Y LA FLEXIBILIDAD
Quo Vadis Jus. Estudios Jurídicos (1994)
Jorge Rendón Vásquez[1]
1. Introducción
La noción de Derecho del Trabajo tomó algo más de un siglo para construirse,
desde los albores de la revolución industrial en la segunda mitad del siglo XVIII
en Europa hasta comienzos del siglo XX. Desde entonces, esta rama del
derecho ha evolucionado casi ininterrumpidamente abarcando un conjunto
cada vez más numeroso de importantes derechos de los trabajadores.
Ya antes de la segunda guerra mundial, el Derecho del Trabajo había alcanzado
una autonomía casi total y luego se le reconoció como un cuerpo normativo
fundamental de la sociedad. Sin embargo, en la década del ochenta, la
acumulación ascendente de derechos laborales, habida cuenta de la
conflictualidad de las relaciones sociales de las que esas normas surgen, se
hizo más lenta en numerosos países. La evolución de esta rama del derecho
no se paralizó, es cierto, pero cambiaba de sentido, pues comenzaba una
desregulación y, en algunos países latinoamericanos, entre ellos el Perú, una
desactivación total de ciertos derechos sociales muy importantes que habían
alcanzado el rango de derechos socialmente adquiridos y, por lo tanto, de
realizaciones inatacables.
No es posible explicar por qué el Derecho del Trabajo y el Derecho de la
Seguridad Social toman una dirección determinada si no se examina sus
antecedentes y factores, y si no se indaga sobre la razón de ser de los
cambios sociales que les dan origen. Las normas laborales surgen
históricamente como disposiciones limitativas de la libertad de contratación. Son
normas con un contenido esencialmente económico.
Con mayor o menor extensión, en casi todos los países más altamente
industrializados, había ya hacia fines del siglo pasado un conjunto de normas
laborales modificatorias del mercado de fuerza de trabajo, en cuanto establecían,
por una parte, condiciones de contratación mínimas que los empresarios no
podían modificar, como la jornada máxima de trabajo, la obligación del
empleador de responder por los accidentes de trabajo, condiciones especiales
para el trabajo de las mujeres, la prohibición del trabajo nocturno de los niños; y,
por otra parte, permitían la utilización de técnicas de fijación de las
remuneraciones y condiciones de trabajo, como la organización sindical, la
negociación colectiva y, con más o menos tolerancia, la huelga.
Con la noción de la autonomía del Derecho del Trabajo, se hizo más nítido un
incipiente carácter protector del trabajador de esta rama del derecho a cuyo
señalamiento concurrieron las corrientes social demócrata (Phillip Lotmar), social
católica (Papa León XIII) y solidarista (León Duguit).1[2]
Como sucede hasta hoy, el Derecho del Trabajo surgía como la expresión de
una conciliación institucionalizada entre los actores de las relaciones de
producción: empleadores y trabajadores, quienes vigilarían que el status quo,
alcanzado a través de la intermediación estatal, no se modificara para
desfavorecerlos, aunque presionando, los primeros para desvirtuar colectiva o
individualmente los derechos sociales establecidos, y los segundos para
extenderlos y mejorarlos.
En el plano económico, el carácter protector del Derecho del Trabajo sería nada
más que el modo de comercialización de la fuerza de trabajo; los empleadores
sólo podrían adquirirla en las condiciones fijadas por las normas estatales o las
convenciones colectivas, siendo sancionado con la nulidad el acuerdo
infractorio de las reglas laborales. Por el carácter de orden público atribuido a
éstas, sólo serán válidos los pactos que se ajusten a ellas o establezcan
mejores derechos para los trabajadores. La expansión horizontal (hacia nuevos
grupos de trabajadores) y vertical (añadiendo derechos o mejorando los
existentes) limitó más aún el mercado de mano de obra. Gracias a estas
condiciones, la adquisición de fuerza de trabajo se formalizó como un contrato
de trabajo.
