ecografia, que "luego de un sinnúmero de
contratiempos, fue practicada en la Clínica Oftalmológico Optícentro" Añade el
Tribunal que sólo tiempo después se determinó que María Ruth Peña
"presentaba desprendimiento de retina, compromiso de la cornea e infección
en su ojo izquierdo de tal magnitud, que se sugirió practicarle enucleación”.

Luego, el ad quem se dio a la tarea de averiguar "las causas que originaron las
complicaciones post-operatorias en la paciente y que desencadenaron
fatalmente la pérdida del ojo izquierdo de la demandante” con ese propósito,
examinó los testimonios de Sandri Lorena Peña Hurtado y Marelby Galicia
Peña de cuyas versiones dijo no brindaban "certeza suficiente sobre lo
acaecido, porque hay vestigios de subjetividad,” por vía de ejemplo, resaltó que
Sandri Lorena había acompañado a la paciente a todas las citas programadas
por la Clínica, mientras Marelby informó que su prima –Sandri- llevó a la
demandante a otro sitio denominado "Fitcio” para que alli estudiaran su caso.
El juzgador reconoció la coincidencia de los testimonios aludidos en cuanto
atañe al cumplimiento en las citas y cómo María Ruth Peña sí observó las
recomendaciones posoperatorias; sin embargo, encontró que tales
declaraciones eran contradictorias con lo afirmado en la demanda en el sentido
de que la toma de la ecografia ocurrió luego de un "sinnúmero de
complicaciones", por todo lo cual, para el Tribunal, "lo narrado por aquellas
[testigos] pierde fuerza de convencimiento”.

Destacó el Tribunal los testimonios de Ana María Jiménez Caro y Britter


Armando Laverde Rodríguez, quienes en su condición de oftalmólogos tuvieron
acceso a la historia clínica de la paciente y coincidieron en afirmar que el
desprendimiento de la retina pudo producirse como consecuencia de una
"respuesta del organismo” a la operación, o por razones anteriores a la misma,
o en fin, por "un desprendimiento de la coroides inherente a alteraciones de la
presión venosa en el momento de la cirugía”.

Agregó luego que, según el testimonio de Ana María Jiménez Caro, la paciente
llegó con "pésima agudeza visual, porque presentaba unas cataratas
hipermaduras en ambos ojos lo cual impedía realizar el examen de fondo de
ojo", situación que el testigo Britter Armando Laverde Rodríguez calificó de
ceguera legal, "por tener una visión inferior a 20/200, antes de las cirugías”.

Agotado el anterior análisis concluyó que "la complicación que presentó María
Ruth Pega en la operación pudo ser resultado más de una situación previa a la
operación misma, de difícil percepción anterior a la cirugía por la opacidad que
presentaban ambos ojos, o provenir de una situación propia, posible y probable
de esas cirugías, como alteraciones en la presión venosa del ojo o aumento de
la presión intraocular”:

La sentencia hoy acusada resalta la coincidencia entre peritos y testigos, pues


la experticia concluyó que "en esta clase de operaciones, existe un 2% y 5% de
posibilidades de complicación por ruptura de la cámara posterior; entre un 19,6
y un 39,61 de desprendimiento de retina; endoftalmitis en un índice de 0,3% de
posibilidades; uveitis con posibilidad de 396 a 4% y ptisis bulbo con tan solo el
0,02 de posibilidades”, y si bien hay certeza sobre el daño que sufrió el ojo
izquierdo de María Ruth Peña, -dijo- en cambio, "la causa no es
suficientemente clara, pero pudo radicar en una situación previa de la paciente
o en la configuración de una de las posibles complicaciones médicamente
reconocida en esta clase de procedimientos".

3. Destacó el ad quem "la posible reversión que pudo tener el problema


presentado por la paciente y la conducta de ella y la médico tratante para
solucionarlo” además, enfatizó aquello del "descuido por parte de la paciente
con posterioridad a la segunda Intervención quirúrgica, que aunque no fue
pleno, si pudo ser determinante en la tardanza con la cual se estableció con
certeza el problema y se pudieron haber estudiado soluciones”.

Para llegar a tal conclusión,, aludió al testimonio de Ana María Jiménez - Caro,
oftalmóloga, quien expresó que la uveitis severa puede llevar a la pérdida de la
visión por desprendimiento de la retina “posterior a una ptisis bulbi”,
igualmente, hizo la crítica razonada del testimonio del médico Britter Armando
Laverde Rodríguez quien explicó que la finalidad de la ecografia ordenada en
casos como este “es saber el estado general de la retina y del vítreo”, y que la
demora en la toma del aludido examen era grave, “porque una alteración en la
retina varía en cuestión de horas o a lo sumo en muy pocos días”.

De otro lado, el juzgador descartó que el desembolso de dinero hecho por la


oftalmóloga Martha Luz Duarte Díaz para pagar la prótesis de la paciente, fuera
por si misma "suficiente prueba de la responsabilidad civil", porque "las demás
pruebas ya mencionadas no están atadas a tal conclusión indiciaria”, por lo
cual calificó tal conducta como ambigua, pues el puro altruismo puede ser
motor de esa conducta.

4. Sintetizó luego que la causa del daño “tuvo su origen posiblemente en las
condiciones físicas del ojo tratado (aún con anterioridad a la cirugía), o en su
reacción durante el procedimiento quirúrgico. Y presentado dicho daño, su
tratamiento resultó entorpecido y quizás frustrado por la falta de acatamiento o
tardanza de la paciente respecto de las órdenes médicas impartidas”, por lo
tanto, para el Tribunal no hubo “un error inexcusable por parte del médico
tratante durante la segunda operación”.

LA DEMANDA DE CASACIÓN

El recurrente planteó un cargo contra la sentencia de segunda instancia, con tal


propósito invocó la causal primera del articulo 368 del Código de Procedimiento
Civil.

