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CIA Perú, 1985

Una novela de espías

Alejandro Neyra
ACTA

Siendo las 18 horas del día 13 de julio de 2012, en Lima – Perú, se reunió el Jurado del IV Premio de
Novela Breve Cámara Peruana del Libro 2012, compuesto por Óscar Colchado, Giovanna Pollarolo y
Juan Ortíz Benites.

Luego de unexhaustivo debate, y como primera depuración, quedaron como finalistas los siguientes
trabajos: CÍA Perú 1985. Una novela de espías de “Malko Linge”, Bolívar en Paita de “Telurio”, Los
viejos salvajes de “Bioxican” y El Semental de “Eclesiastés”.

Finalmente, se volvió a debatir y se decidió por unanimidad proclamar ganador al trabajo del
seudónimo “Malko Linge.”

Por lo tanto, la novela ganadora,CIA Perú. Una novela de espías de Alejandro Neyra, se hace
acreedora a los diez mil nuevos soles de premio otorgado por la Cámara Peruana del Libro, y la
correspondiente publicación de la obra. La premiación se realizará en la 17 Feria Internacional del
Libro de Lima y la novela a publicarse será presentada en la 33 Feria del Libro Ricardo Palma de
Miraflores.

El jurado considera que el trabajo ganador es merecedor del premio puesto que a través de un excelente
uso de elementos ficcionales da testimonio de la realidad peruana de la década de los Ochentas, periodo
marcado por la violencia política y social, imprimiéndole ciertos matices de humor e ironía. Asimismo,
goza de una mirada original en un género muy recurrido, como es la novela de espías, aportando un
toque particular y novedoso sin alejarse del lenguaje sencillo y bien logrado.

En vista de lo expuesto, el Jurado ha dispuesto elevar la presente acta firmada al consejo directivo de la
Cámara Peruana del Libro, representado por su presidente Jaime Carbajal Pérez, para los efectos de su
difusión según lo establecido en los objetivos de este concurso.

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"I know my Latinos. They understand only two things:
a buck in the pocket and a kick in the ass."
(Thomas Mann, Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Inter-Americanos)

“El diplomático es un gigoló del Estado”


(LFA, Sofocleto)

“Examinando ahora nuestra conducta frente a la insospechada magnitud de la tragedia


nacional, y a la luz del principio ético de la responsabilidad ante el pasado y ante el futuro que
acabamos de explicar, nos preguntamos, cada una y cada uno en lo que le corresponde, si
hicimos realmente todo lo que podíamos o debíamos para denunciar y combatir la violencia
que lesionaba tan destructivamente a miles de seres humanos, así como para lograr que los
culpables de crímenes fuesen debidamente castigados.”
(Convocatoria a la sesión de balance y perspectiva, Salomón Lerner Febres, CVR)

3
CIA Perú, 1985
Una novela de espías

Capítulo Página

Índice 3

I. SAS: Caza al hombre en el Perú 4

II. Su Alteza Serenísima 9

III. Langley, VA, diciembre de 1984 14

IV. Un buen polaco 22

V. El tiempo de los espías 28

VI. Lima, febrero de 1985 32

VII. Preparando las elecciones 37

VIII. Ventanilla al infierno 46

IX. Tiempos de Cambio 53

X. Justo por Pecadores 59

XI. Las mujeres y los espías 66

XII. La mujer del Presidente 76

XIII. El Sendero Luminoso de Su Alteza Serenísima 87

XIV. Todo tiene su final 97

4
I

SAS: Caza al hombre en el Perú

No hay mejor forma de camuflar la verdad que haciéndola ficción. Eso lo sabe

bien la CIA1. Después de todo, de eso es de lo que se trata la inteligencia, igual que la

diplomacia. Pero siento que ya pasó el tiempo suficiente y es necesario que se

conozca la verdad verdadera, si se me permite. Yo ya no tengo nada que perder – me

acaban de cesar en el Servicio Diplomático - así que voy a contar exactamente lo que

pasó con Malko Linge, Su Alteza Serenísima, el agente encubierto que vino al Perú en

1985 con la misión de proteger al Papa, salvar al país y cercar a Abimael Guzmán.

Intentaré contarlo tal y como lo hubiera hecho Gerard de Villiers, el mejor ficcionador

de la CIA.

Gerard de Villiers es hoy un anciano que apenas puede valerse por sí mismo,

pero en 1985 estaba en la plenitud de su carrera. Escribía cuatro o cinco novelas al

año, cada una de las cuales vendía alrededor de doscientos mil ejemplares solo en

Francia. Además de escritor a tiempo completo, vivía como un jetsetter gracias a las

regalías de su serie SAS (Su Alteza Serenísima) el título que le dio a la saga en el que

el personaje principal era Malko Linge, joven y apuesto príncipe austriaco con un

castillo en Leizen, cerca de la frontera con Hungría, cuyo pasatiempo era deshacer los

entuertos de sus ineptos amigos norteamericanos de la CIA cada vez que estos la

regaban – que no eran pocas veces, como evidencia la extensión de la serie SAS y la

propia historia de la política exterior norteamericana.

1
Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América, creada en 1947 para llevar a cabo
acciones encubiertas en todo el mundo.

5
¿Pero cómo puede hacer alguien para escribir cuatro bestsellers al año? La

receta es sencilla, sobre todo si uno tiene ayuda de la CIA. Primero hay que elegir

lugares exóticos, en los que exploten guerras civiles, revoluciones e intrigas de poder

– o todas las anteriores. Eso no es muy complicado y probablemente lo era aun menos

en los años ochenta, en plena Guerra Fría. Luego era cuestión de leer los dossiers con

los nombres de los líderes de las facciones revolucionarias y las autoridades más

importantes; las ciudades y los lugares más peligrosos; las frases más frecuentes en el

idioma; y condimentarlo todo con algunas de las tradiciones más extrañas de aquellos

países lejanos. Todo aquello era ciertamente mucho menos fácil en aquellos años

antediluvianos previos a la aparición de Internet, pero la CIA y sus informantes – y

quizás los Atlas, Enciclopedias y Almanaques Mundiales – facilitaban la tarea. La

parte de escribir la novela no es tan complicada.

Que no se me malinterprete. De ninguna manera quiero disminuir la profesión.

Cualquiera que escribe sabe que hay un gran sacrificio detrás de una página impresa.

Y no quiero restarle méritos a de Villiers, pero él mismo me dijo alguna vez que luego

del éxito de sus primeras novelas, la editorial PLON – su casa matriz francesa, hoy en

manos de la española Planeta - le asignó cinco ayudantes para que lo ayudaran con

sus escritos, lo que le permitía dejar las múltiples correcciones y detalles a su legión

de escribas. Y cualquiera que haya leído alguno de los libros de SAS sabrá que hay

una fórmula permanente y nada secreta: 1/5 de introducción del ambiente en algún

país corrupto del tercer mundo, los personajes y la trama principal (que no es otra que

la eterna y siempre eficiente lucha entre el bien y el mal); 1/5 de sexo puro y duro con

mujeres autóctonas y exóticas pero siempre dispuestas a los embates más lúbricos,

directos y profundos, casi siempre carentes de afecto (el sexo en el mundo

6
incivilizado de los buenos salvajes es aun instintivo y animal, claro); 3/5 de torturas,

asesinatos, atentados, bombas, guerra de guerrillas, acciones de inteligencia y contra-

inteligencia (sangre). De modo que no es la receta secreta sino la forma en que se

escribe, sin pausa, encadenando detalles y acciones que a veces se perciben como

obra de manos y mentes distintas pero que el lector voraz – lector de tren o aeropuerto

europeo notablemente - no notará en su afán por llegar pronto al final o por lo menos

a alguna de las escenas preparadas especialmente para la sicalipsis.

Es cierto que no puedo dar fe que las casi ciento ochenta novelas de la saga

haya seguido el mismo proceso. El mismo de Villiers me comentó que después del fin

de la Guerra Fría hubo un notable descenso en las ventas y le costó un poco recuperar

el tren de escritura y entender lo que entonces le gustaba a la gente. Desde entonces

varió un poco su proceso y quien, como yo, haya leído alguna de sus novelas del siglo

XXI, se decepcionará un poco por las tramas llanas y la calidad de las ediciones -

llenas de erratas y repeticiones; pero en todo caso eso está más allá de discusión. De

Villiers, el periodista que en 1965 solo quería escribir una novela en homenaje al

recién desaparecido Ian Fleming, creó un James Bond menos famoso sin duda, pero

no menos interesante; mucho menos para aquellos que sabemos que a diferencia de

Bond, Malko Linge existió verdaderamente.

Chasse a l’homme au Pérou es el número 79 de la serie SAS.

Cronológicamente es uno de los cuatro libros publicados en 1985, junto con La viuda

del ayatollah, El caso Kirsanov y La muerte de Gandhi, que fue uno de los libros más

publicitados y vendidos de la saga porque en él de Villiers “predijo” el asesinato de

Indira Gandhi – un plan conocido y cocinado por la CIA, evidentemente, y que

7
figuraba en el dossier recibido de manera oportuna por el amigo Gerard. En todo caso,

eso no es lo importante para esta historia.

Caza al hombre en el Perú empieza con una imagen real, que yo mismo vi

desde la oficina en la que empecé a trabajar en 1984, el año que ingresé como Tercer

Secretario de Cancillería - un practicante para todos los efectos – al Ministerio de

Relaciones Exteriores. Por supuesto la hoz y el martillo en llamas no ocupaba toda la

falda del cerro San Cristóbal como exagera de Villiers, pero es cierto que fue visible

para todos lo que trabajábamos en ese lado del centro histórico de Lima. Dudo

además que aquella señal flamígera de Sendero Luminoso se haya podido ver desde la

residencia del Embajador de los Estados Unidos en la avenida Arequipa, que es donde

supuestamente está Tom Burns, uno de los ficticios agentes de inteligencia de la

novela. Pero la imagen es poderosa. Y efectiva.

Aun hoy, casi treinta años después, cuando he vuelto a releer por enésima vez

el libro, me pregunto si fue cierto que dos agentes encubiertos de la CIA aparecieron

asesinados aquel mismo día. Nada he encontrado en los periódicos de esa fecha, pero

eso es normal; solo en el Diario de Marka y en una pequeña noticia escondida en La

República apareció algo de aquella imagen terrorista en plena capital. Para muchos de

nosotros, ingenuos como el propio presidente Belaunde, los terroristas aun eran sobre

todo abigeos y estaban demasiado lejos como para tener que preocuparse por ellos.

Aquella sería seguramente la fugaz propaganda de algún grupo de izquierda o de

alguno de los tantos simpatizantes comunistas que llenaban las universidades de San

Marcos o La Cantuta.

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El hecho es que en el inicio de Caza al hombre en el Perú, de Villiers pone

todo en bandeja como para que aparezca el héroe: Su Alteza Serenísima, aquel

playboy rubio y atlético a quien todos los hombres respetan y por quien todas las

mujeres suspiran y mueren – muchas veces literalmente.

La Embajada norteamericana y la CIA incapaces de hacer algo, dos agentes

encubiertos asesinados, los terroristas que están a un paso de la capital, un presidente

pusilánime a punto de dejar el Gobierno y abrirle paso a uno de dos candidatos

extremistas a su manera (Alan García y Alfonso Barrantes), una policía corrupta e

invisible y un ejército aun preocupado por volver al poder. Todo un país podrido.

¿Y ahora quién podrá defendernos?

Su nombre es Linge, Malko Linge.

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II

Su Alteza Serenísima

Malko Linge2 - el verdadero Malko Linge – llegó al aeropuerto Jorge Chávez

el martes 1 de enero de 1985. Rubio y de un metro ochenta aproximadamente, parecía

un poco más bajo por su forma de caminar – apenas encorvado y arrastrando

ligeramente los pies - que después entendí era parte del personaje que le había tocado

esta vez representar. Así lo vi llegar, con un traje muy elegante y unos lentes gruesos

que lo hacían parecer un verdadero investigador. Pero no un investigador privado,

claro que no. El Malko Linge que yo fui a recoger en mi viejo escarabajo celeste

(serie 1971) era un antropólogo interesado en visitar Ayacucho y explorar las

condiciones en que se había gestado ese exótico movimiento maoísta en el Perú.

Evidentemente yo no sabía entonces que era un agente de la CIA. Presumo además

que nadie – ni siquiera los reales agentes de la CIA en la Embajada de Estados Unidos

- sabía quién era en realidad. De otra manera no se explica que me hubieran mandado

a mí, la última rueda de la carroza de Torre Tagle, a recoger a aquel hombre de

ciencia (social).

Todo lo que yo sabía era que aquel 1 de enero comenzaba, ahora ya

formalmente, mi carrera como diplomático en la Cancillería y había sido llamado a

prestar funciones en la Dirección de Asuntos Culturales. Es claro que el 1 de enero es

feriado y nadie espera ir al aeropuerto, pero cuarenta y ocho horas antes había

recibido la llamada de un colega - y jefe, pues entrando como Tercer Secretario todo

el escalafón del servicio diplomático tenía en la práctica mayor jerarquía que yo.

2
Seguiré hablando de Malko Linge en homenaje al personaje de SAS, aunque claro, el nombre real no
es ese, ni tampoco el de Karl-Heinz Prochaszka, con el que llegó el investigador a Lima.

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Había un antropólogo austriaco que llegaba a las 00:40 del primer día de 1985 en el

vuelo de Lufthansa. Nuestra Embajada en Viena había informado de eso hacía un par

de semanas pero a mi colega se le había traspapelado la información que llegó por

valija diplomática y solo se percató de eso cuando llegó un cable urgente en el que, no

obstante solo requería el vago “préstese facilidades considérese conveniente,”

consideraba que era mejor asegurarse que alguien pudiera recibirlo y asistirlo en caso

de necesidad. Ese alguien que debía inmolarse y perder cualquier remota posibilidad

de recibir el año nuevo en una fiesta de toque a toque como cualquier mortal, era yo.

Maravillosa forma de comenzar el año y mi propia carrera diplomática.

El doctor Malko Linge a quien fui a recoger era un antropólogo con estudios

de Sociología en la universidad de Linz y un PhD doble en Historia y Antropología en

la universidad de Viena. Sus estudios más recientes comprendían análisis

comparativos entre movimientos subversivos y revolucionarios en el Tercer Mundo,

en especial aquellos con algún sesgo leninista-maoísta. Angola y Camboya habían

sido dos lugares en los que el doctor Linge había vivido en los últimos diez años

haciendo trabajo de campo y viviendo incluso con gente del Frente de Liberación

Angoleño y con los Khmer Rouge en exilio, en las selvas de Tailandia. El CV que

había llegado en la valija diplomática era impresionante, sobre todo para alguien que

apenas bordeaba los cuarenta.

Así fue como llegué al aeropuerto, luego de las explicaciones a mi orgullosa

familia - que pensaba que ese tipo de encargos eran muestra de mi valía como nuevo

funcionario en una carrera que seguramente me haría en poco tiempo Embajador y/o

Canciller de la República - y a la chica que me gustaba, a la que tuve que des-invitar

de la fiesta en la cual pretendía pedirle que sea mi enamorada, con una declaración

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formal como se estilaba en aquella época de costumbres cuasi cortesanas. Eran años

de austeridad así que a lo más que podía aspirar era a que quizás mi jefe, quien

seguramente a esa hora ya estaría borracho en alguna parte de la capital haciendo la

cuenta regresiva para el año nuevo, atragantándose de uvas y corriendo con sus

maletas como todos los que querían largarse del país, me firmara un vale de gasolina.

Allí estaba en la sección de salidas internacionales, con mi terno nuevo y mis zapatos

relucientes, y un papel de cuaderno popular en el que estaba escrito con tinta azul el

nombre del insigne investigador austriaco - a quien reconocí por la cara de sorpresa

que puso al verme, sospechando quizás que había algo poco transparente en ese

humilde e inesperado recibimiento protocolar.

Debo decir que Malko Linge era un hombre extremadamente simpático.

Supongo que sus años de experiencia le hicieron ver pronto que yo no representaba

ningún peligro y era solo un diligente joven preocupado en hacer que la estada de

aquel ilustre visitante estuviera exenta de cualquier contratiempo. Así que luego de un

instante de duda, accedió a que lo ayudara con su maleta y lo llevara al Hotel Crillón,

que era donde debía alojarse aquella primera y húmeda madrugada limeña.

Yo por entonces lo único que sabía de Austria eran las alineaciones de los

equipos de fútbol que habían ido al mundial de Argentina 78 y España 82 (aquellos

pusilánimes que se habían dejado ganar en un partido vergonzoso para que pueda

clasificar Alemania). Como supuse que eso no sería de interés de un intelectual,

empecé a preguntarle más bien por la investigación que iba a realizar y me puse a su

disposición para lo que pudiera necesitar.

Fue así que Linge me comenzó a dar algunas vagas explicaciones de lo que

había hecho en Camboya, y me dijo lo que pensaba hacer en el Perú: ir a algunas

12
provincias para ver la situación general en la que vivía la población y finalmente

visitar Ayacucho, donde esperaba hacer algunos contactos que le permitieran llegar a

Sendero Luminoso para estudiar el movimiento desde dentro, de ser posible

conversando con el propio Abimael Guzmán y otros líderes de la cúpula senderista.

Cuando le dije que eso sonaba muy difícil y que tuviera mucho cuidado solo atinó a

decirme: “Yo amo el peligro.” Aquella frase de Cool McCool, dicha con un acento

español muy similar al de Juan Pablo II, me arrancó una sonrisa que curiosamente

Linge debió interpretar como complicidad y que creo hizo me ganara

instantáneamente su confianza.

No fue más de media hora lo que tardamos en llegar al hotel, en medio de

calles desiertas y algo del barullo que llegaba de todas las celebraciones y que

seguramente se mezclaba con el ruido de bombas senderistas – que ya estaban

explotando desde hacía un tiempo en las afueras de la capital sin que el Gobierno

pareciera escucharlas. En el camino recuerdo que le dije también que esperaba que

aquel año fuera mejor. 1984 había comenzado con un apagón y había sido de lejos el

peor en muchos años. A la crisis económica se le había sumado la masacre del Sexto

y la escalada imparable de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario

Túpac Amaru. 1985 tenía que ser mejor. Proféticamente Malko Linge me dijo que

ojalá, porque siempre, siempre, se puede estar peor.

Por suerte en todo el camino no nos pararon (de todos modos en el Ministerio

al menos habían tenido la gentileza de darme un salvoconducto para aquella noche) y

cuando llegamos al Crillón, Linge me invitó a que fuera con él a tomar algo al bar –

después de todo había que celebrar el año nuevo - y luego a la fiesta que había en el

Sky Room, que sabía era una de las más exclusivas de la ciudad.

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Pese a mi renuencia inicial – pensaba que todavía era capaz de llegar a la fiesta

en la que mi futura enamorada debía estar esperándome y seguramente me recibiría

con un beso cariñoso en plena pista de baile – accedí. Y debo confesar que la pasé

muy bien, sobre todo después de la segunda botella de champagne - que Linge bebía

como si fuera agua. Si hay algo realmente cierto en toda la saga de Su Alteza

Serenísima es que Linge solo bebía Veuve Clicquot – además de scotch - y que era un

atractivo imán para las mujeres.

Así, aquella misma noche, apenas llegado del aeropuerto, bañado y cambiado,

Linge ligó su primera peruana: una joven guapísima de pelo castaño largo y con una

minifalda que dejaba ver una pernamenta impresionante. Aquella chica, que como

todas las que estaban en la fiesta debía pertenecer a nuestra alta sociedad limeña, se

entregó sin remilgos después de bailar un merengue de “Las chicas del can” con el

recién llegado - que lo bailaba como tango sin que eso pareciera importarle a la joven

y agraciada damisela. Después me enteraría de que eso era también parte del trabajo

de inteligencia.

Mucho más tarde – en realidad mucho más temprano – mientras trataba de

deshacerme de la innoble resaca del espumante francés, me enteraría, esta vez con la

llamada de un amigo, de algo verdaderamente terrible: aquella chica que yo esperaba

que se convirtiera en mi enamorada, también había caído rendida a los pies bailarines

de otro compañero de universidad, luego de una noche de copas, una noche loca,

cortesía de María Conchita Alonso. Pero esa ya es otra historia.