9. El rol de la social democracia
1[2] Cfm. del Autor, Derecho del Trabajo Introducción, Lima, Tárpuy, 1988, N° 30.
político la vía electoral para llegar al control del Estado y, en el campo laboral,
la negociación con los empleadores para ampliar y mejorar los derechos
sociales; y la comunista que postulaba la toma del poder político por una
revolución y consideraba la lucha sindical como un procedimiento auxiliar
subordinado a la lucha política. Esta división será determinante en la evolución
política y jurídica de la sociedad desde entonces. Instalada la segunda de las
tendencias indicadas en el control del Estado en Rusia, en noviembre de 1917,
los empresarios de los otros países europeos y los partidos políticos que los
representaban, buscando impedir la difusión del ejemplo bolchevique, se
inclinaron a pactar con la social democracia los trazos de un modelo de
organización estatal y laboral regulado por el derecho y la democracia política,
cuya primera gran expresión fue la Constitución alemana de 1919, de Weimar.
En la misma línea de estrategia política, se inscribe la Constitución mexicana
de 1917, puesto que es también la expresión de una transacción entre los
grupos participantes en la revolución de 1910, y sirvió como fuente de
inspiración de otras cartas constitucionales, incluida la de Weimar.
Desde el punto de vista social, el Tratado de Roma sólo contiene las normas
mínimas para facilitar el funcionamiento del mercado común, de cumplimiento
obligatorio por los Estados. Actualmente, esta Comunidad se halla integrada
por doce Estados: además de los seis fundadores, Gran Bretaña, Dinamarca e
Irlanda, incorporados en 1973, Grecia en 1980, y España y Portugal en 1986.
Hubiera sido impensable que Grecia bajo el dominio de los coroneles, España
del franquismo y Portugal del salazarismo hubiesen sido admitidos en la
Comunidad Económica Europea.
A partir de 1951, la tipificación casi absoluta del Derecho del Trabajo como un
conjunto normativo de protección del trabajador fue puesta en duda, al
reconocérsele dos roles esenciales: 2[3] por una parte, se verá su rol tutelar del
trabajador para equilibrar la fuerza del empleador; y, por otro, su rol
formalizador de las relaciones laborales capitalistas, cualesquiera que sea el
sentido y extensión de sus normas. Se pondrá en evidencia que esta rama del
derecho se integra tanto de normas protectoras de los trabajadores, de fijación
de una jornada máxima o de señalamiento de una remuneración mínima, como
de normas protectoras de los empleadores por ejemplo, como las de
ilegalización de las huelgas y de atribución al empleador del jus variandi,
constituyendo todas ellas el marco legal de la contratación de la fuerza de
trabajo asalariada. En un juego dialéctico permanente, la correlación de fuerzas
de los dos grupos sociales participantes en la producción determina el sentido
y contenido de esas normas.
La interpretación dualista del Derecho del Trabajo relanzada en 1978,3[4] no
ha sido puesta en duda.
2[3] Fue Gérard LYON-CAEN el autor de esta tesis expuesta en el artículo Fondéments
historiques et rationnels du droit du travail, publicado en la revista Droit Ouvrier, janv, 1951, p.
1.
4[5] Milton FRIEDMAN y Rose FRIEDMAN, Free to choose, Penguin Books, 1981.
Del plano teórico, estas ideas bajaron al de las preferencias electorales de una
parte de la población disconforme con la gestión social demócrata en varios
países europeos y demócrata de los Estados Unidos. En Inglaterra, los
conservadores asumieron el poder en 1979 e hicieron primera ministra a
Margaret Thatcher, y, en los Estados Unidos, los republicanos ganaron la
Presidencia con Ronald Reagan en 1980.
Hay mayor tolerancia con los contratos de trabajo a tiempo parcial que
convienen a las empresas y pueden convenir también a los trabajadores, y
existen preferencias para acceder a una contratación a tiempo completo, y a la
inversa.
5[6] Hice una reseña en este debate en mi libro de Derecho del Trabajo, Introducción, Lima,
Tárpuy, 1987.
6[7] Véase, por ejemplo, La flexibilité du travail en Europe, Paris, Editions La Découverte,
1987. Reúne estudios; bajo la dirección de Robert BOYER, sobre la relación de trabajo, desde
el punto de vista económico en Alemania, España, Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Italia e
Irlanda.
