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Historia Moderna 2018 34 copias

Jens Ivo ENGELS, “Dénigrer, espérer,


assumer la réalité. Le roi de France perçu
par ses sujets, 1680-1750”, Revue d’histoire
moderne et contemporaine, 50:3 (2003),
pp. 96-126.

“Denigrar, esperar, asumir la realidad. El rey de


Francia percibido por sus súbditos, 1680-1750”

Traducción del francés: Santiago Francisco Peña.*

Revisión y corrección: Fabián Alejandro Campagne

La imagen del rey es considerada, con razón, como uno de los temas
centrales de la historia de la cultura política en la Edad Moderna.1 No es éste el
lugar para discutirlo, pero sí para recordar a los nombres de los grandes
clásicos en el estudio de la imagen real, innovadores en sus respectivas
épocas: Marc Bloch, Percy E. Schramm, Ernst Kantorowicz. Más tarde, la
escuela «ceremonialista» americana se abocó también al análisis de las
grandes ceremonias de la monarquía francesa. Se desarrolló así una literatura
abundante sobre las distintas formas de representación oficial de la corona,
enriquecida a menudo gracias a aproximaciones de corte interdisciplinario. Si
bien algunos de estos destacados trabajos no tomaron al monarca como
objeto central de estudio, al interesarse en los modos de expresión pública
terminaron constatando la omnipresencia de su figura en el escenario político
antiguorregimental. De esa manera lograron demostrar que el significado del
monarca no se definía de manera exclusiva a partir de las ceremonias
oficiales. El significado, o más bien los significados del rey, eran producto de
todos los sectores sociales.2

El presente estudio renuncia a otorgar un rol privilegiado a la producción de la


imagen real oficial. Entendemos aquí por «imagen oficial» al conjunto de
ceremonias, escritos, obras de arte, conceptos y símbolos que aspiraban a

*La presente traducción se realiza exclusivamente para uso interno de los


alumnos de la Cátedra de Historia Moderna, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires (julio de 2014)
“Dénigrer, espérer, assumer”. Trad. Santiago Peña (Historia Moderna-UBA) Página 1

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representar al rey cargando consigo la idea que la Corona tenía de sí misma.
Nuestro campo de investigación será, pues, la representación no oficial del
rey.3 A priori, los enunciados no oficiales tienen el status de ideas autónomas.
No son juzgados como derivados, como ecos o como reflejos de conceptos
oficiales. Se verá que estamos frente a una suerte de «bricolaje mental» a
través del cual fragmentos de la puesta en escena monárquica con
frecuencia cumplían un rol importante. Si se admite que el rey decapitado es
un símbolo de la ruptura irrevocable con el Antiguo Régimen, el destino de la
monarquía moderna carga entonces con la responsabilidad de explicar la
Revolución. Es por ello que gran cantidad de trabajos han buscado los signos
de desafección, de «desacralización», de crítica, de deslegitimación de la
realeza.4

No podemos reprochar a este tipo de aproximaciones la exclusión de la voz


de los súbditos. Por el contrario, las palabras licenciosas jugaban allí un rol
central. Sin embargo, esta forma de expresión a menudo no fue tomada con
seriedad. La perspectiva de la Revolución tiende a reducir estos enunciados a
una prehistoria de los acontecimientos por venir, que oculta muchos aspectos
que vale la pena analizar. Lo que falta es una contextualización de las
representaciones del rey, no tanto sobre un eje vertical sino sobre uno nuevo,
horizontal. No se trata de explicar el proceso de descomposición, sino de
mostrar cómo los súbditos concebían al rey en un Antiguo Régimen todavía
intacto. No hay dudas de que existían por entonces innumerables enunciados
que no coincidían con la idea oficial, pero ¿prueba ello acaso que el
monarca carecía de legitimidad? Para responder a esta pregunta resulta
indispensable restituir las palabras críticas al campo integral de las
representaciones no oficiales de su época.5

El interés por la integralidad de una época se alimenta de la convicción de


que la historia no es un proceso teleológico. Este punto de vista se inscribe en
una actitud fundamental en relación al trabajo histórico. Simplificando,
podríamos identificar dos tipos de aproximaciones: para la primera, la tarea
del historiador es explicar el curso de las cosas. Se trata de establecer la
descendencia de los fenómenos en la cual se inscribe el tiempo presente. Es
un trabajo de organización de los hechos históricos y de reducción de la
complejidad. La segunda, tiende a mezclar la imagen buscando fenómenos
inesperados, a describir la suerte de fuerzas destinadas a desaparecer. No
intenta explicar la génesis del mundo actual sino brindar otro reflejo de la
actualidad mediante el choque con un pasado radical y en ocasiones
absurdo.

Cabe identificar otro argumento que cuestiona seriamente el concepto de


«desacralización»: es aquel que presume que «primitivamente» existió una
creencia ciega en la sacralidad real. Adoptar esta postura implica postular
que la cultura política temprano-moderna estuvo siempre dominada por la
autorrepresentación que la monarquía realizaba de sí misma. Sin embargo, el
punto de partida inicial que debería servir de escala para medir los supuestos
avances del proceso de deslegitimación rara vez ha sido identificado. Es
tiempo de invertir la pregunta: ¿existió efectivamente una «sacralidad» real por

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fuera del discurso oficial? Los resultados del presente estudio invitan al
escepticismo.6

No es fácil reconstruir la percepción que del rey se tenía en el «día a día».


Contamos, sin embargo, con algunos fondos documentales que permiten
hacerse una idea de la imagen del monarca. La serie de «placets» o súplicas
nos informan sobre la comunicación que los súbditos mantenían con el
monarca. Estas demandas individuales le eran dirigidas con el propósito de
obtener un privilegio, una gratificación o alguna otra gracia. En los Archivos de
la Bastilla se encuentran expedientes referidos a personas acusadas de haber
incurrido en crímenes contra la persona del rey, desde los simples complots
hasta la «lesa majestad». Las autoridades de policía de Paris dejaron a la
posteridad otro fondo de archivos particularmente elocuente en relación a las
discusiones de los parisinos del siglo XVIII: las «gazetins» de la policía secreta. Se
trata de informes que registraban todo lo que se decía, contaba y discutía en
los lugares públicos de Paris. Utilizada en general para analizar el nacimiento
de la opinión pública, esta serie está lamentablemente incompleta y sólo
cubre grosso modo el período 1724-1748. Otro trazo característico de la
Francia de los tiempos modernos, o al menos del Paris que intentamos
investigar: la cultura del canto. Todo acontecimiento merecía por entonces un
comentario en vaudeville que recorría la ciudad. Gracias a la pasión de los
coleccionistas se halló una gran cantidad de manuscritos en los archivos que
dejan ver otros aspectos de la imagen del rey. La última serie de fuentes
analizada se compone de libros pertenecientes al mercado negro de la
clandestinidad. Esta literatura, a menudo discutida por los partidarios de la
erosión de la imagen real, constituirá el punto de partida de nuestro recorrido.7

La literatura clandestina.
La noción de «literatura clandestina» resulta problemática. La definición de lo
que está permitido revela, de hecho, el tipo de censura vigente en una época
determinada. Es cierto, sin embargo, que un libro que expresaba críticas al
rey, aunque ligeras, no podía tolerarse. Si un autor optaba por no plegarse a la
visión oficial de la monarquía, sabía bien que escribía necesariamente para el
mercado clandestino. En el contexto de nuestro estudio, la categoría de
literatura clandestina resulta por completo válida, pues por definición muestra
una visión del rey diferente de la representación oficial.8

Robert Darnton ha trabajado mucho sobre los libros clandestinos.9 Sus


investigaciones tienen como fin responder a una pregunta importante: ¿cómo
un cambio de la cultura política hizo posible la Revolución? Atenuando cada
vez más su tesis inicial, Darnton ya no sostiene la idea de que los libros
«hicieron» las revoluciones, o de que haya habido una causalidad directa
entre las ideas (publicadas en los libros) y la transformación política. Con
respecto a los años inmediatamente anteriores a 1789 el historiador
norteamericano observa, por el contrario, un curioso silencio.10 Sin embargo, a
sus ojos el desmoronamiento del Antiguo Régimen no puede comprenderse sin
la existencia de un cierto tipo de literatura clandestina. En el origen de este
género se encontraría un grupo de escritores desclasados que habían perdido
la esperanza de acceder al mundo de los grandes escribanos de las Luces. El
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sistema político y los valores de la sociedad del Antiguo Régimen habrían sido
deshonrados y minados por la sola repetición de la crítica acerba,
multiplicada por el aumento de la tirada. La persona del rey, por ejemplo,
habría perdido definitivamente su carácter «sagrado» gracias a las historias de
sus excesos sexuales. En consecuencia, los libros transportarían un mensaje de
deslegitimación de la monarquía.11

Esta visión fue recibida con enorme aprobación, pero las críticas han ido en
aumento en el último tiempo. Jeremy Popkin y Elizabeth Eisenstein ponen en
duda la explicación socio-psicológica en relación a los autores de los
panfletos, asegurando que el número de escritores desclasados era mínimo.
Roger Chartier revolucionó la cuestión de la influencia de los libros sobre la
mentalidad de los lectores. Desde su punto de vista, estos últimos modificaban
con frecuencia el contenido de los textos por medio de procesos de
adaptación compleja.12

Recientemente, R. Darnton revisó su posición. Considera ahora que no son los


libelos los que actúan, sino la red de una «sociedad de información» en la cual
lo escrito y lo oral se superponen, sin que pueda establecerse una jerarquía
entre los distintos medios. Darnton insiste, sin embargo, en el vector inicial de
sus investigaciones. Las degradaciones que se hallaban en los escritos
licenciosos funcionaban como topoi que las discusiones, los cafés y las
canciones multiplicaban. Ello reforzaría su argumento referido a la
deslegitimación del antiguo orden y de la función del rey. La red contribuía a
amplificar el efecto de burla. Intentemos una interpretación alternativa a la
tesis de Darnton.13

Sobre el terreno de la literatura no tolerada podemos distinguir al menos tres


categorías de escritos en los cuales el rey era el tema privilegiado. La primera
era la de los panfletos políticos, y se interesaba menos en la persona del rey
que en la política de la Corona en general. Este tipo de escritos recibirá poca
atención en nuestro análisis. La segunda categoría se componía de libros de
galantería y se inscribía en la tradición de corte libertino. La mayoría de estos
textos otorgaban al monarca el rol de amante o seductor elegante, culto y
perfecto, o bien le concedían un rol apenas secundario, el de ilustre marco de
la intriga que se desarrollaba en su Corte.14

Detectamos un deslizamiento apenas perceptible entre la segunda y la


tercera categoría, la de la «revelaciones». La literatura de revelación
presentaba al lector historias poco menos que increíbles sobre las intrigas que
se desarrollaban en Versalles y los intríngulis de la gran política. En estos escritos
el rey era el denunciado. Para el período que va de 1680 a 1770, el fenómeno
de la revelación dominó la escena. Los textos se proponían revelar el carácter
del monarca y las verdaderas razones de sus decisiones políticas. Se trataba,
en suma, de un ataque al «secreto del rey». Siendo uno de los fundamentos de
la doctrina real de la época moderna, este último concepto definía el
conocimiento y la competencia políticas como dominio exclusivo del príncipe.
Esta literatura ponía así en cuestión uno de los pilares del orden político. De
hecho, la revelación tenía por finalidad última atacar la imagen del rey
concebido como soberano atento que actuaba según los principios de

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bondad, rectitud y amor hacia sus súbditos. «Yo me burlo del pueblo y de sus
gritos», exclamaba Luis XIV en los Amours de Louis le Grand.15

Los libros clandestinos contaban historias de pasión, de celos y de bajezas.


Jean de Vanel lo expresaba así a fines del siglo XVII: «Es preciso conocer las
verdaderas causas de los principales acontecimientos […]. Lo que atribuimos a
la política, no tuvo como fundamento sino la ciega complacencia de los reyes
hacia sus amantes o favoritos: y aún cuando les creemos que no tienen en su
cabeza más que el bien de su Estado, ellos no sueñan sino en vengar querellas
de amor ».16

Estas anécdotas, que adoptaban la perspectiva del «ojo de la cerradura», no


estaban sin embargo simplemente destinadas a denunciar infamias morales: lo
que en realidad pretendían era tornar comprensibles los comportamientos y
las acciones del monarca. ¿Cuáles eran los secretos develados al lector? Que
el rey estaba dominado por pasiones brutales. En ocasiones se lo podía
representar como un cobarde temeroso del Juicio Final, que se fiaba
ciegamente de su confesor; o bien como un tirano cruel con mal carácter; o
incluso como un hombre por completo sometido a los caprichos de la amante
de turno. En realidad, eran los rapaces cortesanos y sus intrigas quienes
gobernaban el reino. En una obra clandestina aparecida en 1710, Madame
de Maintenon explicaba al rey los límites de su poder: «Todo se ha replegado
sobre mí en este vasto reino, Ud. ha dejado las dignidades y los honores a mi
disposición; capelos de cardenal, palliums, mitras, cruces, bastones de
mariscal, collares de órdenes, nada ha sido distribuido sin mi consentimiento;
yo he dado jefes a tus Parlamentos, generales a tus ejércitos […], he
conducido a la mismísima victoria y la hice seguir por el general que quise […].
la vida y la muerte de todos tus súbditos ha estado en mi poder».17 En
ocasiones, los autores banalizan la situación del rey, ubicándolo en el mismo
nivel que el resto de los hombres, «víctima» y «juguete» de sus amores.18

Hallamos gran cantidad de topoi presentes en la literatura de develamiento o


revelación. Entre ellos se encontraba el motivo del rey ninfómano, que no tenía
una sino muchas amantes. A menudo asociada a la percepción que tenemos
del reinado de Luis XV, esta idea se impuso sin embargo ya desde el período
de Luis XIV. El lector era «informado» de que Madame de Maintenon se había
aprovechado de su posición en favor de la Casa de Saint-Cyr para procurar al
rey jóvenes destinadas a satisfacer su apetito sexual. Sin embargo, el autor
anónimo se interesaba menos por fustigar los «placeres criminales» del
monarca que por poner de relieve su dependencia y falta de iniciativa.19 El rey
no era un amante elegante y viril. Se lo mostraba más bien como un viejo
sátiro que se cubría de ridículo.20 Incluso en un libro moderno como el del
exitoso autor clandestino Gatien de Courtilz de Sandras, titulado Le grand
Alcandre frustré, el monarca –Luis XIV– naufragaba en el momento culminante
por falta de virilidad: «cayó en la más cruel desgracia en la que puede caerse
en el amor. En fin, este desgraciado amante se encontró de pronto sin
armas».21