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III

Langley, VA, diciembre de 1984

El local de la CIA es un enorme complejo de edificios ubicado en Langley,

Virginia, a unos cuarenta minutos de la Casa Blanca, en las afueras de Washington

DC y a orillas del Potomac. En 1984, era el centro de operaciones más importantes de

los Estados Unidos de América y el poder que tenía su Director, William “Bill”

Casey, literalmente omnímodo. Las únicas limitaciones que podía tener Casey estaban

determinadas por el presupuesto federal y por las decisiones del Presidente Reagan –

esto en teoría, porque no había forma de que su gran amigo y compañero de negocios

le pudiera negar algo y ya, de facto - mediante un Finding ejecutivo - le había dado

carta blanca para actuar con operaciones encubiertas en todo el mundo. Y con relación

al presupuesto siempre había forma de circunvalar prohibiciones y desviar algunos

fondos, como por ejemplo destinar las ganancias de la venta de misiles a grupos

terroristas en Irán para financiar la compra de fusiles para los contras en Nicaragua, la

operación más osada – y absurda - que nunca hiciera la CIA y que a la larga costaría

la cabeza de varios altos funcionarios como Oliver North, George Mc Farlane y John

Poindexter - y de alguna manera la propia vida a Casey. Pero eso es historia.

Aquel 1984, el poder que tenía la CIA era incontestable. Malko Linge había

sido convocado nada menos que por Clair George, Director de Operaciones (hoy con

un título menos ambiguo de Dirección de Servicios Clandestinos) y número 2 de la

organización. El 7 de diciembre de ese año, Su Alteza Serenísima recibió un briefing

por parte de George, en presencia del mismo Casey y de Langhorne Motley,

Secretario de Estado Adjunto para los Asuntos en el Hemisferio Occidental, ese

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eufemismo con el que los gringos conocen a Latinoamérica. La historia era sencilla

pero la operación muy compleja y únicamente Linge podía realmente ayudarlos; su

experiencia en Camboya lidiando con guerrillas maoístas, su habilidad para penetrar

redes sociales en países del tercer mundo y su conocimiento de español eran

incomparables.

A Linge le molestaba un poco que sacaran a relucir sus talentos lingüísticos y

sus capacidades para infiltrarse y trabajar encubierto. Todo eso lo había aprendido en

casa, con varios instructores privados y en las infinitas historias que su abuelo le

contaba como si fueran cuentos infantiles, de su época como diplomático-espía, una

carrera única en los años de la Primera Guerra Mundial. Para él todo aquello era una

vida normal que no tenía nada de especial ni mucho menos admirable; pero los

gringos eran especialistas en halagar y felicitar por cualquier cosa, incluso si alguien

no hacía nada - great job era una frase que detestaba por hipócrita y vacía.

Y además de todo, había también algo que lo hacía desconfiar profundamente

de Casey, ese hombre que sería capaz de vender a su madre para cerrar un buen

negocio o para derrotar a los comunistas - lo que al final era un poco de lo mismo si

uno se dedicaba a comprar y vender armas a diestra y siniestra. Pero la posibilidad de

ir al Perú, ese país lejano y exótico del que tanto había leído y del que se había

quedado fascinado viendo “El secreto de los Incas,”3 y conocer a ese misterioso

intelectual convertido en terrorista - Abimael Guzmán – lo habían convencido.

Después de todo era cierto que Malko Linge amaba el peligro.

En aquella sala de reuniones de Clair George, en uno de los sótanos del

complejo II de Langley, le habían explicado a grandes rasgos lo que tendría que hacer.

3
Una película de 1954 con Charlton Heston e Ima Súmac, filmada en Cusco y Machu Picchu.

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1985 era un año extremadamente complejo para el Perú. En febrero llegaría el Papa

Juan Pablo II a Lima y el Servicio Secreto Vaticano no confiaba en absoluto en las

fuerzas armadas ni en la inteligencia peruana, de modo que había solicitado apoyo a la

CIA para que nada fuera a salirse de sus carriles. Después del intento de asesinato al

Papa Wojtyla en 1981 no querían cometer más errores; de alguna manera habían

aprendido ya a confiar en los protestantes y ateos de la CIA, que por una módica suma

de representación depositada en una cuenta de Ginebra, podían ayudar siempre

aportando inteligencia a través de hombres como Linge. Para colmo de males el Papa

no quería quedarse solamente en la capital sino ir a varias provincias, incluida la

Ayacucho, la ciudad que Sendero Luminoso prácticamente controlaba. En esto la

labor de Linge sería más la de un asesor de inteligencia, pero requerían sobre todo que

se asegurase que el plan que habían diseñado los agentes de la CIA en coordinación

con las fuerzas de seguridad peruana en Lima, funcionara como un reloj. Cualquier

falla podía costar la vida del Papa viajero y una turbamulta mundial.

La segunda tarea era un poco más complicada y tenía que ver con la caótica

situación política en que estaba aquel país semi-bananero, minero y coquero.

Belaunde era un Presidente inepto que no tenía idea de lo que ocurría en la propia

Casa Militar en Palacio de Gobierno y mucho menos de las luchas de poder al interior

de las Fuerzas Armadas. La Marina era la fuerza más leal, pero sus líderes estaban

molestos porque habían sido enviados como carne de cañón a Ayacucho mientras el

Ejército se ocupaba de la seguridad en el resto del país - lo que los marinos percibían

más bien como el deseo de asegurar el control en el territorio y eventualmente

prepararse para retomar el poder. Las elecciones generales estaban previstas para

abril, de modo que esos primeros meses de 1985 serían cruciales para mantener la

estabilidad y ver si esos salvajes peruanos eran capaces de mantener al menos diez

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años de democracia. Ninguna de las candidaturas gustaba mucho a los Estados Unidos

pero al menos había algo claro: se necesitaba impedir que la Izquierda Unida ganara

aquellas elecciones. We don´t want another Chile, dijo explícitamente Casey, con su

mítico farfullar - que Clair George se había acostumbrado ya a traducir de inmediato.

El joven candidato del APRA, Alan García Pérez, era el mal menor, aunque su

juventud y su discurso anti-imperialista tampoco agradaban extremadamente al

gobierno republicano de Reagan. Pero igual era mejor que Barrantes, el Alcalde de

Lima, y que cualquier comunismo; eventualmente a García se le podría llevar al lado

correcto del redil de gobiernos amigos de Washington. Era una lástima pero el tal

Bedoya y cualquier otro representante de la derecha estaban condenados al fracaso.

Linge en este caso también sería una suerte de asesor del oficial político principal de

la Embajada y de ninguna manera reportaría a David Jordan, el Embajador que tenían

allí y que había probado ser poco menos que un autista demasiado aficionado al pisco

sour y a las peruanas y que pensaba - igual que Belaunde - que Sendero Luminoso era

un grupo pequeño de ladrones y fanáticos que podía ser derrotado en cualquier

momento. La verdad era otra. Y esa era el reto y la dificultad mayor de la tercera y

última parte del trabajo de Linge.

Sendero Luminoso controlaba ya una parte del país. Abimael Guzmán, un

oscuro académico arequipeño que enseñó en la Universidad San Cristóbal de

Huamanga y que se denominaba a sí mismo “Camarada” o “Presidente” Gonzalo,

había probado ser mucho más hábil de lo que pensaban los primeros agentes de la

CIA que informaron en 1980 de las acciones de un grupúsculo comunista que

atacaron algunas pocas mesas de sufragio al interior del país. Desde entonces la suma

de los atentados de Sendero Luminoso excedía ya la cifra de los mil y los muertos no

menos de cinco mil. Lo peor es que la Policía no estaba preparada, la inteligencia era

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casi nula, y las fuerzas especiales que enviaron desde Lima fueron prácticamente

masacradas. Lo mismo ocurría con los hombres de la Marina, normalmente tropas de

élite que quizás podrían lograr algo en una guerra convencional pero que en una

guerra de guerrillas a la Vietnam, en un territorio agreste, estaban totalmente

perdidos. Lo peor en ese caso es que aquellos habían caído en el juego de los

terroristas y encontrándose perdidos en las alturas de la sierra, muchos habían

decidido aniquilar a cualquier sospechoso – que era cualquiera, porque ningún

marino limeño llegaba a entender quechua y todo lo que escuchaban les parecía

sospechoso. La CIA había identificado que el Capitán Artaza, un oficial de la marina

que se había preparado en la Academia de Defensa de los Estados Unidos de West

Point en los 60 y al que apodaban “Camión” había comenzado a aplicar la táctica de

tierra arrasada en Huanta y La Mar, dos provincias que resultaban su propio bastión;

si llegaba a hacerse más fuerte y controlar o vencer a los terroristas su figura – más

allá de que fuera un criminal – podía hacerse popular… y un militar popular es lo peor

que puede existir en un país latinoamericano.

La tercera tarea de Linge era, pues, verdadera y casi literalmente quirúrgica.

Por un lado infiltrarse en las filas de Sendero era imposible. Le tomaría demasiado

tiempo y la organización diseñada por Guzmán era muy inteligente: funcionaba con

células, de modo que cada grupo de entre diez a doce terroristas tenía un líder que no

conocía más que a las cabezas de otros diez grupos, pero no había una base común.

De ese modo, aunque nadie conocía a más de diez camaradas, se podían coordinar

acciones de manera precisa haciendo composición de células. Comenzar desde abajo

era riesgoso y era un camino largo. Sin embargo, la élite de Sendero funcionaba casi

como cualquier élite. Gonzalo tenía una corte de hombres de confianza dispuestos a

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todo y tenía al menos un par de compañeras conocidas. Gracias a algunas

informaciones recopiladas por la CIA, Abimael Guzmán sufría de alguna enfermedad

crónica desde su época de académico en la Universidad de Huamanga. Para algunos

era insuficiencia renal, pero lo más probable era que fuera más bien psoriasis, una

enfermedad de la piel que requería de tratamiento permanente. Una de las

contradicciones del movimiento senderista era que al aislar Ayacucho para fortalecer

el movimiento, se aislaba también el suministro de bienes hacia ese departamento, lo

que era especialmente grave para el caso de alimentos y medicinas. Sendero

Luminoso tenía ya una organización permanente en la capital del país que era mucho

más vulnerable y visible. Los esfuerzos de la DINCOTE – Dirección contra

Terrorismo – parecían ir por buen camino pero podían tomar mucho tiempo que

resultaba precioso en aquellos meses en los que si Sendero llegaba a actuar durante las

elecciones, se corría el riesgo de que las Fuerzas Armadas decidieran retomar el

control del país y volver al poder.

¿Y eso cuándo ha sido un problema para ustedes? – preguntó sarcásticamente

Linge, dándole su mejor sonrisa a aquellos gringos que como siempre ya estaban

impacientándose por la pose distendida que aquel Principito – como le llamaban en

Langley – mantenía. A Su Alteza Serenísima le encantaba sacar de sus casillas a

Casey & CIA. Después de todo, era evidente que el Gobierno de los Estados Unidos

tenía muchos militares amigos y preferían siempre a un hombre armado pero fiel que

a cualquier comunista demócrata.

Efectivamente – continuó George, tratando de mantener la calma. Al Gobierno de

los Estados Unidos no le interesa en absoluto que el Perú siguiera siendo una

democracia; el experimento de Kissinger y la “Operación Cóndor” con Pinochet en

Chile había funcionado perfectamente después de todo, pero en este caso había un

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riesgo. La mayoría de las Fuerzas Armadas peruanas – especialmente el Ejército -

mantenía aun un sesgo nacionalista que no le convenía a nadie y en lo único que

pensaban era en hacerle una guerra a Chile. Ya hacia fines de los 70 le había sido

difícil a los Estados Unidos controlar a los militares de Perú y Chile, que parecían

felices de volver a tener una nueva Guerra en el Pacífico para conmemorar el

centenario de la anterior. Eso hubiera obligado a Carter a actuar. Ya suficientes

problemas hay en Cuba y con los sandinistas en Nicaragua y el resto de

Centroamérica, como para preocuparse también por una guerra en América del Sur.

Además, un gobierno militar en el Perú hacía correr el riesgo de nuevas

nacionalizaciones y eso no convenía en absoluto a las empresas norteamericanas, que

luego del nombramiento del amigo y compatriota Pedro Pablo Kuczynski como

Ministro de Energía y Minas, habían visto cómo se abrían de par en par las puertas a

las muy rentables inversiones energéticas y a los juegos financieros en el país.

But what can I do in this fucking country? – espetó Linge, cada vez más escéptico

de la posibilidad de alcanzar un resultado positivo en aquella misión que entendía

cada vez menos.

Fue el propio Casey quien dio la respuesta, tratando de articular lo más claro que

podía. Primo, proteger al Papa. Secondo, asegurarse que las elecciones transcurran en

paz y que no ganen los comunistas. Último, saber de qué está enfermo Guzmán y ver

de qué manera se puede llegar a él sin levantar sospechas. Eventualmente contactarlo,

aunque eso es secundario. Y claro, que en todo el camino los militares no jodan.

Mantener el statu quo es lo único que le queda a ese jodido país de mierda. Evitar

cualquier otra cosa puede llevar a un triunfo terrorista o a un triunfo de los militares;

ambas cosas son ahora extremadamente peligrosas.

21
- Cambiar todo para que todo siga igual – dijo Linge después de un rato de

meditación en el que todos guardaron un respetuoso silencio.

- No. Más bien asegurarse de que todo siga igual – dijo finalmente Casey.

Su Alteza Serenísima se dio cuenta de que Casey evidentemente no conocía a

Lampedusa. Eso era lo que más le molestaba de aquella gente de la CIA y de los

norteamericanos. Su cultura se reducía a Star Wars, Patton y a algunos libros anti-

comunistas. Pero no podía culparlos por no dedicarle más tiempo a la cultura. Ellos se

tomaban realmente en serio lo que sucedía en todas partes, y por eso mismo vivían en

un estado permanente de bipolaridad: quieren controlar el mundo interviniendo en

todos los países creyendo que son los “elegidos” y que tienen una misión especial; y

al mismo tiempo confían en que hay un destino superior que no pueden controlar pero

que los ha bendecido para que sean ellos quienes preserven el mundo del mal.

Esquizofrenia pura.

God Bless America.

22
IV

Un buen polaco

Mis primeros días de trabajo en la Cancillería habían sido bastante menos

interesantes y auspiciosos que aquella primera noche del año con Malko Linge. El

Director de Asuntos Culturales estaba de vacaciones, de modo que mi jefe directo era

aquel colega que me había enviado al aeropuerto y que apenas pasaba por la oficina

alrededor del mediodía, revisaba los cables e informes, me dejaba unas cuantas tareas

enteramente administrativas y luego marchaba al bar del Maury o al Club Nacional,

donde cada día iba a tomarse unos pisco sours antes del almuerzo y la larguísima

sobremesa. Solo a partir del 20 de enero tuve realmente un trabajo fijo, quizás un

poco menos digno pero que al menos me hacía sentir más útil. Todos los flamantes

Terceros Secretarios formábamos parte de la Comisión de Preparación de la visita del

Papa Juan Pablo II y teníamos algunas tareas logísticas que deberíamos realizar en

apoyo a la Dirección de Protocolo y Ceremonial del Estado.

A mí, que vivía relativamente cerca del aeropuerto - en San Miguel, aunque

casi siempre trataba de aclarar que cerca al límite con Magdalena, un distrito que al

menos a mí me sonaba más residencial - me habían asignado la tarea de asistir al

Grupo Aéreo N°8. Mi misión era asegurarme de que las maletas y regalos que

vendrían en la bodega del avión Luigi Pirandello de Alitalia fueran debidamente

contadas, registradas y despachadas con su valioso contenido – que suponía iba desde

dorados objetos litúrgicos hasta las níveas, sagradas e infalibles prendas interiores de

Karol Wojtyla – a la sede de la Nunciatura Apostólica, donde el Papa se quedaría a

dormir en esa visita que lo llevaría por todo el país de manera casi ininterrumpida.

23
Así que allí estaba de nuevo yo en el aeropuerto, aunque esta vez en la pista

oficial, donde tenía a mi cargo a seis cabos del Ejército Peruano, casi todos más o

menos de mi edad, quienes me ayudarían a cumplir con la delicada y vital tarea de

despachar maletas papales. Pasadas las seis de la tarde del 1 de febrero de 1985,

cuando Juan Pablo II besaba suelo peruano en ese gesto de humildad que le ganaba el

cariño de sus fieles a donde iba y mientras se incorporaba y extendía la mano para que

el Presidente Belaunde le besara el anillo, estaba yo yendo con personal del

aeropuerto y con mis seis cabitos, a comenzar el operativo ingeniosamente

denominado “Maletas Blancas.”

Solo en ese momento me di cuenta que a unos veinte metros había alguien que

me seguía cuidadosamente con la mirada. Me costó un poco reconocer aquella figura

de terno y lentes oscuros, que parecía más bien salida de una película de James Bond.

Era Malko Linge. Sin dejar de hacer mi trabajo, dando instrucciones para que todas

las maletas fueran depositadas en la furgoneta oficial asignada que seguiría al cofre de

autos - el Papamóvil era evidentemente la joya al interior del cofre, en aquel alarde de

inventiva protocolar -, me fui aproximando poco a poco a aquel hombre que se había

quedado inmóvil en ese lugar estratégico de la pista, desde donde podía ver al Papa, a

las autoridades nacionales y a todos quienes teníamos asignadas tareas en aquella

extensa pista de aterrizaje.

Cuando di la señal de que la operación había terminado, Linge se me acercó y me

extendió la mano.

- ¿Y usted doctor Linge, es un invitado del Papa o parte de la comitiva? –

pregunté sin malicia alguna.

24
- Ninguno – me contestó un poco contrariado Linge. Ven conmigo y te contaré

qué hago aquí. Quizás me puedas ser de ayuda.

- Pero yo tengo que asegurarme que las maletas del Papa…

- Lo sé. No hay de qué preocuparse. Tu furgoneta va camino a la Nunciatura

siguiendo al Papamóvil, ya todo está controlado. Nosotros iremos detrás y

luego tomaremos un desvío para llegar antes que todos ellos. Tengo un auto.

En el camino podremos conversar. ¿Te parece?

- Sí, sí, claro.

Bien visto, lo que me contó entonces Linge no tenía mucho sentido, pero en aquel

momento me pareció convincente. Me dijo que como parte de su trabajo de

investigación, había tomado contacto con el Nuncio Cazzoforte y con el Cardenal

Landázuri, pues esperaba que la Iglesia le permitiera llegar a Ayacucho. De alguna

manera presentía que durante aquella visita del Papa, Abimael Guzmán, podría

aparecer y solicitar la intermediación de la Iglesia Católica para iniciar algún tipo de

diálogo con el Gobierno. La esperanza de Linge era aprovechar aquel posible

acercamiento y contactar a Guzmán o a alguno de los líderes de sus huestes. Como

tenía que estar acreditado, lo habían hecho parte de la comitiva oficial. Todo

perfectamente lógico.

- ¿Y por lo demás cómo lo trata la ciudad? ¿Ha podido avanzar algo de su

investigación? – le pregunté tratando de cambiar de tema y convencerlo de que

le había creído todo, cosa que era por demás cierta. Así de ingenuo era yo

entonces.

25
Supongo que Linge no pensaba que pudiera ser tan crédulo – después de todo yo

era el único que sabía de los detalles de su llegada a Lima. Así que me contó que el

Perú lo trataba bien, que había encontrado un departamento en Miraflores, cerca al

malecón, y había pasado todo enero en reuniones con gente interesante, pero sin poder

realmente avanzar mucho en su trabajo. ¡Parece que en enero todos están de

vacaciones! Y así, sin muchos más prolegómenos me preguntó si quería ir con él a

Arequipa y Ayacucho en dos días más. Él acompañaría a la delegación, de modo que

si yo lo seguía, era incluso mejor para poder asegurarme de que la seguridad asignada

a la Nunciatura se ocupaba adecuadamente de las maletas.

Por supuesto que eso implicaba estar en todo momento cerca de Linge y de alguna

manera apoyar su trabajo. Yo, que de todas maneras tendría que estar en el Grupo No.

8 cada día de la visita papal, acepté de inmediato. Aquella misma noche, frente a la

mirada incrédula de los agentes de la guardia suiza que habían venido acompañando

al Papa desde Roma - y que debían estar felices de cambiar su ridículo uniforme de

arlequín por elegantes trajes oscuros - aquel austriaco que parecía estar por encima de

cualquier otra autoridad nacional o extranjera, agregaba mi nombre a la lista de

pasajeros para los vuelos del 3 de febrero.