CARGO ÚNICO
El censor denunció errores de hecho en la apreciación del material probatorio,
los que determinaron la vulneración de los artículos 1494. 1495., 16041 16131
16141 16161 y 1617 del Código Civil.

El casacionista denuncia que el Tribunal alteró el contenido de la demanda,


pues a su juicio, el libelo imputó nítidamente responsabilidad a la demandada,
especialmente en el hecho octavo que "presenta de forma contundente y clara
la referida imputación”; el ad quem, por el contrario, en el fallo supuso que la
demandante admitió su propia culpa como causa del daño. Explicó el
recurrente que tal divergencia vino de la descontextualización de los hechos,
fraguada en contravía del principio de buena fe constitucional, pues la
afirmación hecha en la demanda sobre el “sinnúmero de contratiempos
contenida en el hecho quinto” fue tergiversada por el juzgador, porque dicha
expresión “está relacionada con los contratiempos puestos por la médico
tratante, y con la negligencia y extemporaneidad den ordenarle el examen [la
ecografía], o en la desatención de realizárselo esta directamente”, pues luego
de “repetidas consultas, y de los intensos dolores, se dispone el referido
examen”, pero lo más grave es que el juzgador ignoró que “la actora ingresó
sin desprendimiento de retina y al final del procedimiento quirúrgico y con
ocasión de la segunda intervención se generó el desprendimiento de la
misma”.

En fin, proclama que la expresión "sinnúmero de complicaciones” que al


desgaire aparece en la demanda, no significa necesariamente que la paciente
haya admitido y confesado su propia negligencia, tampoco que ello implique
que hubo un comportamiento correcto de la oftalmóloga en el diagnóstico y
tratamiento de la dolencia.

El impugnante acusa que el Tribunal recortó los alcances de los testigos


“parcializándose a favor de los deponentes médicos compañeros y amigos de
la demandada, porque ignora las documentales de los folios 37, 38, 75, 81 y en
general otros, que ponen de presente que la paciente asistía a las entrevistas o
intervenciones médicas acompañada de un familiar”, como ejemplo de tal
circunstancia, llama la atención sobre los documentos que reposan en los folios
26, 27 y 28 del cuaderno 2, en los que aparece Marelby García Peña como
acompañante de la paciente y prueba que ella observó las , prescripciones
posoperatorias, todo lo cual, según el recurrente, descarta la contradicción
hallada por el Tribunal entre la demanda y lo que revelan los testimonios de
Sandri Lorena Peña Hurtado y Marelby García Peña.

El cargo recrimina al ad quem por alterar el testimonio de Marelby García Peña


que, de acuerdo con el casacionista, sólo narra una de las varias veces en que
la testigo acompañó a la paciente a la consulta posoperatoria, pero "de ninguna
manera está negando que Sandri no haya acompañado a la paciente (sic),”
luego de ello, el censor expresa a manera de pregunta retórica sobre
"¿Quiénes en circunstancias de pérdida de la visión, con mayor obligación
deben acompañar a la madre cuando está enferma?", sin responder ese
interrogante, prosigue su denuncia afirmando que el Tribunal violentó “una
elemental regla de experiencia”.

En relación con el testimonio de Ana María Jiménez Caro el recurrente se


pregunta porqué si la mencionada oftalmóloga conoció el origen de la pérdida
del ojo de la paciente, "no tomó las previsiones oportunas en orden a ser más
cuidadosa en el tratamiento posoperatorio y disponer la famosa ecoqrafía con
mucha antelación y en fecha más próxima a la cirugía,” luego, la censura
destaca que la declarante no tuvo acceso a la historia clínica de la paciente,
pues durante el interrogatorio quedó claro que ella consiguió los datos sobre el
diagnóstico por información suministrada por la "doctora Martha Luz y el doctor
Forero”. El censor también protestó por "el carácter abiertamente sospechoso y
además manifiestamente parcializado” de la testigo aludida, e insistió en que la
profesional declarante no conoció directamente la historia clínica de la
paciente.

También el casacionista desaprobó el fallo en cuanto a la apreciación del


testimonio de Britter Armando Laverde, quien afirmó en su declaración que "la
causa pudo ser un desprendimiento de retina anterior a la cirugía o un
desprendimiento de coroides inherente a alteraciones en el momento de la
cirugía,” argumentó además que "si la paciente presentaba desprendimiento de
retina anterior a la cirugía, es obvio que al momento de practicarse la
intervención quirúrgica la médica tuvo oportunidad de observar tal evento y así
debió haberlo consignado en la historia clínica”. El recurrente prosigue en la
tarea dé denunciar el error protuberante del Tribunal, a propósito de lo cual
afirma que "sí bien es cierto la paciente no gozaba de una excelente agudeza
visual, no presentaba daño tal en su visión desde el punto de vista funcional y
estético como el que ahora padece Daño derivado de la mal practicada
intervención quirúrgica a que fue sometida por parte de la Dra. Duarte Díaz en
su ojo izquierdo, y lo del negligente tratamiento posoperatorio prescrito, tal
como se encuentra respaldado por los otros medios de prueba arrimados al
proceso. Por ende, comete yerro de lacto el Tribunal cuando agrega que la
condición física como llegó la paciente constituyó causa igualmente
determinante del hecho dañoso”. El censor dedujo luego que la "pérdida del
globo ocular izquierdo de la demandante tuvo su etiología en la intervención
quirúrgica llevada a cabo por la Dra. Duarte Díaz”.

Igualmente increpa al ad quem por pretermitir el documento visible a folio 38


del cuaderno 2, las notas de enfermería que señalan cómo el procedimiento
quirúrgico se llevó a cabo "sin complicaciones", lo cual contradice las
afirmaciones de los testigos citados por los demandados.

