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FUENTES DE LAS OBLIGACIONES

LOS CUASICONTRATOS Y
LA LEY

CRISTIÁN BOETSCH GILLET


Facultad de Derecho UC LOS CUASICONTRATOS Y LA LEY
Cristián Boetsch Gillet
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Los siguientes apuntes, cuyo exclusivo objeto es facilitar el estudio de los Cuasicontratos y
la Ley como Fuentes de las Obligaciones por parte de los alumnos, han sido elaborados en
base a extractos de diversos manuales de estudio, a los cuales se han adicionado
comentarios.

De los manuales empleados se deben destacar los siguientes:

1. ABELIUK MANASEVICH, René, Las Obligaciones, Editorial Jurídica de Chile,


Santiago, 1993.

2. ALESSANDRI RODRÍGUEZ, Arturo, Teoría de las Obligaciones, Santiago, Editorial


Ediar-Conosur 1988.

3. LÓPEZ SANTA MARÍA, Jorge, Los Contratos. Parte General, Tomos I y II, Editorial
Jurídica de Chile, Cuarta Edición, Santiago, 2005.

4. MEZA BARROS, Ramón, Manual de Derecho Civil. De las Fuentes de las Obligaciones,
Editorial Jurídica de Chile, Séptima Edición, Santiago, 1987.

5. ORREGO ACUÑA, Juan Andrés, Apuntes.

6. PEÑAILILLO ARÉVALO, Daniel, Obligaciones, Editorial Jurídica de Chile, Primera


Edición, Santiago, 2006.

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TEMARIO

I.
LOS CUASICONTRATOS

1. CONCEPTO.
2. CRÍTICA DEL CUASICONTRATO.
3. EL ENRIQUECIMIENTO SIN CAUSA COMO FUNDAMENTO DE LOS CUASICONTRATOS.
3.1. Aspectos generales.
3.2. Aplicaciones del enriquecimiento sin causa en el Código Civil.
3.3. Legislación comparada.
3.4. Condiciones del enriquecimiento sin causa.
3.5. Efectos de la acción.
4. PRINCIPALES CUASICONTRATOS.
5. LA AGENCIA OFICIOSA O GESTIÓN DE NEGOCIOS AJENOS.
5.1. Concepto.
5.2. Requisitos.
5.3. La agencia oficiosa en juicio.
5.4. Efectos de la agencia oficiosa.
(i) Obligaciones del gerente.
(ii) Obligaciones del interesado.
5.5. La agencia oficiosa y el mandato.
6. EL PAGO DE LO NO DEBIDO.
6.1. Aspectos generales.
6.2. Inaplicabilidad de las reglas del pago de lo no debido en caso de nulidad o resolución.
6.3. Requisitos del pago de lo no debido.
(i) Inexistencia de la obligación.
(ii) Error en el pago.
6.4. Prueba del pago de lo no debido.
6.5. Efectos del pago de lo no debido.
(i) Obligación de restituir y su alcance.
(ii) Acciones contra los terceros adquirentes.
7. DEL CUASICONTRATO DE COMUNIDAD.
7.1. Concepto.
7.2. Origen de la comunidad.
7.3. La comunidad no es una persona jurídica.
7.4. Derecho de los comuneros en la comunidad.
7.5. Administración proindiviso.
7.6. Contribución de los comuneros a las cargas y participación en los beneficios.
7.7. Deudas contraídas por un comunero.
7.8. Deudas contraídas por los comuneros colectivamente.
7.9. Responsabilidad de los comuneros.
7.10. La cuota del comunero insolvente grava a los demás.
7.11. Derecho del comunero para enajenar su cuota.
7.12. Situación de los acreedores del comunero.
7.13. Extinción de la comunidad.
8. RESPONSABILIDAD CUASICONTRACTUAL.

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II.
LA LEY COMO FUENTE DE LAS OBLIGACIONES

1. CONCEPTO DE LAS OBLIGACIONES LEGALES.


2. CARÁCTER EXCEPCIONAL DE ESTAS OBLIGACIONES.
3. ALGUNAS OBLIGACIONES LEGALES.
4. FUNDAMENTO DE LAS OBLIGACIONES LEGALES.
5. RESPONSABILIDAD LEGAL.

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I.
LOS CUASICONTRATOS
1. CONCEPTO.

Los arts. 1437 y 2284 dan del cuasicontrato un concepto que es tradicional. La primera de
estas disposiciones establece que las obligaciones nacen “de un hecho voluntario de la persona
que se obliga, como en la aceptación de una herencia o legado, y en todos los cuasicontratos”. La
segunda añade que “las obligaciones que se contraen sin convención” pueden tener origen en
el “hecho voluntario de una de las partes” que, si es lícito, constituye un cuasicontrato.

De tales disposiciones resulta que el Código concibe el cuasicontrato como un hecho


voluntario, no convencional y lícito que produce obligaciones.

El cuasicontrato es un acto voluntario y se diferencia por este carácter de la ley como


fuente de obligaciones; la ley impone obligaciones independientemente de la voluntad.

Aunque voluntario, el cuasicontrato no es el resultado de un acuerdo de voluntades,


circunstancia que lo diferencia radicalmente del contrato.

En fin, el hecho que le da origen es lícito y por ello se diferencia del delito y del
cuasidelito, hechos igualmente voluntarios, pero ilícitos.

2. CRÍTICA DEL CUASICONTRATO.

Históricamente, la concepción del cuasicontrato es relativamente reciente. Los


jurisconsultos romanos observaron que ciertas obligaciones nacían ex variis causarum
figuris, esto es, de diversas causas que no eran ni un contrato ni un delito. Estas
obligaciones debían ser consideradas como si resultaran de un contrato -quasi ex contractu-
o como si provinieran de un delito -quasi ex delicto.

Pero los juristas romanos solamente intentaron justificar la fuerza obligatoria y el régimen
a que debían estar sujetas estas obligaciones.

Producto de esta interpretación de las fuentes romanas (errada a juicio de muchos), el


cuasicontrato ha sido objeto de agudas críticas de los juristas, entre los que destaca Planiol.

a) La expresión cuasicontrato sugiere la idea de una institución análoga al contrato,


que casi es un contrato, diferente sólo por circunstancias accesorias o subalternas. Entre
tanto, sus diferencias son capitales.

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El contrato supone un concierto de voluntades, ausente en el cuasicontrato. Por otra parte,


el acuerdo de voluntades en el contrato crea las obligaciones y determina sus efectos. En el
cuasicontrato, en cambio, si de algún modo interviene la voluntad, no crea la obligación.

b) Planiol niega que el cuasicontrato sea un hecho voluntario, tanto porque la


voluntad no genera la obligación que se impone al autor del acto, como porque suele
resultar obligado quien no la ha expresado de ningún modo.

