JIMÉNEZ, José- El arte de nuestro tiempo y la estética envolvente. En: Teoría del arte.
El proceso de la modernidad permite ver el contraste entre un universo estético cada vez más amplio,
envolvente, y el arte: no todo lo estético es arte, si bien las propuestas artísticas son siempre
manifestaciones estéticas. Esa diferencia <<la estética>> es más amplia que <<el arte>>, ese juego
de contrastes, es fundamental para comprender teóricamente las características del arte
contemporáneo y, a la vez, la única vía para delimitar entre arte y no arte.
Las señoritas de Aviñón -1907- de Pablo Picasso marcaron el nacimiento del siglo XX en las artes
plásticas. Con criterios completamente desconocidos para el ojo europeo de la época, el cuadro
rompe con la homogeneidad de la imagen, la mirada se extravía en la pluralidad simultánea de la
representación. Las aristas expresaban bastante bien la violencia con que se experimentaría el nuevo
giro de la sensibilidad.
Luego de Cézanne, luego de la duda atormentada del arte de fin del siglo XIX en torno al carácter y
los límites de la representación, se prolongaría a lo largo del siglo XX la búsqueda de una renovación
de la mirada, una revolución incontenible de las formas. Fue en un principio la producción de Picasso
que dio lugar a las primeras experiencias de <<desajuste>> de toda una convención representativa
que había dominado desde el Quattrocento.
La mímesis dejaba de ser el eje de gravedad. En su lugar, las categorías de creación, invención y
construcción se convertían en los nuevos puntos de referencia. El artista no debía buscar las formas
fuera de la naturaleza, sino dentro de sí –idea cuya raíz se sitúa en el Romanticismo-. “un proceso
continuo y sin límite de emancipación de lo externo, de liberación de cualquier tipo de convención o
pauta extrínseca a la realización de la obra misma”. Lo más decisivo: cada artista se vería
confrontado al problema de instaurar un <<lenguaje>>, una forma propia. No valen fórmulas previas,
se da una liberación de la mirada en la que el artista experimenta a cada momento, necesita una
capacidad para desmontar el automatismo de la percepción visual y para particular formas que
permitan ver un mundo nuevo, con más profundidad. La misma obra de Picasso es inaprehensible a
los tópicos clasificatorios que intentan definir a los artistas por su adscripción a un estilo, él introduce
en su itinerario el principio de variación.
De ahí la nueva complejidad estética que atraviesa el arte contemporáneo. Cuatro siglos de tradición
plástica habían entrado en crisis. La pluralidad de la representación se volvería el eje del arte nuevo,
de la multiplicidad de propuestas expresivas y movimientos que se irían desarrollando. La revolución
plástica que se cristalizaba con Picasso suponía la asunción estética de la no homogeneidad
constitutiva de la cultura moderna y de sus rasgos definitorios: dispersión, pluralidad, discontinuidad,
fragmentación. El arte ajustaba su lenguaje e intención a los nuevos tiempos, la ciudad moderna
posibilitaba y exigía un nuevo tipo de experiencia estética.
El conjunto de las artes había perdido su posición predominante en la configuración de la sensibilidad
occidental. Tres nuevas vías brotan del giro impresionante que experimentó la vida en el siglo XIX y
se irían consolidando a lo largo del siglo XX, modificando el antiguo escenario. Las tres son un signo
del rasgo definitorio por excelencia del mundo occidental contemporáneo: la expansión de la técnica.
1) El diseño industrial, cuya configuración definitiva viene dada por la fundación de la Bauhaus –
escuela alemana artística en la que se unificaron la arquitectura, las artes plásticas y la artesanía- por
Walter Gropius en 1919 pero que hundía sus raíces en el siglo anterior. En el último tercio del siglo
XIX las <<artes aplicadas>> (la moda, el mobiliario, la decoración de interiores y los objetos
domésticos) habían adquirido suma importancia cristalizando el gusto de las masas y desligándose
del elitismo aristocratizante de arte tradicional.
2) La publicidad había irrumpido con fuerza en al final de siglo parisino, dando un nuevo rostro a las
calles y locales comerciales: un lenguaje directo y agresivo reclamaba la atención del ciudadano
moderno.
3) Los medios de comunicación de masas –cuya aparición, en ese sentido masivo, puede
considerarse alrededor de 1870- son el tercer factor no artístico que constituye, junto con las artes, el
horizonte estético de nuestro tiempo.
Así vemos que la industrialización, la formación de grandes ciudades europeas y norteamericanas
fueron algunos de los efectos de la expansión de la técnica antes mencionada, de la configuración de
la vida por la técnica donde los objetos mecánicos irrumpen y se multiplican con rapidez a lo largo del
siglo XIX y luego, ‘la magia hace cotidiana’. La vida va más de prisa, la velocidad.
En este contexto el dibujo, la pintura y la escultura dejan de ser la forma única, a través de la mano,
de dar cuerpo a las imágenes; la representación visual se emancipa de la destreza manual dando
lugar a la plasmación mecánica de las imágenes visuales, por ejemplo con la fotografía.
La respuesta a la técnica podía ser positiva, como en el caso de los futurismos. También irónica y
distanciada, como en Marcel Duchamp que como joven pintor experimenta un impacto, una toma de
consciencia sobre lo que estaba sucediendo, que lo lleva, más allá del cubismo, a esa gran
experiencia de expansión del arte que es La Mariée mise à nu par ses Célibataires, même (La Novia
puesta al desnudo por sus Solteros, mismamente). En ella elabora un lenguaje plástico conceptual,
integrador del texto y la imagen, y equiparable en su complejidad al de ciencia o la técnica. Pero lo
lleva también a una nueva mirada hacia los objetos ya hechos por la técnica, los ready-mades, en los
que, intentando evitar el sentimentalismo o nostalgia, se expresa la consciencia de la contracción del
espacio tradicional del arte, la impronta estética de los objetos no artísticos.
Walter Benjamin, aludiendo al proceso cultural e histórico que desembocaría en la Primera Guerra
Mundial, evoca el impacto terrible, traumático, que vivió aquella generación aún no familiarizada con
la técnica. Y así se abriría paso a otra <<respuesta>> frente a ese mundo perfilado por la expansión
de la tecnología y su aplicación militar: el rechazo dadaísta frente a la guerra, la técnica, el arte. De
este modo la movilidad y el desasosiego se sumaban a la pluralidad.
Esas son las constantes de las estéticas contemporáneas a lo largo del siglo XX.
Todos estos aspectos nos explican la intensidad del malestar que atraviesa el conjunto de las artes.
La presencia recurrente en ellas de la imagen de la <<muerte del arte>>, se inserta en la consciencia
estética moderna desde Schiller [1759-1805] y Hegel [1770-1831]. El planteamiento de Schiller se
asociaba a la utopía de una sociedad estética, en la que todo hombre pudiera ser artista; el de Hegel,
a la idea de la disolución de la forma estética por la intervención del concepto, la negación irónica y el
individualismo. Ambas vertientes han gravitado sobre el arte desde entonces.
Pero ni Schiller ni Hegel pudieron prever el auténtico factor corrosivo del arte: el desarrollo de la
técnica moderna. Desde el momento en que la vieja producción artesanal fue siendo sustituida por la
tecnología, el arte fue progresivamente perdiendo su preeminencia (privilegio) espiritual y su
exclusividad como tarea intelectual en el sistema de producción. El arte quedaba descentrado,
desplazado, confrontando con una situación en la que la actividad del ingenieros o urbanistas, por
ejemplo, cobraba mayor incidencia social. Y en esa profunda alteración del modo de vida, como se
decía antes, la técnica acabaría dando lugar a una suerte de explosión estética en la que el arte vería
aún más cuestionada su posición.
