DE LA KIPÁ A LA
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EL VIAJE DE UN JUDÍO
AL CATOLICISMO
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PRÓLOGO
San Pablo, mi querido compañero de viaje, fue
convertido por Cristo en tres días de camino a Damasco. A mí,
Jesús me ha trabajado a fondo durante más de treinta años.
Desde que era niño, cuando aún no conocía nada de Dios ni de
la religión, pues mi familia no practicaba, Él me atrajo. Al fin,
hace ahora cinco años, me dio el golpe de gracia que me ha
permitido dar el gran salto de la Torá al Evangelio. Eso es lo
que vaya contar en este libro, la historia de mi vida con Dios.
Al releerla, me digo que es una historia de locos. «Lo que hay
de loco en el mundo es lo que Dios ha escogido»; algo así dice
san Pablo. ¿Acaso Dios no se comporta de modo
completamente loco en el Antiguo y el Nuevo Testamento, por
ejemplo, cuando le pide a su profeta Oseas que se case con una
prostituta? «Lo que es locura a los ojos de los hombres es
sabiduría a los ojos de Dios», escribe el mismo san Pablo.
Desde que puedo recordar, me he sentido atraído siempre
por Jesús, hasta tal punto que en la adolescencia quise
convertirme al cristianismo. Sin embargo, sabía que eso sería
un escándalo entre los míos, porque cuando un judío se
convierte, su familia, aunque no sea religiosa, lo vive como una
traición.
Los caminos de Dios son misteriosos: quería ser
cristiano, pero me convertí en judío ultraortodoxo y luego en
judío hasid. Mi corazón me llevaba hacia Jesús, pero mi cabeza
se resistía y mi identidad judía pesaba más. Un día, por fin,
después de un largo camino, Dios retiró el velo de mis ojos.
Luego, todo se ha iluminado, me ha dado una inteligencia
«nueva» y he visto las cosas bajo una luz diferente. Este libro
cuenta una conversión, pero sobre todo la historia de un
hombre que ha luchado un tiempo muy largo contra el Dios de
Jesús, que le esperaba y le hada señas.
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las nuestras!».
Así es como, por increíble que parezca, comulgo por
primera vez, sin saberlo, el cuerpo de Cristo. Yeso, algunos
meses antes a comprometerme en la obediencia al Dios de la
Torá y sin ningún problema de conciencia. Después de recibir
la hostia, me siento colmado de una gran alegría. Dejo la
basílica verdaderamente feliz. Sin embargo, en apariencia, no
ha pasado nada extraordinario ni milagroso. Pero ya siento en
mí el deseo de recomenzar. A partir de este momento, la
eucaristía se convierte para mí en una especie de droga. Aquí
veo una locura más de Dios. Me empuja a comulgar, cuando la
Iglesia no lo permite normalmente hasta que uno ya se ha
bautizado. ¡Qué desconcertantes son los caminos del Señor!
Por supuesto, será necesario que un día dedique tiempo para
intentar comprender por qué el Señor me llevó por este camino
y permitió que comulgara en este momento de mi vida.
Los meses pasan, en el curso de los cuales me acerco a
recibir la eucaristía regularmente. En junio, según lo previsto,
hago mi bar mitzvá. En fin, para decirlo todo, la hago sin
hacerla. En efecto, como mi padre no tiene suficiente dinero
para pagar a un rabino que vaya a la sinagoga, lea la Torá y se
haga una gran fiesta como en el caso de mi hermano, me lleva
a una sinagoga parisiense donde él conoce al rabino, y hacemos
el estricto mínimo: me pongo el chal que el hombre judío usa
para la oración de la mañana, digo la bendición sobre las
filacterias yel chal, recito la Shemá Israel: «Escucha Israel, el
Eterno es nuestro Dios, el Eterno es único», y se acabó. No
digo nada, pero no dejo de pensar que he tenido una bar mitzvá
de rebajas. Felizmente, mis padres han invitado a la familia a
casa y recibo algunos regalos: mi tío, el hermano de mi madre,
me regala un buró (que será más tarde el de mi hija Déborah) y
mi padre me regala un reloj. También recibo una máquina de
fotos y dinero. Me miman, pero me siento frustrado por la
manera en que se ha desarrollado la gran ceremonia.
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JUDÍO ULTRAORTODOXO
Al terminar mi servicio militar, finaliza el programa de
tres años. Tengo que elegir entre volver o no a Francia. A decir
verdad, mi decisión hace ya tiempo que está tomada. Me quedo
en Israel. En un primer momento, vuelvo a mi yeshiva de
sionistas religiosos, en Kiryat Arbat. Pero bien pronto me doy
cuenta que mi sitio ya no está allí. En efecto, quiero algo más
espiritual, quiero acercarme más a Dios.