La terminación del contrato de trabajo, pese a su importancia para la relación
laboral, no ha sido casi tocada por la ofensiva de la flexibilidad. En materia de
despido por motivos personales, la legislación de casi todos los países
europeos sigue siendo la misma; y, al contrario, se observa una profundización
de la limitación del despido, incluso en Bélgica, país cuya legislación permite el
despido de los empleados particulares ad-nutum, aunque con un preaviso, y
donde, no obstante, la jurisprudencia ha incorporado la noción de causa justa
para el despido de estos trabajadores.
Para los obreros, la ley establece el despido sólo por causa justa.
No sería admisible, por ello, una desregulación de los derechos sociales que
degrade los términos del pacto social. Al Estado no se le toleraría que lo haga,
ni éste, hasta ahora, lo ha intentado, pese a que una gran parte del electorado
se halla conformada por las numerosas clases medias y otros grupos sociales
bajo un fuerte control ideológico.
Muy pocos en los países con democracias estables dudan del rol necesario del
Estado como una fuerza garante de los derechos de los ciudadanos, pero
también casi todos son plenamente consientes de que el Estado y su
burocracia, de no controlárseles permanentemente, podrían degenerar en
fuerzas represivas aniquiladoras de sus derechos cualquiera que sea la política
que intenten llevar a cabo7[8].
La seguridad social es parte de la existencia de todas las personas. En todos
los países altamente industrializados cubre, con más o menos amplitud, los
riesgos de enfermedad y accidente comunes y profesionales, de invalidez, de
vejez, muerte y desempleo. Por consiguiente, el impacto de la crisis económica
es absorbido, en gran parte, por el sistema de seguridad social, que es
independiente financiera y administrativamente del Estado.
Con un crecimiento continuo del producto bruto interno: hasta ahora no menos
del 1.5 % anual, a pesar del desempleo creciente, ello quiere decir que estas
sociedades pueden existir creando riqueza con una fuerza de trabajo menos
numerosa.
7[8] La literatura advertía, en este sentido, contra los peligros para la libertad personal y de
mercado no únicamente de los modelos autoritarios de países distintos de los autores, sino
implícitamente contra esta posibilidad en sus propios países, por ejemplo Aldous Huxley y
George Orwel. El profesor de sociología de la Universidad de Berkeley, Alvin TOFFLER, dice
en un reciente libro: "Un sobreorden es ún orden excesivo impuesto no en beneficio de la
sociedad, sino exclusivamente en beneficio de aquellos que controlan el Estado. El sobreorden
es la antítesis dé un orden necesario. El régimen que le impone a sus ciudadanos atribulados
se despoja de la justificación russoniana de su existencia (...). El elemento revolucionario nuevo
-un cambio aportado por el nuevo sistema de creación de la riqueza- es un cambio en el nivel
del orden socialmente necesario. Lo nuevo es que, cuando las naciones cumplen la transición
hacia la avanzada y supersimbólica economía, necesitan más autoregulación horizontal y
menos control vertical. Más simplemente, el control totalitario choca con el avance económico
(...). Hoy, como las crisis de la Unión Soviética y otros países lo demuestran, el Estado que
intenta sobrecontrolar al pueblo y la economía, en definitiva destruye el orden que busca",
Power Shift, Bantam, 1992, p. 468.
La estructura económica de los países altamente industrializados no ha
cambiado básicamente desde que se formó, pues los empresarios capitalistas
siguen detentando la propiedad de los medios de producción y los trabajadores,
libres y desprovistos de estos medios, siguen vendiendo su fuerza de trabajo
por una remuneración. La evolución social ha aportado los derechos laborales
y la seguridad social. Una innovación en el campo de los titulares de la
propiedad de los medios de producción ha sido la difusión del capital
accionario, a consecuencia del ahorro permitido por el crecimiento de los
ingresos de las clases medias y trabajadoras.
La concentración del capital no ha sido lineal para dejar sólo unas pocas
empresas y en ellas grandes masas de trabajadores. Sobre todo luego de la
segunda guerra mundial, las medianas y las pequeñas empresas se han
multiplicado como subcontratistas y distribuidoras de las grandes.
