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COMO ARMAR UN PLAN TERAPEUTICO EN GRUPO

INTRODUCCIÓN

Durante los años de formación en la residencia de psiquiatría se dio un notable fenómeno: vivíamos en
grupo, aprendíamos en grupo y padecíamos en grupo. Los pacientes venían antes de la internación de sus
casas donde vivían con sus familias y muchos de sus problemas y motivos de internación estaban
relacionados con conflictos en sus vínculos personales y sociales. Lo notable, a la distancia, es que por ese
entonces no vimos como necesario reclamar formación acerca de grupos, de los fenómenos propios de
un grupo, de los dispositivos grupales existentes en el ámbito hospitalario (grupos operativos, grupos
Balint, grupos de reflexión).

Nuestra práctica asistencial hospitalaria fue exclusivamente individual, nuestra terapia personal fue
individual y la mayoría de las supervisiones tuvieron el mismo formato. Las residencias en Salud Mental
del área metropolitana no tienen prácticas grupales ni formación específica al respecto. En nuestro medio
lo grupal parece una herramienta subestimada, de hecho, suele aparecer como una receta para lograr
atender "más pacientes en menos tiempo, con menos profesionales”. Una suerte de ecuación económica
beneficiosa en términos más prácticos que clínicos. Tal razonamiento se enmarca en un contexto
profesional signado por una alta valoración de las psicoterapias individuales (1, 6, 13).

Como señala Vainer (1996) (13) “No es necesario de ninguna manera el poseer conocimiento en terapia
de grupo para acreditar hoy una residencia completa”. Los pacientes con síntomas psiquiátricos atendidos
en los hospitales públicos de la ciudad de Buenos Aires reciben fundamentalmente tratamiento
psicofarmacológico y psicoterapia individual. Muchos pacientes crónicos, cumplidos los “tiempos
institucionales de tratamiento”, son dados de alta de los tratamientos terapéuticos y luego solo asisten a
los controles farmacológicos de frecuencia mensual o trimestral o hasta que el paciente se quede sin
medicación. El dispositivo grupal es una rara excepción presente en algunos servicios como el hospital
Borda y Piñero (1, 12). El abordaje explícito e implícito es siempre individual.

Como señalan Edelman y Kordon, ser terapeuta de grupo requiere una formación específica teórica y
práctica. No es lo mismo manejarse en el encuadre bipersonal característico de la psicoterapia individual
que en la trama que se establece entre los integrantes de un grupo (6).

El grupo como concepto, como idea, como recurso no tuvo lugar en nuestra formación psiquiátrica y
muchos menos aprendimos a coordinar un grupo terapéutico. Frente a la pregunta de si hoy es frecuente
encontrar psiquiatras de mi generación o más jóvenes realizando terapia de grupo, mi respuesta es un no
rotundo. Con la propuesta de difundir la utilidad y necesidad de incluir la práctica grupal como un
elemento básico de la formación de los psiquiatras interesados en psicoterapia, presentamos ideas,
preguntas y el relato descriptivo de las dificultades que encontramos al armar un grupo terapéutico de
pacientes ambulatorios. Realizamos la descripción de los obstáculos que se suscitaron los dos primeros
meses de la experiencia, atravesados por el ingreso de pacientes, el abandono, los conflictos y los
momentos de incertidumbre de los propios terapeutas.

Pilares básicos de nuestra experiencia grupal

1) Establecimiento de reglas de juego / contrato grupal

Las primeras sesiones de un grupo tienen una influencia desproporcionada sobre el resto del tratamiento,
porque es precisamente durante esta etapa cuando se establecen las normas grupales. El grupo en
formación aún no tiene historia, sino que empieza con la iniciación del mismo, llegando a adquirir luego
gran importancia como elemento integrador. Existen una serie de reglas de trabajo que fueron necesarias
explicitar en la primera sesión (5, 6)

Solicitud de asistencia a 8-12 sesiones consecutivas y sugerencia que no se dejen llevar por las “primeras
impresiones” o “sensaciones” respecto al grupo y sus compañeros

