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La vida educada de Le Enfant Fatal

Jacobo Boscosa es un hombre increíble, hablaré de él.


Desde pequeño fue educado para pianista, ya que de niño parecía tener talento y sus
padres, pensando que para algo debía servir el chaval, lo metieron en una escuela
especial y llegaron a tardar mucho en darse cuenta de que en realidad era un fracaso. En
la escuela, en París, reconocieron en seguida el pésimo oído de le enfant, pero como no
querían renunciar a la generosidad de su opulenta familia, le mantuvieron en su ámbito
hasta que no pudieron extraer más de su fortuna. Allí, mientras Jacobo vivió en la
residencia, todo el mundo le llamó siempre Le Enfant Fatal, aunque durante quince
años, que es bastante, no llegara nunca a darse por aludido.
Le Enfant Fatal... lo reconozco: seguramente sea un insulto ridículo para alguien que
esté acostumbrado a otra forma de hablar, pero en París, y sobretodo en un colegio de
música culta para la élite de la crem de la crem, el mote podría haber resultado muy
muy ofensivo a cualquiera. Sin embargo él no llegó nunca a reaccionar ante nada de lo
que sucedía a sus espaldas, y así, se mantuvo en todo momento fiel al consejo que su
madre le dio antes de separarse de él el trágico día en que le entregó al colegio <<haz
siempre caso de lo que te digan tus profesores, no tus compañeros de clase>>.
En esa época, mientras más mal que bien iba superando curso a curso los años de
aprendizaje, recibió además la educación proporcionada por los expertos en protocolo,
estilo, y buenos modales, más reconocidos de París y la Francia entera. A los quince
años ya era un autentico señorito, y mientras el resto de alumnos se mantenían más o
menos sanos por la complicidad que tenían como grupo frente a los profesores, Jacobo
se iba convirtiendo en un verdadero e insoportable repipi. Siempre fue Le Enfant Fatal.
Y sin embargo, igual que hay un hueco donde se asienta cualquier líquido que se
desparrama, Jacobo también acabaría por encontrar su lugar. Sus buenos modales serían
muy bien admitidos en la alta sociedad, y llegado el momento sus padres tratarían de
sacarle partido a esto.
Pero no nos adelantemos, pues los Boscosa en realidad tuvieron que pasarlas canutas
hasta descubrir las posibilidades del chaval, porque muy al contrario de la imagen que
gustaban de darse, no eran tan ricos, sino que habían apostado por aquel portento
artístico hasta el último recurso de la herencia familiar. Solamente cuando acabó sus
estudios y lo vieron tocar por vez primera en serio durante la fiesta de graduación,
entendieron que habían dilapidado su patrimonio.
Aquél día Jacobo se sentó al piano con perfecta confianza en su supuesto talento. Sus
manos, firmes, decididas, parecían volar sobre las teclas de un lado a otro. Tocó uno tras
otro los movimientos de la pieza que tanto había ensayado, y cuando acabó,
absolutamente todos los alumnos y profesores aplaudieron rabiosamente en pie tal como
se les había indicado.
Incluso el director del centro, que estaba sentado junto a la familia, al principio
también lloraba de orgullo abrazado a la señora Boscosa. Pero la cosa se torció
entonces, cuando aprovechando el momento de emoción, él mismo preguntó sobre las
ayudas extras que la familia solía aportar, y le confesaron su situación económica y toda
la ilusión y esperanzas que tenían en el talento del joven Boscosa.
Resultaba que el centro, contando por adelantado con estos extraordinarios ingresos,
había invertido a su vez en una ampliación del campo de golf y los establos, y la
ausencia de capital suponía un grave problema para el director, probablemente la
quiebra total para el colegio. Tras breves segundos de sorpresa, con un irreprimible
gesto de decepción, e incluso de mala hostia, el director cortó de raíz el encanto fingido
de la ceremonia. Entonces se descubrió el pastel.
El rumor corrió como la pólvora, en menos de diez segundos ya nadie aplaudía, todo
el mundo callaba, y mirando al palco del teatrillo de la escuela cuchicheaban unos con
otros y se reían desahogadamente esperando ver qué pasaba. Y los padres, aunque no
eran mucho más listos que el hijo, cuando empezaron a entender por fin que allí había
gato encerrado y presintieron lo que podría ser la carrera pianística de su hijo
respondieron con la misma moneda y montaron en cólera. El revuelo que se armó allí
fue terrible, bofetadas, escupitajos, tirones de pelo.