***

Os pido, pues, en nombre de Dios: ¡Cambiad de camino! ¡Convertíos a la causa

de la reconciliación y de la paz! ¡Aún estáis a tiempo! Muchas lágrimas de víctimas

inocentes esperan vuestra respuesta. ¡El mal nunca, NUNCA, es camino hacia el

bien!

Mis años de catequista en un colegio religioso de varones habían pasado

largamente. Igual había sucedido con mi fe y mis convicciones católicas. Pero allí, en

26
medio de la multitud que se aglomeró en Huamanga, viendo a la gente gritando hurras

al Papa y observando los rostros de aquella multitud emocionada, rostros indígenas y

mestizos entre los que sin duda habría varios terroristas infiltrados, era inevitable no

emocionarse y admirar a aquel hombre de sotana y gorrita blanca que arriesgaba su

vida para dar aquel mensaje de esperanza - en el que seguramente Malko Linge

apenas creía. Para él, después de todo, aunque de eso me enteraría luego, el mal podía

ser también camino hacia el bien.

En aquel viaje a Arequipa y a Ayacucho me di cuenta que Malko Linge era

necesariamente algo más que un investigador con buenos contactos. Parecía estar

siempre en todos lados y cada vez que había alguna duda, el italiano jefe de la

seguridad del Papa no iba donde alguien del Ejército sino donde Su Alteza

Serenísima, a quien además el Papa prodigaba miradas que no podían ser sino de

complicidad. Para entonces Malko Linge me había dicho que además de antropólogo

y Doctor en Ciencias Sociales, contaba con estudios de seguridad internacional, lo que

le había valido también la posibilidad de ser de alguna manera asesor del equipo que

iba con Su Santidad. Al menos poco a poco se iba acercando a la verdad.

Lo extraordinario para mí fue que aquel mismo día, en el regreso de Ayacucho, el

Papa se me acercó y me preguntó quién era y si lo podía ayudar con algunas frases en

español que quería corregir. Así fue como, casi temblando de la emoción, me senté

frente a Karol Wojtyla y le enseñé algunas frases simpáticas, regionalismos y sobre

todo lo hice reír diciéndole que a los selváticos les decían charapas, lo que lo

sorprendió porque pensó que lo estaba haciendo callar.4

4
Shut up por charapa.

27
Ahora puedo decir que gracias a Malko Linge, y a la generosidad de aquel buen

polaco, yo también me sentiré siempre – como todos los peruanos que lo vieron en la

Plaza de Armas de Iquitos o por la televisión aquel 5 de febrero de 1985 - charapa.

Solo entonces, como si hubiera sido en realidad Karol Wojtyla quien me hiciera pasar

la prueba final de confianza, Malko Linge dejó que lo tuteara y me adoptó como su

cómplice en el Perú. Cada día me iría explicando mejor qué era lo que hacía. Y sobre

todo me iría enseñando qué era lo que yo de ninguna manera podía hacer.

28
V

El tiempo de los espías

En la novela de Gerard de Villiers, Malko Linge solo se queda en el Perú

apenas un par de semanas, tiempo suficiente para que se reúna con sus contactos de

Inteligencia en el Perú – entre ellos un general retirado, un empresario de dudosa

reputación y un periodista de Carretas (sic) -; encuentre los detalles de Abimael y se

entere de su enfermedad; sea confundido con un terrorista internacional y

consecuentemente torturado en la DINCOTE; siga la pista que lo llevará a Tingo

María, donde atrapa a los principales cabecillas de Sendero y descubre la red de

narcotráfico que estaba destrozando el país. Al final deja todo en orden en aquel país

podrido y en el transcurso de casi trescientas páginas se da tiempo incluso para

follarse a al menos tres peruanas (todas fogosas e insaciables): una india, una

terrorista y la hija de un general. Si todo aquello pudiera ocurrir en una quincena,

seguramente el mundo sería un lugar mejor.

Lo cierto es que Malko me contó que durante aquel enero apenas había podido

reunirse con unos cuantos de los contactos que supuestamente le permitirían llegar

hasta donde estaba Abimael Guzmán y francamente ninguno le había llegado a decir

nada relevante. Los contactos de inteligencia que le habían dado los agentes peruanos

eran unos cuantos comunistas recalcitrantes que de alguna manera hablaban

admirados de lo que estaba haciendo el Camarada Gonzalo pero que, metidos en el

juego político como estaban, no tenían idea ni intención – y seguramente tampoco

coraje - de infiltrarse en la lucha armada. Para cuando me contó eso, tomando una

cerveza al atardecer en La Herradura, apoyados en el capó de mi escarabajo celeste,

29
ya Linge se había sincerado conmigo. Me contó que era más que un simple

investigador y que no podía decirme entonces todo lo que tenía que hacer, pero estaba

seguro de que yo lo podía ayudar. A cambio él me ayudaría también en lo que

pudiera. Entonces lo único que se me ocurrió es que aquel austriaco que parecía capaz

de todo, me tendría que ayudar a recuperar a la chica de mis sueños; de alguna manera

había sido por culpa de él que la había perdido aquella noche de año nuevo. Nuestro

pacto de caballeros se selló con un sonoro golpe de nuestros vasos de vidrio y con un

seco y volteado de cerveza helada – que el exquisito paladar de Linge por suerte no

devolvió pese a su evidente mueca de asco.

- ¿Conoces la teoría de los seis grados de separación?

- ¿Seis grados de separación? No, la verdad que no.

- Pues es sencillo. Es un experimento sociológico que hizo un compatriota mío,

Manfred Kochen, aunque basado un poco en una idea de un novelista húngaro:

Frigyes Karinthy.5 Lo que explicar esta teoría es, en sencillo, que entre tú y yo

hay seis personas que de alguna manera nos unen y lo mismo sucede entre

todas las personas en el mundo. Es decir, si yo quiero llegar a ti, puedo crear

una cadena de conocidos hasta llegar a contactarte.

- Pero en mi caso es sencillo, simplemente tendrías que haber buscado a alguien

de la Embajada en Viena y ya estaba.

5
El experimento fue realizado en los Estados Unidos siguiendo un estudio psicológico de Stanley
Milgram de los años cincuenta – probablemente sugerido por la lectura de Karinthy. Manfred Kochen y
el matemático Michael Gurevich le dieron el sustento estadístico en el Instituto Tecnológico de
Massachussets en 1973. El concepto se popularizó mediante una obra de teatro escrita por John Guare,
que se convirtió en una película en 1993 y se extendió aun más con un juego creado por unos alumnos
de la Universidad de Pensilvania como “Los seis grados de Kevin Bacon.” En el juego, creado después
de la epifánica visión de la película Footlose, se debía tratar de encontrar la manera en que cualquier
artista se conecte a Kevin Bacon en seis pasos, recurriendo a películas o series de televisión o incluso
avisos publicitarios en los que actuaran y mediante los que se aproximaran a Kevin Bacon. Este último,
finalmente, creó en 2003 una organización sin fines de lucro para que la gente del Primer Mundo
pudiera colaborar con gente pobre que esté justamente a seis grados de donde el donante está.

30
- Sí, claro, los seis grados puede ser el máximo… pero por ejemplo: ¿Qué me

dices si quisiera contactar a Abimael Guzmán?

- Que es imposible.

- No. No lo es. Probablemente para mí, sí. Soy un extranjero con algunos

contactos pero eso no es suficiente y no quiero levantar sospechas. Pero tú eres

mi primer paso. Hay algo absurdo aquí, que es que si tú eres mi primer paso en

realidad entre tú y Abimael solo debería haber cinco pasos.

- ¿O sea cinco personas que me pueden llevar a conocerlo?

- Exacto.

- Igual en ese caso es imposible.

- No, no lo creo. Y evidentemente es más fácil si tú lo haces que si yo lo hago.

Es más, en mi caso quizás ni siquiera necesite llegar a contactarlo. Pero

necesito estar lo más cerca posible. Así es como me vas a ayudar.

- Pero yo no conozco a nadie…

- ¿No tienes algún amigo de la universidad que podría estar interesado en

formar parte de Sendero Luminoso?

- ¡No, ni hablar! En mi universidad hay muchos rábanos pero…

- ¿Qué?

- Rábanos…rojos, perdón. Así les llamamos a los comunistas. Y sí, hay

rábanos, pero creo que todos son inofensivos, metidos en los grupos que

apoyan a Izquierda Unida, pero nada más.

- ¿Y entre tus vecinos? ¿O en tu colegio?

- No, la verdad no creo. En mi barrio somos todos clasemedieros y hay uno que

otro fumón, pero creo que eso es lo peor. Y en mi colegio…

- ¿En qué colegio estudiaste?

31
- La Salle.

- Pues ahí está. Abimael Guzmán estudió en el colegio La Salle de Arequipa…

- ¿Sí? ¿De verdad?

- ¡Por supuesto! Allí estará nuestro primer paso. ¿Te llevas bien con alguien del

colegio? ¿Crees que alguien te podría ayudar?

- Bueno, no creo que ninguno de mis amigos, pero… Bueno, quizás, sí. No un

compañero pero sí un hermano…

- ¿Hermano?

- Un religioso del colegio…

- Perfecto – me dijo entonces Linge, enjuagándose apenas la boca con su

cerveza-. Por ahí empezaremos.

Por un rato nos quedamos en silencio, viendo el mar, que a Linge le parecía

demasiado violento y oscuro como para llamarse Pacífico.

- ¿Y por quién votarás? – me preguntó después de pedirme amablemente si lo

podía llevar a su departamento - ¿Por la Izquierda?

- ¿Yo? No, no, ni hablar. En mi casa casi todos están por Alan García, pero a mí

la verdad no me inspira confianza. Y la Izquierda Unida menos. Creo que

votaré por Bedoya, me parece un tipo honesto, simpático, que supuestamente

hizo buena obra en la alcaldía, aunque yo era chico entonces… Pero igual no

creo que gane… una vaina.

- ¡Me gusta esa frase! Ese es el problema aquí… Todo en este país es una

vaina…

32
Capítulo VI

Lima, febrero de 1985

Malko Linge había pasado ya la primera parte de su Misión. Y había encontrado

en mí, sin querer, un aliado incondicional. Lo del Papa lo había manejado

tranquilamente. Por suerte los peruanos no eran tan salvajes como para no poder

controlar la visita del dueño del circo eclesiástico. Pero una cosa es movilizar toda la

armada para proteger a una persona y otra muy distinta movilizar toda la armada para

encontrar a un hombre y proteger un país entero.

Su frustración iba en aumento porque las elecciones se acercaban y no había

llegado a establecer un contacto real con alguien del Comando Conjunto, mientras

que su contraparte de la CIA, un tal Vladimiro Montesinos, no era entonces más que

un wannabe, un tipo ansioso que notoriamente hablaba más de la cuenta y que era

capaz de cualquier cosa con tal de obtener un poco de poder real y, aun peor, una

buena tajada de cualquier posible negocio que apareciera.

Linge estaba ya harto de todos esos militares que habían aprendido malas artes en

la Escuela de las Américas en Panamá. Montesinos, Noriega, y otros agentes

infiltrados de la CIA en América Latina no eran más que una sarta de facinerosos que

no le hacían ascos a nada ni a nadie – mucho menos a los narcos - con tal de

conseguir un extra para su bolsillo. Lo peor de todo es que con Bill Casey en la

cabeza de la CIA había poco espacio de maniobra para conseguir gente realmente

capaz y útil – y ni qué decir confiable o sincera. Aquel Montesinos que en los 70

había recibido su “formación” en Panamá y Estados Unidos - y que como su misma

biografía señalaba había sido recomendado por el entonces Ministro Mercado Jarrín y

debía ser una de las “mentes más lúcidas y analíticas del Ejército Peruano” - había

33
entregado a la CIA papeles en los que se detallaban las compras militares a los

soviéticos en el Gobierno de Velasco y era muy probable que siguiera vendiendo esa

misma información – pese a una condena que casi le cuesta el pellejo por traidor a la

patria – a los ecuatorianos y a los chilenos. Linge se dio cuenta al instante que aquel

sujeto no le ayudaría en nada, más si como sospechaba por los varios casos que

llevaba como abogado, ya era alguien en las planillas del narcotráfico. No había

forma de tratar con esa gentuza formada en las escuelas militares cuya única

aspiración eran poder y dinero. El espionaje estaba dejando de tener caché, y eso era

lo que más le disgustaba a Su Alteza Serenísima.

Febrero es un mes corto, caluroso y muerto en Lima. Y lo era más en 1985. En

aquellas épocas en que los teléfonos escaseaban y los pocos que había casi nunca

funcionaban – sin decir nada de las coloridas casetas RIN en peligro de extinción-, dar

con alguien era casi un milagro. Y Sendero Luminoso podía estar acercándose a Lima

pero eso no podía quitarle las vacaciones a cualquier General que se respetara. Así

que, más allá de la probabilidad de que aquel experimento de los seis grados

funcionara, a Malko no le quedaba otra que seguir la pequeña pista que le abriría con

mis contactos.

Para entonces, además, luego de conversaciones sencillas (camuflado como un

turista gringo) con la gente que se multiplicaba ad infinito en los paraderos de los

micros, con taxistas y vendedores ambulantes, Linge se había dado cuenta que el

APRA de Alan García obtendría un triunfo sencillo. Los mítines de Alan García por

el país eran multitudinarios y el malestar de la gente frente a la crisis económica que

no hacía más que empeorar, le aseguraban la victoria; la gente ni siquiera se había

acostumbrado a usar aquella nueva moneda de nombre autóctono, el inti, que parecía

34
casi una burla dirigida a los indígenas, que eran justamente los más pobres y que

apenas entendían por qué tenían que cambiar unos billetes por otros, cuando era

suficientemente complicado ya cambiar billetes y monedas por papas y camotes.

Los de la CIA estarían felices con la victoria de Alan García, aunque al propio

Linge no le quedaba claro si ese joven alto, delgado y atractivo, de sonrisa fácil y de

lengua afilada, no era más que un demagogo encantador de serpientes y no un

potencial estadista. O peor aún, otro más de esos que creen que alguien que llega al

poder tiene derecho a sacarle algo de provecho. No hay como las monarquías, decía

siempre riendo Linge: noblesse oblige.

La visita al Hermano Alberto, mi profesor de Psicología, Filosofía y Religión

en los últimos años de secundaria, no nos había dado de inmediato muchas pistas

sobre cómo llegar a Abimael, pero sí nos había permitido comprobar que la red de

inteligencia religiosa funcionaba más rápido y quizás mucho mejor que la militar.

Alberto era un español que seguía seseando pese a vivir más de cincuenta años en el

Perú; había sido un republicano que encontró en los Hermanos de las Escuelas

Cristianas una forma de huir del franquismo y desde entonces había formado

cincuenta promociones de peruanos – al principio solo de clase alta y cada vez más

clasemedieros como yo mismo – en aquel colegio que había decidido quedarse en el

distrito de Breña cuando todos los colegios privados se iban mudando hacia mejores

zonas de la ciudad. Muy delgado, bajo, y con lentes muy gruesos y una mirada un

tanto perdida, se había ganado con ciertas extravagancias – dar la lección mirando a la

pared, hacer caminar a los alumnos por el salón durante toda la clase o hablarnos de

democracia en pleno Gobierno Militar- su apodo de “Loco,” y era de lejos el profesor

más querido e inteligente de La Salle.

35
La primera vez nos recibió en su cuarto, un espacio de 2 x 2 en el último piso

del mismo colegio y no dudó mucho en ofrecerse a ayudarnos. No había conocido a

Abimael. Pero sí estaba seguro que aquella no era la forma en que debía combatirse la

pobreza y la desigualdad en el país, más cuando apenas habíamos empezado a vivir en

democracia. Debíamos darle un par de días y estaba seguro que algo podría conseguir.

Apenas dos días después de la primera visita, en su mismo cuarto, el Hermano

Alberto nos dio la ficha completa de Manuel Rubén Abimael Guzmán Reynoso

cuando era estudiante de secundaria (entre 1948 y 1952) en el Colegio de los

Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle en Arequipa. El Presidente Gonzalo,

a quien entonces ya le decían “el Cachetón,” había sido un alumno estudioso pero

retraído, ascético, obsesivo y poco comunicativo; el típico gordito del salón. Vivía en

aquel tiempo en Arequipa con su padre y su madre adoptiva, pues había quedado

huérfano apenas a los cinco años y en realidad provenía de Mollendo. Luego había

una serie de detalles sobre sus estudios superiores y la forma en que se había

convertido en comunista y creado Sendero Luminoso. ¡Pero lo impresionante – y para

mí desconcertante y espeluznante - era el detalle que había para la vida de ex alumno!

Aquellos Hermanos hacían un seguimiento cercano de todos quienes habían

pasado por sus escuelas cristianas. Más aún, en el caso de Abimael Guzmán, la Iglesia

era una de las pocas instituciones que había podido mantener el contacto – aunque

ciertamente no estrecho – con Sendero Luminoso. Según estimaban, debían

pertenecer a Sendero una veintena de religiosos que habían dejado las sotanas de

diferentes órdenes, por pistolas y fusiles. Algunos eran simples renegados y

descreídos, mientras que otros eran seguidores de la Teoría de la Liberación, que

querían real acción frente a las injusticias que se veían, sobre todo en la Sierra, y que

36
veían en Sendero un movimiento similar al de los primeros cristianos en tiempos de

Jesucristo. Después de todo el propio Sendero Luminoso no parecía ser más que un

movimiento mesiánico y por tanto doblemente peligroso. El Hermano Alberto nos

daría los datos de un párroco en Ventanilla que tenía contacto con al menos un ex

seminarista que había dejado todo para adoptar el credo de la lucha armada ¡Todo

verdaderamente una vaina!

Y apenas habíamos dado nuestro primer paso juntos.

37
Capítulo VII

Preparando las elecciones

David Jordan, el Embajador de los Estados Unidos en Lima no era ningún

mujeriego - apenas tenía una esposa y una amante oficial – y era cierto que le gustaba

el pisco sour, aunque tanto como el cebiche y la comida peruana. Linge me dijo que si

Casey & CIA desconfiaba de Jordan, tenía que ser porque era un tipo respetable. De

todos modos no rompería de ninguna manera las instrucciones que había recibido así

que sería yo quien hablaría con él. La primera semana de marzo había una recepción

con los candidatos a la Presidencia, así que no habría mejor oportunidad para un

encuentro.

Cuando llegó la invitación a la Cancillería, mi jefe – que era experto en seguir

el rastro de las invitaciones sociales – me llamó a su oficina y me preguntó cómo era

que yo estaba invitado a una recepción en la residencia de los Estados Unidos que era

casi exclusiva. Ni siquiera tuve que mentir. Le dije que había sido mediante el

contacto de Malko Linge, aquel investigador al que había ido a recoger al aeropuerto

en la madrugada de año nuevo. Con evidente piconería me dijo que tendría que

pedirle permiso al Embajador, quien por supuesto tampoco estaba invitado. Hasta

donde él sabía solo el Canciller, el Secretario General y un par de Directores

Generales asistirían. Yo ni siquiera me inmuté y le dije que por supuesto, sabía que

era un simple Tercer Secretario y qué era lo que tenía que hacer. Presumía que aquello

no sería más que un mero trámite porque el Embajador era un viejito bonachón a

quien apenas veíamos por la Dirección. Instigado por mi jefe, sin embargo, me sugirió

que no asistiera, pues era casi una afrenta que un subordinado vaya a un acto al que no

van sus jefes. Aunque ya había comenzado a percibir algunas cosas absurdas en el

38
trabajo, creo que fue allí donde comenzó mi relación de amor y odio con la carrera

diplomática – o mejor, con mis colegas. Ni siquiera mi papá, bajo cuyo techo

sanmiguelino aun vivía, me impedía ir a algún lugar. No disentí; pero tampoco

confirmé que no asistiría. Después de todo, el silencio es una de las principales armas

del diplomático. Y para entonces era increíble, pero pensaba que tenía yo ya dos

lealtades; la primera – y mayor - era a Malko Linge.

