Informe de lectura tomado de Borobio, D., Penitencia. En Floristán, C., Tamayo, J. J., (ed.) Conceptos fundamentales del cristianismo. (pp. 1001-1019). Trotta.
La penitencia implica el esfuerzo permanente del bautizado por mantenerse en santidad, y
por superar las fragilidades de la vida, afirmando y aspirando hacia el ideal divino que es imposible de alcanzar aquí en la tierra. La virtud de la penitencia se convierte necesariamente en sacramento cuando la fragilidad del pecado es tan seria que supone no solo una ruptura con el ideal, sino también una significación eclesialmente reconocida de conversión, reconciliación y perdón. Actualmente nos enfrentamos ante una crisis del sacramento. Por un lado, una razón psicológica que no descubre nuevas formas de perdón y, por otro, una razón teológica por no armonizar debidamente el perdón y la reconciliación con Dios y la necesaria mediación de la Iglesia. Otros factores dependen de la concepción de que no es necesario un rito debido a que muchos fieles no entienden bien el sentido de la penitencia, se olvida que la reconciliación debe manifestarse en la vida y, finalmente, no se reconoce la importancia de cada uno de los actores durante el sacramento. A pesar de lo anterior, el sacramento de la penitencia se encuentra entre la donación identificante que la Iglesia nos ofrece a través de sus diversos documentos desde el Vaticano II, y la recepción divergente que los diversos miembros y comunidades hacen a su propia vida cristiana. No obstante, la identidad propia del sacramento se enmarca dentro de un proceso de conversión. Que implica la reconciliación y culmina en el perdón. Estas tres características propias señalan respectivamente la transformación por la gracia y la voluntad de cambio, la apertura al otro del que se ha separado, y la recepción de la gracia misericordiosa de Dios. Así pues, la penitencia se fundamenta en la comprensión que la Sagrada Escritura hace al respecto. En el Nuevo Testamento se reconoce la praxis preventiva del pecado y permanecer luchando contra el mal, al igual como que se expone una praxis correctiva que implica la amonestación fraterna, corrección y reconocimiento del pecado. Lo anterior desemboca en la reconciliación fraterna que supone el perdón mutuo, y la praxis curativa por la que la comunidad a través de sus dirigentes interviene al pecador para reinsertarlo. Aunque ningún texto expone de manera sistemática el sacramento, es claro que se da excomunión ante los pecados graves, existe continuidad entre la comunidad de la ley judía y el la del Evangelio y el eje de la praxis se mueve entre a separación y la reconciliación. Así lo entendieron las comunidades cristianas de la antigüedad que empezó a sistematizar la práctica en los concilios guardando rigurosidad, procesualidad, comunitariedad y publicidad, a esta práctica se le llamó canónica, diferente de la tarifada que ponía una pena particular por cada pecado confesado. Por su parte, el magisterio resalta especialmente el concilio Lateranense IV (1215) por prescribir la confesión anual, y el concilio de Trento por explicar la doctrina penitencial. Se distinguen los pasos constitutivos de la penitencia. Inicia con la contrición como un dolor de alma y detestación del pecado cometido con el propósito de no pecar en adelante. En segundo lugar está la confesión necesaria para los pecados mortales, íntegra porque sólo hay sanación si se conoce la causa del pecado. Posteriormente, la satisfacción porque está atestiguada en la Sagrada Escritura y en la Tradición y porque hace luchar contra las consecuencias y hábitos producto del pecado. Algunas líneas finales impulsan a una visión renovada da la penitencia, en primer lugar, si es entendida como sacramento de esperanza reconciliadora del hombre actual, pero también haciendo énfasis de su lugar en la historia de la salvación y la insistencia del carácter litúrgico celebrativo del sacramento. No se debe perder de vista que la Iglesia es sujeto de la reconciliación, en cuanto que necesita ser reconciliada con sus miembros; objeto de reconciliación, en cuanto que sus miembros necesitan reconciliarse con la misma Iglesia a la que ofendieron con su pecado; y mediadora de la reconciliación, en cuanto que ella es sacramento visible e instrumento necesario para la reconciliación del pecador con Dios. Finalmente, Dios otorga su perdón solo con la colaboración y respuesta del mismo pecador, que significa que en los pasos de la confesión se concentra la conversión sincera y expresa por palabras y obras.