Con la difusión del uso de nuevas tecnologías, también las grandes empresas
ha debido reestructurarse y redimensionarse. "Sería preciso ser ciego -escribe
Alvin Toffler- para no ver que nuestra forma de vida está experimentando un
cambio extraordinario. La generalización acelerada de microordenadores
electrónicos..., la biotecnología..., la electronización del dinero..., la creación de
materiales sorprendentes e inéditos, el movimiento en el espacio exterior..., la
inteligencia artificial..., todos estos adelantos tecnológicos van escoltados por
unos cambios sociales, demográficos y políticos no menos importantes, que
van desde la transformación de la vida familiar, hasta el 'encanecimiento' de la
población en los países opulentos -mientras la edad media impera en el tercer
mundo-, desde el conflicto sobre la afluencia de datos de 'trasbordo', hasta la
difusión de un armamento letal por todo el mundo",8[9] "Las compañías
centralizadas -prosigue- se apresuran a descentralizarse". Refiriéndose a la
American Telephone and Telegraph Company, cuya desmembración
recomendó, señala: "Ninguna empresa en toda la historia, sea estadounidense
o mundial, ha experimentado un proceso tan complejo y descomunal de
reconstitución... "9[10] El mensaje del cambio' es diáfano: las compañías
tendrán que revisar sin misericordia sus premisas básicas y mostrarse
dispuestas a desecharlas; de lo contrario, terminarán siendo piezas escogidas
en el museo de los dinosaurios corporativos10[11].
8[9] La empresa flexible, Barcelona, Plaza & Janes Editores, 1985, p. 13.
Algunas personas piensan que a partir del año 2000 habrán grandes cambios
y que debemos prepararnos para adaptarnos a ellos. No hay evidencia de que
esos cambios puedan producirse en esa fecha, ni es posible afirmar como
serán esos cambios. Cuando la humanidad se aproximaba al año 1000 algunos
videntes vaticinaron también grandes cambios y desgracias. Nada de ello
ocurrió. La evolución del mundo feudal de entonces en Europa no se trabó ni
desvió un ápice de su ruta por haber pasado del 31 de diciembre del 999 al 1°
de enero del 1000.
Los únicos cambios realmente importantes, con los cuales parece terminar
históricamente el presente siglo, ha sido: 1) la destrucción del sistema
socialista, por sus contradicciones internas, su agotamiento para continuar
aumentando la productividad, la amenaza permanente de una guerra y la
acción de sus propios burócratas, quienes en cierto momento decidieron que
había llegado la hora de desembarazarse de otros burócratas, más
11[12] El futuro del trabajo humano, Barcelona, Ariel, 1986, ps. 65, 249.
encumbrados en el control del Estado, para acceder a la propiedad personal
de los medios de producción. Concluyó así en otra frustración, una experiencia
que desde 1917 llenó de esperanzas a muchos trabajadores de todo el mundo
y por cuya realización fue derramada tanta sangre y tanta libertad personal le
fue ofrendada. Empujados por el desprestigio del proyecto socialista, también
hicieron crisis otros proyectos basados en la intervención estatal, creando un
enorme vacío ideológico y político en las clases trabajadoras; y 2) el fracaso
del liberalismo para superar la crisis económica mundial, y su desprestigio
político por su evolución hacia la corrupción, proyección nefasta del
individualismo (Japón, Italia y otros países).
12[13] El fin de la guerra fría golpea a las economías industrializadas de otro modo. Ahora que
el 'imperio de la maldad' ya no existe la carísima carrera armamentista mundial ha terminado
y la desmovilización militar es una corriente. 'El dividendo de la paz, por lo menos en el corto
plazo, es el desempleo', -dice Michael D. Intrilagator, economista de la Universidad de
California en los Angeles (...) En todas las naciones industriales, la combinación de
competencia y cambio tecnológico elimina empleos y hace bajar los salarios. Cada vez más
personas se sienten amenazadas por el trabajo barato en los países capitalistas emergentes"
What 's Wrong, Why the industrialized nations are stalled, en plain text Busines Week, August,
2, 1993.
trabajo y a la seguridad social contienen un conjunto de importantes derechos
sociales con una significación precisa para su aplicación directa.
