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Instituto de Expansión de la Consciencia Humana

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LA TÉCNICA DE LA FOCALIZACIÓN1

Pamela Campos y Hernán Forno

PRIMERA HABILIDAD EXPERIENCIAL BÁSICA:


ORIENTAR LA ATENCIÓN HACIA EL PROPIO CUERPO

Esta habilidad es aquella en la cual se asienta la posibilidad de iniciar el proceso de focalización.


No obstante, es esencial que esté presente a través de todo este proceso, para que el mismo pueda
realizarse exitosamente.

En términos generales, el foco de nuestra atención puede dirigirse a tres zonas de nuestra
experiencia:

(a) Orientar la atención hacia el mundo exterior, esto es, contacto sensorial con objetos y
eventos en el presente: lo que en este momento veo, palpo, escucho, toco, degusto o huelo.

(b) Orientar la atención hacia el “mundo interior”, esto es, contacto sensorial con eventos
corporales en el presente, sentidos subjetivamente: lo que ahora siento en mi cuerpo, lo que
siento debajo de mi piel, las tensiones, la temperatura, volumen interno, manifestaciones físicas
de sentimientos y emociones, sensaciones de molestia, agrado, sensaciones de movimientos,
etc.

(c) El tercer lugar al cual puedo llevar el foco de mi atención incluye toda la actividad mental
que abarca más allá de lo que transcurre sensorialmente en el presente: explicar, imaginar,
adivinar, planificar, recordar el pasado, anticipar el futuro, etc. Se diferencia de las otras zonas
de nuestra experiencia en que no ocurre en el presente, no es la experiencia inmediata a la cual
tenemos acceso directo en este momento, sino que se refiere a toda la “fantasía” que ocurre en
nuestra mente.

En términos específicos, la primera habilidad experiencial básica, de orientar la atención hacia el


cuerpo, se refiere a un esfuerzo consciente y voluntario de enfocar la atención hacia el medio

1
Texto extraído de Campos C., Pamela y Forno S., Hernán: Eficacia de un Manual de Entrenamiento en
Focalización Experiencial evaluada a través de la Escala del Experiencing . Tesis de Grado para optar al título de
Psicólogo, U. de Chile, 1987.
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corporal subjetivo, de modo de contactarse con las sensaciones del cuerpo. Para esto se requiere
de un mínimo de silencio y quietud.

De esta manera, la habilidad de orientar la atención hacia el propio cuerpo requiere que la persona
traslade el foco de su atención, ya sea que lo tenga en eventos externos o en su fantasía, hacia el
acontecer organísmico sensible, hacia los datos sensoriales específicos, manteniendo su atención
todo el tiempo que le sea posible en su experiencia directa sentida.

El atender al cuerpo y sus mensajes sensoriales, posibilita el contacto con sensaciones corporales
específicas, localizadas en forma clara, con sensaciones generales (sensaciones de temperatura,
peso, volumen interno, tensión, relajación, etc.), así como también permite el contacto con
aquellas sensaciones corporales más vagas, inicialmente borrosas, complejas, globales, y que
tienen connotaciones emocionales y significados personales implícitos (la sensación sentida).

De esta manera, poner atención y darle un espacio a nuestra corporalidad es el sustrato y puente a
través del cual podemos llegar a reconocer los mensajes llenos de significados que nos entrega
nuestro organismo.

Bibliografía:

Gendlin, E.T. (1982) Focusing: proceso y técnica del enfoque corporal. Ediciones Mensajero,
España.

Stevens, J. (1976) El Darse Cuenta: Sentir, Imaginar, Vivenciar. Editorial Cuatro Vientos,
Santiago.

