Departamento de Sociología
Secularización y pluralización religiosa en Colombia
Marilyn Alvernia; Laura Campos; David Silva
Trabajo final
Aborto: disputa sociopolítica entre creencias religiosas y la autonomía del
cuerpo de la mujer
El problema a ver
El aborto en Colombia es un tema que, sin duda, trae mucha controversia. Las luchas que
emprenden algunas mujeres por el derecho a decidir sobre su propio cuerpo han entrado en una
confrontación directa con las dinámicas culturales que se han constituido en el país y que,
además están estrechamente relacionadas con el papel de la religión católica en la construcción
de los marcos por los cuales los colombianos perciben su propia sociedad. Estos marcos, en un
país que se presenta como laico, siguen perpetuando dinámicas que con el avanzar del proceso
secular -propio de la modernidad- mantienen y resignifican la tradición religiosa en prácticas. Así,
el aborto sigue siendo objeto de rechazo y, aun peor, sigue siendo invisibilizado en el proceder
político del país, tratándose como un tabú propio de los estudios durkheimianos. Tabú que,
actualmente, cuesta vidas de mujeres que, por diferentes razones, se realizan esta práctica de
forma clandestina e ilegal.
Así, las dinámicas católico-cristianas disciplinares, que atentan sobre el cuerpo de las mujeres, se
mantienen sostenidas por una estructura de carácter patriarcal, la cual naturaliza desde el mismo
proceso evangelizador, la negación al control absoluto del cuerpo. Viendo, en la actualidad, una
cultura ligada estrechamente a diversas negaciones y atribuciones machistas en las cuales el papel
de la iglesia ha sido fundamental. Por lo tanto, la función de este trabajo es establecer, desde su
carácter coyuntural, las formas religiosas en el debate socio-político sobre el aborto, viendo
como, con el proceso de secularización, se ha abierto el debate en tanto se ha expuesto la
conjunción entre iglesia y sociedad, viendo además su impacto en la política colombiana y sus
discusiones respecto al tema.
En este sentido, la intención básica es ver el rol particular que toman las creencias y el discurso
religioso en el debate sobre el aborto. Identificando primeramente el carácter que toma el aborto
en la fe cristiana; luego reconocer su carácter discursivo en las dinámicas rituales y su posterior
secularización por medio del rechazo a derechos individuales, movilizaciones, y politización del
discurso religioso; finalizando en la proyección social sobre el debate del aborto en el país y las
tensiones que pueden llegar a derivarse de lo religioso. Para esto, acudimos al análisis de prensa y
la etnografía virtual en tanto nos dan elementos coyunturales, que, a su vez, se contrastan con las
investigaciones en torno a las dinámicas cristianas pentecostales; definiendo desde allí un análisis
que exponga lo actual en torno al momento en el que se encuentra el debate sobre el aborto en el
país.
En este sentido, es importante posicionar, desde los datos, la situación del aborto en el país, claro
está, para contextualizar y enfatizar la importancia del debate y de los análisis que se pretenden
hacer aquí. Según el Guttmacher Institute, en 2008 el 67% de los embarazos fueron no
planeados. Para el mismo año, se practicaron unos cuatrocientos mil abortos inducidos, de los
cuales, tan solo trescientos veintiocho fueron por medio de los procedimientos legales. Cifra que
va en aumento a medida que, con el avance de los años, también aumentaron el número de
mujeres en edad reproductiva.
Esta cifra, sin duda, obedece a una serie de barreras que van desde lo legal, hasta lo moral. Si bien
en Colombia el aborto puede ser practicado, sin ningún tipo de pena, bajo tres motivos gracias a
la sentencia de la corte constitucional C355 de 2006, aún hay grandes dificultades en la aplicación
de la ley en los centros de salud. Ya sea por un desconocimiento del proceso médico,
inseguridades legales, o, por objeción de conciencia, la propia realización del aborto no se lleva a
cabo, por eso tal práctica se lleva a la ilegalidad. En este sentido, las consecuencias negativas
aumentan en medio de las formas ilegales, pues volviendo a los datos del Guttmacher Institute,
de las cifras ya dadas, aproximadamente ciento dos mil mujeres fueron tratadas por
complicaciones en el aborto, esto, sin saber las cifras sobre las muertes por una mala práctica del
aborto en el país.
