Anda di halaman 1dari 17

RESPONSABILIDAD, DELIBERACIÓN, PRUDENCIA

CONSIDERACIONES PARA EL EJERCICIO DE LA PSICOLOGÍA 1

Christian Alfredo Rubiano Suza2


Gloria María Berrío-Acosta3

RESUMEN

El objetivo del presente texto es ahondar en los conceptos de responsabilidad y prudencia, con el
propósito de caracterizar un ideal normativo para el ejercicio de la psicología, en términos de
responsabilidad laboral. Para ello se realizará un acercamiento, desde el ámbito de la filosofía, al problema
de la responsabilidad con el fin de comprender, en términos generales, qué significa responder por el otro
y asumir un compromiso que, si bien se expresa en la vida laboral, permea todos los actos de la existencia.
Finalmente, se ahondará en el concepto de prudencia, ya que el desarrollo de esta virtud es clave para
fortalecer la capacidad de juicio que permite la toma de decisiones responsables.

Palabras clave: Responsabilidad, Libertad, Prudencia, Psicología, Normativas.

El concepto de responsabilidad, junto a sus variables o aplicaciones, tiene una larga tradición en la
filosofía. Se lo encuentra en el pensamiento clásico, ligado al problema de las virtudes en Aristóteles y la
reflexión sobre la justicia y la ciudadanía en el pensamiento de Platón. Es una parte fundamental en las
reflexiones al interior de la cristiandad, así como de los trabajos construidos en el marco de las doctrinas
contractuales. De igual manera, es un tema relevante en aproximaciones que, más allá de la ética, tienen
que ver más bien con la discusión estética-política, esto es con el arte como herramienta o ejercicio de
responsabilidad política. Con motivo de las dos grandes guerras se convirtió en un problema fundamental
para la ciencia política y el derecho, esto a propósito de la imputación de responsabilidades, no solo a nivel
individual, sino también a nivel colectivo. En esta línea de pensamiento resultan fundamentales los aportes
realizados por filósofos como Jean Paul Sartre, Hannah Arendt, Karl Jaspers, entre otros. De lado de la
filosofía de la acción y la filosofía del lenguaje, en su raigambre analítica, también ha sido un concepto que
ha estado en el centro de álgidos debates. En la modernidad, sobre todo en la filosofía de Kant y la
discusión determinismo/libertad, constituyó una pieza clave para pensar el problema del diálogo entre la
metafísica y la ciencia.
La responsabilidad, de igual modo, ha estado presente en el pensamiento de tradiciones como la
inaugurada por la Escuela de Frankfurt, esto es, la teoría crítica de la sociedad que ya tiene tres
generaciones. Así mismo, hace parte de la reflexión de Foucault sobre el poder y los saberes; en el marco
de aproximaciones post-estructuralistas, sigue siendo un tema importante en filósofos como Gilles
Deleuze o Jacques Derrida. Uno de sus mayores desarrollos se encuentra en la aproximación
fenomenológica de Emmanuel Lévinas que se nutre, a su vez, de la mística judía, lo que nos habla de la

1
Este texto hace parte del cuerpo teórico de la investigación “Diagnóstico del registro, manejo y custodia de la
información en todos los campos del ejercicio profesional de la Psicología en Colombia” adelantada al interior del
Colegio Colombiano de Psicólogos.
2
christian.rubiano@urosario.edu.co Profesor Ética Universidad del Rosario. Estudiante Maestría U. Rosario. Filósofo
U. Rosario.
3
gmberrio@gmail.com, Psicóloga, Ma. en Bioética. Directora Ejecutiva de Tribunales, Colegio Colombiano de
Psicólogos.
Responsabilidad, Deliberación, Prudencia
Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 1 de 17
influencia de este concepto en las tradiciones religiosas. Entre los contemporáneos cabe destacar
pensadores como Peter Singer, de influencia utilitarista, que ha llevado este concepto, en los marcos de
la bioética, a pensar los límites que constituye, por ejemplo, el problema de la responsabilidad con las
otras especies. En el marco del giro institucional, el problema de la responsabilidad se ha enfrentado a
nuevos territorios como el constituido por las empresas al interior del capitalismo; en esta línea resultan
fundamentales trabajos como los realizados por Adela Cortina a propósito de la responsabilidad social
empresarial. De igual manera, no se pueden dejar de mencionar los avances hechos desde aproximaciones
feministas por autoras como Simone de Beauvoir, Luce Irigaray, Judith Butler, entre otras.
Como el lector podrá notar se trata de un concepto sobre el cual se ha estado discutiendo por más
de dos mil años, hasta la actualidad, con gran esmero y productividad. Cientos, sino miles, son los autores
que se nos quedan por fuera de la lista esbozada y que, sin duda, forman parte importante del debate y
tienen mucho para decir. Dadas las condiciones, un estado del arte sobre el concepto no resulta una
posibilidad sensata y es que bien podrían dedicarse (y algunos lo hacen) tomos y tomos para analizar tan
solo una visión del concepto ligada a una época, a una de sus aplicaciones, o a un autor. De tal suerte,
cualquier aproximación que se realice necesariamente tendrá un sesgo doctrinal, o bien un interés
particular que, no hay duda, podría ser contra-argumentado por otra postura. Esta clarificación resulta
importante porque nos adentramos en un campo profundamente rico y complejo de discusión en el que
las respuestas no están dadas; antes bien, lo que tenemos cada vez más son dudas y preguntas.
No obstante, es necesario que el ejercicio sea productivo y clarificador. Con el objetivo de brindar
una aproximación al problema de la responsabilidad profesional, a continuación se realizará una lectura
del concepto de responsabilidad nutriéndonos, principalmente, de los trabajos de la tradición
fenomenológica existencial. No obstante, también nos remitiremos a otras tradiciones a fin de brindar un
panorama amplio de la discusión. El énfasis que se le dará a la lectura no implica que consideremos que
las otras interpretaciones del problema se encuentran erradas o que no puedan aportarnos. Todo lo
contrario, se trata simplemente de una elección que no es posible justificar con rigor en los marcos de este
texto ya que ello supondría un diálogo riguroso con otras tradiciones que, si bien es posible y necesario
hacer, no es el propósito de este escrito.
Sin embargo, en términos generales lo que podemos decir es que privilegiamos esta opción porque
la lectura que realiza esta tradición sobre el concepto de responsabilidad es compatible con algunas
concepciones que compartimos al interior del Colegio Colombiano de Psicólogos, como son el hecho de
que la vida humana tiene un valor al cual debe responderse con acciones concretas; el hecho de que, aun
teniendo en cuenta las fuerzas situaciones, las personas pueden elegir cómo actúan; y,
fundamentalmente, la concepción según la cual la responsabilidad no es algo que tan solo deba expresarse
en el marco del ejercicio laboral bajo el rótulo de responsabilidad profesional, sino que constituye un
principio de acción que involucra el grueso de nuestra vida.

Una manera de acercarse al problema de la responsabilidad que ha hecho carrera, sobre todo en la
filosofía analítica, tiene que ver con la reflexión sobre las condiciones necesarias y suficientes para su
imputación. ¿Cuándo es posible declarar a un sujeto, un grupo o una institución responsable por algo? En
esta aproximación, aunque hay muchos detalles en la especialización de las posturas, se puede señalar de
forma general que la responsabilidad es posible adjudicarla a propósito de una acción, con lo que se
desplaza el énfasis de la reflexión a la pregunta; ¿a qué hechos se les puede considerar acciones? La
mayoría de las tesis confluyen en la afirmación según la cual una acción es un hecho cuyo fundamento de