En la agencia oficiosa, por ejemplo, se obliga el gestor y esta obligación puede considerarse
como obra de su voluntad; pero también puede resultar obligado el interesado o dueño del
negocio.

Más evidente es esta situación, todavía, en el pago de lo no debido. Falta la voluntad del
que paga porque el pago indebido es fruto de un error. Está ausente, también, la voluntad
del que recibe el pago; si estaba de buena fe, no tiene intención de restituir lo pagado y con
mayor razón carece de esta intención si lo recibió de mala fe.

c) Planiol va más lejos aún. El cuasicontrato no es, tampoco un hecho lícito.

En todos los cuasicontratos se descubre, como rasgo común el enriquecimiento sin causa y,
por lo tanto, injusto, ilícito. Tal es el motivo porque debe restituirse lo indebidamente
pagado o el heredero satisfacer las deudas hereditarias, etc.

En suma, el cuasicontrato no es ni un hecho voluntario ni un hecho lícito; es un hecho


involuntario e ilícito y las obligaciones que engendra tienen su origen en la ley que, por su
intermedio, procura reparar un enriquecimiento injusto.

3. EL ENRIQUECIMIENTO SIN CAUSA COMO FUNDAMENTO DE LOS


CUASICONTRATOS.

3.1. Aspectos Generales.

Buena parte de la doctrina encuentra el fundamento de las obligaciones cuasicontractuales


en el propósito del legislador de impedir o reparar un enriquecimiento injusto, lo cual
constituye un principio general del derecho.

Más aún, se considera el enriquecimiento injusto, ilegítimo o sin causa como una fuente de
obligaciones. En este sentido, el enriquecimiento sin causa (también denominado
(enriquecimiento injusto o enriquecimiento indebido) consiste en una atribución
patrimonial sin una justificación que la explique, de modo que, constatado, se impone la
obligación de restituir.

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A menudo una persona se enriquece en desmedro de otra; pero generalmente el


incremento de un patrimonio, a costa del empobrecimiento de otro, se opera por un justo
motivo, por una causa legítima, como una venta, una donación, una asignación por causa
de muerte.

Pero puede este fenómeno producirse sin causa justificada, sin un motivo valedero, como
si una persona paga lo que realmente no debe. El que recibe el pago se enriquece a
expensas del que lo efectúa, sin motivo plausible, injustamente.

En tal caso se produce un enriquecimiento sin causa. Para reparar esta injusta lesión,
análoga a la que ocasiona el delito o cuasidelito, sólo cabe un remedio: dotar a la victima
de una acción para obtener la reparación contra el injustamente enriquecido y reputar el
enriquecimiento sin causa como una fuente de obligaciones. Esta acción se denomina in
rem verso.

3.2. Aplicaciones del enriquecimiento sin causa en el Código Civil.

Nuestro Código no contiene ninguna disposición que consagre, con caracteres de


generalidad, el enriquecimiento sin causa como fuente de obligaciones.

Se ha contentado el legislador con reglamentar diversos casos particulares, sin duda


inspirados en el principio del enriquecimiento sin causa.

a) No es otra la razón de ser de las recompensas que, por diversas causas, se deben
por la sociedad conyugal a los cónyuges y por éstos a la sociedad. Las recompensas tienen
por objeto evitar un injusto enriquecimiento de un cónyuge a expensas del otro.

b) Al mismo propósito obedecen las prestaciones mutuas que se deben el


reivindicante y el poseedor vencido.

c) Por análogo motivo los actos ejecutados por el marido dan a los acreedores acción
sobre los bienes de la mujer, cuando el acto cede en utilidad personal de ésta y hasta
concurrencia del beneficio que obtenga.

d) En idéntico principio se funda la regla del art. 1688, que obliga al incapaz, en caso
de nulidad del acto o contrato, a restituir aquello en que se hubiere hecho más rico.

e) El principio encuentra una evidente aplicación en la agencia oficiosa y,


especialmente, en el pago de lo no debido.

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3.3. Legislación comparada.

Códigos modernos, como el alemán y el suizo, consagran formalmente el enriquecimiento


sin causa como fuente de obligaciones.

Así, el art. 62 del Código Federal suizo expresa: “El que sin causa legítima se ha
enriquecido a expensas de otro, es obligado a restituir”. Véase, también, el art. 812 del
Código Civil alemán.

3.4. Condiciones del enriquecimiento sin causa.

La doctrina tradicional ha formulado, a grandes rasgos, las condiciones del


enriquecimiento sin causa y los requisitos que hacen procedente la acción in rem verso.
Estas condiciones son: (a) que una persona se haya enriquecido; (b) que haya un
empobrecimiento correlativo de otra; (c) que el enriquecimiento sea injusto, ilegítimo o sin
causa; y (d) que la víctima no tenga otro medio que la acción de in rem verso para obtener
la reparación. Como se verá, tales requisitos no han estado exentos de debate doctrinal.

(a) Enriquecimiento de la persona obligada a restituir.

Se comprende que es preciso, en primer término, un enriquecimiento de la persona que


debe restituir. Por “enriquecimiento” se entiende toda ventaja patrimonial, provecho o
beneficio adquirido. Se entiende en sentido amplio, que incluye la adquisición de cosas,
materiales o inmateriales, corporales o incorporales (derechos reales o personales),
aumento de valor de un objeto que ya se tiene (por edificaciones, plantaciones, siembras,
mejoras de variada especie).

Asimismo, el enriquecimiento podrá consistir no sólo en la realización de una ganancia,


sino en la economía de un gasto o desembolso. Los tribunales franceses han declarado, por
ejemplo, que la ex concubina puede demandar a su ex amante, a quien prestó servicios
propios de un empleado, una retribución por el provecho que obtuvo de su colaboración
que no le fue retribuida.

Se admite como suficiente incluso un enriquecimiento físico o intelectual de la persona


(como el del sujeto al que se le salva la vida o se le conserva o mejora su salud o sapiencia).
El enriquecimiento meramente moral está discutido como suficiente.

(b) Empobrecimiento correlativo del titular de la acción de in rem verso.

Conforme a la doctrina tradicional, el enriquecimiento de una persona debe verificarse a


expensas de otra; por consiguiente, es preciso que una persona empobrezca y
precisamente a consecuencia que otra se ha enriquecido. No es menester una pérdida
material, una disminución patrimonial; experimentará igualmente una pérdida el que ha

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prestado un servicio o ejecutado un trabajo que no le ha sido remunerado. Así, el


empobrecimiento puede presentar diversas fisonomías: por ejemplo, se puede verificar
por la pérdida de una cosa, un derecho o una ventaja cualquiera, y aún por la pérdida de
una ganancia segura. Incluso se acepta el empobrecimiento moral (por ejemplo, gracias a
que un sujeto se expuso al descrédito, otro logró un beneficio).

