Anda di halaman 1dari 1

Angelica Gonzalez

Span 301
10/2/18

Nota: A

La siesta del martes

Tan solo tenía siete años, aún recuerdo ese martes por el medio día. Esas miradas
curiosas de la gente que nos veían pasar, quemaban más mi cuerpo que el propio calor. Yo no
comprendía nada, solo sabía que iríamos a visitar a mi hermano que se había ido al cielo porque
dios lo había mandado traer. Mi mamá me contó que en el cielo dios necesita un ángel que
supiera boxear, y como mi hermano era muy bueno, a él le dio el honor. Pero, entonces ¿por qué
la gente nos vigilaba, y seguían nuestras huellas hasta el panteón? Creo que dios no les dijo nada
a ellos. El calor abrasante seguía cubriendo las fachadas de las casitas. La mujer y la niña
doblaban la última esquina hacia el cementerio. Allí estaba una pequeña puerta de metal, tan
frágil que un simple viento podría arrastrarla. La señora introdujo la llave en la cerradura, pero
era tan vieja que el óxido se impregnó en ella. - No toques nada- mi madre me hace la
advertencia, tampoco mires hacia atrás solo mantente a mi lado. Yo seguí sus pasos hacia un
pequeño rincón en lo más profundo del campo santo. Siempre me habían dicho que estar en un
panteón era terrorífico, pero a mí me pareció algo lindo. Esos enormes mausoleos más grandes
que mi propia casa ocupaban la parte central del cementerio, y allí en lo más olvidado de este,
apenas y una cruz de madera resaltaba que ahí descansaba un alma. Yo seguía perdida entre mis
pensamientos hasta que una voz resonó en mi cabeza.- allí es, dice mi madre, yo alce la mirada y
no vi nada más que arbustos secos, -¿donde? pregunté, pero mi madre no respondió y siguió
adelante. -Trae las flores- me dijo. Di dos pasos al frente, y allí apenas un montículo de tierra
sobresalía del suelo. -Aquí es-. Mi madre dijo sin verme a la cara. Ella se arrodilló frente al
entierro, y con dos ramas que recogió del suelo formó una cruz y me dijo, -el pecado más grande
del humano es juzgar sin conocer. A nosotros los olvidados de la nación ni siquiera una cruz de
madera nos dan a merecer. De sus ojos vi salir una lágrima que rápidamente limpió con su mano.
Yo era tan pequeña que no comprendí el por qué mi madre actuó como lo hizo. Hoy a mis 93
años recuerdo ese día como si fuera sido ayer. La mirada curiosa de aquellos pueblerinos que nos
vieron partir en el tren de las cuatro, hoy me saben a hiel. Jamás volví a Macondo por pedido de
madre, y hasta hoy comprendí el por qué.

Anda mungkin juga menyukai