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 2 de 17
determinación puede ser adjudicado a una conciencia intencional. En otras palabras y a propósito de
nuestro problema, lo que estamos diciendo es que es posible adjudicar responsabilidad sobre un hecho
cuando la causa del mismo son una serie de razones que expresan la voluntad o la intención de una
conciencia.
Pero, ¿cómo saber que un hecho es resultado de una conciencia intencionada? A este conocimiento,
lamentablemente, no es posible tener acceso en tercera persona pues nunca podemos conocer con
certeza los estados mentales de los otros. Las personas siempre podrán decirnos “yo no tuve la intención
de realizar tal acto, fue un accidente”, "no tenía otra opción", o cosas por el estilo. No obstante, Elizabeth
Anscombe (1991) explica, en su célebre texto Intention, que podemos hallar indicativos de la intención en
los discursos de las personas. Así, si frente a una pregunta del tipo ¿por qué X?, ¿por qué hiciste tal cosa?,
la persona aduce a causas mentales o bien ubica el evento dentro de un plan mayor "X para hacer Y",
entonces podemos afirmar que dicho evento es una acción sobre la cual es posible, en sentido general,
imputar responsabilidad.
Ahora bien, la afinación del discurso nos ha dicho que, a su vez, es necesario comprender que no
siempre el sujeto es la causa directa de un hecho y que ello no significa, empero, que no se lo pueda
considerar responsable. Tal es el caso de las omisiones; se trata de acciones que dejan de realizarse y por
cuya ausencia se desencadena un curso particular de sucesos. En tales situaciones, aunque la acción del
agente no es la causa eficiente tras el curso de acción, sí se considera que hay responsabilidad sobre la
base de un deber. Cuando se debe hacer algo y se deja de hacerlo, las consecuencias de esa omisión
remiten al sujeto de la acción aun si él no es el desencadenante de las consecuencias. Un acto por omisión
no deja de ser un acto y, en esa medida, no escapa a la responsabilidad. Cosa distinta son aquellas
situaciones en las que el agente no podía prever el curso de los hechos ni determinarlos, sino apenas
sufrirlos. Tal es el caso de los accidentes, en tales situaciones no hay intencionalidad y, propiamente, no
se puede decir que el agente es responsable.
No obstante, esto también tiene sus matices y es que muchas veces ocurre que sufrimos accidentes
que, definitivamente, no deseábamos ni intencionalmente realizamos, pero que, por acciones que sí
fueron intencionales, se desencadenaron. Así, del hombre despistado que prende un cigarrillo en una
gasolinera ocasionando un incendio no se puede decir, en propiedad, que ha intencionado el accidente,
pero tampoco que no es responsable. Detrás del incendio no hay una intención especialmente dirigida,
pero sí intenciones que dirigidas a otras acciones, por falta de prudencia y previsión, desencadenan un
hecho de manera lateral. En este caso el hombre es claramente responsable, aun cuando el suceso sea un
accidente. No obstante, su responsabilidad es distinta de aquel que intencionalmente prende un cigarrillo
para provocar un incendio.
Esta tipología nos permite ver que dependiendo de las circunstancias varían los tipos de
responsabilidad que tenemos, aun cuando el suceso sea el mismo. Si bien no podemos establecer una guía
última que determine los grados de responsabilidad y las condiciones que deben darse para la imputación
de cada uno de estos, lo que sí podemos decir es que un mismo suceso no implica una misma
responsabilidad, ya que hay factores situacionales y de juicio que afectan la posibilidad y naturaleza de la
imputación. No es lo mismo que un hombre con educación universitaria asesine a otro, a que lo haga un
hombre sin ningún tipo de formación. Los dos son responsables, pero la responsabilidad no es la misma
debido a que las condiciones situacionales y las posibilidades de juicio difieren. Es menos aceptable el
primer caso que el segundo aun cuando los dos son censurables, pues se espera que el primero de los
sujetos tenga una visión de mundo más amplia que le permite ver otras posibilidades, que aquellas que ve
una persona sin educación ante el mismo problema. Así, es menos aceptable que un profesional incumpla
los deberes que tiene para con los otros a que lo haga un marginado de la sociedad, ya que al primero se

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 3 de 17
lo ha formado para dar cuenta de una serie de principios, mientras que al segundo se le han cerrado ese
tipo de posibilidades. Quien no sabe qué hacer y comete un error es responsable por su equívoco, pero
quien sabiendo lo que debe hacer deja de realizarlo, es aún más responsable por su equivocación.
De igual manera, a parte de las posibilidades de juicio, es necesario dar cuenta del problema de las
fuerzas situacionales para encarar el asunto de la responsabilidad. En esta línea no es posible dejar de
mencionar los análisis de Zimbardo (2008) y Milgram (2009), quienes ante el problema del mal se
preguntan cómo es posible que personas buenas, en ciertas circunstancias, realicen cosas malas. Lo que
muestran sus estudios es que al interior de las instituciones pueden desarrollarse situaciones en las que
operan ciertas fuerzas, reglas e ideologías que llevan a los individuos a dejar de preocuparse por el
contenido moral de sus actuaciones, mientras moralizan la labor y se entregan a un proceso de
autoengaño que diluye la responsabilidad de sus actos en los otros. Puede darse el caso, por ejemplo, del
militar que ejecuta una orden abiertamente injusta sin preguntar si el contenido de la misma es
moralmente reprochable, sino deseando cumplir con su deber a la vez que piensa que él no es sino un
medio, una pieza en un engranaje, y que la verdadera responsabilidad sobre sus actos está en quien ha
proferido las ordenes que él, ciegamente, ha obedecido. Lo mismo puede ocurrir en todo tipo de
organizaciones, con cualquier tipo de funcionario. Se trata de un problema típico que ha sido ampliamente
analizado. Así, por ejemplo, en su texto Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt (2013) muestra que este
líder nazi no era un hombre particularmente malo, sino un burócrata que en el marco de una estructura
rígida terminó por cometer actos terribles sin comprender el alcance de sus acciones ya que las fuerzas
situacionales anularon su capacidad para juzgar moralmente. Lo que no quiere decir, empero, que no sea
responsable, sino que las instituciones que lo crearon son aún más responsables.
En resumen, estos acercamientos nos permiten comprender que la responsabilidad es un problema
que está ligado a las acciones y que éstas son hechos intencionados por una conciencia. De igual modo,
que un acto por omisión también es un acto sobre el que se debe declarar responsabilidad a diferencia de
los accidentes que, exceptuando los que son el resultado de la imprudencia y el descuido, son sucesos
sufridos por los agentes sobre los que, propiamente hablando, no tiene mayor sentido imputar
responsabilidad. Así mismo, vemos que la responsabilidad debe ser concebida en la lógica de una escala,
esto es, en grados que dependiendo del carácter situacional y de las posibilidades de juicio de los agentes,
se adjudican de diferente modo. Finalmente, comprendemos que el concepto de agencia es amplio y que
no solo abarca a individuos, sino también a grupos o instituciones.
Esta aproximación no debe perderse de vista, pero no se puede considerar como absoluta ya que
tras el análisis ha surgido una separación respecto de cualquier perspectiva normativa. La reflexión sobre
la responsabilidad en términos de su imputabilidad es muy provechosa y fundamental para el derecho y
la política, pero no nos dice mucho sobre la moral, a pesar de que siempre aparece en su trasfondo. Con
este enfoque podemos comprender cuándo es posible imputar responsabilidad y de qué grado sobre una
acción, pero no tenemos claridad sobre qué es, en sentido positivo, una acción responsable. Uno de los
autores que se dio cuenta de tal dificultad y que dedicó la mayor parte de su vida a esclarecer la relación
entre la filosofía de la acción, por un lado, y la filosofía moral y política, por el otro, fue Jean Paul Sartre
quien, a propósito del problema de la libertad, terminó por construir todo un aparataje teórico y
conceptual conocido como existencialismo, que apuesta por un concepto de responsabilidad en sentido
amplio y cuyas conclusiones son similares a las de la ética kantiana, pero a través de un camino diferente.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 4 de 17
II