Puntualidad (de pacientes y terapeutas)


Honorarios: Se explicitó que algunos pacientes tienen por un tiempo determinado medias becas o becas
completas. Se pagan todas las sesiones del mes, independientemente de las faltas. Esta es una diferencia
con la terapia individual que sorprende a varios pacientes y suele generar una breve polémica. La
superposición de tratamientos individuales y grupales genera un aumento significativo del costo del
tratamiento para cualquier paciente. La reducción de honorarios es una práctica coherente si se agrega
una terapia grupal al tratamiento individual, no así la disminución de frecuencia de la terapia individual.

Confidencialidad de nombres que asisten al grupo y del material que allí se trabaja.

Duración establecida de 90 minutos, una vez por semana.

Abandono de terapia: se solicitó a los pacientes que en caso de querer dejar el grupo asistan tres veces
antes de efectivizar el abandono o al menos, que asistan a una última entrevista para despedirse.

Obligatoriedad de llevar al grupo los temas o contactos que ocurran entre pacientes por fuera del grupo
(“regla de la restitución”). Existe la posibilidad de perder información relevante para el grupo, al tiempo
que se compromete la objetividad de los mismos y se crean subgrupos.

Prohibición de mantener relaciones sexuales con cualquier miembro del grupo y relaciones comerciales
(“regla de la abstinencia”).

Cantidad de miembros: el grupo que coordinamos es un grupo de 8 miembros, abierto, es decir que se
acepta la entrada de nuevos miembros cuando se produce la salida de alguno que estaba antes. Como
señala Langer respecto a la supervivencia grupal: “En este carácter –como proyección de la especie
humana– sobrevive a las distintas y sucesivas pérdidas de sus miembros que lo abandonan y que son
reemplazados por integrantes nuevos” (7). Teniendo en cuenta la tasa probable de abandonos es útil
comenzar con un grupo ligeramente superior al ideal. Si el número de miembros es demasiado reducido,
no se produce la masa crítica necesaria y los pacientes tienden a interactuar uno por uno con el terapeuta.

Se explicitó que de ser necesario se podría establecer contacto con el terapeuta individual o el psiquiatra
del paciente.

En momentos de crisis, de incorporación de nuevos miembros de abandonos, el grupo apeló a esta suerte
de acuerdo o contrato grupal como un antídoto frente a las vivencias de desintegración, de pérdida y de
sinsentido. Había normas y códigos que protegían a cada uno y a todos.

2) Conformación del grupo en cuestión La composición es heterogénea en relación al diagnóstico, de


duración indeterminada, lentamente abierto y orientación dinámica. En nuestra experiencia
comprobamos que es posible combinar pacientes esquizofrénicos y neuróticos en los grupos a largo plazo,
siempre que los pacientes estén compensados. Amenta y col. (2002) (1) sostienen que los grupos
terapéuticos demuestran mayor acción en aquellas dimensiones clínicas de la esquizofrenia en las cuales
los psicofármacos tienen una eficacia más controvertida, es decir, aquellos propios de la sintomatología
negativa. En el grupo que estamos describiendo coexisten pacientes bipolares, esquizofrénicos y
trastornos delirantes.

Perfil de grupo que realizamos

Adultos

Tamaño pequeño (6 a 8 pacientes)

Duración larga (más de 30 sesiones)

Lentamente abiertos

Ámbito privado

Dos coordinadores (coterapia)


Sistema de medias becas y becas totales

Pacientes derivados en su mayoría del espacio individual de los coterapeutas

Diagnósticos heterogéneos: trastorno bipolar, esquizofrenia, trastorno depresivo, trastornos de


personalidad y trastorno delirante

3) Coterapia (trabajo en equipo)