Al año siguiente, en 1986, vuelvo a Francia para pasar
allí el verano. En París conozco a un dentista que se convierte
rápidamente en un amigo. Es un judío ultraortodoxo.
Charlamos mucho, y me hace descubrir esta espiritualidad. Me
lleva incluso a seguir las clases de un rabino. Estoy
verdaderamente interesado por esta nueva vía. Hasta el punto
de que, al volver a mi yeshiva, ya no estoy de acuerdo con las
ideas que allí se sostienen. Comienzo a poner en cuestión el
ideal sionista. Por otra parte, ya no hablo de Israel sino de
Heretz, que quiere decir la Tierra o la Tierra Santa, Heretz
Akodesh. Mi apariencia también cambia: ya no me visto con
vaqueros y camisas, sino con pantalón negro, camisa blanca,
chaqueta y sombrero. Llevando estas ropas diferentes, intento
marcar una ruptura para entrar en un modo de vida más
radicalmente centrado en Dios.
Sin hablar del asunto a nadie, me pongo a buscar un
kibburz o un moshav ultraortodoxo. Para eso, viajo por el país
en cuanto tengo ocasión. Mi obstinación da resultado: en el
mes de diciembre, durante las fiestas de Hanucá, acabo por
encontrar un moshav. Se trata de una colectividad donde cada
uno tiene una casa y trabaja, ya sea allí mismo -en la
agricultura, la viña o la ganadería- o en el exterior. El dinero
ganado se distribuye entre las familias según su necesidades.
Voy y hablo con el responsable. Por desgracia, me explica que
es invierno y que no hay trabajo para mí, Mi decepción no va a
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Dios. Cada instante se vive con Dios. Por eso, cuando me hice
ortodoxo, ya no escuché más que música religiosa. Felizmente,
hay música judía para todos los gustos, para todos los estados
de humor y para todos los momentos de la vida.
El director de mi yeshiva ultraortodoxa de Bnei Brak
acudió a nuestra boda. ¡Desde Israel! Sin embargo, no ve con
buenos ojos que me case con una lubavitch. Un par de palabras
sobre lo que distingue y separa a los ultraortodoxos de los
lubavitchs. Estos últimos pertenecen a una corriente del
judaismo surgida de la escuela filosófica hasídica. El fundador
de esta corriente, nacido en Rusia a mediados del siglo XVIII,
Baal Chem Tov, quería hacer accesible a todo el mundo,
incluso a los más modestos, la mística judía reservada hasta
entonces a los iniciados. Él y sus discípulos pusieron al alcance
de la razón las nociones desarrolladas por la Kábala en el
Zohar, la gran obra de exegesis mística de la Torá -la verdadera
mística judía, no la de New Age que se nos despacha ahora-o
En lo que concierne a la práctica de la Ley, ultraortodoxos y
lubavitchs tienen la misma doctrina. Pero los ultraortodoxos
están más centrados en la moral. Destacan los textos en que se
dice lo que hay que hacer o no hacer, donde se insiste en el
peligro del mal, en el temor de Dios. Según ellos, nadie debe
interesarse por la mística antes de los 40 años. Los textos
hasídicos intentan pensar el misterio de Dios a través de su
creación, el ser humano y las Escrituras. Están centrados sobre
el asombro ante la grandeza de Dios que ha creado el mundo de
la nada. Se meditan frases de las Escrituras como esta: «La
palabra de Dios está constantemente en los cielos». ¿Qué
significa eso? Esta pregunta suscita un estado meditativo pero
no es aún el diálogo con Dios de la oración cristiana, como ya
subrayé antes. En realidad, los lubavitchs que he conocido no
eran especialmente místicos. Pero en aquel momento yo
descubría un mundo intelectual fascinante.
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EN GALILEA
Durante los dos primeros años de nuestro matrimonio,
según lo acordado con Martine, vuelvo a los estudios rabínicos
en una yeshiva lubavitch que se encuentra en Essonne. Más
tarde, como deseo profundizar aún más en mi conocimiento de
la mística judía, decidimos regresar a Israel-más bien, soy yo el
que regresa a Israel, pues mi mujer nunca ha vivido allí antes-o
Nos instalamos en Safed, el gran centro de estudios en la
tradición kabalista acerca de los textos de los primeros siglos
de nuestra era. Es una ciudad situada en las montañas, al norte
del país, en Galilea. Alquilamos un pabellón que da sobre el
lago de Tiberiades. ¡Es magnífico! Estudio en un Kollel, una
escuela rabínica para casados. Mi mujer está inscrita en el
programa Ulpán para aprender hebreo y descubrir el país. Con
frecuencia vamos los dos a Haifa, para bañarnos en una playa
salvaje desconocida por los turistas.