Conforme a la misma postura tradicional, el enriquecimiento debe ser correlativo al


empobrecimiento; es decir, debe existir una relación de causalidad que los vincule. Se
admite que exista alguna diferencia entre el empobrecimiento y el enriquecimiento, por
influencia de otros factores concomitantes. Incluso se admite que el traspaso de valores no
sea directo, sino a través de un tercero, si resulta clara la correlatividad de los extremos.

Sin embargo, hay autores (entre otros, Peñailillo) que afirman que el empobrecimiento no
puede ser la medida de la restitución y, más aún, ni si quiera es indispensable. Por ende, lo
decisivo sería determinar la medida del enriquecimiento. Se afirma por esta doctrina que
el error de pedir la existencia de un empobrecimiento correlativo proviene de concebir
siempre al enriquecimiento como la otra cara de una misma realidad jurídica, lo que no
necesariamente es efectivo. Así, por ejemplo, si alguien usa una licencia sin autorización
del inventor, debe restituir el valor correspondiente, con prescindencia de que el inventor
haya estado en condiciones de lanzar el producto o ceder su derecho a un tercero; en el
caso, no hay empobrecimiento, pero el enriquecido debe restituir. Es más, procede la
acción in rem verso incluso cuando alguien actúa en beneficio propio (sin empobrecerse),
pero con su actuar benefició a otros (por ejemplo, ahorrándoles un gasto).

Como es claro, para la doctrina recién descrita la “correlatividad” entre enriquecimiento y


empobrecimiento no constituye un elemento indispensable.

(c) El enriquecimiento debe carecer de causa.

El requisito más típico es, sin duda, que el enriquecimiento sea injusto, ilegítimo, sin causa.
El enriquecimiento debe carecer de un título que lo justifique: venta, donación, etc.

Normalmente el enriquecimiento tendrá una causa justificada; por otra parte, la causa se
presume (art. 1467). Por esta doble razón la falta de causa debe probarse por quien intenta
la acción in rem verso.

(d) Carácter subsidiario de la acción de in rem verso.

Es preciso que el actor carezca de otro medio para obtener una adecuada satisfacción. La
acción de in rem verso tiene, en consecuencia, un carácter subsidiario.

De otro modo, la acción entraría en conflicto con la mayor parte de los demás medios, bajo
cuyo amparo podría obtenerse el resultado perseguido.

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3.5. Efectos de la acción.

Es obvio que la acción de in rem verso no puede perseguir sino el reembolso de aquello en
que el demandado se ha enriquecido.

Sin embargo, puede suceder que el enriquecimiento supere al empobrecimiento que ha


sufrido el actor; en tal caso, la doctrina tradicional sostiene que el monto no podrá exceder
del valor en que el actor se ha empobrecido. Por su parte, en estas situaciones la doctrina
más moderna sostiene que la medida de la restitución la da el enriquecimiento, ya que lo
que se debe restituir todo, no porque tal sea el monto del eventual empobrecimiento, sino
porque, establecida la titularidad, ese valor corresponde al actor.

4. PRINCIPALES CUASICONTRATOS.

El art. 2285 establece que “hay tres principales cuasicontratos: la agencia oficiosa, el pago de lo no
debido y la comunidad”.

La disposición pone de manifiesto que, además de los nombrados, existen otros


cuasicontratos:

a) Cierta doctrina afirma que el art. 1437 califica de cuasicontrato la aceptación de una
herencia o legado. Ello es debatido, ya que la fuente de la obligación de quien acepta una
herencia o legado no es un cuasicontrato, sino que su declaración unilateral de voluntad.

b) El art. 2238 dispone que el depósito necesario de que se hace cargo un incapaz, que
se encuentra en su sana razón “constituye un cuasicontrato que obliga al depositario sin la
autorización de su representante legal”.

c) De conformidad a lo prescrito en el art. 173 del Código de Minería, por el hecho de


que se inscriba un pedimento o una manifestación formulado en común por dos o más
personas, o por el hecho de que, a cualquier otro título, se inscriba cuota de una concesión
minera que estaba inscrita a nombre de una sola persona, nace una sociedad minera que,
por el solo ministerio de la ley, forma una persona jurídica.

Este tipo de sociedades, que nacen de un hecho, constituye un cuasicontrato. El Código de


Minería las regula en el Título XI que trata “De los contratos y cuasicontratos”.

A continuación se estudiarán los cuasicontratos que el Código Civil califica de principales,


a saber: la agencia oficiosa, el pago de lo no debido y la comunidad.

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5. LA AGENCIA OFICIOSA O GESTIÓN DE NEGOCIOS AJENOS.

5.1. Concepto.

El art. 2286 dispone: “La agencia oficiosa o gestión de negocios ajenos, llamada comúnmente
gestión de negocios, es un cuasicontrato por el cual el que administra sin mandato los negocios de
alguna persona, se obliga para con ésta, y la obliga en ciertos casos”.

Una persona se ha ausentado sin adoptar las medidas necesarias en resguardo de sus
intereses; otra persona asume la tarea de resguardar los intereses del ausente: paga en su
nombre a un acreedor exigente que se disponía a hacer efectivo su crédito, contrata las
reparaciones que reclaman ciertos bienes, etc. Tal es la gestión de negocios o agencia
oficiosa.

Esta intrusión en un patrimonio ajeno se justifica por el fin altruista que la inspira. Por
ende, la intervención del gerente en el manejo de los negocios de otro debe ser espontánea.

La persona que realiza la gestión se denomina agente oficioso o gerente; la persona por cuya
cuenta se verifica se denomina interesado.

5.2. Requisitos.

(i) El gerente debe actuar sin mandato.

No hay agencia oficiosa cuando las gestiones se realizan a solicitud del interesado. En
otras palabras, y como ya se anticipó, la intervención del gerente debe ser espontánea,
puesto que de lo contrario estaremos ante un mandato.

Precisa el art. 2123 que el encargo objeto del mandato puede hacerse, entre otras formas,
por la aquiescencia tácita de una persona a la gestión de sus negocios por otra. Si hay
aquiescencia, es obvio que hay conocimiento del interesado. Pero el mero conocimiento
del interesado no convertirá la agencia oficiosa en mandato. Será necesario que el
interesado, habiendo podido manifestar su disconformidad, no lo haga.

En caso de duda, y tratándose de una cuestión de hecho, deberá resolverse por el juez si
nos encontramos ante un mandato o agencia oficiosa. El art. 2122 establece una regla al
respecto, al expresar que el mandatario se convierte en un agente oficioso, cuando ejecuta
de buena fe un mandato nulo o por una necesidad imperiosa excede los límites de su
mandato.

(ii) Que el interesado no hubiere prohibido expresamente la gestión.

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La gestión de un negocio ajeno, contra la prohibición expresa del interesado, no constituye


un cuasicontrato de agencia oficiosa. Nuestro Código ha seguido en este punto a Pothier.