La debilidad del rey era un tema importante, sobre todo durante el reinado de
Luis XIV. La pérdida de la fortificación de Menin fue comentada en un

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pequeño libro anónimo que describía las pesadillas del soberano. El libro lo
mostraba intentando escapar de la realidad.22 Los triunfos militares del
soberano, tan exaltados por la representación oficial, eran reducidos al nivel
del regateo: «Tomé la fortaleza de Mons sin que nadie supiera que en realidad
me la vendieron a cambio de dinero contante y sonante, y que Louvois envío
las monedas escondidos en un ternero».23

Sistemáticamente, la literatura clandestina buscaba erosionar la credibilidad


de la representación oficial de la monarquía. Otro motivo popular –muy
extendido en las canciones y discusiones políticas– era la hipótesis según la
cual Luis XIV no era hijo de Luis XIII. De hecho, era un dato de la realidad que
Luis XIII no engendró a sus dos hijos sino tras veinte años de matrimonio.24 La
interpretación oficial se halla claramente expresada en la divisa concedida al
pequeño Delfín Luis: “Dieudonné» o “Diosdado”. Se trataba de instalar la
sensación de que el nacimiento del futuro Luis XIV había sido producto de un
milagro, obtenido gracias a la intercesión de la Virgen. El discurso no oficial,
por el contrario, se mostraba más escéptico, sugiriendo la tesis del «bastardo»
real. En 1692 apareció un panfleto que narraba la historia del adulterio de la
reina Ana de Austria, madre de Luis XIV. Según el autor, todo había
comenzado a raíz de una disputa entre el cardenal-ministro Richelieu y el
hermano de Luis XIII, Gastón d’Orléans, por entonces heredero de la Corona.25
Para vengarse, Richelieu concibió una atroz idea para que la reina trajera al
mundo un Delfín, privando así a Gastón de la corona. Con la ayuda de un
confesor capuchino, el cardenal convenció a la soberana de que debía yacer
con un joven gentilhombre. El autor ironizaba sobre la versión oficial: «Así nació
tras veinte años de paciencia Luis XIV, hijo de Luis XIII, por vía de
transubstanciación […], por lo cual se le otorgó con justicia el famoso título de
Luis Dieu donné ».26 Para el autor, el nacimiento de Luis era un símbolo que
prefiguraba la naturaleza de su futura política: «La infidelidad presidió su
concepción, y continuó influenciándolo hasta equipar su vida a su nacimiento,
haciéndole cargar el cetro de la misma manera en que lo había ganado».27

Medio siglo más tarde, Marie-Agnès de Falques intentó explicar la política


adoptada por la corona respecto de la controversia jansenista. El rol del rey
debió ser el de apaciguador del conflicto que oponía jesuitas a jansenistas.
Pero la marquesa de Pompadour, por entonces amante del soberano, lo
convenció de la inconveniencia de calmar la disputa, pues de esa forma
conseguirían obtener dinero de los partidos enfrentados. Ello conducía al autor
a acusar al rey de haber actuado como un mero «friponeau», un pícaro o
bribón.28

En lo que respecta a la representación del carácter del rey se observa una


evolución importante entre fines del siglo XVII y mediados del XVIII. Sin
embargo, es preciso remarcar que entre 1700 y 1740 aparecieron pocos
ejemplos de literatura de revelación; durante los tres decenios siguientes, por el
contrario, la producción tomó nuevo vuelo. La mayoría de los topoi no
cambiaron, pero los autores se consagraron a descifrar la psicología del
monarca, presentando un juicio más equilibrado sobre sus acciones e
intentando explicar las razones de su comportamiento. En el texto de Madame
de Falques, por ejemplo, es el aburrimiento lo que torturaba a Luis XV.

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Madame de Pompadour, siendo la única persona capaz de entretenerlo, lo
transformó en su esclavo –una explicación clásica del poder de las amantes.29
La novela en clave titulada Les amours de Zeoknizul (1746), escrita
probablemente por Crébillon el joven, pretendía dejar al descubierto el
verdadero carácter de Luis XV.30 Según el autor, el rey no sólo era víctima de su
esposa sino también del primer ministro Fleury, quien lograba con éxito alejarlo
del gobierno procurándole amantes. Pero luego de la muerte del ministro, el
rey cambió radicalmente de conducta. Asumió sus responsabilidades ante el
reino y sus súbditos. Adorado por su éxito, halló finalmente la fuerza para
consagrarse enteramente a su «trabajo de rey», revelando finalmente un
verdadero carácter de buen monarca. De esa manera logró concretar el
reinado perfecto de la nueva edad de oro. Otro libro contemporáneo
describía un cambio psicológico similar.31

Postulado implícito: el gobierno sólo podía resultar bueno si estaba en las


propias manos del rey. Lo mismo se repetía en otros escritos que expresaban
una idea similar en negativo: el estado deplorable del reino y del gobierno
como cara invertida de un mundo en el cual el buen monarca gobernara en
forma directa.32 El secreto del rey no era entonces verdaderamente puesto en
cuestión en la pretendida literatura «de revelación». El carácter del rey se
construía sobre dos registros diferentes. Por un lado, su comportamiento era
analizado en término de vicios ordinarios (aunque exagerados). Por otra parte,
se traía a colación el mito del rey perfecto. Durante el tiempo en que el
soberano se veía sometido a los vicios, se lo presentaba como un simple ser
humano. Pero cuando lograba finalmente liberarse de la mala influencia de
sus humores, de sus amantes o de sus ministros, entonces lograba convertirse
en un príncipe sin fallas. La literatura clandestina ponía de manifiesto, en
síntesis, un disfuncionamiento temporal provocado por la personalidad del rey.
No se ponía en cuestión a la monarquía. Por el contrario, se buscaban
remedios a los problemas que la aquejaban.

Si se comparan los libros impresos antes de 1760 con los escritos de fines del
Antiguo Régimen, estos últimos no presentan una dimensión crítica más fuerte.
Las Mémoires secrets de Duclos, por ejemplo, no fustigaban a Luis XIV más que
por sus amores adúlteros, su falsa devoción, su complacencia ante los ministros
y el culto a su persona –críticas más bien tradicionales. A diferencia de la
mayor parte de los libros de fines del siglo XVII, las Mémoires secrets se
empeñaban incluso en demostrar las virtudes de este monarca, para presentar
así una visión más equilibrada.33 Lo mismo se aplica a las memorias apócrifas
del Mariscal de Richelieu, aparecidas en 1791. El viejo favorito de Luis XV
confesaba que el rey era lujurioso y alcohólico. Pero el autor no lo hacía
responsable de su conducta, sino que acusaba a los cortesanos de haber
vuelto ciego al rey sobre las realidades y los problemas de su pueblo por
medio de constantes zalamería y adulaciones. Esta visión se inscribía
perfectamente en la literatura crítica de la corte, una tradición que se
remontaba a la Edad Media. En una colección de «cartas» de Madame de
Pompadour, publicada en 1771 e inspiradas en las ideas de las Luces, no se
develaba ningún escándalo de adulterio. Se cantaban alabanzas a la
vacilación ante la necesidad de introducir nuevos impuestos; era siempre la
corte la que tenía una influencia nefasta y la que era acusada del mal

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gobierno. Las Mémoires de Luis XV (1775), por el contrario, presentaban al
lector la decadencia moral e intelectual de un rey envejecido, con el fin de
concluir con el elogio y la esperanza depositada en el reinado que
comenzaba: el de Luis XVI.34

Resta por analizar el problema de la literatura pornográfica, sobre la cual


Antonio de Baecque basó su análisis del Cuerpo de la historia. Los libros que
estigmatizaban la supuesta impotencia del rey Luis XVI habrían simbolizado la
crisis fundamental del Estado. Este punto de vista parece convincente. Sin
embargo, no logra establecer una causalidad directa entre la literatura
clandestina calumniosa y el desmoronamiento del orden político. De hecho, la
vista posada sobre la intimidad de la familia real no era una invención del
período prerrevolucionario. La literatura de revelación siempre puso el foco
sobre dicha cuestión, incluso con un estilo que rozaba la pornografía. La
impotencia real era incluso un tema antiguo, como lo testimonia el libro sobre
el Coq chatré.35 Debe tenerse en cuenta que implicancias de la sexualidad
del rey no se fijaban de una vez y para siempre. En lo que respecta a los reyes
Luis XIV y Luis XV, el factor mal visto era su excesiva potencia sexual, causa de
desorden a raíz de la gran cantidad de bastardos y amantes que generaba.
Sin embargo, el interés de los contemporáneos no se concentraba de manera
especial en las aventuras eróticas de los monarcas. Respecto del famoso Parc
aux Cerfs, residencia en la cual Luis XV habría alojado o recibido una multitud
de mujeres jóvenes, algunos escritos se interesaban más por los gastos que se
ocasionaban al erario que por los desbordes sexuales en sí mismos.36

¿Cómo resumir el rol de la literatura clandestina? Estos escritos querían revelar


el secreto del rey, pero no iban hasta el final. No informaban al lector acerca
de los principios del buen gobierno; el contenido del secreto no era publicado.
El lector «aprendía» simplemente que el rey no sabía más que cualquier otro
simple mortal. El lector (y el autor) parecían ocupar incluso una posición
superior a la del soberano, porque ellos tenían al menos la capacidad de
comprender la situación del monarca dependiente (de sus amantes, de sus
ministros). Por ello, tal vez paradójicamente, la literatura clandestina no
deslegitimaba al príncipe, que permanecía siempre como el detentador del
«secreto» en tanto depositario exclusivo de los misterios del gobierno. Sólo del
rey se espera la realización de la Edad de Oro. A causa de la imagen de un
rey débil y manipulado como la difundida por este género, quizás se esperaría
que los autores pusieran en tela de juicio el principio monárquico, o al menos
que comunicaran al gran público un discurso franco sobre los principios del
gobierno. Sin embargo, la visión de Habermas no parece aquí apropiada.
Incluso los raros libros que daban consejos políticos de manera explícita
subrayaban que sólo el rey debía tener conocimiento de los asuntos públicos.37

En una época en la que la representación oficial de la monarquía resultaba


omnipresente bajo la forma de sermones, arengas, obras de arte, edificios,
declaraciones públicas, los libros clandestinos se libraban a una
experimentación. ¿Es posible representar al monarca, su vida, su forma de
gobernar, sin servirse de imágenes oficiales y sin otorgarle los atributos
convencionales de las virtudes reales? La respuesta resulta afirmativa. Se daba
bajo la forma de una «blasfemia» de la representación oficial. Esta blasfemia

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insolente y divertida, y por ello mismo prohibida, constituía en gran medida el
atractivo de la literatura clandestina.

Para los lectores era más que evidente que los relatos no mostraban la
realidad histórica. Da cuenta de ello el uso paradojal y lúdico de los supuestos
documentos auténticos utilizados.38 Algunos libros citaban textos para
acreditar el contenido de un relato. Estas fuentes, que parecían contratos,
cartas o incluso escritos que habrían circulado por Versalles, en realidad eran
documentos falsos. Estaban escritos de una manera tan exagerada que su
carácter ficticio saltaba a la vista. Su fin no era engañar al lector. Es como si los
autores quisieran hacer comprender al público que no existía una verdad
unívoca y que siempre debían enfrentar múltiples interpretaciones de la
realidad. Nadie podía creer seriamente que Luis XIV y Madame de Maintenon
hubieran fijado en su contrato de matrimonio clandestino la expulsión de los
hugonotes o incluso la abolición de la «ley sálica».39

Estos «documentos» no estaban destinados a mostrar la exactitud del relato


clandestino, sino a cuestionar la exclusividad de todo relato. Su objetivo
consistía en cuestionar un relato que excluía variantes alternativas de la
realidad, como ocurrían con la representación oficial. Los escritos clandestinos
se burlaban de aquello que pretendía poder determinar una única
interpretación de las acciones y de las palabras del rey. Por el contrario, por la
exageración misma a la que recurrían dejaban en claro que todo discurso
unívoco representaba una exageración. De acuerdo con Olivier Ferret,
podemos decir que el rol de los libros clandestinos consistía en ofrecer «otra
información», lo «políticamente incorrecto» del discurso oficialmente admitido.
La literatura clandestina no era una forma de «periodismo» o de «historia
contemporánea» de la época, como ha escrito R. Darnton, porque los autores
no revelaban hechos exactos. La literatura de revelación era un género
enteramente ficcional.40

Es sobre un segundo registro que el relato clandestino aludía a la imagen


oficial de la monarquía: de alguna manera era su contrapeso simbólico.41 La
representación oficial exageraba y ponía en escena a un rey perfecto y
sobrehumano, y la literatura clandestina a su vez exageraba mostrando a un
príncipe plagado de bajezas. Aunque en estos libros muchas escenas se
refirieran a elementos pertenecientes a la puesta en escena oficial, construían
una imagen opuesta. Los libros otorgaban a estos elementos un valor negativo.
La operación que debía hacer el lector era restablecer el equilibrio entre las
dos maneras de referirse al rey. La literatura clandestina era un medio de
buscar el justo medio que, de hecho, resultaba el único creíble. Dado que
contribuía a desarrollar una visión creíble del rey, la literatura prohibida puede
caracterizarse como un factor estabilizante de la monarquía.