Por lo tanto, es para nosotros importante, asumir dentro de estas cifras y las implicaciones
sociales y culturales, el papel de distintos discursos religiosos y su imbricación política y social.
Dando, quizás, una perspectiva más clara dentro del campo de luchas de los derechos
individuales el cual se forma en torno a concepciones morales, culturales, sociales, etc., que
tienen profundas consecuencias para las mujeres en colombia.
La secularización en Colombia
Para el análisis de cómo ha incidido la secularización en Colombia, se puede tomar a la
secularización como paradigma multidimensional, siguiendo a Tschannen (1992; citado por
Beltrán, 2009) como lo hace Beltrán, ya que se puede analizar bajo tres dimensiones: La
diferenciación, la racionalización y la mundialización. La primera, que se refleja principalmente
por la diferenciación de las esferas institucionales, la desmonopolización y emancipación de la
cultura, y la privatización de la experiencia religiosa, se puede evidenciar en el país, desde la
constitución de 1991, donde se establece un estado laico -no en un articulo especifico, sino en
general de la conformación de la constitución- y la libertad de culto. Lo anterior permite, por lo
menos en el plano legal, que exista una separación Estado e iglesia católica, por lo que esta última
no influye directamente en imposición de leyes y manejo de otras instituciones que pertenecen al
que hacer del estado, como por ejemplo la educación pública. Además, se presenta un gran
aumento de adeptos a otras iglesias, principalmente de otras ramas del cristianismo -solo el 70 %
de la población es católica y el 16,7% hace parte de iglesias cristianas (Beltrán, 2013), ésto si bien
representa pluralidad en el ámbito del número de iglesias, sigue representando una mayoría en
cuanto al carácter cristiano de los valores que se promulgan en la gran mayoría de los habitantes.
La segunda dimensión, explica que las sociedades modernas se organizan cada vez más alrededor
de la razón instrumental, es decir que la religión como saber se reemplazado por la ciencia, y la
magia deja de ser relevante en la sociedad. Lo anterior, si bien en algunos círculos sociales se ve
con más énfasis, como por ejemplo en la academia, al ser la mayoría de los colombianos
creyentes o seguidores de alguna corriente cristiana, que principalmente es la católica o en el
protestantismo evangélico, se observan diferentes rituales donde la magia y el misticismo siguen
siendo muy relevantes, como por ejemplo en los exorcismos, las promesas, entre otras. Inclusive,
más allá del aspecto ritual, se observan creencias que son dadas por las enseñanzas de la religión
y que por tanto es tomado como verdad, por lo que priman sobre investigaciones científicas,
como por ejemplo la concepción de la vida humana, que veremos más adelante.
Por último, la mundanización que se entiende como el proceso por el que la sociedad retira su
atención del mundo sobrenatural. Con esta dimensión también se visibiliza en el sujeto la
conciencia de que puede participar en la construcción de su futuro a través de una acción
concertada y planificada, lo cual hace que este tenga pleno conocimiento de su capacidad política
y no esté supeditado a la voluntad de un ser superior, pero, de igual manera por el fuerte arraigo
de creencias cristianas muchos grupos enfocan sus creencias religiosas a su accionar político.
La política y el aborto: despenalización
Si bien la constitución en su artículo 230 dice que las costumbres sociales son la principal fuente
de derecho, hay un entramado legislativo y penal frente al aborto que requiere de esta
concepción primaria en la búsqueda por reconocer todo el entramado cultural al que refiere la
constitución. En ese sentido, toda conducta se vuelve punible, es decir, un delito en tanto sus
consecuencias tengan una incidencia negativa en la sociedad. Por lo tanto, el aborto, por fuera de
las tres excepciones dadas por la corte, aún se considera un delito, y esto, desde la práctica del
derecho se da en el carácter negativo que este acto tiene. Pues, el papel cultural y religioso ligado
a distintos aspectos como la maternidad, el embarazo, entre otros, hace de la percepción del
aborto algo que transgrede los marcos por los cuales se rige la sociedad colombiana.
