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Comentario del San Mateo 28:16-20

Hasta cierto punto, tiene sentido que así sea. Muchos eruditos consideran que el evangelio de
Mateo fue concebido como una especie de manual para la iglesia primitiva.

Se ha sugerido que el evangelio de Mateo está organizado en cinco secciones narrativas a las que
siguen cinco secciones con enseñanzas. Algo así como los diez mandamientos. Jesús es el
“Nuevo Moisés” y declara sus bienaventuranzas desde un monte; un contraste real con el
evangelio de Lucas en el que las bienaventuranzas se declaran desde una llanura.

Este pasaje bíblico en particular está escrito para una comunidad que está luchando con el
desafío de desarrollar y mantener un sistema de liderazgo y normas para el movimiento de Jesús
que continuaba después de su muerte y resurrección. Aun un detalle como el de “los once
discípulos” (v. 16) se puede entender como un mensaje directo a esta creciente, pero frágil
comunidad de fe. Existen la traición y la imperfección, aun dentro de la misma comunidad de fe.
A veces inventamos una imagen casi de fantasía de lo que es la iglesia y de cómo debe operar.
Ponemos una presión insoportable sobre los pastores y los líderes. No sabemos cómo manejar los
conflictos y los errores cuando surgen.

El texto comienza con “los once.” Alguien se perdió. Siempre hay alguien que se va a ir o
traicionar la causa. Pero esto no pone fin al movimiento. La lucha y la misión continúan.

Dice Mateo que los discípulos “se fueron a Galilea.” Los doctores Virgilio Elizondo y Orlando
E. Costas han propuesto una tesis muy provocativa sobre el significado teológico y bíblico de
Galilea. Para estos autores, Galilea era sinónimo de “marginalidad.” Era una región que estaba
bajo sospecha tanto como parte del imperio romano, como por parte de los judíos de Jerusalén.
Galilea era una región multicultural donde se había levantado la resistencia contra los romanos.
Era como Ponce, en Puerto Rico, de donde salieron los nacionalistas que denunciaron el
imperialismo yanqui y el colonialismo estadounidense. Galilea era una región caliente. Galilea
era símbolo de revolución y de personae non gratae. Y por eso no es casual que Jesús pida la
movilización de la iglesia en Galilea y no en Jerusalén.

Jesús se encuentra con “los once” en un monte (¿cómo el nuevo Moisés?), y desde el comienzo
hay contradicciones en la iglesia: hay adoración y dudas en el mismo sitio (v. 17). No hay
ninguna iglesia ni comunidad de fe sin momentos de tensión y hasta contradicción.

En medio de tal contexto de lucha y tensión, Jesús declara su autoridad cósmica. El término del
original griego exousia que la versión Reina Valera 1995 traduce como “autoridad” significa
poder, derecho y libertad para tomar una decisión. Sobre la base de esta autoridad, que es mucho
más que una autoridad militar o política, Jesús lanza un mandato a la comunidad de fe. No es un
mandato para un individuo. Tampoco para un obispo, pastor o teólogo. El sentido del original
griego es que el discipulado se hace “en movimiento.” El discípulo era un estudiante que seguía
al maestro cada día, cada semana, cada mes y cada año. No era una responsabilidad a tiempo
parcial. Requería un gran sacrificio, y el abandono del ego y de los lazos tradicionales de la
familia. Era un gran desafío mental, emocional, económico y físico. El discipulado no era barato
ni fácil.
Según Mateo, el discipulado conlleva la autoridad de Jesús. Es un mandato. La clave para un
mandato, según el sentido del idioma griego bíblico, está sobre el oyente y no el mensajero. Para
cumplir un mandato se requiere la voluntad y el compromiso del oyente. La decisión está sobre
el que recibe el mandato. Uno no puede obligar; solamente solicitar. La decisión está en sus
manos. La obediencia viene desde adentro.

El llamado al discipulado tiene un marco global. No se limita al contexto étnico, racial o sexual
al que uno pertenece. El llamado es a salir de los confines de la costumbre. “Las naciones” es el
término para “los gentiles.” Los judíos fueron llamados a romper con su propio sistema de
racismo y etnocentrismo que encerraba y limitaba. Jesús, por medio de este evangelio, nos llama
hoy a romper con el convencionalismo que bloquea el discipulado. A veces nuestro nacionalismo
cerrado hasta deforma el discipulado. Buscamos a los que se parecen a nosotros y a nosotras. A
los que hablan como nosotros. A los que visten como nosotros o piensan como nosotros. Jesús,
sin embargo nos llama a “las naciones,” a salir más allá de lo cómodo, de la tradición limitada y
de lo acostumbrado.

El llamado al discipulado es un proyecto educacional. Consiste en el sacramento del bautismo y


el ministerio de la educación. Pregúntese cómo de fuerte y eficaz está el ministerio educacional
en la iglesia, en la familia y en nuestras comunidades. La educación es una herramienta poderosa
de cambio social y adiestramiento. Todo lo que hacemos, desde que nacemos hasta que morimos,
está enmarcado en un proceso educacional.

Las pautas para este proceso de discipulado y educación vienen de la vida y el ministerio de
Jesús. El llamado no es solamente a repetir versículos bíblicos o estudiar en un seminario
teológico. Jesús nos dio las bienaventuranzas, los ejemplos de sanación, y tantas declaraciones
de liberación y restauración. Y así y todo, hay miembros y hasta líderes de la iglesia que parecen
no conocer ni mucho menos vivir la vida y el ministerio de Jesús.

Ningún individuo puede cumplir con esta comisión “por sus propios medios.” Se necesitan
primero el poder y la autoridad de Dios, centralizado en el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es
la razón y la motivación para cumplir esta misión en este mundo. Tampoco ningún individuo ni
iglesia ni denominación pueden cumplir con esta misión “a solas.” Este texto es un gran
testamento del llamado a ser una comunidad santa, escogida para impactar el mundo en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Hoy se nos ha dado otra oportunidad para
celebrar la unidad y el compromiso con Dios y con el pueblo.

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