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¡Pinches centroamericanos...!

Miguel Huezo Mixco

La expresión es bien conocida por los migrantes centroamericanos. "Pinches güeyes,


muertos de hambre". El infierno comienza al pasar la frontera entre Guatemala y
México. "Todas las centroamericanas son putas. Todos esos chavos son maras". Pero no
hay opción: quien quiera alcanzar el "sueño americano" tiene que cruzar todo México.

Para sortear agresiones, maltratos, secuestros, violaciones, robos, explotación, los


migrantes tratan de volverse invisibles, viajan de noche, se ocultan en los montes y se
internan por caminos de extravío en terrenos poblados por toda clase de fieras.

(Yo me asomé una vez a ese abismo. Salía de una guerra de diez años y creía haberlo
visto todo. Llegué hasta Tapachula. Luego hice mi peregrinación hasta "el muro de
tortilla", en Tijuana. Me di cuenta de que nuestra historia es como un collar de cuentas
inyectadas con sangre.)

Así es la vida de los migrantes centroamericanos en México: "discreta, fugaz y


anónima", tal como la ha descrito Rodolfo Casillas, un estudioso que ha mapeado las
rutas que utilizan nuestros paisanos en camino a Estados Unidos. Discreta, fugaz y
trágica, agreguemos. La matanza en Tamaulipas es solo otra confirmación de que las
migraciones centroamericanas constituyen una auténtica crisis humanitaria.

Estos pinches centroamericanos son "Los migrantes que no importan" (Icaria Editorial,
2010), como se titula el libro del periodista salvadoreño Óscar Martínez, que junto con
los fotógrafos Edu Ponces, Toni Arnau y Eduardo Soteras --autores, a su vez, del libro
de fotografías "En el camino" (Blume, 2010)-- recorrieron centenares de kilómetros al
lado de migrantes.

El libro de Martínez no hace retórica. Se va directo a los golpes. Comienza declarando


que su libro fue producto de la rabia y de la miopía que miraba crecer en la rutina de las
redacciones. Lo que sigue son historias hechas a golpes, como si estuviera cincelando la
cara amoratada de una sociedad desesperada por sobrevivir, así sea bajando al propio
infierno.

Sin dejar de reconocer los valiosos trabajos de periodistas que han escrito sobre este
mismo tema, este libro es un punto y aparte. Esta "ópera prima" de Óscar Martínez
pertenece a la estirpe de obras como "Operación masacre" de Rodolfo Walsh. Nada
tiene que ver con el testimonio. Se podría leer como una novela construida con varias
líneas argumentales alrededor de personas que juegan con la muerte.

"Los migrantes que no importan" retrata los numerosos ángulos de esa industria de la
delincuencia, de la cual se lucran los Zetas y también policías municipales, estatales y
patrulleros. Unos y otros forman parte de una maraña maldita en la que participan
poblados enteros convertidos en verdaderos nidos de ratas a la espera de los pinches
centroamericanos para chuparles la sangre.

El libro está dedicado a Alejandro Solalinde, cuya obstinación en mantener abierto un


albergue para los migrantes en Ixtepec, Oaxaca, cerca de la línea del tren, le ha llevado
a sufrir el hostigamiento de autoridades e incluso de muchos pobladores infectados de
odio xenófobo hacia los viajeros.

Unos 500 mil centroamericanos se internan cada año en esos parajes de muerte. La
mayoría de ellos sufre algún tipo de abuso, especialmente las mujeres. Las atrocidades
que se cometen allá contra nuestros paisanos son el sórdido revés del bordado de la
admirable cultura mexicana. Pero si bien el sufrimiento de los migrantes ha llegado a
límites intolerables y su situación en materia de seguridad es cada vez peor, no hay
manera de que la transmigración por México se detenga.

Con sus propias características la tragedia de los centroamericanos en México es


comparable a crisis humanitarias como las de Somalia y el Congo. Hasta ahora el
Estado mexicano ha mostrado incapacidad y, a menudo, falta de voluntad para afrontar
este problema. La solución no será mexicana: requiere atención integral, coordinada y
amparada por una supervisión internacional. Ojalá que los 72 muertos de Tamaulipas
nos ayuden a entenderlo.

Foto de Edu Ponces/Ruido

(Publicado en La Prensa Gráfica, 2 septiembre 2010)

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