Las canciones.
El vaudeville es ya, para el siglo XVIII, un fenómeno tradicional, existente al
menos desde el siglo XVI. Se trata de un texto rimado sobre una melodía
conocida, en general con carácter crítico, irónico o polémico, sobre asuntos
de actualidad. Los vaudevilles circulaban bajo la forma de pequeños
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periódicos vendidos por fuera del control de la policía de Paris, ya fuera por vía
clandestina o incluso a través del canto, sirviendo la melodía de apoyo
mnemotécnico. Para el período 1680-1750 pueden identificarse 350 canciones
y 200 textos en verso (sin melodía) con alusiones al rey, el 10% de la totalidad
de los textos conservados.42

Es muy probable que los «timbres» y las melodías fueran portadores de sentido,
y otorgaran significados específicos a las letras.43 Es preciso, no obstante, ser
prudentes respecto de esta cuestión. Dado que la música es un sistema de
signos menos denso que la lengua, parece poco probable que el texto
pudiera «interpretar» la melodía.44 No hay que descartar de todos modos que
las melodías estuvieran cargadas de cierta «memoria», resultante de su
utilización ya histórica. Pero el análisis estadístico de nuestro corpus no permite
establecer una correlación entre cierta melodía y un tema específico. Incluso
para un tema tan general como el «rey» no había una melodía preferida. Las
dos melodías más importantes fueron utilizadas, cada una de ellas, sólo en
alrededor del 5% de los casos. Para nuestro estudio, las melodías jugaban un
rol aparentemente secundario.

Respecto del problema de los autores y de las vías de difusión de los


vaudevilles, también es difícil dar una respuesta exacta. Algunos investigadores
han intentado formular criterios de naturaleza estética para deducir el nivel
social del autor. Este método se basa, sin embargo, en el esquema dicotómico
que opone una cultura popular a una de élite, modelo muy controvertido,
incluso refutado.45 Los autores contemporáneos subrayaban, en efecto, que
todos los grupos sociales recitaban los vaudevilles. Es dable suponer que los
vaudevilles más críticos no tenían más alternativa que recurrir a una vía de
difusión más discreta: el escrito.46 No es posible, entonces, relacionar al
vaudeville exclusivamente a la cultura oral.

Los versos sobre el rey eran comentarios políticos serios, pero no por ello
debemos olvidar que en ellos también existían elementos lúdicos. El vaudeville
y los versos resultaban indisociables de la idea de alegría; eran la expresión de
una cultura de la risa que se burlaba de los defectos humanos. La melodía, la
métrica y la rima constituían el marco en el cual los autores describían la
«realidad». El tono debía ser elegante y lleno de espíritu para tener éxito entre
los oyentes que lo escuchaban ante todo para divertirse. El texto tenía que ser
mordaz y suscitar tanto la curiosidad como el entretenimiento. Es por ello que
no había lugar ni para argumentos ni para reivindicaciones de carácter
concreto. Se ha hablado del elemento «culinario» de las canciones, en
especial en lo que respecta a los juegos de palabras.47 En ocasiones, estos
últimos dominaban o transformaban los enunciados políticos: la marquesa de
La Tournelle, una de las primeras amantes de Luis XV, era puesta en relación
con la política del Parlamento de Paris, aparentemente por la sola razón de
que ella se llamaba como la Chambre de la Tournelle.48 Esto muestra que la
«negociación de la realidad» política en las canciones estaba sometida al
éxito culinario.

La risa, que siempre supone cierto alejamiento de los objetos, hacía posible la
toma de distancia respecto del rey por parte de sus súbditos.49 A diferencia de

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la representación oficial, no era el rey el que construía este alejamiento sino los
cantores que tomaban sus distancias con el fin de poder juzgarlo o
desdeñarlo: «me río de su destino / provisto yo de mi vino».50 El distanciamiento
podía resultar invertido por la risa denigrante, reduciendo la Majestad al nivel
de pequeñas personas, como en aquella canción sobre Luis XIV que hacía
alusión a su supuesto matrimonio con Madame de Maintenon: «El rey se retira
à Marly / Donde de amante deviene marido / Como hacen las personas de su
edad / Del viejo soldado es el destino / Que retirándose en la ciudad / Se casa
con su prostituta ».51

Las canciones parecen poseer algunas características de lo que Mijail Bajtín ha


llamado la cultura de la risa.52 Provocando risa, las canciones hacían caer la
máscara de la representación oficial de la monarquía. Pero al mismo tiempo
ellas mismas jugaban un juego de máscaras. Subrayaban que existían muchas
formas de «leer» las acciones del rey, sin querer presentar su contenido
definitivo. Jugaban con la pluralidad de significados de un gesto del monarca.
No se intentaban ser ni revolucionarias ni deslegitimantes, porque no
pretendían conocer la verdadera interpretación. Presentaban otro orden de
significados, sin darle un status «objetivo».

Sin embargo, los versos y las canciones sobre el rey no jugaban en su totalidad
en el registro de la ironía y la risa. Tres cuartas partes de los textos rimados
adoptaban un tono diferente. Incluso sin ser satíricos, los vaudevilles buscaban
tornar legible y dominar la «realidad política». El ritmo de las estrofas
estructuraba los hechos. Los escenarios de ciertos vaudevilles (diálogos de
campesinos, sermones de predicadores en el mercado, etc.) diseñaban un
contexto bien conocido y poco amenazante. He aquí un ejemplo: en los
primeros años que siguieron al matrimonio de Luis XV, el soberano no tuvo un
hijo varón. La sucesión de la Corona estaba en peligro. La canción daba una
ocasión de exorcizar el problema: «Un joven gallo amaba / a una gallina-
poulette / […] / Ella hizo, la bribona / Dos gallinas a la vez […]/ Tan pronto el
Gallo /[…] dijo llevado por el amor / Te prometo mi amor / Dos pollos en el
primer día ».53

Este ejemplo pone de relieve muchos aspectos de la «puesta en canción» del


rey. El texto requería un trabajo de decodificación. La imagen del corral
convertía la situación problemática del Estado en una escena familiar y poco
inquietante. Al mismo tiempo, desmitificaba la procreación real y la reducía a
un nivel meramente «animal». Sin embargo, el autor del texto no era culpable
de una falta de respeto al monarca, porque el gallo, símbolo de Francia, era
una metáfora apropiada para designar al rey.

Si se revisan las canciones y los versos, hallamos en lo que respecta al


imaginario sobre el monarca grandes contrastes. El rey era un guerrero
heroico, un buen padre, un mujeriego, un haragán impasible, un monarca
cristianísimo, un inocente engañado, un proxeneta, un perseguidor feroz, un
niño inocente, un juez imparcial, un imbécil. No poseía un lugar o imagen
definitiva en las canciones. Las estadísticas realizadas a partir de nuestro
corpus de alrededor de quinientas cincuenta canciones y versos sobre el
soberano indican los temas preferidos por los autores. En el 40% de los textos, el

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rey era mostrado como «responsable del gobierno». El segundo aspecto (20%)
era su vida sexual y amorosa. El rey conduciendo sus ejércitos aparecía sólo en
el 15% –a menudo dominados por un tono de alabanza. Los temas siguientes
eran casi todos marginales: enfermedad, muerte, cuerpo del rey (los tres juntos
alcanzaban el 6%). Esta repartición de temas es bastante parecida para todo
el período 1680-1750. Sólo los años 1744-1745 resultan la excepción: en ocasión
de las campañas de Luis XV, « el guerrero » dominó la escena con un 50% de
las referencias.

Un segundo campo de investigación remite a las relaciones entre los súbditos y


el monarca. Pueden identificarse tres unidades, cada una diferenciada por el
grado de aprobación y desaprobación, a saber:

1. Enunciados no argumentativos sin distancia


1.a. odio
1.b. adoración ingenua

2. Textos no argumentativos mostrando distancia


2.a. burla
2.b. respeto
2.c. alabanza convencional

3. Textos mostrando argumentos o reflexión


3.a. crítica
3.b. posición equilibrada
3.c. asentimiento.

Predominaban los textos distanciados, no argumentativos y críticos. La burla


caracterizaba a un cuarto de las canciones, la crítica representaba un quinto
y la alabanza convencional, un séptimo. Odio y adoración se llevaban cada
uno un décimo. Los resultados para las otras categorías son mínimos.54

Los «se dice» de la «cultura de las nouvelles».


El significado de las canciones no puede comprenderse sino en el contexto de
otras palabras emitidas en los cafés y en los lugares públicos de Paris.
Encontramos en principio informaciones en los relatos de los espías policiales,
las moscas, conservados en los archivos de la Bastilla.55 Las dichos sobre el rey
eran parte de una verdadera cultura de la discusión. Se pueden interpretar
como la expresión de una cultura política pública. Pero la dimensión política
era sólo un aspecto de esta última. La definimos aquí sobre todo en su
totalidad como una forma de sociabilidad y de ocio. El fin de los interlocutores
no era principalmente hacer política, sino divertirse. Hablar del rey o de la
guerra era parte de un conjunto de actividades como el consumo de bebidas
de moda (café, licores) y paseos bajo los árboles frondosos del Palais Royal o
de las Tullerías.56 Enterarse de una noticia, ya fuera respecto del rey o del
último escándalo que tuvo lugar en la ópera, cumplía la misma función social,
al parecer, que una prenda elegante vestida con el fin de hacerse notar. Las
noticias, el consumo y los paseos formaban un conjunto, un escenario sobre el
cual se fabricaban las identidades o los lazos sociales.
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La comunicación sobre las novedades estaba todavía poco regulada. La
escena estaba dominada por los «nouvellistes». Esta palabra designaba tanto
a los curiosos interesados por la actualidad, que discutían y buscaban las
novedades, como a los profesionales que acumulaban noticias gracias a sus
redes de informadores, con el propósito de compilar resúmenes escritos, las
«nouvelles à la main», que eran en seguida enviadas a los abonados.57

En las discusiones, el rey era el personaje más importante. Sin embargo, es


preciso tener en cuenta que estaba lejos de ser el único. Hay un principio que
dominaba en las nouvelles à la main, en los informes policiales y en los diarios
íntimos de los particulares contemporáneos: el «desorden».58 Los
contemporáneos recibían y consumían las noticias sin organizarlas o
clasificarlas previamente. Se trataba de un material en bruto que ubicaba la
muerte del Papa a la par de las últimas noticias sobre una casa embrujada, la
suba de los impuestos y la más reciente amante del rey; todo ésto se
presentaba en el mismo plano.

No era fácil para los súbditos informarse sobre el rey. Pocos detalles sobre la
vida, las preocupaciones y las decisiones políticas del monarca penetraban en
los lugares de la «culture des nouvelles». En consecuencia, las informaciones
adquirían siempre un significado de primer orden. Toda información sobre el
rey era así absorbida por los contemporáneos; se la seguía con atención.
Todos los desplazamientos merecían un comentario. Lo mismo sucedía con sus
gestos públicos, como el nombramiento de oficiales, la participación en las
partidas de caza o la asistencia a un Te Deum en Paris. Todo era discutido con
el fin de reconocer palabras o gestos significantes. El rey como jefe de
gobierno o, durante la minoría de Luis XV, como centro simbólico de la
sociedad, era portador de significados diversos. Era posible que el rey revelara
en sus acciones cotidianas algo que debía permanecer secreto. La
personalidad del muy joven Luis XV, por ejemplo, reconstruida indirectamente
por medio de anécdotas, dejaba presagiar lo que sería su futuro reinado. Es
bajo la perspectiva de esta búsqueda de significados a través de anécdotas
que deben interpretarse las canciones, las discusiones y los libros clandestinos.
Todos estos modos de expresión reflexionaban sobre el monarca con la
intención de otorgarle sentido, y establecer una lectura del fenómeno «rey».

La anécdota servía de apoyo discursivo. Gracias a esta función, formaba


parte del análisis político.59 Pero todo el mundo sabía que se trataba de una
operación ilimitada. Ninguna interpretación era considerada definitiva: «Las
conversaciones circulaban sobre la enfermedad del rey. Cada uno habla de
eso con diferentes versiones, unos dicen que Su Majestad debe ser sangrado
del pie esta tarde […para curar] la viruela […], otros dicen que su enfermedad
no es sólo la viruela, sino que hay púrpura mezclada […], en fin otros aseguran
esta enfermedad no es nada ».60

No resulta sencillo identificar los principios según los cuales nacía la crítica o la
aceptación al rey en las discusiones políticas. La mayoría del tiempo, el
comportamiento verdadero del soberano tenía una influencia muy limitada
sobre lo que los súbditos pensaban de él. Con frecuencia, las opiniones
oscilaban, incluso se contradecían, a veces en un mismo párrafo. Habría que

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intentar de todos modos tomar en serio estos fragmentos de opinión. Como la
literatura clandestina, cada una de estas expresiones era una tentativa
aislada, una búsqueda limitada de información y de juicio sobre el príncipe en
un contexto preciso. Su resultado no era forzosamente un juicio definitivo,
aunque el lenguaje (en general afirmativo) pareciera connotarlo. Esto no
excluye la espontaneidad, ni las reacciones afectivas. Las emociones
revelaban más bien valores profundos y convicciones íntimas.

El «círculo regenerador» de la monarquía.


¿Puede identificarse un sistema organizando las variaciones de las opiniones
sobre el rey? Para responder a esta pregunta, es importante conocer las
razones que provocaron los numerosos cambios de humor de los franceses. En
efecto, existía un principio estructural, una suposición fundamental que
influenciaba el humor del público, casi siempre expuesto a la «miseria»
permanente. A los ojos de los contemporáneos, el estado de los asuntos
públicos era lamentable. Este juicio no dependía de lo que el historiador
puede sentirse tentado a caracterizar como «realidad histórica», sino que se
trataba de una actitud anclada en la mentalidad colectiva. La miseria era
atribuida, en general, a la influencia de ministros y amantes, como hemos visto
en los libros clandestinos. Las discusiones en los cafés no diferían demasiado.

Otra idea, sin embargo, contrabalanceaba este supuesto. Si la miseria reinaba


continuamente, los contemporáneos no perdían la esperanza en el porvenir,
que se alimentaba de una verdadera idea fija: el gobierno personal del rey.
Desde que había rumores según los cuales el rey estaba listo para asumir sus
responsabilidades públicas, todos se alegraban. Se contaban anécdotas
amables sobre el monarca. Sólo del rey esperaban su liberación. Tener un
verdadero rey –gobernando por sí mismo–, parecía garantizar una política
sabia, el bienestar y la abundancia. Los contemporáneos estaban
convencidos de que el monarca, una vez devenido verdadero jefe del
gobierno, se transformaría natural e infaliblemente en un soberano perfecto e
ideal.

