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CUCIIANIlOV
El mismo tema se tratará de forni.i disliiUa dependiendo de
si se trata durante una actividad o no. experimentando estas
situaciones por uno mismo, se hace evidente la diferencia (ejer-
cicio 3.19, anexo 1).
Para poder llevar bien una conversación con u n niño peque-
ño de hasta diez años, lo mejor será combinarla con alguna ac-
tividad. Seguro que para estos niños tendrá u n efecto positivo.
Con niños de hasta ocho años se tratará de una actividad menos
física, y a partir de los ocho, sobre todo con los niños a los que
les guste jugar fuera, podrá ser una actividad como ir en bici-
cleta o jugar a la pelota.
Así pues, según la edad se optará por unas actividades u
otras. También dependerá de la estación o de la moda. Existe,
por ejemplo, la «temporada de las canicas», y algunas activida-
des de antaño vuelven a aparecer, como el yoyó.
También para los adultos es difícil a veces combinar el juego
con la conversación. Si no se consigue, es bueno advertirlo y
pedir a ayuda al niño. Esta intervención de metacomunicación
fomenta el sentimiento de estar haciendo algo en común duran-
te la conversación.
«Tú puedes jugar y hablar a la vez, pero yo no sé hacerlo tan bien.
Para un momento. Quiero comprender bien el tema del que estamos
hablando. ¿Es cierto lo que pienso de que tú...?».
Se puede hacer partícipe al niño de que se ha perdido el hilo
de la conversación, por ejemplo porque está haciendo dos cosas
a la vez.
«Qué bien estar jugando juntos, pero he perdido el kilo de lo que
te estaba preguntando. Me cuesta hacer dos cosas a la vez. Veamos,
¿dónde nos habíamos quedado?».
Si se nota que la atención del niño se centra más en la acti-
vidad que en la conversación, se le debe decir:
«Me parece que estamos tan ocupados con..., que se te ha olvidado
que me gustaría saber que...».
«Es divertido jugar contigo, pero también quiero que me contestes,
y sé que me quieres contestar. Para un momentito y cuéntame...».
OJOS SOLARES;
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Aunque sea una ventaja poder combinar los juegos con la
conversación en el caso de los niños pequeños, también puede
tener una influencia negativa. Si la actividad tiene la p r i o r i d a d
más alta, puede disminuir la medida en que el niño se concen-
tra en la conversación. El niño puede incluso encerrarse en sí
mismo y centrarse exclusivamente en la actividad. En realidad
el niño escucha todo lo que se dice y lo selecciona dependien-
do de la importancia que tenga para él, pero no todo lo capta
a u n nivel consciente. Por ejemplo, u n niño que está en u n r i n -
cón de la habitación jugando mientras los adultos están char-
lando intensamente en la misma habitación, aunque parezca
que no escucha levantará la mirada cuando oiga decir su n o m -
bre (ejercicio 3.20, anexo 1). El cerebro registra todo, pero filtra
lo que es importante. ¡Es que los pequeños lo oyen todo!
Toda información del exterior llega a la amígdala cerebral; sin
embargo no todo se procesa. Se registra una impresión y se sacan
conclusiones que determinan la manera de actuar en lo que se refie-
re a su transmisión a otras partes del cerebro. Un ejemplo es lo que
ocurre si ves una página con un texto donde aparece tu nombre. Ves
tu nombre por un instante, pero cuando te pones a buscar de nuevo
no lo encuentras y tienes que leer toda la página para localizarlo otra
vez. Al parecer, el cerebro ha visto toda la página en un instante y
ha seleccionado el nombre propio para transmitirlo. La lectura dia-
gonal y la lectura rápida se basan en este tipo de propiedades del
cerebro.
Cuando el hablar no es la actividad principal, sino el juego,
existe una mayor posibilidad de que tras la selección se trans-
mita poca información y de que el niño parezca «sordo» a u n
nivel consciente. Se trata pues de no permitir que el juego se
haga tan importante como para causar la pérdida de interés por
los otros asuntos. Si se diera este caso, se debe dosificar el diá-
logo y posponerlo a momentos en que el interés por la otra ac-
tividad sea menor.
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