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EL SUEÑO DE LA ISLA: “LUMINOSA UTOPÍA”

Entre todas las interpretaciones que, en la tradición occidental, se han hecho de la isla
existe una que indudablemente destaca por su mayor alcance e influencia: la de la isla
como espacio de utopía. Esta lectura tiene una clara resonancia en el pensamiento y la
narrativa de Julieta Campos. Cuando en una entrevista le plantearon la pregunta
directa: “¿A qué metáfora corresponde la Isla en su obra?”, la autora respondió: “Es el
espacio imaginario, el espacio a donde se viaja en la escritura. Es, también, el espacio
de todos los sueños, el espacio del deseo. Y el deseo genera la escritura, es decir, La
Isla. Todas las islas son espacios de la fantasía, aun las que están en los mapas: son
sitios de utopía” (Campos en García Flores, 1979: 253). Ya se ha visto que para la
escritora la isla es el espacio imaginario por excelencia y también se ha explicado desde
qué perspectiva asocia metafóricamente el espacio insular con la escritura artística y el
viaje. Hace falta, ahora, empezar a definir qué sentido particular tiene el concepto de la
utopía en su obra, así como cuál es la naturaleza del vínculo que la autora
persistentemente establece entre la utopía y las nociones del sueño, el deseo, el amor
y la isla. “La isla no es otra cosa que el sueño de los hombres”, escribió Gilles Deleuze
en un ensayo donde profundiza en la esencia filosófica de las islas desiertas. Según su
argumentación, los movimientos de la imaginación sobre las islas repiten los
movimientos de la naturaleza que las producen, ya se trate de islas continentales,
separadas de la masa continental por el hundimiento de la tierra o la elevación del
nivel del agua; o bien de islas oceánicas, originadas a partir de formaciones de coral o
de erupciones volcánicas submarinas. Así lo explica él: El impulso que empuja al
hombre hacia las islas, ya sea con angustia o con alegría, es soñar con separarse, con
estar separado, más allá de los continentes, soñar con estar solo y perdido, o bien es
soñar que se retorna al principio, que se vuelve a empezar, que se recrea. Hay islas
derivadas, pero la isla es también aquello hacia lo cual se deriva, así como hay islas
originarias, pero la isla también es el origen, el origen radical y absoluto […]. Así pues,
el movimiento de la imaginación de las islas recupera el movimiento de su producción,
pero ambos tienen distinto objeto. Es el mismo movimiento, pero no es el mismo
móvil. Ya no es la isla la que se separa del continente, sino el hombre quien se
encuentra separado del mundo al estar en la isla. No es ya la isla que surge del fondo
de la tierra a través de las aguas, es el hombre quien recrea el mundo a partir de la isla
y sobre las aguas (Deleuze, 2005: 16).
Tomado de la obra “El viaje a la isla” de María José Ramos de Hoyos 2016

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