La noción tradicional del arte como un corte o escisión respecto de la artesanía, que implicaba un
orden jerárquico, culmina en el siglo XVIII con la formación de un sistema integrado, el de las Bellas
Artes. El arte, ubicado a una distancia infranqueable, ocupaba una posición jerárquica que servía de
modelo, mental y espiritual, a todo el sistema artesanal de la producción. “La Segunda Revolución
Industrial, en el siglo XIX, y la consiguiente expansión de la técnica alteraron profundamente y para
siempre esa situación. La relación tradicional, jerárquica, del arte respecto a los objetos de la vida
cotidiana se invierte. Éstos ya no son productos artesanales, manuales, sino el resultado de un
proceso de producción en serie, mecánico, técnico. Según avance el siglo XX, el objeto primordial de
la mímesis artística no será ya la naturaleza, sino la cultura, y particularmente los productos y
procedimientos de la técnica.”
Como se había explicado, Marcel Duchamp tomó consciencia de la cuestión. Sin embargo, el primero
en advertir teóricamente la pérdida de la autonomía del arte por la expansión de la técnica fue Walter
Benjamin. Al ser reproductibles técnicamente, las obras fueron perdiendo su incitación a la reverencia,
fueron convirtiéndose en un signo disponible para encarnarse en gran variedad de soportes. El
resultado es la secularización del arte, también la transformación de sus funciones sociales
convirtiéndolo en un objeto de consumo.
En fin, en un mundo cambiante, el arte se ve forzado a una reorganización de su espacio y su
lenguaje. De ahí que el problema de la identidad se convirtiera, a lo largo del siglo XX, en una de las
cuestiones obsesivas de todas las artes y tendencias.
En los años treinta, W. Benjamin podía hacer valer aún el impulso político, el moralismo de las
vanguardias, oponiendo a la estetización de la política –llevada a cabo por los fascismos- la
politización del arte: gran utopía de transformación de la vida humana a través del arte. Pero recluida
en la innovación formal e incapaz de evitar la Segunda Guerra Mundial, la vanguardia misma acabó
volviéndose academicista, institucionalizando la <<tradición de lo nuevo>>. Sin embargo, a partir del
desarrollo de las nuevas sociedades de masas, surgidas en la posguerra y cristalizadas en torno a los
años ’60, resulta evidente que la estetización de la política en los años ‘30 había sido sólo un primer
esbozo de la estetización generalizada característica de la nueva cultura de masas, de la nueva
sociedad de <<bienestar>>.
Concluyendo, las tres grandes vías de esteticidad concurrentes con las artes plásticas aparecen, en
la actualidad, más fuertes y consolidadas que nunca, planteando toda una alternativa de estetización
generalizada frente a la antigua y ya desplazada hegemonía estética del arte. Con el diseño, el
prototipo se opone a la obra de arte; la publicidad provoca excitación frente a la serenidad; los medios
de masas generan distorsión en lugar de estabilidad. Sin embargo, de nada ya valen actitudes
nostálgicas o apocalípticas. La expansión de la técnica es el signo central de nuestra civilización, y no
hay paso atrás en las culturas humanas.
JIMÉNEZ, José- El arte pop y la cultura de masas. En: Teoría del arte.
Como es sabido, pop es una abreviatura de popular. Pero tal y como se entiende este término en la
cultura anglosajona actual. Alude a los fenómenos corrientes, cotidianos y, por tanto, <<populares>>,
de la cultura de masas.
Los materiales y soportes del arte pop suponen un cambio coherente con sus presupuestos
expresivos y temáticos: utilizar las mismas técnicas que el diseño industrial, la publicidad y los medios
de comunicación, ocuparse de las imágenes y figuras omnipresentes en esos ámbitos de la cultura de
masas. La imagen <<clara>>, lenguaje simple y directo sustituyen a la complejidad gestual del
inmediato expresionismo abstracto, contra el que reacciona. O la complejidad formal de las
vanguardias.
El referente no es ya la naturaleza, pero tampoco la innovación expresiva y formal de las vanguardias.
El arte pop imita los productos y procedimientos de la cultura de masas. Es un operador cultural, un
experto de la imagen masiva. “significa, tras el agotamiento definitivo del ciclo de las vanguardias, el
comienzo de nuestra verdadera contemporaneidad artística.”
El <<hombre medio>> en las sociedades de masas de la posguerra, seguía sintiendo gran distancia
respecto al <<Arte>> o la <<Cultura>>; mientras que su universo cultural estaba constituido por el
flujo audiovisual envolvente del diseño, la publicidad, los medios de comunicación, el cine y los
cómics. En este sentido, “los artistas pop dieron un paso importante: ocuparse de los nuevos signos
que salen cada día al encuentro del hombre de nuestro tiempo. De este modo, el arte se aproxima a
la vida.” Aunque lo hagan reproduciendo miméticamente lo existente.
El arte pop es un espejo. El collage ¿Qué es lo que hace los hogares de hoy tan diferentes, tan
atractivos? (1956), de Richard Hamilton, es uno de los primeros <<emblemas>> pop. En él
encontramos un espacio configurado por el amontonamiento abigarrado de objetos, y el propio
término –pop- inscrito en la imagen. Es una imagen espectacular, un interior, cualquier interior, de
clase media. La ironía del título nos habla del carácter intercambiable de esos espacios. Y el supuesto
<<atractivo>> alude a la pretensión de la <<modernidad>> del diseño de interiores.
El contrapunto más intenso respecto al arte inmediatamente anterior, al espíritu <<heroico>> de la
vanguardia lo encontramos al comparar esta imagen con la de otro interior: la del estudio de Piet
Mondrian (1872- 1944). La sobriedad del artista de vanguardia, ensimismado en su búsqueda
espiritual queda muy lejos. El mundo se ha hecho completamente otro, y la búsqueda de los artistas
se ve alterada por la transformación. El arte deberá integrarse y competir con la esfera de la
comunicación y el consumo, aproximase a las nuevas formas de vida, para así cumplir con su
mandato social.
Los años ’60 suponen un punto de inflexión en un proceso que acompaña el desarrollo de las
sociedades de masas desde sus inicios, y del que la vanguardia había sido consciente: la estetización
de la vida. En algunos casos, en la época de las vanguardias, se lo había considerado un síntoma de
la posibilidad de romper las fronteras entre arte y vida, un anuncio de la <<gran utopía>>. Pero ese
sueño de la vanguardia sobrevaloraba la capacidad del arte para orientar y dirigir ese proceso de
estetización.
De modo alternativo, la primera comprensión de la importancia de la estetización fue protagonizada
en los años treinta por los fascismos. La estetización de la política fue un factor crucial en la
configuración de una masa social homogénea, pudiendo llegar a una sociedad fuertemente integrada
gracias a técnicas de propaganda y persuasión, junto a los más diversos soportes estéticos. El
proceso tuvo su continuidad en las democracias de posguerra, una continuidad que revela el mismo
fundamento estructural: la sociedad de masas, independientemente de las particularidades y
diferencias. Si tras las dos guerras Europa había quedado devastada, el ciclo económico expansivo
que se abría en Estados Unidos permitía un crecimiento espectacular de los mercados, el consumo
de masas.
Es en ese marco cultural donde nacen las propuestas del arte pop.
Conllevaba la expansión del <<modo de vida americano>>. American way of life, que conlleva la
universalización del consumo sin restricciones, un claro ejemplo: la Coca-Cola, la cual es igual en
todos los estratos sociales, una aparente “democratización”. Este potentísimo mecanismo del sistema
económico internacional se ve reforzado en el plano ideológico por esa expansión niveladora del
consumo. La igualdad busca la repetición y la serialidad, con ello destruye la singularidad.
Esta universalización del consumo acaba actuando como uno de los aspectos determinantes de la
frustración del ideal artístico de la vanguardia clásica: la universalización del arte. El pop acepta que
ese ideal es irrealizable. Hace patente esa universalización del consumo que, desde el punto de vista
cultural, incrementa la receptividad pasiva, y no la creativa.
Además de todo lo anterior, la <<americanización del arte>> tiene que ver también con el
desplazamiento definitivo de su centro de gravedad desde París a Nueva York.