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SEGUNDA HABILIDAD EXPERIENCIAL BÁSICA:


HACER UN ESPACIO DE SILENCIO INTERNO

Esta habilidad implica, desde el primer movimiento de la focalización en adelante, el asumir una
actitud de observador activo frente al acontecer interno, intentando no involucrarse ni ser
absorbido por éste. De esta manera, la persona toma una distancia mínima respecto de sus
problemas, sensaciones y vivencias, sin hundirse o identificarse con ellas; pero, no obstante,
tampoco huyendo de ellas, ignorándolas o reprimiéndolas; al modo de decir de Gendlin, la persona
“empuja sus problemas a un lado”, a fin de que haya un espacio interno en el que pueda respirar y
sentirse cómoda un rato. Es un no entrometerse en los problemas, distanciándose de lo que a uno
le está inquietando o preocupando; pero, sin embargo, manteniéndolo a la vista. Es realizar un
acto interno de establecer una cierta distancia, lo suficientemente lejos para que los problemas o
vivencias ya no se sientan abrumadoras, pero lo suficientemente cerca para que todavía se puedan
sentir.

Si bien la persona se puede acercar a su acontecer interno, sintiéndolo, como “tocándolo con la
punta de los dedos”, debe retirarse un poco hacia atrás cuando ello comience a ponerse demasiado
absorbente, haciendo perder la distancia entre quien experimenta y aquello que es experimentado.
Esta distinción entre observador y observado no corresponde a una escisión en dos del sujeto que
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experimenta, sino más bien a una doble y simultánea percepción: de sí mismo experimentando y de
aquello que es experimentado. Es un mantener siempre a la base una consciencia del hecho mismo
de estar experimentando, como un proceso en sí; y, a la vez, tomar consciencia de aquello que
motiva nuestra atención.

La habilidad de hacer un espacio interno de silencio requiere de una actitud de aceptación frente a
nuestra experiencia, sin rechazar nuestras vivencias o intentar cambiarlas, sino, más bien,
recibiéndolas “amistosamente”, permitiéndonos sentir cómodos cuando estos eventos estén en el
foco de nuestra atención. Es un momento para estar en calma con nosotros mismos y nuestros
problemas, sin juzgarlos, preocuparnos o molestarnos por ellos, sino simplemente observándolos
con atención y tranquilidad, intentando ser imparciales y receptivos frente a ellos.

Gendlin aclara que esta habilidad no se refiere a un escapar de los propios problemas, por tomarse
un breve descanso fuera de ellos, sino, más bien, es una forma de capacitarse para trabajar con
ellos, colocándose en un estado psicológico apto como para aprender a tratarlos de una manera
distinta y más positiva.

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TERCERA HABILIDAD EXPERIENCIAL BÁSICA:


SIMBOLIZAR LA EXPERIENCIA SENTIDA

Esta habilidad se refiere a la capacidad de encontrar imágenes, palabras, frases o acciones que
representen o encajen con exactitud frente a las sensaciones corporales sentidas directamente en el
presente. Este acto, al ir diferenciando la sensación global del cuerpo, permite un movimiento
hacia adelante del proceso de experienciar.

Por lo general, este acto de nominar la sensación sentida respecto de un problema o situación
personal se va dando de manera gradual, en la cual la persona sucesivamente va encontrando
nuevas imágenes o palabras que representen más fielmente lo que siente, reflejando detalles o
aspectos nuevos dentro de una sensación que pudiera ser habitual o ya conocida anteriormente. De
esta manera, el acto de nominar la experiencia sentida es un proceso, en el sentido que involucra
una actitud activa de búsqueda de símbolos que sirvan de referentes frente a la experiencia sentida.
No se refiere a la actitud habitual de encontrar nombres, por lo general conocidos desde antes,
para lo que nos ocurre internamente. No se trata de adjudicar a la sensación un referente que las
simbolice y meramente quedarse con eso. Es más bien una búsqueda activa de referentes que nos
hablen de nuestra sensación desde diferentes ángulos: qué es lo central de nuestra sensación, qué
matices podemos ir diferenciando, qué más hay allí mismo, qué otros detalles tienen que ver con
ella, y cómo podemos representar todo esto con palabras, frases o imágenes que se ajusten
adecuadamente a lo que vamos sintiendo.

