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MIGRACIÓN Y ECONOMÍA

Desde el siglo XVI, España ha sido un país de emigración. Durante el periodo


colonial, muchos españoles se establecieron en los virreinatos americanos. En
el siglo XIX y la primera mitad del XX, los españoles siguieron emigrando a los
países latinoamericanos, ya independizados. Hasta 1930 fue una emigración
fundamentalmente económica, en busca de mejor fortuna.
Tras la guerra civil, una nueva oleada de emigrantes partió para Francia y
Latinoamérica, esta vez por motivos políticos, huyendo de la dictadura
franquista. A partir de 1960 –y hasta mediados de los 70- se inició la última etapa
emigratoria en España, dirigida esta vez hacia Europa.
Con la llegada de la democracia a España se inició el retorno de un número
moderado de emigrantes (de Europa y América) y el principio de la llegada de
inmigrantes procedentes de algunos países de la Unión Europea.
La entrada de España en la UE, en 1986, aumentó la inmigración de la UE, una
tendencia que prosigue en la actualidad.

La salida de ciudadanos de un país reduce la presión de la fuerza laboral, pues


en el mediano plazo produce disminución en el desempleo y aumento en el
salario promedio. Pero también ocasiona pérdida en la mano de obra, que afecta
la capacidad de producir bienes y servicios.

Por parte de los países receptores, en su mayoría economías desarrolladas


(EEUU y Europa), al recibir los flujos migratorios presentan efectos como:
aumento en su fuerza laboral, que se traduce en aumentos del desempleo y en
la presión de asistencia social, y pérdida de renta nacional por la emisión de
remisas. De acuerdo con la ONU, los migrantes en países desarrollados envían
anualmente 414.000 millones de dólares a sus países de origen.

IMPACTOS EN LA CULTURA

No hay duda de que la migración genera procesos de homogenización cultural a


nivel internacional. Mediante el intercambio, los países receptores adoptan
costumbres y patrones de consumo. De esta manera se plantea una relación
bidireccional entre migración y comercio.

Algunos expertos argumentan que imponer restricciones a la inmigración termina


lesionando más el mercado laboral local. Cuando el gobierno federal prohibió
contratar a trabajadores agrícolas mexicanos en 1964, los productores de tomate
de California no contrataron a ciudadanos estadounidenses para realizar la
delicada tarea de recolectarlos. Remplazaron a los trabajadores que habían
perdido con máquinas recolectoras.

De acuerdo con los economistas, es evidente que los trabajadores inmigrantes


calificados son positivos para la economía estadounidense. Estados Unidos
podría importar computadoras; pero sí importa ingenieros en sistemas
computacionales, no solo pagarán impuestos sobre su sueldo, sino que gastarán
ese dinero dentro del país. A estas ventajas puede sumársele que algunos de
ellos inventarán productos nuevos, o quizá incluso tecnologías nuevas.

La administración sostiene que sí quiere recibir a los trabajadores altamente


calificados, y aclaró que los recortes se concentrarán en los inmigrantes poco
calificados. Planea emitir todavía unas 140.000 tarjetas de residencia
permanente (green cards) cada año con base en méritos, pero reducirá
drásticamente el número de personas admitidas por ser familiares de residentes
actuales.

No obstante, según recalca Peri, cerca de una tercera parte de los familiares que
recibieron su tarjeta de residencia permanente después de 2000 tenían un título
universitario. También enfatiza que la imagen que se tiene de la inmigración legal
es anticuada, pues “la mayoría de las personas que vienen a ocupar puestos de
nivel medio y alto son de origen asiático, indio y chino”.

George J. Borjas, un economista de Harvard especializado en inmigración y


autor de la única fuente que la administración ha citado para justificar sus
propuestas, declaró durante una entrevista el miércoles que no existe ningún
fundamento económico que justifique una reducción en los inmigrantes
calificados. “Se trata de una decisión política”, opinó. “No es una decisión
económica”.
El tema del efecto que tienen los inmigrantes poco calificados en la economía
suscita discusiones más acaloradas. Borjas es el principal defensor de la idea de
que los inmigrantes poco calificados hacen que se reduzca el ingreso de los
trabajadores estadounidenses que no terminaron la preparatoria. Calcula que,
en total, ese efecto ha sido de entre el tres y el cinco por ciento del ingreso en
los últimos 20 años.

Los economistas coinciden en que otros factores, en particular los avances


tecnológicos, son los principales responsables del deterioro generalizado que
experimenta la clase trabajadora en Estados Unidos.

Borjas también argumenta que los inmigrantes poco calificados no producen


beneficios claros a la economía en su conjunto. Opina que el beneficio de la
mano de obra barata apenas compensa, si acaso, el costo de prestar servicios
públicos a los inmigrantes. De acuerdo con Borjas, quien más se beneficia con
la inmigración es el inmigrante.

“Si solo se considera el aspecto económico, la decisión es muy clara”, afirmó.


“¿Pero queremos vivir en un país al que solo le interesa el dinero, o en uno al
que se reconoce por su generosidad con los inmigrantes? Quizá prefiramos
hacer concesiones”.

Sin embargo, otros economistas cuestionan seriamente la investigación de


Borjas. Según afirma Peri, la mayoría de los estudios calculan que el efecto
negativo de los salarios de los trabajadores poco calificados es casi nulo. (Lea
"Los inmigrantes: la raíz de todos los males")

Uno de los motivos clave es que por lo regular los inmigrantes desempeñan
trabajos que solo existen porque hay mano de obra barata disponible. La
cosecha del tomate es un buen ejemplo. En California, durante la década de
1950 y a principios de la de 1960, los granjeros contrataban a trabajadores
mexicanos aunque ya había máquinas que podían hacer ese trabajo. En 1964,
el 97 por ciento de los tomates de California se recolectaban a mano.

Algunos economistas consideran que sería mejor dejar que el mercado dé la


pauta para estas decisiones, por ejemplo mediante un sistema como el programa
de visas H-1B que permite a las empresas pedir permisos para que sus
trabajadores ingresen a Estados Unidos por un periodo determinado.

Clemens añadió que los sistemas basados en puntos tienden a dar prioridad a
la educación, por lo que es posible que ese esquema no sea conveniente para
la economía, pues los patrones en realidad también necesitan trabajadores
menos calificados. Destacó que, de acuerdo con algunas proyecciones del
Departamento de Comercio, la demanda de trabajadores sin estudios
universitarios superará significativamente el crecimiento de la población en edad
de trabajar.

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