El enjuiciamiento al fallo viene también de haber tomado del dictamen pericial


sólo algunos datos estadísticos, "dado que la

pericia lo que hace es poner de presente las consecuencias nefastas del


procedimiento de la cirujana comprobando que efectivamente el hecho dañoso
sí existió”, y no haber dado por probado "estándolo, que en ninguna parte de la
penda o de la historia clínica se determinó que la ruptura de la cámara
posterior del ojo se debió a subida de presión intraocular, como
inconsultamente lo afirmó la testigo Ana maría -Jiménez Caro. Por lo tanto,
alteró el sentenciador la valoración del dictamen pericial recortando sus
alcances"; a juicio de la censura, el recorte de la pericia y la historia clínica
ocurrió porque "en el preoperatorío no se realizaron cabalmente las pruebas
médicas y asequibles para la ciencia médica y permitidas en la literatura
médica para estimar las consecuencias y el estado real del paciente. Asimismo
que en el transoperatorío (sic) la profesional tratante incurrió en ruptura
capsular posterior generando vítreo prolapso a cámara anterior por falta de
cuidado, pericia, y diligencia de la médico demandada".

El reproche comprende “haber ignorado integralmente la historia clínica” y


recortado sus alcances, pues este documento “constituye prueba irrefutable de
la responsabilidad deprecada, por cuanto no fue elaborada claramente, y
además, falta a los requisitos de secuencialidad, integralidad, racionalidad
científica y oportunidad”; según el censor, la historia clínica deja ver “el cuidado
y puntualidad de la paciente frente a las citas médicas y la negligencia de la
parte demandada”, así como la falta de vigilancia profesional, porque luego de
la cita del 1º de septiembre de 1998 y a pesar de persistir la uveítis severa, la
médica no ordenó los exámenes de laboratorio, pues “según indica la literatura
médica, debió tomarse la medida extrema de practicarse en la paciente una
vitrectomía y el retiro del lente intraocular, tal como lo sugirió la dra. Ana María
Jiménez Caro en su declaración”.

Luego, el impugnante descalifica el fallo por haber descartado los indicios en


contra de la parte demandada. En primer lugar, dijo, “las dolencias y
deficiencias médicas en la visión de la paciente y con que ingresa la paciente
eran totalmente reversibles, y las situaciones de ceguera (sic) son todas
también reversibles”; a lo cual añade que la paciente ingresó sin
desprendimiento de la retina y en “el transoperatorio” (sic) se produjo el
percance; que la paciente recibió cirugía de cataratas en ambos ojos y perdió el
izquierdo “que [en] mejores condiciones tenía”; después, que la cronología de
los acontecimientos señala que hubo descuido, pues el galeno ni siquiera
cambió el tratamiento a la paciente. Finalmente, el pago que efectuó la
oftalmóloga encargada de la operación para conseguir la prótesis de la
paciente y unos anteojos, es un comportamiento que a juicio del censor traduce
“una forma tácita de aceptación de la responsabilidad”.

El casacionista además denunció la “total incuria en la apreciación del


interrogatorio de parte de la doctora Martha Luz Duarte Díaz”, y con ese fin
transcribió algunos apartes de dicha declaración, para deducir que “toda la
confesión que se genera frente a los hechos materia de este proceso, son
ignorados por el Tribunal, y a pesar de ésta probanza en la resolutiva no
condena a la parte demandada, a pesar de que existe plena confesión de que
la paciente al inicio de la intervención no presentaba desprendimiento d la
retina ni daño del nervio óptico, pero al final del tratamiento sí. Confiesa
igualmente la ayuda [a la demandante], lo que en realidad, constituye
aceptación de su responsabilidad”, tras lo cual concluyó que “las pruebas
recogidas aportan elementos más que suficientes para demostrar que la Dra.
Martha Luz Duarte Díaz es la causante o autora del perjuicio irrogado a la
señora María Ruth Peña González, a título de culpa grave por su negligencia
en el actuar o en la abstención de un comportamiento que se podía y debía
llevar a cabo”.

CONSIDERACIONES DE LA CORTE

1. El articulo 26 de la Constitución Política establece la posibilidad y la


necesidad de regular las profesiones, en el entendimiento de que hay bienes
especialmente valiosos para la sociedad, como la salud y la justicia, sin
perjuicio de otros de señalada importancia, cuya protección pasa por el
meridiano de exigir títulos habilitantes expedidos conforme a la normatividad, y
siguiendo rigurosos controles académicos necesarios para acreditar aquellos
saberes especializados en un área sensible del conocimiento humano.

Las profesiones tienen antecedente próximo en las corporaciones y gremios


medievales abolidos por la revolución francesa, suponen el ejercicio
permanente e institucionalizado de una actividad bajo la enseña del
compromiso personal y la defensa de intereses especialmente valiosos para la
sociedad.

El término profesión hunde sus raíces en la expresión latina professio –profesar


en el sentido de devoción- que puede ser tomada como declaración pública de
adhesión a cierto entramado de valores que constituyen el quehacer específico
del profesional. En el idioma alemán se usa la palabra "beruf' (Berufen), que es
usada como equivalente de llamar o convocar, a quien tiene vocación en
sentido casi místico y religioso1.

1
Cortina Adela, "Universalizar la aristocracia. Por una ética de las profesiones".
Actas del 2º Congreso de Bioética fundamental y clínica, Madrid, 1999, Págs. 50,
51.

2. En ese contexto, los especiales perfiles que presenta el ejercicio de la


actividad médica y la marcada trascendencia social de esa práctica, justifican
un especial tipo de responsabilidad profesional, pero sin extremismos y
radicalismos que puedan tomarse “ni interpretarse en un sentido riguroso y
estricto, pues de ser así, quedaría cohibido el facultativo en el ejercicio
profesional por el temor a las responsabilidades excesivas que se hicieran
pesar sobre él, con grave perjuicio no sólo para el mismo médico sino para el
paciente. ‘Cierta tolerancia se impone, pues dice Sabatier, sin la cual el arte
médico se haría, por decirlo así, imposible, sin que esto implique que esa
tolerancia debe ser exagerada, pues el médico no debe perder de vista la
gravedad moral de sus actos y de sus abstenciones cuando la vida y la salud
de sus clientes dependen de él”’2.