Si sabemos cuándo imputar responsabilidad por una acción, pero no qué es una acción responsable,
estamos muy lejos de poder plantear un ideal normativo para el ejercicio de una profesión o, en términos
más generales, para la vida misma. Para Sartre, no es posible pensar el problema de la acción y la
responsabilidad sin pensar, a su vez, el problema de la moral, esto es, el problema de nuestras relaciones
con los otros a propósito del sufrimiento. Su filosofía, que está fuertemente influenciada por la ontología
heideggeriana, puede leerse como una respuesta a las condiciones propias de la guerra, el sufrimiento y
la muerte. Para el autor, lo ocurrido durante las dos grandes guerras, en especial durante la Segunda, hace
necesario que la manera en que veníamos comprendiendo el mundo, las relaciones con los otros y a
nosotros mismos, sea modificada, debido a que han sido los antiguos valores los que, sumados a
condiciones estructurales y a propósito de ciertas coyunturas políticas, han llevado a la más terrible
destrucción que halló su máxima expresión en el campo de concentración de Auschwitz. Esta misma idea
será propuesta por la primera generación de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, principalmente
por Theodor Adorno y Max Horkheimer (2007).
Para este grupo de pensadores los grandes eventos de violencia no son censurables por razones
cuantitativas, ya que el hecho de que sean millones los asesinatos o uno, no cambia la naturaleza del juicio.
El problema ante tales eventos es que son injustos y llevan al sufrimiento que no solo tiene que ver con el
daño físico, con la imposición de la muerte en sentido biológico, sino también con los daños psíquicos y la
imposición de la muerte en sentido social. Con el objetivo de hacer frente a este tipo de situaciones que,
la verdad sea dicha, siguen siendo cotidianas, se propone repensar la manera en que nos comprendemos
y apostar por el desarrollo de un concepto de responsabilidad en sentido amplio que dé cuenta de los
deberes que tenemos para con los otros y que han de expresarse, a través de acciones muy concretas, en
el grueso de nuestras prácticas.
Para Sartre, lo más básico de nuestra existencia y aquello que es la clave para caracterizar lo que
somos, es el hecho de que somos libres. Pero libertad no quiere decir que nosotros podamos realizar todo
lo que queremos, tal es un concepto romántico de libertad; se trata, más bien, de la noción según la cual
siempre nos resulta posible actuar de otro modo. Con esta definición del ser del hombre, Sartre rechaza
de tajo las metafísicas de la historia y el determinismo, esto es las ideas según las cuales la historia no es
sino la manifestación de un plan y nuestras acciones un curso necesario en la consecución de tal destino.
Para Sartre no hay una esencia que anteceda a la existencia del hombre y que determine lo que este ha
de ser. Para el autor, el hombre empieza por ser nada y solamente, como resultado de sus acciones, ha de
ser algo. Eso quiere decir que la existencia precede a la esencia y que somos lo que hacemos. En otras
palabras, que no es posible acudir a excusas para explicar nuestros actos y dejar de lado la asunción de
responsabilidades, ya que al ser libres somos nosotros quienes elegimos el sentido de nuestras acciones.
Por supuesto, eso no quiere decir que Sartre sea un pensador ingenuo que niegue la influencia de
las fuerzas situacionales en nuestras decisiones. Todo lo contrario, él afirma que nacemos al interior de
una historia que no es la nuestra y que guía nuestras posibilidades hacia ciertos territorios. El punto está,
más bien, en comprender que el hecho de que existan situaciones estructurales que nos imponen retos e
ideales particulares de acción, no significa que estamos condenados a seguir un curso particular de actos.
Para Sartre quien afirma que ha realizado algo porque ha sido llevado a ello sin la posibilidad de resistirse,
es una persona de mala fe que trata de negar su libertad con el propósito de no asumir la responsabilidad
que implican sus actos. Es importante notar que para Sartre toda acción es, por definición, intencional,
pero que no es de esta condición de donde se deriva la responsabilidad; para el autor, nosotros somos
responsables de nuestros actos, no porque sean el fruto de una intencionalidad, sino porque somos libres,

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 5 de 17
es decir porque siempre tenemos la oportunidad de actuar de otro modo. Tal aclaración resulta
importante pues existen doctrinas deterministas que aceptan la intencionalidad pero, en tales casos, ésta
aparece como una ilusión de los agentes. Para Sartre, por el contrario, la intencionalidad no es sino el
medio por el que se manifiesta una originaria libertad que es el verdadero fundamento de determinación
de nuestro actuar.
Sartre señala que no hay duda sobre el peso que imponen las situaciones sobre un agente, pero que
no es posible afirmar que tal peso sea como una condena ya que, si bien, tal como ha expresado Foucault
(2012), nosotros somos sujetos constituidos por fuerzas que nos exceden, somos lo que hacemos con
aquello que han hecho de nosotros. Esta manera de comprender el problema de la existencia hace que
sobre el hombre se asiente todo el peso de la responsabilidad por lo que es. Lo cual tiene por consecuencia
que a las personas se les exige un compromiso que, no obstante, traspasa la individualidad y se dirige hacia
la totalidad de los seres. Para Sartre, si lo que nos define es el hecho de que somos libres, entonces la
acción más coherente respecto de lo que somos es el cuidado y potenciación de nuestras libertades en el
marco de la cotidianidad. La libertad no puede más que quererse a sí misma, comentaba Sartre, por lo cual
es necesario que las personas trabajen en la identificación de aquellas prácticas y creencias que la niegan.
Ahora bien, podría pensarse que el existencialismo es una doctrina egoísta que apuesta por el
desarrollo de la propia libertad. Sin embargo, hay que comprender que, por el contrario y en adopción de
la reflexión hegeliana, Sartre sostiene que lo que está a la base de las posibilidades de realización de
nuestro ser, es el reconocimiento que le damos a las pretensiones de los otros. Por lo cual, no es posible
luchar por la propia libertad si no se lucha, a la vez, por la libertad de los otros. Es necesario aclarar que el
otro no está definido por condiciones de simpatía, sino al interior de una estructura empática: el otro es
cualquiera. En el primer caso, se trata de un compromiso que está fundado sobre la base de la afectividad,
allí la solidaridad tiene lugar respecto de aquellos con los cuales me siento identificado o tengo un vínculo;
por su parte, el compromiso empático depende de la capacidad que tenemos para comprender la situación
del otro: cuido y ayudo al prójimo porque soy capaz de ponerme en su lugar y no, tan solo, porque me
siento identificado con él. Así las cosas, en una teoría empática la solidaridad tiene lugar, incluso, con aquel
respecto del cual nos sentimos completamente distanciados. Si la apuesta por un compromiso recíproco
fuese de carácter simpático, caeríamos en la lógica del amigo-enemigo, en la cual solamente estamos
dispuestos a responder al llamado de aquellos que son como nosotros, mientras que el otro resultaría
excluido de nuestra consideración.
En su texto El ser y la nada, Sartre (2008) retoma la reflexión de Hegel (2006) a propósito de la
dialéctica del amo y el esclavo, con el objetivo de clarificar la naturaleza de las relaciones que mantenemos
con el prójimo. Según el autor, lo propio de nuestras relaciones es la dominación y violencia que resulta
ante el deseo de reconocimiento. Para Hegel, el mayor deseo de una conciencia es ser conciencia de sí,
esto es poder ratificarse como un yo para lo cual, al interior de sus relaciones, requiere del reconocimiento
de los otros. La conciencia desea el deseo del prójimo y, para conseguirlo, suele establecerse como
positividad que niega por vía de la dominación, al otro del cual desea reconocimiento. No obstante, dado
que la otra conciencia también es una conciencia deseante que persigue el reconocimiento, allí surge la
lucha.
Para Hegel, esa lucha es una lucha a muerte, en la que cada una de las conciencias quiere imponerse
sobre la otra. En la contienda, sin embargo, debido a que siempre hay alguien más poderoso, el más débil,
si no desea morir, termina por ceder su deseo de reconocimiento y se entrega al poder del más fuerte,
con lo cual se instaura una dialéctica del amo y el esclavo. Ahora bien, el hecho de que el esclavo ceda su
deseo de reconocimiento no quiere decir que lo elimine, por lo cual la lucha continúa (aunque de manera
soterrada) hasta que éste termina por imponerse sobre su amo. En ese movimiento dialéctico Marx (2004)