Entre tanto él, que momentos antes agachaba vergonzoso la cabeza bajo la lluvia de
aplausos, se vio de sopetón llorando completamente humillado, y en cuestión de
segundos sus padres, que ya discutían a voz en grito con la dirección entera del colegio,
lo bajaron del escenario y se lo llevaron de allí cogidito de la mano.
Sin embargo aquello, aunque fue una experiencia traumática para él y no querría
volver a tocar un piano en su vida, no le hizo perder ni un ápice sus buenos modales y
su buen gusto y buena percha... por lo que se puede decir que al menos el colegio le
sirvió para algo... El problema era que la familia estaba arruinada.
Cuando volvió a casa hecho un hombrecito de dieciocho ya no se encontró con el
chalet en la zona pija de la ciudad donde había vivido, sino con un pequeño piso
alquilado en el extrarradio. Sus padres se habían puesto a trabajar malamente utilizando
sus contactos, y él, tuvo que hacer lo mismo. En este caso, como se suele decir, la vida
pone a cada uno en su lugar, y como enseguida se dieron cuenta de sus buenos modales
y elegancia, a él le metieron como metre en un hotel. Y allí fue donde encontró su gran
oportunidad.
Era un hotel extremadamente lujoso donde se habían hospedado varios miembros de
la familia antes de dilapidar su fortuna en empresas estúpidas. Había dos entradas en las
que se podía desempeñar el trabajo, y por su puesto, sus contactos familiares le pusieron
inmediatamente en la buena, por la que entraban los grandes jeques, los príncipes, los
presidentes, y no le costó empezar a hacerse un hueco en su confianza pues allí, nadie
sabía nada en absoluto de su pasado como Le Enfant Fatal.
Al poco tiempo fue invitado por alguien importante a una fiesta de las gordas, de esas
donde se despilfarra el dinero a ex-puertas, y a donde la gente llega con cochazos a la
entrada de una enorme casa de campo donde un mozo se encarga de aparcarlos. Sus
padres, que habían saboreado aquel ambiente, vieron ahí su gran oportunidad.
Cogieron al chaval y lo sentaron en la mesa de la cocina para tener una intensa charla.
Tenía veinte años, los Boscosa llevaban solo dos sabiendo lo que era mal vivir en una
casucha con un solo cuarto de baño, pero habían sufrido mucho para que su hijo tuviera
esa educación, y ¡ya iba siendo hora de sacarle partido!. Durante horas estuvo
escuchando con toda la atención de que fue capaz aquello que le decían. Para terminar,
su madre le dio el segundo consejo importante de su vida: <<pero por el amor de dios
hijo, no se te ocurra tocar el piano>>.
Era evidente que todos estaban muy preocupados aquel día. Su madre, que siempre
había vivido en jauja, ansiaba abandonar lo que le parecía una degradación de su
apellido, pues Boscosa era realmente el signo de su familia. Y por su parte el padre,
aunque no era más que un insignificante apósito al que ella se había unido no se sabe
por qué, tampoco soportaba tener que vivir así al lado de aquella mujer. De modo que
toda la estabilidad familiar dependía del éxito en la fiesta, y ellos, no tuvieron reparos
en invertir en la empresa hasta la camisa.
El joven señor Boscosa llegaría a la fiesta montado en una limousine en la que
gastarían hasta los últimos ahorros familiares. Y aunque contratar un chofer, y conseguir
un coche elegante que no estuviera ya visto en alquiler, les subió además el precio y se
endeudaron, merecía la pena, pues sabían lo importante que era la primera impresión.
Después, dentro, debía desenvolverse ya completamente solo... y entonces, su buen
gusto y elegancia conseguirían ayudarle, aunque por si acaso, durante aquella charla
familiar le describieron los tipos de persona que frecuentan esos sitios y como lidiar con
ellos.
En primer lugar están los que dirigen, los que deciden si la sopa está buena o le falta
una pizca de la sal o lo que sea, estos son siempre los más importantes, a quienes hay
realmente que camelar para ascender, y serían su primer objetivo. Sin embargo para
llegar a ellos había que trabajarse primero al anfitrión, y para esto, todos debían creer
que eran amigos íntimos. El plan estaba trazado.
Así que llegó, se dejó ver mientras bajaba del coche y daba una fuerte propina al
mozo, y estrechó la mano del anfitrión fuertemente según le encontró al entrar. Luego,
en cuestión de minutos, mientras el otro recibía a los que iban llegando, sedujo con
sutileza a su mujer teniendo cuidado de que el cortejo lo percibiera el marido, pero
solamente él. Y así fue como al cabo de escasos minutos ya los tenía a los dos pegados
riéndole las gracias: ella, al sentirse alagada por un chico joven que la trataba tan bien, y
él, para no quedar en ridículo y disimular sus celos. Como habían predicho sus padres,
Jacobo Boscosa enseguida se convirtió en el centro de atención de la fiesta.
