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CRÍTICA A LA VISIÓN “RELIGIOSA” DEL

SISTEMA JURÍDICO CONTINENTAL

Ramón Antonio REYES

Introducción

Seria una verdad de Perogrullo decir que vivimos en una época de


descontento, insatisfacción, malestar, tiempo de “incertidumbre y desarraigo”
(A. Koyré), incomodidad, inconformismo o indignación ante lo existente
(Santos); palabras que sirven para calificar lo que Thomas Kuhn identifica
como la fase previa y necesaria para que surjan nuevas teorías y sea un
momento de transición que haga progresar a la ciencia por medio de
revoluciones.

En medio de estas situaciones impenetrables, amenazantes y riesgosas se


busca un hilo de Ariadna que nos saque del laberinto. Por eso, volvemos la
mirada a los relatos de origen mítico -porque incitan al pensamiento concreto y
existencial, y su sugestivo valor de orientación- que nos haga pensar que otra
justicia-institución es posible.

En el esfuerzo de desovillar la madeja de la realidad, se iniciará con la


leyenda de Caín y la pregunta si después de la muerte de Abel ¿Puede el ser
humano orientar su libertad? La institución de la venganza de sangre señala su
derrotero. La fundación de la ciudad cimentada en lazos de solidaridad ¿Será
que representa al hermano ausente? Es sabido que espacio y tiempo público no
pueden ser compartidos por los infames criminales. Por lo tanto, deben ser
expiatoriamente “sacrificados” en las cárceles. Al barruntar el final de este
hilado intelectual, se esbozarán algunos postulados que nos permitan pensar y
discutir y viceversa, si existe la posibilidad de fortalecer la democracia, el
estado de derecho y la república desde nuestra particular situación histórico-
cultural.

1
La herencia de Caín
La saga del Génesis (2–9) en la Biblia, cuenta en sus primeros capítulos
la creatio ex nihilo, la tentación a la que sucumbe la ingenua y temeraria Eva
en manos de la astuta y locuaz serpiente. Luego se relata el fratricidio y la
consiguiente consagración de tres instituciones político-jurídicas: la venganza
de sangre, la formación de la ciudad y los sacrificios expiatorios.

Después de la expulsión del paraíso, Caín es la primera creación humana


y el segundo gran patriarca del género humano, su rasgo fundamental no es el
mal sino un resentimiento implícito contra Yahveh, ya que es él, y no Abel
quien recoge la maldición de Adán y cultiva el suelo. Su ofrenda, fruto de la
tierra, no presume la muerte de ninguna criatura, y no obstante es rechazada,
aun siendo él el portador de la primogenitura.

Cuando Yahveh interpela a Caín por su hermano le expresa su infame


rechazo “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?” (Gn.4, 9). A la ironía se
suma la ironía. Caín debe convertirse en nómada porque la tierra clama contra
quien la había trabajado. La historia vuelve a repetirse, sus padres fueron
expulsados del paraíso, ahora Caín es expulsado del suelo, para establecerse en
la “tierra barrida por el viento”, donde funda una ciudad, que será,
necesariamente, la primera de todas las ciudades.

2
Si se sigue el relato Yahvista1, no es Dios quien mata al criminal
directamente, sino, que se reserva explícitamente el derecho punitivo y lo
entrega a su propia acción, y es esta la que lo conduce al desastre. “Y el Señor
puso una señal en Caín, para que quien quiera que lo encontrara no lo matara”
(Gn. 4,15).

La venganza establecida para proteger a Caín se deforma y deviene en


Lamec venganza desmesurada (Gn. 4,23), y la ciudad se vuelve una empresa
que acaba en la confusión y el fracaso más estrepitoso en Babel, un lugar de
máxima rivalidad entre los hombres con Dios (Gn. 11,1).

Los descendientes de Caín superan las peores expectativas de Dios:


“Yahveh vio que la maldad del hombre en la tierra era grande y que todos sus
pensamientos tendían siempre al mal. Se arrepintió, pues, de haber creado al
hombre, y se afligió su corazón. Dijo: “Borraré de la superficie de la tierra a
esta humanidad que he creado, y lo mismo haré con los animales, los reptiles y
las aves, pues me pesa haberlos creado” (Gn. 6, 5-7). El mundo se corrompió a
los ojos de Dios y se llenó de violencia (Gn.6, 11).