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 6 de 17
ha visto el motor de la historia, para él esta es una encarnizada batalla en la cual a lo largo del tiempo,
amos y esclavos riñen por ser reconocidos, lo cual, más que un deseo narcisista, es una cuestión vital: la
gente ha ido a la guerra a lo largo del tiempo para que otras personas reconozcan sus pretensiones vitales,
económicas, políticas.
Lo que retoma Sartre de Hegel es la afirmación según la cual tal dialéctica no solo nos permite
comprender los grandes movimientos de la historia, sino también nuestras relaciones más cotidianas. Para
el autor, lo que caracteriza nuestras relaciones con los otros es la lucha por el reconocimiento en la que
una conciencia termina por imponerse sobre la otra, pero nunca de manera absoluta (a menos de que la
asesine), porque para el sometido siempre existe la posibilidad de la reivindicación. Sartre muestra, por
ejemplo, que al interior de las sociedades capitalistas, la mayor parte de las relaciones afectivas y eróticas
funcionan de tal modo. La pareja no es más que una lucha en la que uno termina por dominar al otro e
imponerle su voluntad; esa misma conclusión será ratificada por los estudios feministas que explican
cómo, a lo largo de la historia, pero sobre todo en el marco de las sociedades modernas posindustriales,
la relación entre los géneros se ha caracterizado por la dominación de la masculinidad respecto del otro
femenino. Lo que no quiere decir, empero, que ésta sea una situación legítima, natural o deseable; todo
lo contrario, es el resultado de juegos de poder injustos tras la persecución de intereses particulares. Para
Sartre este tipo de relaciones están condenadas al fracaso pues suponen, del lado de una de las
conciencias, la anulación de lo que el otro es. En tanto que las relaciones estén fundadas sobre la
dominación de una de las partes, éstas siempre devendrán guerra, por lo cual es necesario encontrar otra
guía normativa para nuestras relaciones. En el caso de Hegel y de Sartre, las tesis apuntan al desarrollo de
relaciones fundadas sobre el reconocimiento recíproco. En particular, para Sartre, esto quiere decir el
reconocimiento de la mutua y originaria libertad. Según el autor, con la asunción de un tal compromiso
existencial podremos dejar de lado la guerra, la muerte y el sufrimiento, y encaminarnos hacia el desarrollo
de sociedades pluralistas, en las que los conflictos no se resuelven con la violencia, sino por vía del diálogo.
Para Sartre, justo allí es donde reside la responsabilidad; en otras palabras, una acción responsable es
aquella que cuida y reconoce la libertad del prójimo mientras rechaza los ejercicios de dominación y
violencia.
Concentrémonos ahora en esas dos nociones. ¿Qué entendemos por reconocimiento? ¿Qué
entendemos por cuidado? Esta última noción, lamentablemente, ha sido entendida como la imposición
de un límite. En ciertos contextos, se piensa que el cuidado tiene que ver con la creación de una barrera
entre el sujeto y aquello que puede dañarlo. El problema de una tal noción es que es de carácter
paternalista y, lejos de permitirle al sujeto superar y combatir aquello que lo pone en cuestión, termina
por reducirlo a la vulnerabilidad y el miedo. El cuidado, desde la óptica de Sartre, tiene que ver más bien
con la potenciación y entrega de todos los elementos necesarios para que los sujetos puedan enfrentarse
a sus problemas de manera autónoma y segura. Cuidar a alguien no es imponerle un tratamiento para
hacer frente a una dificultad, sino entregarle todos los elementos de juicio para que la persona pueda
tomar la decisión que considere más conveniente. Cuidar nunca puede ser limitar la libertad, sino
potenciarla con los elementos de juicio adecuados.
El cuidado es un deber que se manifiesta en acciones que pueden llamarse responsables. En tanto
que compromiso, posee un carácter bidireccional irreductible: cuidado de sí y cuidado de los otros. El
territorio de su ejercicio, de igual modo, debe ser comprendido en un sentido amplio. Hay que verse y ver
a los otros como unidades bio-psico-sociales, lo que supone no solo el cuidado de la mente y el cuerpo
sino también de las tradiciones, los valores, la cultura, intereses y deseos. Si decimos que el cuidado tiene
que ver con la entrega, a sí mismo y a los otros, de los elementos necesarios para el ejercicio de la libertad,
hablamos, entonces, de bienes que remiten a las condiciones materiales sobre las cuales es posible

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 7 de 17
agenciarse y, a su vez, de criterios y contenidos proposicionales que permitan el desarrollo del juicio. En
otras palabras, una acción responsable se caracteriza por el ejercicio de un cuidado que significa la garantía
de condiciones materiales sobre las que tienen lugar las acciones y la entrega, construcción y reflexión
sobre contenidos conceptuales que permiten dimensionar de forma adecuada los problemas, de suerte
que se puedan tomar las mejores decisiones.
En cuanto al reconocimiento de lo que se habla es de la aceptación y potenciación de las
aspiraciones legítimas de los agentes. En este caso, y con miras al desarrollo de un pluralismo, el criterio
de legitimidad es de carácter lógico y se entiende como razonabilidad. Se debe potenciar toda posición y
divergencia cuyas consecuencias no sean la eliminación de otros discursos o la limitación de la libertad;
esto es, cualquier doctrina o situación que escudada en la libertad, realmente sea un atentado contra la
misma. Respecto de tales situaciones, el compromiso con la libertad supone el ejercicio de la crítica a
propósito de todas aquellas condiciones materiales o discursos que limiten la libertad, generen violencia
o dominación, con el objetivo de encontrar las causas que las generan y poder modificarlas. El
reconocimiento del otro no quiere decir que yo sea responsable por lo que el otro es, pero sí que yo soy
responsable de dejarlo ser tal y como él se quiera, en el marco de la razonabilidad. Esta responsabilidad
existencial deriva de la libertad y del deseo de llevar una vida que no sea violenta y condenada al fracaso.
En sentido político, este compromiso implica que debemos trabajar, en todos los aspectos de nuestra vida,
por crear relaciones de justicia e instituciones que promuevan una sociedad que acepte la otredad.
Este trabajo, es importante recordar, empieza en nosotros y tiene que ver, ante todo, con la crítica
sobre los prejuicios que tenemos respecto de los otros y que no nos permiten ver sus necesidades, ni
escuchar sus llamados. La responsabilidad se logra cuando aprendo a reconocer al otro en mis juicios y a
cuidarlo con mis actos lo que, no obstante, supone en primera medida que yo me cuido y reconozco a mí
mismo, ya que nunca será posible asumir el compromiso con los demás si no se ha asumido el compromiso
personal. Ahora bien, no es posible determinar de forma última las acciones concretas que deben
realizarse para cumplir este objetivo. Es necesario que cada cual, a propósito de contextos muy concretos
y de forma prudente, identifique cuál es el mejor curso de acción. Antes de indagar cómo puede darse un
tal desarrollo en la psicología bajo la forma de la responsabilidad profesional, que no es sino una expresión
de la responsabilidad existencial que se juega en todos los contextos y relaciones, deseamos ahondar en
la noción de respuesta ante los llamados del otro.

III

Para Emmanuel Lévinas (2012), desde una postura similar a la de Sartre pero con fundamentos
diferentes, la responsabilidad debe ser entendida de forma amplia como una respuesta ante los llamados
del otro. Responsabilizarse es responder a los llamados que el otro nos realiza. Para este autor, lo propio
de los totalitarismos que desencantaron el mundo fue la imposición de un "No" frente a los llamados del
prójimo; en respuesta a tales situaciones, él apuesta por el desarrollo de un "Sí". Según Emmanuel Lévinas,
el otro todo el tiempo nos está llamando para que lo acojamos, para que desarrollemos una política de la
hospitalidad en la que lo que le damos al otro no es resultado, como al interior de las relaciones guiadas
por el capitalismo, de lo que el otro nos puede dar a cambio, sino de su necesidad. Según el autor, el
llamado del otro es algo que trasciende la intencionalidad del lenguaje y se ubica de lado de la presencia
en el rostro. El otro nos habla sin palabras, nos habla con su sola presencia y es ésta el lugar de donde
emerge la demanda por el reconocimiento. Para Lévinas la ética no es otra cosa que brindar una respuesta
al llamado del otro antes de que éste, con palabras, realice cualquier pedido. La ética es un "Sí"