Allí había caviar sobre cisnes esculpidos en hielo, diferentes tipos de marisco,
vichisois con queso de la estepa, y unos trozos de chorizón que presentaron cortados
toscamente sobre unas tablas de madera rústicas pero elegantes. Y es curioso cómo a
veces las piezas encajan de formas extrañas y sorprendentes, pues la nueva vida que
había llevado esos dos años fue lo que le dio a Le enfant fatal la llave de acceso, ya que
ahí estaba la clave, en el chorizo.
Cuando la primera dama se encontró con la piel del embutido todo el mundo quedó
estupefacto ante la ordinariez de aquello, e incluso el anfitrión se apuraba para culpar al
chef, porque no encontraba la manera de explicar aquello, no encontraba palabras, temía
el fracaso de la velada. Hasta que por fin, Boscosa, que se había alimentado a base de
bocadillos de aquello durante los últimos meses y sabía cómo era, aprovechó la
situación para mostrar sus conocimientos de cultura popular. Entonces aquel aspecto
campechano de hombre también cercano al pueblo que irradiaba de pronto, le hizo
aparecer ante todos como alguien noble, sincero, pero desde luego, también culto e
instruido. Así que con esa treta del chorizón había conseguido terminar de ganarse a
quienes, como le habían dicho sus padres, son los que dirigen. Y cuando empezaron con
el segundo plato, en vistas de que alguien muy importante no podría asistir a la cena, el
anfitrión le invitó a sentarse a su lado. Todo parecía ir sobre ruedas.
Sin embargo al cabo de un rato llegó por fin la persona que faltaba. Alguien cuyo
retraso en ningún momento podía parecer una grosería pues venía de cumplir una
obligación casi sacra, era alguien que había estado tocando como solista para el papa en
su visita al país. Y ésta fue la horrible situación en la que de repente se vio Jacobo:
efectivamente aquel que llegaba ahora era músico, y efectivamente había estudiado en
el colegio de música culta para la élite de la crem de la crem, y desde luego, allí había
coincidido con él, y sabía sobre su mote, las burlas, su fama, y toda la historia de lo que
había ocurrido en el concierto de fin de curso. Así que peor no parecía tenerlo, a esa
persona él había quitado el sitio.
Sin embargo el intruso, que así llamaba Jacobo mentalmente al recién llegado, se
mantuvo prudente, y aunque es cierto que fue porque en principio no lo había
reconocido, cuando lo descubrió continuó en esa actitud y no rompió a reír
educadamente como hubiera sido comprensible en su lógica culta para todos los
comensales. En cambio el intruso guardó su secretó, dejó que durante la cena se luciera
sentado en un sitio que no le correspondía, y le vio terminar siendo el autentico nuevo
descubrimiento en el circulo social en los últimos años. Nadie cabía en su asombro ante
alguien tan original, tan bien vestido, con tanta clase para bromear, y todos se le
acercaban y reclamaban su atención mientras caminaban hacia salón de té. Allí se sentó
en una butaca y cogiendo un Montecristo que el dueño de la casa le ofreció, se dispuso a
soltar dosificadamente todo el encanto que aún le quedaba bajo la manga.
La mujer de un importante millonario con la que había estado hablando durante la
cena se sentaba ahora a su lado, y le escuchaba asintiendo hablar sobre Debussy, e
incluso rió, cuando para romper un poco la seriedad del discurso y no parecer
demasiado entusiasta, hizo un chiste desdeñoso hacia la monotoneidad de la obra de
Satie..., todos rieron. Y él dichoso, en ese momento se sentía triunfador, capaz de todo,
pues incluso el intruso cantaba sus alabanzas...
Sin embargo, verdaderamente que era feliz por estúpido, pues ni siquiera se le habría
ocurrido sospechar que el intruso reía por motivos muy distintos. Y lo que pasaba es que
aquel hombre, que no había olvidado ni mucho menos quién era en realidad ese guiñapo
desclasado a quien todos reían las gracias, había difundido maliciosamente el rumor de
que Jacobo, aunque modestamente no se atreviera a reconocerlo, era un gran pianista. Y
al pobre Jacobo no se le ocurría imaginar lo que estaba apunto de ocurrir.