Dios envía el diluvio universal, y hace una excepción con Noé, su


familia, y una pareja de animales de cada especie, porque vio que Noé era un

1
El Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuternomio) fue escrito –siguiendo la
hipótesis de Wellhausen, formulada en su obra Komposition des Hexateuchs und der historischen
Bücher des Alten Testaments, Berlín, 1868,1899 ("La Composición del Hexateuco y de los libros
históricos del Antiguo Testamento"), y sobre todo Prolegomena zur Geschichte Israelí, Berlín, 1883
("Prolegómenos a la historia de Israel)- por cinco tradiciones la Yahvista, Elohísta, Deuteronomista y
Sacerdotal. La Yahvista (Y) se caracteriza porque llama a Dios Yahvé. Se inicia en los siglos IX y
VIII a. C. Pertenece al sur de Palestina y se centra en el reino de Judá. Subraya la cercanía de Dios
con la humanidad y lo describe en términos antropomórficos. La tradición Elohísta (E) da a Dios el
nombre de Elohím. Se inicia al mismo tiempo que la Yavista, fue integrada alrededor de 715 a. C.
Surge en el reino del Norte o reino de Israel y habla del profetismo, la fuerza de la moral y el peligro
de la idolatría. Muestra a un Dios que habla en sueños y con simbolismos como la zarza ardiente. La
tradición deuteronomista (D) fue escrita en el siglo VII a C. Insiste en la acción de Dios y la
necesidad de una respuesta personal y comunitaria. Se basa en las tradiciones anteriores, empieza al
final del reino cuando el reino del Norte cayó en poder de Asiria y el pueblo parecía olvidar su
fidelidad a la alianza del Sinaí. La tradición sacerdotal (P) y muestra a Dios distante y majestuoso.
Se escribe al regresar del exilio, en el siglo VI a.C. Israel ya no era una nación independiente y
centraba su identidad en el templo. Da gran importancia a los ritos de culto y a las funciones
sacerdotales.

3
“hombre justo”, convirtiéndose así en el tercer gran patriarca del género
humano.

Volvemos a encontrarnos en el principio. Pero esta vez, Dios ha


cambiado, es más realista, se da cuenta que su criatura tiene que aprender a
convivir con el mal y asumir las implicancias del drama de la libertad. Después
que Noé le ofreciera a Yahveh un sacrificio expiatorio éste expresa: “Nunca
más maldeciré la tierra por causa del hombre, pues veo que sus pensamientos
están inclinados al mal ya desde la infancia. Nunca más volveré a castigar a
todo ser viviente como acabo de hacerlo” (Gn. 8, 21).

Dios pacta una alianza con los hombres. Promete la conservación de la


existencia del mundo y el hombre promete cumplir con los mandamientos que
Dios le da después de sobrevivir al diluvio. Da al hombre el derecho de castigo
con competencia en los casos de las peores transgresiones: el asesinato. “Quien
derrame sangre del hombre, su sangre será también derramada por el hombre”
(Gn. 9, 6). Con el derecho punitivo los hombres tienen que protegerse ellos
mismos unos de otros, tienen en sus manos la propia conservación y la
venganza (Safranski, 2000: 30).

Venganza y ciudad: cara y seca


Según cuenta la leyenda del libro Génesis, Caín después de dar muerte a
su hermano, construye una ciudad a la cual le corresponde una realeza sacral.
Pero, para que exista la ciudad hace falta un sentimiento de fraternidad entre
sus miembros, la cual si bien se asemejaría a las solidaridades estudiadas por
Emile Durkheim (1858-1917) en su tesis doctoral “De la división del trabajo
social” (1893), no se correspondería exactamente con ellas2.
2
Durkheim (1982) sostiene que en la sociedad arcaica, donde existe una solidaridad mecánica, las
relaciones se establecen entre individuos indiferenciados, que participan por igual de la misma
“conciencia colectiva”; toda transgresión de la convivencia del grupo naturalmente cohesionado es
castigada automáticamente. En la sociedad moderna, que se caracteriza por la división del trabajo y
el desempeño de muchos roles diferenciados entre los individuos, con lo que se rompe la
uniformidad natural y se multiplican los intereses individuales, existe la solidaridad orgánica,
problemática de por sí; el derecho y la moral son esencialmente necesarios para evitar la anomía..

4
Mediante la señal con que Dios marca a Caín para que no le hagan
ningún daño se introduce la institución sagrada de la venganza de sangre. El
relato del mito nos muestra claramente cómo en el origen la rivalidad engendra
envidia, y con ella se desata la violencia. Dios no quería arrebatar a los
hombres un bien, sino, ahorrarles la experiencia del mal encarnado en los
riesgos y amenazas de muerte.