El papel de los movimientos pro-elección en torno a la sentencia de la corte constitucional C355
de 2006 sobre la despenalización del aborto en tres casos muy específicos, fue fundamental y un
paso adelante en la lucha por la despenalización completa del aborto en el país. “el litigio
constitucional movilizado con paciencia política y rigor jurídico contribuyó a dar un salto cualitativo para romper el
dogma fundamentalista que incluso impedía que pudiéramos hablar de la interrupción voluntaria del embarazo”
(Albarracín, 11 de mayo de 2016), sin embargo para algunas promotoras de este primer
momento, una de las luchas esenciales refiere a la despenalización social en la cual está sometida
la práctica del aborto (El Espectador,15 de Junio de 2018). Lejos de toda dinámica de libertad,
los debates por el aborto se han centrado sobretodo en la importancia de dar a luz y el rol de las
mujeres en la sociedad colombiana.
Eventualmente, el trasfondo socio-político de estos debates sobre los roles de las mujeres se
establecen en las discusiones sobre las libertades individuales y el papel del estado como garante
de tales libertades. Aquí, la caracterización laica del estado (entendiéndose como la prevalencia
de los intereses de la nación, es decir de todas las personas que habitan el territorio colombiano,
sobre intereses particulares, entre los que se encuentran lo religiosos, tratando la diversidad de
intereses y creencias religiosas por igual ante la ley) toma gran atención en tanto el carácter
pretendidamente objetivo del estado en tal concepto se halla completamente obstaculizado por
las formas subjetivas en las que los diversos cargos públicos se abordan. Es este el ejemplo del
ex-procurador Alejandro Ordoñez cuyas consideraciones religiosas estuvieron directamente
involucradas en algunos de sus actos como procurador, pues “han combinado todas las formas de
oposición y han abusado de las instituciones: acciones de nulidad contra decretos que garantizaban el derecho,
acciones de nulidad contra tutelas que protegían los derechos de las mujeres a interrumpir el embarazo,
movilizaciones en las calles y frente a las clínicas, promoción de la objeción de conciencia institucional, todo esto con
una gran dosis de mentiras y manipulaciones” (Albarracín, 11 de Mayo de 2016) viendo que de alguna
forma el debate sobre las libertades individuales es también una forma para definir el poder
ideológico de la religión dentro del sistema político y jurídico colombiano.
Si bien, la laicización del estado responde a unas dinámicas seculares de la sociedad occidental, en
Colombia el proceso secular de estado se podría ver de una forma superficial en tanto aún, no
solo en las cuestiones sobre el aborto sino en muchos de las dinámicas sociales actuales, en la
forma como se abordan los debates sobre derechos que van en contravía con los preceptos
religiosos. Como es el caso de los funcionarios judiciales y su desconocimiento sobre los
procesos en los cuales se despenalizó el aborto, sumado a esto la ausencia de las herramientas
para mejorar las dinámicas burocráticas (Pardo, 31 de octubre de 2012). Donde a pesar de la
constante movilización de mujeres en búsqueda de sus derechos, las limitaciones en el sistema
jurídico, burocrático y el actuar moralista de funcionarios públicos han difuminado las reales
posibilidades de un aborto seguro (Albarracín, 11 de Mayo de 2016), por lo menos en los tres
casos despenalizados.
El aborto en la religión cristiana.