En un plano específicamente estético, el arte pop supone la toma de consciencia y aceptación de la
posición jerárquica de la técnica respecto al arte. Lo que supone una inversión del tradicionalismo,
¿cómo seguir privilegiando la destreza manual frente a las nuevas posibilidades expresivas abiertas
por el universo mecánico? Ese había sido el horizonte en que surgieron las vanguardias, que
pretendieron, simultáneamente, apropiarse de las potencialidades de la técnica y seguir manteniendo,
en una perspectiva renovada, la jerarquía del arte respecto a la misma.
Así, las vanguardias seguían reivindicando la supremacía del arte como esfera de la invención, el
descubrimiento, la ruptura. En lugar de esto el arte pop supone el reconocimiento sin complejos de la
supremacía de la técnica respecto a la innovación artística, del papel secundario y derivado del arte
en el contexto de la cultura de masas.
Naturalmente, todo esto produce una fuerte nivelación estética. El brillo de la diferencia desaparece.
El arte pop es un arte intensamente <<desideologizado>>. No sólo asume la indiferenciación normal,
sino que rechaza la responsabilidad moral del arte.
Si se quisiera elegir la obra <<más significativa>>, el mejor emblema del arte pop por la forma en que
hace patente la tendencia a la nivelación, la indistinción de la imagen convertida en un elemento de
consumo masivo, podría seleccionarse una entre las diversas variantes de la lata de sopa Campbell’s
(1962), de Andy Warhol. Ante la pregunta de por qué comenzó a pintar latas de sopa: “Comí lo mismo
todos los días durante veinte años creo, lo mismo una y otra vez.” La vida domina, invade al arte. A
diferencia de otros artistas pop, en sus imágenes apenas si hay ironía, y sí, en cambio, inmovilización.
Todas las intervenciones de Warhol son, en realidad, naturalezas muertas. Naturalezas muertas en un
mundo que incesantemente nos fuerza a vivir la naturaleza como artificio. He ahí el núcleo de su
poética: parar, detener la vida, cuando ésta se ha hecho más vertiginosa y móvil que nunca. “La
imagen en serie, redundante, extraída del fuego líquido, del ardiente bombardeo de la cultura de
masas, y congelada con el hielo inmovilizador de una mirada hipnótica.” (p.214) En las imágenes de
Warhol la vida es ausencia, el viraje monocromático desvela lo que se convertiría irremediablemente
en olvido y silencio.
Eso es, en definitiva, el horizonte del pop. El de la imagen global, el registro de los canales artísticos
(obras, galerías, museos, etc.) de un proceso cada vez más agudo de desmaterialización del arte y de
estetización (técnica, comunicativa) de la vida.
Visto desde ahora, ya con una cierta distancia, y tras su agotamiento, no hay duda de que seguimos
todavía dentro de ese horizonte estético. Y por eso la tensión estética y moral de nuestros días se
centra en la búsqueda de una dimensión propia de la invención artística, alternativo a la imagen
global omnipresente.
-Reproducción digital
A primera vista, la digitalización parece garantizar la reproducción precisa y literal de un texto o una
imagen y de su circulación en las redes de información de manera más efectiva que cualquier otra
técnica conocida. La imagen digital es un efecto de la visualización del archivo de la imagen, que es
invisible, o de la información digital, invisible también. Una imagen digital no puede ser meramente
exhibida o copiada sino que requiere siempre una puesta en escena o una performance. Pero este
carácter performático de la reproducción digital implica que la identidad visual entre el original y la
copia no puede garantizarse. Una imagen o un texto digital, aparecen siempre bajo una forma nueva,
según los formatos y el software que un usuario particular utilice cuando provoca que la información
digital aparezca en una pantalla. La visualización de la información digital es siempre un acto de
interpretación del usuario de internet. Cada acto de visualización de la información digital mantiene
una relación incierta con el original, podríamos incluso decir que cada visualización se convierte en un
original. Esto significa que cada copia digital tiene su “aquí y ahora”, un aura de originalidad que una
copia mecánica no posee. De manera que, debido a la digitalización, el vínculo entre el original y la
copia ha cambiado de un modo radical, y este cambio puede describirse como un momento de
quiebre entre la modernidad y la contemporaneidad.
Se puede hablar de un regreso a la naturaleza a través de la digitalización porque la operación de la
reproducción se efectúa manualmente. Sostengo que la época digital no sólo produce un retorno a la
naturaleza, sino un retorno a lo sobrenatural.
Al hacer una copia digital, hago una copia de mí mismo, y le ofrezco esta copia a un espectador
invisible, oculto tras la superficie de una computadora personal. Esta es la diferencia fundamental
entre la reproducción mecánica y la digital. La reproducción mecánica presuponía cierto control sobre
su uso personal.
MICHAUD, Yves- Hacia la estética en el triunfo de los tiempos de la estética. En: El arte en estado
gaseoso.
El término ESTÉTICA fue introducido por el filósofo alemán Baumgarten a mediados del siglo XVIII.
Claro que los filósofos no habían tenido necesidad de la palabra para hablar de lo bello. No hay una
estética de Platón, aunque la idea de lo bello y la diferencia entre las artes y las ciencias están en el
centro de su pensamiento. Tampoco hay una estética aristotélica, aunque Aristóteles reflexionó sobre
poética, retórica y las artes.
Mucho antes del nacimiento de la estética, principalmente a partir del Renacimiento, se desarrollaron
reflexiones sobre las artes.
Las primeras reflexiones “estéticas” surgieron en el siglo XVIII en ámbitos artísticos: academias,
talleres, sociedades o asociaciones de artistas. Surgieron al mismo tiempo que se iba formando un
espacio público de la recepción de las obras de arte –el Salón-, que se desarrollaba el juicio de los
expertos, que se elaboraban normas artísticas –principalmente en el seno de las academias
artísticas-. Por lo tanto, la estética fue desde su nacimiento una teoría de la recepción y de la
evaluación de las obras y venía a sustituir lo que era hasta entonces una reflexión poética de los
artistas sobre su manera de proceder en su oficio.
“La historia de la estética filosófica muestra que sus problemáticas, sus formulaciones y sus doctrinas
están, en cada caso, relacionadas con un estado del arte y un tipo de objeto artístico que, a su vez,
es posible por el conocimiento que se formula sobre él y que hace posible este conocimiento. A esta
determinación en círculo, movimiento de determinación reflexionada o reflexiva, Hegel la llamó
dialéctica de la presuposición”. Lejos de ser intemporales, estas reflexiones son relativas a sus
objetos y a sus vicisitudes.
Cada vez que una especialidad académica fue definida y posteriormente institucionalizada, se fue
cerrando sobre un número limitado de cuestiones canónicas y clásicas. Por ende, las cuestiones
tradicionales de la estética parecen inmutables; se trata de la naturaleza de la obra de arte, de su
funcionamiento, de la naturaleza del sentimiento estético, de los mecanismos de creación y del
sistema de las artes. Este programa teórico que parece tan “intemporal”, corresponde a un tipo de
experiencia históricamente definida, estructurada alrededor del museo o de su equivalente para las
demás artes (ópera, biblioteca, etc.), regulada por un canon estético (las grandes obras, el repertorio)
y de un sistema de las Bellas Artes.
A lo largo del siglo XX, la mayor parte de los académicos retomó pura y exclusivamente este
programa “clásico”, aplicándolo a obras que de por sí ya lo eran o pretendiendo que la
contemporáneas pudiesen volverse clásicas. Sin embargo, algunos filósofos, ensayistas o críticos de
arte tuvieron una percepción más inquieta: no se trataba de valorar si las obras eran más o menos
clásicas, sino de valorarlas como distintas o desconocidas. Y lo que también era necesario: hacer
serios ajustes en el seno de la teoría estética clásica, o cambios radicales de problemática.