Sin embargo, no hay para la conducta de los médicos una inmunidad al


régimen general de las obligaciones, pues como ha reconocido la
jurisprudencia, "el médico se compromete con su paciente a tratarlo o
intervenirlo quirúrgicamente, a cambio de una remuneración económica, en la
mayoría de los casos, pues puede darse la gratuidad, con el fin de liberarlo, en
lo posible, de sus dolencias; para este efecto aquel debe emplear sus
conocimientos profesionales en forma ética, con el cuidado y diligencia que se
requieran, sin que, como es lógico, pueda garantizar al enfermo su curación ya
que esta no siempre depende de la acción que desarrolla el galeno, pues
pueden sobrevenir circunstancias negativas imposibles de prever"(Sent. Cas.
Civ. de 26 de noviembre de 1986).

2
Sent. Cas. Civ. de 5 de marzo de 1940.

Entonces, la declaración de responsabilidad en la actividad médica supone la


prueba de "los elementos que la estructuran, como son la culpa contractual, el
dañó y la relación de causalidad" (Sent. Cas. Civ. de 12 de julio de 1994, Exp.
No. 3656). Destacase ahora que acerca del último de los requisitos aludidos, la
Corte tiene decantado que "ese nexo de causalidad debe ser evidente, de
modo que el error del Tribunal haya sido del mismo calibre, pues en esta
materia tiene esa Corporación discrecionalidad para ponderar el poder
persuasivo que ofrecen las diversas probanzas, orientadas a esclarecer cuál
de las variadas y concomitantes causas tiene jurídicamente la idoneidad o
aptitud para producir el resultado dañoso.

"El fundamento de la exigencia del nexo causal entre la conducta y el dañó no


sólo lo da el sentido común, que requiere que la atribución de consecuencias
legales se predique de quien ha sido el autor del daño, sino el artículo 1616 del
Código Civil, cuando en punto de los perjuicios previsibles e imprevisibles al
tiempo del acto o contrato, señala que si no se puede imputar dolo al deudor,
éste responde de los primeros cuando son consecuencia inmediata y directa
de no haberse cumplido la obligación o de haberse demorado su cumplimiento`
Por lo demás es el sentido del artículo 2341 lb. el que da la pauta, junto al
anterior precepto para predicar la necesidad del nexo causal en la
responsabilidad civil, cuando en la comisión de un 'delito o culpa'-es decir, de
acto doloso o culposo- hace responsable a su autor, en la medida en' que ha
inferido' dañó a otro.

"Pero si hay consenso en la necesidad de esa relación causal, la doctrina,


acompañada en este punto de complejas disquisiciones filosóficas, no ha
atinado en ponerse de acuerdo sobre qué criterios han de seguirse para
orientar la labor del investigador -jueces, abogados, partes- de modo que con
certidumbre pueda definir en un caso determinado en el que confluyen muchas
condiciones y antecedentes, cuál o cuáles de ellas adquieren la categoría de
causa jurídica del daño. Pues no ha de negarse que de nada sirve el punto de
vista naturalistico, conocido como teoría de la equivalencia de las condiciones
defendida hace algún tiempo y hoy abandonada en esta materia-, según el cual
todos los antecedentes o condiciones (y aún las ocasiones), tienen
ontológicamente el mismo peso para la producción del resultado 3. Semejante
posición deja en las mismas al investigador, pues si decide mentalmente
suprimir uno cualquiera de los antecedentes, con seguridad llegará a la
conclusión de que el resultado no se hubiera dado, a más de la necesaria
arbitrariedad en la elección de la condición a suprimir, dado que no ofrece la
teoría criterios concretos de escogencia.

"De las anteriores observaciones surgió la necesidad de adoptar otros criterios


más individualizadores de modo que se pudiera predicar cuál de todos los
antecedentes era el que debía tomar en cuenta el derecho para asignarle la
categoría de causa. Teorías como la de la causa próxima, la de la causa
preponderante o de la causa eficiente -que de cuando en cuando la Corte
acogió- intentaron sin éxito proponer la manera de esclarecer la anterior duda,
sobre la base de pautas específicas (la última condición puesta antes del
resultado dañoso, o la mas activa, o el antecedente que es principio del
cambio, etc). Y hoy, con la adopción de un criterio de razonabilidad que deja al
investigador un gran espacio, con la precisión que más adelante se hará
cuando de asuntos técnicos se trata, se asume que de

3
Se comprimía esta teoría con la fórmula: "causa causae es causa causati”. Y luego
se la intentó precisar mediante la aplicación de la "condictio sine qua non", en
virtud de la cual, si mentalmente se suprime una de las condiciones, ésta
adquiere la categoría de causa, cuando el resultado asimismo se ve suprimido.