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 8 de 17
incondicionado anterior a toda pregunta, una respuesta, una responsabilidad, anterior a todo
cuestionamiento.
La muerte aparece como la desaparición de toda respuesta. Es una no-respuesta del otro, del que
muere, ante nuestros llamados. Un silencio al que solo resta decirle adiós. Con la muerte del otro muere,
de cierta manera, una parte de nosotros: aquella que le hablaba a aquel que ya no está, aquella que era
acogida por el otro. La muerte del otro es una muerte en nosotros. Imposibilidad de acoger la voz tras la
muerte, imposibilidad de la complicidad, la mirada, el cara-a-cara. Y sin embargo apertura al recuerdo, a
escuchar la voz en el silencio. Apertura y necesidad de la memoria. Cara-a-cara espectral. Esta muerte
última no es, empero, la única muerte posible. Hay otras muertes que no son la muerte física pero que
comparten con ésta los signos de aquel que nos deja: un dar la espalda, un cerrar los ojos, un negar la
escucha. Quien, ante otro, cuya presencia ya es llamado, ya es súplica antes de la súplica; quien ante tal
otro da la espalda, niega la mirada o su atención, quien niega la hospitalidad al otro que no da espera, lo
asesina. El no reconocimiento de la voz del otro, de su infinitud, es un ultraje igual de doloroso e
irreparable que la muerte de aquel que nos dice, y a quien decimos, adiós (A-Dios agrega Lévinas).
Para Lévinas el otro es una prohibición. El mostrarse de su infinitud, de su misterio, es una
prohibición de totalizar el infinito o de develar el misterio. La exposición de su fragilidad, de su violabilidad
es también, y principalmente, una prohibición al daño y a la violación. El otro que se me muestra es lo
violable inviolable. Tal prohibición, que Lévinas hace explícita en el “no me matarás”, es lo que el rostro
indefenso proclama. La promulgación que el otro hace de sí, su entrega ante la posible violación que puede
ejercerle el sí de mi rostro, guarda la esperanza de ser reconocida como radical separación. El rostro del
otro siempre es esperanza y mi rostro, para el otro, siempre es promesa. Esperanza de ser reconocido,
promesa de reconocimiento. A la realización positiva de tales apuestas es a lo que nos abre la hospitalidad.
El otro se me confía y de ahí en adelante he de responder por él, he de asumir la responsabilidad bajo la
forma de la hospitalidad, esto es, una acogida incondicional, el sí frente a sus necesidades.
La acogida, la hospitalidad (la buena) no es un dar ante la petición del otro, es un sí para con el
rostro del otro anterior a toda petición. La acogida es una respuesta anterior a toda pregunta. Un sí que
precede al sí del otro (a su darse) y que, por tanto, no depende de éste. Es un gesto incondicionado incluso
ante el no del otro. Un acontecimiento que se promete y que siempre es promesa cumplida. El contenido
de tal sí, de tal promesa, es la apertura de sí. Un recibir (dar como recibir) que acoge y abre el en-casa, la
morada. Un sí como recibir, como acogida de la idea de la infinitud del otro. Un sí, una respuesta que se
opone al no, a la no-respuesta de la muerte, a la no-respuesta que genera las otras muertes que no son la
muerte física.
La acogida suele desencadenar un poder que ejerce el anfitrión sobre el huésped. Se trata de una
violencia que pone al otro en condición de dependencia: relación que funciona bajo la dialéctica del amo
y el esclavo. Las causas de ello no pueden señalarse de manera categórica, pero lo que sí es enunciable es
que para tal hospitalidad el otro siempre es un medio, en primera instancia, para la consolidación del
propio poder. La hospitalidad, así entendida, es un ejercicio de soberanía: se acoge al otro mientras se lo
domina para consolidar el poder en el marco del territorio (Esclavitud, Paternalismo, Celos).
Esta violencia en el acto del dar, esta violencia como don, se da también en la palabra. Y es que todo
acto de habla posee una fuerza ilocucionaria creadora de realidades. No solo Dios crea con la palabra,
también (tan solo) lo hacen los hombres. La diferencia es que la palabra de Dios es apertura, mientras que
el discurso humano es clausura. Cuando nombramos no solo adjudicamos un término para identificar lo
otro, o al otro, sino que con la palabra lo insertamos en un marco de posibilidad. El hombre al cual
llamamos esclavo ya no será libre. El hombre sin nombre, por su parte, no será reconocido. He ahí una
cuestión fundamental: la necesidad de la palabra para el reconocimiento y, sin embargo, su inherente

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 9 de 17
violencia. ¿Cómo acoger entonces al otro? ¿Sin palabras? En primera instancia sí, sin palabras. Una acogida
que es ante todo escucha; un abrir la puerta que no es pasividad: tener la idea de la infinitud del valor del
otro. Pero también con palabras, con el lenguaje de la amistad, de la prudencia, de la complicidad… un
decir que sea el de una violencia económica: un hablar que no deje víctimas ni victimarios. Palabra,
lenguaje, que no ejerce sino que libera de todo poder. Acto que no es ejercicio de soberanía sino de
reconocimiento.
¿Ocurre lo mismo con el victimario? ¿Quién niega el rostro del otro no pierde el suyo? ¿Hay
humanidad en quien niega la humanidad del otro? Sí, aunque en ciertas ocasiones (enceguecidos por el
dolor y el deseo de venganza) no queramos aceptarlo. La solidaridad absoluta (de ser en realidad absoluta
como la quieren Lévinas o Sartre) debe ejercerse incluso con el victimario. Es en tales lugares donde la
solidaridad no parece posible donde tiene sentido ejercerla; esto, empero, no se puede exigir: se trata de
una decisión personalísima, comunicable pero intrasmisible. Se piensa (y es comprensible hacerlo) que la
solidaridad con el victimario es una nueva afrenta contra el rostro de la víctima; pero el no reconocimiento
de la infinitud de aquel que no reconoce las otras infinitudes es de la misma naturaleza que el no
reconocimiento que el victimario ejerce. Tal es, por ejemplo, la paradoja de la pena de muerte. Pero,
¿cómo asumir la responsabilidad en el marco de las instituciones?
La relación entre una ética de la hospitalidad y una jurisprudencia debe ser pensada con precaución.
¿Puede la ética fundamentar un derecho o política de la hospitalidad? ¿Ello solo será posible si la ética
puede hacer frente al problema del tercero (justicia)? ¿La entrega al otro (relación de exclusividad) puede
transformarse, bajo la figura de la ley y la institucionalidad, en relación de inclusividad para con todo otro
en un espacio social, nacional o internacional? El otro nos seduce y con su rostro nos rapta, nos llama hacia
el Yo-Tú, y a la fidelidad absoluta (incondicionada) como condición de una tal relación de reconocimiento
y distancia infinita. Esa relación amigable y hospitalaria es bendición angustiante ya que siempre existe la
posibilidad de la separación. Sentir desgarrador que genera la muerte, temor del corte, pánico del fin.
Angustia que no es tan solo angustia de la muerte del otro, sino también de la muerte de la relación Yo-
Tú ante la posibilidad de un tercero: él o ella que, como el tú, a su vez demanda atención y no da espera.
Temor del adiós que, sin embargo, es propio de toda relación con el otro.
En toda relación con otro (un tú) aparece siempre otro que, como el tú, demanda mi atención,
demanda mi escucha, el reconocimiento de su infinitud y, al igual que el tú, no da espera. La relación Yo-
Tú, empero, para ser exitosa, para ser incondicionada supone (por principio) la exclusión de cualquier
tercero. En otras palabras, la acogida, la lucha contra la violencia, es siempre una violencia con el tercero
en virtud de la exclusividad de la relación. Ante esta afrenta, el rostro del tercero nos pregunta “¿Por qué
ustedes sí y yo no?”. Y ante esa pregunta no podemos ofrecer una respuesta que sea justa. La comparación
entre el tú y el tercero no lo resuelve pues no hay manera de comparar dos infinitudes. La exclusividad
siempre es una injusticia. La justicia, por el contrario, es aquella que hace del tú cualquier otro. Ante la
demanda del tercero nace la cuestión de la justicia. ¿A quién he de dar mi atención, mi escucha, mi
acogida? ¿Al tú y al tercero, es ello posible?
El tercero siempre es límite de la relación Yo-Tú, límite de la responsabilidad que tengo por el otro.
Mi responsabilidad por el otro encuentra su límite donde el tercero aparece reclamando que me haga
responsable de sí (de él). El tercero amenaza la relación, su presencia es el fin del cara-a-cara con el otro,
es la apertura al duelo entre las singularidades. Es con el tercero, explica Derrida (1998), que se da el salto
(que se hace necesario el salto) de la responsabilidad ética a la responsabilidad jurídica y política, pues
para tal compromiso el cara-a-cara de la ética se queda corto. Es allí, ante las demandas del tercero, donde
el compromiso ha de devenir institucional mientras que la responsabilidad existencial, para crecer en su

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 10 de 17
alcance, ha de expresarse bajo la forma de responsabilidad profesional en organizaciones socialmente
comprometidas.