El gestor sólo tiene derecho a reclamar aquello en que, gracias a su gestión, el interesado se
haya hecho más rico, con tal que esta utilidad exista al momento de demandarle.

Sin perjuicio de lo anterior, el art. 2291 dispone: “El que administra un negocio ajeno
contra la expresa prohibición del interesado, no tiene demanda contra él, sino en cuanto
esa gestión le hubiere sido efectivamente útil, y existiere la utilidad al tiempo de la
demanda”.

Por ende, en principio la intromisión en un patrimonio ajeno no es tolerada contra la


expresa voluntad del dueño de ese patrimonio. Sin embargo, como es posible que de la
gestión que contraviene su prohibición expresa puede seguirse un beneficio para el
interesado, la equidad requiere que este enriquecimiento no se produzca a expensas del
gestor. Por este motivo, la ley otorga al gestor la acción de in rem verso, aunque limitada a
la utilidad existente al tiempo de la demanda.

En otras palabras, quien administró el negocio ajeno a pesar de la prohibición, no tiene


acción contra el interesado, salvo que acredite:

a) Que la gestión le fue efectivamente útil al interesado;

b) Que la utilidad exista al tiempo de interponerse la demanda por el gestor (por


ejemplo, si de la gestión resulta la extinción de una deuda, que de no mediar la aludida
gestión, el interesado hubiera debido pagar)

El inciso final del art. 2291 establece: “El juez, sin embargo, concederá en este caso al
interesado el plazo que pida para el pago de la demanda y que por las circunstancias del
demandado parezca equitativo”. Este es uno de los pocos casos de plazo judicial, es decir,
cuando la ley confiere al juez la facultad de establecer el plazo dentro del cual debe
cumplirse la obligación, en este caso, la del interesado.

(iii) Que el gestor actúe con la intención de obligar al interesado.

Si la gestión se realiza sin la intención de obligar al interesado y de reembolsarse de los


gastos que ocasione, los actos del gestor constituyen una mera liberalidad.

En relación a este requisito, la ley regula (a) el caso de que una persona crea
equivocadamente hacer su propio negocio y en verdad gestione un negocio ajeno; y (b) el
caso en que se hace el negocio de una persona, creyéndose haber efectuado el de otra.

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(a) Caso en el que una persona, creyendo hacer su propio negocio, en realidad ejecuta
el de otra persona.

En este caso falta la intención de obligar al interesado y no hay, propiamente, agencia


oficiosa. El art. 2292 dispone: “El que creyendo hacer su propio negocio hace el de otra
persona, tiene derecho para ser reembolsado hasta concurrencia de la utilidad efectiva que
hubiere resultado a dicha persona, y que existiere al tiempo de la demanda”.

La solución es muy semejante al caso de que se gestione un negocio ajeno contra la expresa
prohibición del interesado.

Dispone el gestor sólo de la acción de in rem verso para reclamar aquello en que la gestión
haya hecho más rico al interesado y con tal que subsista esta utilidad al tiempo de
reclamar el reembolso.

(b) Caso en que se hace el negocio de una persona, creyéndose haber efectuado el de
otra.

A diferencia del caso anterior, hay verdadera agencia oficiosa si alguien cree gestionar los
negocios de una persona y gestiona los de otra. Este error carece de importancia y, sea
como fuere, el gestor ha tenido la intención de obligar y de que se le reembolse.

Por este motivo, previene el art. 2293: “El que creyendo hacer el negocio de una persona,
hace el de otra, tiene respecto de ésta los mismos derechos y obligaciones que habría
tenido si se hubiese propuesto servir al verdadero interesado”.

(iv) Capacidad de las partes.

Sustancialmente diversas son las reglas que regulan la capacidad del agente oficioso y del
interesado.

a) En cuanto al gerente, debe ser capaz. Si fuere incapaz, mal podría obligarse con su
gestión el interesado, desde el momento que el mismo gestor no resulte validamente
obligado. Sería una flagrante contradicción que un incapaz no pudiera obligarse en virtud
de un contrato y que, en cambio, pudiera resultar obligado en razón de un cuasicontrato.

De este modo, las obligaciones derivadas de la agencia oficiosa no pueden afectar a un


menor de edad que ha gestionado negocios ajenos, sin autorización de su representante.

b) El interesado, en cambio, no requiere ser capaz. No ejecuta ningún acto voluntario,


no se obliga por un acto suyo sino a consecuencia de los actos de otros.

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Por consiguiente, la gestión de una persona capaz de los negocios de, por ejemplo, un
demente, sí dará lugar al cuasicontrato de agencia oficiosa.

5.3. La agencia oficiosa en juicio.

Por regla general, sólo puede comparecer en juicio el apoderado o mandatario, dotado de
las facultades establecidas en ambos incisos del artículo 7º del C.P.C.

Sin embargo, la ley admite que comparezca en juicio una persona sin mandato a beneficio
de otro, pero siempre y cuando ofrezca garantía de que el interesado aprobará lo que haya
hecho en su nombre: tal figura se denomina “fianza de rato”. En tal caso, el juez fijará un
plazo para la ratificación del interesado, previa calificación de las circunstancias que
justifican la comparecencia y la garantía ofrecida.

El agente oficioso debe ser persona capaz de parecer en juicio, en conformidad a la Ley N°
18.120 sobre “comparecencia en juicio”.

5.4. Efectos de la agencia oficiosa.

La agencia oficiosa genera obligaciones para el gerente y puede imponer obligaciones al


interesado.

El art. 2286 destaca claramente que el agente siempre se obliga para con el interesado, pero
que el interesado se obliga para con el agente sólo “en ciertos casos”.

(i) Obligaciones del gerente.

La agencia oficiosa tiene parentesco íntimo con el mandato. No es extraño, por


consiguiente, que el art. 2287 disponga que “las obligaciones del agente oficioso o gerente son
las mismas que las del mandatario”, y en consecuencia debe (i) ejecutar el encargo y (ii) rendir
cuenta. En todo caso, la ley establece una regulación especial respecto de dichas
obligaciones del agente oficioso, que se pasan a ver a continuación.

a) El gerente, como regla general, debe emplear en la gestión el cuidado de un buen


padre de familia; pero su responsabilidad puede ser mayor o menor, según las
circunstancias en que se ha hecho cargo de la gestión (art. 2288, inc. 1°).

En efecto, el art. 2288, inc. 2°, dispone: “Si se ha hecho cargo de ella para salvar de un
peligro inminente los intereses ajenos, sólo es responsable del dolo o de la culpa grave; y si
ha tomado voluntariamente la gestión, es responsable hasta de la culpa leve; salvo que se
haya ofrecido a ella, impidiendo que otros lo hiciesen, pues en este caso responderá de
toda culpa”.

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b) El agente debe hacerse cargo “de todas las dependencias del negocio” (art. 2289,
inc. 1°).