Los tres gobiernos que se han sucedido en el Perú desde que la Constitución
de 1979 fue puesta en vigencia en julio de 1980, se han articulado en torno del
intervencionismo estatal y prescindiendo del consenso con los actores sociales.
En el campo laboral todos ellos han sobrepuesto la autoridad del Estado a los
derechos e intereses de las partes, sobre todo de los trabajadores. La
negociación colectiva fue frecuentemente intervenida por las decisiones de las
autoridades administrativas de trabajo, y las huelgas declaradas ilegales
sistemáticamente y sin fundamentos válidos.
Ante la concertación social, que hubiese podido ser una vía para la solución de
los más importantes y graves problemas económicos y sociales, los gobiernos
adoptaron actitudes diferentes, pero todas ellas negativas.
13[14] Alfredo Montoya Melgar, de la Universidad de Murcia en ese momento, y Tiziano Treu
de la Universidad de Turín.
llevadas a cabo en sus países. Pero el Partido Aprista, que había obtenido la
mayoría de representantes al Congreso y la Presidencia de la República, no
deseaba ningún tipo de concertación, sino gobernar imponiendo sus
decisiones, y sus ministros de trabajo recusaron la consulta con las
organizaciones sindicales.
"(En marzo de 1990, durante nuestro congreso 'La revolución en libertad', sir
Alan Walters, que había sido asesor de Margaret Thatcher, me aseguró que
estas medidas tendrían un efecto favorable sobre la creación del empleo. Me
reprochó, eso sí, no haber sido tan radical con el salario mínimo, que íbamos a
mantener. 'Parece que es un acto de justicia', me dijo. 'Pero lo es sólo con
aquellos que trabajan. En cambio, el salario mínimo es una injusticia con
Sin embargo, en la nueva Constitución, el rol del Estado como una fuerza capaz
de intervenir en la economía y las relaciones laborales no ha sido desvirtuado
sino superficialmente. Las empresas estatales que subsistan luego de su
acelerada y no siempre necesaria privatización seguirán dependiendo del
Poder Ejecutivo para el nombramiento de sus directores y personal, y
continuarán siendo parte del presupuesto estatal, con lo cual se anula su
competitividad. El Estado no dejará de intermediar la captación de los recursos
monetarios y el crédito por la vía de un control riguroso del sistema financiero,
incluso de las AFP, a las que ha obligado a tomar sus empréstitos. La economía
de la seguridad social y otras entidades financiadas con las cotizaciones de las
empresas y los trabajadores, seguirán siendo una parte del presupuesto
estatal. Las organizaciones sindicales seguirán amenazadas por el Estado con
el procedimiento del registro sindical en el Ministerio de Trabajo, que es una
neta autorización estatal, y la ilegalización administrativa de las huelgas;
simbiosis de liberalismo e intervencionismo. estatal, muy propia de América
Latina.
[18] Fui invitado a participar en dos debates por Radio Antena 1, en setiembre y octubre de
1993 con varios de los autores o inspiradores del proyecto de Constitución en los aspectos
indicados, todos ellos abogados empresariales. Advertí que en su discurso trataban de
demostrar las conveniencias para los trabajadores de su proyecto, pero que no les agradaba
ser identificados ante el público como abogados de empresarios; asimismo, ponían un énfasis
especial en afirmar que ese proyecto había nacido de un consenso de abogados de diferentes
tendencias en unas reuniones llevadas a cabo en febrero de 1993. Indagué sobre esta
mencionada participación plural y pude establecer, por las declaraciones de esos mismos
abogados y de otros consultados, que el proyecto había sido traído ya elaborado por varios
abogados empresariales para presentarlo como un fruto de un acuerdo.
Por otro lado, la difusión de medios y procedimientos de producción más
competitivos, que es posible adquirir a precios relativamente reducidos, no
favorece el empleo, y no hay una forma legal de evitarlo.
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