IV

Luego de pasar por el problema de la responsabilidad, a propósito de la cuestión de su imputación,


así como lo que puede constituir un acto responsable y tras haber señalado que lo que está en juego con
ello es la asunción de un deber, un compromiso, respecto de los otros y de nosotros mismos, anterior a
todo cuestionamiento y según el cual hemos de responder con cuidado y reconocimiento, nos ocuparemos
de mirar cómo, al interior de la profesión de la psicología, puede hacerse justicia a una tal idea, a través
del cumplimiento de las guías y normativas que regulan la profesión. Nos interesa, ante todo, ahondar en
el problema de la toma de decisiones a través de la reflexión sobre la deliberación y la prudencia. Lo que
no significa que no existan muchos más caminos para el ejercicio de esta responsabilidad, pero, dado que
en términos generales todas esas disposiciones tienen que ver con la toma de decisiones, hemos decidido
(al menos para este artículo) concentrarnos en tal discusión.
La responsabilidad del psicólogo es un punto central de su quehacer profesional, no solamente
cuando está frente al usuario, sino también cuando debe tomar decisiones en el curso del servicio
profesional que presta, incluido el momento en el cual debe hacer uso de la información y de los datos
que éste le ha brindado, ya sea directamente a través de la comunicación verbal o a través de la respuesta
a pruebas o instrumentos psicológicos de evaluación o intervención. Gran parte del quehacer del psicólogo
se centra en registrar información y en elaborar informes o conceptos, razón por la cual el contenido de
estos documentos es un objeto de cuidado. Lo que se escriba en documentos públicos o privados
impactará y podrá tener consecuencias positivas o negativas para el usuario. Es por esto que el registro de
información hace parte de la amplia lista de responsabilidades profesionales del psicólogo.
La responsabilidad profesional no solamente la exigen las normas legales y los principios éticos que
enmarcan la labor del psicólogo, sino que también hace parte del imaginario que tiene la sociedad sobre
la labor que lo hace idóneo como profesional de servicio o ayuda, ante quien los usuarios revelan
intimidades como no lo harían ante nadie más. Se espera de estos profesionales un nivel alto de
conocimiento, actualización, integridad y autorregulación de su conducta. Esta labor social de los
profesionales en general la reconoce Janeth Hernández (citada por Garcés y Giraldo, 2013) al señalar que
“la finalidad del trabajo profesional es el bien común. Toda persona al ejercer su profesión, además de
contar con los conocimientos necesarios de su campo, debe contar con valores morales que tienen como
finalidad buscar y tratar de garantizar el bien común” (p. 166-167).
La Ley 1090 de 2006 determina en su artículo segundo los principios universales que rigen el
ejercicio profesional del psicólogo. El primero de ellos es el Principio de Responsabilidad. Incluye dentro
de él tres compromisos centrales: el desempeño dentro de los más altos estándares profesionales, lo que
a su vez implica poner todo el empeño en llevar a cabo acciones que aseguren que sus servicios sean
usados de forma correcta, y la aceptación de las consecuencias de sus actos profesionales. La
responsabilidad supone reflexión, deliberación juiciosa y anticipada sobre las decisiones profesionales, sus
consecuencias, las competencias para la labor que se va a llevar a cabo en cada momento, lo que implica
el compromiso adquirido con el usuario, la comunidad y la sociedad a partir del momento de obtener el
título profesional. No se jura en vano en la ceremonia de grado. Ese juramento conlleva una obligación,
un deber que se debe respetar y tener siempre presente. Los artículos 10 y 11 de la Ley 1090
complementan este principio al dar claridad sobre las obligaciones y prohibiciones para el psicólogo. No
tener suficientemente en cuenta estos componentes inherentes a la responsabilidad ha llevado a que,

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 11 de 17
entre el 2008 y el 2016, las sanciones impuestas en los Tribunales Deontológicos de Psicología en Colombia
hayan sido principalmente por faltas a este principio.
Siendo coherentes con la primacía de la Responsabilidad, el Acuerdo No. 15 (2016) de los Tribunales
de Psicología destaca en este Manual Deontológico la Responsabilidad como el principio ético
fundamental, rector de los principios que a continuación desglosa empleando un modelo de
“principialismo jerarquizado” (p. 7) que comprende los principios relacionados con los derechos y la
obligatoriedad moral (principio de No Maleficencia y de Justicia) y con el libre desarrollo de la personalidad
y la elección ética (Beneficencia y Autonomía); cada uno de estos principios a su vez cuenta con principios
subsidiarios como la integridad, la solidaridad, la igualdad, la veracidad y el respeto, entre otros.
Un documento complementario del Manual Deontológico es el de Rojas (2016) sobre Ética y
ejercicio de la Psicología en Colombia que al explicar ampliamente el Principio de Responsabilidad deja en
claro que la asunción de una responsabilidad “traspasa el ámbito de las propias acciones. Ser
verdaderamente responsable, reconocer la dignidad del otro, no significa hacerse cargo, tan solo, de las
consecuencias de nuestros actos, sino hacer que nuestros actos expresen el cuidado y reconocimiento del
prójimo” (p.27). Esto hace que el Principio de Responsabilidad sea de hecho un eje articulador de cualquier
decisión moral y esté directamente conectado con los principios de Beneficencia, Justicia y Autonomía.
Más allá del entorno nacional se encuentra que es frecuente que los códigos de ética del psicólogo
incluyan el Principio de Responsabilidad. El Metacódigo Europeo (2001) incluye la responsabilidad como
el tercero de los 4 principios éticos pero resalta la interrelación de los 4 principios en los que se basa. Hace
explícito que “los psicólogos serán conscientes de las responsabilidades profesionales y científicas de cara
a sus clientes, a la comunidad y a la sociedad en la que trabajan y viven. Evitarán producir daños, serán
responsables de sus propias acciones y se asegurarán, en la medida de lo posible, de que sus servicios no
sean mal utilizados” (p 2.). Este Principio comprende 6 elementos, a saber: a) Responsabilidad general,
relacionada con la prestación de servicios de calidad y la obligación de asumir las consecuencias de sus
acciones. b) Promoción de altos niveles, lo cual llama a mantener un alto nivel de actividad científica y
profesional de acuerdo con el Código Ético. c) Evitación de daños, para obligar al uso inapropiado de los
conocimientos o de las prácticas psicológicas y minimizar el daño previsible e inevitable. d) Continuidad
de la atención, que comprende a su vez dos deberes: prestar la atención profesional que requieran sus
usuarios de manera continua, llevar a cabo acciones apropiadas cuando se deba suspender o terminar la
prestación de un servicio profesional, y colaborar con otros profesionales. El segundo deber incluido en
este punto es el cuidado “hacia los clientes después de la terminación formal de la relación profesional en
el caso de que en contactos posteriores se aborden temas que se deriven de la relación profesional
original” (p. 5). e) Responsabilidad extendida; la responsabilidad no se limita a la actuación científica y
profesional directa del profesional, incluye el seguimiento de las normas éticas por parte de los
colaboradores, sean estos empleados, ayudantes, supervisados o estudiantes. f) Resolución de dilemas o
problemas éticos siguiendo modelos diseñados para ello o consultando con otros colegas y/o asociaciones
profesionales; también está aquí la obligación de dar a conocer a otras personas o entidades relevantes
sobre las exigencias del Código Ético como el marco en el cual cimentará el psicólogo su actuación
profesional. Estos amplios componentes de la responsabilidad dejan claro que son deberes de los
psicólogos la actualización permanente de los conocimientos, así como “la divulgación tanto de las
debilidades y limitaciones de los métodos aplicados, como de los procedimientos y tratamientos que
resulten adecuados para el cliente” (Lang, 2009, p. 2).

