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CEREBRO Y VOLENCIA

I. INTRODUCCIÓN.-
A diario podemos conocer a través de distintos medios casos de abuso y de
violencia; hasta inclusive vivirlos; esto nos lleva a formular diversas
interrogantes; ¿qué lleva a manifestar conductas tan violentas?, ¿es un individuo
intrínsecamente agresivo o ello depende de las circunstancias? Son numerosas
las investigaciones que han demostrado el impacto de los factores sociales, ante
el desarrollo de conductas violenta. Parte de las neurociencias se ha enfocado
en tratar de responder esas interrogantes. La agresión es una conducta natural
de gran valor adaptativo ya que permite que los individuos se protejan a sí
mismos y a los suyos de intrusos que representen amenazas. El verdadero
problema surge cuando estas conductas van más allá de defendernos ante
amenazas, dirigiéndose de manera indiscriminada hacia cualquier grupo o
sujeto, cuando esta ni siquiera se asocia con estímulos amenazantes, dando
como resultado la violencia. Nacemos con cierta predisposición a manifestar
violencia, pero el desarrollo social nos enseña a controlarla. Entonces se
adquieren las pautas que determinan cuándo debe manifestarse y cuándo debe
inhibirse. Estos procesos están controlados por ciertas estructuras cerebrales.
En el presente trabajo nos enfocaremos en los factores biológicos que están
detrás y causan la violencia.

II. ORIGEN.-

La violencia humana es un fenómeno que viene desde los inicios de nuestra


especie; ya que el hombre se desarrollaba en ambientes hostiles, haciendo que
la violencia sea un mecanismo básico para la supervivencia; ya que gracias a
ella se podían establecer límites sociales dentro de las comunidades primitivas,
garantizando así su permanencia frente a depredadores naturales, Esta
conducta recibe el nombre de “violencia instrumental”, ya que cumple una
función adaptativa que garantiza la supervivencia de la especie; la explicación a
estas conductas se debían al diminuto tamaño del cerebro del humano primitivo
Esto fue cambiando ya que el ambiente y la socialización dieron forma, poco a
poco a la más compleja estructura del universo; el cerebro.

III. BASES NEUROLÓGICAS DE LA AGRESIÓN HUMANA.-

Estudios llevados a cabo con individuos violentos han podido demostrar que sus
cerebros presentan anomalías en regiones muy concretas. Adolescentes
considerados violentos reaccionan con miedo y pierden capacidad de
razonamiento cuando se les muestran imágenes de rostros amenazantes. En
otro estudio se comprobó que la corteza prefrontal es más pequeña en asesinos
y personas de comportamiento antisocial. Estos estudios centraron el debate de
la reciente conferencia anual de la Society for Neuroscience norteamericana,
donde también se puso de manifiesto que la estructura cerebral, que depende
mayormente de la genética, no siempre es determinante para que un individuo
sea violento, ya que el entorno puede asimismo modificar su estructura.

Las actitudes violentas y la agresividad tienen un origen neuronal detectado por


recientes investigaciones en el campo de la neurología. Déficits muy concretos
en la estructura del cerebro parecen subyacer bajo las tendencias violentas y
demasiado impulsivas, y su conocimiento podría servir para desarrollar
tratamientos preventivos, así como para diagnosticar posibles futuros
comportamientos violentos en niños y adolescentes, según un comunicado de la
Society for Neuroscience norteamericana.

Aunque estos descubrimientos podrían tener un doble filo a nivel ético (el riesgo
de estigmatizar a individuos analizados antes de que puedan hacer algo “malo”
o de reducir la responsabilidad moral de asesinos o agresores por su
condicionamiento neurológico), los neurólogos enfatizan que los análisis
cerebrales sólo pueden predecir riesgos y que, en última instancia, como señala
el neurólogo Craig Ferris, de la Northeastern University de Boston (Estados
Unidos): “no somos esclavos de nuestra biología”.
3.1. Actividad extra en la amígdala.-

En el trigésimo séptimo encuentro anual de la Society for Neuroscience en la


ciudad de San Diego, se presentó un estudio liderado por Guido Frank,
científico y físico de la Universidad de California, que con imágenes de
resonancia magnética del cerebro ha analizado la actividad neuronal de un
pequeño grupo de adolescentes valorados como “reactivamente agresivos”,
considerando la violencia reactiva como una explosión que surge cuando una
persona experimenta una tensión, amenaza o dificultad que es incapaz de
afrontar de otra forma. Las reacciones de estos individuos son
desproporcionadas y, en estos casos, las personas son incapaces de
controlarse a sí mismas.
Cuando se le mostró al grupo analizado imágenes de rostros amenazantes,
los cerebros de los chicos agresivos, comparados con gente capaz de
controlarse, mostraron una mayor actividad en la amígdala, una parte del
cerebro que se relaciona con el miedo; y una menor actividad en el lóbulo
frontal, región cerebral vinculada a la capacidad de razonamiento y de toma
de decisiones, así como al auto-control. La actividad en la amígdala reflejaría
que los participantes más agresivos sentían más miedo cuando veían las caras
amenazantes y, al mismo tiempo, eran menos capaces que el resto de
controlar sus propios actos.

3.2. Deterioro de la estructura cerebral.-

Las personas con un comportamiento antisocial, particularmente aquéllas con


un historial de violencia, presentaban deterioros tanto estructurales como
funcionales en dicha región cerebral. En este grupo, la corteza prefrontal era
más pequeña y menos activa.

Además, estos mismos individuos tendían a presentar daños en otras


estructuras cerebrales vinculadas a la capacidad de hacer juicios morales,
mayormente en la corteza prefrontal dorsal y ventral, en la amígdala.
Los científicos señalan que aún se desconoce cómo se producen estas
anomalías cerebrales. La genética condiciona en gran medida la estructura
cerebral, pero también pueden contribuir a su desarrollo los abusos que sufra
un individuo durante la infancia y la adolescencia.

3.3. El cerebro no es determinante.-

Investigaciones realizadas con animales y humanos han sugerido que las


influencias del entorno tienen un fuerte impacto en el cerebro, tanto para bien
como para mal, porque se ha demostrado que en individuos con predisposición
genética a la violencia, el afecto y el cuidado maternos o de cualquier índole
en la infancia reducen el riesgo a que se conviertan en adultos agresivos.

Guido Frank asegura que, por tanto, la biología y el comportamiento pueden


cambiarse y que la imaginería del cerebro debe combinarse con la terapia y el
control individualizado para conocer y modificar los progresos de cada
individuo. En el comunicado de la Society for Neuroscience, Craig Ferris
declaró por otro lado que la comprensión de la confluencia de elementos, tanto
ambientales como biológicos, que producen actos violentos, han sido
considerados por educadores, profesionales de la salud y científicos durante
décadas.

Además, afirmó que “las tecnologías de imágenes cerebrales y los modelos


animales están ayudando a los neurocientíficos a identificar los cambios en la
neurobiología cerebral asociados a los comportamientos agresivos. Esta
información debería ayudarnos a desarrollar nuevas estrategias de
intervención psicosocial y psicoterapéutica”.
COMENTARIOS.-

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