Según la visión contemporánea, la razón de ello era simple: el rey era la única
persona en el reino que no tenía intereses particulares. En una cultura de
clientelismo, cada uno buscaba enriquecerse y proveer a las necesidades de
su familia. Para el rey, no funcionaba así: él no podía enriquecerse porque
todo el país le pertenecía, y ascender o aumentar su influencia no tenía
ningún sentido para él. Tampoco tenía necesidad de congraciarse con
alguien porque no dependía de ningún amo. El interés personal del rey no
podía ser otro que la gloria de ser un perfecto monarca; el interés individual de
la persona del soberano y el interés público del Estado eran idénticos.61 Esta
era la explicación «psicológica» de la función real, que difería radicalmente de
la visión oficial de una unidad mítica entre el rey, el reino y el pueblo. Según la
visión «psicológica» del público, el rey era bueno porque no tenía razones para
ser malo. Sin embargo, de estas dos visiones, se derivaba una misma
conclusión: sólo el rey era apto para gobernar.62

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Si en el comienzo de un nuevo reinado las condiciones no mejoraban –lo que
era necesariamente el caso– los súbditos acordaban un tiempo de gracia al
monarca. Cuando constataban que el nuevo gobierno no significaba una
Edad de Oro, buscaban poner en relación este hecho (y la crítica de la
miseria) con su concepción idealizada del príncipe. Para hacerlo, se servían de
imágenes hechas. Se partía del principio según el cual otras personas eran las
responsables de las acciones de gobierno: sobre todo, los ministros y los
favoritos. Así, los súbditos podían conservar y cultivar sus esperanzas. El rey era
puesto entre paréntesis, entendida su existencia como provisoria. En esta fase,
se lo consideraba un monarca de potencialidad, en estado de crisálida por
decirlo así. Pero ciertos momentos simbólicos denotaban de forma ineludible
su acción personal. Uno de estos gestos fuertes fue la partida de Luis XV hacia
el ejército en 1744. Desencadenó un fuerte sentimiento político que podemos
con razón caracterizar como «amor por el rey».63 Desde este momento, la
crítica no podía seguir negando la responsabilidad del monarca en el curso de
los acontecimientos.

El modelo que venimos de describir es naturalmente superficial y su lógica


deriva de una construcción del historiador. Siempre las amantes y los ministros
han servido de perfectos escudos contra la crítica. Los súbditos hacían
responsable al rey por no tener la fuerza de gobernar por sí mismo o por no
hacer el esfuerzo de liberarse de la influencia de los favoritos. Pero esto quería
decir que los contemporáneos no perdían la esperanza de que el rey se
reformara un día y estableciera el orden mediante una palabra de autoridad.

Paralelamente a las esperanzas en el porvenir, resulta sorprendente la


tendencia a la glorificación del pasado. Pocos años después de la muerte de
Luis XIV, quien había suscitado múltiples expresiones de odio popular, su
reinado aparecía ya como una era paradisíaca perdida. Entre el pasado y el
futuro, períodos representados como fases de perfecta armonía, los
contemporáneos concebían su presente como un período de dificultosa
transición. La fase transitoria era en realidad permanente, pero esta
permanencia no se hacía sentir, porque todo el mundo esperaba que
terminara más o menos pronto. De hecho, se trataba de un inmovilismo
disimulado bajo el aspecto de la dinámica de una esperanza de cambio.64

Este modelo podía funcionar porque los comentadores no comprometían sus


juicios sobre reivindicaciones concretas o sobre un «programa» político de
gobierno. No existía un criterio exacto para medir el grado de miseria ni para
estimar las medidas políticas tomadas. Es difícil saber lo que los
contemporáneos esperaban de un rey reinando por sí mismo. En principio,
existía una idea difusa respecto de que había que regresar a las leyes
antiguas. Todas las innovaciones eran mal vistas; la Edad de Oro sólo podía
realizarse mediante el restablecimiento de las leyes y principios primitivos del
gobierno monárquico. La forma de discusión política no permitía
aparentemente articular ideas más precisas. Lo que importaba eran los hechos
simbólicos.

Si lo entendemos como una fase del «círculo regenerador», el descontento


permanente de los súbditos no se dirigía contra la existencia de la institución

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monárquica. Es casi a la inversa: la monarquía era juzgada siguiendo el
«potencial de esperanza» que se encontraba «almacenado» en ella. Cada
cambio en el trono e incluso cada dimisión de un ministro tenían como
resultado una recarga de este «stock».65 Se puede también decir que en los
períodos más precarios, la crítica crecía al mismo ritmo que la esperanza,
estando ambas ligadas. Visto desde este ángulo, las crisis políticas podían
incluso contribuir a estabilizar la monarquía.

Las esperanzas desmedidas, ligadas al gobierno personal del rey, no podían


ser satisfechas por un monarca. Paradójicamente, este defecto estructural no
debilitaba a la monarquía. Es mediante el principio mismo del gobierno de una
sola persona que los cambios radicales parecían posibles y pensables, ya fuera
a causa de la muerte de un soberano, o por un cambio en las ideas del
príncipe.

La monarquía estaba relacionada con la idea de renovación y de


regeneración, en el sentido del restablecimiento de los viejos tiempos y las
antiguas leyes. La visión del tiempo era circular, el porvenir a alcanzar por el
rey se parecía al pasado glorioso. El rey, que no gobernaba (todavía) o que
era un mal rey, encarnaba el símbolo de un retraso y del carácter provisorio
del presente. Es de él que se esperaba la mejoría.

El rey manipulado y fascinante.


La imagen del rey no sólo jugaba un rol importante en las expresiones políticas
«clásicas». También nos re-encontramos con la imagen de un monarca
implicado en las estrategias destinadas a resolver problemas diversos. En
primer lugar, es preciso mencionar los placets, único medio a través del cual
los súbditos podían entrar en comunicación directa con su soberano.

A diferencia de las requêtes, que necesitaban un consejo jurídico y eran


dirigidas de hecho al Consejo del rey, el placet era una carta individual,
demandando una gracia extraordinaria y personalizada. Se han podido
identificar alrededor de doscientos placets dirigidos directamente al monarca,
conservados en los archivos del Control General de Finanzas, cubriendo el
período 1683 a 1735. Durante el reino de Luis XV, documentado de manera tan
incompleta, el corpus se refiere principalmente al período anterior a 1715. No
representa sino una pequeña parte de los placets, enviados al monarca.
Conservados en los Archivos del Ministerio de Asuntos Extranjeros, hemos
relevado al menos 858 placets sólo para el año 1689, y solamente 165 para el
año 1709. Pero esto no significa que los súbditos escribieran con menos
frecuencia al rey. Parece más bien que las administraciones especializadas se
encargaban cada vez más de responder a las necesidades de los súbditos. En
efecto, en lo que respecta a los fondos de archivos referentes al Controlador
General, se observa un neto crecimiento durante el mismo período.66

Lamentablemente, hay poca información que revele las condiciones bajo las
cuales fueron escritos los placets. Conocemos, por azar, el caso de un
sacerdote desterrado que buscaba ser perdonado. El destino de Louis La
Malatie, haciendo un viaje hacia Paris y Versalles para poder entregar un
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placet, nos muestra las estrategias mediante las cuales los súbditos esperaban
aumentar sus chances de obtener lo solicitado. Para La Malatie, era muy
importante contar con la mediación de una persona ubicada en la
administración. No era tan ingenuo como para enviar su placet directamente
al rey, sabiendo que este último no podía leer todas las solicitudes; fue víctima,
sin embargo, de otra ingenuidad. Confió en alguien que se había presentado
como intermediario, pero que no tenía el poder para ubicar la demanda del
sacerdote. Esta persona, llamada Bordenave, tras algunos intentos inútiles, dio
finalmente al sacerdote un falso permiso, pero tan mal falsificado que no pudo
engañar a la policía.67

Sin embargo, no se puede decir que escribir un placet no sirviera para nada.
Siguiendo el curso de los placets mencionados más arriba, tres cuartos de las
demandas eran aceptadas. En cuanto al origen de los demandantes, se
constata una sobrerrepresentación de personas provenientes de las regiones
del norte de Francia en el aspecto geográfico, y de los sectores más elevados
en el aspecto social. Más cerca se estaba del rey en el espacio o en el rango,
con más frecuencia se conseguía una respuesta favorable.

¿Cuál era la función del rey en los placets? En primer lugar, cumplía la función
del buen gobernante, aliviando situaciones dificultosas provocadas por
catástrofes naturales o debidas a la pobreza. El rey simbolizaba la idea de una
ayuda en una época desprovista de sistemas de seguridad social. Luego de
haber abandonado su servicio en el ejército, muchos miembros de la baja
nobleza rogaban al rey que les otorgara una renta o un puesto remunerado.
Una segunda categoría de placets se dirigía a obtener privilegios jurídicos. O
bien rogaban al rey acelerar un proceso o bien le demandaban la suspensión
de una ordenanza, o incluso el alivio del peso de los impuestos sobre una
persona en particular. En estos casos, el rey aparecía como el príncipe
soberano, amo del sistema legal y distribuidor de las libertades y
generosidades. Además, la idea de riquezas inmensas pertenecientes a la
Corona parecía sobreentenderse en una gran parte de los placets.

De hecho, el lenguaje es una de las dimensiones más interesantes de los


placets. Los autores adoptaban un modelo bastante preciso, y organizaban el
texto en torno a tres aspectos: el peticionante, la demanda y el rey.
Aparentemente, era el deber del autor organizarlos siguiendo un esquema
convenido para garantizar (o volver posible) el éxito del trámite. El solicitante
debía ser presentado como un súbdito fiel, merecedor de las gracias del
monarca. Debía legitimar su demanda a través de argumentos aceptados o
incluso reivindicados en el contexto específico del «lenguaje de los placets».
Para solicitar un favor del rey debía invocarse, de una manera prefijada, sus
virtudes, para imponerle el deber moral de acordar la gracia. Además, era
importante señalar que el rey significaba un «último recurso». Así, Guilhaume
Douvrier «describe a Vuestra Majestad con todo el respeto y el dolor posible el
lamentable estado al que se encuentra reducido, lo que lo obliga a recurrir a
Vuestra autoridad Real e implorar la ayuda paternal que vuestra sagrada
[persona] no niega jamás a los súbditos ».68

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Los autores se servían de topoi, señalando que querían adaptarse al modelo
tácitamente prescripto por el poder. No obstante, no se contentaban
simplemente con copiarlos. Se trataba, en los hechos, de expresar un
problema, una relación político-social o una reivindicación, bajo la forma de
un lenguaje convenido. Era una forma de negociar la realidad.69 La
representación del rey, que retiene sobre todo nuestro interés, era bastante
uniforme. Se hacía alusión a la «bondad real», a la «bondad ordinaria», a la
«justicia ordinaria» y a la «generosidad real». El solicitante debía sobre todo
referirse al principio real del «alivio» del pueblo: «Señor […] Vuestra Majestad no
tiene nada en más alto estima que la tranquilidad y el alivio de sus pueblos
[…]; [aceptar la demanda] es el más grande bien y tranquilidad que puede
hacerse en Vuestro Reino para vuestros súbditos ».70

Los autores sabían que las virtudes asignadas al monarca podían adquirir
fuerza (discursiva), obligándolo a actuar: «CORRESPONDE A VUESTRA
MAJESTAD [en mayúsculas en el original] compensar mediante un cuidado real
y paternal la debilidad de su pueblo».71 Si uno podía presentarse con razón
como un súbdito fiel, entonces la generosidad y la justicia no podían faltar. Es
así que los autores buscaban manipular la representación convenida del rey.
En consecuencia, los jueces de Menin reivindicaban «la justicia debida a su
miseria»72 y el marqués de Sailly empleaba grandes medios, «demandando
solamente que lo que Vuestra Majestad no puede negar ni al menor de sus
súbditos, cualquier Suplicante tiene derecho a esperar como contraprestación
por sus servicios».73

Este ejemplo difiere sin embargo de la autorrepresentación de la mayoría de


los peticionarios. En general, los placets recalcaban la humilde posición del
autor, como el sacerdote l’Arzalier, que calificaba a su petición como «la
plegaria que un pequeño gusanillo de tierra hace al más grande de todos los
reyes ».74

Dado que los placets testimonian un lenguaje «técnico» bien elaborado, las
pequeñas variaciones de formulación se muestran muy reveladoras. Algunos
placets prueban que bajo la apariencia de humildad se escondía un autor
convencido de poseer determinados derechos específicos. Jeanne Le
Gouverneur, viuda de un armador de naves, reclamó en 1723 «el arreglo de lo
que VUESTRA MAJESTAD le debía al armador de naves […] y la liquidación
fijada el 25 de julio de 1710 en la suma de 54502 ».75

Existen textos cuya brevedad resulta sorprendente. Sus autores son, en su


mayoría, personas que pertenecían al entorno inmediato del rey, como
sirvientes personales o funcionarios de la corte. A sus ojos, el placet
seguramente no era sino una formalidad reivindicada por la burocracia,
siendo que sus demandas eran con anterioridad acordadas por vía oral.

De hecho, el problema principal para el autor de un placet era representar de


manera correcta el rol de los ministros y de la burocracia. En principio, el
lenguaje y el contenido del placet estaban supuestamente dirigidos a
establecer un lazo directo entre el monarca y sus súbditos. Acordar una gracia
en respuesta a un placet constituía por excelencia un acto de gobierno del

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rey en persona. Este acto estaba cargado de un valor simbólico importante.
Pero la realidad no era así –y la mayoría de los contemporáneos sabían que la
administración era la que tomaba las decisiones. Se agregaba a esto, claro, la
importancia de las redes de clientela. A menudo, las redes permitían a los
suplicantes hacerse «proteger» por un ministro o por uno de los grandes del
reino. En los placets, se encuentran los nombres de los «protectores» que fueron
escrupulosamente señalados, comenzando por el rey. De esta forma, el
soberano quedaba reducido, en la lógica de un ayuda-memoria burocrático,
al simple rango del patrón de una clientela.

Una proporción no descartable de autores de placets duplicó su demanda al


rey mediante un texto similar dirigido al ministro responsable: «Chabouillé
procurador del Rey, y subdelegado en Fontainebleau, le suplica reciba de
manera favorable un placet presentado [al rey] y al que Vuestra Grandeza
debe dar el tratamiento correspondiente.”