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 12 de 17
La Declaración Universal de Principios Éticos para Psicólogos (2008), en su cuarto principio llama la
atención sobre las “Funciones de la psicología como disciplina en el contexto de la sociedad humana”:
Como una ciencia y una profesión, la psicología tiene responsabilidades para con la sociedad. Estas
responsabilidades incluyen contribuir al conocimiento sobre el comportamiento humano y al
entendimiento del conocimiento que las personas tienen de sí mismos y de los demás, y el uso de
esos conocimientos para mejorar la condición de las personas, familias, grupos, comunidades y la
sociedad. También incluye la realización de sus asuntos dentro de la sociedad, de acuerdo con los
más altos estándares éticos, y el fomento del desarrollo de las estructuras sociales y políticas que
beneficien a todas las personas y los pueblos (p. 6).
La American Psychological Association (APA) (2010), en su documento de Principios Éticos de los
Psicólogos y Código de Conducta, ubica como Principio General B el de Fidelidad y Responsabilidad.
Respecto de ellos señala que:
Los psicólogos establecen relaciones de confianza con aquellos con quienes trabajan. Son
conscientes de sus responsabilidades profesionales y científicas con la sociedad y las comunidades
específicas donde interactúan. Los psicólogos apoyan las normas de conducta profesional,
determinan sus roles y obligaciones profesionales, aceptan la adecuada responsabilidad por sus
acciones y procuran manejar los conflictos de intereses que puedan llevar a explotación o daño. Los
psicólogos consultan con, se dirigen a, o cooperan con otros profesionales e instituciones según sea
necesario para servir a los mejores intereses de aquellos con quienes trabajan. Se preocupan por el
cumplimiento ético de las conductas científicas y profesionales de sus colegas. Los psicólogos se
esfuerzan por aportar una parte de su dedicación profesional a cambio de una compensación o
beneficio personal muy baja o nula (p.3).
El Código Australiano de Ética para psicólogos – APS (2007), en su Principio B, Propriety, resalta en
toda su explicación la necesidad de proporcionar servicios psicológicos que beneficien y no produzcan
daño, ejerciendo la profesión dentro de los límites de la competencia y del marco de las reglas legales,
profesionales, éticas y organizacionales, anticipando las consecuencias de sus acciones y asumiendo la
responsabilidad de sus decisiones. El tercer estándar de este principio es la responsabilidad e incluye las
siguientes 8 acciones concretas: a) actúa con el cuidado y la pericia que se espera de un psicólogo
competente; b) asume la responsabilidad de hacer una previsión razonable de las consecuencias de su
conducta; c) toma las precauciones necesarias para prevenir los daños que puedan provenir como
resultado de su conducta; d) proporciona servicios psicológicos solamente por el período durante el cual
los clientes necesitan sus servicios; e) es responsable personalmente por las decisiones profesionales que
toma; f) toma las precauciones necesarias para asegurar que sus servicios y productos son usados
apropiada y responsablemente; g) es consciente de y toma las medidas necesarias para establecer y
mantener límites profesionales adecuados con colegas y clientes; y h) revisa periódicamente los acuerdos
contractuales con los clientes y cuando cambian las circunstancias hace las modificaciones que se
requieren, con el consentimiento informado de los clientes.
El cuidado responsable que debe tener el profesional con las decisiones que toma para evitar causar
daño al usuario y asegurar, en la medida de lo posible, el bienestar y la calidad del servicio que presta,
pasan necesariamente, como ya se señaló, por la dedicada y cuidadosa reflexión previa del psicólogo
prudente. Por su relevancia dentro del principio ético de la responsabilidad, la prudencia, una de las
virtudes intelectuales destacadas por Aristóteles como necesaria para la toma de decisiones, será
abordada en la siguiente sección.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 13 de 17
V

La prudencia se refiere a la “capacidad que tiene una persona de deliberar bien acerca de las cosas
que son buenas y que conducen a la buena vida en general” (Garcés y Giraldo, 2013, p. 165). Sin embargo,
tener esta capacidad no implica, por sí mismo, obrar bien. Para el bien obrar se debe contar igualmente
con la voluntad de hacer bien las cosas y con principios e ideales que sirvan como normativas hacia las que
apunte la prudencia, en este caso el cuidado y el reconocimiento. La prudencia es una virtud, esto es una
disposición del sujeto para actuar de cierto modo. Empero, la prudencia “no es una virtud más, sino que
ha de verse como la madre de todas las virtudes éticas” (Vergara, 2015, p. 271). Etimológicamente
proviene del latín prudentia. Es definida por la Rae (2016) como “Templanza, cautela, moderación,
sensatez, buen juicio. Una de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza), que
consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello”.
Hay una cierta sabiduría popular que indica que "todo en exceso es malo"; detrás de esa frase que
suele pasar desapercibida, en realidad hay un cierto grado de verdad sobre el que ya había meditado
Aristóteles (2004), a propósito del problema de las virtudes. Para el filósofo no existen recetas que nos
puedan decir cómo vivir bien y alcanzar la felicidad, no hay modo de determinar de antemano lo que hay
que hacer en cada caso para tomar las mejores decisiones, no es posible que un método lo garantice, lo
que no significa, sin embargo, que no puedan dar importantes indicaciones. Para Aristóteles, la virtud no
es actuar de un modo particular sino saber hallar, en cada circunstancia, lo que constituye el justo medio
de las cosas. Así, por ejemplo, no es posible decir que para llevar una vida sana hay que comer 3 kilos de
carne a la semana y practicar 30 minutos de ejercicio todos los días; cada persona, dependiendo de sus
circunstancias, deberá encontrar las proporciones justas de acuerdo con sus necesidades. Lo que sí es un
hecho, no obstante, es que todos deben evitar los extremos; Aristóteles es muy claro en señalar que las
cosas se malogran por exceso o por defecto y que, por tanto, es necesario buscar el justo medio, pues allí
estará la clave de la vida virtuosa.
Todo en exceso es malo, ya lo había dicho Aristóteles; no obstante, lo que no dice el refrán, pero sí
el filósofo, es que no todo admite un justo medio. No es posible decir, por ejemplo, que la virtud está en
robar en la justa medida, o en lograr un término medio para el daño y el asesinato. Se puede decir que
todas aquellas cosas que generan sufrimiento, que niegan el reconocimiento, o bien que no son ejercicios
de cuidado, son cosas que no admiten un punto intermedio sino que, por principio, deben ser rechazadas.
Pero, ¿cómo realizar un ejercicio de cuidado y reconocimiento? Si no es posible determinar de antemano
cuáles son las acciones responsables aunque sí qué es una acción responsable, no tenemos otra opción
que realizar ejercicios deliberativos que sean altamente prudentes y que persigan de una serie de valores
normativos. Para el caso del psicólogo el ejercicio de la responsabilidad, que será facilitado por la toma de
decisiones deliberadas y prudentes, debe apuntar a dar cuenta de los principios de Justicia, No
Maleficencia, Beneficencia y Autonomía.
La prudencia nos señala que no es posible hacer lo mismo en todos los casos y que, incluso en casos
similares, siempre existirán variables que nos harán reconsiderar nuestras decisiones. Por ello, a lo que
apunta esta virtud que afecta a las otras (valentía, generosidad, modestia, etc.), es al desarrollo de un
ejercicio de ponderación en la búsqueda del justo medio. Pero no es posible hacer lo correcto simplemente
realizando un ejercicio de prudencia, pues ésta debe estar enfocada hacia la rectitud, es decir, apuntar a
otros valores que son su real marco de juego. La prudencia solo tiene sentido mientras no sea tan solo una
virtud intelectual, sino también una virtud moral que ayude a perseguir la realización de ciertos ideales
normativos que permitan el desarrollo de una vida buena en todas sus dimensiones.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 14 de 17
Para los psicólogos esto es un deber, no solo por el desarrollo de altos estándares profesionales
sino, ante todo, porque la psicología es una disciplina con alto impacto social. Un profesional imprudente
que no apueste por acciones orientadas en el marco de la ética y que no realice un verdadero ejercicio de
responsabilidad no solo es alguien que pone en cuestión la calidad de la disciplina, sino en riesgo la vida
de los otros. Cuando las decisiones son tales que pueden modificar el curso de una vida, las precauciones
deben ser muy altas, para lo cual es fundamental fortalecer la capacidad de juicio, reconocer las
limitaciones y fortalecer todo el tiempo el conocimiento y experticia; en otras palabras, ser prudentes.
Es importante señalar que no se nace prudente, pero tampoco que la imprudencia es algo natural.
Las virtudes son susceptibles de aprenderse y de ejercitarse, así mismo de perderse; es más, solo se puede
decir que se las posee como consecuencia de un hábito. La prudencia es un ejercicio que debe realizarse
todos los días y para el cual es necesario comprender que no hay prácticas con valor absoluto: la clave de
la prudencia está en la continua evaluación de las situaciones y los discursos, en la previsión de las
consecuencias, y en la búsqueda de los mejores métodos y medios para la consecución de fines
particulares que, en cada caso, son el cuidado y el reconocimiento de nosotros mismos y del otro. Es
importante señalar que la prudencia no conduce al relativismo porque, si bien señala que no hay
decisiones absolutas, sí menciona que hay principios generales que la guían. El punto está en entender,
más bien, que la existencia de tales principios no implica la existencia de reglas postuladas para su
aplicación. Así, por ejemplo, los Tribunales Deontológicos deben comprender que, aunque existen normas
que determinan qué es una falta, siempre es necesario asumir una actitud prudente que consiste en no
juzgar la conducta simplemente porque la ley lo establece, sino reflexionar por qué la conducta constituye
un agravio moral que debe rechazarse o corregirse, esto para poder explicárselo al psicólogo sobre quien
tiene lugar el proceso y contribuir de tal modo, no solo a la aplicación de una coacción, sino a la educación
y formación de los profesionales.
La prudencia consiste en evaluar la mejor manera de adecuar principios a circunstancias, estando
en conformidad con los ideales normativos de las acciones. Para quien toma la decisión se trata, a su vez,
de la conciencia sobre la falibilidad: ser prudente tiene que ver con tener presente la posibilidad del error,
para imponernos la sana costumbre de juzgar con cierta dosis de duda, que no es la de la ignorancia, sino
la de la conciencia sobre los propios límites. Ser prudente tiene que ver, en muchos sentidos, con pensar
que se puede estar equivocado, con no creer ciegamente en lo que se dice y estar dispuesto a considerar
opiniones divergentes. En términos generales se puede decir que una decisión prudente es la que tiene en
cuenta las circunstancias, no instrumentaliza al otro, evalúa medios y fines, prevé las consecuencias y tiene
en mente las jerarquías de los valores que se pretenden defender.
La prudencia es una virtud que nos ayuda a discernir más allá de las pasiones; en esa medida
constituye un freno a los impulsos y un empoderamiento de la razón. En tanto que hábito se ve favorecido
por la madurez, la experiencia, la posibilidad de adaptación, la disciplina, la discreción y la capacidad para
la evaluación y construcción de argumentos. De igual manera, su mayor valor consiste en que ayuda a
evitar la precipitación en la toma de decisiones, lo cual constituye una irresponsabilidad, una falta de
cuidado y reconocimiento respecto de aquellos que son afectados por nuestras resoluciones. La prudencia
enseña que lo correcto es cuestión de matices y que los métodos deliberativos pueden ayudar, pero no
garantizan nada, debido a que lo importante no es deliberar mucho, sino deliberar bien.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 15 de 17
BIBLIOGRAFÍA