En el transcurso de los años ’30 se comenzaron a sentir los contragolpes de la revolución artística
moderna. Surgió entonces el advenimiento de una nueva forma de experiencia estética y, al mismo
tiempo, una tentativa de reformular la estética de manera que pudiera tomar en cuenta el “arte
moderno”. Otra perspectiva, iniciada a partir de los años ’50, consiste en rever los conceptos pasando
de una estética de las obras a una de las actitudes, los efectos, la experiencia. La estética de
inspiración analítica, entonces, se esfuerza por cambiar sus preguntas en torno al nuevo régimen del
arte.
En su visionario texto La obra de arte en la época de su reproducción técnica, de 1936, Walter
Benjamin describió un cambio radical. El escrito, destinado por su autor a ser publicado en revistas
marxistas soviéticas ortodoxas, no pasó la prueba de la ortodoxia y además fue criticado y rechazado
por el filósofo Adorno.
Todo el análisis de Benjamin se centra en la oposición bien conocida entre la obra “áurica”, dotada de
un aura única y mágica, de un arte del pasado, y la obra fundamentalmente reproductible de nuestra
época. Esta oposición se repite en una segunda pareja de conceptos: el del valor de culto y el del
valor de exposición, que opone unicidad y reiteración, sacrificio y automatismo. Todo esto lo conduce
a una última distinción entre lo serio y el juego, la atención y la desenvoltura cristalizada en lo que
llama la estética de la distracción. Ésta última anuncia una experiencia estética que se podría llamar
desestetizada –si es que estetización sigue refiriendo a la contemplación de obras maestras-, la cual
es análoga a la experiencia visual y corporal.
La reflexión de Benjamin podría resumirse en que: “no hay esencia inmutable de la obra de arte sino
una esencia histórica que depende de las transformaciones sociales y de los descubrimientos
técnicos.” Estos últimos son los que a partir de la invención de la litografía y posteriormente de la
fotografía, han abierto la vía de reproducción de las obras. Las transformaciones sociales que
acompañan son: un público en masa, nuevas condiciones de trabajo y recepción del mundo, aumento
de los valores de la distracción y de la exposición, transformación de la política en un espectáculo
masivo; en resumen, las transformaciones que han ido acompañando el desarrollo del capitalismo
industrial.
Lo que tenía que ver con la copia artesanal y disminuida o con la reproducción con fines fraudulentos
o engañosos deja su lugar a una reproductibilidad desde el principio. Lo que la reproductibilidad
mecánica destruye es el aura singular y frágil, la localización única. Se podría objetar que cualquier
obra que se pueda reproducir, existe también en el tiempo y en el lugar donde un espectador realiza
su experiencia. Sin embargo, la obra reproductible está libre de sujeción a un espacio y a un tiempo,
pierde su liga con la tradición. Se ofrece a todos y en serie; es, en todos los sentidos, accesible.
Todo esto provoca un cambio de régimen estético. Estas obras estandarizadas van dirigidas a las
masas. Se pasa de un culto que casi ni precisa público, a la apropiación colectiva en la exposición y
la “publicidad”.
Retomando la cuestión de la reproductibilidad, Benjamin sostiene que lo que se reproduce en la
película no es una obra de arte sino una performance de actor frente a unos aparatos captando
sonido e imagen. El elemento “artístico” surge con el corte y el montaje. Esto implica la alienación del
actor que no interpreta un personaje frente a un público, sino fragmentos de papel para un público
ausente o imaginario; con esta ausencia del público desaparece el aura o, mejor dicho, se vuelve
abstracta, tan repetible que se agota. Así, la película ofrece al espectador una nueva forma de
experiencia sensible, una experiencia colectiva, donde cada quien puede pretender invertir los
papeles.
De ahí que el espectador pase de un mundo en el que se sumergía en las obras, a un mundo donde
se anda distraído y manipulado por las imágenes para su más grande placer: se abre el tiempo ‘de la
recepción en la distracción’.
La última sección del ensayo es la más visionaria, al mismo tiempo la más enigmática y audaz.
Esboza un diagnóstico marxista del Estado totalitario como forma avanzada de desarrollo de la
técnica sin derribamiento del régimen capitalista de la propiedad. Este totalitarismo debe recurrir a
dos estrategias de ilusión: la estetización de la vida política, y la guerra como forma última de puesta
en movimiento de las masas y de la técnica volcándolas en contra de sí mismas. “La alienación de la
humanidad llega a su cúspide cuando la destrucción de la humanidad se vive de manera estética. La
solución de Benjamin es bien conocida, pero se parece a un callejón sin salida a pesar de su valentía
dialéctica: la politización del arte debe sustituir a la estetización de la política y de la guerra.” El autor
se permite presentar en forma detallada el ensayo de W. Benjamin para señalar en primer lugar su
perspicacia, además de su carácter radical.
Para él la estética no es más que una ciencia de la percepción, cuyo objeto contemporáneo tendría
que ser la película de cine. Pero también veía más lejos, entreveía el advenimiento de formas de arte
que ya ni siquiera serían artísticas en el sentido del pasado y en las que ya ni siquiera quedaría algo
del recuerdo de la contemplación que asociábamos al arte en el tiempo de su culto. Esto sucedió en
la experiencia estética del arte contemporáneo, en la que estamos sin concentración sobre los objetos
ni sujeción a un programa. El video y la televisión son, en la vida cotidiana y en el arte, los vehículos
de esa estética de la autorrepresentación y de la mirada intermitente; también hemos entrado en el
mundo de los hipermedia interactivos, de los que los juegos electrónicos son la lustración más
difundida de este tipo de obras reproductibles que mezclan sonido, texto, imagen, etc. y están
abiertas a la acción y la intervención de espectador que hace que sus reacciones intervengan en
tiempo real.
Sólo habría que matizar la formulación “recepción en la distracción”, que se volvió, más bien,
interacción en la distracción, estancia en un relación distraída. Muchos personajes son criaturas de
síntesis, inacabadas, imperfectas. No hay porque escuchar “religiosamente”, ni mirar “religiosamente”,
ni leer “religiosamente”.
En este estado de interacción distraída, el espectador entra a un mundo de imágenes y de
sensaciones ontológicamente diferente. El término casi fuera de contexto de ontología, es para
subrayar que estas imágenes ya no mantienen con sus referentes la relación que les fue atribuida
durante siglos, ya no dependen de su referencia o causa, tampoco de lo que les da sentido o las
produce, sino de quien las acoge, las evoca, las deja, las modifica a su antojo y las goza.
Se está instalando un nuevo régimen de atención, privilegiando el barrido rápido (scanning); la
imagen se vuelve más fluida, más móvil.
En todo esto, ¿Qué es lo que queda del arte de la tradición áurica, del Gran Arte que solicita
recogimiento y atención? El diagnóstico de Benjamin era la desaparición por el contragolpe de la
reproductibilidad generalizada. La religión del arte por el arte instalada en el modernismo fue una
tentativa última para salvar el aura, sin embargo la lucha se había perdido de antemano. En los
hechos, las obras áuricas también han estado sujetas a la ley de reproducción, por ejemplo en
revistas, televisión, libros de arte, la red.
El museo merece una reflexión particular porque constituye el elemento más ambiguo del destino
actual del aura. Se supone que en él vemos obras únicas, aunque la mayoría, en la actualidad, son
ejemplares más o menos idénticos de la producción mundial y estandarizada de tal o cual artista.
Todas las disposiciones arquitectónicas y las reglas de uso del museo están enfocadas a asegurar y
preservar la captación de la mirada: no hablar en voz alta, no comer, no correr y, por supuesto, no
tocar las obras. El museo no es un lugar de diversión, sino de contemplación.
Salvo que el museo se ha vuelto también un lugar de distracción. En nombre de la democratización
del acceso al arte, ha reacomodado la relación discreta a las obras áuricas sobrevivientes. Se ha
vuelto un lugar de turismo, administrado con eficiencia para que los visitante circulen mejor, para su
mayor placer y guardando el tiempo necesario para hacer algunas compras.
“En el fondo, el museo es la más bella ilustración del diagnóstico de Benjamin: salvaguardar el valor
de culto, pero sometiéndolo a los valores de la exposición y de la publicidad.”