todos los antecedentes y condiciones que confluyen a la producción de un


resultado tiene la categoría de causa aquél que de acuerdo con la experiencia
(las reglas de la vida, el sentido común la lógica de lo razonable) sea el más
'adecuado el más

idóneo para producir el resultado, atendidas por lo demás, las específicas


circunstancias que rodearon la producción del daño y sin que se puedan
menospreciar de un tajo aquellas circunstancias azarosas que pudieron decidir
la producción del resultado, a pesar de que normalmente no hubieran sido
adecuadas para generarlo4. En fin, como se ve la gran elasticidad del esquema
conceptual anotado, permite en el investigador una conveniente amplitud de
movimiento. Pero ese criterio de adecuación se lo acompañó de un elemento
subjetivo que le valió por parte de un sector de la doctrina críticas a la teoría en
su concepción clásica (entonces y ahora conocida como de la' causalidad
adecuada), cual es el de la previsibilidad, ya objetiva o subjetivamente
considerada. Mas, dejando de lado esas honduras, toda vez que su entronque
con la culpa como elemento subjetivo es evidente, y éste es tema que no se
toca en el recurso, el criterio que se expone y que la Corte acoge, da a
entender que en la indagación que se haga - obviamente luego de ocurrido el
dañó (...)- debe realizarse una prognosís que dé cuenta de los varios
antecedentes que hipotéticamente son causas, de modo que con la aplicación
de las reglas de la experiencia y del sentido de razonabilidad a que se aludió
se excluyan aquellos antecedentes que solo coadyuvan al resultado pero que
no son idóneos per se para producirlos, y se detecte aquél o aquellos que
tienen esa aptitud"(Sent. Cas. Civ.

4
Esta última proposición, la de sopesar antecedentes que sólo de manera
anormal o azarosa producen el resultado, se le ha añadido a la teoría de la
causalidad adecuada, -que precisamente es criticada en ese aspecto, es decir, en
que deja sin explicación aquellos daños que se producen por causas que
normalmente no son aptas para ocasionarlo-, pues la ayuda que las ciencias
forenses prestan a este propósito, permite que aún en esos raros casos, y junto
con la "lógica de lo razonable” (Recasens) más precisamente que con las reglas de
la experiencia, dichos eventos puedan esclarecerse.

de 26 de septiembre de 2002, Exp. No. 6878), todo porque "el médico no


puede responder sino cuando su comportamiento, dentro de la estimativa
profesional, fue determinante del perjuicio causado" (Sent. Cas. Civ. de 30 de
enero de 2001, Exp. No. 5507).

En suma, en asuntos semejantes al de ahora, es aceptado que la


responsabilidad médica depende del esclarecimiento de la fuerza del
encadenamiento causal "entre el acto imputado al médico y el darlo sufrido por
el cliente. Por lo tanto, el médico no será responsable de la culpa o falta que le
imputan, sino cuando éstas hayan sido las determinantes del perjuicio
causado. Al demandante incumbe probar esa relación de causalidad o en otros
términos, debe demostrar los hechos donde se desprende aquella” (G.3. t.
XLIX. p. 120).

3. En el caso que exige la atención de la Corte, el casacionista expuso una


serie de posibles errores en la apreciación de la prueba, que redundarían en
que el Tribunal no apreció cómo la conducta de los médicos, por acción u
omisión, desembocó en la pérdida del ojo izquierdo de la demandante.

Puestas las cosas en esa perspectiva, juzga la Corte que el cargo es exiguo
para remover las bases de la sentencia impugnada, así como para horadar la
presunción de acierto y legalidad inherentes a ella, pues la censura acude
simplemente a una representación paralela de los elementos de convicción
allegados al proceso, sin aportar argumentos rotundos que permitan deducir la
comisión de un error monumental del sentenciador, que por tal magnitud abra
paso a la ruptura de la decisión proferida en segunda instancia. En estas
circunstancias, sería poco que el casacionista demostrara cómo después de la
cirugía de cataratas hubo la pérdida del ojo izquierdo de la demandante, pues
en realidad la actividad dialéctica del censor debía dirigirse a comprobar que el
Tribunal incurrió en equivocación protuberante por dejar de apreciar las
pruebas que señalarían palmariamente que la actividad o descuido médico
constituyó el detonante del infausto suceso.
Es preciso resaltar ahora que el Tribunal nunca se comprometió con una causa
específica como determinante de la pérdida del ojo izquierdo de María Ruth
Peña González, con tal propósito sólo lanzó hipótesis sobre el punto, pero sin
afirmar con certeza cuál era el motivo determinante de la pérdida del órgano.
De allí que el juzgador ni siquiera descartó que la lesión se produjera con
ocasión de la intervención quirúrgica, pues lo que echó de menos fue la prueba
de un error inexcusable en el procedimiento médico, incluida la atención
posoperatoria.

4. Además, puesta la Corte en el análisis de las pruebas denunciadas en el


cargo, se tiene que aún de aceptarse la revisión probatoria propuesta por el
casacionista, ninguno de los medios de convicción deja ver esa equivocación
mayúscula que él denuncia, pues en ese repertorio de concausas
antecedentes, concomitantes y subsiguientes que fueron objeto de la actividad
dialéctica del censor, no es posible detenerse en una de tales causas, que sin
abundancias retóricas interpele a la razón de tal modo, que irrefragablemente
se constituyan como el detonante del daño.

Así, no sobra hacer una recensión acerca de cuál es el escenario probatorio


que sirvió de entorno a la actividad heurística del Tribunal y del recurrente.

4.1. En cuanto a los testimonios de Sandri Lorena Peña Hurtado y Marelby


García Peña –sobrina e hija de la demandante-se observa que de ser cierto
que sus versiones sugieren la conducta diligente de la enferma en los cuidados
posoperatorios, ello por si seria insuficiente para cambiar el curso de la
decisión, pues en verdad así se admitiera esa circunstancia, la penumbra
permanece sobre las causas del hecho, con mayor razón si el expediente,
como se verá, permite apreciar otras probanzas de las cuales el Tribunal pudo
extraer, sin arbitrariedad, que la paciente abandonó las prescripciones hechas
por los galenos, con lo cual el posible yerro del Tribunal seria escaso para
justificar la ruptura del fallo.

