Los doxdsofos
yendo de suyo lo que no es sino la universalizacién de los intereses (en el
doble sentido) de las clases superiores-, las pricticas y las ideologias de las
clases populares se encuentran lanzadas al lado de la naturaleza, ya que acu-
mulan todos los rasgos antitéticos a la cultura politica tal como ella se ad-
quiere en “Ciencias-Politicas” 0 en Harvard. Producto sincrético de la amal-
gama de las propiedades prestadas por las necesidades de la causa —de la
buena causa~ al sub-proletariado como la impaciencia milenarista-, al pro-
letariado ~como el rigorismo jacobino-, 0 a la pequefia burguesfa como el
resentimiento represivo que, en ciertas coyunturas, puede servir de base a
regimenes fascistas-, las clases populares segin Lipset son naturalmente au-
toritarias: es porque tienen el autoritarismo por naturaleza que ellas pueden
es porque su
intolerancia les inclina a una visién simplista y maniquea de la polftica que
llas no esperan el cambio de su condicién sino de transformaciones répidas
y brutales. El “milenarismo evolucionista", que es el coronamiento natural
de esta teologfa politica, hace de la elevacién del nivel de vida y de educacién
de las clases populares el motor de un movimiento universal hacia la demo-
cracia americana, es decir, hacia la abolicién del autoritarismo y de las clases
adherit con conocimiento de causa a ideologfas autoritaria
que son sus portadoras, en resumen hacia la burguesfa sin proletariado.””
Pero Ja verdad de esta ideologla estd enteramente contenida en el argumento
segiin el cual, “mds a la izquierda” (liberal and leftist) en materia de econo-
mia, los miembros de las clases populares se muestran mds “autoritarios” que
las clases superiores “cuando el liberalismo es definido en términos no-eco-
némicos” (es decir, cuando es cuestién de libertades clvicas, etc.) ¢, incapaz
tanto la competencia politica en estado prictico -lo que supondria el recurso a técnicas tales
como la historia de la vida politica o la observacién en situaciones “normales” o en perlodos de
ctisis polftica- como ese sustituto de la competencia politica tedrica que es la competencia
im{nima necesaria para operat (conforme a las reglas del juego politico en vigor) la delegacién de
las elecciones polfticas -lo que supondrla {a utilizacién de un cuestionario que, al situarse
explicitamente en el nivel politico restituitla el campo completa de las tomas de posicién politicas
relaciondndolas cada ver a las instancias encargadas de producirlas y de legitimarlas (partidos,
iglesia, etc.).
13, Esta ideologla encuentra su instrumento de prueba en el comparatismo de gran administrador
de la investigacién, atento a recoger a cada una de sus escalas la coleccidn de los periédicos semi-
oficiales (como dice I. de Sola Pool) y las opiniones y las encuestas de opinién mds recientes de los
doxésofos nativos, mds que las informaciones detalladas y sistemdticas que, definiendo las
condiciones tedricas y téenicas de la comparabi
idad, prohibiefan las comparaciones formales.
141Pierre Bourdieu
de acceder al “desinterés” (interesado) que define toda verdadera cultura, en
polftica como en otra parte, ignoran cl “liberalismo” que la nueva burguesia,
tan resueltamente no-represiva, al menos para ella misma y para sus hijos,
pone al principio de su arte de vivir.