Todo va muy bien hasta el día en que el ejército me
encuentra. Es el lado KGB de Israel. Un día, recibo un
requerimiento para cumplir el famoso miluim, del que escapé
al marcharme a Francia hace cuatro años. Esta vez acudo a la
cita, y allí me embarcan directamente, incluso sin dejar que
avise a Martine de que no voy a volver a casa. Así son las
cosas allí: no se andan con chiquitas. Dos días después, puedo
por fin telefonearle. Evidentemente, está muy inquieta. Me han
llevado a una prisión, situada en los territorios, y mi misión es
vigilar a los presos. Al cabo de una semana, tengo derecho a un
permiso. A la una de la madrugada llamo a la puerta de casa,
en uniforme militar, sin haber podido avisar a mi mujer de que
volvía. Ella está muy agitada. Estos incidentes han acabado con
su paciencia. Me dice que no se encuentra bien en Safed y que
quiere volver a Francia.
Comprendo muy bien su reacción. Es una mujer
occidental, está sola en Safed, sin familia, y no habla el idioma.
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normal.
Sin embargo, cuanto mejor va todo más siento que esta
vez no vaya cortar. La conversión está próxima:¡voy a pasar al
otro lado! De golpe, me empiezo a plantear seriamente cómo
presentaré las cosas a los niños. ¿Cómo se lo van a tomar?
Temo su reacción. Entonces, intento preparar el terreno poco a
poco. Por ejemplo, mientras que desde Navidad la imagen de
María esta escondida en mi cuarto, y cierro la puerta cuando le
vaya rezar, decido que ahora la pongo más a la vista y dejo la
puerta entreabierta. Un día, la dejo abierta del todo. Llega
Rebeca y me sorprende de rodillas ante la Virgen María. Me
pregunta qué hago. Un judío reza sentado o de pie, pero nunca
de rodillas. Estoy un poco confuso, pero al mismo tiempo
deseaba que llegase este momento. Le explico:
-Es la Virgen María, la madre de Jesús.
-¿Es tu nueva amiguita? -me contesta ella.
Bueno, me había equivocado al inquietarme: no ha sido
más complicado que eso. En adelante, la Virgen María es
aceptada en la casa. Desde este día, cuando encendemos las
velas de shabat, el viernes al atardecer, se canta también el
Avemaría.
Sor P me invita también a pasar la noche de año nuevo en
el monasterio. Esta vez se lo digo a los niños. La víspera
comienza por los oficios. Las hermanitas
de Belén son muy marianas y muchos de sus cantos se
dirigen a la Virgen María, que tiene una fiesta el primero de
enero. Esta misa en honor de la madre de Jesús, que forma
parte de mi vida desde hace poco, tiene para mí una resonancia
muy particular. A la mañana siguiente, me dan de nuevo
pasteles para los niños, y al regresar, ellos me preguntan cómo
ha sido todo. Yo les cuento mi fin de año cristiano.
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magisterio de
la Iglesia dirá que en todas las Escrituras no hay más que
una sola palabra, es el Verbo. Ahora, cuando leo el Antiguo
Testamento, veo en todo al Verbo, y no solo en los pasajes
proféticos que anuncian la venida de Jesús. En efecto, veo
pasajes o personas que han tenido una relación con la segunda
persona de la Trinidad. Varios pasajes del Nuevo Testamento
dan testimonio de estas relaciones con Jesús. Por ejemplo, en el
Evangelio de Juan (8, 56) Jesús dice a los fariseos: «Abrahán,
vuestro padre, se llenó de alegría porque iba a ver mi día; lo vio
y se alegró». O san Pedro en los Hechos de los Apóstoles (2,
31), dice de David: «Lo vio con anticipación y habló de la
resurrección de Cristo». Me doy cuenta de que toda la Escritura
habla del Dios Trinidad. Sí, el Señor me abrió realmente la
inteligencia a las Escrituras. Como dice san Pablo, un velo
estaba ante mis ojos, y ha caído. ¡Todo se vuelve claro!