Por consiguiente, no puede limitar su gestión; debe darle la amplitud que corresponde a la
naturaleza del negocio administrado.

c) El gerente pudo no haber tomado a su cargo la gestión; pero una vez que la ha
asumido, debe continuarla hasta que el interesado pueda tomarla a su cuidado o
encomendarla a otra persona.

El art. 2289, inc. 1°, dispone que el agente debe “continuar en la gestión hasta que el
interesado pueda tomarla o encargarla a otro”.

Muerto el interesado, el agente “deberá continuar en la gestión hasta que los herederos
dispongan” (art. 2289, inc 2°).

d) Por último, como ocurre con los que administran intereses ajenos, el gerente debe
rendir cuenta de su gestión.

El cumplimiento de esta obligación de rendir cuenta es previo al ejercicio de toda acción


del gerente en contra del interesado.

El art. 2294 dispone: “El gerente no puede intentar acción alguna contra el interesado, sin
que preceda una cuenta regular de la gestión con documentos justificativos o pruebas
equivalentes”.

(ii) Obligaciones del interesado.

El interesado no se obliga necesariamente como consecuencia de la gestión.

Sus obligaciones para con el gerente están sujetas a una precisa condición: que el negocio
haya sido bien administrado o, en otros términos, que la gestión haya sido útil.

No es razonable que una persona se obligue como consecuencia de una gestión


malintencionada o simplemente torpe.

La utilidad de la gestión condiciona las obligaciones del interesado y, a la vez, es la


medida en que se obliga.

a) En este supuesto, en consecuencia, “cumplirá el interesado las obligaciones que el


gerente ha contraído en la gestión” (art. 2290, inc. 1°).

En otras palabras, el gerente obliga al interesado ante terceros.

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b) Respecto del gerente, el interesado se obliga a reembolsarle “las expensas útiles o


necesarias” que haya efectuado (art. 2290, inc. 1°).

c) El interesado no está obligado a pagar ningún salario al gerente (art. 2290, inc. 2°).

Si el negocio ha sido mal administrado, no se obliga el interesado ni para con el agente ni


para con terceros. Al contrario, “el gerente es responsable de los perjuicios” (art. 2290, inc.
3°).

5.5. La agencia oficiosa y el mandato.

El mandato y la agencia oficiosa se asemejan en que tanto el mandatario como el agente


obran en nombre de otro y no por cuenta personal suya.

Difieren sustancialmente por diversos conceptos.

a) El mandatario actúa en virtud de poderes que le ha otorgado el mandante; el


mandato es un contrato. El agente carece por completo de tales poderes: la agencia oficiosa
es un cuasicontrato.

b) El interesado se obliga sólo a condición de que la gestión le sea útil y en la medida


de esta utilidad. El mandante hace, de antemano, suyos los actos del mandatario; se obliga
independientemente del beneficio que le reporten sus actos. El mandatario no se obliga a
conducir al éxito los negocios del mandante, sino a hacer cuanto esté de su parte para el
buen resultado de su gestión.

c) El mandante debe ser capaz; el interesado se obliga para con el agente aunque sea
incapaz, puesto que las obligaciones que contrae son ajenas a su voluntad.

6. EL PAGO DE LO NO DEBIDO.

6.1. Aspectos Generales.

Todo pago supone una deuda, una obligación destinada a extinguirse.

El que paga por error lo que no debe tiene acción para repetir lo pagado. La acción
encaminada a tal fin se designa por la doctrina con el nombre que le daban los
jurisconsultos romanos: condictio indebiti.

La obligación de restituir lo que se ha recibido indebidamente en pago tiene su origen,


según nuestro Código, en un cuasicontrato.

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El pago de lo no debido, en verdad, es un caso calificado de enriquecimiento sin causa; la


obligación de restituir es impuesta por la ley para impedir el enriquecimiento injusto del
que recibe el pago a expensas de quien lo verifica.

6.2. Inaplicabilidad de las reglas del pago de lo no debido en caso de nulidad o


resolución.

Las reglas del pago de lo no debido no son aplicables cada vez que exista un pago
indebido, aunque ello parezca paradojal.

En efecto, no son aplicables estas normas cuando la obligación existió en el momento del
pago, pero se anuló o resolvió el contrato de que procedía.

Anulado o resuelto el contrato, las prestaciones de las partes resultarán indebidas y éstas
tendrán derecho a ser restablecidas al estado en que se encontrarían como si el contrato no
se hubiera celebrado.

Pero las acciones encaminadas a este propósito no se regirán por las normas del
cuasicontrato de pago de lo no debido sino por las que gobiernan la nulidad (art. 1687) o la
resolución (art. 1487).

En estas hipótesis, como se comprende, el error no puede ser condición de la repetición de


lo que, por efecto de la nulidad o resolución, resulta indebidamente pagado.

6.3. Requisitos del pago de lo no debido.

Dos condiciones son necesarias que exista pago de lo no debido: (i) que no exista
obligación; y (ii) que el pago se haya hecho por error.

(i) Inexistencia de la obligación.

Diversas situaciones pueden presentarse en que no existe la obligación.

a) Podrá suceder, en efecto, que la obligación no se haya contraído jamás. Tal sería el
caso de un heredero que paga una supuesta deuda de su causante, a quien creía obligado
en virtud de un documento que resulta ser falso.

b) También hay pago de lo no debido cuando la deuda existe realmente, pero el


deudor la paga equivocadamente a otra persona que el verdadero acreedor.

El pago a quien no es el verdadero acreedor deja subsistente la obligación. El deudor


podrá verse en la necesidad de pagar de nuevo al acreedor verdadero, pero le asiste el
derecho de repetir contra el que recibió indebidamente el pago.

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c) Hay pago de lo no debido, igualmente, si existe la deuda, pero se paga por otro que
el verdadero deudor; en otros términos, una persona paga una deuda ajena creyéndola
suya.

Pero, en este caso, la ley consigna una importante excepción: “Sin embargo, cuando una
persona a consecuencia de un error suyo ha pagado una deuda ajena, no tendrá derecho
de repetición contra el que a consecuencia del pago ha suprimido o cancelado un título
necesario para el cobro de su crédito; pero podrá intentar contra el deudor las acciones del
acreedor” (art. 2295 inc. 2º).

Aquel a quien se hace el pago es un verdadero acreedor; recibe el pago de lo que


realmente se le debe y, juzgándolo ya innecesario, destruye su título o lo cancela.
Destruido o cancelado el título, si el verdadero deudor se resiste a pagar, le será imposible
constreñirle el pago.

Por este motivo, la ley decide que no está obligado a restituir. La perdida debe soportarla
el que cometió el error de pagar una deuda de otro.

d) Es también indebido el pago de una obligación condicional, subordinada a una


condición suspensiva, que se verifica pendente conditione.