De hecho, la proposicién segtin la cual las clases populares son autoritarias no
puede darse las apariencias de la constat.x ién cientifica ~lo contrario de la cegue-
ra populista-, sino en la medida en que s« ignoren el efecto de politizacién de las
opiniones que produce sin saberlo la apliacién uniforme dela grilla politicolégica,
y las diferencias que separan, bajo la relacisin de la modalidad déxica, las certezas
pricticas de la moral pedagégica o sexual y las opiniones profesadas sobre las
cuestiones “politicas”. Si los miembros de las clases privilegiadas son en su con-
junto més “innovadores" en el dominie dle la moral doméstica mientras son més
“conservadores” en el dominia mas anipiiamente reconocido como “politico”, es
decir, para todo lo que toca al mantenitaiento del arden econémico y politico y
a las relaciones entre las clases (conto fo testimonian sus respuestas a las pregun-
tas sobre la huclga, el sindicalismo, vic.), es evidente que su propensién a
jionarias” varia en cazén inversa al
tomar posicioncs “innovadoras” o “revolu
grado en el cual las transformacioncs consideradas tocan al principio de su
privilegio. Podria ser posible incluso que la revuclta contra las alienaciones
genéricas —las tinicas que afectan también a la clase dominante, en las que se
expresan los intereses particulares cle ciertas fracciones (en ascenso) o de cier-
tas categorfas (las mujeres 0 los jdvenes, por ejemplo) de la clase dominante—
sirve a los intereses de esta clase, por ese desplazamiento de la problematica
hacia los objetos de discusién sin consccuencia «le fa contestacién interna y
por la expulsisn fuera del campo de los conllictos politicos legitimos de todo
Jo que toca a los fundamentos de su dominacion.” Y cuando se sabe que ellas
encuentran su principio en la universalizacién de la experiencia particular
que ciertas fracciones de la clase dirigente hacen de las alienaciones genéricas,
se comprende que ciertas denuncias generalizadas de Ia alienacién, que pue-
den coincidir con la exaltacién mistica de las virtudes politicas del proletaria-
do, se encuentren con el pesimismo conservador, que tiene el mismo
etnocentrismo de clase por principio, en la condena de las disposiciones
14, Las respuestas a estos dos tipos de preguntas se organizan segsin estructuras estrictamente
inversas en las clases superiores y en las clases populares.
15, La delimitacién del campo de la discusin y de la contestacién legitima y de las armas legitimas
dela lucha politica ¢s, se lo vers, una de las apuestas y una de las armas fundamentales de la lucha
politica (cf. por ejemplo, el debate sobre la pol
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represivas de las clases populates (o de sus mandatarios), o en la condena de
su sumisién excesiva a los intereses econémicos.
La “ciencia politica” no puede percibir que la contradiccién aparente en-
tre las opiniones producidas a partir de principios explfcitamente politicos y las
disposiciones y los juicios o ls pricticas que ellas engendran desaparece, la ma-
yorta de las veces, tan pronto como, al dejar de romarse de la letra de los discur-
05, uno se liga a su modalidad, donde se revela el modo de produccién segin el
cual ellas son producidas: la sonrisa 0 el cabeceo escéptico, irénico o impotente,
delante de tal pregunta irreal o des-realizante, el silencio, que puede ser también
un discurso negado, la forma més accesible de la negativa de discurso, o el
discurso mismo que, por no dejarse encerrar en las clases previstas con anteriori-
dad al comentario politico, no puede aparecer sino como el enunciado torpe de
las “nociones” de la politologia, manifestaciones simbdlicas que la politologfa no
puede sino arrojar en lo inadvertido o lo insignificante. La intuicién comtin que
refiere a imponderables de la postura y de las maneras, los matices de la argumen-
tacién y de la hexis, las diferentes maneras de ser “de derecha” o “de izquier- *
da", “tevolucionario” 0 “conservador”, principio de todos los dobles entendi-
mientos y de todos los dobles juegos, recuerda que el mismo habitus puede
conducir a adherit a opiniones fenomenalmente diferentes (aunque no fuese
sino por el efecto de allodoxia) mientras que habitus diferentes pueden ex-
presarse en opiniones superficialmente (es decir, electoralmente) semejantes
y, sin embargo, separadas por su modalidad.
Dado que el discurso “politico” toma prestado por definicién el lenguaje
abstracto, neutralizante y universalizarte de las clases superiores y de sus
mandatarios politicos o administrativos, toda tentativa para medir la compe-
tencia politica o el interés por la politica no puede ser otra cosa que un test
de conocimiento y de reconocimiento de Ia cultura politica legitima. La an-
tinomia que habita en la “democracia tecnocritica” no es jamds tan visible
como en la ambivalencia de la intencién interrogativa vuelta hacia el saber
desigual y desigualmente repartido del experto, al mismo tiempo que hacia
la “espontaneidad creadora” de la “persona”, supuesta siempre como capaz
de producir una “opinién” allé donde el especialista produce una “consta-
tacién” o un “juicio”. Aunque esto se vea menos, en nombre de la ideologta
que quiere que la aptitud para juzgar polfticamente sea Ia cosa mejor repar-
tida, les encuestas de opinidn publica no difieren de ningin modo, en su
principio, de las encuestas sobre la “informacién econémica”, suerte de
exdmenes que apuntan a medir el conocimiento y el reconocimiento que los
encuestados tienen de la economéa teérica, sin inquietarse por asir la
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