En la residencia del Embajador de los Estados Unidos, una casona inmensa en

la avenida Arequipa, deambulaba yo un poco perdido. Era de lejos el más joven de

toda aquella enorme sala en la que los más importantes hombres del país se paseaban

con un whisky, un champagne o un vino en la mano. El top ten del ranking del poder

en el Perú estaba allí sonriendo y carcajeándose con las ocurrencias de García y de

Bedoya Reyes, los candidatos más carismáticos; había solo dos obvias excepciones:

Alfonso Barrantes, el alcalde de Lima que no asistiría a una recepción en medio de la

situación que vivía el país, mucho menos en territorio imperialista, y la otra excepción

era el paso final en nuestra lista - y puesto 7 en aquel ranking - Abimael Guzmán

Reynoso.

Por suerte fue el propio Embajador Jordan quien me reconoció y rescató del

aquelarre político, llevándome a un aparte, cerca de donde estaba el grupo musical

que amenizaba la velada y en medio de un grupo de jóvenes que habían venido

recientemente al Perú como parte del Peace Corps. Me dijo que me quedara hasta el

final, que conversaría conmigo después de que todos se hubieran ido. Eso no me

molestó en absoluto, mucho menos porque al menos dos de aquellas jóvenes idealistas

que seguramente creían poder darle un poquito de paz a aquel lejano país

sudamericano que se desangraba, eran un par de gringuitas deliciosas.

39
Debo reconocer que me divertí mucho en aquella recepción, supongo que por

efectos del alcohol y la belleza de mis amables anfitrionas, pero también porque pude

ver a la distancia la sutileza con la que actuaba el Embajador Jordan para conversar

con cada uno de los candidatos y los principales líderes del Gobierno, desde el

Premier Sandro Mariátegui hasta el Ministro de Guerra Julián Juliá Freyre, el hombre

fuerte que tenía en sus manos la seguridad del país, pasando por Domingo García

Rada - el Presidente del Jurado Nacional de Elecciones, de quien dependía la

organización y en gran parte el éxito de aquellas elecciones.

En un momento, además, Alan García – que nos había visto a la distancia y a

quien aparentemente no se le pasaba una - vino hacia nosotros, evidentemente atraído

por alguna de las mismas jovencitas que me tenían lelo. Era altísimo y aunque se

notaba que el terno y la corbata lo hacían sentirse un poco incómodo, debo admitir

que tenía un nosequé atractivo. En un instante aquel grandulón de risa fácil, innata

coquetería y peinadito rebeldón tuvo a todos aquellos practicantes - y a mí mismo, lo

admito - embobados con una arenga política que lo hacían a él el hombre que solo,

contra todo y contra todos, cual Quijote frente a molinos de viento, cambiaría el

destino del país. Tenía la seguridad con la que hablan los que se saben elegidos,

ganadores. Lo increíble es que en un momento tomó de la mano a la más bonita de las

blondas, la llevó hacia donde estaba la orquesta, que luego de unas palabras suyas rió

sonoramente y paró la monocorde música ambiental y la convirtió en la salsa de

moda: Qué locura fue enamorarme de ti. Al resto solo nos quedó acercarnos y hacer

el típico círculo que se forma siempre en las pistas de baile de toda celebración, para

ver aquella pareja extraña en la que la pequeña rubia hacía lo posible para seguir el

ritmo de Eddie Santiago y no marearse con las sucesivas vueltas que le daba aquel

galán inmenso y sin duda un poco nuts.

40
Después de aquel show que hasta sus propios rivales políticos aplaudieron,

Alan García hizo una venia, besó la mano de su pareja, sacó un pañuelo blanco con el

que se secó la frente y que agitó sobre su cabeza, en señal de victoria y de despedida.

La suerte estaba echada… aquel hombre era capaz de conquistar a quien quisiera, de

cerrar cualquier fiesta y de triunfar en cualquier elección.

***

Jordan, sentado frente a mí en una pequeña sala de la residencia - ambos con

un whisky en la mano - me repitió lo que ya Linge había augurado y que yo había

notado aquella misma noche. No quedaban dudas de que García se llevaría la

contienda al galope, haciéndole honor al sobrenombre que le habían dado sus propios

correligionarios y que al Embajador le hacía mucha gracia porque se le asemejaba a

un título piel roja: Caballo Loco. Lo único que habría que ver era si se la llevaba en

primera vuelta, aunque eso era casi irrelevante porque era casi seguro que además

tendría mayoría en las cámaras. Eso no le parecía muy bueno a Jordan - un hombre

alto y muy delgado, con el cabello corto y canoso, impecable, y muchísimo más

articulado que cualquier otro diplomático que yo hubiera escuchado antes.

- El problema que tienen ustedes es que no tienen inteligencia – me dijo.

- Bueno…

- Me refiero a los dos tipos de inteligencia.

- Eso nos pone en una situación complicada…

- Jodida diría yo… sorry for my English.

- ¿Alan García no puede ser un buen presidente? – pregunté casi con temor.

- Never! ¿No te has dado cuenta? Es un megalómano. Solo piensa en sí mismo;

cree que es el Redentor que ha venido al mundo para salvarlo de todos los

41
males. Y lo increíble es que en su partido no hay absolutamente nadie que le

pueda hacer balance. Es impresionante ver a Sánchez y Villanueva, dos viejos

zorros, hombres que fundaron ellos mismos el APRA junto a Haya De la

Torre, temblando al hablarle… Y para colmo desconfía de los militares tanto

como los militares de él. Por no decir que no tiene idea alguna de lo que es la

economía ni de los intereses con los que tendrá que negociar. ¡Tiene 35 años,

por Dios!

- Ser joven no es un pecado…

- En política sí. Igual que en diplomacia. Los años no te hacen inteligente,

créeme, pero al menos te dan un poco de perspectiva frente a las cosas.

Aprendes a evaluar mejor, a tener paciencia, a esperar.

- ¿Y en este caso que habría que esperar? – pregunté incrédulo.

- Esperar que Sendero se acerque para operar con toda la inteligencia posible y

empezar a cercar a Abimael. El problema es que García querrá ir él mismo a

darle caza al hombre y eso es imposible… al menos por ahora.

- ¿Y la crisis?

- También pasará. La crisis no es solo del país, es de toda la región, y lo que hay

que hacer es contener el incendio. Pero si, como le he escuchado a García esta

misma noche, lo que hay que hacer es gastar más, darle plata a los pobres,

crear consumo y dar incentivos a los industriales, la verdad creo que su crisis

se multiplicará.

- O sea que Alan García no es un bombero sino un pirómano.

- Exacto. Pero bueno, la verdad no sé por qué me preocupo. Este no es mi país.

El problema es de ustedes.

- Al menos le puedo decir a Malko que se quede tranquilo con las elecciones.

42
- Sí, con las elecciones sí. Supongo que a él tampoco le importa mucho lo que

venga después… van a necesitar un milagro.

- Somos un pueblo católico, por lo menos podremos rezar.

Ambos sonreímos y terminamos el whisky. El siguiente vaso vino con

discusiones mucho más distendidas sobre la comida y sobre las peruanas; ambos

estábamos locos por las dos, aunque era claro que seguramente Jordan tendría más

experiencia – y éxito - con ellas. Suerte en su carrera – me dijo cuando me

despidió. Es esta una carrera de muchas oportunidades. ¡Aprovéchelas! Y

mándele saludos a Malko. Dígale que espero que me invite algún día a su

castillo...dicen que las fiestas que organiza son unas bacanales aristocráticas de

lujo… ¡Qué envidia!

El taxi que me llevó a la casa de Linge en Miraflores no demoró más de quince

minutos, suficiente para enterarme de que aquella noche la U y Alianza habían ganado

y en el campeonato Regional del Norte el Espartanos de Pacasmayo - donde estaba

por colgar los chimpunes el cholo Sotil – le había ganado al Atlético Torino de Talara.

Al cholo deberían llevarlo a las eliminatorias, maestro. Mucha finta ese Malásquez; y

Patrulla, Cueto y Oblitas están casi igual de viejos. Además que ese Barack no es

técnico, nos van a sacar la miércoles en las eliminatorias, va a ver. Casi al bajar le

hice la pregunta de rigor. Por quién va a ser pues, maestrito, esa pregunta ni se

pregunta. Por Alan. ¡Seasap! Solo el APRA salvará al Perú.

Cuando llegué a su departamento, Malko Linge estaba disfrazado con una

sotana blanca y tenía descorchada, como siempre, una botella de champagne. Iría

43
conmigo a Ventanilla. Pero esta vez no sería el doctor en antropología Malko Linge

sino el Reverendo Padre Malko Linge, misionero austriaco que conocía al Padre

Gustavo Gutiérrez, era fanático de la Teoría de la Liberación y quería conocer de qué

manera la Iglesia de Europa podía colaborar con aquel movimiento que, más allá de la

ideología maoísta, debía abrir a Iglesia los corazones de muchos hermanos y

hermanas peruanas que solo querían una vida mejor. Desde entonces las elecciones

las seguiríamos por el periódico, lo importante era ver cómo llegar a Abimael.

- Me provoca confesarme – le dije a Su Alteza Serenísima, quien me hizo de

inmediato una venia y la señal de la cruz-. Pero en realidad quisiera hacerte

más bien yo una pregunta.

- Dime, hijo. qué quieres saber.

- ¿Por qué seguir los seis pasos o lo que fuere… conmigo? En la fiesta de Año

Nuevo estaba la gente que te puede abrir todas las puertas en el Perú. Y si mal

no recuerdo, aquella noche te llevaste a una jovencita que seguramente te

podría llevar por el sendero correcto.

- Ah, eso. Pues no, te equivocas. Esos pitufos…

- ¿Pitucos?

- ¡Eso! Esos pitucos son incapaces de mirar más allá de sus narices.

Efectivamente están preocupados por lo que pasa en el país, claro, si les están

jodiendo sus negocios. Pero en el fondo solo piensan en irse a Miami o fugar

si la cosa se pone peor. Esa chica, por ejemplo, la que estuvo conmigo en el

Sky Room, es una bailarina, de buena familia, y quiere hacer la revolución. Es

una niña loca de veinte años que no tiene idea de lo que es la vida de verdad.

Incluso me dijo que ella misma quería ser de Sendero, pero sé que en el fondo,

44
como cualquiera en tu país, llegada la oportunidad, tomaría el primer vuelo

disponible y se iría a mover sus largas piernas de ballerina en Europa. Ese es

el problema de su élite.

- Y no había nadie más…

- Bueno, le habría podido decir a Mario, seguramente. Pero no… si no hubiera

publicado ese libro el año pasado, quizás; pero ahora es muy sospechoso.

- ¿Mario…Vargas Llosa?

- Sí, claro.

- ¿Es de la CIA?

- ¡Ja! ¿Mario? No, no… ese es otro ingenuo, como tú. A él lo tenemos gratis. Se

ha dado cuenta solo que el comunismo es una buena fantasía, una obra de

ficción. ¿No has leído su última novela?

- ¿Historia de Mayta? Sí, muy buena. Aunque sé que no le ha gustado a muchos

intelectuales…

- ¿Intelec…cuáles? La verdad no sé si les queden intelectuales a ustedes. En

todo caso seguro que no serán los que se han peleado con el buen Mario. En

fin…

- ¿Entonces solo quedaba yo?

- No, no. No es eso, al contrario. Contigo me lo pensé muy bien. Sobre todo

porque no te quiero meter en problemas. Tú eres un buen chico. Claramente

no eres pituco ni mucho menos un revolucionario. Y tienes buenas

intenciones. Tuve un good feeling desde que vi tu Volkswagen celeste. Una de

esos arranques de romanticismo, no sé. Una vez salí con una joven que

estudiaba en la universidad de Salzburgo y tenía un auto igual… una plebeya

hermosa. Así que al final siempre es más el corazón que la razón…Pero

45
bueno, ya ves que eres completamente útil para lo que necesito. Y es mejor

así, con calma y sin levantar mucho polvo, paso a paso nos iremos acercando a

Abimael. Ya lo verás.

46
Capítulo VIII

Ventanilla al infierno

Malko Linge habría deseado sin ninguna duda que todo sucediera como en la

novela de Gerard de Villiers. Que los días se pasaran muy rápido y que aquel viaje al

Perú en realidad hubiera sido un vértigo continuo en el que apenas tuviese tiempo

para pensar, saltando de un auto a otro, de Lima a la sierra, de los brazos de una mujer

voluptuosa a otra aún mejor. Es cierto que las novelas de espías no pueden perder el

tiempo, pero estoy seguro que Su Alteza Serenísima habría estado feliz de obviar

algunas de las cosas que vio en Lima durante aquellos meses.

El camino hacia Ventanilla fue largo y tortuoso, un verdadero descenso al

averno. Linge en su disfraz de cura, con sandalias y todo, había decidido que lo mejor

era ir en bus desde su casa. Tomaríamos primero un Enatru por la vía expresa hasta

llegar a la Plaza Grau; de ahí la 71 (Lima-La Punta, un ómnibus Moraveco amarillo y

marrón) y nos bajaríamos en el cruce de las avenidas Colonial y Faucett, frente a la

Iglesia del Carmen de la Legua; desde ahí tomaríamos la 92 (Ventanilla- Chaclacayo,

una ruta inverosímil que debía durar todo el día y la combinación de colores más

horrible de todas en ese Coach de la General Motors: verde, celeste y crema).

La ruta iba haciéndose más fea en el mismo orden descendente que la

degradación estética y cromática de los buses en los que íbamos. Pilas de basura se

acumulaban en las esquinas de la avenida Colonial, sabe dios desde cuándo. La ruta

desde Faucett hasta Ventanilla duró poco más de una hora en un micro que debió

haber llegado como chatarra de la segunda guerra mundial y que emitía un humo

negro y denso por el tubo de escape externo que ocupaba toda la altura del bus. Luego

47
de unas cuantas construcciones en la zona cercana a la desembocadura del Rímac, no

había casi nada en pie hasta el aeropuerto. Desde allí entramos a un arenal que poco a

poco fue dando paso a una aglomeración inmensa de construcciones de triplay o

tablones, cuando no cartón, esteras o simples desperdicios. La vista era

poderosamente estremecedora. Por un momento me pareció ver una lágrima correr

por la mejilla de Linge, pero no podría afirmarlo – bien pudo ser solo sudor.

Cuando bajamos, caminamos cerca de veinte minutos por un sendero afirmado

con tierra en medio de la arena, hasta que finalmente llegamos al Parque Porcino – un

espacio en el que debía establecerse una granja industrial para cerdos y entonces no

era más que un muladar inmundo en el que se alternaban basurales y chancherías

clandestinas. A nuestro derredor no veíamos más que casuchas que luchaban por

mantenerse en pie sobre el arenal. Los postes de luz o señales de agua o desagüe,

habrían sido allí como utilería de una película de ciencia ficción; no había ahí

literalmente nada que pudiera hacer pensar que esas dunas por las que a veces

aparecían niños desnudos y famélicos jugando con perros ídem, pertenecían a un país

llamado Perú (o incluso a la civilización). Allí fue cuando Linge me dijo algo que no

olvidaré: He estado en los peores lugares del mundo, muchacho, de verdad. Ya sabes,

Angola, Camboya, Uganda… Pensé que había visto todo. Pero aquello al menos era

la guerra. Esto… es uno de los círculos del infierno…y es gratis.

En medio de aquel círculo infernal de arena y suciedad existía una capilla,

construida con tablones y unos cuantos ladrillos de adobe que permitían separar lo

que vendría a ser – poniéndole muchísima imaginación - la nave principal de la iglesia

y otro ambiente en el que se acomodaban el cuarto, vestuario y confesionario en el

que encontramos al Padre Florencio. Era aquel otro español anciano, calvo y de orejas

48
inmensas y puntiagudas, más parecido a Nosferatu que a cualquier figura religiosa

que se pueda imaginar. Detrás de aquella figura vampírica, sin embargo, había un

hombre afable que tampoco había perdido el acento castizo pero que se sentía

peruanísimo y que dijo que nos ayudaría en lo que pudiera. En medio de aquella

desolación, era sin duda lo que necesitábamos. Solo una cosa nos pidió, que Linge se

sacara aquel disfraz que no lo honraba a él ni a la Santa Madre Iglesia; quizás en otra

ocasión le aceptaría usarlo, pero no frente a él. A Linge no le quedó otra que sonreír y

hacerle caso al Padre Florencio. Lo más increíble –dijo mientras se quedaba feliz,

exhibiendo sus blanquísimas extremidades en polo y shorts – es que pese a todo

parece que en el Perú nunca nadie pierde el buen humor. No creas, no creas – dijo el

vampiro mientras acercaba hacia nosotros tres ladrillos que fungirían de sillas.

El padre Florencio nos dijo que desde hacía ya por lo menos un par de años

habían comenzado a distribuirse por su zona panfletos de Sendero Luminoso. La

gente de Ventanilla, al menos en ese sector, era gente pacífica, que apenas tenía

tiempo para otra cosa que no fuera ingeniárselas para conseguir algo de comer. Pero

era claro que en medio de aquella inopia cualquier mensaje que prometiera una vida

mejor iba a ser escuchado. De hecho, esa era una de las razones por las cuales él

mismo estaba ahí. De alguna manera sabía que la labor de evangelización en un lugar

así, donde cualquier voz de esperanza es acogida, es mucho más sencilla. Pero él

además buscaba organizar a la gente en torno a ollas comunes y prácticas que

permitieran dar un poco de comida y salvar al menos a aquellos niños de cabellos

claros y barrigas hinchadas por efecto de la desnutrición. No era fácil. Los niños

necesitaban alimentarse y aquellas familias habían empezado ya a deshacerse de sus

hijos apenas nacidos. Si buscábamos bien en la basura que estaba cerca de los

49
abrevaderos de los chanchos, quizás encontraríamos fetos, cuerpos de bebés mutilados

y quién sabe si cosas más desagradables.

Allí, en medio de aquella narración verdaderamente terrorífica en boca de

aquel Nosferatu, me preguntaba si servía de algo ser diplomático de un país en el que

los niños terminan comidos por los cerdos mientras otros beben whisky o champagne

en salones de Embajadas y hoteles de lujo, o simplemente cerveza en las playas de

Miraflores o Chorrillos. Pero todo iba tan rápido y el calor y las moscas nos tenían tan

ocupados que incluso aquellas divagaciones eran vanas. Además todo eso era apenas

una parte del drama.

Sendero había pasado de la propaganda a la acción y había ya comenzado a

enviarle mensajes con amenazas e insultos a Florencio, a quien no le había quedado

otra que protegerse – nos enseñó una Colt pequeña que se había conseguido - y buscar

apoyo en algún conocido. Justo, un ex sacristán con el que había vivido y trabajado en

la iglesia del Carmen de la Legua, se había convertido en su ángel guardián. Justo

nunca había ocultado su simpatía por la revolución cubana y por todo lo que tuviera

que ver con la lucha de clases y había decidido dejar el seminario de Santo Toribio

por la facultad de Filosofía en San Marcos, donde seguramente se había acercado a

alguna de las células senderistas. A Florencio no le quedaba duda que Justo ya era

miembro de Sendero Luminoso.

- ¿Pero entonces este Justo ya no es religioso?

- No, nunca lo fue. Era seminarista cuando lo conocí y luego en San Marcos

dejó todo y de hecho perdí el contacto con él por mucho tiempo.

- ¿Y ahora es senderista?

- Estoy seguro. Un día me dejó un mensaje con el mismísimo Monseñor

Ricardo Durán, el obispo del Callao, a quien se había acercado en una de las

50
celebraciones de Navidad. Era una carta en la que me contaba que había visto

mi nombre en una de las listas de los enemigos de la revolución que debían ser

asesinados en 1985.

- ¿Usted vio la lista? – preguntó Linge.

- No, no. Pero ya les dije. Además de los panfletos y todo, ya me habían llegado

amenazas, anónimos que me entregaban niños después de la misa o aparecían

en medio del pan que iba a comprar en una panadería de la avenida Gambetta.

Me estaban siguiendo porque de alguna manera todos los religiosos somos

enemigos de Sendero.

- ¿Y usted es especialmente peligroso?

- Supongo que porque siempre digo que hay que confiar en la Santa Madre

Iglesia y cualquier extremismo es contrario a la fe y a la salvación. Quizás

alguna vez dije algo contra el terrorismo y los mensajeros de la muerte. No lo

sé. Pero es seguro que aquí ya hay gente que trabaja para Sendero y a quienes

no les gustan mis sermones.

- ¿Y entonces el mensaje de Justo?

- Decía que me cuidara, que me comprara un arma y que no me preocupara…

pero que ya no dijera nunca nada más contra Sendero. Nada que me pueda

comprometer…

- Y usted creo que Justo lo está ayudando.

- Sin duda.