Se denomina coterapia a la psicoterapia de grupo en la cual el manejo de la situación terapéutica es


realizado simultáneamente por dos terapeutas en absoluta condición de igualdad en lo que se refiere a
su importancia, funciones y jerarquía desde el punto de vista de los pacientes (5, 10). Esto incluye el
compartir la autoridad al tomar decisiones, tanto clínicas como prácticas. Eso no significa que lleven a
cabo las mismas tareas. Los grupos de terapia no alcanzan un mayor nivel de desarrollo que la que han
alcanzado los coterapeutas. El hecho que fuéramos dos hombres no impidió que, en sucesivas instancias
del proceso, los pacientes proyectaran en cada uno de nosotros, alternativamente, lo bueno y lo malo, lo
masculino y lo femenino, lo sano y lo enfermo, la prolijidad y la desprolijidad (10).

Algunos beneficios de la coterapia: es una oportunidad para discutir con un colega acerca de lo que cada
uno percibió en el grupo. Representa, en la práctica privada, una suerte de remedio contra la soledad
profesional y alivia al terapeuta en su trabajo con pacientes psicóticos crónicos. Como señalan Amenta y
Goldchluk (2) hacen falta varias espaldas para sostener el fenómeno psicótico, caso contrario surgen
actitudes ya conocidas: aburrimiento, hastío, intervenciones estereotipadas. Contar con dos terapeutas
permite que uno controle y maneje los aspectos referidos a la dinámica del proceso grupal, mientras que
el otro coterapeuta está inmerso en la discusión más explícita (“disociación instrumental”). Los
coterapeutas son importantes a la hora de ayudarse mutuamente a resistir un ataque por parte de
miembros del grupo y a plantear temas difíciles.

Riesgos o complicaciones potenciales de la coterapia: los equipos de coterapia se enfrentan a una serie
de problemas, donde la Rivalidad es un hecho protagónico. Es considerada por Kaplan (9) el problema
más amenazador para el equipo de coterapia. Se puede competir por quien es el “mejor terapeuta del
grupo”, quien es el más importante, quien es el que posee la mayor cantidad de transferencias positivas,
quien deriva más pacientes al grupo. Las luchas de poder entre los coterapeutas pueden expresarse desde
la forma de cobrar los honorarios, quien baja a abrir la puerta, la forma de recibir a los pacientes, la forma
de cerrar la sesión y la interrupción e incluso corrección de un terapeuta a otro. El consenso de la
estrategia a seguir es vital para llevar a cabo la terapia. Si un terapeuta persigue nuevas estrategias sin
consultarlo primero con su colega, reinará la confusión.

4) Trabajo articulado entre la terapia individual y la grupal

a) Llevada a cabo por el mismo terapeuta:

Nuestra experiencia nos mostró que uno de los beneficios del tratamiento combinado (terapia individual
y grupal) es que la terapia individual previene ostensiblemente el abandono de la terapia grupal. Además,
en el marco de la terapia individual se puede explorar cierto material que se trató en el grupo en un
ámbito más privado y en una segunda vuelta reflexiva (8).

Sin embargo, la terapia individual y la terapia de grupo pueden obstaculizarse mutuamente si los
pacientes utilizan sus sesiones individuales para expresar cuestiones que sería mejor expresar en el grupo.
Una manera posible de articular ambos abordajes es primero comenzar el tratamiento individual y luego
articularlo con el grupal cuando existe una comprensión acerca de la historia del paciente, cuando hay
conciencia de las cualidades de la transferencia y cuando existe una sólida alianza de trabajo.

b) El trabajo con pacientes que se atienden individualmente con otro terapeuta:

Es necesaria una comunicación franca entre todas las partes. Sin embargo, el diálogo entre terapeutas
que no se conocen es a menudo difícil. Para el terapeuta, las comunicaciones suelen ser por fuera de las
actividades aranceladas, en el escaso tiempo libre entre pacientes o al final de una larga jornada
asistencial.