Sin embargo, su éxito significa también la fuerza del deseo del aura. Se van creando museos de todo
tipo y cualquier cosa porque se supone que ahí se conserva no el aura sino algo precioso. Funciona
también como conservatorio de todo lo que parece en peligro de desaparición. Hasta lograr
conservar, proveyéndolas de un valor sagrado que no deberían tener, obras del siglo XX que fueron,
como las de los dadaístas, producidas en base a un rechazo blasfemo del aura y del recogimiento;
paradójico.
El ensayo es único por su perspicacia; sin embargo, adolece una mala evaluación de la evolución
técnica así como de una discutible concepción de la estética de la distracción a raíz de un exceso de
optimismo en cuanto a las oportunidades de liberación política que sobrevivirían.
Consideraba al cine como arte colectivo por excelencia, por estar destinado a un público reunido para
la proyección. No se le ocurrió que un día se podría ver video en las casas. “La masa fue sustituida
por lo que el sociólogo David Riesman llama la muchedumbre solitaria.” Aumentó el individualismo de
masa.
Con este último cambio se cierra el círculo: el aura desaparece por completo cuando un pensamiento
totalmente enfocado al presente ya no puede sostener relación con la procedencia de las cosas.
Vivimos en este mundo sin aura porque, lejano y sin memoria, es un mundo en el que el presente
ataca de manera constante las otras dimensiones del tiempo, invadiéndolas. Esta existencia en el
presente tampoco está dirigida en el sentido de una promesa de liberación que sólo pudiera
arraigarse en un pasado reivindicado o un futuro profetizado. De hecho, Benjamin, marxista,
apocalíptico y pesimista, pero de todas formas marxista, no podía aceptar el reino de un
individualismo de masas de este tipo. Si estaba tan aferrado a la idea del cine como arte de
multitudes, es porque aún esperaba una politización liberadora.
Cuando las vanguardias todavía conservaban una fuerza subversiva, pero se enfrentaban con
proyectos políticos totalitarios dirigidos a las masas bajo grandiosas formas estetizadas, cuando
estaba naciendo la industria de la cultura y se iniciaba la producción industrial de los bienes culturales
y del kitsch, Benjamin captó con una perspicacia única y conmovedora las líneas de fuerza de una
evolución que iría del aura a la reproductibilidad generalizada, de lo sublime al bienestar en el que
solamente uno se siente cool.
BUCHAR, Inés – Arte autónomo y arte politizado En: Cuestiones de arte contemporáneo.
Durante la primera mitad del SXX, la relación entre arte y política se ha complejizado, debido a la
incorporación de técnicas de reproducción masiva. Para abordar este tema, la autora hace referencia
a la discusión sostenida entre Theodor W. Adorno y Walter Benjamin.
BENJAMIN: El arte reproductible como instrumento para la emancipación de las masas:
En la modernidad, el arte se independiza de su función religiosa para transformarse en el arte
autónomo burgués. Pero el aura establece una relación con su origen religioso. Según Benjamin el
arte reproductible, al destruir el aura –el aquí y ahora irrepetible- de la obra tradicional, no está ya
vinculado a lo religioso sino a lo político. Este, permitiendo el acceso masivo, puede convertirse en un
elemento de emancipación de las masas que permitiría establecer una sociedad igualitaria y
desideologizada.
Interpreta que los seres humanos se exponen a efectos de shock como el del cine para poder
adaptarse a los peligros que lo amenazan en la gran ciudad: el aparato perceptivo ya no funciona de
modo contemplativo sino que se caracteriza por la dispersión. Plantea que el arte tradicional es ya
convencionalmente aceptado por lo cual no es criticado; las vanguardias son criticadas por
incomprensibles, por lo cual no pueden ser gozadas; es entonces el arte reproductible en único que
hace posible una actitud crítica (permite valorar la obra) y fruitiva (que causa placer).
El acercamiento del espectador a la obra de arte puede llegar a ser tal que éste quede incluido en
ella, y que desaparezca la distinción entre actor y espectador. En el ámbito de la literatura también se
desdibuja la distinción entre autor y público (por ejemplo en las cartas de lectores). La generalización
de la competencia literaria permitiría que las contradicciones sociales y las relaciones de dominación
sean expuestas discursivamente, evitando así la violencia.
El arte reproductible como instrumento de dominación de las masas:
En el cine tanto el aura del actor como la del personaje son reemplazadas por la personalidad,
construcción artificial que da culto a la estrella de cine. La radio y el cine no sólo modificaron la
función del actor tradicional sino también la de los gobernantes: el escenario tradicional de los teatros
y parlamentos ha sido modificado por la pantalla. Explica Benjamin que las crisis de las democracias
burguesas y el fortalecimiento de las dictaduras se apoya en la exhibición de la figura del gobernante
en los medios de reproducción masiva, a los que accedía un número ilimitado de espectadores.
Los medios técnicos de reproducción masiva permiten a su vez la reproducción de las masas. En la
propaganda fascista las masas es público y también, materia objeto de manipulación por parte del
gobierno dictatorial.
GIANETTI, Claudia – Estéticas de la simulación como endoestética En: Estética, ciencia y tecnología.
En un contexto en el que, dentro de la ciencia, la tecnología y la estética, entran en crisis conceptos
relacionados al de verdad, la autora se propone ofrecer algunas pautas de reflexión necesarias para
un acercamiento a las actuales teorías estéticas.
En un ensayo, Nietzsche plantea la muerte de la “antigua” verdad en un mundo que se ha
transformado en fábula. Ya no existe objetividad ni consenso respecto al significado de realidad. Es a
partir de la ruptura de la estricta división entre lo real y lo no real, que Giannetti marca la necesidad de
un acercamiento a conceptos como realidad hipotética, ficción, simulación, virtualidad.
El biólogo especialista en neurofisiología, Humberto Maturana, plantea que la realidad no puede ser
entendida como algo independiente al observador. Explica que, al experimentar algún tipo de ilusión-
ya sea visual o auditiva-, estamos seguros de que es realidad: no podemos distinguir-entre ilusión y
percepción. No importa entonces diferenciar entre ilusión, simulación y realidad (hipotética), ya que lo
que diferencia las realidades es el modo en el que los sujetos experimentan e incorporan las
vivencias.
Es la simulación la que permite que experimentemos una ilusión como si fuera una realidad, para lo
que debe emplear la estrategia de virtualización. Además de este último término, es posible vincular el
concepto de ficción al de simulación.
Para explicar el término de ficción la autora alude al filósofo inglés Jeremy Betham y su teoría sobre la
construcción de la verdad. Para él, la apariencia asume una función instrumental y forma parte de la
propia construcción de la verdad a través del lenguaje. La ficción aporta coherencia a la organización
del discurso simbólico. Hans Vaihinger, especialista en Kant, investiga la función del pensamiento
ficcional (el como si) en la construcción de las teorías científicas. La ficción, al ser parte del
imaginario, no se desvincula de la realidad y se incorpora al discurso de la verdad. Ambas teorías son
importantes antecedentes de teorías que relativizan la noción de verdad y le dan un carácter
constructivista a la realidad. A modo de ejemplo la autora toma a un jesuita y científico alemán del
SXVII, Athanasius Kircher, quien utilizó la imagen proveniente de la cámara oscura para persuadir a
los creyentes: simuló que eran imágenes infernales. Pese a ser una ilusión hizo realidad un mundo
ficticio para los observadores.
POSTHUMANISMO E IMPROBABILIDAD
En la modernidad, el mundo era considerado como un todo abarcable y definido. Por medio de la
razón y la lógica, era posible dar respuestas objetivas a todas las cuestiones. Un mundo basado en el
texto, en el discurso, las leyes y el pensamiento lineal. En este contexto se da el antropocentrismo.