Si hay un rasgo que hemos superado3 -en sentido hegeliano- de nuestros


antepasados homínidos para la resolución de los problemas es la fuerza. De la
venganza desmesurada al compasivo y justo “ojo por ojo diente por diente”, de
la decisión privada a la mediación de un tercero elegido por sus cualidades, de
los mandatos divinos a las órdenes justificadas y reconocidas por la comunidad
social. Finalmente, se deposita en la venganza institucionalizada de la ciudad el
derecho a expresar lo justo ante un conflicto entre “fratres”. La historia del
derecho es la lucha por introducir más racionalidad en el proceso jurídico,
mayores garantías, donde la justicia-idea sigue siendo el botín de unos
privilegiados (Marina-Válgoma, 2000: cap. 3).

Si bien, la “idea de Dios” que aparece en la saga de Caín, no es la de una


divinidad que pueda ser velada o revelada, sino, la de un dios que aparece en
momentos decisivos porque “oye la voz de las víctimas” (Gn. 4, 10; 21, 17; 30,
22; 35, 33). A lo largo de la historia del cristianismo prevaleció la creencia de
un Dios Todopoderoso que gobierna no sólo el universo, sino, también los
destinos del mundo y las naciones, un Dios que ordena la realidad de forma
irrecusable e impredecible, encargado de vigilar y castigar la vida social y
personal (¡Incluso conocedor de nuestros pensamientos más íntimos!); cuyos
3
De la misma manera que el verbo griego anairein o el latino tollere, significan simultáneamente
“elevar”, “superar”, “conservar”, “cancelar”, “suprimir”, es decir, que une dos significados opuestos:
conservar y suprimir, razón por la que es idóneo para expresar el movimiento propio de la dialéctica
que consiste en el proceso de negación de una realidad para dar lugar a otro aspecto en el cual, no
obstante, se sigue conservando el primero. De esta manera se guarda a la vez lo superado, perdiendo
sólo su inmediatez, pero sin que por ello quede anulado. La noción misma de guardar ya incluye
dentro de sí algo negativo: sacar algo de su inmediatez, y por tanto de una existencia abierta a los
influjos exteriores, para mantenerlo. Cfr. Hegel, 1968.

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representantes en la tierra, siempre varones, invocaron el nombre de Dios para
conservar la dominación masculina, legitimar su discursos y prácticas sociales;
y, en algunos casos atravesando la normatividad jurídica manipular las
conciencias.

El Providencialismo, en tanto creencia que Dios es el verdadero


protagonista de la historia, del mundo y de la vida de los actores sociales, en el
cual los seres humanos somos sólo instrumentos en sus manos, deja por el
suelo el sentido de la libertad y el carácter responsable de nuestros actos, con
las fuertes implicancias que conllevan para la moral y el derecho.

El politólogo nicaragüense Andrés Pérez Baltodano ha reflexionado


amplia y críticamente sobre el providencialismo –creencia religiosa que
caracteriza la cultura política en Nicaragua y la mayoría de los países
latinoamericanos- y sus consecuencias políticas. A dicha cultura la denomina
“pragmatismo resignado”. Éste es un concepto que emplea para explicar
nuestra visión de la historia y de nuestro papel en la historia.

El “pragmatismo resignado” es un pensamiento, una cultura,


que nos empuja a adaptarnos a la realidad y a aceptarla tal cual es. El
pensamiento pragmático resignado no tiene voluntad transformadora.
Con ese pensamiento no somos capaces de escandalizarnos ante la
realidad que vivimos para transformarla… Con ese pensamiento nos
hemos habituado a los brutales niveles de pobreza que sufren nuestros
conciudadanos. Y a la impunidad y a la corrupción de nuestros
gobernantes (Baltodano, 2004: 13).

El sistema jurídico occidental de América Latina, heredero del sistema


continental europeo, se constituye de elementos míticos y arquetípicos que
hunde sus raíces en la fusión de la cosmovisión judía -propia de los pueblos
semitas- y la cosmovisión cristiana -imbuida por las creencias de los conversos
filósofos griegos- que rápidamente se apropiaron del mensaje liberador de
Jesús sin haber comprendido realmente la fuerza y la verdad de su contenido.
No tardaron los juristas griegos y romanos en explicar y fundamentar desde el

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horizonte de comprensión del cristianismo sus teorías y prácticas políticas y
jurídicas que darán lugar a las sofisticadas e imbricadas construcciones
iusfilosóficas recibidas como heredad.