- ¿Lo ha visto?

- Preferiría no decírselo…

51
- Mire Padre – dijo en voz baja Linge, apartando una mosca que volaba

incesantemente alrededor de su cuello – yo también quiero ayudarlo. Tengo

amigos que pueden ayudarlo a obtener un cambio…

- Yo no quiero irme de aquí….

- ¿Aunque su vida corra peligro?

- Aunque me maten. No sería el primero.

- Pero usted no cree en Sendero Luminoso…

- Por supuesto que no.

- ¿Y entonces no cree que es su deber cristiano ayudar a combatir el mal?

- No soy quien para juzgar. Ustedes han visto cómo vive la gente aquí. ¿Me

pueden decir quién es el malo en esta película?

- No – dijo con seguridad Linge, que no apartaba la mirada de aquel Nosferatu

que se había incorporado, exaltado. Yo mismo no sé quién es el malo aquí.

Pero déjeme ponérselo más fácil. ¿Usted quiere que estos niños tengan un

mañana?

- Para eso estoy aquí.

- ¿Y no cree que un poco de dinero ayudaría?

- No me interesa el dinero. ¿Cree que me va a comprar?

- No, no. No me entiende. El dinero no sería para usted. Se necesita dinero para

alimentar a los niños ¿no?

- Mucho.

- ¿Cinco mil dólares…?

- ¡Cinco mil dólares! – dijimos al unísono el Padre Florencio y yo.

- Supongo que eso ayudaría.

- ¿A cambio de?

52
- La dirección de Justo y una idea de cómo acercarnos a él. Una dirección que

sea cierta, claro… Usted sabe mucho más de lo que nos ha dicho Padre. Y la

verdad no lo culpo por no querer decirnos más. Pero supongo que con cinco

mil dólares se podría alimentar a los niños de aquí por un buen tiempo… y

evitar que ellos mismos terminen como comida para cerdos.

Dos días después, una cuenta suiza transfería cinco mil dólares a una cuenta

recién abierta en el Banco Popular, a nombre del Padre Florencio Domínguez.

Después de haber visto aquello lo hubiera hecho de todos modos, me dijo Malko

Linge. No es el precio que habría pagado por una simple información que

hubiera podido conseguir por otro medio. Pero en medio de aquel calor y de

aquel ambiente, sentí que era la mejor forma de abreviar la conversación y dejar

que el Padre Nosferatu se quedara con la conciencia tranquila.

Le creí a Linge, sin preguntar si aquel dinero era suyo o de la CIA. Después de

todo era lo de menos. Aquella información nos llevaba un paso más cerca de

Abimael Guzmán. Justo tenía una dirección en la Unidad Vecinal N° 3, block 17,

a unas cuantas cuadras de la Universidad de San Marcos. Hasta allí iríamos. Pero

no de inmediato.

53
Capítulo IX

Tiempos de cambio

La segunda semana de marzo, Linge retornó a Estados Unidos y a Europa - su

viaje duraría casi un mes. La razón era sencilla. En Washington, la segunda

administración Reagan había comenzado formalmente en enero y dos meses después

era necesario regresar a ver qué pasaba en la capital del Imperio Occidental. El

pretexto era sencillo: dar un update a la gente de la CIA sobre la misión en el Perú. En

realidad Linge quería regresar para ver si había habido algún cambio real en el

entorno presidencial, especialmente en Langley, donde William Casey hacía tiempo

que venía sobrevivido como Director de la Central de Inteligencia contra todo

pronóstico – la metida de pata al autorizar el minado de los puertos nicaragüenses el

año anterior le había ganado problemas en el Congreso, aunque su real enemigo

entonces no estaba en Capitol Hill sino en un cáncer a la próstata que parecía haber

avanzado. Probablemente un cambio de Director no afectaría los objetivos de la CIA

(nunca subestimes la resiliencia de la burocracia), pero quizás la obsesión de Casey

con Nicaragua y América Latina quedaría un poco de lado, sobre todo ahora que en la

otra superpotencia un joven Mikhail Gorbachev estaba por reemplazar al anciano

Konstantin Chernenko en la Secretaría General del Partido Comunista Soviético. Son

tiempos de cambio recuerdo bien que me dijo Malko Linge antes de partir.

- Ya, eso en Washington. ¿Pero para qué vuelves a Europa? – le pregunté

ingenuamente cuando lo llevaba al Callao para dejarlo en el aeropuerto, un

sábado por la noche, en la que me ofrecí a llevarlo pese a que me sentía un

poco afiebrado – y aun deprimido por culpa de aquella enamorada perdida.

- Bueno, tengo alguien más a quien reportar en Viena.

54
- ¿Otro Servicio Secreto?

- No. Alguien más importante… - me dijo con una sonrisa que nunca antes le

había visto en la boca. Mi novia, claro. Ya hablaremos de eso a mi vuelta… de

las cosas importantes en la vida.

***

Cuando volvió Linge a Lima, el 22 de abril, no hubo mucho tiempo para

hablar de las cosas importantes en la vida – la CIA le había dado hasta el 30 de

junio como máximo para cerrar la operación. Ese Casey está cada vez más

obsesionado con Nicaragua y apenas me dio uno minutos para contarle las cosas

en el Perú. Y resulta que ahora su hombre de confianza es otro de los mismos

mafiosos de siempre, un tal Oliver North, que ha salido con la brillante idea de

venderle armas a Irán para luego triangular el dinero a los contras

nicaragüenses. Los gringos se están volviendo cada vez más locos; siempre

encuentran una forma más increíble para embarrar las cosas. Pero bueno,

descuida, ya habrá tiempo para hablar del amor y esas cosas. Ahora a lo serio.

Así que sin mucho preámbulo, en la ruta entre el aeropuerto y Miraflores, tenía

que contarle pormenorizadamente los detalles de los dos encargos con los que me

había dejado. El primero era sencillo y cantado, y duró lo que hicimos hasta llegar

a la avenida La Marina - menos de veinte minutos exigiendo al máximo el motor

1300 de mi escarabajo (¡casi 60 km/h!). En las elecciones del 14 de abril, como

habían anunciado las encuestas de Peruana de Opinión Pública y otras

proyecciones, Alan García se había llevado el triunfo al galope - con una resultado

abrumador sobre el candidato de Izquierda Unida, el alcalde Barrantes, quien era

55
casi seguro que reconocería el triunfo aprista y se retiraría incluso de la

posibilidad de competir en una segunda vuelta, que muy probablemente ni

siquiera sería necesaria si Alan pasaba el 50 % de votos válidos, casi un hecho.

El segundo encargo no había sido tan sencillo y me había costado casi todo mi

tiempo libre – que la verdad sea dicha, tampoco era tan escaso entre un trabajo

poco exigente y una vida social reducida a su mínima expresión.

Justo era un tipo de casi treinta años, mestizo, más bien bajo y bastante

delgado, sin ningún rasgo verdaderamente particular, que vivía efectivamente en

la dirección de la Unidad Vecinal que nos había dado el Padre Florencio. Vestía

casi siempre jeans y camisa y calzaba unos zapatos negros remendados aunque

bien lustrados. Hasta donde había podido hacer el seguimiento, Justo se movía

sobre todo entre su casa y la ciudad universitaria, que pese a las tanquetas en el

exterior, era claro que estaba casi tomada por los estudiantes, la mayoría de los

cuales eran militantes de los partidos de izquierda. A la casa de Justo llegaban

muchas veces otros muchachos, la mayoría más jóvenes, que muchas veces se

quedaban a pasar la noche allí, antes de salir muy temprano, casi siempre al

amanecer, cuando las calles aun estaban oscuras y la humedad limeña aun no

comenzaba a cargar tanto el ambiente; sin embargo, un sábado por la noche

apenas una semana atrás, la noche previa a la votación, había llegado un grupo

más grande de gente – quizás una veintena - de edades más variadas, y entre los

que había también al menos dos mujeres.

Por suerte las elecciones habían pasado casi sin contratiempos. Aparentemente

los operativos del Ejército y la Policía habían podido controlar cualquier intento

de ataque de Sendero o del MRTA y salvo algunas noticias que venían del interior

y describían pequeños disturbios, al parecer todo tenía que ver más con

56
enfrentamientos partidarios antes que con atentados terroristas. El movimiento en

la casa de Justo se había intensificado la semana previa a la llegada de Malko

Linge, apenas pasado el triunfo del APRA. Y cada vez se me hacía más difícil

poder llevar un cálculo de la gente que entraba y salía. Lo siento Malko, hago lo

mejor que puedo. El resto del viaje lo hicimos en silencio, mientras Malko miraba

las calles oscuras y vacías. Estaba por empezar el toque de queda.

- ¿Y Justo sale? Algo rutinario, digo…. – me preguntó Malko, mientras ya en su

casa me daba unos chocolates con la cara de Mozart que había sacado de su

maleta y según me dijo me había traído como regalo de parte de Daphne, su

novia.

- Mmm… Bueno, cada mañana tempranito va a la panadería de un chino que

está en el área comercial de la Unidad Vecinal.

- ¿Y has visto cuánto pan compra?

- ¡¿Cuánto pan?! No, no. Bueno…

- ¿No has visto por lo menos si compra un par de panes o una docena o cien?

- Bueno, sale con una bolsa de tamaño mediano.

- ¿Y qué es mediano?

- Mediano…ni tan chico ni tan grande.

- ¡Genial! – dijo, dejando escapar algo así como un bufido que entendí como

mezcla de cansancio y hartazgo.

- Lo siento, Malko, sabes que he hecho lo que puedo… no te enojes conmigo.

Yo…

- No, no, no es contigo. Es conmigo. Estoy cansado. No te preocupes. Creo que

necesito descansar. Es tarde… Pero a ver, déjame entender esto: mediano

57
entonces significa que no compra pan únicamente para él, aunque

supuestamente vive solo ¿no?

- Sí, bueno. Eso parece. Ya te dije que vienen otros universitarios…

- Sí, pero esos se van muy temprano, antes que Justo vaya a la panadería.

- Sí. Tienes razón. Tiene que haberse quedado gente desde la semana pasada

¿no? Hay gente que ha entrado y no ha salido…

- Tú lo has dicho. Parece que al menos tenemos algo…

Su Alteza Serenísima se fue hacia la refrigeradora y sacó una botella de

champagne que abrió con delicadeza, sin dejar que el corcho saliera volando.

Sirvió un par de copas y me hizo sentar frente a él, en medio de su pequeña sala

alfombrada. Bebió saboreando aquel trago que, reconozco, me estaba empezando

a gustar, y me preguntó a quemarropa: ¿Crees que Abimael podría estar ahí?

- ¡¿Abimael Guzmán?!

- Es el único Abimael que conozco…

- No, no creo. Pero quién sabe. Si él estaba ahí antes quizás. Y bueno, sabes que

yo no he podido estar ahí todo el tiempo. Mi trabajo, las elecciones…

- Sí, sí. No te preocupes. Mañana iremos a buscar a Justo… y veremos cuántos

panes compra. Eso es inteligencia, just in case… No tengo idea si los militares

y los policías de tu país saben lo que es eso.

A las 5 y 30 de la mañana del martes 23 de abril de 1985, Malko Linge había

comprado ya todo el pan de “La espiga de oro” en la Unidad Vecinal N° 3. Apenas

habíamos podido dormir dos o tres horas, pero Malko tenía un presentimiento y no

58
quería dejar que pase un día más sin saber si aquel Justo no era más que una pantalla o

la verdadera llave que abriera la puerta que conducía al camarada Gonzalo. El cuarto

paso es decisivo - me dijo, apenas antes de poner las 4 y 30 en el despertador y

encerrarse en su cuarto. Su sofá – debo reconocer – era más cómodo que mi propia

cama.

***

Al chino de la panadería le había costado entender lo que pasaba. Al principio

pensó que éramos del Gobierno buscando decomisarle la producción y hasta se negó a

vender todos sus sacos llenos de toletes, franceses e integrales – los únicos tipos de

pan que vendía y que quizás alegraban los desayunos de las familias de la Unidad

Vecinal (que por aquel entonces seguramente no pasaban de un tecito o un Nescafé

con pan y mantequilla, o mortadela, en el mejor de los casos). La duda acabó cuando

Linge sacó un billete de cien dólares y lo puso en el bolsillo del mandil lleno de

harina que tenía aquel chino peruano sobre la ropa.

Cuando Justo llegó a las 6 de la mañana a comprar su ración diaria de pan, ya

estaba yo allí, poniendo mi mejor cara de estupefacción ante aquel impensado cierre

de la panadería. Le dije que era extraño, pero yo conocía la otra panadería de la

Unidad Vecinal - al otro lado del inmenso complejo de edificios - y lo podía acercar

en mi volkswagen que estaba cuadrado apenas a una cuadra de la zona comercial,

cerca de la Iglesia de Fátima. Justo lo dudó un instante, pero el interés en llegar lo

más pronto posible le quitó la duda. Lo que no pudo imaginar es que tendríamos otro

compañero en aquel viaje por pan: Su Alteza Serenísima Malko Linge.

59
Capítulo X

Justo por Pecadores

En la novela de Gerard de Villiers, Malko Linge probablemente habría

utilizado algún tipo de tortura, el polígrafo, o recurrido a alguna droga

alucinógena o elíxir de la verdad para hacer confesar a un terrorista como Justo.

(Las novelas de espías tienen mucha más acción - y mucho más de imaginación,

claro). O quizás sea que los espías norteamericanos de la CIA recurrieran a

métodos más radicales y espectaculares – alguna vez Linge me dijo que había una

gran diferencia entre un espía verdadero y un espía norteamericano, que cree que

la vida es como en las películas de Fritz Lang o las novelas de Fleming y Le

Carré.6 Lo cierto es que con Justo, como en general en todas las veces que lo vi

actuar, Linge estuvo casi siempre muy calmado- aunque antes de salir de su

departamento en Miraflores se había asegurado, como siempre, de tener una

pistola just in case y una buena dosis de esa otra arma que convence al más

pintado: una billetera llena de dólares.

Primero Justo y yo fuimos realmente a comprar pan. Cinco yo y cincuenta

él. No cabía duda que en su casa tendría que alimentar a un regimiento. Cuando

subimos de vuelta al carro y le pregunté por qué tanto pan, solo me dijo que

habían venido unos familiares que comían mucho. Debía estar bastante distraído y

preocupado por la demora porque no hizo ningún ademán ni gesto de sorpresa

6
Me lo dijo a propósito del “Project Artichoke” (Proyecto Alcachofa, nótese la ingenuidad del nombre)
de la CIA, que utilizó prisioneros de guerra y voluntarios para experimentar con LSD y otras “drogas
de la verdad.” La alcachofa se hizo puré poco tiempo después, cuando Frank Olson, un hombre de la
CIA, se lanzó de un duodécimo piso mientras se sometía voluntariamente al tratamiento (de más está
decir que él quedó también hecho ídem).

60
cuando sobreparé en la esquina de su casa y él instintivamente dijo que era ahí

mismo donde se quedaba. Justo iba a bajar cuando de improviso – yo mismo me

sorprendí de lo rápido que apareció Linge, pese a que sabía que estaría escondido

detrás de un kiosco de diarios – apareció en su frente una pistola que lo obligó a

pasar al asiento trasero con su cargamento de pan. En un instante Linge trepó

adelante y yo empecé a conducir a un lugar cerca al Parque Industrial, un terreno

baldío entre las avenidas Colonial y Argentina que no se animaría sino hasta que

oficinistas y vendedores ambulantes comenzaran a llegar, solo después de las 7 de

la mañana.

- No te preocupes que no te va a pasar nada malo si dices la verdad, como buen

chico que eres. ¿Está Gonzalo con ustedes?

- ¿Gonzalo? No, no hay ningún Gonzalo. No sé de qué habla – dijo nervioso

Justo, aferrándose a su bolsa de pan como si fuera un salvavidas.

- ¿Abimael?

- Tampoco. No hay ningún Abimael. Mire, señor, yo vivo solo con m familia

y…

El movimiento de Su Alteza Serenísima fue veloz. En un instante había pasado

del asiento delantero a la parte de atrás del auto y le había puesto a Justo el cañón

de la pistola en la boca. Éste apenas había alcanzado a recostarse sobre un lado del

auto y tenía los ojos muy abiertos, suplicantes. Yo estaba estupefacto.

- Justo, justo, justo… No tenemos mucho tiempo. Yo quiero dormir. Acá el

joven tiene que trabajar y tú tienes que darle de comer a tus camaradas ¿No es

cierto? Así que mira. Yo sé que hay unos cuantos amigos en tu casa. No

61
necesito los nombres ni nada. Para que te sientas mejor, yo no soy policía. Él

tampoco – le dijo señalándome. Pero necesito que me digas si nuestro amigo

Abimael Guzmán, tu Presidente Gonzalo, está ahí con ustedes. Es una simple

curiosidad ¿Sabes? Me gustaría invitarlo a comer y no sé dónde ubicarlo. Si tú

me ayudas te irá muy bien. Es más. Para que veas que tengo buenas

intenciones, acá te dejo unas cuantas pastillas para la memoria – le dijo

poniendo un pequeño fajo de billetes de veinte dólares entre la correa y el

botón de sus jeans.

Cuando Su Alteza Serenísima retiró la pistola de la boca de Justo, aquel

empezó a toser agitado y a respirar profundamente, mirando el dinero. Yo no sé

nada, de verdad. Por favor. Déjenme ir. ¡Los panes son para mi familia, de

verdad, de verdad, de verdad!

A mí por un momento me entró la duda. ¿Y si en realidad aquel tipo era un

simple simpatizante de Sendero y el Padre Florencio solo nos había dado su

nombre para molestarlo, vengarse o simplemente librarse de nosotros? ¿Y si

aquellos jóvenes y toda la gente que yo había visto era realmente su familia?

¿Podía ser todo eso cierto? ¿Cuánta gente inocente ya había sido detenida,

condenada y asesinada por un simple soplo o un error? Quizás aquel Justo solo era

uno de tantos, uno más en la larga lista de equivocaciones que se multiplicaban

mientras el terrorismo se hacía más fuerte en el Perú. Todos éramos ya

sospechosos.

Por suerte Malko Linge era menos ingenuo. Y repitió una vez más aquel

mismo procedimiento: pistola en la boca, dinero en el pantalón. Esta vez solo hizo

62
una amenaza adicional. Disparó su pistola apenas al lado de la cabeza de Justo. No

se escuchó nada más que la pequeña luna lateral de mi escarabajo haciéndose

trizas. Lo siento, gajes del oficio - me dijo cuando miró mi cara de sorpresa. El

viejo truco del disparo con silenciador dio resultado.

Justo empezó a hablar atropelladamente, casi llorando. Cada dos frases decía

que por favor no lo maten, suplicando y sollozando al mismo tiempo. No

habíamos perdido en absoluto nuestro tiempo. Abimael Guzmán ya no estaba ahí,

pero había llegado aquel fin de semana previo a las elecciones. Se había ido

seguramente cuando yo mismo dejé mi puesto de vigilancia para irme a votar.

Pero desde entonces en aquella casa habían quedado parte del Comité Central de

Sendero Luminoso, incluida la Camarada Norah, la esposa del Presidente

Gonzalo.

De hecho, aquella noche de vísperas de las elecciones había habido una pelea a

gritos entre las camaradas Norah y Miriam, por algunas decisiones que había

tomado el Partido. El Presidente Gonzalo había presenciado aquello

tranquilamente, bebiendo un café con leche y comiendo un pan con mantequilla,

mientras alternaba su atención entre “Trampolín a la Fama” y “Risas y Salsa”

(tuve que explicarle a Linge de inmediato que eran los programas más

sintonizados de la televisión nacional y que podían dar una idea de lo extenso de

la discusión) a la escena en la que aquellas dos mujeres se enfrentaban por el rol

de Sendero Luminoso en las elecciones. Mientras la camarada Norah hubiera

querido salir de inmediato a poner uno o más coches bombas en el centro mismo

de Lima, la camarada Miriam abogaba por un estado de calma temporal, que

permitiera que el Presidente Gonzalo siga extendiendo su poder por los conos de

63
la capital y por las universidades hasta llegar finalmente a la conquista del poder

popular. Al final el Presidente se fue con la Camarada Miriam a otro de sus

refugios en Lima. Él no sabía dónde – lo juraba.

