Este libro puede leerse como una suerte de Clases II (Clases. Literatura y
disidencia, 2005) o incluso, sin forzar demasiado la serie, como tercera parte de
Cómo se lee (Cómo se lee y otras intervenciones críticas, 2003), los anteriores
libros de Daniel Link con los cuales este último quiere mantener una clara línea
de continuidad. Con Cómo se lee porque en aquel trabajo ya Link anticipaba,
de manera propedéutica pero intensa, el “método” de la juntura de materiales
territorialmente distantes para impugnar el desdén que en favor de una
mentada “especificidad” la mirada de la crítica durante mucho tiempo le
brindó a “las otredades”. Y con Clases porque si en ese trabajo Link postulaba
ciertos momentos de peligro del humanismo desde la modernidad hasta “la
imaginación pop” (“la imaginación pop” como corazón del siglo XX y uno
de los últimos grandes momentos de peligro del humanismo occidental), en
Fantasmas va a centrar su atención en aquellos fenómenos que han quedado
particularmente afuera de los modos de tipificar de la cultura. En efecto, en
Fantasmas, Link ahora procura ceñir aquellos fenómenos que juzga digno
objeto del pensamiento crítico contemporáneo por considerarlos
precisamente fuera de las clasificaciones más estereotipadas y canónicas
de aquello que se entiende (o se ha entendido) por “literatura”. En este
sentido, las operaciones pueden ser claramente dos: 1) prestar la mirada
crítica a las heterotopías (una mirada que lee a contrapelo la lógica de
construcción del canon modernista) y 2) asimismo, rescatar determinadas
tradiciones teóricas disímiles mediante una apropiación híbrida que, no
pudiendo ser de otro modo en su caso, provoca como resultado el nacimiento
de algo nuevo: un pensamiento crítico verdaderamente actualizado y, a la
vez, vernáculo.
Organizado a partir de tres momentos (Método, Figuras y Nuevo Mundo)
y presentado y cerrado con un mismo capítulo que, en dos partes, hace las
veces de prólogo y epílogo: Umbral (hay un capítulo que se postula como
“fuera de serie” y que se titula Eva Perón), Fantasmas se propone como una
fantasmalogía. En efecto, si Clases se había presentado como una teratología y,
asimismo, como un desenmascaramiento de las reglas contra las cuales advienen
determinadas malformaciones en momentos puntuales de la historia de la cultura
y del arte, Fantasmas ahora se propone como una “fantasmalogía”, es decir, un
estudio de aquellas fuerzas que están más allá (o más acá) no solo de aquellas
malformaciones, sino también más allá (o más acá) de “la literatura” (o de lo que
la cultura ha definido como literario) e incluso también más allá de todas aquellas
perversas formaciones actuales tales como “la política”, “la tradición”, “la
historia”, “las nacionalidades”, etc. (la lista podría ser extenuante). No obstante,
atento a las singularidades, el autor también parece continuar esta parte de su
labor bajo el influjo de aquella teratología presente en Clases cuando, en varios
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singulares merecerían los créditos que Link vuelve a solventar con creces a
Josefina Ludmer y Beatriz Sarlo, acaso figuras de la crítica con las que el autor
vuelve a demostrar la vigencia de una interlocución casi tan antigua como su
trayectoria profesional.
Párrafo aparte sin lugar a dudas merece también el tratamiento de
determinadas consideraciones de Raúl Antelo, figura con la que el propio Link
comparte los esfuerzos más notorios por mantener en vilo la modernización de
la teoría y los estudios críticos en el escenario académico internacional y que
irradia desde nuestros contextos iberoamericanos. No obstante, en la urdimbre
de las consideraciones que en el libro se retoman, el lugar de génesis de los
problemas de Fantasmas lo ocupa la ontología de lo imaginario analizada por
Jean-Paul Sartre en, precisamente, L’imaginaire (1940). En una parte de
Fantasmas se señala la filiación con aquel libro de Sartre que, a su vez, tanta
deuda con Alexandre Kojève sabemos que tenía: “No se está hablando de la
imaginación como ‘capacidad creadora’, el sentido corriente de la palabra, sino
como un afuera que define la conciencia: hay conciencia porque hay capacidad
de imaginar. ¿Qué es esa capacidad de imaginar? Para Sartre, la capacidad de
negar el mundo libremente, pero de acuerdo con un punto de vista. El registro
de lo imaginario sería el resultado de esa negación…”.
