Durante algunas décadas parecía que se había encontrado la manera de distribuir de los
países más ricos, una parte de tan enorme riqueza, pero al terminar el siglo predomina de
nuevo la desigualdad.
A diferencia del siglo XIX largo, el período de progreso material, intelectual y moral casi
ininterrumpido, desde 1914 se ha registrado un retroceso desde los niveles que se
consideraban normales en los países desarrollados y en las capas medias de la
población.
Se ha vuelto un elemento normal de seguridad de los estados desde 1914, la tortura o
incluso el asesinato, los cuales habían sido abolidos en la década de 1780.
Existen 3 aspectos que diferencian el mundo de finales del siglo XX con el de 1914:
En el capítulo sexto, «Zona de peligro», Kershaw narra el derrumbamiento del orden internacional
establecido tras el final de la Gran Guerra y analiza la configuración de las dictaduras en Europa
desde un punto de vista comparativo, centrando el foco sobre las dictaduras dinámicas, las
dictaduras basadas en la preeminencia de la ideología y en la movilización de las masas, como la
Unión Soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi.
¿Por qué enloqueció Europa? Los cuatro jinetes del Apocalipsis identificados por Kershaw en
su historia de pesadilla son: un aumento espectacular del nacionalismo étnico racista, las
exigencias airadas y contrapuestas de revisión territorial; los graves conflictos de clase que
adquirieron mayor centralidad a causa de la Revolución Rusa, y una prolongada crisis del
capitalismo que muchos creyeron terminal. La agitación de los años de entreguerras habría
bastado para poner a prueba a un Bismarck o un Carlomagno.
El historiador identifica una segunda oportunidad perdida de evitar la matanza. Afirma que,
aunque Rusia empezase a movilizarse en el verano de 1914 (mucho antes que
Alemania), “una firme declaración de neutralidad por parte de Gran Bretaña podría haber
evitado incluso a última hora una guerra generalizada”. Y alude a la clarividencia de Sir
Edward Grey, Secretario de Exteriores británico, el día 3 de agosto. De pie junto al ventanal
que daba al gran patio de armas, mientras contemplaba cómo encendían las farolas de gas de
la calle, dijo: “Las luces se están apagando en toda Europa. No volveremos a verlas brillar en
lo que nos queda de vida”. Y, efectivamente, se apagaron, aunque Grey vivió para ver cómo el
continente empezaba a recorrer a tientas su senda hacia la otra guerra mundial.