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moción de censura plenamente constitucional, que tendría a
Alfonso Armada como candidato para presidir ese ejecutivo.
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Después de casi dos semanas de incertidumbre desde que dimitió
Suárez, el Rey acepta el 10 de febrero la candidatura de Leopoldo
Calvo Sotelo como nuevo presidente. Se presentará a la Cámara
como jefe de un gobierno monocolor de UCD. Calvo Sotelo era el
mínimo común denominador que el partido centrista consensuó
para sustituir a Suárez, lo cual disolvía la operación Armada que
estaba pergeñándose desde, al menos, octubre de 1980. Nada más
conocerse la candidatura de Calvo Sotelo, líderes del PSOE, AP y
PCE declaran públicamente su rechazo al sucesor de Suárez,
insistiendo que un gobierno de UCD nada solucionará. El 20 de
febrero, durante la primera sesión de investidura de Calvo Sotelo,
Carrillo afirma desde la tribuna de oradores del Congreso que “hay
otro Gobierno posible en esta Cámara, y el eje de ese Gobierno
sería la izquierda de esta Cámara y los elementos progresistas que
hay en UCD”. La solución pasa por un ejecutivo de salvación
nacional, de concentración, y tanto el PSOE, como PCE y AP, no
ven con malos ojos ese camino.
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de que accediera a un gobierno de concentración presidido por su
antiguo secretario. De estos cuatro puntos, sólo los dos primeros se
cumplieron. El objetivo del golpe era crear un “S.A.M.”, un
Supuesto Anticonstitucional Máximo sin disparar un solo tiro, pero
que escenificara el profundo malestar del Ejército para justificar (y
obligar) a un acuerdo entre la clase política que arrojaría, como
resultado, el gobierno de salvación nacional presidido por Armada,
el “De Gaulle” español. Se trataba, como afirma el profesor
Roberto Muñoz Bolaños en su tesis doctoral, de la versión
“pseudo-constitucional” de la operación Armada.
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18,20), Armada logra la autorización del Jefe del Estado Mayor del
Ejército (Gabeiras) y el visto bueno de la Zarzuela para acceder al
hemiciclo, donde quiere proponer ese gobierno de concentración
tejido entre bambalinas desde octubre de 1980, una vez el
Congreso haya quedado libre de las fuerzas asaltantes. Y digo el
visto bueno de la Zarzuela porque el propio Sabino Fernández
Campo describió en un libro de Francisco Medina, titulado “23-F.
La verdad” (Plaza y Janés, 2006), la postura de la Corona ante este
episodio crucial: “Bueno, pues vete –dice Sabino al general
Armada–. Si tú crees que lo puedes solucionar, vete tú, pero no
digas que vas en nombre del Rey. El Rey no te puede decir que
vayas en nombre suyo porque no tiene facultades para eso. Ahora,
si tú dentro de este barullo que hay, dentro de este golpe que se ha
producido, tienes capacidad para llegar allí y obtener la libertad
a los que están, ofreciéndote como presidente o lo que sea... Luego
ya veremos lo que pasa. Pero que quede claro que todo esto lo
haces por tu cuenta...”
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democracia, él se ha salvado a sí mismo. Ya tenemos un padre, un
César, esa cosa freudiana que los españoles buscamos siempre
para que piense por nosotros. Caer masivamente en los brazos del
Rey, más que gratitud, sería, digamos, una forma democrática de
franquismo, entendido esto más allá de Franco, como proclividad
niñoide de este país a los padres providenciales”.