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Menores delincuentes, un problema mayor

Tras la captura de dos jóvenes que fueron sorprendidos robando con un arma
de fuego en Kennedy, las autoridades llamaron la atención sobre el incremento
de adolescentes en bandas delictivas. Se han registrado 4.000 detenciones en
2017.
A través de las cámaras de seguridad, la Policía de Kennedy se percató del
comportamiento sospechoso de dos jóvenes que estaban en un paradero de la
avenida Ciudad de Cali. Cuando el tráfico se detuvo, se hicieron una señal y se
internaron en el trancón. Segundos después emergieron a toda velocidad
rumbo a una estación de Transmilenio: saltaron los separadores e intentaron
perderse entre los vecindarios aledaños, pero fueron capturados por las
patrullas. Al parecer, despojaron a un conductor de su celular, como quedó
consignado en la denuncia en su contra. La Policía les encontró un revólver
calibre .38, un teléfono móvil de alta gama y, al revisar sus antecedentes,
ambos tenían anotaciones por hurto. Los dos tienen 16 años y terminan la
primaria en un colegio de la localidad.
Este caso redondeó las cifras de menores detenidos: en lo corrido del año van
4.000, la mayoría involucrados en robos. Las autoridades, sin embargo,
aseguran que la detención de adolescentes es un flagelo recurrente y en
muchos casos obedece a que estructuras criminales los usan para cometer
delitos. “Algunas bandas están instrumentalizando a los menores para evadir
la acción de la justicia, teniendo en cuenta que el tratamiento es diferente al de
los adultos y eso contribuye a que aumenten las cifras”, aseguró el teniente
coronel Óscar Barón, comandante de la Policía de Kennedy.
Precisamente, esa localidad fue la más afectada por la participación de
menores de edad en distintos delitos. Durante 2016 se registraron 231
capturas de menores entre 14 y 17 años, 28 de ellas en el barrio Patio
Bonito. La siguen Rafael Uribe Uribe, con 208 detenciones; San Cristóbal,
con 168, y Engativá, con 161.
“Lo malo es que los cojan”
Para el padre Wilfredo Grajales, director del Instituto Distrital para la
Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron), habría que preguntarse si los
jóvenes están infringiendo más la norma o si las autoridades están siendo más
efectivas, pues el problema siempre ha existido. “Lo que yo veo, además, es
una desorientación de los muchachos. En los barrios hay una tolerancia con
el delito que hace que ellos se despisten. Lo que más me preocupa es que
cuando hablamos con ellos, aseguran que lo más grave no es el delito que
cometieron, sino que los pillen”.
Aunque “si los pillan, ellos saben que no tendrán mayores problemas”. La
frase es de John Anzola, experto en seguridad ciudadana, quien considera que
la instrumentalización de los menores se debe a que, ante la justicia
colombiana, son víctimas y por eso sus castigos son más flexibles. A pesar
de esto, advierte que la solución no puede ser endurecer las condenas para los
menores, como se ha sugerido en varias ocasiones, sino “aumentar las penas
de quienes los utilizan en la comisión de los delitos. Es decir, imponer con
juicio este agravante de la ley”.
El abogado penalista Iván Cancino aclara que esos agravantes sí se aplican y
desde el Instituto Colombiano de Bienestar familiar (ICBF) se ha trabajado
fuertemente para que caiga un peso sobre quienes abusan de los menores. Pero
reconoce que no es suficiente y por eso cree, a diferencia de Anzola, que
es indispensable que “se aumente la edad penal para delitos graves como
homicidios, tortura, extorsiones y delitos sexuales”. Sin embargo, es
enfático en que el derecho penal no soluciona el problema: “Se debe
revisar con urgencia la política de educación y, principalmente, los valores de
familia. Este problema no se soluciona con castigo”.
El padre Wilfredo Grajales sugiere que, en primer lugar, se rescate el respeto a
la autoridad representada en la familia, la escuela y la Policía. “Para los
habitantes de calle y los sectores populares, la Policía es vista como el
enemigo. Y como se pierden las figuras de autoridad, la calle se las da.
Entonces aparece un matón que pone normas, que acciona un arma o corta un
dedo, y ese lo usa bajo su propio interés”.
Son varias las causas que llevan a un menor a hacer parte de una banda
criminal o cometer un delito, pero Anzola resalta una que, según él, las
autoridades no han atacado en profundidad: el consumo de drogas. Los
entornos son cada vez más inseguros, pues los expendios están ubicados cerca
de la comunidad, sobre todo de los colegios.

“Hay una tríada: jóvenes, drogas y violencia. Los menores tienen de


vecinos a las bandas criminales que poco a poco se acercan a ellos. Les
regalan una dosis, luego otra, hasta que les generan los problemas de adicción.
¿Por qué los jóvenes ceden? Porque sienten cierta afinidad y un respaldo que
no hallan en su casa ni en su colegio”.
Aunque los expertos siempre responden que la solución es la prevención, para
Anzola es importante empezar a definir qué es y cómo se deben crear
estrategias que realmente funcionen. El analista sugiere desarrollar más
incentivos que se acomoden a la realidad de cada localidad.
Para los analistas, los constructores de las políticas públicas dirigidas a los
menores deben analizar si los programas implementados están dando
resultado. Pero esta revisión debe hacerse de la mano de los jóvenes, para
entender su complejidad e ir más allá de las cifras y los resultados inmediatos.

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