En aquel momento Linge sacó otro billete y se lo dio a Justo, que había dejado

de sollozar y se calmó un poco más mirando el rostro de aquel hombre que

combinaba perfectamente la calvicie con el pelo largo - Benjamín Franklin – y

que parecía sonreír directamente a la cifra de 100 dollars. Volteó hacia donde yo

estaba y me dijo que podíamos regresar a la Unidad Vecinal N° 3. Él se quedó

atrás, apuntando a Justo, aunque sabía que no había ningún riesgo. Su táctica de

pegar y acariciar - carrot & stick - había resultado perfectamente.

Antes de que bajara con su cargamento de pan en la esquina del edificio en el

que vivía y en el que escondía a parte del Comité de Sendero Luminoso, Su Alteza

Serenísima le dio un sobre a Justo y le dijo que se lo diera a la camarada Norah sin

que nadie más lo viera. Justo asintió.

De regreso, Malko Linge me dijo que por favor lo llevara a su casa; tenía que

dormir. Ya habría tiempo de juntarnos a conversar sobre lo que había pasado y

sobre las cosas importantes en la vida. Me invitaba a comer el viernes 25 en su

casa. Yo tendría también tres días para descansar y trabajar, que era en lo que

menos pensaba en aquel momento.

Recuerdo que aquel día estuve hecho una sombra en la oficina, donde por

suerte ninguno de mis jefes apareció para molestarme. Me fui temprano a casa.

Luego de comer e intercambiar unas palabras con mis padres – que estaban un

poco preocupados porque me veían poco y pensaban que estaba trabajando

demasiado y descansando casi nada - me encerré en mi cuarto, pero me costó

64
mucho dormir. Lo peor de aquellos días y noches en blanco era que además de los

detalles de lo que me pasaba con Su Alteza Serenísima, siempre venía a mi mente

la imagen de mi ex futura enamorada en brazos de mi amigo, besándose en plena

celebración de Año Nuevo.

Cuando desperté al día siguiente, mi mamá había calentado ya agua en una

olla grande y la había vaciado en un balde que teníamos en el baño, para que me

pudiera echar al menos un poco de agua tibia (con el racionamiento la presión del

agua no llegaba a la ducha). Antes de salir, me obligó a sentarme en la mesa a

tomar un café con leche caliente y un pan que apenas probé – mientras veía cómo

Gonzalo Iwasaki y Roxana Canedo conversaban en “Buenos Días Perú” con

Pocho Rospigliosi, el serio entrenador Moisés Barack y unos risueños Juan Carlos

Oblitas y Germán Leguía, sobre las posibilidades que tenía la selección de fútbol

para clasificar al Mundial de México 86. Pasadas las elecciones eso era lo único

que interesaba. Después de todo, y más allá de los cortes de agua y luz y la

escasez de pan – y de casi todo -, siempre había tiempo para el circo, eso es lo que

le gusta a la gente.

Mientras tanto, en un lugar de San Isidro, a aquella misma hora (8 y 27 de la

mañana) un Mazda y un Toyota robados cercaban el auto en el que iba el Doctor

Domingo García Rada – el Presidente Jurado Nacional de Elecciones; un grupo de

terroristas bajó con metralletas y acribilló al chofer y al doctor García; los

custodios de seguridad apenas pudieron repeler el ataque a tiempo para salvar la

vida de la autoridad electoral, quedando ellos mismos malheridos.

Cuando me enteré de la noticia, que se escuchó como flash informativo en las

radios apenas media hora después, fui a la oficina de mi jefe a ver la noticia por

65
televisión. En medio de los jadeos de las reporteras que habían llegado al cruce de

las calles Roma y Burgos, cerca de la Clínica Italiana, llegué a escuchar los

nombres de uno de los terroristas que habían muerto en el ataque: era Justo. Llamé

entonces al teléfono que tenía de Su Alteza Serenísima para contarle aquella

desgracia. Me contestó una voz de mujer que – con un acento que parecía

extranjero - me dijo que estaba equivocado. Decidí que no podría esperar dos días

más, aquella misma noche tendría que ir a conversar con Malko Linge. En aquel

momento ya no sabía que pensar de él - ni de mí mismo.

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Capítulo XI

Las mujeres y los espías

En el trabajo, la tarea que me habían dado por aquellos días era reunir todos

los cables – las comunicaciones que llegan de nuestras Embajadas – de 1984 hacia

atrás y hacer un listado de las actividades culturales realizadas por el Perú en el

exterior en los últimos años. La idea era identificar cuáles eran las presentaciones

culturales más exitosas y ver qué más podíamos sugerir o promover. Al menos

aquella ya era una tarea con cierta lógica, que además me libraba de ver a mi jefe

los pocos minutos que se aparecía en la oficina. Solo entonces descubrí que debajo

de nuestro Ministerio había un grupo de personas que, en medio de máquinas

enormes llenas de claves alfanuméricas, procesaban todos los mensajes que

llegaban de nuestros diplomáticos en el extranjero y los convertían al lenguaje

cablegráfico en el que a veces ellos mismos hablaban. Fíjese acá. Cúmplase su

pedido. Mire. Cables 1983. A sus órdenes señor. Avise nomás.

Aquellos hombres – la mayoría venía trabajando desde hacía más de cuarenta

años en aquellas mazmorras de claves y papeles mientras que otros habían llegado

apenas del desactivado Servicio de Inteligencia Naval – tenían el poder de la

información en sus manos pero parecían no interesarse por eso; seguramente

muchos hubieran preferido estar haciendo lo mismo para la Dirección Nacional de

Inteligencia o actuando en alguna comisión de contrainteligencia más relevante

que aquella burocrática colección de informes de poco valor semántico y real.

Pero para mí ver aquellas máquinas cifradoras mecánicas, a las que se habían

67
sumado unas enormes, modernas y computarizadas CRYPTO/AG, estar allí era

como volver a encontrar el vértigo del carrusel de la infancia.

Con la excusa de mi trabajo, desde aquel momento tuve acceso a información

de la que no tenía idea. Y no solo eran las noticias de Quito y Santiago, que

alertaban de posibles compras militares y de posibles maquinaciones anti-

peruanas. Había mucho, muchísimo más…En Suecia, por ejemplo, nuestro

Embajador decía con temor que había sido amenazado por grupos vinculados a

Sendero Luminoso que parecían actuar libremente en Estocolmo y otras ciudades

de los países nórdicos, haciendo colectas para ayudar la causa de la revolución

armada en el Perú. Lo mismo comenzaba a pasar en Bonn y Londres. En Madrid y

París el día de las elecciones habían aparecido la hoz y el martillo pintadas en rojo

en la fachada de los Consulados. Sendero Luminoso – pero también el MRTA –

parecían contar con una red de apoyo que financiaba en parte las actividades en el

Perú. Por un instante incluso se me llegó a ocurrir que Malko Linge quizás no era

un agente de la CIA sino alguien que quería llegar a Abimael para asegurarle el

flujo de caja que lo llevaría a la victoria. Mis ideas se confundían cada vez más.

Lo único cierto es que sumé algo más a mi lista de las actividades culturales en las

que aparecían presentaciones de libros de Vargas Llosa, Scorza y Bryce, de

películas de Robles Godoy y Lombardi, de exposiciones de Chávez y Szyszlo;

hice otra lista con los atentados, demostraciones, pintas y nombres de los grupos y

personas afiliadas a los terroristas en el mundo. Pensé que en algún momento

podría ser de utilidad.

Aquella noche salí del trabajo casi a las 9 de la noche. Había estado todo el día

metido en los sótanos de la Oficina de Informaciones, donde apenas había

68
engullido una butifarra del Cordano y una Pasteurina que me había traído uno de

los parcos y amables conserjes. Al salir decidí darme una pequeña vuelta por

aquel palacio colonial que con la iluminación nocturna se veía si cabe más

imponente. Desde el siglo XVIII había sido una casa propiedad de los Marqueses

de Torre Tagle y luego de otros aristócratas republicanos - los Ortiz de Zevallos.

Pero aquel edificio con sus balcones y amplios patios, su elegancia y sus celosías

perfectas para los secretos e intrigas, parecía haber sido construida desde siempre

con la idea de albergar a nuestra Cancillería.

Fui entonces hasta la carroza que supuestamente había pertenecido al primer

Marqués, en el segundo patio, cerca del pozo del Palacio, que era mi lugar

favorito para alejarme del ruido y meditar. A aquellas horas no habría nadie más

que algún guardián nocturno, seguramente en el segundo piso, donde estaban las

imponentes oficinas del Ministro y del Secretario General. Me quedé allí un rato,

tratando de aspirar algo que no sea la intensa humedad limeña, cuando de pronto

vi pasar por detrás de mí una sombra que me llamó la atención. Al voltear vi

debajo de uno de los arcos moriscos, un hombre más alto que yo que miraba hacia

donde yo estaba, apenas iluminado por la luz de la luna, esbozando una sonrisa.

No necesitaba ver su cabellera rubia para saber quién era aquella imagen sacada

de “El tercer hombre;” el ubicuo Malko Linge me esperaba.

Me dijo que él también se había quedado pensando durante todo el día y había

decidido ir a buscarme. Estaba en Torre Tagle desde las 7, la hora en que supuso

saldría de trabajar. Desde entonces había estado dando vueltas por los vericuetos

de aquel Palacio colonial, admirado por aquella construcción monumental pero

sobre todo curioso de ver cómo preservábamos – con tanto orgullo como para

69
hacerla sede de nuestra Cancillería - un recuerdo, ciertamente hermoso, de

nuestros conquistadores europeos. En todo caso, el guardián le había creído que

era un turista y que era mi amigo, así que hasta me avisaron a la hora que saliste

– me dijo Malko. Claro, todo a cambio de un pequeño billete verde, el mejor

ábrete sésamo en tu país.

Ya en su casa, tomando un scotch solo – nunca lo tomes en las rocas, eso es

para los gringos - Linge me contó que había visto las noticias del mediodía,

después de despedir a una “amiga,” una fly hostess que había conocido en el vuelo

de Lufthansa. Y no había necesitado escuchar el nombre para saber que uno de los

terroristas muertos era Justo. Cuando hicieran las autopsias se darían cuenta de

algo más – me dijo Malko, sin que yo supiera a qué se refería.

- Justo no murió por las balas de los custodios de García Grrrr.

- ¿Perdón? –le dije, preocupado de que se hubiera atorado.

- Grrrr….ada

- ¿Ah?

- Nada. No puedo pronunciar ese maldito apellido.

- ¿Rada?

- Ese.

Solo entonces me di cuenta que el español casi perfecto de Linge, al que ya me

había acostumbrado pese a su entonación tan curiosa, tenía aquella falla tan

común entre los germanoparlantes. La típica “erre” es uno de esos pocos

obstáculos insalvables hasta para alguien como el genial Malko Linge. Pero

70
pasado el embarazo de Su Alteza Serenísima, me contó lo que él pensaba sobre

aquel atentado. Según Linge, a Justo lo habían asesinado antes de llegar a San

Isidro, y lo habían tirado ahí en medio de la calle o lo habían dejado caer antes de

que los terroristas salieran a asesinar a García Rada. Los senderistas y cualquier

otro grupo de terroristas usan estas emboscadas para eliminar a sus propios

enemigos. Desde que Linge le entregó el sobre para la camarada Norah supo que

aquella nota era casi un pasaporte a la muerte.

- ¿Pero entonces tú sabías que lo iban a matar?

- No. Nunca puedes estar seguro. Quizás en realidad incluso sí fue acribillado

en la balacera. Pero tú lo viste ayer. Dudo que haya sido jamás un asesino.

Debe haber sido un idealista que ahora servía de guardián, cocinero y puede

que hasta de conserje y mandadero. Pero no creo que haya estado preparado

para el combate. Después de todo fue un seminarista…

- ¿Y entonces lo mataron porque nos dio información? ¿Eso es lo que quieres

decir? ¿Que fue nuestra culpa?

- Sí, creo que sí. O bueno, por lo menos en parte por eso. Aunque haya tenido

miedo y aunque le haya puesto una pistola en la boca, él nunca debió darme

tanta información. Es muy probable que lo hayan asesinado por eso… pero no

somos culpables.

- ¡Lo mataron por nuestra culpa!

- No, no. Nosotros no sabíamos nada. Solo seguimos tu pista ¿no es cierto? No

pensé en nada más. Pero no te culpes jamás de algo que no has hecho. A Justo

lo mataron porque los terroristas se rigen por otras reglas que no tienen nada

que ver con las nuestras, así de simple.

- La verdad no entiendo…

71
- Yo tampoco entiendo todo lo que pasa en este país… pero ya viste, fue una

corazonada. Esas cosas pasan. Desde que me contaste lo de Justo y me dijiste

lo del pan, pensé que podíamos tener suerte y toparnos hasta con el propio

Abimael. Al final resultó más fácil de lo que yo mismo imaginé…

- Pero Malko… ¿Me puedes decir qué… qué decía la nota? ¿Cómo era que

tenías una nota lista?

- Bueno, ya sabes. Era un mensaje para la camarada Norah…y no era la única.

Tenía listas dos notas. Una para Abimael; esa ya la destruí. Pero supuse que si

estaba Abimael, tenía que estar también su mujer cerca…

- Tú nunca te equivocas…

- No es eso. Con el tiempo aprendes a prever qué es lo que puede suceder. Este

trabajo es un poco de cálculo y un poco de suerte. Ya ves… en este caso fue

un poco de suerte encontrar a ese seminarista – que descanse en paz.

- Amén – le respondí, bebiendo un gran trago de whisky. Pero bueno, Justo fue

uno de los seis pasos…

- Exacto. ¿El cuarto no es verdad?

- Si comienzas contando desde ti, creo que sí. A ver… si yo fui el primero y el

Hermano Alberto el segundo, el Padre Nosferatu fue el tercero y Justo el

cuarto…

- Vamos bien…

- ¡O sea que la quinta es la esposa de Abimael Guzmán!

- Elemental, mi estimado amigo. Pero bueno, eso será el viernes…creo que es

tiempo de hablar sobre cosas más importantes ¿no?

***

72
Cuando dos hombres hablan de amor las cosas no son tan sencillas. Pero en

este caso yo era aun un joven sin experiencia, enamorado de una compañera de la

universidad, mientras que Malko Linge era un hombre de mundo, un tipo con

clase, dinero y con una novia esperándolo en Austria – una aristócrata holandesa –

pero que no tenía problemas en liarse con otras mujeres, siempre que alcanzaran

sus elevados estándares de belleza y si y solo si estaba seguro que sería muy difícil

que se las pudiera volver a cruzar. La cosa así era más sencilla.

Confieso que no recuerdo exactamente todo lo que me dijo. Pudo ser alguna

perogrullada de esas inevitables cuando uno habla del amor y que de hecho

sonaba mucho más inteligente con tanto alcohol en la sangre – nos acabamos una

botella de Old Parr entre los dos, mientras apenas picábamos unas aceitunas y

galletas con las que Linge se había aprovisionado en su departamento. Pero pudo

ser también que entonces cada cosa que me decía Su Alteza Serenísima me

parecía brillante; que todo lo que aquel hombre rubio y experimentado sabía era

porque tenía una mente superior - prodigiosa. O quizás era simplemente esa

extraña y exótica fascinación que tenemos los peruanos por los extranjeros, sobre

todo si son europeos, blancos y tienen los ojos claros o el cabello rubio – o todas

las anteriores, como Malko.

En todo caso, lo que es cierto es que desde aquel momento me sentí mucho

mejor porque Malko Linge me dijo que no me preocupara por mi futuro amoroso.

No era tan feo, después de todo, y era más inteligente que la gran mayoría de

gente. Las mujeres van notando poco a poco eso y con los años van dejando de

interesarse cada vez menos por la pinta que por el cerebro; y ni qué decir de la

billetera. Yo, además, tenía en mi favor el caché y el aura que siempre llevan los

73
diplomáticos. Déjame decirte algo – me dijo Su Alteza Serenísima proponiendo

un brindis. En el fondo te envidio. Eres joven, diplomático y peruano…exótico.

Eso gusta. Daphne se moriría por ti. Solo asegúrate de ir a Europa y tendrás

muchas mujeres a tu alrededor. Olvídate de esa chiquilla. Sufrirás un tiempo,

pero en algún momento me lo agradecerás. Y recuerda siempre que el sonido de

una botella de champagne abriéndose es el mejor imán para las mujeres. Cada

vez que escuches una, acuérdate de mí…

***

Lo otro que me explicó Linge aquella noche – otra de las cosas importantes en la

vida - tenía que ver directamente con Abimael Guzmán y con nuestra búsqueda.

- ¿Qué fue lo más importante que nos dijo Justo ayer por la mañana?

- Que Abimael Guzmán había estado ahí pero se había mudado a otro refugio. O

sea que está cerca, en algún lugar de Lima.

- Sí, bueno. Eso también. Pero hay algo más…

- ¿Algo más? Mmm… Bueno, que la Camarada Norah, la mujer de Guzmán,

estaba ahí.

- ¿Y?

- Y…que se había peleado con otra senderista. Con la camarada Miriam.

- Exacto. Eso es lo verdaderamente importante. Según el informe que me

dieron, esas dos mujeres son las más cercanas a Guzmán.

- ¿Y tú crees que esa pelea?

- No lo sé. No sé cómo será, pero creo que hay algo muy importante que

debemos aprovechar. Abimael se fue con Miriam y dejó a Norah, su mujer.

74
Eso puede tener una razón política, claro. La camarada Norah al parecer es la

cabeza del movimiento en Lima. Pero yo creo que hay algo más.

- ¿Celos?

- Puede ser. Puede ser… y eso es lo que tenemos que averiguar y aprovechar.

Ya veremos. Nunca subestimes el poder de las mujeres…ni de lo que son

capaces de hacer por amor… o por celos.

Lo que siguió fue un recuento memorable de Malko Linge sobre el poder de las

mujeres en la política y en el espionaje, desde Mata Hari hasta nuestros días. El

recuento incluyó a una peruana, Elvira Chaudoir (su apellido original De la Fuente),

la hija de un diplomático peruano que estaba en Europa al inicio de la segunda guerra

mundial y que sirvió de espía bajo el alias “Bronx,” gracias a su red de contactos en la

alta sociedad y los salones de juego europeos. Ella hizo contrainteligencia

diseminando información falsa en los casinos de la Costa Azul a los oficiales nazis

que paseaban por esa zona controlada por el régimen de Vichy. Alardeaba con sus

amantes ocasionales de conocer a oficiales aliados, que le habían dado pistas de

dónde empezaría el desembarco del Día “D”– cerca de Bourdeaux, al otro lado de

Francia, decía ella, y no en Normandía como realmente ocurrió. Su Alteza

Serenísima me confesó que no sabía si todo aquello era cierto o si aquella campaña de

desinformación fue creída por los nazis franceses. Pero él mismo había escuchado

algunas historias de los propios labios de Madame Elvira, que era amiga de su familia

y visitaba ocasionalmente su castillo en los alpes austriacos. Una peruana espía… y

hermosa aun en sus cincuenta.

¡Otros tiempos! Qué melancolía… Y eso es lo que no entienden los gringos. El

espionaje es un arte de sensible inteligencia, de persuasión y de nobleza; no de

75
fuerza. Pero en fin, en todo caso al menos ya ves el poder que pueden tener las

mujeres. Nunca confíes en ellas. Nunca. Las mujeres… Entonces soltó una carcajada

que me despertó de la modorra con la que ya me había ido acurrucando en su sofá. Me

di cuenta que afuera había comenzado a aclarar y se escuchaban ya los ruidos graves

tan peculiares de esas aves ignoradas – pero que bien conocen los madrugadores

limeños. Tendría que ir a trabajar de volantín una vez más. Antes de salir de la casa de

Linge llamé a mi casa para avisar que me había quedado a dormir con un amigo y que

no se preocuparan.

Cuando salí, Linge seguía sentado en su sillón, moviendo en círculos su vaso

vacío. Me miró como proponiendo un brindis y volvió a mirar nuevamente hacia la

ventana. Ya estaba claro. Las mujeres – dijo nuevamente Su Alteza Serenísima, como

recuperando la frase que había quedado pendiente. Y repitió lo mismo antes de dejar

su vaso sobre la mesa para incorporarse, hacer un ademán de despedida y caminar

hacia su cuarto. Las mujeres…

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Capítulo XII

La mujer del Presidente

Augusta Deyanira La Torre Carrasco – la camarada Norah – era una mujer

pequeña, de rasgos delicados y, pese a su mirada dura e intensa, parecía mucho menor

de 39 años (llevaba más de la mitad de ellos casada con el camarada Gonzalo). Era

ciertamente atractiva, mucho más de lo que Malko Linge o yo hubiéramos esperado.