En las cartas dirigidas a los ministros, se entremezclaban dos aspectos. Por un


lado, el principio del clientelismo: los autores creían que su empresa ante el rey
no tenía posibilidades de éxito sin la protección de un personaje próximo al
monarca. Además, se dirigían al ministro en tanto especialista, encargado, por
ejemplo, de la administración de las finanzas, del cual se esperaba una
decisión motivada por el conocimiento íntimo de la materia en cuestión. Es por
esto que un ministro era más interesante a los ojos del suplicante, que un
miembro de la gran nobleza, que no representaba sino el primer aspecto.

Es sorprendente constatar que el lenguaje utilizado en los placets dirigidos a los


ministros es similar al empleado en los destinados directamente al rey. Da la
impresión de que en el plano retórico, el rey y sus ministros resultaban
intercambiables. En ocasiones, los autores ni siquiera se tomaban el trabajo de
redactar dos textos diferentes, y enviaban a ambos la misma versión.

En ocasiones, los placets a los ministros resultaban tan aduladores que sus
autores corrían el riesgo de ser considerados culpables del crimen de lesa
majestad. Jacques Cachret «espera que MONSEÑOR, único sol de Justicia en
Francia, tendrá compasión de mí».76

Este contexto relativizaba la retórica de la relación privilegiada entre los


súbditos y el rey. Por un lado, se servían del monarca, padre de sus súbditos,
siguiendo la autorrepresentación de la monarquía. Por el otro, no eran
ingenuos, y no descartaban ninguna otra vía susceptible de arreglar su
problema. Esto no significaba, sin embargo, que consideraran la
autorrepresentación de la propaganda como deshonesta, sino solamente que
conocían otras alternativas y estaban dispuestos a servirse de ellas.

Si hablamos de manipulación de la imagen real, es preciso detenerse en


historias como la de Marie-Anne de Feuquières. En 1698, escribió a Madame
de Maintenon bajo un pseudónimo la siguiente carta: «Madame, el santo y pío
interés que Ud. pone en la persona del rey hace que yo le dirija la presente.
para advertirle que un hombre de la ciudad […] ha puesto bajo su protección
a un individuo llamado Besson […] para envenenar al rey […]. Este veneno

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debe arrojarse con una pluma sobre la vestimenta de su majestad y hace
efecto 24 horas después […]. Yo he consultado, Madame, a una persona de
confianza que me ordenó advertir a su grandeza […]. Me confiaron el secreto
para llevarme a Holanda a compartir la fortuna muy considerable que aquél
individuo espera de esta maldita acción, pero a Dios no le place compartir un
bien tan lamentable […]. La pérdida que tendrá toda Francia, Madame, los
obliga a no perder tiempo […]. Evitar esta desgracia será bueno para toda
Francia que estará muy triste por perder a un tan buen rey. Créame, Madame,
es necesario actuar frente a este asunto. Esté persuadida de que siendo por
vuestra grandeza el mayor de los respetos. Vuestra muy humilde y obediente
servidora de Langlé en Paris este 25 de octubre de 1698».77

En los hechos, este complot nunca existió. En los archivos de la Bastilla, se


encuentran muchos relatos de este tipo. Se trataba de una manipulación de la
imagen real que jugaba con los miedos de los agentes del poder monárquico.
Por definición, el sistema monárquico era muy vulnerable, pues descansaba en
la persona del rey. Una comida envenenada o una puñalada podían poner
en peligro el funcionamiento del sistema político y el bienestar del pueblo,
simbolizado por el príncipe –lo que se ponía en evidencia durante el famoso
atentado de Damiens contra Luis XV.78

Como Arlette Farge demostrara en su momento, la policía estaba atenta con


un temor paranoico a todo lo que pudiera poner en peligro a la persona del
rey. Esto tenía como consecuencia considerar como criminal a toda persona
que tuviera alguna relación con los supuestos complots.79 A los ojos de la
policía, la muerte y sobre todo el asesinato del soberano eran tabú, a tal punto
que debían resultar acciones impensables para un súbdito fiel. Imaginar un
complot contra el monarca era ya considerado como una monstruosidad. Los
denunciantes de «falsos complots» se aprovechaban de esta situación de dos
maneras: en primer lugar, sabían que la policía respondería a sus denuncias;
por otra parte, esperaban que ésta tomara en serio su ficción, protestando
ellos mismos que un súbdito sensato jamás inventaría una infamia semejante.
En los hechos, subestimaban gravemente la experiencia y las facultades de las
fuerzas policiales, las cuales, con frecuencia, descubrían inmediatamente el
carácter infundado de los atentados.

Pueden distinguirse tres diferentes razones que motivaron la denuncia de una


falsa conspiración contra el trono. La más simple era el dinero. Ingenuamente,
los denunciantes esperaban recibir una recompensa por su compromiso. A
menudo, estos relatos no eran demasiado elaborados. El segundo motivo, que
impulsó entre otros a Marie-Anne de Feuquières a actuar, era dañar a alguna
persona en particular. El objetivo de esta última no era otro que su propio
marido, Anselme Besson. Como vivía desde hacía tiempo con otro hombre,
Pierre du Verry, la acusación lanzada contra su marido pretendía silenciarlo. Se
trataba, sobre todo, de demandas financieras de Besson, a las cuales su mujer
no quería responder. La razón tal vez más importante era convertir en
honorable su concubinato con Pierre du Verry, para no ser acusada de
adulterio. Besson, envenenador y súbdito infiel, habría elegantemente
legitimado la separación de los esposos. La manipulación de la imagen del rey
servía así para resolver problemas de la vida social o económica.

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Hay un tercer móvil que conducía a los súbditos a denunciar un complot: ser
recibidos por el monarca. Se pretendía, por ejemplo, tener que comunicarle
un gran peligro. En estos casos, no había un interés financiero puesto en juego.
Otros archivos nos informan de personas que se decían portadoras de secretos
o que conocían medios para procurar real rey.80

Conocer informaciones importantes para el Estado o incluso sobre una conjura


podía tener una función similar a la de la literatura clandestina: se trataba de
conocer o de acercarse a los secretos del monarca. Transformándose en
portadores de secretos interesantes para el príncipe, los actores en cuestión se
dotaban de una cualidad extraordinaria, que debía distinguirlos de otros
súbditos. Hablar con el rey de una conspiración significaba tener
informaciones importantes en relación al destino del Estado, era incluso entrar
en el secreto y recibir algunos rayos del aura del monarca. Algunos estaban de
hecho convencidos de que devendrían colaboradores del rey, imaginándose
que resultaban de una importancia capital para el monarca.81 Es preciso
señalar que estos fenómenos existieron durante todo el período bajo estudio.82

En todo caso, hay que notar que el pretexto que servía para entrar en
comunicación con el rey no era fundado. Los denunciantes y los portadores
del secreto sabían que todo era inventado. Sus acciones y sus motivos
oscilaban entre la fascinación ingenua (motivados por el fin) y la manipulación
deliberada (con los medios para alcanzarla). Utilizando este estratagema para
aproximarse al gobernante supremo, ponían en cuestión, por su propio
comportamiento, la validez del secreto.

Esta situación devela probablemente una mentalidad política y social apta


para aceptar contradicciones. No se trataba de extraer una conclusión
unívoca sobre la «naturaleza del rey». Por el contrario, había muchas
posibilidades de construir la imagen del monarca, lo que permitía utilizarlas
para fines bien distintos. En lugar de hallar en las fuentes una imagen
«definitiva», encontramos un abanico de usos diferentes del monarca. Los
placets y el caso de la Bastilla lo muestran: dirigirse al soberano no resultaba
jamás totalmente inocente, lo que por otra parte casi nunca anulaba la
fascinación casi mística que dicho contacto suponía.

Otros ejemplos apoyan esta constatación. En Paris, en momentos de fiestas


públicas de la monarquía, se observa, por ejemplo, una tendencia de los
súbditos a substraerse de la disciplina. Convocando a la masa a aplaudir a la
monarquía, las autoridades reales y comunales buscaban que las ceremonias
se desenvolvieran bajo un modelo preexistente. A los ojos de las autoridades,
todos los participantes, incluyendo a los espectadores, debían cumplir un rol
preciso.83 Paradójicamente, los súbditos debían expresar su lealtad a la
monarquía a través de un comportamiento prescripto y espontáneo a la vez.84

En lugar de plegarse a las directivas, en general demasiado detalladas, los


espectadores intentaban, por el contrario, reapropiarse de la fiesta. Citemos,
por ejemplo, el informe del abogado y periodista Barbier, describiendo las
fiestas en ocasión de la curación del rey en 1721: « grandes alegrías y grandes

“Dénigrer, espérer, assumer”. Trad. Santiago Peña (Historia Moderna-UBA) Página 21

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locuras en todo Paris […]; bailes y muchas mujeres maniáticas, con gritos que
aturden: ‘¡Viva el Rey! ».85

La falta de disciplina y las transgresiones (de las costumbres, del decoro) eran
legitimadas por la invocación al rey. El buen rey no se enojaría jamás contra
sus súbditos, pues el desborde probaba que la gran alegría y la lealtad
estaban provocadas por su persona.86 Ataques contra las autoridades políticas
podían así nacer bajo esta protección simbólica: «Se iba a beber a la salud del
Rey y, golpeándose la mejilla, se decía: ‘Y ésta por el Regente’».87 Era entonces
el rey, símbolo del orden de la sociedad, quien podía al mismo tiempo servir de
pretexto para cierta descomposición, por limitada que ella fuera.

El rey total, o la «ambigüedad englobante».


Para volver al problema de la sacralidad y de la desacralización de la
monarquía, hemos visto que una interpretación de la imagen del rey resulta
posible a condición de no prestarle demasiada atención. Porque, en las
fuentes, la sacralidad no juega un rol significativo. A excepción de las fórmulas,
la «persona sagrada» no parecía ocupar a los súbditos. La ceremonia de tocar
las escrófulas es considerada, con razón, como el indicio más importante de
una creencia popular en la sacralidad de la monarquía. En los hechos, los
súbditos no parecían privilegiar la ceremonia de las escrófulas en relación a
otras fiestas públicas. Se habló mucho y se cantaron vaudevilles burlones
cuando Luis XV puso fin de manera tácita al tocamiento de escrófulas a causa
de su pecaminosa vida extraconyugal, pero el problema fue rápidamente
olvidado. No hay pruebas de que la función taumatúrgica haya jugado un rol
excepcional en la percepción del rey o para la construcción de su imagen por
fuera del discurso oficial. Incluso en la perspectiva de los enfermos, la oferta
real de curación no tenía verdaderamente un status particular en relación a
otras ocasiones de curación milagrosa o mágica que abundaban en el
«mercado médico».88

Los ceremonialistas responderían tal vez que en 1680, la realeza estaba ya


«desacralizada». Por respeto a los teóricos del Estado, no los contradeciremos.
Pero, ¿cómo probar que las ceremonias de la corona durante el Renacimiento
habían dado lugar a una creencia por parte de los súbditos? Alain Boureau lo
ha puesto seriamente en duda para el caso de los cortesanos –personas que
estaban, por definición, muy próximas o incluso implicadas en las
ceremonias.89

Otros responderán que nuestras fuentes se limitan a Paris, y que en la provincia


la situación podría haber sido completamente diferente, considerando que los
campesinos habrían estado más inclinados a creer en la sacralidad. Sobre este
punto, algunos documentos de origen provincial no difieren de manera
significativa del resto del corpus.90 Este argumento descansa sobre una idea
bastante extendida de primitivismo: la relación primitiva, es decir medieval,
entre el rey y sus súbditos, se habría conservado en las mentalidades
campesinas en la larga duración. Pero, ¿qué sabemos realmente de la
«percepción primitiva» del rey?

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La validez del concepto de «sacralidad-desacralización» es muy difícil de
probar; es incluso más difícil encontrar una definición válida del término
«sacralidad». Creo además que la «sacralidad» no nos explica nada sobre la
relación de los súbditos con el rey. Una «desacralización», incluso una
«desafección», resultan por completo ajenas a nuestro período. ¿Qué hacer
con un concepto que no ayuda a analizar las fuentes, que oscurece más bien
la imagen y de la cual la documentación no está segura? Nosotros
proponemos abandonarla.

Robert Darnton ha afirmado que hablar del rey en la Francia del siglo XVIII no
implicaba sino una «serie de variaciones sobre el mismo tema: la decadencia y
el despotismo».91 En nuestra opinión, el asunto es bastante más complicado. La
imagen del rey estaba compuesta de muchas caras. Sin embargo, la
percepción de la monarquía se caracterizaba por un equilibrio. Los súbditos
contrabalanceaban las sobre-elevaciones del rey en la representación oficial
mediante un trabajo de humanización y de burla. Contrabalanceaban
también la actualidad, a sus ojos muchas veces insoportable, a través de lo
que hemos llamado el «círculo regenerador». Los súbditos intentaban atravesar
las líneas de circunvalación alrededor del monarca. Fuera iniciando una
aproximación en sentido propio, es decir topográfico, o un trabajo de
explicación y de imaginación de la persona real.

Muchos historiadores han escrito que la existencia de esta línea habría


conducido a una desafección de los súbditos. Pero lo contrario es igualmente
cierto. La corte en Versalles, los ministros y las amantes, supuestos alienadores
del rey frente a sus súbditos y deberes, alimentaron la imaginación de los
franceses. Gracias a la existencia de estos personajes, los súbditos disponían de
mucha «materia prima», con la cual decorar sus anécdotas, transformando al
rey, a priori desconocido, en un personaje familiar. En lugar de poner en tela
de juicio al rey, la reflexión constante de los contemporáneos conducía a un
mejor conocimiento del monarca –que este «conocimiento» fuera imaginario
no debería presentar problemas.