Tal es la regla del art. 1485, inc. 2°: “Todo lo que se hubiere pagado antes de efectuarse la
condición suspensiva, podrá repetirse mientras no se hubiere cumplido”.

Mientras pende la condición, se ignora aún si la obligación llegará a formarse: no hay


obligación. Pero la facultad de repetir lo pagado sólo puede ejercitarse antes que la
condición se cumpla. Cumplida la condición con posterioridad al pago, no puede repetirse
lo pagado porque la obligación se ha tornado cierta.

Una regla totalmente diversa rige para las obligaciones a plazo; lo pagado antes del plazo
no está sujeto a repetición porque realmente se debía (art. 1495, inc. 1°).

e) Para que se considere indebido el pago es menester que no exista siquiera una
obligación natural.

Las obligaciones naturales, que no dan acción para demandar su cumplimiento, autorizan
para retener lo que se ha dado o pagado en razón de ellas.

El art. 2296 reitera lo antes dicho por el art. 1470: “No se podrá repetir lo que se ha pagado
para cumplir una obligación puramente natural de las enumeradas en el art. 1470”.

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(ii) Error en el pago.

Para que tenga lugar el pago de lo no debido no basta que no exista una obligación; es
preciso, además, que el pago se haya verificado por error. Este último requisito se
encuentra formalmente establecido en el art. 2295.

Esta condición está sobradamente justificada. La acción de pago de lo no debido se


justifica por una razón de equidad; ésta no exige que la ley venga en ayuda del que a
sabiendas ha pagado lo que no debía.

Si el pago se hizo para extinguir una obligación existente, pero sabiendo que no era
deudor el que la pagó, es necesario concluir que ha querido pagarla por cuenta del
verdadero deudor.

Si la deuda no existía, el que pagó a sabiendas no ha podido tener otra intención que
donar lo que dio en pago.

El error que determina el pago puede ser de hecho o de derecho. Uno y otro justifican la
repetición de lo pagado.

A propósito del error de derecho, el art. 2297 dice perentoriamente: “Se podrá repetir aún
lo que se ha pagado por error de derecho, cuando el pago no tenía por fundamento aún
una obligación puramente natural”.

El error de derecho no justifica la repetición cuando el pago incide en una obligación


natural. De este modo, el que cumple una obligación natural en la equivocada creencia de
que el acreedor podía demandarle el cumplimiento, no puede repetir lo pagado.

6.4. Prueba del pago de lo no debido.

Para intentar la acción debe probarse:

(i) El hecho del pago.

(ii) Que el pago fue indebido, es decir, que no existía ni siquiera una obligación
puramente natural, o si existía estaba sujeto su nacimiento al cumplimiento de una
condición pendiente, o quien pagó no era el deudor o si lo era, no pagó al verdadero
acreedor: arts. 2295 y 2298. El inciso 2º del último artículo establece una presunción en
favor del demandante, si el demandado negó el pago y el actor logró acreditarlo: se
presumirá que el pago fue indebido.

(iii) Finalmente, el error es indispensable para que sea admisible la acción de pago de lo
no debido. ¿Quién debe probar el error?

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El pago a sabiendas de una deuda inexistente importa una donación. El art. 1397 dispone
que hace donación “el que paga a sabiendas lo que en realidad no debe”.

Pero el ánimo de donar no se presume (art. 1393) y debe probarse por quien pretende que
hay donación. El solo hecho de pagar lo que no se debe no supone el animo de donar.

El art. 2299 resume estas ideas: “Del que da lo que no debe, no se presume que lo dona, a
menos de probarse que tuvo perfecto conocimiento de lo que hacía, tanto en el hecho
como en el derecho”.

Probándose que el solvens tuvo cabal conocimiento de que no debía, el pago importa una
donación. Naturalmente que esta prueba corresponde al demandado, quien con esta
alegación pretende excusarse de restituir. Esta prueba excluye el error y hace inadmisible
la acción de pago de lo no debido.

El actor, por lo tanto, no está obligado a probar sino que ejecutó el pago y que era
indebido; debe suponerse ejecutado por error. Al demandado corresponde probar que no
hubo tal error, sino cabal conocimiento de las cosas por quien efectuó el pago.

6.5. Efectos del pago de lo no debido.

(i) Obligación de restituir y su alcance.

El pago de lo no debido genera la obligación de restituir lo indebidamente recibido.

Pero la cuantía de la obligación del accipiens está íntimamente ligada a su buena o mala fe.

a) Buena fe del que recibió el pago.

Reglamenta la ley minuciosamente el alcance de la obligación de restituir del accipiens de


buena fe.

a.1) Si ha recibido dinero u otras cosas fungibles que no se le debían, “es obligado a la
restitución de otro tanto del mismo género y calidad” (art. 2300, inc. 1°).

a.2) No es responsable “de los deterioros o pérdidas de la especie que se le dio en el


falso concepto de debérsele, aunque hayan sobrevenido por negligencia suya” (art 2301,
inc. 1°).

Únicamente es responsable de la pérdida o deterioro cuando se haya hecho más rico (art.
2301, inc. 1°).

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a.3) Si ha vendido la especie que se le dio como debida, “es sólo obligado a restituir el
precio de la venta, y a ceder las acciones que tenga contra el comprador que no le haya
pagado íntegramente”(art. 2302, inc. 1°).

b) Mala fe del que recibió el pago.

Más grave es la responsabilidad del accipiens de mala fe, esto es, que ha recibido a
sabiendas de que no se le debía.

b.1) Si ha recibido dinero u otras cosas fungibles, además de restituir otro tanto del
mismo género y calidad, “debe también los intereses corrientes” (art. 2300, inc. 2°).

b.2) Si recibió de mala fe una especie o cuerpo cierto, “contrae todas las obligaciones del
poseedor de mala fe” (art. 2301, inc. 2°).

En consecuencia, es responsable de los deterioros que haya sufrido la cosa por su hecho o
culpa, aunque no le hayan aprovechado (art. 906); debe restituir los frutos percibidos y
aun los que pudo percibir el solvens con mediana inteligencia y actividad (art. 907), etc.

b.3) En caso de que haya vendido la especie dada en pago, “es obligado como todo
poseedor que dolosamente ha dejado de poseer”(art. 2302, inc. 2°).

(ii) Acciones contra los terceros adquirentes.

Podrá suceder que el accipiens haya enajenado lo que recibió en pago. ¿Qué acciones tiene
el solvens contra los terceros adquirentes?

La solución depende de dos factores; la circunstancia de que los terceros hayan adquirido
a título gratuito u oneroso y su buena o mala fe.

a) Adquirentes a título oneroso.

El art. 2303 dispone: “El que pagó lo que no debía, no puede perseguir la especie poseída
por un tercero de buena fe, a título oneroso”.

El adquirente a título oneroso y de buena fe, pues, escapa a la persecución del que ejecutó
el pago indebido.