5) Admisiones

Es importante recordar que cuando se discuten los criterios de selección de un paciente debe recordarse
que los mismos solo tienen sentido en relación a las características de un grupo en particular (5). No hay
ninguna información tan importante como el relato de la experiencia grupal previa del candidato. El
candidato que haya fracasado anteriormente en la terapia de grupo, que se muestre hostil respecto a la
idea de trabajo grupal, que carezca de habilidades sociales, expectativas poco realistas, conducta agitada,
hipomaníaca o paranoide, probablemente saboteará las primeras tentativas del grupo. Cuando se ha
realizado un proceso minucioso de selección y preparación a través de una serie de entrevistas
individuales, la tasa de asistencia es significativamente más alta y aumenta la comprensión de los procesos
grupales. En algunos casos la incorporación de pacientes a un grupo específico se guía por leyes de oferta
y demanda tales como número, calidad de derivaciones y disponibilidad de terapeutas. Esto es
particularmente cierto en nuestro caso ya que la mayoría de los integrantes del grupo fueron derivaciones
de nuestro propio consultorio individual. Estos pacientes, en muchos casos, disminuyeron la frecuencia
de entrevistas individuales y varios de ellos incluso abandonaron el espacio individual con el consiguiente
perjuicio económico para los terapeutas individuales, a la vez los coordinadores del grupo. Teníamos que
decidir en ocasiones entre el ingreso económico del consultorio vs. la experiencia grupal y esto generó
momentos de tensión entre los terapeutas. Nuestro proceder respecto a la incorporación de nuevos
integrantes siguió el accionar estándar de los grupos denominados “lentamente abiertos”: donde un
miembro puede ser incorporado una vez que otro salga del mismo. En relación a la incorporación de
pacientes resulta más provechoso centrarse en la psicodinamia del paciente que exclusivamente en el
diagnóstico: tipo de relaciones interpersonales del paciente con su familia de origen, amistades y
relaciones íntimas actuales, relaciones laborales y las relaciones con sus hijos y pareja. El perfil psicológico
del paciente es solo una de las muchas variables a considerar en el proceso grupal de selección. El hecho
de realizar admisiones previas a la incorporación de un miembro no siempre tuvo consenso; por ejemplo,
Grinberg, Langer y Rodrigué (1974) desestimaban la necesidad de realizar entrevistas previas individuales
con el paciente, excepto que fuesen solicitadas por el paciente o tuviesen un fin estrictamente diagnóstico
(7).

Situaciones problemáticas frecuentes a tener en cuenta al incorporar un nuevo miembro

Realizar las evaluaciones de admisión en una única sesión, con el esquema de la consulta psiquiátrica
general.

Puede existir por parte de los terapeutas una predisposición algo tendenciosa a favor de la herramienta
grupal.

Incitar airosamente a los pacientes a participar de la experiencia, lo que puede implicar algún nivel de
coacción.

Ofrecer el grupo como un espacio “más económico”.

Priorizar la necesidad del terapeuta en desmedro de la necesidad del paciente de incorporarse a un grupo.

No ser cuidadoso con que paciente incorporar.

6) Nuevos miembros: durante la fase avanzada del grupo es cuando se produce la entrada y salida de
miembros con mayor facilidad. Sin embargo, la incorporación de un nuevo integrante no es cosa fácil y es
factible que se produzcan rechazos. Toda inserción de un sujeto en un contexto grupal desencadena
fenómenos que afectan tanto al propio sujeto como al conjunto (4).

Yalom (14) sitúa como un momento ideal para incorporar nuevos miembros entre las 12 y las 20
reuniones. Los miembros del grupo no asimilan fácilmente a nuevos miembros si el grupo se encuentra
en crisis, si está implicado activamente en una lucha interna o si ha entrado de repente en una nueva fase
de mayor cohesión. Un buen momento para añadir nuevos pacientes se produce cuando los miembros
sienten la necesidad de recibir nuevos estímulos.