De otro lado, obsérvese que parte del cargo acusa que la negligencia
profesional vino de la tardanza en ordenar la ecografia del ojo izquierdo, sin
embargo, la testigo Ana María Jiménez Caro declaró que “a la pacente se le
pidió la ecografía intraocular, la cual se tomó como hasta los 45 días de la
solicitud (…) si se le ordenó la ecografía era de carácter urgente, y la paciente
la necesitaba, si no se la tomó fue por negligencia de ella, o de pronto porque
se sentía mejor” (fl. 95 Cdno. 2); versión que coincide con lo declarado por el
testigo Britter Armando Laverde Rodríguez, médico que atendió a la
demandante con posterioridad a la cirugía, quien manifestó que “en el ojo
izquierdo hubo alguna complicación que no fue fácil identificar debido a que la
paciente no acudió a sus controles pos operativos” (fl. 110 Cdno. 1). Asimismo,
el documento denominado “evolución del paciente” (fl. 85 vto. Cdno. 2), deja
ver que el 1º de septiembre de 1998 ya se había ordenado la toma de la
ecografía, al punto que los encargados anotaron “ss ecografía – no se ha
tomado, la han remitido a varias instituciones” y más de un mes después se
anota que “el 13-X-98 se toma ecografía observándose D.R. + P.V.R.
proliferación vascular se remite para vitrectomía y extracción del lente”. Se
hacen las anteriores trascripciones, con el propósito de mostrar cómo el
material probatorio señalaría razonablemente que no hubo tardanza del médico
en ordena la ecografía y si alguna posible desidia de la demandante en cumplir
la prescripción médica, que pudo contribuir en el resultado final que es objeto
de enjuiciamiento.

Desde esta perspectiva,, nótese que ningún desacierto monumental podría


enrostrarse al Tribunal, si es que puesta la atención sobre las aludidas
probanzas pareciera razonable que hubo descuido de la paciente o, en general,
que la conducta de las demandadas no puede señalarse sólidamente como
causa del resultado, porque aquellas cumplieron con la obligación de ordenar la
ecografia, en cambio, ninguna evidencia se aportó de que la emisión de dicha
orden fuera tardía, o que el compromiso médico comprendiera, no sólo la
orden, sino también la práctica del citado examen técnico, de donde puede
descartarse la comisión de desvíos probatorios de gran calado por parte del
Tribunal, pues el alcance de las pruebas que sugieren el descuido de la
paciente restaría la eficacia práctica a los posibles errores cometidos en la
apreciación de los testimonios de Sandri Lorena Peña Hurtado y Marelby
García Peña.

4.2. Igualmente inane seria el reproche sobre la interpretación de la demanda,


porque si bien es cierto que pudo haber error del Tribunal al adscribir sentido a
la expresión "sinnúmero de complicaciones" y tomarla indebidamente como
confesión de culpa de la propia demandante, tal desatino pierde toda
importancia, pues con abstracción del escrito introductorio del proceso, otras
pruebas concurrirían a tener como establecida razonablemente la conducta
descuidada de la demandante en la etapa de recuperación, como ya quedó
dicho.

4.3. A propósito de la censura elevada contra la apreciación del testimonio de


Ana María Jiménez Caro, esa labor desplegada por el casacionista no supera
las simples apuntaciones carentes de demostración, pues apenas lanza críticas
generales de diversa índole, pero sin expresar de dónde vendría el verdadero
choque entre el contenido de la prueba y el entendimiento que de ella tuvo el
Tribunal. Nótese que esbozar algunas dudas sobre la imparcialidad del testigo
o preguntar a estas alturas, porqué no se tomaron previsiones adecuadas en el
tratamiento médico, ninguna utilidad reportaría a la hora de juzgar la ocurrencia
de los errores denunciados, menos, cuando resulta imposible afirmar que la
testigo conociera el verdadero origen de la afección que finalmente produjo la
enucleación del ojo izquierdo de la demandante, pues lo cierto es que la
declarante apenas conjeturó sobre las razones de semejante dolencia; por
ejemplo, dijo que “la uveitis se pudo haber presentado, como una respuesta del
organismo de ella [María Ruth Peña] al procedimiento quirúrgico, o pudo haber
sido también como una reacción al lente intraocular”, con lo cual aflora que la
testigo jamás precisó la causa que precipitó, el desenlace ya conocido.
Además, lucen tardías las dudas lanzadas acerca de la imparcialidad y tacha
de sospecha sobre la testigo Jiménez Caro si, en fin de cuentas, dicho reparo
nunca fue expresado durante la oportunidad prevista en la ley.

En relación con los posibles errores en la apreciación del testimonio de Britter


Armando Laverde Rodríguez, el cargo recae en la misma indeterminación, a la
que ahora se suma la confusión, porque el censor luego de admitir que el
declarante especuló que el desprendimiento de retina "pudo" tener lugar con
anterioridad a la cirugía, asumió seguidamente en la sustentación que esa
hipótesis sugerida por el galeno era incuestionable y supuso el recurrente que
al momento de practicarse la cirugía "la médico (sic) tuvo oportunidad de
observar tal evento” todo sin propósito definido ni demostración del posible
yerro atribuido al Tribunal. Agregó el casacionista, que la paciente llegó a la
clínica "sin daño en su visión”, pero omitió aportar argumentos que
corroboraran su aserto, circunstancia que ratifica la carencia de demostración
del error planteado.

4.4. Desde otra arista,, no es cierto que el Tribunal pasara por alto la situación
del ojo izquierdo de María Ruth Peña González al momento de ingresar al
quirófano, pues ese juzgador sostuvo, con apoyo en el testimonio de la
oftalmóloga Ana María Jiménez Caro (fl. 95 Cdno. 1), que cuando la paciente
llegó a la clínica, la condición "hipermadura" de las cataratas "impedía realizar
el examen de fondo de ojo,” de donde se deduce que para el ad quem nunca
hubo certeza sobre el estado anterior de la retina del ojo izquierdo de la
demandante, todo porque el avance de la dolencia no permitía un análisis
médico previo que arrojara datos certeros para analizar dicha situación.