Es en la transición al pensamiento posmoderno que el mundo mismo empieza a concebirse como
inabarcable, incompleto, como un sistema abierto, relativo en el que ya no puede haber un discurso
único y definitivo, objetivo. Ya no es posible una mirada lógica, objetiva, sino que la objetividad es
dependiente del observador. La decadencia del antropocentrismo implica la crisis de los valores
considerados hasta ahora inherentes al ideal de humanidad. Se instauran las teorías del
Posthumanismo y la existencia del sujeto pasa a ser correlativa.
Los primeros signos de ruptura con el pensamiento lógico moderno se dan en el ámbito de la ciencia:
en la matemática, Gödel lanza su Teorema de la incompletud demostrando que los procesos
mentales no se dejan representar completamente por un sistema formal. En física, la teoría de la
relatividad de Einstein, la teoría cuántica de Max Planck, Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger
destacan la función del observador y avanzan hacia la relativización de los objetos físicos. Estas
nuevas investigaciones en física así como las nuevas investigaciones interdisciplinares en ciencias,
derrocan la idea de la existencia de una realidad única y universal independiente a un observador
pasivo y subordinado a un orden externo dado. Se empieza a tener en cuenta el funcionamiento de
los procesos cognitivos, sus efectos y resultados.
Nacen así teorías como el constructivismo radical, la sinérgica, la autopoiesis, la autorreferencialidad.
Todas trabajan con la noción de autoorganización. A partir de estas teorías se concluye que los
conflictos acerca de las consideraciones sobre la realidad y la verdad se dan en el dominio de las
explicaciones. La realidad no es una experiencia sino un argumento dentro de una explicación, dice
Maturana. Las diferentes realidades son formuladas a través del lenguaje y dependen de la línea
explicativa del observador.
El sujeto se transforma en receptor y operador de información a partir de su relación con el mundo en
base la interfaz. Se pone acento en el acceso y la capacidad de procesar los datos y la información, la
producción de realidad a través del lenguaje. Ya no importa el conocimiento, el saber o la
transformación de datos.
ENDOESTÉTICA
La estética del media art amplia los marcos conceptuales, implica cambios sustanciales respecto a la
percepción y rompe con las ideas estéticas centradas en el objeto de arte, su existencia matérica y
permanente, originalidad, autonomía, verdad y observador pasivo. Aparecen, entonces, nuevos
paradigmas como la plurimedialidad, interdisciplinariedad, ubicuidad, temporalidad, interactividad,
desmaterialización, ente otros.
En el ámbito específico del arte interactivo, se da una nueva relación no jerárquica y de
interdependencia y complementariedad entre creador, obra y observador, en una forma de
comunicación abierta: emisor – receptor – medio: autor/es – obra/sistema/interfaz –
interactor/contexto.
Para que un sistema interactivo sea efectivo es necesaria una interfaz humano-máquina flexible que
optimice la comunicación entre sistema e interactor. Dicha interfaz da lugar a la cultura “digital”,
orientada a lo visual, sensorial, retroactivo, no lineal, hipertextual, superando así lo meramente
instrumental para transformarse en un recurso del imaginario para la creación y experimentación de
entornos virtuales.
La interactividad en el arte está construida por cuatro elementos: la virtualidad, la variabilidad,
permeabilidad y contingencia (eventualidad/azar), generando así un sistema.
Estas nuevas prácticas requieren una teoría estética acorde a sus métodos. Los conceptos de la
endofísica -relacionada al constructivismo- que tiene por objeto investigar la interfaz y al observador,
son una fuente de ideas para la endoestética. La endoestética, trata de los mundos artificiales
(metaexperimentos) basados en la interfaz (el sistema mediador entre el mundo artificial y el sujeto)
en los que el observador puede participar (endo) y observar (exo) a la vez, siendo que las
operaciones internas de la obra se adaptan a la actuación del interactor. Mediante esta doble
operación en el contexto simulado, el interactor puede explorar las propiedades del propio mundo.
NELLY, Richard- EL régimen crítico-estético del arte en el contexto de la diversidad cultural y sus
políticas de identidad. En: Real/Virtual en la Estética y la teoría de las artes.
En el contexto de la globalización y del multiculturalismo, el eslogan de la diversidad llama a
marginalidades y subalternidades culturales, a recurrir al arte para denunciar condiciones de miseria y
opresión sociales, reconfigurar identidades y comunidades, visibilizar memorias históricamente
sepultadas, disputar hegemonías de representación sexual o bien realizar intervenciones públicas
ligadas a demandas ciudadanas.
La globalización y el multiculturalismo han estimulado un creciente proceso de sociologización y
antropologización del arte que insiste más en la politización de los contenidos que en la
autorreflexibidad critica de la forma, más en la expresividad denunciante y contestataria de los
significados que en la retórica significante de las poéticas del lenguaje. En el caso latinoamericano
estos procesos se agudizan aún más y se traduce en centro y periferia, ya que la mirada internacional
no espera de la periferia que compita en artificios discursivos sino que ilustre su “compromiso con la
realidad” a través de una mayor referencialidad de contexto.
Tomo una cita de la crítica argentina Beatriz Sarlo” todo parece indicar que los latinoamericanos
debemos producir objetos adecuados al análisis cultural, mientras que Otros (básicamente los
europeos) tienen el derecho de producir objetos adecuados a la crítica de arte.
UNIVERSALISMO Y CONTEXTOS
Desde la crítica feminista hasta la teoría poscolonial, se han multiplicado las denuncias que revelan
las arbitrariedades, las censuras, las exclusiones que, en nombre de lo “universal”, fue imponiendo el
canon moderno de la cultura occidental dominante: un canon que se identifica con lo masculino, lo
blanco, lo letrado, lo metropolitano, etc. La teoría feminista y la teoría poscolonial han radicalizado sus
sospechas en torno a la noción de “calidad” que sustenta el juicio estético en una metafísica del valor
universal. Ambas teorías han demostrado que el “valor” y la “calidad” son nociones históricamente
determinadas, construidas en la intersección de sistemas de gustos, ideologías y convenciones,
atravesadas por las divisiones, antagonismos, tras la cual se oculta el idealismo estético basado en el
dogma de la autosuficiencia de la forma.
Desmontar el canon para exhibir la violencia representacional a través de la cual lo Universal impone
su jerarquía a costa de silenciamientos y tachaduras de la diferencia; potenciar las luchas
interpretativas que se desatan en los márgenes de la representación oficial para cuestionar el
monopolio de una categoría superior, han sido tareas de la crítica posmoderna. Esta crítica forzó a las
instituciones de arte internacional a abrir fronteras a relatos no-canónicos, que el centro había
invisibilizado.
Para los márgenes y las periferias culturales que habían sido expulsadas del dominio autocentrado de
la modernidad occidental-dominante, fue vital reivindicar el “contexto”, “los contextos” para combatir el
universalismo. Contexto quiere decir la localidad de producción, sitio enunciativo, coyuntura de
debate, particularidad histórico social de una trama de intereses artísticos y de luchas culturales que
especifican el valor situacional y posicional de cada dinámica del arte. La reivindicación del “contexto”
afirma los espacio-tiempos micro-diferenciados de cada cultura para oponerse a la síntesis
homogeneizante de la “función centro”. B. Sarlo, se queja ahora de que lo latinoamericano, en la
escena internacional, quede remitido al “contexto” y no al “arte”, a la “diversidad cultural” (a lo social y
lo político) y no a las problemáticas formales y discursivas del lenguaje estético.
El primer reclamo que podemos compartir con Sarlo en cuanto al hecho de que una supremacía
cultural monopoliza el derecho a repartir roles fijos y predeterminados entre centro y periferia. El
centro se autoasigna el privilegio de la identidad (la universalidad del arte), mientras le deja a la
periferia un uso estereotipado de la diferencia (particularidad). Lo latinoamericano se ve forzado por el
dispositivo internacional a identificarse con la realidad, la experiencia y el contexto. Mientras que el
centro se adueña de la simbolicidad y abstracción conceptual, la periferia queda relegada a la
prediscursividad. Así el destino del arte está, como anteriormente dijimos, forzado al realismo del dato
primario, al naturalismo de la representación.