7) Contraindicaciones para la terapia de grupo: todo paciente es agrupable hasta que se demuestre lo
contrario. Para autores como Yalom (14), la terapia de grupo está contraindicada en los pacientes con
episodios maníacos, pacientes disruptivos o aquellos que están tan perturbados que no pueden seguir la
discusión, pacientes con síndromes orgánicos, con dificultades de memoria y los pacientes con problemas
caracterológicos severos (3, 7). Armando Bauleo, por el contrario, sostiene que no hay indicaciones y
contraindicaciones para un grupo. Dice Bauleo (12):

“El problema es de los pacientes, hasta donde soportan o no soportan el grupo, hasta donde pueden
establecer vínculos colectivos. Es la dinámica del grupo la que dice quién se queda y quien se va. En un
grupo se dan cualidades del sujeto que no se ven en lo individual”.

Bauleo señala que respecto a la agrupabilidad no se pueden hacer diagnósticos definitivos por fuera de la
situación grupal.

8) Abandonos de la terapia: las tasas de abandono en las primeras 12-20 semanas, alcanzan, para Yalom,
un 35% para pacientes sin ningún nivel de preparación y un 10 % en pacientes preparados (14). Los
abandonos son típicos en las primeras doce semanas: la primera fase de la terapia grupal es la más difícil
para los pacientes, son momentos caracterizados por ansiedades, temores y cierto nivel de confusión. Es
un momento difícil de superar para muchos pacientes y terapeutas. Frente a esta situación puede que los
pacientes asistan esporádicamente o abandonen repentinamente. La mayoría de los pacientes que
abandona la terapia en este primer momento no suele discutir sus planes con el grupo. Son pacientes
propensos al abandono prematuro los que en poco tiempo transmiten –demasiado– de sí mismos, por lo
que quedan muy expuestos prontamente. También son candidatos para el abandono en este primer
momento aquellos que se integran bajo algún tipo de coacción. Cuando un paciente está firmemente
convencido de su deseo de abandonar el grupo, el comportamiento de este perturba el avance y el
coordinador debe ayudar al paciente a irse rápida y decididamente. El terapeuta contrae su principal
responsabilidad con el grupo en su totalidad. En las siguientes conductas hay pistas de una posible
terminación prematura:

“retrasos en pacientes generalmente puntuales, ausencias sin aviso previo, impagos sin una explicación
convincente, quejas de ser malinterpretado, estar confundido o molesto con el grupo, olvido de sesiones,
participación decreciente, participación tangencial y superficial.”

Dice Langer: “En la psicoterapia de grupo las puertas están siempre abiertas, si bien en momentos difíciles
algunos pacientes anuncian su propósito de abandonar el grupo, generalmente no lo hacen” (7).

Los terapeutas deberían animar a los pacientes a que hablen abiertamente de sus miedos a que la terapia
sea inútil, a que los terapeutas sean incapaces de ayudarle, de estimular al paciente en cuestión a trabajar
en al menos una entrevista con el grupo sus intenciones de abandonar. Esto brinda una oportunidad clave
de elaboración tanto para el paciente como para el grupo de un inminente abandono. En nuestra
experiencia, no tuerce el destino de la decisión, pero ofrece una instancia de elaboración y sobretodo
resulta menos doloroso para el grupo y el mismo paciente. Abandonar un grupo o interrumpir
abruptamente la experiencia, deja una marca también en el que se va. Generalmente los efectos del
abandono son percibidos en forma negativa por el grupo y el terapeuta, influyendo en la cohesión y la
moral grupal.

A menudo, los terapeutas se sienten amenazados por el hecho de que el abandono de un miembro refleje
su nivel de incompetencia. Se debe intentar detectar los pacientes que presentan un alto riesgo de
abandono, pero al mismo tiempo los terapeutas tienen que estar prevenidos de este fenómeno para
evitar una excesiva frustración y una atribución personal de cada deserción.