Por el contrario, si el adquirente está de mala fe, el solvens podrá accionar en su contra.

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b) Adquirentes a título gratuito.

Diversa es la condición de los adquirentes a título gratuito. El art. 2303 agrega que el que
pagó lo que no debía “tendrá derecho para que el tercero que la tiene por cualquier título
lucrativo, se la restituya, si la especie es reivindicable y existe en su poder”.

No importa la buena o mala fe del adquirente a título gratuito para los efectos de la
restitución de la cosa. El art. 2303 concluye: “Las obligaciones del donatario que restituye
son la mismas que las de su autor, según el art. 2301”.

7. DEL CUASICONTRATO DE COMUNIDAD.

7.1. Concepto.

Un concepto de comunidad se desprende del art. 2304, en relación con el art. 1812.

Precisando los conceptos, la doctrina previene que no toda comunidad constituye un


cuasicontrato. Hay claridad en cuanto a que no existe comunidad desde el momento que
se ha pactado un contrato de sociedad: los bienes no pertenecen en común a los socios,
sino a un ente ficticio, dotado de personalidad jurídica y por ende de patrimonio propio.

Pero el cuasicontrato de comunidad requiere, además, que tampoco se haya celebrado otra
convención relativa a la cosa universal o singular que se tiene entre dos o más personas.
Así, Claro Solar destaca que si los comuneros estipulan la forma de administrar la cosa en
común, la distribución de los frutos, la manera de contribuir a los gastos, etc., la
comunidad subsiste, pero no bajo la forma de un cuasicontrato de comunidad. Las
estipulaciones de las partes prevalecerán sobre las reglas legales a propósito del
cuasicontrato de comunidad. Si las partes, nada han pactado, se aplicarán estas normas
legales para los efectos de determinar cómo debe efectuarse la administración y en general
de qué forma se distribuyen los derechos y obligaciones entre los comuneros.

7.2. Origen de la comunidad.

Puede ser tanto contractual como extracontractual.

Puede nacer sin que exista convención alguna entre los comuneros, como en el caso de
heredar varias personas de un mismo causante o adquirir varios legatarios una misma
cosa. Aquí, ha sido la voluntad del legislador o del causante la que ha dado origen a la
comunidad.

También puede nacer la comunidad de un contrato, no un "contrato de comunidad"


ciertamente, sino de una convención o contrato que pone a las partes en posesión de una
cosa. Por ejemplo, al comprar varias personas un bien determinado; o al adquirir una

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persona la cuota de un comunero; o al pactarse entre los cónyuges separación total de


bienes y no liquidar los bienes adquiridos durante la vigencia de la sociedad conyugal.

7.3. La comunidad no es una persona jurídica.

A diferencia de lo que acontece tratándose de la sociedad, la comunidad no es una persona


jurídica; carece de un patrimonio propio, perteneciendo los bienes en común a los
comuneros proindiviso.

Se debe tener presente que el derecho de los comuneros sobre los bienes proindiviso o
comunes, debe ser de la misma naturaleza: por ejemplo, todos dueños o todos
usufructuarios; por tal razón, no hay comunidad entre el nudo propietario y el
usufructuario, porque sus derechos son de distinta naturaleza, no obstante recaer sobre
una misma cosa.

A su vez, por ser el derecho de los comuneros de la misma naturaleza, su ejercicio estará
limitado por el derecho de los restantes partícipes.

7.4. Derecho de los comuneros en la comunidad.

Dispone el art. 2305 que el derecho de cada uno de los comuneros sobre la cosa común es
el mismo que el de los socios en el haber social. No quiere indicar con ello el legislador que
la comunidad, en cuanto a su naturaleza jurídica, se asimile a la sociedad, sino que las
facultades de los comuneros serán las mismas de que gozan los socios en el uso, goce y
administración de los bienes comunes.

Por ende, es necesario remitirse al art. 2081:

(i) Derecho a oponerse a los actos de administración de los otros comuneros (2081 Nº
1). Aunque la mayoría de los comuneros esté de acuerdo en realizar un determinado acto,
la oposición de uno de los comuneros impide la realización de tal acto. La oposición debe
formularse antes de que se ejecute el acto o antes que haya producido sus efectos legales:
se trata del ius prohibendi..

(ii) Derecho de cada comunero a servirse para su uso personal de las cosas comunes,
con tal que las emplee según su destino ordinario y sin perjuicio de la comunidad y del
justo uso de los otros partícipes (art. 2081 Nº 2).

Se observan entonces las siguientes limitaciones en el ejercicio de este derecho de uso:

- La cosa debe usarse según su destino ordinario.

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- El derecho de uso de un comunero, se encuentra limitado por el derecho de los


otros partícipes.

- El uso no puede ir en perjuicio de la comunidad. Por su parte, cualquiera de los


comuneros tiene el derecho a pedir que termine el goce gratuito que un comunero tenga
en los bienes comunes, salvo que dicho goce tenga por fundamento un título especial.

(iii) Derecho a obligar a los otros comuneros a que hagan también las expensas
necesarias para la conservación de la cosa proindiviso (art. 2081 Nº3).

Se justifica lo anterior, porque las mejoras necesarias, esto es, las destinadas a la
conservación de la cosa, benefician a todos los comuneros. Deberán financiarse de consuno
en consecuencia; la ley pretende con esta norma evitar que el comunero diligente deba
efectuar por sí solo las expensas necesarias, y luego tenga que repetir en contra de los
restantes comuneros. La regla no se extiende sí a las mejoras útiles ni menos a las
voluptuarias.

(iv) Derecho a oponerse a las innovaciones que sobre el bien común pretenden efectuar
los otros comuneros (art. 2081 Nº4).

La norma relativa a la sociedad sólo alude a las innovaciones que se pretende hacer sobre
inmuebles. ¿Qué ocurre respecto de los bienes muebles? Se estima que el comunero podría
protegerse en virtud de las otras facultades que se han señalado hemos indicado,
especialmente en los números (i) y (ii).

7.5. Administración proindiviso.

Se encuentra prevista en el Código de Procedimiento Civil. Corresponde a la justicia


ordinaria designar un administrador proindiviso mientras no se ha constituido el juicio de
partición o cuando falte el árbitro partidor, o si el juicio está constituido y no falte el
árbitro corresponderá al último la designación.

Para tal efecto, se citará a los interesados a un comparendo. Por acuerdo unánime o por
mayoría absoluta de los concurrentes que representen a lo menos la mitad de los derechos
en la comunidad, o por resolución del juez, podrán adoptarse todas o algunas de las
siguientes medidas:

- El nombramiento de uno o más administradores, sean comuneros o terceros


extraños;

- La fijación de sus remuneraciones y de sus atribuciones y deberes;

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- La determinación del giro que deba darse a los bienes comunes y del límite de
gastos que pueda hacerse en la administración;

- La época en que el administrador deba rendir cuenta a los interesados.