Esa imposibilidad de averiguar la condición de la retina del ojo izquierdo de


María Ruth Peña González al momento de emprender el procedimiento, resultó
corroborada además por el dictamen pericial, en tanto los expertos a propósito
concluyeron, que “la gran mayoría de las cataratas por la misma opacidad de la
pupilas, en algunas opacidad completa; impide la realización del fondo de ojo
adecuadamente, impidiendo así la visualización adecuada del fondo del ojo y la
retina” (fl. 228 Cdno. 1), inferencia que demerita la afirmación según la cual,
antes de la cirugía podía establecerse con certeza la situación en que se
hallaba el órgano de la visión de la demandante y con mayor razón, que por
ese camino incierto pudiera averiguarse la causa de la afección.

4.5. Ya en punto del mencionado dictamen pericial, la censura afirmó que dicha
prueba "pone de presente las consecuencias nefastas del procedimiento de la
cirujana” y cuando era de esperarse que enseguida propusiera un ataque a
partir de semejante apoyo, el casacionista abandonó allí la labor crítica, sin
demostrar que la pericia verdaderamente hubiera atribuido desbarro a los
médicos en el desarrollo del tratamiento quirúrgico hecho a la demandante, o
durante la atención posoperatoria, de manera que nítidamente pudiera emerger
el yerro del Tribunal al desconocer dicha prueba.

Basta apreciar la pericia (fls. 209 y 210 Uno. 1) y su aclaración (fls. 226 a 229
Uno. 1), para desvelar la cortedad de la censura,, puesto que ni de lejos ese
dictamen atribuyó responsabilidad o errores en la ejecución del tratamiento
médico dispensado a la demandante; por el contrario,, con vista en la historia
clínica de la paciente, respondieron los expertos que teóricamente existe
posibilidad de complicaciones en la cirugía de cataratas, las cuales enumeraron
así: "hemorragia coroídea expulsiva - desprendimiento coroibleo - ruptura de
cápsula posterior - atalamia - bloqueo pupilar - edema corneal. Edema macular
cístoíde - hemorragia Nfema en cama anterior sin híalóídea o vítrea.
Endoftalmítís - prolapso del iris - invasión epítelíal de la cámara anterior -
desprendimiento de retina - dislocación del lente Íntraocular - astigmatismo alto
– anisetomía” (subrayas originales), y seguidamente los peritos, tras reconocer
que en este caso hubo ruptura de la cápsula posterior durante el
“transoperatorio”, afirmaron que tal hecho "ocurre entre el - 59,61 de los casos
asociado a la remoción del núcleo o por mecanismo de vacío sobre la cápsula
posterior” (fl. 227 Cdno. 1), pero sin que los especialistas se comprometieron
con que episodios de esta naturaleza estuvieran vinculados a la conducta
negligente de los médicos, más aún, en la respuesta a la cuarta pregunta del
cuestionario, sobre las diferencias en el resultado obtenido en las cirugías de
los ojos izquierdo y derecho de la paciente, los peritos afirmaron que "cada
evento o acto quirúrgico es independiente y de por sí puede presentarse o no
complicaciones incluso en manos del cirujano más experimentado y experto”
todo lo cual señala que los expertos jamás determinaron una causa precisa del
fracaso de la intervención, pues simplemente limitaron su atención a los riesgos
potenciales y estadísticos que entraña la cirugía de cataratas, por lo tanto,
ningún yerro protuberante puede atribuirse al Tribunal en la apreciación de este
medio probatorio.

4.6. También la razón abandona al recurrente frente a la estimación de las


notas de enfermería (fl. 38 Cdno. 2), porque en realidad no se observa que los
testigos Ana María Jiménez Caro y Britter Armando Laverde Rodríguez
expresaran que hubo alguna complicación durante la cirugía, luego, para el
propósito de abonar a la prosperidad de, la censura, resultan inanes los
-documentos aludidos, más si ellos, por el contrario, reflejan la ausencia de
tropiezos en el curso del procedimiento.

4.7. Y en cuanto hace con la historia clínica, una contradicción presenta este
segmento del cargo, pues luego de denunciar la pretermisión total del citado
documento, el recurrente emplazó al ad quem por recortar sus alcances, para
acotar luego que esa prueba es "irrefutable" en camino de averiguar "la
responsabilidad deprecada". Sin embargo, el censor enseguida desdice de la
historia clínica porque “no fue elaborada claramente, y además, falta a los
requisitos de secuencialidad (sic), integralidad (sic), racionalidad científica y
oportunidad”, como si la esperanza del casacionista se encontrara en el
recuento de las actividades médicas contenidas en el documento que las
refleja, y al propio tiempo desestimara el poder demostrativo del mismo medio,
por la forma en que fue diligenciado, en fin, confusión es lo único que aflora en
esta parte de la censura.

4.8. Tampoco los indicios coadyuvan a demostrar el error atribuido al ad quem,


porque la sanidad del ojo en la etapa previa no puede ser tomada como hecho
indicador, al hallarse acreditado técnicamente la dificultad para establecer
certeramente ese estado anterior, y por el contrario, la necesidad de la
intervención descartaría la hipótesis de presanidad que sugiere el censor.

De otro lado, es cierto que Martha Luz Duarte Díaz pagó el valor de la prótesis
a María Ruth Peña González, no obstante, este hecho si fue tenido en cuenta
por el Tribunal, sólo que le asignó un significado diferente al que el casacionista
pretende construir ahora, divergencia de pareceres ajena a la casación por el
respeto al juicio que en las instancias se hace acerca de los indicios. Además,
si se tomara la ayuda económica de la médica a la paciente, como fundamento
de la arquitectura del indicio de responsabilidad, lo cierto es que esa inferencia
solitaria descartaría, por su unicidad, que el posible error tuviera la fuerza
suficiente para causar la ruptura del fallo censurado.