9) Pacientes medicados con psicofármacos:


Ocho de nueve pacientes del grupo que estamos describiendo toman psicofármacos. Dos pacientes, a lo
largo de estos meses, dejaron por su cuenta la medicación y una paciente bajo la dosis de su esquema
alegando “Que si había gente que dejaba la medicación ella también podía bajar la dosis”. El medicamento
en el escenario del grupo juega un rol representando el control, el veneno, el amor, los cuidados, la locura.
Pone en evidencia las actitudes de los miembros con respecto al tratamiento en general y con respecto al
terapeuta en particular. El hecho de recetar un medicamento puede ser considerado como un castigo,
mientras que el no darlo puede ser interpretado como una falta de cuidado. Los pacientes suelen sentir
que la necesidad de estar sometidos a una farmacoterapia es una evidencia de que están más enfermos
que si solo siguieran una terapia. En algunos pacientes, el hecho de tomar una medicación confirma
algunos de sus peores temores: sentimientos de vergüenza, pesimismo y desmoralización. Las resonancias
en el grupo frente a los pacientes que dejaron o bajaron las dosis fueron múltiples. Siempre aparece el
tema de los fármacos: si no surge este tema en un grupo de pacientes en su mayoría medicados, esto
debería llamar la atención. Es importante que los miembros del grupo comenten sus sentimientos hacia
lo que significa estar medicado. También es cierto que se abre una caja de Pandora y allí el psiquiatra,
menos cómodo -y protegido- que, en su consulta privada, puede sentir algo de vértigo y temor al ver
como los pacientes comparan dosis, drogas, resultados, marcas de medicamentos, efectos adversos e
indicaciones.

Conclusiones

1) El armado (y el mantenimiento) de un grupo terapéutico depende de muchos factores, pero ninguno


tan poderoso como la voluntad y confianza de los profesionales implicados en dicho instrumento (1, 2).

2) Es necesario realizar para los terapeutas de grupo terapia personal (individual o grupal) y contar con un
supervisor experimentado en dispositivos grupales que monitoree la experiencia de cerca. La carencia de
esta formación específica lleva habitualmente al fracaso de los objetivos del grupo.

3) Es esencial realizar un proceso de admisión detallado y sin apuro del candidato a ingresar.

4) En relación al manejo de situaciones de crisis, acordamos con Goldchluk y Amenta (2) cuando señalan
que el grupo permite su detección precoz, la intervención temprana y mejor tratamiento, lo cual
posiblemente influya en la evitación de algunas internaciones.

5) No existieron situaciones de violencia, impulsividad o actuaciones que impidieran el trabajo grupal (2).

6) La práctica grupal y la coterapia como experiencia nos permitieron pensar como el factor dinero
atraviesa nuestra práctica e influye en la misma.

7) La experiencia grupal nos hizo reflexionar con respecto al nivel de aislamiento (y su efecto en el
terapeuta) al que se puede llegar en el tratamiento individual de pacientes.

8) La coterapia resultó una experiencia valiosa en términos de contención personal, disfrute de la tarea y
enriquecimiento clínico. También fue necesario reflexionar en momentos de tensión y rivalidad que
fueron explicitados. La coterapia nos modificó como terapeutas. Nos hizo mejores terapeutas.

9) Descubrimos en el contexto grupal características de los pacientes que desconocíamos en el


intercambio bipersonal de la consulta privada.

10) En relación a la dispar participación de los integrantes, aprendimos que la utilidad que pueda recibir
cada integrante de un grupo no está en relación directa con la proporción en que participa dentro del
mismo, sino que -en palabras de Langer- su “aprovechamiento” corresponderá en gran parte a la totalidad
del beneficio que reciba el grupo, entendido como una totalidad (7). Aquel miembro “silencioso”,
motivado quizá por la inhibición u otras razones, participa en forma activa de la dinámica general y siente
de una u otra forma que sus problemas y angustias están contenidos total o parcialmente en lo expuesto
por los demás miembros del grupo. Sin embargo, respecto al miembro que guarda silencio Langer da
cuenta de un hallazgo clínico frecuente y es que muchos de los que finalmente abandonan el grupo son
“silenciosos” y lo explica de la siguiente manera:
“En el grupo el hablar adquiere el valor de una entrega, o de un sacrificio para los demás. El silencioso, al
cabo de un tiempo, cree que está aprovechando del esfuerzo y sufrimiento de los otros y como no les
puede retribuir de la misma forma se siente culpable”. (7)

Por eso es importante darle un sentido al silencio, un lugar, convertirlo en una expresión posible de
interpretar.