Tenemos entonces un sistema muy complejo de representaciones que se


inscribe en contextos variados –de carácter discursivo, social y político. La
imagen del rey no era fija, consistía en un trabajo permanente de construcción
y desconstrucción. De hecho, no había una imagen sino imágenes. Estamos
tentados de decir que las imágenes del rey se caracterizan sobre todo por la
contradicción. Preferimos hablar de ambigüedad. Esta ambigüedad puede
ser observada en casi todos los contextos: el «rey de percepción» oscilaba
entre los dos trabajos mentales de banalización y mitificación. Se era investido
por el rey y se obtenían beneficios manipulando la imagen real. En los placets
se planteaba una relación exclusiva entre el súbdito y el rey, y sin embargo se
escribía en los mismos términos al ministro. La literatura clandestina ponía de
relieve a un rey tiránico que en el fondo, sin embargo, era un simple esclavo
de su entorno. Los súbditos manipulaban la representación del soberano para
participar de su aura mítica, defendiendo así, por su propia naturaleza, a la
manipulación. El «círculo regenerador» mezclaba ficción y realidad. Se
intentaba explicar el comportamiento del rey en términos humanos con un
lenguaje cotidiano –al mismo tiempo, se esperaban milagros sobrehumanos

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que presagiarían su futuro gobierno personal. El discurso jansenista, del cual no
hemos hablado en este artículo, descomponía la representación del rey en
dos personas, de tal manera que devenía simultáneamente amigo y enemigo
del pueblo.92 El rey era a la vez cercano y lejano, un humano banal y un mago
misterioso, era débil y muy fuerte, representaba el buen orden de la sociedad
y el desorden, era el culpable y la víctima. Por un lado, los súbditos, se
esforzaban por tener una imagen «realista» del rey, pero por el otro confiaban
ciegamente en una concepción idealizada.

En nuestra opinión, esta complejidad de la representación del rey refleja una


sensibilidad fundamental. Existen como dos polos alrededor de los cuales se
organizaban las imágenes: la verdad simbólica frente a la experiencia de lo
cotidiano, y la idea de un cotidiano que se organiza mejor sin tener muy en
cuenta valores y creencias idealizadas. Es por esto que la representación del
rey resulta un fenómeno relevante, pues engloba todas las dimensiones
posibles de la vida social y política. A través del rey, los súbditos tenían en
apariencia la posibilidad de articular una cosmología. Se podría decir que el
rey era un símbolo universal y total: la realidad era irreductiblemente
contradictoria, pero aparentemente funcionaba –como la lógica de la
representación del rey. Esta última lejos estaba de poder resumirse en una
dimensión «política» excluyente, pues el rey debió ser percibido como un
campo mental, simbólico, discursivo, abierto a toda una plétora de
«negociaciones de lo real».

Cabe resaltar, sin embargo, una función en particular: este campo servía para
evitar la desintegración del mundo social y político. Servía para sostener la
experiencia de la realidad que estaba llena de contradicciones y
ambigüedades. Todos los enunciados convergían en esta idea: era necesario,
se podía y resultaba deseable vivir bajo la monarquía. En el fondo, la
fascinación con el rey era pragmático: no había alternativa.

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NOTAS
1 Este artículo presenta algunos de los resultados de una tesis de doctorado publicada
en alemán: Jens Ivo ENGELS, Königsbilder. Sprechen, Singen und Schreiben über den
französischen König in der ersten Hälfte des achtzehnten Jahrhunderts, Bonn, Bouvier,
2000. Agradezco a Cynthia Couhade, Claire Fredj y Ulrike Krampl por haber hecho de
este texto una versión comprensible en francés. Los errores que puedan percibirse son
exclusiva responsabilidad del autor.

2 Classiques : Marc BLOCH, Les rois thaumaturges. Étude sur le caractère surnaturel
attribué à la puissance royale particulièrement en France et en Angleterre, Paris, 3e
éd., Gallimard, 1983 ; Percy Ernst SCHRAMM, Der König von Frankreich. Das Wesen der
Monarchie vom 9. zum 16. Jahrhundert. Ein Kapitel aus der Geschichte des
abendländischen Staates, Weimar, Böhlau, 1939 ; Ernst H. KANTOROWICZ, Les deux
corps du roi, in Oeuvres, Paris, Gallimard, 2000. École cérémonialiste : Ralph E. GIESEY,
The Royal Funeral Ceremony in Renaissance France, Genève, Droz, 1960 ; Ralph E.
GIESEY, Cérémonial et puissance souveraine. France XVe-XVIIe siècles, Paris, Armand
Colin, 1987 ; Richard A. JACKSON, Vive le roi ! A History of the French Coronation from
Charles V to Charles X, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1984 ; Lawrence
M. BRYANT, The King and the City in the Parisian Royal Entry Ceremony. Politics, Ritual,
and Art in the Renaissance, Genève, Droz, 1986 ; Sarah HANLEY, Le lit de justice des rois
de France l’idéologie constitutionnelle dans la légende, le rituel et le discours, Paris,
Aubier, 1991. Travaux récents, sans prétendre à l’exhaustivité : Jean-Marie
APOSTOLIDÈS, Le roi-machine. Spectacle et politique au temps de Louis XIV, Paris,
Minuit, 1981 ; Peter BURKE, Louis XIV. Les stratégies de la gloire, Paris, Seuil, 1995 ; Joël
CORNETTE, Le roi de guerre. Essai sur la souveraineté dans la France du Grand Siècle,
Paris, Payot, 1993 ; Sabine DU CREST, Des fêtes à Versailles. Les divertissements de Louis
XIV, Paris, Klincksieck, 1990 ; Michèle FOGEL, Les cérémonies de l’information dans la
France du XVIe au milieu du XVIIIe siècle, Paris, Fayard, 1989 ; Bernard GUÉNEE, Les
entrées royales françaises de 1328 à 1515, Paris, Éditions du CNRS, 1968 ; Thomas E.
KAISER, «Rhetoric in the Service of the King. The Abbé Dubos and the Concept of Public
Judgement », Eighteenth-Century Studies, 23, 1989/1990, p. 182-199 ; Andreas KÖSTLER,
Place Royale. Metamorphosen einer kritischen Form des Absolutismus, München, Fink,
2003 ; Louis MARIN, Le portrait du roi, Paris, Minuit, 1981 ; Gérard SABATIER, Versailles ou
la figure du roi, Paris, Albin Michel, 1999 ; Anne SPAGNOLO-STIFF, Die « entrée solennelle
». Festarchitektur im französischen Königtum (1700-1750),Weimar,Verlag für
Geisteswissenschaften, 1996 ; Hermann WEBER, «Sakralkönigtum und
Herrscherlegitimation unter Heinrich IV », in Rolf GUNDLACH (éd.), Legitimation und
Funktion des Herrschers.Vom altägyptischen Pharao zum neuzeitlichen Diktator,
Stuttgart, Steiner, 1992, p. 233-258. Valorisant les usages « critiques » et la polysémie du
rituel politique, Philippe BUC, «Rituel politique et imaginaire politique au haut Moyen
Âge », Revue historique, 306, 2001, p. 843-883. Le cas de la France a servi de modèle à
des recherches portant sur d’autres pays et royaumes : Rudolf J. MEYER, Königs- und
Kaiserbegräbnisse im Spätmittelalter.Von
Rudolf von Habsburg bis zu Friedrich III., Köln, Weimar, Böhlau, 2000 ; Johannes
PAULMANN, Pomp und Politik. Monarchenbegegnungen in Europa zwischen Ancien
Régime und Erstem Weltkrieg, Paderborn, Schöningh, 2000 ; Bruno PREISENDÖRFER,
Staatsbildung als Königskunst. Ästhetik und Herrschaft im preußischen Absolutismus,
Berlin, Akademie, 2000 ; Javier VARELA, La muerte del rey, Madrid, Turner, 1989.
Expression publique : Roger CHARTIER, Les origines culturelles de la Révolution française,
Paris, Seuil, 1990 ; Arlette FARGE, Dire et mal dire. L’opinion publique au XVIIIe siècle,
Paris, Seuil, 1992 ; Arlette FARGE, Jacques REVEL, Logiques de la foule. L’affaire des
enlèvements d’enfants Paris 1750, Paris, Hachette, 1988 ; Steven L. KAPLAN, Le complot

“Dénigrer, espérer, assumer”. Trad. Santiago Peña (Historia Moderna-UBA) Página 25

25/34
de famine. Histoire d’une rumeur au XVIIIe siècle, Paris, Armand Colin, 1982 ; Dale VAN
KLEY, The Damiens Affair and the Unraveling of the Ancien Régime 1750-1770,
Princeton, Princeton University Press, 1984 ; Daniel ROCHE, La France des Lumières, Paris,
Fayard, 1993. Pour une étude comparative des représentations et de la culture
politiques : Timothy C. W. BLANNING, The Culture of Power and the Power of Culture.
Old Regime Europe 1660-1789, Oxford, Oxford University Press, 2002.

3 Confieso que esta fórmula no es demasiado elegante ni demasiado precisa, pero las
percepciones son extremadamente divergente. Las fórmulas siguientes describen
todas en parte el tema, pero ninguna puede pretender servir para todos los resultados:
representación popular, salvaje, no controlada, de carácter cotidiano, implícita,
informal. « Representación no oficial » ha sido bien útil entonces como instrumento
heurístico, compensando la falta de elegancia con resultados.

4 Esta es una consecuencia directa del desplazamiento hacia una historia culturalista
de la Revolución, cf. Keith M. BAKER, The Political Culture of the Old Regime, Oxford,
Pergamon Press, 1987 ; Keith M. BAKER, Inventing the French Revolution. Essays on
French Political Culture in the Eighteenth Century, Cambridge, Cambridge University
Press, 1990 ; Daniel A. BELL, «The “Public Sphere”, the State, and the World of Law in
Eighteenth-Century France », French Historical Studies, 17, 1992, p. 912-934 ; R.
CHARTIER, Origines, op. cit. ; Sarah MAZA, «Le tribunal de la nation. Les mémoires
judiciaires et l’opinion publique à la fin de l’Ancien Régime », Annales ESC, 42/1, 1987,
p. 73-90 ; Mona OZOUF, L’homme régénéré, Paris, Gallimard, 1989. Cet intérêt pour
l’espace public a été inspiré par la thèse, déjà ancienne de Jürgen Habermas sur le
Strukturwandel der Öffentlichkeit; Benjamin NATHANS, « Habermas’s “Public Sphere” in
the Era of the French Revolution », French Historical Studies, 16, 1990, p. 620-644 ; Jon
COWANS, «Habermas and French History. The Public Sphere and the Problem of
Political Legitimacy », French History, 13, 1999, p. 134-160. Plus spécialement sur la
désacralisation : Antoine DE BAECQUE, Le corps de l’histoire. Métaphores et politique
(1770-1800), Paris, Calmann-Lévy, 1993 ; Annie DUPRAT, Le roi décapité. Essai sur les
imaginaires politiques, Paris, Cerf, 1992 ; D. VAN KLEY, Damiens Affair, op. cit.; S.
KAPLAN, Complot, op. cit.; A. KÖSTLER, Place Royale, op. cit. ; Sara E. MELZER, Kathryn
NORBERG, From the Royal to the Republican Body. Incorporating the Political in
Seventeenth- and Eighteenth-Century France, Berkeley, University of California Press,
1998 ; Jeffrey W. MERRICK, The Desacralization of the French Monarchy in the
Eighteenth Century, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1990 ; Chantal
THOMAS, La reine scélérate. Marie-Antoinette dans les pamphlets, Paris, Seuil, 1989. Cf.
surtout les écrits de Robert Darnton, cités infra.

5 Sobre un siglo XVIII que no es reducido a la prehistoria de la Revolución: D. ROCHE, La


France des Lumières, op. cit., p. V.

6 Para una crítica del concepto de « sacralidad real »: R. CHARTIER, Origines, op. cit.,
chap. 6 ; Alain BOUREAU, Le simple corps du roi. L’impossible sacralité des souverains
français XVe-XVIIIe siècle, Paris, Éditions de Paris, 1988 ; Jens Ivo ENGELS, «Das “Wesen”
der Monarchie ? Kritische Anmerkungen zum ‘Sakralkönigtum’ in der
Geschichtswissenschaft », Majestas, 7, 1999, p. 3-39. Para una definición reciente del
concepto: Franz-Reiner ERKENS (éd.), Die Sakralität von Herrschaft.
Herrschaftslegitimierung im Wechsel der Zeiten und Räume, Berlin, Akademie-Verlag,
2002.

7Placets: Archives Nationales (AN), Paris, E 3654-3658, G7 71-531, G7 635-693, O1 355-


358, O1 593-596 ; Archives du ministère des Affaires étrangères (MAE), Mémoires et
Documents, France, 921-1208 : Rôles de placets au roi (1667-1715). Complots :

“Dénigrer, espérer, assumer”. Trad. Santiago Peña (Historia Moderna-UBA) Página 26

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Bibliothèque de l’Arsenal (BA), Fonds Bastille, Ms 10365-12718. Police secrète : BA, Fonds
Bastille, Ms 3866, 10029, 10155-10170. Chansons : surtout Bibliothèque nationale de
France (BnF), Ms fr 12616-12659 : Chansonnier de Maurepas ; BnF, Ms fr 12686-12743 :
Chansonnier de Clairambault.

8 Sobre la censura Gudrun GERSMANN, Im Schatten der Bastille. Die Welt der
Schriftsteller, Kolporteure und Buchhändler am Vorabend der Französischen Revolution,
Stuttgart, Klett-Cotta, 1993 ; Georges MINOIS, Censure et culture sous l’Ancien Régime,
Paris, Fayard, 1995 ; Barbara de NEGRONI, Lectures interdites. Le travail des censeurs au
XVIIIe siècle 1723-1774, Paris, Albin Michel, 1995 ; Daniel ROCHE, « La police du livre », in
Roger CHARTIER, Henri-Jean MARTIN, Histoire de l’édition française, Paris, Promodis,
1984, vol. 2, p. 84-91.

9 Obras más importantes de Robert DARNTON: The Literary Underground of the Old
Regime, Cambridge, Harvard University Press, 1982 ; Édition et sédition. L’univers de la
littérature clandestine au XVIIIe siècle, Paris, NRF Gallimard, 1991 ; The Corpus of
Clandestine Literature in France 1769-1789, New York, London, Norton, 1995 ; The
Forbidden Best-Sellers of Pre-Revolutionary France, New York, London, Norton, 1995 ; «
An Early Information Society : News and Media in Eighteenth-Century Paris », American
Historical Review, 105, 2000, p. 1-35.