En Gálatas 4, Pablo les reprende de que se han
convertido pero quieren someterse de nuevo a la Ley judía. Se
entrega entonces a una lectura alegórica, cristológica, de un
episodio de la Biblia. Compara a Agar, la esclava de Abrahán,
y a su mujer Sara con las dos Alianzas: la antigua, la del Monte
Sinaí, y la nueva, la de Jesús. Agar, la primera alianza, da al
mundo hijos esclavos. Y Sara, la nueva, hijos libres. Un judío,
por supuesto, no puede hacer ni aceptar esta lectura. Por eso
dice Pablo que los judíos tienen un velo en los ojos al leer las
Escrituras. Lo sé por mi propia experiencia. Comprendo ahora
que el Nuevo Testamento está en el Antiguo como un hijo en
su madre. Mientras está en su vientre, no se le ve. Al nacer,
para que pueda vivir y crecer, hay que cortar el cordón para
separarlo de su madre. Sin embargo, sigue siendo su hijo. Va a
aportar algo «nuevo», opera una ruptura y, al mismo tiempo, da
una dimensión distinta a su madre, la renueva. Así, el Nuevo
Testamento nació del Antiguo y aporta algo nuevo, como que
Dios es Trinidad, algo que no se veía claramente como el Dios
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NUEVA VIDA
A veces me preguntan qué ha cambiado en mi vida desde
la conversión. Al principio, de hecho, quería ser sacerdote,
pero me explicaron amablemente que con siete hijos eso no era
posible. Como quiera que sea, estoy llamado a servir a la
Iglesia a través del apostolado de la predicación. «Que cada
uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido,
como buenos administradores de la múltiple y variada gracia
de Dios. Si uno toma la palabra, que sea de verdad palabra de
Dios; si uno ejerce un ministerio, hágalo en virtud del poder
que Dios le otorga», escribe san Pedro en su primera carta (4,
10-11). Cada uno, su vocación, Sin embargo, cualquiera que
sea el don recibido, es para ponerlo al servicio de los demás.
Cuando enseño, me esfuerzo siempre para estar al servicio de
los que me escuchan.
Lo que mi conversión ha transformado
fundamentalmente es mi forma de vivir con los demás. Primer
cambio, notable para un judío ortodoxo: soy ahora sensible al
sufrimiento de cualquiera, aunque no sea judío, y rezo por
todos los que se confían a mi oración, aunque no los conozca.
Ya no veo a los demás corno goys (no judíos), o extraños e
indiferentes. Tengo más ternura y atención hacia el otro,
quienquiera que sea. Esto cambia completamente mi actitud
hacia él.
En fin, el conflicto entre mi corazón y mi razón ha
quedado atrás: estoy totalmente preparado para dar el paso.
Fui bautizado el 14 de septiembre de 2008, el día de la
Exaltación de la Santa Cruz, en las Hermanas de Belén, por
inmersión total en una enorme pila. Iba vestido con una gran
alba blanca y fui totalmente sumergido. ¡Por fin! Tengo
entonces 43 años. Mi querido padre O fue quien me bautizó, en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, dando un
inmenso suspiro de alivio ... ¡O de agotamiento! Que Dios le
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bendiga.
Mi nombre de bautismo es jean-Marie Élie. He dudado
un tiempo si llamarme Pablo, pero conservé finalmente el
nombre de Jean que me dieron mis padres, el de mi abuelo y de
mi evangelista preferido. ¿Hace falta que explique por qué
elegí María? En cuanto a Elías, es el nombre que me puse
cuando estuve en Tierra Santa. Supe luego que el profeta Elías
era el patrón de los Carmelitas. Por otra parte, varios judíos
convertidos se hicieron carmelitas, como Edith Stein y
Hermann Cohen. La misma Teresa de Jesús procedía por línea
paterna de una familia de judíos conversos. También san Juan
de la Cruz tenía ascendientes judíos.
Algunos meses antes de mi bautismo conocí a Pétronille,
que me fue recomendada para verificar si mi mística judía era
«católicamente kosher». Pétronille me dijo que ella no sabía
nada sobre eso, y hemos ido hablando de otras cosas. El verano
siguiente, buscando un sitio para pasar las vacaciones con los
niños, me sugirieron llevarlos a Paray-le-Monial, pequeña
ciudad de Borgoña donde el Corazón de Jesús se apareció a
santa Margarita María y donde todo el verano hay sesiones
para las familias. ¡Y allí encontramos a Pétronille! Para volver
a París, yo tomo el tren y ella lleva en su coche a algunos de
mis hijos, sobre todo a Gabriel, mi rubito, que se pone a hacer
de celestino.
Le dice a ella: «¡Encárgate de nosotros y de papá!». Y así
fue. Nos casamos un año después. Tres años más tarde tenemos
un hijo. Nathanaél nació en enero de 2012. Pétronille tiene 46
años, yes su primer hijo. Una verdadera historia bíblica ...