La religión cristiana que se compone de diversas iglesias, como la católica, la Pentecostal y la
Adventista, hasta los mormones y los Testigos de Jehová, entre otros, comparten la postura en
contra del aborto pero además de ello, la rechazan y la condenan. Principalmente, el acto de
abortar se considera como un pecado grave y también delito, que se justifica por la violación del
quinto mandamiento “no matarás”. Sin embargo, otros factores son transversales en este caso,
por el hecho de que el cristianismo le adjudica al feto la calidad de ser humano y persona, gracias
a la noción que se tiene por vida desde la fecundación hasta la muerte natural, y del mismo
modo, la condición de inocencia del embrión al verse incapacitado para tomar decisiones y
también el ser dependiente de la mujer embarazada.
Por lo cual, se estima que la mujer no debe decidir sobre el feto, así el cuerpo de ella sea
necesario para desarrollar la vida, ya que se trata de dos personas y no de una sola. Además, para
el cristianismo dicho contexto está enmarcado por la voluntad divina, entendiéndose entonces
que la “vida procreada” ya estaba en planes de dios y por lo tanto interrumpirlo es ir en
contracorriente del mandato dictado, “me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado
en tu libro” ( Corson, 2015). En general, la práctica de abortar es censurada siempre y cuando este
acto hubiese sido premeditado y voluntario. Incluso se trata del uso de determinados métodos
anticonceptivos -como la pastilla del día después- hasta la interrupción del embarazo en cualquier
mes de gestación, y también la responsabilidad y la carga moral que recae sobre demás personas
que participaron, facilitaron o ayudaron en tales procedimientos, que es equivalente al de la mujer
que practica el aborto sobre su cuerpo.
En el caso del catolicismo, el rechazo al aborto se manifiesta a través de sanciones, castigos o
penas impartidas por la iglesia misma que tienen tal nivel de gravedad y complejidad para la
institución, que “ quien procura un aborto, si éste se produce, incurre en excomunión Latae sententiae", s egún
el Código de Derecho Canónico (Canon 1398). Esto quiere decir, que las personas involucradas
en prácticas abortivas y quienes las realizan sobre sí, quedan vetadas de recibir los sacramentos
de la iglesia Católica y solo a través de la confesión de un obispo puede expiar lo que se nominan
como pecado mortal. No obstante, para la Iglesia de Jesucristo de Los Santos de los Últimos
Días el aborto puede ser permitido siempre y cuando las circunstancias de determinado caso
arriesgue la vida de la mujer que está en gestación o cuando el embarazo es resultado de una
violación y este afecte mentalmente a la mujer. Pero, dicha decisión no debe ser tomada
deliberadamente por la implicada sino que esta debe ser consultada con el sacerdote para que así,
le sea concedida la “confirmación divina por medio de la oración”.
Frente a la posibilidad de abortar por determinadas condiciones según la iglesia Mormón, el
pastor Andrés Corson (2015) en representación de la Iglesia El Lugar de Su Presencia manifiesta
que: “para nosotros decir que el aborto es permitido en caso especiales como en violación, malformación del bebé o
porque esté en riesgo la vida de la mamá es como decir que tenemos derecho de matar a una persona porque tiene
una malformación física”, por lo que aquí se cierra la oportunidad ante cualquier motivo, ya sea por
afectación física y/o mental, o por no poseer el deseo de ser madre. Aunque queda claro tales
diferencias entre algunas iglesias cristianas sobre abortar, en qué casos sí o no y los castigos que
conlleva hacerlo, en general, todas comparten su oposición a dichas prácticas sobre el cuerpo de
la mujer y sobre lo que representa el embrión.
Lo religioso naturalizado.