10 R. DARNTON, Best-Sellers, op. cit., p. 181-182, p. 240.


11 R. DARNTON, Best-Sellers, op. cit., p. 166.
12 R. CHARTIER, Origines, op. cit., chap. 4. Autres critiques : Jeremy D. POPKIN, «Robert

Darnton’s Alternative (to the) Enlightenment », in Haydn MASON (ed.), The Darnton
Debate. Books and Revolution in the Eighteenth Century, Oxford,Voltaire Foundation,
1998, p. 105-128, surtout p. 109-112 ; Elizabeth L. EISENSTEIN, «Bypassing the
Enlightenment. Taking an Underground Route to Revolution », in ibidem, p. 157-177.

13R. DARNTON, «Early Information Society », art. cit., p. 30.


14Cf. p. ex. « Les amours du Roy avec Mademoiselle de La Valliere », parfois intitulé
«Amours du Palais Royal », en version manuscrite à la BnF, Ms fr 15113, 13774, Ms na fr
7501.

15Amours de Louis le Grand et de Mademoiselle du Tron, Rotterdam, s.d., p. 117. Sur le


secret du roi voir Andreas GESTRICH, Absolutismus und Öffentlichkeit. Politische
Kommunikation in Deutschland zu Beginn des 18. Jahrhunderts, Göttingen,
Vandenhoeck und Ruprecht, 1994, p. 35-55 ; Lucian HÖLSCHER, Öffentlichkeit und
Geheimnis. Eine begriffsgeschichtliche Untersuchung zur Entstehung der Öffentlichkeit in
der frühen Neuzeit, Stuttgart, Klett-Cotta, 1979, p. 8.

16[Jean DE VANEL,] Les intrigues galantes de la Cour de France depuis le


commencement de la Monarchie jusqu’à présent, 2 vols., Cologne, chez Pierre
Marteau, 1694, vol. 1, p. 1-2.

17Entretien entre Louis XIV, roy de France, et Madame la marquise de Maintenon […]
sur les affaires présentes & pour la conclusion de leur Mariage, Marseille, 1710, p. 12-14.

18La chasse au loup de monseigneur le Dauphin, ou la rencontre du comte Du Rourre


dans les plaines d’Anet, Cologne, 1695, p. 55.

19Scarron aparu [sic] à Mme de Maintenon, et les reproches qu’il lui fait sur ses amours
avec Louis le Grand, Cologne, 1694, p. 128.

“Dénigrer, espérer, assumer”. Trad. Santiago Peña (Historia Moderna-UBA) Página 27

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20« Vieux pêcheur, est-ce encore à toi à sentir les appétits de la chair, qui [es] tout ruiné
& rendu incapable de satisfaire une jeune coquette ? », Amours de Louis le Grand, op.
cit., p. 37-38.

21 [Gatien DE COURTILZ DE SANDRAS,] Le grand Alcandre frustré ou les derniers efforts


de l’Amour et de la Vertu. Réimpression textuelle faite sur l’édition de 1696, éd. P.L.
JACOB, Paris, 1874, p. 105. Gatien de Courtilz de Sandras vécut de 1644 à 1712. Devino
célebre por sus « Mémoires » y «Testaments » apócrifos de diversos personajes de
importancia. Sus ocupaciones literarias le costaron su encierro temporal en la Bastilla y
el exilio. Aparentemente, más que transmitir un mensaje, Courtilz de Sandras buscaba
el rédito financiero. Cf. Jean LOMBARD, Courtilz de Sandras et la crise du roman à la fin
du grand siècle, Paris, PUF, 1980 ; Benjamin WOODBRIDGE, Gatien de Courtilz, sieur de
Verger. Étude sur un précurseur du roman réaliste en France, Paris, Baltimore, Johns
Hopkins University Press, 1925. Su expediente policial se encuentra en la Bibliothèque de
l’Arsenal (BA), Archives Bastille, Ms 10497.

22 Songe de Louis XIV, du 22 du mois d’Aout l’an 1706, jour de la prise de Menin,
Cologne, s.d.
23 Entretien entre Louis, op. cit., p. 27; cf. Amours de Louis le Grand, op. cit., p. 145, y

para la época del ministro-cardenal Fleury: L’espion civil et politique ou lettres d’un
voyageur sur toutes sortes de sujets, par Mr D.V*** surnommé le chrétien errant, Londres,
1744, p. 150.

24Cf. los siguientes vaudevilles en le Chansonnier Maurepas de la BN : À Jacques disoit


Louis, vol. 8, fol. 345, 1695 ; Qui veut ouir, vol. 10, fol. 321, 1705 ; Or écoutez mes chers
amis, vol. 13, fol. 129, 1715 ; L’éclat de la noblesse, vol. 16, fol. 1, 1721.

25[Pierre LE NOBLE,] Amours d’Anne d’Autriche, épouse de Louis XIII. Avec Monsieur le
C.D.R. le véritable père de Louis XIV aujourd’hui Roi de France, Cologne, chez Pierre
Marteau, 1692. Citations d’après la deuxième édition de 1693. D’autres éditions ont suivi
en 1694, 1696 et 1738.

26 [P. LE NOBLE,] Amours d’Anne d’Autriche, op. cit., p. 96.


27 Ibidem, «Avis au lecteur », sin paginación.
28 [Marie-Agnès DE FALQUES,] L’histoire de Madame la marquise de Pompadour, par

Mademoiselle de Fauques [sic] réimprimée d’après l’édition originale de 1759 avec une
notice sur le livre et son auteur, Paris, 1879, p. 111. La autora vivió entre 1720 y 1777.
Fugitiva de un convento, pasó por Paris y se refugió finalmente en Londres, donde se
ganaba la vida como escritora, sirviéndose del seudónimo Madame de Vaucluse. Cf.
MAE, Mémoires et Documents, France 1351, fol. 96r-97r, BA; Ms 12568 ; y las
informaciones del editori de l’Histoire de Madame la marquise.

29Como en Songe de Louis XIV, op. cit., y autros escritos de tiempos de Luis XIV. Para la
época de Luis XIV, esta idea se encontraba incluso en textos relativamente
apologéticos: De merkwaardige gebeurtenissen von Anna Maria de Mailly, hertoginne
von Chateauroux, en minnaresse von Lodewyk XV, Koning van Vrankryk,
S’Gravenhage, 1746.

30 [Claude P J. de CRÉBILLON?,] Les amours de Zeokinizul, roi des Kofirains. Ouvrage


traduit de l’Arabe du voyageur Krinelbol, Amsterdam, 1746.

31[Marie-Magdelaine BONAFONS,] Tanastès. Conte allégorique. Par Mlle de ***., 2 vols.,


La Haye, 1745. Este libro ha sido estudiado en profundidad en Lisa J. GRAHAM, If the

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King Only Knew. Seditious Speech in the Reign of Louis XV, Charlottesville, London,
University Press of Virginia, 2000.

32 Lo que es igualmente cierto para los texto abiertamente opuestos al gobierno: Copie
d’une lettre d’un particulier retiré à Amsterdam pour la religion […]. De La Haye, le 1
juin 1715, s.l., s.d., p. 26.

33Charles D. DUCLOS, Mémoires secrets sur les règnes de Louis XIV et de Louis XV, 2
vols., Paris, 1820-1821 [1791], vol. 1, p. 161-175.

34 Cf. Véritable vie privée du Maréchal de Richelieu contenant ses amours et intrigues,
éd. Élisabeth Porquerol, Paris, Gallimard, 1996 [1791], p. 218, 229, 266-268 ; Lettres de
Madame la Marquise de Pompadour depuis 1753 jusqu’à 1762 inclusivement, 2 vols.,
Londres, 1771 ; Mémoires de Louis XV, roi de France et de Navarre, Dans lesquels on
donne une Description impartiale de son Caractere, de ses Amours, de ses Guerres, de
la Politique de sa Cour, du génie & de l’habileté de ses Ministres, Généraux et favoris.
Par un ancien Secrétaire d’Ambassade à la Cour de France. Traducido del inglés,
Rotterdam, 1775.

35 Le coq chatré. Chose nouvelle, s.l., 1689. Cf. l’anecdote dans [G. DE COURTILZ DE
SANDRAS,] Alcandre frustré, op. cit., y las dudas sobre la legitimidad de Luis XIV, supra.
Otras obras de carácter pornográfico: L’esprit familier de Trianon ou L’apparition de la
duchesse de Fontanges, contenant les secrets de ses amours, les particularités de son
Empoisonnement et de sa Mort, et plusieurs autres aventures très-remarquables, Paris,
1695, p. 13-15 ; Entretien entre Louis, op. cit., p. 81-82 ; Les amours de Madame de
Maintenon épouse de Louis XIV. Roi de France, & c. Augmenté en cette nouvelle
édition de plusieurs pièces curieuses, Villefranche, chez David au Four, 1694. Sobre el
contenido pornográfico referido a la reina en las Mazarinadas: Jeffrey W. MERRICK,
«The Cardinal and the Queen : Sexual and Political Disorders in the Mazarinades »,
French Historical Studies, 18, 1994, p. 667-699.

36[Louis-Gabriel BOURDON,] Le Parc au Cerf, ou l’origine de l’affreux déficit par un zélé


patriote, Paris, 1790 ; [BOUFFONIDOR,] Les fastes de Louis XV, 2 vols., Villefranche, 1782,
vol. 2, p. 382-383.

37Jürgen HABERMAS, L’espace public. Archéologie de la publicité comme dimension


constitutive de la société bourgeoise, (1962), Paris, Payot, 1978. Cf. Lettre de Louis XIV à
Louis XV, s.l., s.d. [1733], p. 14.

38 A mediados del siglo XVIII, este aspecto fue refozado por las romans à clef, que
invitaban a los lectores a descubrir a los protagonistas. Algunos escritos se refieren
incluso a documentos « persas » o exóticos. Otros se presentan bajo la forma de
diálogos del rey con espectros o de correspondencia con el mas allá, lo que es un
estilo más extendido bajo Luis XIV. Cf. par exemple Mémoires secrets pour servir à
l’histoire de Perse. Nouvelle édition, Amsterdam, 2e éd. 1746 ; Luxembourg apparu à
Louis XIV, la veille des rois, sur le rapport du père La Chaise, fait à la sainte société,
Cologne, chez Pierre Marteau, 1695 ; Esprit familier, op. cit.

39Scarron aparu, op. cit., p. 28-31 ; Entretien entre Louis, op. cit.
40 Olivier FERRET, «Pamphlet et information politique », in Henri DURANTON, Pierre RÉTAT
(éds.), Gazettes et information politique sous l’Ancien Régime, Saint-Étienne,
Publications de l’Université de SaintÉtienne, 1999, p. 145-157, ici 156. R. DARNTON: «A
kind of journalism disguised as contemporary history and biography» ; in, Best-Sellers, op.
cit., p. 77; un enunciado similar se encuentra en Édition, op. cit., p. 175. Sin embargo,

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había un periodismo de revelación en la Francia del siglo XVIII: el periódico clandestino
jansenista Nouvelles Ecclésiastiques. Los autores de este periódico oberservabn
escrupulosamente el principio de la documentación exacta y verificable. Si era
posible, citaban actas notariales o al menos muchos testimonios. Teniendo la
necesidad de convencer a sus lectores respecto de la persecución de los «amis de la
Vérité », las Nouvelles Ecclésiastiques establecieron un cierto standard de veracidad.
Sobre Nouvelles Ecclésiastiques y el jansenismo del siglo XVIII, ver Catherine L. MAIRE,
De la cause de Dieu à la cause de la Nation. Le jansénisme au XVIIIe siècle, Paris,
Gallimard 1998. Sobre el rol de Nouvelles Ecclésiastiques en « la opinión pública »: A.
FARGE, Dire, op. cit.

41El autor de la Musique du diable se queja de las « mil alabanzas insulsas » para el rey
en la literatura privilegiada; La musique du diable ou le Mercure Galant dévalisé, Paris,
1711, p. 66.

42 Nuestro corpus está basado principalmente en los cancioneros de Maurepas/de


Clairambault en la BnF y otras colecciones menos importantes, para la lista completa
ver J. I. ENGELS, Königsbilder, op. cit., p. 318-328. Sur le vaudeville François GIRARD, «La
chanson française au XVIIIe siècle », 3 vols., Paris, 1979, Thèse d’État non publiée;
Claude GRASLAND, «Chansons et vie politique à Paris sous la Régence», Revue
d’histoire moderne et contemporaine, 37-4, octobre-septembre 1990, p. 536-570;
Annette KEILHAUER, Das französische Chanson im späten Ancien Régime.
Strukturen,Verbreitungswege und gesellschaftliche Praxis einer populären Literaturform,
Hildesheim, Olms, 1998; Herbert SCHNEIDER, Das Vaudeville. Funktionen eines
multimedialen Phänomens, Hildesheim, Olms, 1996 et Chanson und Vaudeville.
Gesellschaftliches Singen und unterhaltende Kommunikation im 18. und 19.
Jahrhundert, St. Ingberg, Röhrig, 1999; Claude GRASLAND, Annette KEILHAUER, «La rage
de collection. Conditions, enjeux et significations de la formation des grands
chansonniers satiriques et historiques à Paris au début du XVIIIe siècle (1710-1750)»,
Revue d’histoire moderne et contemporaine, 47-3, juillet-septembre 2000, p. 458-486.

43 C. GRASLAND, «Chansons», art. cit. ; Hinrich HUDDE, «L’air et les paroles :


l’intertextualité dans les chansons de la Révolution», Littérature, 68, 1988, p. 42-57; Rolf
REICHARDT, Herbert SCHNEIDER, «Chanson et musique populaires devant l’Histoire à la
fin de l’Ancien Régime», Dix-huitième siècle, 18, 1986, p. 117-142.

44Walther DÜRR, Sprache und Musik: Geschichte,Gattungen,Analysemodelle, Kassel,


Bärenreiter, 1994, p. 29.