11) Resultó notable como el grupo pudo tratar explícita y crudamente algunos temas espinosos
relacionados con la sintomatología psicótica de alguno de sus miembros, las internaciones padecidas, los
síntomas depresivos, las fantasías de suicidio y prácticamente no incluyó en su agenda temas como la vida
íntima y sexual de sus integrantes, así como tampoco se logró tratar aquellas tensiones o rivalidades que
se producían ocasionalmente entre los miembros o con los terapeutas. Esta es una lectura naturalmente
retrospectiva de los primeros meses de la experiencia.

Por último, la terapia de grupo es una práctica poco explorada por las camadas de jóvenes psiquiatras. No
alcanza con la intención de hacer terapia de grupo. Proponemos y estimulamos a que esto sea reclamado
por colegas, que se incluyan espacios de formación y supervisión en dispositivos grupales como parte del
programa de formación básico. Como advierte Langer en el clásico libro sobre terapia de grupo: “La
respuesta que el analista puede dar tendrá un vuelo y profundidad proporcional a la cultura y experiencia
humana que posea” (7).

Concientes del contenido básico de este trabajo, nos sentimos conformes en relatar simplemente la
experiencia y en compartir los obstáculos y brindar algunas sugerencias. Es ésta una experiencia grupal
que traspasó las primeras temidas semanas y hoy lleva más de dos años. El escrito en estas coordenadas
“didácticas” obedece al intento de dar una respuesta a un justo pedido que sostiene cualquier alumno
con relación a un oficio o disciplina que aún no maneja. ¿Cómo se hace? ¿De qué manera? ¿Qué
problemas voy a encontrar?, ¿Qué herramientas debo utilizar para sortear los obstáculos…?

Tan solo simples preguntas que en la curiosa dinámica maestro / institución / alumno no siempre son
contestadas. Sea por incompetencia, por desconocimiento o por egoísmo. Respuestas que de no ser
brindadas colaboran con la nefasta idea que uno “DEBERIA” saber hacer aquellas tareas o cosas de la vida
que nadie se molestó en enseñar.

Bibliografía:

1) Amenta M, Campi M, Goldchluk A y col. Vertex. Rev. Arg. de Psiquiatria. 2002, VOL XIII: 291-300.

2) Amenta, M., Goldchluk, A., Quiroga, M. Lo grupal y el tratamiento de las crisis en pacientes graves.
Comunicación científica. APSA. Congreso Argentino de Psiquiatría, 2008.

3) Amenta M, Piccione M. Conclusiones sobre 215 pacientes agrupados a lo largo de 8 años en


Consultorios Externos del Hospital José T Borda. Criterios de derivación y agrupabilidad. APSA, Congreso
Argentino de psiquiatría, 2006.

4) Bernard M. Vertex. Rev. Arg. de Psiquiatría. Vol III, numero 7, 1992: 29-31

5) Bleger L, Pasik N. Psicoanálisis Grupal. Cuando, cómo y por qué. Editorial Tekne, Bs.As, 1997

6) Edelman L, Kordon D. A Manera de Introducción a la Teoría y Practica de los Grupos. Vertex. Rev. Arg.
de Psiquiatría. Vol III, numero 7, 1992: 25-31.

7) Grinberg L, Langer M, Rodrigue E. Psicoterapia de Grupo. Editorial Paidos, Buenos Aires, 1974

8) Guimon Jose. Manual de Terapias de Grupo. Edit. Biblioteca Nueva, Madrid 2003

9) Kaplan H, Sadock B. Terapia de Grupo. Editorial Médica Panamericana. Barcelona, 1996.

10) Pavlovsky E, Abadi M. Una experiencia de psicoterapia grupal: la coterapia. Clínica Grupal I, Ediciones
Búsqueda, Buenos Aires, 1980

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