Ya vimos en el primer segmento como las dinámicas religiosas ha permeado las formas
burocráticas y judiciales. Igualmente, como este ejercicio se delimita en el mismo actuar social,
definiendo las percepciones positivas y negativas que construyen o debilitan la sociedad
colombiana, y que, en las dinámicas sociales que toma una práctica como el aborto, niegan la
posibilidad de un avance en términos de libertades individuales. Ahora, entendiendo el contexto
en el que surge este trabajo, las dinámicas religiosas, sociales y morales en las que se constituyó
un país con diversas concepciones culturales prontamente invisibilizadas y negadas bajo una
cosmogonía impuesta y al final naturalizada, tiene aún grandes impactos en la concepción de una
sociedad ideal. En este sentido, volviendo a la actualidad no es gratis el impulso reciente a las
dinámicas conservadoras que han hecho frente a las transformaciones que venía enfrentando el
país en términos de paz, tierras, género, entre otras (Lassardy, 17 de abril de 2018). Las
movilizaciones referidas a ideales conservadores se han hecho constantes, el impacto social y
político de estos movimientos aún sigue definiéndose. Sin embargo, aún se hace importante
reconocer las raíces en las cuales se fundamentan las costumbres y así mismo el entendimiento
de lo que debería ser la sociedad colombiana.
En función de entender estas raíces, hay que entender el papel que para algunos teóricos ha
tomado la institución religiosa (sobretodo cristiana y, en algunos momentos, la católica) en
cuanto a la interacción e impacto hacia quienes participan en ella. Para Beltrán (2017) las mega
iglesias pentecostales se han constituido como instituciones voraces, entendiéndolo desde la
generación de lealtad y compromiso absoluto (p.191). Ahora, esto también refiere a la
constitución de formas simbólicas asociadas al actuar y pensar de quienes asisten a estos
lugares. Es desde estos dos momentos en los cuales el carácter religioso permea los sentires y
opiniones de los creyentes, entendiendo allí que, desde la constitución organizativa y en las
dinámicas generadas en los rituales y diferentes eventos, el papel del pastor -para las iglesias
cristianas- y, en algunos casos, el del sacerdote -en la iglesia católica- es en sí la expresión
socio-cultural de la creencia.
Ahora, desde las formas de dominación a las que se pueden asociar estas dinámicas, entendiendo
además, el rol carismático que toma el pastor en todo el entramado teatral y simbólico que se dan
en estos espacios, esta expresión socio-cultural de la creencia se deriva del rol en el que se halla
inmerso el pastor. Pues, el pastor puede llegar a reconocerse como la expresión de Dios en la
tierra, que, mediante una relación directa con sus feligreses, pueden ser vistos desde sus vivencias
y experiencias como lo ejemplar (Beltrán & Cuervo, 2016) y desde tal posición reconocer y
expresar sus nociones sobre el contexto social, político y cultural que los rodea, definiendo tanto
lo bueno como lo malo. Es, entonces, el papel del pastor y toda la configuración ritual la
generadora de percepciones en torno al acontecer diario de un país como Colombia y desde el
cual se desprenden gran parte de las masas que acompañan distintos procesos de rechazo, no
solo frente a la cuestión del aborto sino el feminismo, los derechos LGTBI, anclandose en las
nociones de familia (Traina, 2016; Ramírez, 2016 En Beltrán, 2018) y el rol tanto del hombre y
de la mujer en la misma.
Ahora, yendo más allá del comportamiento interno de las iglesias, es importante ver cómo desde
allí se desprende toda una concepción religiosa hacia los fenómenos ya mencionados, que, como
lo dice Beltrán (2018) y Beltrán & Quiroga (2017, p.206), han generado una fuerte solidaridad
en este movimiento religioso a pesar de las diferencias que se pueden presentar en términos
doctrinales. En este sentido, la defensa de la moral de los peligros que representan algunas
libertades individuales establecen una relación directa entre la doctrina religiosa y el contexto en
las cuales esta doctrina es dada, donde, en el caso del aborto en Colombia “elevan el tono de sus
diatribas, hablando de homicidas y de exterminios masivos, con el intento de radicalizar a sus
audiencias y justificar la criminalización de esa conducta” (Garcia Villegas,19 de septiembre de
2015). Este juego de legitimidad como movimiento trasciende los límites de religiosos para
caracterizarse propiamente como una forma de concebir la sociedad colombiana, pues, más allá
de las relaciones religiosas que puedan tener estos preceptos, “no debería sorprendernos que
estas iglesias encuentren receptividad en amplios sectores sociales cuando se declaran las
genuinas defensoras de la familia y, por esta vía, de la comunidad y de la estabilidad
social.” (Beltrán, 2018, p.15) viendo allí un camino por fuera de los rituales religiosos que es
capaz de generar una real transformación de las dinámicas sociales en las cuales el país, hasta
ahora, se esta enfrascando.