Unos de los rasgos predominantes de nuestras sociedades “las sociedades de la imagen”
“sociedades del espectáculo” o de las “tecnologías de la comunicación”, conlleva a la multiplicación
de la imagen, mesclando los estilos artísticos. Este contexto de saturación icónica le genera al arte la
dificultad de saber diferenciar su trabajo con la imagen del resto de lo visible. Pero la globalización
agrega una cosa más: actuar los significados de la identidad en este escenario de hibridez. La cultura
servirá para ampliar y transformar la esfera de lo público mediante ciertas reivindicaciones de
identidad que ayudan a reparar las injusticias de los sectores discriminados, subalternos. Si bien es
cierto que estas políticas de identidad reconocen y defienden los sectores minoritarios y subalternos,
no hay que dejar de reconocer que tienen el defecto de simplificar la cuestión identitaria y la
representación a la formulación monocorde de una condición predeterminada que el arte debería
ilustrar en términos reivindicativos. En un mundo globalizado donde el arte ha sido llevado a “actuar
los significados de la identidad”, le correspondería al régimen crítico-estético del arte fisurar los
dogmas representacionales del “nosotros” (los latinoamericanos, los negros o los gays) y del
“nosotras” (las feministas). El arte crítico debería trabajar a favor de la “subjetivación” más que de la
“identificación”.
JIMENEZ, José- Arte es todo lo que los hombres llaman arte. En: Teoría del arte.
Nuestro itinerario comienza con la aproximación a una imagen conocida (Mona Lisa). Y ante ella la
pregunta: ¿Qué es esto?, surge la respuesta que podemos llamar “culturista”: la Mona Lisa, de
Leonardo da Vinci, dato historiográfico. Hay que ir más allá.
La imagen es una reproducción fotográfica, de una de las obras más importantes del arte clásico de
Occidente: Retrato de dama, La Gioconda o Mona Lisa. Lo que vemos no es la obra sino una
reproducción de la misma.
Vivimos en una cultura de la imagen, en un mundo en el que nuestra experiencia de “las cosas”, de
todo tipo de cosas, se funde, se superpone, con nuestra experiencia de las imágenes
tecnológicamente producidas de “las cosas”. La información “culturalista” acumulada sobre la obra de
Leonardo es cuantiosa, esta fue seguida e imitada. Además se le fue propiciando a la pintura una
sobrecarga ideológica. Se trata de un proceso que arranca con la identificación romántica la imagen
con la figura de una mujer ideal. Así que la pintura terminó siendo algo más que una pintura, un mito,
una especie de espejo simbólico, en el que mirarse y ver reflejados los deseos, ansiedades en un
determinado momento de nuestra cultura.
¿Por qué esa imagen nos resulta hoy tan familiar, tan próxima?
El motivo se sitúa en un proceso histórico: el robo de la tabla de Leonardo, que desapareció del
Museo de Louvre, de París, en agosto de 1911. El hurto desató una auténtica histeria nacionalista, en
un contexto agitado social y político. Las revistas ilustradas de la época, tanto en Francia como en el
extranjero, al relatar la desaparición de la obra, reprodujeron masivamente la imagen de la pintura. En
ese clima la imagen se hizo muy “popular”. Artistas y actrices fueron fotografiadas posando como la
Mona Lisa, pasó también pasó a las entonces novedosas “tarjetas postales”, gracias a la velocidad de
los transportes, comunicaciones, tendido eléctrico y telegrafía. A esta imagen se le “pierde el respeto”
enseguida, mostrándola por ejemplo con una reciente falda corta, la cual levantaba para mostrar sus
piernas, o por con un tono de burla satírico.
En 1914, la obra fue recuperada. La pintura fue entonces reproducida en todas las publicaciones
ilustradas y en tarjetas postales. La imagen comienza a hacerse global. Por primera vez en la historia
de nuestra cultura, una obra artística iba más allá de los canales habituales, más allá del arte, de la
literatura, y de la “alta cultura”, para introducirse en la cadena de las comunicaciones de masas.
Todos esos acontecimientos marcan de forma irreversible la entrada del arte en la era de la
reproducción técnica de la imagen. La entonces emergente vanguardia artística fue consciente del
fenómeno.
En ese mismo año 1914, Kasimir Malevich, realiza una pieza en la que pega una imagen de prensa
de la Mona Lisa, doblemente tachada, e inscribe una frase que significa “Eclipse parcial”, nos lleva a
la necesidad de asumir una ruptura radical en el arte. Otro gran artista de la vanguardia: Marcel
Duchamp, realizará otra intervención en la imagen de la Mona Lisa. ¿Qué es esto? Una reproducción
o una imagen. Las respuestas oscilan entre quienes ven la intervención de Duchamp una “obra de
arte” porque nos da una imagen nueva, y las de aquellos que afirman que a esa intervención no se la
puede llamar arte. Duchamp pintó con un lápiz en la figura un bigote y una perilla y en la parte inferior
agregó una inscripción, un anagrama: L.H.O.O.Q. La pronunciación francesa de esas letras establece
una homofonía, un deslizamiento del sonido al sentido, con “elle a chaud au cul”:”ella tiene el culo
caliente”. Es decir, ella, la imagen venerada de la mujer ideal en nuestra tradición artística, Mona Lisa
“está cachonda”, esto pone de manifiesto algo que forma parte de la leyenda la obra: su intensa carga
erótica latente. Por otro lado al pintar el bigote y la perilla Duchamp transforma una imagen femenina
en una andrógina, con lo que se alude a la homosexualidad de Leonardo. En su intervención se
registra un eco freudiano. Ya que Freud con la publicación de un estudio “Un recuerdo infantil de
Leonardo da Vinci”, pretendía “demostrar científicamente” la homosexualidad de da Vinci. Como
consecuencia de esto comenzó a hablarse del carácter asexuado y andrógino de La Gioconda.
Preguntémonos ¿Qué es esto? ¿Qué es L.H.O.O.Q? No es desde luego, una “obra de arte” en el
sentido habitual del término: en ella falta el aspecto de “producción” o “realización”. L.H.O.O.Q es una
intervención sobre un soporte material ya hecho, una modificación de ese soporte. Duchamp acuñó
para esta y otras intervenciones suyas de carácter similar el término “ready made”, el sentido de algo
“ya hecho”. El ámbito de los ready made se extiende a todo el universo de objetos manufacturados,
producidos en serie, por la aplicación de la tecnología moderna. En términos generales la intención de
Duchamp se dirigía al cuestionamiento del autor, siendo alguien que no creía “en la función creadora
del artista”. Los ready made, son, ante todo, un signo de la expansión de la tecnología en la vida
moderna, un índice de la perdida de la jerarquía y exclusividad tradicional del arte. Duchamp insistía
en que, al menos en parte, en toda actuación artística hay una dimensión de acoplamiento de
utilización de materiales ya dados. Al eliminar la finalidad practica o material de los objetos, al
sacarlos de su contexto habitual, se propicia la consideración estética, en un sentido básicamente
conceptual, viven como concepto, como idea en el universo de la reproducción técnica. El ready
made esta originariamente destinado a una función utilitaria, de la que puede emanciparse
conceptualmente, estéticamente. Mientras que la obra de arte resulta destruida si, en sentido
recíproco, se la emplea como un mero útil.
En este contexto las imágenes del arte o de cualquier otro segmento de la realidad, están disponibles
con una sobreabundancia desmesurada. Esto supone, que tanto los soportes, los materiales, o los
temas, motivos, del arte no son ya algo delimitado, cerrado, dentro de un marco de especialización
como sucedía en el pasado. Ahora son materiales, soportes, temas y motivos, de uso común en la
cultura de masas dentro y fuera del arte. Solo la reproducción hace posible la intervención sobre la
imagen de la Mona Lisa: la intervención sobre la obra original la destruye, al estar disponible gracias a
esta reproducción se hace factible cuestionar la imagen.
El arte experimenta una ósmosis total con el diseño, la publicidad y los medios de comunicación, las
tres vías resultantes de la expansión de la tecnología.