Emancipación de la razón jurídica

Así como la Biblia fue escrita en su totalidad por varones, las doctrinas
de las iglesias cristianas también han sido pensadas y elaboradas siempre por
varones. En la historia del derecho y de la filosofía del derecho se han
promovido siempre ideas masculinas y machistas en todo lo referido a la
sexualidad, la maternidad y la natalidad. Este es un dato que nos permite
“sospechar” de los criterios iusfilosóficos que juzgan el aborto como un
crimen, que culpan y condenan a las mujeres que interrumpen embarazos no
deseados o riesgosos para su vida o su salud. La pregunta es ¿Hasta qué punto
las creencias míticas del dios del Antiguo Testamento o del gnosticismo se
filtraron en las leyes y normas jurídicas occidentales que perviven en la
actualidad?

Lo que une a iusnaturalistas y a iuspositivistas -en sus diversas


versiones- es el padecimiento de la “razón indolente”; ésta es una categoría
analítica introducida por el pensador portugués Boaventura de Souza Santos,
que la deriva del filósofo Leibniz (+1716). Indolente es la razón que no capta
los desafíos relevantes del presente y desperdicia las buenas experiencias del
pasado (Santos, 2003: 110).

La indolencia de la razón iusfilosófica, siguiendo a Santos, se da bajo


cuatro formas diferentes: la razón impotente, aquella que no se ejerce porque
piensa que nada puede hacer contra una necesidad concebida como exterior a

7
ella misma; la razón arrogante, que se imagina incondicionalmente libre y por
consiguiente, libre de demostrar su propia libertad; la razón metonímica, que
se reivindica como la única forma de racionalidad y, por ende, no se dedica a
descubrir otros tipos de racionalidad o, si lo hace, es sólo para convertirlas en
materia prima; y, la razón proléptica, que no tiende a pensar en el futuro
porque juzga que lo sabe todo de él y lo concibe como una superación lineal,
automática e infinita del presente (Santos, 2005: 153).

En nuestras sociedades latinoamericanas hay presencias de


construcciones míticas que sustentan lo bueno, lo verdadero, lo bello; existen
ceremonias laicas imbuidas de ritos mágicos en las que se trasluce el mito de
una razón providencial y de una religión del progreso y el consumo. La tarea
ante estos fenómenos es obrar racionalmente, y comenzamos a ser racionales
cuando reconocemos la racionalización4 incluida en nuestra racionalidad, y
cuando examinamos críticamente nuestros propios mitos, entre ellos el de la
razón todopoderosa guiada por Dios y el de la justicia garantizada por el
aparato estatal. Por lo tanto, cabe aceptar la verdad de los enunciados de
Alberto Binder que “Poder, conflicto y violencia son las tres realidades
prejurídicas, los conflictos forman parte de la trama misma de la vida social, de
la sociedad como un proceso y no como entidad o cosa; la violencia no sólo
existe, sino que cada cultura y época la moldea y reproduce en una
metamorfosis exuberante (…)” (Binder, 2004).

El filósofo judío Emmanuel Lévinas (1906-1995) se pregunta si es


posible concebir una justicia sin cantidad, es decir, sin esa dimensión
cuantitativa que tienen la reparación y la retribución. Afirma Lévinas: “Si la
diferencia radical entre los hombres (…) no fuera superada por la igualdad
cuantitativa de la economía medible por el dinero, la violencia humana

4
La racionalización se cree racional porque constituye un sistema lógico perfecto basado en la
deducción o la inducción; pero ella se funda sobre las bases mutiladas o falsas y, se niega a la
discusión de argumentos y a la verificación empírica. Cfr. Morin, 1999, p. 7.

8
solamente podría repararse mediante la venganza o el perdón” (Levinas, 1991:
48).

La comunidad de la venganza instituida tiene apoyo económico,


político, mediático, militar y policial, la comunidad del perdón sólo se
barrunta entre los que abogamos por tener menos cárceles y esencialmente
reducir el sistema, algunos reformar las prisiones, y otros no quieren más
cárceles; en tanto que en ellas se consuman los sacrificios expiatorios que
empiezan por devorar el tiempo de los condenados (Mathiesen , 2005).

Los hombres vivimos en un mundo de violencia y de muerte, marcados


por la angustia de la libertad, se despiertan entre unos y otros sentimientos de
confianza y amor, pero, también de agresividad y autodefensa. Los hombres
nacemos víctimas de una humanidad agresiva que nos precede, sólo con la
incorporación en una comunidad, que asuma todos estos impulsos, es posible
una auténtica renovación de la herencia de Caín.