Este juego de legitimidad que permea de esta forma el ámbito social y la percepción de la
sociedad, ha constituido su carácter agenciado en la incidencia en la política colombiana. Como
lo dice Beltrán (2018) el papel movilizador de los pastores se ha dispuesto hacia una entrada en el
ámbito político, en tanto, los creyentes pueden ser un potencial en términos electorales (Lissardy,
17 de Abril de 2018), por lo que los propios pastores pueden estar inmersos en dinámicas
clientelistas, o jugársela directamente en la contienda política, como lo sucedido en las elecciones
al congreso del reciente año (El espectador, 16 de Febrero de 2018). El carácter estratégico que
empieza a tomar el discurso religioso ya secularizado (en tanto difumina dentro de sí el carácter
religioso) busca la preservación del orden social que el carácter conservador del país ha
mantenido y, además, un reforzamiento de los valores cristianos (Serrano Amaya 2018, p. 131
en Beltrán, 2018) ligados al papel histórico que los mismos han tenido en cuanto al
mantenimiento de la cohesión social la cual se ve en peligro por el proceso de secularización y
sus manifestaciones en el ámbito social, político y cultural.
Mujer y cuerpo
La familia es el núcleo y la base para la sociedad occidental, y debe como institución cumplir con
ciertos preceptos como la procreación y la educación de los nuevos ciudadanos, o mano de obra.
Al ser la base, promueve determinadas dinámicas en la división del trabajo a nivel social, como la
repartición de los roles de género: al hombre le concierne la vida pública y el sostenimiento
económico de la familia, y a la mujer la esfera privada y doméstica, por lo que esta última es la
encargada de procrear y criar a los hijos, lo cual ha sido tomado como precepto de muchas
religiones como el cristianismo, que al mismo tiempo contribuyó a la propagación de éstos por
occidente. Debido a lo anterior, las mujeres son ligadas por su rol impuesto por la misma
sociedad como procreadoras, en virtud de su sexualidad y fertilidad, pero como explica Turner
"La subordinación de las mujeres es en esencia producto de la fisiología sino de la interpretación cultural de la
reproductividad femenina como algo que denota un vínculo irrompible con la naturaleza. La distinción entre
'naturaleza' y 'cultura' es un producto cultural. Es un esquema clasificatorio que coloca a las mujeres en una
categoría 'natural' inferior, y a los hombres en una categoría 'social' superior" (Turner 1989)
Es así como se impone determinada moral en la estructura social, y que por ende determina lo
que debe ser sagrado y para qué tipo de sujeto dependiendo de su rol en la sociedad. En el caso
de la mujer aquellos propósitos sagrados son el de ser madre, tanto en la procreación como en la
crianza, y el de cuidar su cuerpo de conductas sexuales que no permitan cumplir lo anterior, es
decir no ser casta hasta el matrimonio (por ser la fuente de la conformación familiar) y tener una
vida sexual activa. Esto desemboca en un gobierno del cuerpo por parte de las diferentes
instituciones, que seguían estrechamente los preceptos morales de la religión dominante y que
por su configuración enteramente patriarcal, imponen una mirada moralizante sobre todas las
mujeres, y promueve tanto castigos sociales como legales (por la importante influencia de la
iglesia sobre el Estado) a aquellas que incumplan esos parámetros sobre para lo que debe ser y
como debe ser el cuerpo de la mujer: desde el no querer ser madre, abortar, vestirse o
comportarse de manera "vulgar", entre otras.
