(Yo me asomé una vez a ese abismo. Salía de una guerra de diez años y creía haberlo
visto todo. Llegué hasta Tapachula. Luego hice mi peregrinación hasta "el muro de
tortilla", en Tijuana. Me di cuenta de que nuestra historia es como un collar de cuentas
inyectadas con sangre.)
Estos pinches centroamericanos son "Los migrantes que no importan" (Icaria Editorial,
2010), como se titula el libro del periodista salvadoreño Óscar Martínez, que junto con
los fotógrafos Edu Ponces, Toni Arnau y Eduardo Soteras --autores, a su vez, del libro
de fotografías "En el camino" (Blume, 2010)-- recorrieron centenares de kilómetros al
lado de migrantes.
Sin dejar de reconocer los valiosos trabajos de periodistas que han escrito sobre este
mismo tema, este libro es un punto y aparte. Esta "ópera prima" de Óscar Martínez
pertenece a la estirpe de obras como "Operación masacre" de Rodolfo Walsh. Nada
tiene que ver con el testimonio. Se podría leer como una novela construida con varias
líneas argumentales alrededor de personas que juegan con la muerte.
"Los migrantes que no importan" retrata los numerosos ángulos de esa industria de la
delincuencia, de la cual se lucran los Zetas y también policías municipales, estatales y
patrulleros. Unos y otros forman parte de una maraña maldita en la que participan
poblados enteros convertidos en verdaderos nidos de ratas a la espera de los pinches
centroamericanos para chuparles la sangre.
Unos 500 mil centroamericanos se internan cada año en esos parajes de muerte. La
mayoría de ellos sufre algún tipo de abuso, especialmente las mujeres. Las atrocidades
que se cometen allá contra nuestros paisanos son el sórdido revés del bordado de la
admirable cultura mexicana. Pero si bien el sufrimiento de los migrantes ha llegado a
límites intolerables y su situación en materia de seguridad es cada vez peor, no hay
manera de que la transmigración por México se detenga.