El arte ha sido siempre un objeto de deseo, de posesión, pero solo de los muy poderosos. Ahora la
reproducción pone al alcance de cualquiera la imagen de las obras, y con ello convierte el arte, como
todos los bienes de cultura general, en objeto de consumo masivo. Todos queremos apropiarnos de la
imagen, la postal, el cartel, etc., son los signos de esa voluntad de acercamiento de las masas al arte,
la que ya se refirió Walter Benjamín. El arte forma parte de la cadena generalizada de consumo,
característica de las sociedades de masas. Esto explica que en mayor o menor medida, el arte adopte
algunas estrategias de la cadena de comunicación y consumo: ha de hacerse notar, llamar la
atención, y cuando las estrategias de publicidad, de los medios, de la industria, son tan intensas y
sofisticadas, el arte recurre no solo a lo sutil, sino también a lo escandaloso de esas estrategias.
Por ejemplo: una exposición de cuerpos humanos recorrió distintas ciudades alemanas, órganos,
tejidos, músculos se muestran desnudos, y en seguida pensamos en las imágenes. Pero esta vez no
son solo imágenes, son cuerpos humanos, reales. Cadáveres sometidos a la “plastinación”, un
método descubierto en 1977 por Gunther von Hagens. A estos cuerpos sin vida los contemplamos
hoy como “obras de arte”, han salido de salas asépticas para ser expuestos como objetos al público.
Lo que nos perturba es su presentación fuera del marco de privacidad o silencio profesional.
¿Estamos ante un artista de la anatomía? Los medios de comunicación dudan, y se preguntan si esto
“es arte”, extendiendo entre el público masivo la idea de “que no hay límites” o de que hoy puede ser
arte “cualquier cosa”.
Otro ejemplo es el de Daniel Hirst, nacido en Leeds en 1965. Salto al primer plano de la “escena
artística” con su exposición de 1991-1992 en el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres. Lo más
característico de su trabajo son instalaciones con cuerpos o fragmentos de cuerpos de animales,
disecados o tratados químicamente. Hisrt llama “esculturas” a estos cuerpos, a los cuales suele titular
con reminiscencias filosóficas. Según el propio autor de la obra, buscaba hacer pensar, inducir
“cuestionar las imágenes. La responsabilidad es del espectador”. Hay una voluntad explícita de
despertar una sensibilidad cada vez más adormecida ante todo tipo de imágenes, por muy duras o
impresionantes que éstas sean. Hirst utiliza cuerpos ya muertos, cuando se los entregan en el
estudio, comienza el trabajo sucio, les inyectan durante cerca de una semana en un tanque del
tamaño de una piscina de formaldehido, llevando trajes sépticos y máscaras, y extraen todo el
excremento del estómago.
Pero una vez más ¿esto es arte? Comencemos por observar que aunque es habitual creer que
“sabemos lo que es arte”, la verdad es que lo que se ha entendido por “arte” a lo largo de la historia
de nuestra cultura es algo muy cambiante, dependiendo de la época, de la situación específica de
cada cultura. En el terreno de las artes plásticas la opinión común sigue considerando “arte” a las
disciplinas clásicas: pintura, escultura, arquitectura, pero la proliferación de procedimientos de
producción de imágenes como fotografía, medios de comunicación, diseño, cine, etc., han
transformado esta situación. En nuestro tiempo el territorio de las artes plásticas es mestizo, con una
superposición de soportes y técnicas variadas.
La utilización de los animales busca, no en pocas ocasiones, producir en el espectador la toma de
consciencia del trato cruel o indiferente.
Lo que es nuevo en el arte reciente, es la utilización ni ya de las figuras, sino de los animales mismos,
vivos o muertos, ante todo por la voluntad de eliminar la diferencia entre “realidad” y ”representación”.
Refiriéndose al tiburón en el tanque Damian Hirst señala: “no quería un modelo o dibujo de un tiburón,
quería la cosa de verdad”.
Hace algunos años Antonio Saura declaraba: “hoy todo lo que es espectacular es considerado arte,
algo que es totalmente erróneo”. Esta confusión se debe en parte a la propia “institución arte”, a la
superposición dentro de sus circuitos de las necesidades del marketing sobre la autenticidad de las
obras y propuestas. También a la aproximación de los medios de comunicación al arte, que buscan en
el fundamentalmente la “noticia”, en lugar de atender el proceso de creación de una obra y de intentar
cuestionar y profundizar en sus registros y sentidos.
Lo importante es mantener la exigencia crítica: no vale todo, teniendo en cuenta que nuestro juicio
debe formarse desde una actitud abierta, sin prejuicios.
En su desenvolvimiento hasta nuestros días, en un giro que comienza en el Romanticismo, el arte ha
ido adquiriendo libertad expresiva. No hay un canon previo, determinado, ni puede haberlo. Los
materiales, soportes y temas en ningún caso pueden fijarse previamente.
Por eso es relevante la caracterización que hizo el filósofo y teórico italiano Dino Formaggio “Arte es
todo aquello a lo que los hombre llaman arte”. Es imposible fijar una norma previa que diferencie entre
arte y no arte. Arte es hoy un conjunto de prácticas y actividades humanas completamente abierto.
Otro planteo que realiza es que “algo” puede ser llamado arte cuando ingresa a los canales
institucionales que hacen circular las prácticas artísticas, y cuando existe una retórica, una
argumentación que justifica su inserción en el ámbito artístico. En nuestro mundo no hay arte fuera de
esos canales institucionales, cuando es así, nos situamos en el plano del hobby. A la vez, la inserción
de las obras en estas instituciones, requiere la admisión a través de filtros en diferentes instancias y
niveles. En artes plásticas las comunes son: galerías, revistas especializadas, ferias, exposiciones
públicas, medios de comunicación y la legitimación final en los museos. En todo este proceso
interviene el mercado, la circulación mercantil de las obras. Se abre así un contraste mediador entre
la instancia expresiva del arte, el momento de la producción artística, y la instancia de su puesta en
valor, de su valorización en el momento de la recepción. Ese contraste mediador, en la aspiración a
ser los más independiente posible de las instituciones artísticas, dio lugar a la aparición de la crítica
de arte. Esta teoría no puede ignorar la determinación previa que las instituciones de arte imprimen
en el momento de la producción como en el de la recepción, debe asumir el riesgo de la
independencia como un mandato moral. Independencia implica: autonomía de criterio,
fundamentación conceptual, fundamentación de categorías de análisis de obras. Así la teoría del arte
se convierte en el elemento central del cuestionamiento al pragmatismo, al cinismo, que nivela todo lo
que se llama arte, al indicar que no hay elementos de distinción, que todo es y puede ser arte en un
mismo plano estético, conceptual. Que solo el mercado y las instancias de poder deciden.
Enfoque:
Rasgos de recepción que establece Oliveras.
Tipificación de públicos.
Vínculo entre la creación de los museos y la burguesía cultivada.
Modificación de la estructura y funciones de los museos.
Nociones de recepción contemplativa, recepción productiva y “estado anestésico”
Circulación de la reproducción técnica, usos y resignificaciones de la imagen.
Postura en torno al futuro del arte
Rasgos identificatorios de la obra de arte y de la reproducción
Diferenciación entre obra de arte y ready-made
Problemática actual de la relación de la figura del artista tradicional en su vinculación con el público.
Enfoque:
Postura de François en torno al arte
La imagen como una trama simbólica entre el cuerpo del individuo y el cuerpo social.
Formas de construir espacio, diálogos y personajes que platea la autora desde las producciones
fílmicas de la directora Lucrecia Martel.
Noción de “identidad” y “representación”. Representación como efecto imaginario y como
mecanismo de construcción de identidad.
El arte como “discurso social “ y como “intervención cultural” “Juego de espejos”
Ruptura de los códigos del cine tradicional.
Estética de la opacidad
Lo que “no se dice” y lo incomunicable en la diégesis fílmica.
El rol del espectador