Conclusión

La aproximación interpretativa al mito de Caín y Abel encierra verdades


más profundas de las que se pudo esbozar. No obstante, es menester acordar
que en el surgimiento de la ciudad la fraternidad es connatural, al igual que la
rivalidad, la envidia y la muerte física o simbólica de uno de los fratres y la
consiguiente institución de la venganza, que metamorfoseada a lo largo de la
historia de la lucha por el derecho, llega como herencia de Caín investida de
justicia-institución.

Por lo expuesto se infiere que delito y pecado deben separarse. Libertad,


justicia y responsabilidad son asuntos humanos; el daño del delito debe
medirse por el daño a la sociedad y no por razones religiosas o teológicas
externas. En consecuencia, la promoción de una razón insatisfecha que
desconfía de respuestas preestablecidas, y la búsqueda de auténticas razones y

9
no falaces persuasiones, es el mejor antídoto contra el “síndrome de Abel”,
entendido éste como la disposición personal para el sacrificio de la razón.

Cuestionar el sentido providencialista de la historia, del mundo, de la


vida, del tiempo y de la justicia principalmente, convertirá a los pobres y
empobrecidos de América Latina en sujetos responsables de cada uno de sus
días, de su historia personal y colectiva. La sumisión a la voluntad de Dios que
surge de ideas como el providencialismo tiene mucho que ver con la
aceptación acrítica de las decisiones de los poderes institucionales, en especial
de la justicia-idea y de la justicia-institución que hacen poco y nada por
fortalecer la Democracia, la República y el Estado de Derecho; con la
complicidad silenciosa de los claustros académicos -bastiones contra la
arbitrariedad y la discrecionalidad- en tanto que son co-operadores de las
distintas profesiones jurídicas.

Desmitologizando el relato mítico del fraticidio, queda el significado que


la confabulación del mal encarnado en el diablo no existe, ya no funciona; la
sacralización de la venganza de sangre travestida en justicia-institución se
desploma, porque Dios escucha el grito de las víctimas y hace perecer al
perseguidor entregándolo a su autodestrucción. Esta reinterpretación nos
muestra que la violencia y los conflictos entre hermanos entrañan una
estructura de poder que infecta a todos los varones y mujeres y aspira al
irrenunciable reclamo de Justicia.

En conclusión, sin concluir, el “miedo a la libertad” es más real que el


temor coactivo de la justicia-idea y que las justicia-institución juntas. Si se
supera ese miedo, estaremos en condiciones de pensar y crear, crear y pensar
-desde un enfoque transdisciplinar- una “nueva ciencia del derecho” donde el
más fuerte seque las lágrimas de los ojos del más débil; donde no haya muertes
injustas, ni lamentos que no sean calmados, ni hambrientos que no sean
satisfechos, ni enfermos que no sean curados, ni presos que no sean redimidos,

10
ni llantos que no sean compartidos, ni penas que no sean consoladas, porque la
inhumanidad disfrazada con ropajes de humanidad habrá sido puesta en
evidencia ante el resplandor de la humanidad de la humanidad que clarea en los
cuatro puntos cardinales por el obrar comprometido de varones y mujeres que
creen que otro mundo es posible.-

Bibliografía

Binder, A. M. (2004), Introducción al derecho penal, Ad Hoc, Buenos Aires.


Durkheim, E. (1982), La división del trabajo social, Akal, Madrid.
Hegel, G.W.F. (1968), La ciencia de la lógica, Solar/Hachette, Buenos Aires.
Lévinas, E. (1991), Entre Nosotros. Ensayos para Pensar al Otro, Grasset,
París.
Marina, J.A, et Válgoma (2000), M. de la, La lucha por la dignidad,
Anagrama, Barcelona.
Mathiesen, T. (2005), “Diez razones para no construir más cárceles”, Revista
Nueva Doctrina Penal, Nº1, , Buenos Aires
Morin, E. (1999), Siete saberes para pensar la educación del futuro,
UNESCO.
Pérez Baltodano, A. (2004), Entre el Estado conquistador y el Estado Nación:
Providencialismo, pensamiento político y estructuras de poder en el desarrollo
histórico de Nicaragua, IHNCA, Managua.
Safranski, R. (2000), El mal o el drama de la libertad, Tustquest, Barcelona.

Santos, B. de Sousa (2003), Crítica de la razón indolente. Contra el


desperdicio de la experiencia, Vol. I, Desclée de Brouwer, Bilbao.
Santos, B. de Sousa (2005), El milenio huérfano. Ensayos para una nueva
cultura política, Trotta, Madrid.

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