No se trata tampoco de hacer un esfuerzo por darse a sí mismo respuestas que intenten reflejar la
experiencia sentida: por lo general, estas respuestas son habituales y surgen de una manera
mecánica. No es repetir frases o palabras que usualmente nos decimos; por el contrario, el proceso
al cual nos referimos consiste más bien en atender a aquellas palabras o imágenes que “provienen”
de nuestras sensaciones, y que, por lo tanto, no resultan a partir de una elaboración lógica o
racional acerca de nuestro acontecer organísmico, sino que surgen espontáneamente al
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preguntarnos acerca de él, en el momento en que atendemos y hacemos contacto con nuestra
experiencia sentida.

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CUARTA HABILIDAD EXPERIENCIAL BÁSICA:
DEJAR QUE EL CUERPO CAMBIE

Esta habilidad involucra el permitir que el cuerpo se exprese de una manera libre y espontánea, sin
interferencias internas que detengan esta expresión. Usualmente vivimos con un cierto número de
tensiones psicofísicas propias de la vida cotidiana, derivadas del ajetreo de la vida urbana, a las
cuales se le suman los bloqueos y represiones aprendidos desde la infancia, por el simple hecho de
ser parte de la sociedad y necesitar atenerse a sus normas: interferimos gran parte de nuestros
actos, dándoles una forma socializada o simplemente eliminándolos. De esta manera, las tensiones
que generan los impulsos parcial o totalmente reprimidos se van incorporando a nuestra forma
habitual de estas en el mundo, a modo de tensiones crónicas traducidas en lo corporal en lo que
Reich llama “coraza muscular”.

Esta situación de bloqueo en la expresión libre del cuerpo requiere, por lo tanto, de un esfuerzo
voluntario de atención a nuestro cuerpo, y de aceptación de lo que en éste ocurre. Permitir que el
cuerpo cambie es, entonces, una habilidad básica que involucra un observar atentamente nuestra
experiencia física directa, y distinguir los cambios que en este aspecto se producen. Implica una
actitud de “no intervención”, en el sentido de atender y no cambiar o corregir voluntariamente lo
que ocurre en nuestra corporalidad; es la habilidad de dejar que el cuerpo cambie por sí mismo,
como resultado de su propio proceso, aceptando este cambio y todo lo que él conlleve, de una
manera positiva e incondicional: “Si realmente llevas la consciencia al núcleo central (de la
tensión) se realiza inmediatamente un cambio, sin otro esfuerzo de la voluntad... es cierto que en
un principio puede producirse un aumento de la sensación molesta, a causa de que la atención se
agudiza; sin embargo, si mantienes la relajación y la observación objetiva, este aumento cede su
sitio a una disminución de la sensación displacentera de tensión, la cual llega a desaparecer
-aunque a veces puede volver a presentarse, pero siempre más débil, y acabando por
desvanecerse-“.2

Sin embargo, en muchas ocasiones puede ocurrir que este cambio no ocurra fácilmente o no se
sienta como tal; en estas ocasiones, puede suceder que las tensiones sean excesivas, produciendo
una rigidez de la cual no es fácil darse cuenta, o también puede ocurrir que el cuerpo esté
excesivamente relajado o adormecido. Es en estos casos cuando el permitir que el cuerpo cambie
involucra también un trabajo consciente y muy suave de re-acomodo postural y de flexibilización
del cuerpo, a fin de aumentar la potencialidad de cambio corporal y la sensibilidad frente a éste.
Así, esta habilidad puede ser estimulada a través de un trabajo directo con el cuerpo y sus
tensiones y “adormecimientos”, sobre la base de una actitud de aceptación y valoración positiva
incondicional de nuestra corporalidad.

2
Muller, G.: Eutonía y Relajación. Técnicas de relajamiento corporal y mental. Editorial Hispano-Europea,
Barcelona, 1974.

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