Quienes la conocieron en su juventud dicen que nadie entendió bien como aquella

huantina hermosa de dieciocho años, que llevaba enamorada a más de media facultad

de Educación de la Universidad San Cristóbal de Huamanga y ciertamente hubiera

podido escoger el partido que quisiese, había decidido casarse – era 1964 – con aquel

profesor universitario gordo y desaliñado, que paseaba por las aulas y patios de la

universidad con un saco viejo que le quedaba grande y con un libro de enseñanzas de

la revolución china bajo el brazo. Las mujeres…

- Disculpe que no le haya puesto una copa – dijo amablemente Su Alteza

Serenísima mientras empezaba a descorchar el champagne que había sacado

de la cubeta de hielo que tenía a su derecha, en la cabecera de su mesa de

comedor-. Pero presumo que usted no bebe, mucho menos este licor…

imperial.

- No, gracias.

Yo había llegado unos minutos antes de las 8, como me había dicho Malko, a

quien encontré en la cocina, sirviendo ya el segundo plato de una corvina a la

meunière con camarones acompañado de soufflé de verduras, un lujo en tiempo de

carestía, pero apenas el entremés en la cena de aquella noche en que el plato

77
principal – qué duda cabía – era Augusta La Torre; nada menos que la esposa del

Presidente Gonzalo, la mujer más poderosa de Sendero Luminoso – y

seguramente del país – y la madre de la revolución.

- Bueno, sírvame un poco – dijo Norah, mientras Malko llenaba mi copa con

Veuve Clicquot.

- ¿Para que pase mejor el pescado? – replicó riendo maliciosamente Malko

Linge.

- Sí. Para probar… - respondió con una brevísima y casi imperceptible sonrisa,

la camarada Norah.

Norah había llegado a las 8 en punto. Para entonces yo ya estaba sentado en la

mesa con la máscara veneciana que me había agenciado Malko Linge, solo por

precaución. Cuando la vi entrar por la puerta del departamento me pareció bonita

pero un poco insignificante, con un vestido celeste viejo y descolorido, sandalias

planas y una chompita blanca abotonada casi hasta el cuello. Pero cuando se quitó

la chompa dejando ver su busto enhiesto y se sentó frente a mí, mirándome

directamente con sus pequeños ojos pardos, sentí de pronto un escalofrío

repentino. No podía imaginar que aquella mujercita sencilla pero enérgica – y

ciertamente guapa - cargara con centenas o quizás miles de muertos y heridos

sobre sus espaldas o que hubiera dado las órdenes para masacrar a los campesinos

de Lucanamarca.

Durante la cena Malko apenas comió unos cuantos trozos de pescado, antes de

comenzar a contar su propio cuento chino. Él había estado en la República

Popular durante los setenta y pensaba que las reformas que estaba aplicando Den

78
Xiao Ping con el mayor pragmatismo eran las correctas; además creía que la

Revolución Cultural había probado ser poco beneficiosa para el pueblo chino y

que si aquel cambio paulatino seguía, en los siguientes años veríamos cómo China

surgiría como una gran potencia que opacaría a la Unión Soviética – un gigante

que pronto caerá – y al propio Estados Unidos; esa sería quizás la Gran

Revolución del siglo XXI, pero quién sabe si viviríamos para verlo.

Yo devoré en un instante aquel plato delicioso por el que felicité a Malko

(aunque sin decirle que extrañaba un poco de arroz) y bebí pronto mi champagne,

llenando de nuevo las copas a todos. Norah, por su parte, comía lentamente, como

contando cada una de las veces que masticaba la comida, manteniendo la mirada

fija en el mantel de lino blanco que cubría la mesa. Pero era evidente que

escuchaba con interés lo que decía Malko Linge, pues cada cierto rato, cuando

Malko elogiaba a Den o decía algo que probablemente contrariaba las ideas de

Norah, notaba que ella enrojecía de inmediato, mordiendo apenas su tenedor,

como si quisiera contener su furia y no contestar de inmediato. Cuando Linge

terminó su reflexión y Norah su comida, fue ella quien preguntó inmediatamente

qué quería de ella aquel enemigo de la Revolución, que no tenía idea de lo que era

el movimiento maoísta – ella también había estado en China con el Presidente

Gonzalo, formándose en las escuelas revolucionarias, trabajando codo a codo y

empuñando las aras en el campo, viviendo con el propio pueblo chino, así que no

estaba para que le cuenten cuentos.

- Yo no soy enemigo de su revolución, camarada. Le aseguro que es casi todo lo

contrario. Después de estar todo este tiempo aquí en el Perú – de eso es testigo

el joven enmascarado – puedo decirle que entiendo perfectamente que ustedes

quieran tomar el poder para…

79
- Nosotros no queremos poder – increpó de inmediato Norah, lanzando una

mirada flamígera que hubiera hecho bajar los ojos a cualquier otro-. Esos son

términos que nada tienen que ver con la ideología de Sendero Luminoso y con

el pensamiento Gonzalo…nosotros queremos que se cumpla la revolución y

alcancemos la verdadera dictadura del proletariado, conforme a las enseñanzas

de Marx reinterpretadas por los líderes soviéticos y chinos y que alcanzará su

apogeo en el Perú.

- Disculpe, camarada. No quise molestarla. Es en parte mi desconocimiento de

su filosofía…

- Nosotros no creemos en filosofías. Esos son conceptos imperialistas y alejados

de la gran transformación que busca nuestra lucha popular. Ya lo dijo Marx…

- Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert; es kommt aber

darauf an, sie zu verändern – recitó Linge, frente a nuestras caras de asombro.

Conozco las tesis de Feuerbach, camarada; sé que los filósofos solo han

interpretado el mundo de diferentes modos, cuando lo que debemos buscar es

transformarlo…

- Bueno, me alegra saber que algo conoce – dijo Norah con una voz que me

pareció, aunque suene a contradicción, un poco más dulce pero también más

enérgica-. Entonces – continuó luego de una breve pausa – entenderá que el

marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento del Presidente Gonzalo es una

ideología basada en el materialismo dialéctico marxista, sí, pero que busca el

cambio revolucionario, y por tanto está al servicio del pueblo peruano y se

confunde con él…así que está más allá de cualquier filosofía. La ideología de

Sendero Luminoso es la culminación de las ideas, el non plus ultra de

cualquier revolución, el fin de la historia como la conocemos que da paso a

80
una nueva historia, a un nuevo hombre, a una nueva humanidad… (eso último

lo dijo Norah con el puño de la mano derecha agitándose rítmicamente, como

si fuera el acompañamiento mnemotécnico de aquella poesía senderista).

- Gracias por la explicación, camarada – dijo sonriendo Linge-. Lo que pasa es

que el español no es mi primera lengua y puede que a veces haya cosas que no

entienda. Pero sucede que he leído lo que dice el Presidente Gonzalo y creo

también saber lo que piensan usted y la camarada Miriam…

- ¿Lo que piensa Miriam? Eso es imposible. ¡Si esa no piensa! ¡Ya se olvidó

hasta de eso! ¡Es una maricona!

- ¿Maricona?

- Cobarde – intervine yo.

- Cobarde… - repitió Norah.

- ¿Y el camarada Gonzalo también es un cobarde? – preguntó Linge antes de

acabar de un trago su copa de champagne e ir a la cocina de inmediato para

sacar otra botella.

Norah se quedó cavilando, escudriñando su copa vacía, mientras yo observaba

esas manos pequeñas, con las uñas cortadas casi al ras - manos de profesora de

primaria, amables. Imaginaba cómo esas manos habrían acariciado al hombre que

había causado más muerte y destrucción que ningún otro en el Perú (al menos

desde la guerra con Chile). Me preguntaba si esas mismas manos seguirían siendo

cariñosas con ese hombre a quien la camarada Norah parecía ya no querer tanto.

¿Tendría celos de Elena Iparraguirre, la camarada Miriam? ¿Era a eso a lo que se

refería Malko y por lo que sabía que ella aceptaría venir a cenar al departamento

miraflorino de un extranjero? Yo seguía sin entender la idea de Linge, pero estaba

81
seguro que al final de la noche aquella mujer regresaría con una idea distinta sobre

Abimael Guzmán. Eso si no se quedaba a pasar la noche con Su Alteza

Serenísima…

- Disculpe, Camarada.

- Norah. Díganme Norah. Ustedes no son mis camaradas – dijo orgullosamente

la mujercita-. Pero ojalá algún día lo fueran – susurró, mirando apenas a

Malko, como si no estuviera segura de decir lo correcto, como si insinuara

algo de lo que se arrepintiera.

- Norah – repitió Linge. Discúlpeme si la molesté. Entiendo que usted tiene una

posición más… ¿más revolucionaria?

- La revolución es una. Yo lo que creo es que Sendero ya está suficientemente

maduro como para dar un golpe mortal a este Estado decadente, más aun antes

de que entre a gobernar ese revisionista incapaz y demagogo de Alan García

que lo único que va a hacer es llevarnos al fracaso.

- ¿Y usted cree que en Lima, Sendero ya es suficientemente fuerte?

- Sí. Lo que pasa es que ustedes están aquí en Miraflores…

- Yo vivo en San Miguel – interrumpí tratando de quedar un poco mejor.

- San Miguel es un distrito de clase media; ahí ya falta poco para que entremos.

Tenemos un Comité… pero bueno. Lo que quiero decir es que ustedes están

acá y tienen sus casas con agua, con luz, con comida de lujo, con licores.

¿Ustedes qué saben del Perú de verdad? ¿Han estado alguna vez en

Ayacucho? ¿O aunque sea en Comas, en San Juan, en Villa el Salvador? ¿En

alguno de los pueblos jóvenes donde la gente vive en casuchas de esteras y

tiene que caminar una hora por lo menos cada día para conseguir agua?

82
- Estuvimos en Ventanilla – dije de nuevo, como si necesitara justificarme

frente a esa mujer que hablaba con energía y que estaba haciéndome sentir

verdaderamente mal de no conocer más de mi propio país.

- Ventanilla… Ventanilla ya es de Sendero ¿Saben por qué? Porque el Gobierno

corrupto y hambreador no es capaz siquiera de hacer que los niños de

Ventanilla tengan algo que comer. Y mientras tanto pagamos las deudas de los

ricos, de los bancos, de los capitalistas, de los infelices que nos gobiernan. Y

el trabajo del pueblo solo sirve para pagar esas deudas al Fondo Monetario

Internacional y a otros Gobiernos corruptos… pero no, ustedes no entienden.

Ustedes viven en su barrio de ricos, en su propia burbuja. A ustedes no les

importa el Perú…

- Sí nos importa –dijo entonces Su Alteza Serenísima. Nos importa el país y por

eso estamos aquí con usted. Porque queremos conversar sobre el futuro de

Sendero. Porque queremos ayudarla... Yo no represento a ningún Gobierno.

- Pero es un gringo…

- Un gringo que quiere ayudarla – replicó Malko Linge.

Norah bebió de su copa saboreando el champagne, que parecía gustarle cada vez

más. Me miró a los ojos como buscando ver si yo pensaba lo mismo que aquel

extranjero. Con esfuerzo logré mantener la mirada. Entonces Malko Linge nos ofreció

pasar a la sala a hablar de negocios… y de la revolución – dijo parándose, sin darle la

oportunidad a Norah de replicar y salvándome de tener que claudicar y bajar la mirada

desafiante de esa mujercita que parecía capaz de todo.

***

83
Mientras Malko llevaba las copas y la cubeta con el champagne a la salita de

su departamento, pedí permiso para retirarme un momento. El champagne me había

dado ganas de ir al baño, pero era sobre todo la tensión de aquella conversación la que

me obligaba a respirar profundo y lavarme la cara, que sentía aprisionada bajo aquella

ridícula máscara. Mirándome al espejo me di cuenta que mi rostro había cambiado, se

había llenada de pronto de arrugas y de cansancio. Me estaba volviendo viejo. Era

como si en aquellos meses hubiera vivido todo lo que no había vivido antes, como si

hubiera perdido de pronto la juventud… y de pronto recordé un nombre: Círculo

Literario Juventud Mariateguista. Y otro más: Movimiento Popular del Perú. Eran

dos organizaciones que operaban en Suecia; había leído aquellos nombres en unos

cables. Los dirigentes en Estocolmo eran Carlos La Torre y Delia Carrasco. No podía

ser tanta la coincidencia: aquellos tenían que ser los padres de la camarada Norah.

Tenía que decírselo a Malko, presentía que de algo podía ayudar aquel dato.

Antes de salir del baño traté de escuchar desde ahí lo que podían estar

conversando entonces Malko y Norah. Solo podía escuchar bisbiseos y algo que me

pareció risas apagadas ¿y quizás algún beso? ¿Podía ser tan gran conquistador Su

Alteza Serenísima? Cuando llegué a la sala ambos estaban conversando frente a

frente, muy cerca, absolutamente distraídos, como si fueran una pareja en pleno

secreteo romántico. Y ahí estaba yo, el aguafiestas, mirándolos sin saber qué hacer,

dudando en acercarme a arruinar el plan o irme para no volver. Debió ser algo así

como celos, o más bien esa envidia tan natural del amigo que no quiere ver al otro

llevarse la presa - aunque no sea la más codiciada - lo que hizo que me quede. Pero no

me arrepiento.

Malko me hizo una seña que inmediatamente pensé significaba que quería que

me fuera. Por un instante me enfurecí, pensando que aquel noble austriaco había

84
conquistado fácilmente a la guapa revolucionaria y yo había quedado fuera de la

conversación (la culpa es de la ficción que lo hace pensar a uno siempre la situación

más dramática, cuando lo único que quería Malko era que me colocara la máscara,

que me di cuenta había dejado en el baño, antes de que la camarada Norah me viera el

rostro sin ella). Regresé entonces al baño, aliviado, y antes de unirme a la pareja

recordé que llevaba un lapicero en el saco del terno, y escribí con él en un pedazo de

papel higiénico los nombres de los padres de la camarada con los grupos a los que

debían pertenecer, un signo de dólares, y la ciudad en la que vivían: Estocolmo.

Cuando volví a sentarme con ellos en la sala, Norah por fin despegó sus ojos de

los de Linge, retrocedió instintivamente en su asiento al verme y se excusó para ir ella

también un momento al baño. Pudo ser el efecto del champagne, pero viéndola

caminar hacia el baño – el cuerpo pequeño pero firme, los pasos menudos y

femeninos - sentí que la sangre se me calentaba.

- Atractiva – dijo Su Alteza Serenísima. Una lástima…

- ¿Qué? – le pregunté extendiéndole la nota que había escrito y que luego de

leer guardó de inmediato en su bolsillo.

- Una lástima que esté tan enamorada de Abimael Guzmán… o bueno, no tanto

de él como de su doctrina… y de lo que ella llama revolución.

- ¿Por qué? ¿Porque no la pudiste conquistar? – pregunté aun con los celos que

me quedaban de aquel involuntario arranque.

- Entonces a ti también te gustó – dijo Linge sonriendo, después de beber una

copa más de champagne.

- Es bonita… decidida, inteligente.

- Y pese a todo ingenua…

85
Cuando volvió Norah tenía la cara lavada y el rostro mucho menos amable que

apenas unos minutos atrás. Se sentó frente a Linge con la misma pose rígida de

cuando llegó y le pidió un vaso con agua; no bebería más champagne. Y comenzó a

hablar – sin que se lo preguntáramos - de la revolución y del futuro del Perú en manos

de Sendero Luminoso.

El nuestro sería un país sin rencores, en el que todos sabríamos trabajar el campo

y nuevas industrias harían que el proletariado se hiciera más unido y consciente de su

destino común; no habría empresas extranjeras que se llevaran nuestros recursos ni

nuestra producción; aprovecharíamos la televisión y la radio y la prensa para educar a

los veinte millones de peruanos en el pensamiento Gonzalo, que se enseñaría a todos

desde la más temprana infancia en las escuelas populares revolucionarias, en lugar de

religión y otras enseñanzas imperialistas; no habría hambre ni enfermedades

desatendidas; no habría robos ni corrupción y la mentira al Partido sería castigada

severamente; los hombres y las mujeres cumplirían su destino trabajando en pie de

igualdad, unidos, respetándose mutuamente y criando con rigor y cariño a sus hijos,

los hijos de la revolución.

- Hijos que el Presidente Gonzalo no tiene – interrumpió Linge.

- El Presidente Gonzalo y yo hemos dedicado nuestra vida a la revolución;

somos los padres de Sendero Luminoso y de todos sus miembros – atacó

Norah sin dudar, como si tuviera la respuesta ya preparada.

- ¿Y hay algo que impida al Presidente tener hijos con su mujer? Usted es joven

aun, Norah…

- El Presidente está dedicado a la revolución. No puede… no necesita…

86
- ¿No puede?

- No. No es eso… es que… la revolución es muy exigente. No tendríamos

tiempo… El Presidente Gonzalo es un hombre excepcional, único.

- Que por eso necesita de más de una mujer que lo cuide...

- ¿Quién le ha dicho eso? – dijo Norah levantando la voz, enrojeciendo de

pronto y conteniéndose para mantener aquella posición rígida con la que se

había sentado.

Entonces Malko Linge le dijo que suponía que se necesitaban más mujeres

para cuidar de Guzmán, porque su salud no era la mejor. Sabía también que ellos

necesitaban ayuda y que se habían agenciado la forma de obtener dinero a través

de los movimientos que sus amigos y su familia – ¿sus padres, Norah? – hacían

en Suecia y otras partes de Europa.

Norah y yo nos miramos confundidos por un instante. Ninguno de los dos

entendía bien cómo era que Linge sabía todo eso. ¿O lo había inventado con

apenas aquel dato que le había dado y que no era más que una suposición? La cara

de Norah era elocuente. Había algo de cierto en lo que decía ese rubio que no

parecía capaz de matar una mosca y que la había citado para algo – que yo no

sabía – pero que parecía dar esperanzas a aquella mujercita de que Linge no solo

sabía mucho más de lo que parecía sino que era alguien de quien se podía esperar

ciertamente algo. Que supiera aquello confirmaba que no trabajaba para la policía;

Sendero Luminoso tenía gente infiltrada en la Guardia Civil, en la Guardia

Republicana y hasta en la Policía de Investigaciones, y estaban convencidos de

que ellos no sabían absolutamente nada de nada.

87
- Yo los puedo ayudar – dijo Linge, dándose cuenta de que aquella mujer había

cambiado poco a poco su posición al sentarse, relajándose, acercándose, y al

parecer confiando poco a poco en él-. Yo los quiero ayudar – remató-. Pero

quiero más ayudarla a usted. No creo que el Presidente Gonzalo sea capaz de

llevar adelante una revolución como la que usted cree que el Perú necesita. Yo

he estado en Camboya y sé lo que pasó con Pol Pot y el Khmer Rouge. Solo

una mujer puede liderar este movimiento. Alguien de temple y sin temor.

Usted, camarada Norah, es la madre de la revolución. Es usted quien tiene que

ganar esta guerra.

***

Lo que siguió solo lo sé por lo que me dijo Malko Linge y tengo que creer en

su versión, que es ciertamente la más plausible contemplando todo en

retrospectiva. Luego de aquel diálogo, Malko me dijo que lo disculpara, pero

tendría que marcharme. Lo que iba a conversar con Norah era algo muy delicado.

Y era mejor que no esté. Al despedirme en la puerta, solo me agradeció. Ya te

contaré – me dijo cuando me dio la mano. La última vez que vi a Norah, estaba

arreglándose el vestido y el cabello, si cabe más guapa, bajo la luz tenue de la sala

del departamento miraflorino de Su Alteza Serenísima.

88
Capítulo XIII

Por el Sendero Luminoso de Su Alteza Serenísima

No sé cuánto de verdad tengan las novelas de suspenso como las de Gerard de

Villiers o las películas de James Bond. Si debo creer en ellas y asumir que la vida del

espía es un continuo de acción, violencia y sexo, esa noche Su Alteza Serenísima

debió haberse encamado con aquella revolucionaria pequeña y atractiva, pero que en

nada se parecía a la descripción de las mujeres voluptuosas e insaciables con las que

se acuesta Malko Linge en la ficción.