45 Sobre la diferencia de estilos y niveles culturales, voir F. GIRARD, Chanson, op. cit.,
vol. 1, p. 319-332, 458-469; C. GRASLAND, «Chansons», art. cit., p. 555, 560, 564; cf.
también Henri DAVENSON, Le livre des chansons, Boudry, 3e éd. 1946, p. 30-40, quien se
muestra mucho más escéptico. Sobre la cultura popular, cf. p. ex. Roger CHARTIER,
Lectures et lecteurs dans la France d’Ancien Régime, Paris, Seuil, 1997, p. 7; Martin
DINGES, Der Maurermeister und der Finanzrichter. Ehre, Geld und soziale Kontrolle im
Paris des 18. Jahrhunderts, Göttingen,Vandenhoeck und Ruprecht, 1994, p. 36-38;
Robert M. ISHERWOOD, Farce and Fantasy. Popular Entertainment in Eighteenth-
Century Paris, Oxford, Oxford University Press, 1986, p. 250; Daniel ROCHE, Le peuple de
Paris. Essai sur la culture populaire au XVIIIe siècle, Paris, Aubier, 1981. Para una
refutación del modelo de la cultura popular con ejemplo de prácticas religiosas, voir
Hillard v. THIESSEN, Die Kapuziner zwischen Konfessionalisierung und
Alltagskultur.Vergleichende Fallstudie am Beispiel Freiburgs und Hildesheims 1599-1750,
Freiburg, Rombach, 2002.

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46 Conocemos el caso de un sacerdote que difundía versos políticos pegando
clandestinamente panfletos en las paredes y enviaba cartas a amigos: BA, Ms 10502,
Dossier Vigier, Interrogatoires de Françoise de Courcelles des 5 septembre et 5 octobre
1694. En muchos expedientes, se encuentran entre los papeles personales confiscados
canciones y versos, cf. par exemple Ms 10544, Dossier Bredeville (1703). Pidanzat de
Mairobert, frecuentando los cafés y los teatros a mediados del siglo XVIII, dejaba caer
al suelo o deslizaba en los bolsillos de los vecinos los versos y canciones, bien anotadas
sobre pequeños papeles: François RAVAISSON-MOLLIEN, Archives de la Bastille.
Documents inédits, 19 vol., Paris, 1866-1904, vol. 12, p. 324.

47Fritz NIES, «Kulinarische Negativität. Gattungsstrukturen der Chanson im Vaudeville-


Bereich (Guéridons, Roquetins, Lanturlus, Lampons) », in Erich KÖHLER (éd.), Sprachen
der Lyrik, Frankfurt, Klostermann, 1975, p. 606-629, surtout p. 626-628.

48 Cf. por ejemplo Le lit de justice autrefois, Chansonnier de Maurepas, vol. 31, fol. 131
(1743).
49 Henri BERGSON, Le rire. Essai sur la signification du comique, cité d’après l’édition

allemande Meisenheim, 1948, p. 9.

50 Chanson Que Marly toujours l’occupe, Bibliothèque Mazarine, Ms 2260, fol. 83v bis
(1702). [« Je me ris de son destin / Pour vu que j’aye du vin ».]
51 Chanson Le roi se retire à Marly, Chansonnier de Maurepas, vol. 29, fol. 117 (1708). [«

Le roi se retire à Marly / Où d’amant devient mari / Comme Font les gens de son âge /
Du vieux soldat c’est le destin / Que se retirant au village / Il épouse sa catin ».]
52 Mikhaïl M. BAKHTINE, L’oeuvre de François Rabelais et la culture populaire au Moyen

Âge et sous la Renaissance, Paris, Gallimard, 1982.

53 Chanson Un jeune coq aimait, Bibliothèque Mazarine Ms 3984, fol. 241 (1727). [« Un
jeune coq aimait / Une poulette / […] / Elle fit, la friponne / Deux Poulettes á la fois […]
/ Aussitôto le Coq / […] dit transporté d’amour / Je te promets ma Mie / deux poulets
au premier jour ».]
54 Este cálculo excluye al año 1744, durante el cual la alabanza convencional y la

adoración corresponde el 50% a cada una; no había crítica en ese momento.

55 Gilles MALANDAIN, «Les mouches de la police et le vol des mots. Les gazetins de la
police secrète et la surveillance de l’expression publique à Paris au deuxième quart du
XVIIIe siècle », Revue d’histoire moderne et contemporaine, 42-3, juillet-septembre 1995,
p. 376-404.

56 Sobre el mundo de las promenades y los cafés en Paris: Frantz FUNCK-BRENTANO, Les
nouvellistes, Paris, Hachette, 3e éd. 1923 ; G. GERSMANN, Schatten, op. cit. ;Thomas
BRENNAN, Public Drinking and Popular Culture in Eighteenth-Century Paris, Princeton,
Princeton University Press, 1988 ;W. Scott HAINE, The World of the Paris Café. Sociability
Among the French Working Class 1789-1914, Baltimore, Johns Hopkins University Press,
1996.

57H. DURANTON, P. RÉTAT (éds.), Gazettes, op. cit. ; François MOUREAU, Répertoire des
nouvelles à la main. Dictionnaire de la presse manuscrite clandestine, XVIe-XVIIIe siècle,
Oxford, Voltaire Foundation, 1999 ; idem, De bonne main. La communication
manuscrite au XVIIIe siècle, Paris, Universitas, 1993.

58Es la expresión de Arlette FARGE dans Dire, op. cit. Edmond-Jean-François BARBIER,
Chronique de la Régence et du règne de Louis XV (1718-1763) ou Journal de Barbier, 8
vols., Paris, Charpentier, 1857 ; Jean BUVAT, Journal de la Régence (1715-1723), 2 vols.,

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Paris, Plon, 1865 ; Mathieu MARAIS, Journal et mémoires sur la Régence et le règne de
Louis XV (1715-1737), 4 vols., Paris, Firmin Didot, 1863-1868.

59A. FARGE, Dire, op. cit., p. 149.


60BA, Ms 10158, fol. 249v, 1728.
61 BA, Ms 3571 : Mémoires secrets des affaires d’État et de guerre sous Louis XIV

(postérieur à 1709) ; Chanson La vérité ne parvient guère, Chansonnier de Maurepas,


vol. 18, fol. 1 (1732) ; Copie d’une lettre, op. cit., p. 2-4 ; [Clément J. I. DE RESSÉGUIER,]
Voyage d’Amathonte, s.l., s.d. [1750], p. 58.

62 Es cuanto menos sorprendente que Luis XIV, en sus Mémoires (auténticas),


desarrollara una idea similar, aconsejando a su sucesor buscar la gloria. Esta sola
búsqueda lo conduciría a perfeccionar las verdaderas virtudes de un príncipe, como
la justicia, la prudencia y la bravura. Carl HINRICHS, «Zur Selbstauffassung Ludwigs XIV.
in seinen Mémoires », in Ernst HINRICHS (éd.), Absolutismus, Frankfurt, Suhrkamp, 1986, p.
97-115, ici p. 104-106.

63Sobre el año 1744 y la construcción del amor como un « sentimiento político », ver el
capítulo correspondiente en J. I. ENGELS, Königsbilder op. cit. Una versión más pesimista
en Thomas KAISER, «Louis le Bien-Aimé and the Rhetoric of the Royal Body », in Sara E.
MELZER, Kathryn NORBERG (éds.) From the Royal to the Republican Body. Incorporating
the Political in Seventeenth- and Eighteenth-Century France, Berkeley, University of
California Press, 1998, p. 131-161, quien sostiene con razón que los consejeros del rey
prepararon el acto simbólico del viaje real en sus ejércitos.

64 Por el contrario, la representación oficial de la monarquía, a través de los


almanaques reales, intenta construir la impresión inversa : los almanaques no
mencionan los cambios de ministros y representan el sistema político bajo el aspecto
del inmovilismo. Aquel que podía leer y que comparaba con ediciones más antiguas
lo notaba. Cf. Véronique SARRAZIN, «Lectures politiques des almanachs au XVIIIe siècle
», in H. DURANTON, P. RÉTAT (éds.), Gazettes, op. cit., p. 257-268.

65Incluso en la literatura clandestina se encuentran ejemplos que alimentaban la


esperanza en el Delfín, futuro rey. Musique du diable, op. cit., p. 379-380.

Los registros de los placets son listas guardadas por la administración de la Casa Real
66

donde eran anotadas las demandas y las decisiones tomadas; MAE, Mémoires et
Documents, France, diverses cotes entre Ms 921 et 1208.

67BA, Ms 10554, Dossier Bordenave.


68AN, G7 650, 1709. [« …represente a Vostre majesté avec tout le respect et la douleur
possible le malheureux estat ou il se trouve reduit, qui l’oblige d’avoir recours a Vostre
authorité Royale et implorer vostre secours paternel que vostre sacrée [personne] ne
refuse jamais à ces sujets. »]

69Arthur L. HERMAN, «The Language of Fidelity in Early Modern France », The Journal of
Modern History, 67, 1995, p. 1-24 ; Jay M. SMITH, «No More Language Games.Words,
Beliefs, and the Political Culture of Early Modern France », American Historical Review,
102, 1997, p. 1413-1440.

70AN, G7 635, 1683. [« Sire […] Vostre Majesté n’a rien en plus grande recommendation
que le repos et soulagement de ses peuples […] [accorder la demande] est le plus
grand bien et repos qu’on puisse faire dans vostre Royaume pour vos sujets ».]

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71BnF, Ms fr. 6567, fol. 124r, vers 1665. [«CEST A VOSTRE MAJESTÉ de supléer par un soin
royal et paternel a la foiblesse de ses peuples ».]

72AN, G7 639, 1704. [« la justice deue à leur misere ».]


73AN, G7 647, 1708. [« demandant que ce qu’elle [= Sa Majesté] ne peut refuser au
moindre de son Royaume, quoique le Suppliant ait tout sujet d’esperer de ses services
un traitement favorable ».]

74AN, G7 645, 1708. [« la priere quun petit vermisseau de terre fait au plus grand de
tous les roys ».]

75AN, G7 673. [« le règlement de ce qui étoit dû par VOTRE MAJESTÉ a l’armateur du


vaisseaux […] et la liquidation fixée le 25 juillet 1710 a la somme de 54502 ».]

76AN, G7 637, 1694. [« espere MONSEIGNEUR comme vous est [sic] l’unique soleil de
Justice en france, que vous uzeres de compasion En son endroit ».]

77BA, Ms 10514. [« Madame, linteret pieux et S[ain]t que vous prenez en la personne du
roy fait que je madres[se] avous pour vous avertir qun [h]omme deleseville […] a mis
don[dans] sesinteret un [h]omme besson […] pour empoisoner la persone du roy […] ce
poison doit sejeter aveque une plume sur lhaby[t] de sa maiesté et fer son et fet 24 heur
apre[.] ie consulte madame un persone de confiance qui mordone den avertir votre
grandeur […] lon me confie sesegret pour memener en [h]ol[l]ande partager a se que
lon pretant un[e] fortune tres considerable qui se persone atande de cet modit axion
[cette maudite action.] mais a dieu ne plet departager un si malareux bien[.] la perte
que feret tout la france madame et lerepot quil perderet doit vous engager a ne poin
perdre du tan[temps.] […] eviter ce maleur sera tres agr[é]able a tout la france qui
seret tre fache de perdre un si bon roy croie moy madam il fo[faut] faire diligance pour
cet afer[affaire.] soie persuade que je sui aveque tout lerecpeque[le respect] du
avotre grandeur Madame Votre tres umble et obeisant serviteur de langlé a paris ce 25
octobre 1698 ».]

78Este parágrafo se refiere a un corpus total de ochenta y seis expedientes analizados


para el período que va de 1680 a 1750, titulados groeramente como « fausse
dénonciation », «mauvaises paroles contre le roi » etc. En su reciente trabajo, Lisa
Graham ha estudiado cinco expedientes de este tipo, de los cuales cuatro son
posteriores a 1750. Extrae grosso modo las mismas conclusiones.

79A. FARGE, Dire, op. cit., p. 219-222.


80Par exemple BA Mss 10388 (Dossier Boulanger 1683), 10419 (Dossier Saint-André 1684),
10438 (Dossier Augial 1687) 10543 (Dossier Milhaut 1703), 10793 (Dossier Ricourt 1721),
12477 (Dossier Piegay 1745), 12541 (Dossier Humbert 1703), 12543 (Dossier Sculenburg
1707).

81 Cf. los expedientes Doucelin, BA, Ms 10559, 1705 et Bartel, Ms 11736, 1751.
82 Contrariamente a la visión de L. GRAHAM, King, op. cit. Cf. las notas precedentes.
83 A. FARGE, «Paroles populaires et pensée sur l’événement. Paris XVIIIe siècle », in

Démocratie et pauvreté, Paris, Albin Michel, 1991, p. 578-588, ici p. 582-585. La même
auteure souligne que la royauté aurait exigé que les sujets se donnent avec leurs corps,
s’unissant lors des cérémonies publiques symboliquement avec celui du roi : A. FARGE,
«Dire les choses du monde social», Bulletin de la S.H.M.C., 1999, 3/4, p. 5-10, ici p. 6.

84 J. I. ENGELS, Königsbilder, op. cit., p. 233-234.

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85E.-J.-F. BARBIER, Chronique, op. cit., vol. 1, p. 148. [« Mais grandes rejouissances et
grandes folies dans tout Paris […] des danses et beaucoup de filles maniées ce qui est
toujours la suite, avec des cris à étourdir : ‘Vive le Roi !’ »]

86J. I. ENGELS, Königsbilder, op. cit., chap. 9.


87M. MARAIS, Journal, vol. 2, p. 184, août 1721. [« On alloit boire à la santé du Roi, et,
en se battant la fesse, on disoit : ‘Et voilà pour le Régent’ ».]

88 Más detalles en J.I. ENGELS, « Wesen », art. cit.


89 A. BOUREAU, Simple corps, op. cit.
90 Lo que involucra sobre todo a los placets y a los expedientes sobre los provinciales

en la Bastilla. Cf.Valentin JAMEREY-DUVAL, Mémoires. Enfance et éducation d’un


paysan au XVIIIe siècle, Paris, Le Sycomore, 1981.

91 R. DARNTON, «Information Society », art. cit., p. 34.


92 J. I. ENGELS, Königsbilder, op. cit., chap. 6.

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