La secularización y la agencia de la mujer
Como se habló anteriormente el argumento que liga a la mujer con la naturaleza y fue tomado
como mandato por muchas religiones, se ha ido disolviendo progresivamente, gracias a
diferentes luchas por parte de las mujeres, que se pueden ligar al proceso de secularización que
toma lugar en la diferenciación de los poderes iglesia- Estado en occidente , esto lo podemos ver
evidenciado en la inserción de la mujeres en la esfera pública, tanto laboral como
académicamente, la independencia económica y en el derecho al voto, entre otros casos.
A pesar de todos los avances promovidos por el proceso de secularización en occidente, si bien
se ha dado a la mujer la posibilidad de hacer parte de la esfera pública de la sociedad, se le sigue
imponiendo ser parte de la esfera privada y doméstica. Por lo que si bien, muchas mujeres estén
contemplando planes a largo plazo tanto académicos como laborales, para buena parte de la
sociedad, no estarán completas si no son madres. O si simplemente no desean serlo, el
argumento que naturaliza a la mujer se vuelve a imponer lo que promueve de nuevo la
estigmatización de estas por los usos que le dan a su cuerpo, tildándolas de libertinas e incluso
asesinas. Esto incluso por los avances dados en el ámbito de los métodos anticonceptivos, que
como ya se dijo siguen siendo estigmatizados por varias religiones.
Ahora bien, siguiendo lo antes expuesto, en el caso del aborto juega tanto el argumento de la
naturalización del rol de la mujer, el cual le impone querer ser madre, y que su sexualidad este
supeditada solamente a procrear, como el de que la concepción inmediatamente forma una vida,
esto último ligado a la misma creencia de que el cuerpo de la mujer está dispuesto
obligatoriamente sólo para esta cuestión, el generar vida.
Finalmente, si bien se puede hablar que las mujeres como sujetos contienen gran capacidad de
agencia, por los avances que han tenido en cuanto a inserción en un papel público, la estructura
de creencias basadas en preceptos religiosos neutralizantes de la sociedad, sigue imponiendo un
gobierno del cuerpo a través de su sexualidad y rol impuesto como madre, que si bien es
defendido por movimientos religiosos determinados, también se encuentra en el imaginario otros
sectores de la población que no necesariamente son practicantes de una religión, y que influye al
momento de actuar de algunos médicos.
Movimientos pro vida y pro aborto.
El tema del aborto en Colombia, al igual que en Latinoamérica, ha provocado una pugna,
principalmente, entre quienes defienden que se practique de forma libre y quienes se oponen por
completo. Ambos bloques están constituidos por movimientos, grupos u organizaciones, pese a
que no operan homogéneamente y siendo muy diversos y distintos entre sí, comparten y
defienden el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, o, en el otro extremo, la vida desde la
concepción hasta la muerte natural. En los quehaceres de ambos movimientos está en su
activismo marchas, conferencias, difusión de información, manifestaciones democráticas -como
votar por determinado candidato/a político que exprese apoyo a la causa-, etc, por lo cual, se
genera una tensión en la arena política y cultural colombiana entre dichos bloques. Cada uno se
distingue por su respectivo nombre, pero además, por lemas, símbolos, colores y representantes,
y así mismos, estos movimientos están conectados y sincronizados con vertientes del mismo en
otros países como Chile y Argentina.
El movimiento pro vida se compone por varios sectores del cristianismo, especialmente, por el
católico, quien además es uno de los organizadores de ello. Su objetivo, como anteriormente lo
describimos, es proteger la vida desde la fecundación hasta la muerte, por lo cual, su postura no
es solo en contra del aborto, sino también de la eutanasia y de preservar la familia tradicional.
