La semana pasada rastreamos los orígenes de la fiesta de la “Dedicación”, conocida
hoy como “Hanukkah”. En ella se conmemora el momento en el que la guerrilla judía, liderada por Judas Macabeo (o martillo), asestó una serie de de derrotas o de martillazos al ejército sirio al mando de su rey, Antíoco IV Epífanes. Esta serie de golpes obligaron a Antíoco a abandonar Jerusalén, lo que permitió a los judíos recuperar la ciudad y el Templo, para volver a celebrar en él el “culto verdadero”. La victoria tuvo lugar en invierno, en días próximos al solsticio, que marca el final de la retirada del Sol hacia la oscuridad y el comienzo de su retorno hacia la luz de los días más largos. Por fin los judíos tenían un motivo específico para celebrar lo que hasta entonces no había sido para ellos más que una fiesta agrícola y pagana. Ahora podían conmemorar, en la oscuridad del invierno, el retorno de la luz de Dios al Templo. Cuando quedó establecida la conexión entre ambas ideas y, con ello, un sentido para una nueva festividad, la Dedicación empezó a atraer sobre sí muchos relatos que, de un modo u otro, tenían que ver con que Dios, en tanto que luz, venía a habitar en medio de su pueblo. Hoy indicaré estos desarrollos y espero que ello nos permita comprender lo que Mateo trató de hacer cuando, apoyándose en Marcos, desarrolló el contenido de su evangelio. Lo primero que debemos tratar de comprender es cómo y por qué el relato de la "transfiguración" de Jesús llegó a vincularse a los ocho días de la fiesta judía de la luz. En segundo lugar, intentaré explicar por qué Mateo no pensó nunca que lo que contaba hubiese ocurrido realmente alguna vez, en un momento dado. Lo cual será una confirmación más de mi tesis principal en este estudio de Mateo, a saber: que si leemos su evangelio con ojos judíos, entonces el literalismo es imposible. Una vez que la Dedicación/Hanukkah quedó establecida como conmemoración del retorno de la luz de Dios (o “Shekinah”) al Templo, el pueblo judío empezó a buscar otros episodios de su tradición que les permitiesen enriquecer narrativamente la fiesta. No era la primera vez que la luz de Dios venía a habitar en medio del pueblo de la Alianza, así que miraron hacia su pasado y encontraron los textos sobre la reconstrucción del Templo, heredero de “la luz de Dios”, según afirmó Nehemías (Neh 9, 12). El Templo y la luz siempre estaban asociados. Retrocediendo más aún en el pasado, los judíos recordaron que, hacia el 940 aC., Salomón construyó el primer Templo según los planes de su padre el rey David, y lo consagró en una asamblea solemne en la que hubo discursos y plegarias. Según se cuenta en I Reyes, capítulo 8, en aquella ocasión, la luz de Dios (o Shekinah) descendió sobre el Templo de modo que entonces fue cuando se inició de verdad el culto verdadero de los judíos aquí, en la tierra. De manera que también este antiguo relato se recuperó incorporó a los ocho días de la celebración invernal de la Hanukkah. Las historias sobre la luz de Dios que vuelve al Templo estaban profundamente arraigadas en la tradición y, a medida que seguían recordando su pasado, descubrían nuevos y más antiguos ejemplos. Mucho antes de que hubiese un Templo físico, se creía que Dios estaba presente en medio del pueblo justo en una tienda que ellos –