Viendo lo que vi aquella noche, y aunque Linge – los caballeros no recuerdan

sus historias de alcoba y mucho menos las divulgan - nunca me dijera ninguna

palabra sobre aquella parte de la historia con Norah, estoy casi convencido de que

Augusta La Torre debió haber cedido a los encantos de Su Alteza Serenísima y hecho

el amor – seguramente un poco torpe y distraído, alentado por el champagne y el

deseo de estar con un hombre guapo en lugar de con un gordo enfermo y desaliñado -

en aquel mismo departamento al que volví por la noche del domingo, luego de que el

doctor Linge dejara un mensaje en mi casa, diciendo que le gustaría que lo visite para

contarle de los siguientes pasos de su investigación sociológica. Lamentablemente eso

nunca lo sabré, aunque aun hoy, cumplidos casi veinticinco años de la muerte de

Augusta La Torre aun lo imagino. (De ella solo quedó filmado su velorio, en el que se

ve a un Abimael Guzmán ebrio y lloroso, dedicando el responso a la que fue su mujer,

mientras se escucha una balada romántica que suena doblemente absurda como

música de fondo de aquella escena).

89
Malko Linge no me explicó tampoco en aquel momento todos los detalles del

entendimiento que había alcanzado con ella. De hecho empezó contándome otra

historia, la del mito de Deyanira, el segundo nombre real de nuestra camarada Norah.

Deyanira fue la tercera mujer de Hércules. Alguna vez, queriendo cruzar el

legendario río Aqueloo, Deyanira fue raptada por el centauro Neso. Heracles, sin

embargo, acudió a su rescate e hirió de muerte a Neso; pero antes de morir, el

malévolo centauro había convencido a Deyanira de que guardara algo de su sangre,

que tenía mágicos poderes para conquistar el corazón de cualquier hombre. Después

de un tiempo, Deyanira empezó a tener celos de Iole – una mujer más joven a la que

Hércules había también salvado de una muerte segura y hecho su concubina – y llena

de temor por perder el amor del héroe, recordó que poseía aquella pócima y untó la

sangre tóxica del centauro Neso en la piel de león con la que vestía su marido,

creyendo que funcionaría como un elíxir de amor. La sangre del centauro funcionó

como veneno y finalmente - como cruel venganza póstuma – se llevó consigo también

la vida de uno de los más formidables héroes griego. Norah no lo sabe aun, pero

algún día hará honor a aquel nombre mitológico.

- ¿Entonces tú ya la has engañado? ¿Ya le has dado la pócima a Norah? – le

pregunté a Malko Linge.

- Creo que sí. O al menos creo haberla convencido de que ella es más fuerte que

Heracles, lo que es incluso mejor.

- No te entiendo.

90
- A veces creo que es mejor que no sepas nada… pero siento que es difícil

engañarte. Poco a poco te darás cuenta de cómo funciona el mundo y perderás

la inocencia, querido amigo…

- Ya la perdí…

- Me refería a…

- Sí, yo tampoco me refiero a esa otra inocencia. Me refiero a que en estos

meses he dejado de ser un ingenuo, Malko. Y la verdad no sé si agradecerte o

no. Creo que estaba mejor antes.

- Lo siento.

- No, no lo sientas. Me siento más viejo, con más experiencia, pero supongo que

me hubiera pasado de todos modos…

- Es posible.

- ¿Y ahora sí me puedes contar algo del trato con Sendero y de lo que pasó esa

noche? ¿O tendré que imaginármelo? – le pregunté sin ocultar mi fastidio.

- Vamos, no te molestes. Pero sí, te contaré algo. Y otras cosas tendrás que

imaginártelas, así es este juego. Un poco de imaginación es completamente

necesaria.

Entonces fue que Malko Linge me contó de lo que se había convencido Norah;

al menos por el momento, pues sabía que el engranaje de la inteligencia recién se

había puesto en marcha.

Linge sabía que Abimael Guzmán estaba enfermo, eso lo tenía ya en su reporte

de la CIA. El hecho que estuviera en Lima en lugar de Ayacucho era una señal

inequívoca de que su enfermedad era un poco más grave de lo que suponían. Si ha

llegado a la capital, con el riesgo que eso supone, es porque las medicinas que

91
requieren son difíciles de encontrar y porque la altura seguramente le hacía mal.

Eso se lo confirmó Norah casi sin querer.

- ¿Te dijo que enfermedad tiene?

- Psoriasis, una enfermedad de la piel. Pero creo que eso no es todo. En todo

caso, si acepta mi colaboración, que es lo que yo espero, seré también su

proveedor de medicinas. Norah no es tonta y sabe que en Europa o Estados

Unidos puedo conseguir mejores medicinas de las que puede conseguir aquí

¿No crees? Y además es mejor conseguir medicamentos por otro medio

adicional al de sus propios contactos y a lo que pueda mandarle su familia

desde Suecia.

- ¿Entonces sus padres están efectivamente en Estocolmo?

- Sí, son realmente sus padres… Y disculpa por no habértelo dicho antes:

muchas gracias. Eso me ayudó muchísimo en mi propuesta porque Norah se

sorprendió de que supiera algo de su familia. ¿Ya ves? A veces son golpes de

suerte…

- O sea que serás proveedor de medicamentos…

- Y algo más…

Según lo que me explicó Malko Linge, había varias cosas que haría - siempre que

Norah aceptara su propuesta, claro, aunque de eso no le quedaban muchas dudas. Lo

importante es que ya tenían el contacto y habían acordado algunas formas de

comunicación seguras, las que evidentemente no me podía revelar. Pero eso solo era

una parte. Lo otro que tenía que hacer era seguir provocando los celos de Norah. El

detalle que les había contado Justo sobre las discusiones con la camarada Miriam

había sido providencial. Luego de conversar con Norah se había dado cuenta de que

92
había una rivalidad evidente entre ambas mujeres. No sabía si existía aun algo de

amor en juego en medio de aquel triángulo pero era suficiente saber que había ese

sentimiento de incomodidad y competencia entre ellas, y además entre ellas y las otras

mujeres que conformaban la corte de Guzmán, como para poder afirmar su plan.

- ¿Pero eso no lo sabías antes?

- No – me respondió Malko, sonrojándose un poco, como si se sintiera mal de

que hubiera yo descubierto su engaño.

- Esto es un poco de imaginación pero también un poco de bluff.

- ¿Bluff?

- Sí. No sé cómo se dice en español… cuando en el juego de póker por ejemplo

alguien hace creer a los otros de que tiene una buena mano cuando en realidad

no tiene nada. Si los otros se convencen del engaño, el bluff es perfecto. Es

parte del juego.

- ¿Y en qué momento la engañaste?

- Pues le dije que el Presidente necesitaba mujeres que lo cuidaran ¿No?

- Sí, sí. Pensé que te referías a la camarada Miriam.

- Sí, yo pensé solo en ella. Pero sin querer Norah me contó mucho más. Parece

que en el cuidado de Abimael tiene que haber siempre más de una persona.

Norah tiene otras responsabilidades, igual que Miriam, porque son parte del

Comité Central. Entonces hay otras dos mujeres7 que se ocupan de la dieta de

Abimael, de que tome sus medicinas, de que haya algo para beber y que tenga

siempre sus Winston Light a la mano.

7
Años después se descubrió que Elena Iparraguirre era junto con Nelly Evans, una ex religiosa, y
Angélica Salas, otra connotada senderista, las tres únicas mujeres que podían estar al cuidado de
Abimael, cocinarle y asearlo, asegurándose de que cualquier síntoma de sus enfermedades estuviera
bajo control. Leí también que en inteligencia les llamaban “las tres palomitas,” quizás porque el propio
Guzmán les llamaba así – un término muy andino - como muestra de cariño y para no crear posibles
diferencias entre ellas.

93
- ¡¿Winston Light?!

- Sí, parece que le gusta fumarse un cigagrrrr….

- ¿Un cigarro?

- Eso. Uno después de cada comida y otro ocasionalmente.

- ¿Y eso también te lo contó Norah?

- Ajá...

No seguí preguntando más cosas. Sabía que mientras más sabía más difícil era

que olvidara. Y que todo aquello ya no me daba más que ideas sobre lo que habría

entre Malko Linge y la camarada Norah, una relación mucho más íntima de lo que

podía imaginar. Al menos aquellos inexplicables celos me hicieron olvidar por un

tiempo a mi ex posible novia. Pero me resultaba increíble que me sintiera así por

una mujer que después de todo no era físicamente de mi gusto y que, además ¡era

una terrorista!

***

Malko y yo bebimos varios scotchs aquella noche, picando galletas, quesos y

aceitunas. Hablamos de muchas otras cosas, incluidas las elecciones y las futuras

eliminatorias de fútbol para México 86 (Linge no era una fanático pero me

sorprendió entonces comprobar que igual que yo con Austria, él podía recitar

también las alineaciones de la selección peruana de los últimos dos Mundiales).

Pero siempre volvíamos a Norah. Su Alteza Serenísima me reveló solo un poco

más de aquello de lo que la había convencido, notando que era una mujer

impetuosa, sin miedos y sin límites que le confesó casi con orgullo haber dado

94
órdenes de asesinar a muchos enemigos de la revolución – incluyendo al pobre

Justo.

El entendimiento era que si Norah seguía notando que Gonzalo y Miriam iban

cediendo a sus verdaderos afanes revolucionarios, ella misma debería tomar las

riendas de Sendero Luminoso. Malko Linge estaría allí para ayudarla, con dinero

y con los contactos que podía obtener. En eso no jugaba. No era la primera vez

que podría conseguir dinero de la CIA para financiar una operación encubierta que

debilitara una organización como Sendero Luminoso. Aquello podía ser un poco

confuso, pero si fuera necesario – después de todo él no confiaba en Alan García

ni mucho menos en los militares, así que no podía descartar cualquier escenario –

la CIA podría incluso ayudar realmente a Norah a hacerse del poder, si eso

ayudaba en algo al Perú (o mejor dicho, a lo que la gente de la CIA o del

Gobierno norteamericano creyeran que era lo mejor para el país).

***

- Malko – le pregunté cuando ya andábamos por el vaso con el que acabaríamos

aquella botella de whisky - ¿Entonces el sexto paso?

- ¿El sexto paso?

- La teoría… el sexto grado de separación. Si Norah era el quinto paso aun falta

que llegues donde está Abimael Guzmán. ¿No piensas encontrarlo?

Malko Linge se quedó pensando un instante en silencio. En aquel momento

hice el recuento de aquellos cinco pasos anteriores. En realidad todo - aunque

definitivamente no con la misma velocidad que en las novelas - había sido muy

95
rápido. Y me di cuenta entonces que si aquella misión de Su Alteza Serenísima

resultaba un éxito, era porque yo habría contribuido en él.

- ¿Te puedo hacer yo una pregunta? – me dijo entonces Malko.

- Sí, claro.

- ¿Tú quieres que te ayude a reconquistar a la chica que perdiste en año nuevo?

¿O te parece que ya fue suficiente y pronto la olvidarás?

- Pues… la verdad creo que en estos días la he ido olvidando.

- O sea que no quieres reconquistarla… ni vengarte.

- No, creo que no. Algún día la volveré a encontrar y quién sabe qué suceda;

quizás todo resulte bien y estemos juntos, o quizás me de cuenta que estaba

perdiendo mi tiempo.

- Muy bien, me alegro. A mí me pasa igual con el Presidente Gonzalo.

Solo después de una detenida reflexión entendí – o al menos así lo creí – lo

que me quiso decir Su Alteza Serenísima. Ambos estábamos cansados de luchar

por algo que no sabíamos siquiera si valía la pena. Yo ya no necesitaba a nadie en

aquel momento. Y Malko había hecho algo incluso mejor: llegar a Abimael a

través de su mujer, sin necesidad de enfrentarse a él, de modo que guardaba aquel

último paso para cualquier otra oportunidad – si era necesario.

Vi entonces el rostro de Malko y lo vi muy cansado, pensativo. Me había

dicho que tendría unas semanas para visitar el Perú de verdad. Quería ir a Cusco,

Arequipa, Iquitos, Huaraz y acabaría en Ayacucho – donde Norah le había dado

algunos contactos para que no corriera riesgo. Haría un viaje por nuestro territorio,

96
tratando de entender mejor qué era lo que pasaba con este país de mierda, en el

que todo es una vaina. Y después quién sabe.

Si todo salía bien con Norah, como esperaba, regresaría a Washington a hacer

su informe y de pronto decirles a Casey & CIA que ya estaba harto de trabajar

para esos gringos que querían seguir metiendo sus narices en todas partes sin

entender nada de lo que pasaba en el mundo. Quizás decidiera por fin quedarse en

Austria, en su castillo, al lado de Daphne, y empezar una vida un poco más

normal. Quizás, quizás, quizás...

Aquella noche nos quedamos en silencio un buen rato después de acabado el

whisky. Nos despedimos con un abrazo largo, con el que creo que ambos

entendimos todo lo que ya nos habíamos quedado sin decir.

97
Capítulo XIV

Todo tiene su final

Finalmente estaba de nuevo en aquel aeropuerto en el que había recogido, casi

seis meses antes, a Malko Linge. En los siguientes treinta años el Jorge Chávez sería

mi puerto de entrada y salida – dos veces casado, una divorciado, una más con una

amante ocasional y la última solo con un perro, el más fiel de todos - a Washington,

Nueva York, Bucarest, Jakarta, Cairo, Tokio y Managua. Sería la mía una carrera

extraña, que avanzó de tumbo en tumbo, sin mayor explicación evidente. Aquella

noche de lunes hacía frío y en el camino Su Alteza Serenísima me contó que estaba

muy triste por el Perú.

Sabía que Linge se refería a otra cosa, a algo realmente triste que había

percibido en aquel viaje de un mes por nuestro país. No necesitaba decirme que ahora

que había visto mejor qué era lo que sucedía en el interior, en esos pueblos lejanos y

olvidados en los que no había luz, agua ni ningún servicio básico y en el que el Estado

era tan lejano y exótico como él mismo, había comprendido finalmente lo que

significaba una vaina.

Ambos entendimos entonces aquella tristeza compartida, pero subidos en

aquel taxi Datsun destartalado en el que fuimos al aeropuerto (mi escarabajo estaba

malogrado, algo que no puede suceder en una verdadera novela de espías) y que

manejaba un cholo viejo y enorme cuya barriga casi tocaba el timón, la palabra triste

podía referirse solo a una cosa.

98
Aquel 27 de mayo no había nada más de qué hablar que de la desastrosa

presentación de la selección en el Campín de Bogotá el día anterior. Habíamos

perdido el primer partido de las eliminatorias para el Mundial de México contra

Colombia - 1-0 gol de Miguel Augusto Prince, y notable actuación del portero Zape,

un moreno inmenso que tapó de todo aquella tarde de domingo en la que Linge había

vuelto a Lima simplemente para armar sus maletas y volar de vuelta a Estados Unidos

y Europa.

Nos van a eliminar si no botan a ese inútil de Barack. Nos vamos a quedar sin

Mundial, fue la brillante conclusión a la que llegó aquel taxista que nos repitió el

partido del domingo casi jugada por jugada, mientras Linge veía por su ventana -

¿eran lágrimas las que se agolpaban en sus ojos? - por última vez aquellas calles

sucias, llenas de montículos de basura, las gentes aglomeradas en los paraderos,

perros flacos deambulando y jugando con niños que ahora sumaban a sus viejas

indumentarias, remendadas chompas plomas del uniforme único escolar.

***

Mientras esperaba a que Malko Linge se chequeara en la boletería de British

Airways, pensé que todo aquello había sido una aventura extraordinaria, que quizás

podría yo mismo ser algún día como Malko, si dejaba mi ingenuidad y ocultaba mi

identidad en alguna parte. Era joven… pero la idea no me duró mucho más que lo que

se demoró Linge en coquetear a la aeromoza del counter. Linge era alguien especial;

un noble aristócrata y genial, hecho para grandes cosas. Yo un simple burócrata que

pronto saldría de ese país del que todos igual se querían ir, por más esperanzas que

diera con sus bonitos discursos el nuevo Presidente electo Alan García Pérez.

99
Linge se ahorraría en aquel viaje más de sesenta mil muertes, miles de

atentados, incontables apagones, racionamientos de agua, saqueos, estatizaciones,

hiperinflación y sufrimiento, mucho sufrimiento. Al menos se iba con su misión

cumplida, con Norah como una cómplice fiel que recibiría sin saberlo dinero de la

CIA (¿Llegaría a saberlo alguna vez? ¿Sería por eso que la asesinaron en 1988 y no

por celos de Miriam o por una trágica enfermedad como hizo creer su esposo?) para

cuidar la salud del Presidente Gonzalo y de su propia revolución.

- Bueno, amigo….

- Bueno…

- Muchas gracias por todo.

- A ti, Malko. A ti las gracias. He aprendido mucho en todo este tiempo. Quizás

deje de ser más ingenuo y quizás algún día…

Linge sonrió. Sabía que lo mío era una gran admiración por la forma en que vivía

pero que yo nunca me atrevería a hacer nada.

- Primero preocúpate por ti, muchacho. Ya sabes que se viene lo peor. Y no solo

me refiero al terrorismo. Esta crisis se va a hacer peor. Estos años van a ser

realmente jodidos, disculpa mi español.

- Y aun así sobreviviremos…

- Espero… No creo que Alan García pueda acabar con el país. Tampoco puede

ser tan malo… aunque, ya sabes…

- Siempre puede ser peor.

100
- Siempre. Aunque después de haber visto lo que he visto ya hasta a mí me

quedan dudas. Trataré de que los amigos del norte ayuden en algo si esto se

pone mal.

- Bueno, nada, gracias de nuevo, gracias por todo. Que el camino a tu castillo te

sea leve. Ojalá que algún día nos encontremos.

- Seguro, seguro…

Mientras lo veía pasar la zona de migraciones y despedirse con un movimiento del

brazo, me pregunté si yo había llegado a conocer realmente a aquel hombre. Y en

aquel momento me quedó la duda – tonta sin duda - de si en verdad el Perú siempre

podía estar peor.

***

Yo regresé al trabajo, a seguir con mi lista de actividades culturales y mis otras

tareas burocráticas. Solo una semana después me mandó llamar Luis Pércovich, el

mismísimo Ministro de Relaciones Exteriores. En medio de su despacho - una

habitación enorme y lujosísima, llena de pinturas coloniales, muebles de caoba y

adornos con pan de oro que la hacían parecer más un altar de iglesia que una oficina -

en el segundo piso del Palacio de Torre Tagle, me dijo que había recibido una carta de

recomendación con mi nombre en la que un buen amigo le sugería que comience a

trabajar con él.

Según me cuentan, al parecer usted tiene una lista que podía ser de utilidad – me

dijo, refiriéndose a aquella lista con actividades terroristas en el exterior desde 1980,

que por lo visto a nadie se le había ocurrido hacer antes. Aunque falta poco para que

101
salgamos y dejemos el Gobierno, me gustaría que trabaje conmigo y que venga a las

reuniones que tenemos con el Ministro Allan Wagner, quien será el primer Canciller

del Presidente García.

Trabajaría con el Canciller directamente y luego formaría parte de un grupo que el

nuevo Gobierno había decidido formar para desarrollar un verdadero trabajo de

inteligencia en el exterior, no solo en los casos de Chile y Ecuador – que eran los

únicos países en que se hacía algo de inteligencia entonces – sino en todo el mundo.

- Le espera un trabajo interesante… y un futuro prometedor, si es que se

comporta a la altura. ¿Qué le parece?

- Gracias - fue todo lo que se me ocurrió decir en ese momento al Canciller,

pensando si aquella oportunidad haría que me cruce nuevamente en el camino

de Su Alteza Serenísima.

Ahora ya no sé si debo agradecer aquella oportunidad. No sé siquiera si todo lo

que he hecho en mi vida ha sido por mí mismo o siguiendo un destino que alguien –

alguien como Malko Linge, o alguien incluso más poderoso quizás – ha trazado por

mí. Solo sé que hoy, casi treinta años después de aquella madrugada del 1 de enero de

1985 cuando fui a recoger a aquel investigador austriaco en el aeropuerto Jorge

Chávez, me han cesado con una pensión irrisoria, sin saber que mi experiencia y lo

que he vivido y acumulado vale más que un cheque mensual que no llega a las cuatro

cifras en soles de oro. Me pregunto cuánto será eso en intis. Pero eso no importa. Esa

ya es otra historia.

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