5. Por lo demás, la actividad dialéctica vacilante del recurrente merece


comentario aparte, pues por momentos sostiene que la causa del daño ocurrió
con anterioridad a la cirugía de cataratas del ojo izquierdo de María Ruth Peña
González,

después, que acaeció durante la operación, para luego, aceptar que la prueba
señala que el procedimiento careció de complicaciones; y finalmente
argumentar que el descuido tuvo lugar en la fase de recuperación, por
negligencia profesional, pues la médica no ordenó oportunamente una
ecografía, todo lo cual comprueba que el censor, más que apuntalar su
denuncia en un error evidente del Tribunal, terminó ensayando un alegato más,
sin atinar siquiera a indicar el momento en que presuntamente ocurrió la
conducta atribuible a los demandados, que por ser constitutiva de negligencia
eventualmente sustentaría la responsabilidad de estos.

Dicho en breve, ningún yerro podría hallarse en la sentencia de segunda


instancia, si es que el propio casacionísta ignora de dónde vino la causa que
desembocó en la pérdida del ojo izquierdo de Martha Ruth Peña González o en
qué momento del tratamiento médico pudo sobrevenir una conducta de los
demandados que permitiría fundar la condena, pues del hecho, aceptado por
todos: la pérdida del globo ocular izquierdo de la demandante, no se sigue
lógicamente que semejante circunstancia tuviera al médico cirujano como
responsable directo, menos, si en verdad hay acuerdo tácito entre el
sentenciador y el recurrente en que ninguna causa específica puede
individuarse como generadora incuestionable del suceso fuente de las
pretensiones de la demanda.

6. Con ese nivel de incertidumbre, la acusación no puede resultar airosa, pues


bien mirados esos planteos, ellos solo tienden a sembrar dudas acerca del
juicio del Tribunal, sin que hagan mella en la apreciación probatoria del
juzgador, porque como lo tiene dicho la Corte "las simples conjeturas, aunque
acompañadas de alguna razón, no son bastante a la casación, terreno en el
que es preciso armarse de razones potísimas. (…) en casación no se triunfa
con sólo sembrar dudas, sino sobre la certeza del despropósito en que haya
incidido el sentenciador de instancia’ (Cas. Civ. Sent. de 27 de marzo de 2003,
exp. 7537)” (Sent. Cas. Civ. de 10 de junio de 2004, Exp. No. 1416).

Y, ello se dice, porque es apenas obvio que la "naturaleza extraordinaria del


recurso de casación descarta que este pueda ser tomado como una simple
extensión o prolongación de las instancias, pues hipotéticamente, la tarea de la
Corte en el recurso extraordinario de casación es esencialmente diferente de
manera que tratándose del Juzgamiento de la verdad o falsedad de los
enunciados acerca de los hechos, usualmente el debate se cierra ante el
Tribunal Queda eso sí abierta una estrecha posibilidad de .juzgar la sentencia
de segundo grado, si es que en ella, como se ha repetido incesantemente por
la se ha incurrido en yerro de tal magnitud que de la mano de su enunciación
venga la contrae videncia, sin necesidad de hacer alambicadas elucubraciones
para su demostración, (..) A este propósito evocase que a hombros del
recurrente pesa la carga de proveer ante la Corte una argumentación tan
maciza y contundente que ponga en evidencia el error colosal cometido por el
sentenciador en la estimación de las pruebas, pues la naturaleza dispositiva de
la impugnación extraordinaria descarta que la Corporación asuma la tarea de
auscultar con toda amplitud la sentencia para desnudar sus posibles fisuras
pues al acusador compete señalar de modo rotundo cuál fue el desvío del
Tribunal y cómo este yerro incidió en el resultado final de la controversia”(Sent.
Cas. Civ. de 13 de diciembre de 2006, Exp. No. 00669-01).

En verdad, a lo largo del recurso el demandante en casación insiste en hacer


un encadenamiento causal estrictamente temporal, para lo cual plantea que
como la necesidad de extirpar el ojo, vino después de la intervención, esta es la
causa necesaria de aquella. Tal forma de engarzar los hechos (ergo post hoc
ergo Procter hoc), es insuficiente, si en todo el itinerario de los acontecimientos
que preceden al resultado dañoso, no es posible hallar en qué momento hizo
irrupción esa causa imputable a los demandados que el Tribunal debía haber
apreciado y que según el casacionista pasó por alto.

7. En suma, las recriminaciones probatorias del censor no alcanzan la


dimensión e importancia que justificaría la ruptura de la sentencia, pues como
se vio, de ser ciertos los reparos, tampoco abrirían paso a una solución
diferente para la controversia, todo porque los elementos probatorios
anunciados en el cargo carecen de la fuerza de convicción necesaria para
mostrar rotundamente que la causa del daño reclamado tuvo por autor a los
demandados y que el Tribunal se equivocó gravemente en el juzgamiento de
las pruebas que demostrarían la responsabilidad de aquellos.

El cargo no prospera.

DECISIÓN

En armonía con lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, en Sala de


Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República y por
autoridad de la ley, NO CASA la sentencia de 12 de julio de 2006, proferida por
la Sala Civil del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá,, dentro del
proceso ordinario promovido por María Ruth Peña González contra Opticentro
Internacional Ltda., Martha Luz Duarte Díaz, Luis Carlos Iván García Monzón,
Carlos Andrés, Felipe, Claudia Patricia García Isaacs y Gloria Jiménez de
García.

Condenase en costas del recurso a la parte recurrente. Liquídense.


Cópiese, notifíquese y vuelva al Tribunal de origen.

RUTH MARINA DÍAZ RUEDA

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

WILLIAM NAMÉN VARGA

ARTURO SOLARTE RODRÍGUEZ

CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE

EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

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