Durante años aquella persona había estado intentando hacerle la vida imposible sin
conseguirlo. Es verdad que para cualquiera que haya vivido la vida normal todo eso del
colegio eran chiquilladas tontas, pero lo cierto es que él, para conseguir superarlo, se
había aferrado al recuerdo del consejo que le diera aquella madre lejana cuando entró en
la escuela, y así, se había cerrado en su propio mundo infantil no dejando que nada le
afectara. Por supuesto, desde el punto de vista de sus compañeros, hacerle saltar,
destrozar esa elegancia bajo la que se escudaba, se había convertido en un autentico
reto, y ahora, el intruso se sabía ganador por fin.
Cuando Jacobo se dio la vuelta para seguir la importante voz del presidente del
gobierno que le reclamaba detrás, se dio cuenta de que estaba sentado en el butacón de
un piano y entonces, el mismísimo presidente y su esposa le rogaron en nombre de
todos que por favor interpretara al menos una pieza. Querían que compartiera con ellos
su talento, dijeron. Veréis qué paso.
He empezado este relato sentenciado que Jacobo Boscosa es un hombre increíble, y lo
he hecho como homenaje, porque realmente lo es, no miento, y prueba de ello es lo que
ocurrió.
Frente al piano levantó la tapa del teclado, pulsó un acorde sencillo, y comprobó la
sensibilidad de las teclas y de los pedales, demoró el momento de empezar consciente
de que iba a faltar al segundo consejo de su madre, sintió caer una gota de sudor bajo la
camisa y el chaqué. Luego empezó.
En aquel momento no estaba allí, sino frente al colegio durante el concierto de fin de
curso, su mente estaba en aquel lugar dejándose llevar por la sensación de seguridad que
había tenido en el momento. Sus manos, firmes, decididas, parecían volar sobre las
teclas de un lado a otro como entonces. Su cuerpo se movía con una pasión que le
arrebataba y le hacía seguir el ritmo con la cabeza, con el tronco, en un momento
incluso se levantó de la silla. De haber estado otra vez frente al colegio habría vuelto a
hacer un ridículo espantoso. Pero era aun peor, estaba allí.
Aunque interpretó una pieza sencilla de Michael Nyman muy famosa lo hizo fatal.
Hacía tiempo que no tocaba un piano y se notaba. Tocó incluso peor que aquel día en el
colegio.
Y mientras tanto, el intruso aguantaba la risa esperando el momento oportuno. Estaba
seguro de su victoria y comenzaba ya a regodearse, e incluso le costaba contenerse
cuando fallaba estrepitosamente en el ritmo, o una pulsación era exagerada y absurda
sobre las otras, entonces se mordía la lengua para no reír. Sin embargo cuando terminó,
para su sorpresa, todos estallaron en aplausos.
Boscosa en principio no supo qué pensar, casi por impulso repitió el gesto que había
tenido en su último concierto y bajó la cabeza para recibir los halagos olvidando por
momentos el protocolo de su papel. Pero todo iba bien: aquella gente entendía tan poco
de música que podría haber tocado con la destreza de un mandril y obtenido idénticos
resultados. Entonces levantó la cabeza y volvió a hacer lo que realmente sabía:
mantener la compostura.
Enseguida sonrió con un gesto seguro, y sin intentar disimular su rubor le dijo
cordialmente al presidente, que aun aplaudía, que cómo le había metido en ese lío, y
redondeando la frase incluyó un insulto amistoso que marcó la diferencia: ahora sí que
había conseguido situarse, su misión estaba cumplida.
Durante años había crecido comportándose así y no había obtenido más que el rechazo
abierto o soterrado de unos o de otros. Había reprimido siempre sus emociones, sus
enfados, sus alegrías, y con un gesto altivo y estirado había pasado por encima de todos
y de todo creyéndose que era un gran pianista, y cuando finalmente empezó a darse
cuenta de que en el fondo lo único que tenía para valerse era ese gesto, lo trabajo de tal
modo, lo suavizó hasta tal punto, que podría haber acabado saliendo en las más altas
revistas de sociedad como un hombre elegante, codiciado por las mujeres pero accesible
solo a las más ricas...
En ese momento todas las miradas se volvieron hacia el intruso. Él precisamente,
como gran músico, debía de dar un juicio riguroso sobre lo que había escuchado. Y él,
que no era tonto y también sabía moverse en sociedad, entendía que por supuesto nadie
habría admitido un juicio negativo, lo sabía. Pero no podía evitar morirse de rabia y de
envidia, y era incapaz de asumir que le enfant fatal tuviera tal éxito, así que sin poder
reprimirse, quiso acabar de una vez con la farsa poniéndose en pie entre todos y
llamando a Jacobo Boscosa por su mote. Quería acabar con él, humillarle. Entonces,
allí, en medio de todos señalándole, le insultó tal como habría hecho de estar aun en el
colegio.