En cuanto al método (“los métodos” debiéramos decir), Link escoge la
elaboración de su escritura como parte del propio clímax de trabajo en el cual se
desempeña en las diferentes áreas de su inserción académica. Así, cartas que
oficiaron de respuesta electrónica a alumnos del seminario on-line que dictó en
2008 para el Instituto de Estudios Críticos de México aparecen ahora como uno
de los capítulos que conforman el libro. Peculiar modo de concebir la docencia
en estricta vinculación con la investigación y, desde luego, con el cultivo de su
estilo tan polígrafo. Otros ensayos que fueron inicialmente concebidos según
los protocolos de la oralidad para disertaciones y conferencias adoptan también
la forma de muchos de los demás capítulos del volumen. Hipótesis comparatistas
que incluyen el escrutinio de un corpus proporcionado por buena parte de la
escritura contemporánea pero que también se integra con clásicos de la cultura
del libro como El principito de Saint-Exupéry; indagaciones en torno a los
problemas de lo autobiográfico (“el yoyeo”) en determinadas formas de la
escritura argentina (entre las que se destaca a María Moreno) conviven con el
examen ya descripto de las proteicas formas que exhibieron las sirenas a lo
largo de los tiempos. En efecto, a partir de María Moreno, el “yo” aparece en el
libro como una de las más peculiares formas de lo que Link considera “las
unidades de la fantasmagoría”; conjuntamente con otra figura como “la cultura”
(en particular “la cultura industrial”), agenciadora y administradora
(ghostbuster) de esas fuerzas que Link identifica con la tan polisémica
designación de “fantasmas”.
La búsqueda de lo imaginario por parte del autor acaso sea una de
las indagaciones que viene intentando poner a prueba desde ya mucho
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antes de que adquiriera la forma de este libro: “No una indagación de las
formalizaciones del arte sino de aquello que escapa precisamente a sus
formas: figuras, fantasmas, fuerzas, potencias, movimientos que están más
allá o más acá de lo artístico”. A partir de formulaciones de este tipo, Link
monta la coartada para abordar manifestaciones que desde una mirada
tradicional ni siquiera encontrarían asidero en los arrabales más marginales
del canon modernista pero que, interpelados desde la perspectiva
fantasmalógica, adquieren ahora un espesor ya indesdeñable. Así, mediante
un extenso y abarcador periplo que atraviesa obras literarias, discos, cartas
y archivos personales de escritores, obras teatrales como la Eva Perón de
Copi, pero también filmes como Ronda nocturna (2004) de Edgardo
Cozarinsky, configuran el centro de atención de la mirada órfica de Link y,
de este modo, materiales extraños a la mirada crítica robustecen a fuerza
de resplandores un corpus en constante movimiento.
Link mezcla, “sin pudor y sin cautela”, pero con la innegable rigurosidad
de un entendimiento que no quiere tropezar todavía con sus límites, una gran
variedad de formaciones y fuerzas que solo con la manipulación de posiciones
que se corresponden con diferentes tradiciones teóricas puede ser comprendida.
Esa reunión de diferentes tradiciones, tal como Link conoce, solo puede dar
lugar a la quimérica construcción de una teratología americana pero, en algún
punto, convirtiéndose ella misma también en un ejemplar único en su especie.
Acaso ese sea el riesgo en una auténtica búsqueda de una herramienta de
lectura propia.
Así, “el archivo”, “el testimonio”, los protocolos del “yo”, la
problemática de “las tradiciones”, también aparecen en el repertorio de sus
preocupaciones. En “figuras” se retoma “la infancia”, “la familia”, “la tecnofilia”,
“el neobarroco”, “las brujas”, “las fiestas”, “la herencia”, “la industria”, “el
desierto”, “las ciudades”, “los personajes freaks de las sexualidades
diferenciadas”, el “desastre”, la “contemporaneidad”. Todos agrupados en un
orden que en algunos casos quiere aparecer como aleatorio y que en otros
casos no lo consigue por completo.
Fantasmas es, en efecto, una fantasmalogía. Pero, en lo que se supone
es una demostración de los propios límites de la fantasmalogía que asoma en
gran parte de su libro, en determinado momento el ímpetu abarcador de su trabajo
también diseña los prolegómenos de una “literatura novomundista” a partir del
análisis de la industria editorial española contemporánea (por ejemplo, leyendo a
contrapelo las propuestas literarias para Hispanoamérica trazadas por la editorial
Anagrama). No obstante, el libro, atento al examen de fuerzas todavía nunca
plenamente estratificadas, también se propone como auxiliar teórico imprescindible
para el diseño de nuevas formas de la mitografía y de la hagiografía americanas y,
en ese plan, también como una nueva topología no ya de lo periférico sino de lo
heterárquico, no ya como una cartografía sino como aquello excéntrico que
erosiona los decaídos ímpetus de la “función-centro”.
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UBA-UNR-CONICET
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