Abello, I. (2011). Las relaciones conmigo y con los otros a partir de Sartre. Bogotá: Uniandes.
Acuerdo No. 15 (Febrero 27 de 2016). Por medio del cual se actualiza el Manual
Deontológico y Bioético de Psicología. Recuperado de
https://issuu.com/colpsic/docs/acuerdo_no._15_-
_manual_deontologic/1?e=18058890/35019425
Adorno, T. (1984). Dialéctica negativa. Madrid: Taurus.
American Psychological Association (APA) (2010). Principios Éticos de los Psicólogos y Código de
Conducta. Disponible en: http://www.psicologia.unam.mx/documentos/pdf/comite_etica/Codigo_APA.pdf
Anscombe, G. E. (1991). Intención. Barcelona: Paidós.
Arendt, H. (2013). Eichmann en Jerusalén. Bogotá: De bolsillo.
Aristóteles. (2004) Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza.
Australian Psychological Society – APS (2007). Code of ethics. Melbourne, Vic: The Australian
Psychological Society Limited. Recuperado de https://www.psychology.org.au/Assets/Files/APS-Code-of-
Ethics.pdf
Declaración Universal de Principios Éticos para Psicólogos. (2008). Aprobada por la Asamblea de
la Unión Internacional de Psicología. Recuperado de
http://www.iupsys.net/about/governance/universal-declaration-of-ethical-principles-for-
psychologists.html#preamble
Derrida, J. (1998). Adiós a Emmanuel Lévinas. Madrid: Trotta.
Foucault, M. (2012). Vigilar y Castigar. México: Siglo XXI.
Gadamer, H. (2012). Verdad y Método. Salamanca: Sígueme.
Garcés, L. F. y Giraldo, C. (2013). La responsabilidad profesional y ética en la experimentación con
animales: una mirada desde la prudencia como virtud. Revista Lasallista de investigación, 10 (1), 164 – 173.
Hegel, G. (2006). Fenomenología del espíritu. Valencia: Pretextos.
Heidegger, M. (2008). El ser y el tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Horkheimer, M. & Adorno, T. (2007). Dialéctica de la ilustración. Madrid: Akal.
Kant, I. (1978). Crítica de la razón pura. Madrid: Alfaguara.
Kant, I (2002). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos.
Lévinas, E. (2012). Totalidad e infinito. Salamanca: Sígueme.
Marx, K. (2004). Manifiesto del partido comunista. Longseller.
Milgram, S. (2009). Obedience to authority. An experimental view. USA: Perennial.
Metacódigo de ética de la Federación Europea de Asociaciones de Psicólogos (EFPA) (2001).
Recuperado de http://www.cop.es/infocop/vernumeroCOP.asp?id=1021
Lang, F. (2009). El Principio de Responsabilidad. Papeles del Psicólogo, 2009, 30 (3), pp. 220-234.
Ley 1090 (septiembre 6 de 2006). Por la cual se reglamenta el ejercicio de la profesión de
Psicología, se dicta el Código Deontológico y Bioético y otras disposiciones. Recuperado de:
http://www.colpsic.org.co/aym_image/files/LEY_1090_DE_2006_actualizada_junio_2015.pdf
Rawls, J. (1995). Liberalismo Político. México: Fondo de Cultura Económica.
RAE, Real Academia Española (2016). Recuperado de http://dle.rae.es/?id=UVD3hKe
Rojas, F. A. (2016). Ética y ejercicio de la Psicología en Colombia. Recuperado de
https://issuu.com/colpsic/docs/__tica_y_ejercicio_de_la_psicolog__/1?e=18058890/35050138
Rubiano, C. (2016) Sartre. El reconocimiento y cuidado del prójimo como principio de la
acción responsable. Bucaramanga: Revista Filosofía UIS (Universidad Industrial de Santander).

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 16 de 17
Sartre, J. P. (2008). El ser y la nada. Buenos Aires: Losada.
Sartre, J. P. (2006). El existencialismo es un humanismo. México: Exodo.
Vergara, O. (2015). Ética biomédica y prudencia. Cuadernos de Bioética, XXVI (2), 267 – 277.
Zimbardo, P. (2008). El efecto Lucifer: el porqué de la maldad. Barcelona: Paidós.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia


Consideraciones para el ejercicio de la psicología
Página 17 de 17

Anda mungkin juga menyukai