Dentro del itinerario de esta coalición podemos encontrar la campaña nacional de oración 40
Días por la Vida que busca evitar más abortos en el país a través de sus súplicas al dios cristiano;
además, se realiza anualmente la Marcha por la Vida, donde se ratifica a la sociedad y al estado la
posición del movimiento frente a las políticas que permiten el aborto en determinadas
circunstancias como también el rechazo a la despenalización de la práctica abortiva en cualquier
caso, a través de un recorrido masivo por las principales calles de las ciudades colombianas. En el
2018, la confederación Evangélica de Colombia expresó su apoyo a puertas de celebrarse la XII
Marcha por la Vida, y que desde la Conferencia Episcopal de Colombia se incentivó a la
población católica del país. No obstante, a lo largo del año se realizan otros actos simbólicos y
materiales, por ejemplo, eucaristías y procesiones al frente de instituciones o centros que prestan
servicios de aborto, y también, plantones para convencer de no abortar a las mujeres que entran
a dichos lugares.
Por su parte, el movimiento pro aborto en Colombia está formado por una gruesa población
femenina, y es apoyado por varias organizaciones feministas y colectivos con enfoque de género.
También nos topamos con una institución privada que ofrece servicios de aborto para cualquier
mujer y sin importar las causales por las cuales no se desee dar continuidad a este proceso, que es
el caso de Orientame, y sus sedes se encuentran en los principales centros políticos del país, es
decir, Bogotá, Barranquilla y Medellín. El movimiento, además de defender la legitimidad de la
práctica abortiva en los tres casos que la ley colombiana lo dictamina, también promueve el
derecho al aborto de forma legal, segura y gratuita, como política pública y siempre que la mujer
lo desee realizar. Ello, bajo el supuesto de una maternidad deseada, es decir, la mujer no debe
estar sometida a la obligación de ser madre por otros factores que no sean el querer de ella
misma, y del mismo modo, evitar los casos de muerte por prácticas abortivas realizadas de forma
clandestina en condiciones insalubres y precarias. Las asociaciones en pro del aborto realizan
manifestaciones públicas, como marchas y plantones, a las afueras de instancias estatales para
exponer su causa y exigir el derecho del aborto en Colombia, especialmente, el 28 de septiembre
cuando se celebra el Día Internacional por la Despenalización del Aborto en América Latina y el
Caribe. Ello acompañado por banderas de color verde que simboliza esta lucha alrededor del
mundo.
5. Conclusiones
Para finalizar, es más que evidente, no solo desde lo que se vio aquí sino desde la propia
experiencia social en el país, la profunda raíz religiosa dentro de el devenir de la sociedad
colombia. No solo en las expresiones discursivas que aluden a un profundo rechazo a una
práctica que, en su visión, atenta contra la vida; sino, al impacto que tales discursos y creencias
tienen en las mujeres no solo frente a la práctica como tal, sino frente a su cuerpo y, el cuerpo y
las acciones de las demás. En este sentido, el carácter secularizado del discurso religioso ha
calado dentro del pensamiento conservador colombiano, que, si bien puede o no creer, asume
una postura clara frente a la concepción de un vida y, así mismo, frente al rol de la mujer en la
sociedad. Por lo que, las diversas movilizaciones que se han visto en los últimos años asumen,
por un lado, esta posición; mientras que, por otro lado, expresa el fortalecimiento cada vez
mayor de las iglesias en torno a las dinámicas sociales y políticas en el país. Sin embargo, en
medio de lo dicho, el debate sobre el aborto encuentra frente desde el posicionamiento de los
derechos de la mujer, siendo esto expresión de una mayor apertura, expresada desde lo legislativo
a una concepción del mundo más cerca a las verdaderas necesidades de las mujeres.
Es, entonces, imperativo el seguir problematizando la injerencia cada vez más explícita de las
creencias religiosas y sus discursos en los espacios decisorios en términos de políticas de
protección a los derechos individuales. El surgimiento cada vez mayor de grupos a favor del
aborto y de los derechos de las mujeres abre un luz de esperanza, no solo para poner frente a
este fuerte movimiento conservador, sino para realmente buscar una aplicación más efectiva de
los procedimientos ya legales que hay y así mismo la total despenalización del aborto; y, en este
mismo sentido, son una luz de esperanza en la lucha por desestructurar del devenir de la
sociedad colombiana el discurso machista que tiene parte de sus bases en las formas religiosas.
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