Sin embargo la reacción pública fue de una lógica sencilla, todos rompieron a reír, y
no por lo que a él le hubiera gustado, tampoco porque pensaran que él mismo era un
idiota, en realidad creyeron que el mote había surgido de pronto, y vieron ahí una forma
graciosa y carismática de llamar a un genio de la categoría de quien tenían delante, una
forma de romper su modestia y devolver así de pasada el insulto que él le había dado al
presidente del gobierno.
Era desde luego una risa amistosa, y el intruso, entendiéndolo, se revolvía por la ira y
la impotencia que crecía dentro de él y luchaba por salir. Efectivamente aquella era una
risa sana y sin ninguna maldad, cariñosa incluso, pero también Jacobo, que creyó ver
repetida la imagen que tenía grabada a fuego en su memoria, sintió que se le nublaba la
vista, que las manos le temblaban, que estaba apunto de explotar, y que todo eso que
había tragado durante años y llevaba dentro iba a expandirse ahora por la sala. Él estaba
también apunto de reventar.
Toda la buena educación que había recibido quedó reducida a una bola negra en el
estómago. Cerró de un golpe la tapa del piano, con violencia, y de pronto encontró ese
gesto tan placentero... algo que no había hecho en su vida... encontró tanto gozo en ello
que a partir de ese momento cobró la vida un sentido nuevo y lo único que tenía
importancia era partirle la cara a aquella persona, y no porque fuera el intruso, sino
porque sencillamente ansiaba hacerlo, lo necesitaba, no había nada más que eso en su
cabeza.
Cerró de un golpe la tapa del piano e inmediatamente se le lanzó encima. Le derribó
sin que el otro, a pesar de su propia ira que también estallaba, y de que acertara a
golpearle con lo primero que le vino a mano, tuviera opción alguna de defenderse. Sin
apenas sentir el golpe de la lámpara rompiendo en su cara, Boscosa estrelló la mano
contra el otro, le hizo caer, y cuando estaba en el suelo le pisó la cara, saltó sobre su
pechó con las rodillas, y mientras él mismo sangraba por la nariz completamente rota
comenzó a ahogarle.
No hubo manera de hacerle parar, un empresario muy importante que lo intentó
recibió un fuerte golpe, la primera dama y una princesa europea corrieron a llamar a la
policía, al cuerpo de seguridad que estaba en el piso inferior... Pero cuando llegaron ya
no había nada que hacer, todo había sucedido demasiado deprisa.
Se dejó atrapar sin oponer resistencia alguna, lo mangonearon de un lado a otro como
si fuera un pelele y lo metieron en la grillera de un coche celular. Según cuenta la
leyenda lo habían encontrado sonriendo, tranquilamente sentado en la butaca del piano
tocaba Para Elisa. Y otra vez estaba haciéndolo fatal, aún peor, como si fuera un niño
torpe que intenta aprender... y de hecho, durante meses una de las bromas macabras en
la comisaría, y que mas tarde trascendió también a la sociedad, fue que los había matado
a todos con su mal gusto al piano, y luego en venganza, los había desfigurado a golpes...
el Pianista Loco, le llamaron en televisión. Le cayeron varias cadenas perpetuas y la
masacre provocó un conflicto a nivel internacional, pues muchos hombres importantes
murieron aquel día. Así que lo cierto es que no deja de asombrar el sentido del humor de
algunas televisiones que aun siguen llamando a aquello “la noche del pianista loco”.
Sin embargo en la cárcel otra vez han vuelto a llamarle le enfant fatal, y resulta que
ahora eso le gusta. Incluso, se ha juntado con otros reclusos y ha formado un grupo de
rock sinfónico con ese nombre donde él toca los teclados y canta (bastante mal también)
la triste historia de su vida: su estancia en el colegio y la quiebra del mismo, la fiesta en
la mansión con masacre incluida, la ruina de sus padres que ahora vivían odiándose el
uno al otro pero sin posibilidad de separarse... (alguna de sus canciones son
transcripciones de las cartas que le llegan de ellos al penal, muchas de ellas
induciéndole al suicidio).
Hace poco, en un trabajo de animación sociocultural en las cárceles, un grupo de
universitarios ha gravado y producido un disco de la banda que ahora una discográfica
está apunto de lanzar. Yo lo he escuchado y estoy seguro de su éxito (¡corred a
comprarlo en cuanto salga!) así que dentro de poco todo esto será de dominio público y
el mundo entero se lo llamará, por eso... bueno:
Le enfant fatal, un hombre increíble, un revolucionario, ¡éste es mi homenaje!.

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