¡Gloria a Dios! Querría rendir homenaje a Pétronille, tan alegre
y sonriente. Ha vivido un poco con nosotros antes de casarnos.
Se comprometió con conocimiento de causa ¡y no tuvo miedo!
Después de mi bautismo, he telefoneado a mis hermanos
y hermanas para invitarlos a mi casa. Les he contado mi
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La comunidad o el mundo
Las «Madre Teresa» no existen en el judaísmo. En el
cristianismo, la noción de servicio es capital. Cada cristiano
debe ser servidor. De ello nos dio ejemplo Jesús, lavando los
pies a sus discípulos, la víspera de su muerte. En el judaísmo
ortodoxo no se encuentran mujeres que vayan a las chabolas a
cuidar a las personas, sin distinción de religión, sencillamente
para darles amor gratuitamente, compasión, consuelo. Porque
el acento está puesto más en la relación con la Ley que en la
relación de persona a persona. A pesar de su nobleza y su
erudición, san Pablo dice que se hizo servidor de todos por
Cristo, cuando hubiese podido beneficiarse de tantos honores
en el judaísmo. Nunca he oído decir a un rabino que debía
hacerme servidor de mi hermano. Eso no quiere decir que entre
los judíos no haya ayuda mutua. Pero Jesús nos pide mucho
más que prestar ayuda al que está con nosotros y le amamos.
Los paganos también se ayudan unos a otros, entre personas de
la misma familia o del mismo clan.
El hombre no puede vivir sin amor. Su vida queda sin
sentido si no recibe la revelación del amor, si no descubre el
amor que Dios le tiene. En el judaísmo ultraortodoxo no tuve la
experiencia de esa mirada de amor. Es verdad que los judíos
tratan de vivir el mandamiento «Amarás al Señor tu Dios».
Pero como el acento no está puesto sobre una relación personal
de amor con Dios, este mandamiento no se puede vivir en la
práctica.
Al hacerme cristiano aprendí a amar al otro: al otro como
tal y no solamente porque sea miembro de mi comunidad. Esto
ha sido una revolución, un nuevo nacimiento interior, que me
ha dado una nueva forma de mirar, un corazón nuevo, unos
sentimientos nuevos. Hoy soy sensible ante lo que sucede en el
mundo, y no solo en el mundo judío, y pido con todo mi
corazón por el mundo. Rezo porque hay seres humanos que
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AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias a todas las personas que en la
Iglesia, sacerdotes y laicos, me han apoyado desde el principio
con su oración, sus consejos, fiándose de mí y dándome la
oportunidad de enseñar. Pido desde ahora perdón a los que
haya podido olvidar ... Gracias de todo corazón: al cardenal
Georges Cottier, O.P.; al hermano Y, carmelita; al padre Pierre
Fricot, servidor de la palabra y a sor Claire Pattier; a monseñor
Michel Aupetit; al padre Christian Lancray- Javal; al padre
Patrick Faure; al padre Pierre-Henri Montagne; a monseñor
Albert-Marie de Monléon; al padre Jean-Pierre Gay; al padre
jean-Pierre Billard; al padre Charles Troesch; al padre Michel
Bernard; al padre Marie- Michel (Carmelo de María, Virgen
misionera); al padre Daniel Ange (Jeunesse Lumiere); al padre
Benoit Domergue; al Abbé Chouanard; al padre Emmanuel
Dumont; al padre Vincent Bedon; al padre Aguila y su
fraternidad Juan Pablo II de Fréjus; al padre Alain Bandelier
(Foyer de Charité): al Abbé Loiseau; al hermano Marie- Angel;
al señor profesor André Clément; a las hermanitas de Belén y a
los laicos de Belén; a las hermanitas de la Consolation de
Draguignan; a la hermanitas benedictinas de Argentan; a las
Hermanas de la Annonciade; al hogar de Charité de Courset; a
los hermanos y hermanas de la Communauté de Saint Jean; a
Thierry y Anne Lefer; a Marie- Thérese Huguet; a Catherine y
Francois Fihol; a Dorothée y Claude Ribeyre: a Nathalie y
Arnaud Bouthéon, a Juliette Poulon; a Sylvia Fenech; a Annie
Tardos; a Myriam Fourchard; a la comunidad del Emmanuel y
más particularmente a Agnes y Jean de Chillaz; Inés y Laurent
Mortreuil; Corinne y Gilles de Craecker, y a todos los demás ...
Y por supuesto, a mi muy querido obispo, hermano y
padre, monseñor Michel Santier.
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Jean-Marie Élie Setbon DE LA KIPÁ A LA CRUZ
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