7.6. Contribución de los comuneros a las cargas y participación en los beneficios.

Conforme lo indican los arts. 2.309 y 2310, esta contribución será en proporción a la cuota
de cada comunero.

Si los comuneros no han explicitado el alcance de cada cuota, deberán reputarse iguales. El
Código adopta la misma solución en casos análogos: art. 1.098 inciso 3º, art. 2367 inciso 1º,
(respecto de la fianza). En cuanto a las deudas, el art. 2306 reitera la idea de que se
responde a prorrata de las cuotas (art. 1354)

7.7. Deudas contraídas por un comunero.

A consecuencia de no ser la comunidad una persona jurídica, los comuneros no


representan a la comunidad ni se representan recíprocamente. En consecuencia, las deudas
contraídas por un comunero en interés de la comunidad pesan sólo sobre el comunero que
las contrajo. Sólo él será responsable frente al acreedor, sin perjuicio de su acción contra los
restantes comuneros para que se le reembolse lo pagado (art. 2307 inciso 1º).

Se debe distinguir aquí entre la obligación a la deuda (que pesa sobre el comunero que la
contrajo) y la contribución a la deuda (que pesa sobre todos los comuneros).

7.8. Deudas contraídas por los comuneros colectivamente.

Se refiere a esta situación el art. 2.307 inciso 2º. Frente al acreedor, los comuneros
responderán en la forma estipulada o solidariamente si expresamente se pactó, o en fin, a
falta e estipulaciones, por partes iguales: obligación a la deuda.

Lo anterior es sin perjuicio del derecho de cada uno de los comuneros contra los otros
partícipes, para que se le abone lo que haya pagado de más sobre la cuota que le
corresponda: contribución a la deuda.

7.9. Responsabilidad de los comuneros.

Trata la materia el art 2308. Los comuneros responderán de la culpa leve por los daños que
hayan causado en los bienes y negocios comunes. Asimismo, cada comunero debe a la
comunidad lo que saca de ella, incluso los intereses corrientes de los dineros comunes que
haya empleado en sus negocios particulares.

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7.10 La cuota del comunero insolvente grava a los demás.

Así lo dispone el art. 2311. Similar disposición encontramos a propósito de la sociedad: art.
2095, con una importante diferencia: la norma del art. 2311 solamente alude a las
relaciones existentes entre los propios comuneros, o sea a las prestaciones que
recíprocamente se deban.

7.11. Derecho del comunero para enajenar su cuota.

Así se desprende de los artículos 1812 y 1320. La enajenación puede efectuarse aún sin
consentimiento de los restantes comuneros. Excepcionalmente, conforme al artículo 688, se
requiere enajenar un inmueble hereditario de consuno.

7.12. Situación de los acreedores del comunero.

Los acreedores pueden perseguir la cuota que al comunero deudor le corresponda en la


cosa proindiviso.

7.13. Extinción de la comunidad.

El art. 2.312 establece las causales.

1º Reunión de las cuotas de todos los comuneros en una sola persona.

2º Por la destrucción de la cosa común;

3º Por la división del haber común. En este último caso, el art. 2313 establece que la
división de las cosas comunes y los derechos y obligaciones que de ella resultan, se
sujetarán a las mismas reglas que en la partición de la herencia.(arts. 1317 a 1353)

En cuanto a la posibilidad de que la comunidad pueda terminar por prescripción, nos


remitimos a los argumentos de aquellos que rechazan y de aquellos que aceptan tal
hipótesis, estudiados a propósito de la prescripción adquisitiva.

8. RESPONSABILIDAD CUASICONTRACTUAL.

Mientras en materia extracontractual la acción que se concede a la víctima es


esencialmente indemnizatoria y, según se ha dicho, tiene por objeto obtener la reparación
íntegra del daño sufrido por ésta (artículo 2329 del Código Civil), en el ámbito
cuasicontractual, en cambio, el derecho concede acciones meramente restitutorias, cuyo
objeto es el resarcimiento de los costos directos en que el actor ha incurrido en beneficio de
un tercero.

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Un claro ejemplo del carácter restitutorio de las acciones emanadas de los cuasicontratos
está representado por el artículo 2290 del Código Civil, aplicable a la agencia oficiosa. En
virtud de esta norma, aquel que sin mediar mandato se ha hecho cargo de la
administración de negocios ajenos (denominado gerente), sólo tiene derecho a que se le
restituya lo invertido en expensas útiles o necesarias, pero no puede exigir que se le
remunere por sus actos. En otros términos, no tiene derecho a que se le indemnice por el
lucro cesante (costo de oportunidad) que significa haber dedicado tiempo a la protección
de los intereses de otro. Idéntico principio rige en el cuasicontrato de pago de lo no debido
y, en general, en la acción innominada de enriquecimiento sin causa.

Atendido que el Código Civil no ha establecido reglas especiales respecto de la


responsabilidad por infracción de obligaciones cuasicontractuales, la doctrina se ha
dividido en torno a si le son aplicables las reglas de la responsabilidad contractual, o bien
las de responsabilidad extracontractual. Este punto, referente a la regla general en materia
de responsabilidad, se analizará en la última parte de estos apuntes.

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II.
LA LEY COMO FUENTE DE LAS OBLIGACIONES
1. CONCEPTO DE LAS OBLIGACIONES LEGALES.

La ley es, sin duda, la fuente mediata de todas las obligaciones.

El contrato engendra obligaciones porque la ley ha reconocido al acuerdo de voluntades la


potestad de generarlas; las produce el hecho ilícito porque la ley ha dispuesto que se
indemnicen los daños dolosa o culpablemente causados.

Pero, tradicionalmente, se denomina obligaciones legales aquellas que no reconocen como


causa generadora ninguna otra fuente. Forman una especie de residuo en que se
comprenden diversas obligaciones que no logran encontrar cabida en otras categorías.

Las obligaciones legales, de acuerdo con los términos del art. 578, nacen de “la sola
disposición de la ley”. La ley es un antecedente único, directo, inmediato.

2. CARÁCTER EXCEPCIONAL DE ESTAS OBLIGACIONES.

Las obligaciones legales tienen un carácter excepcional: requieren un texto expreso de la


ley que las establezca.

Este carácter aparece de manifiesto en el art. 2284. Las obligaciones no convencionales


nacen de un hecho voluntario o de la ley; “las que nacen de la ley se expresan en ella”.

3. ALGUNAS OBLIGACIONES LEGALES.

El derecho de familia es fuente fecunda de obligaciones legales. Tales son, por ejemplo, las
que median entre cónyuges, entre los padres y los hijos, los alimentos que se deben por ley
a ciertas personas.

Fuera ya del campo del derecho civil, se destaca, por su importancia excepcional, la
obligación legal de pagar impuestos o contribuciones.

4. FUNDAMENTO DE LAS OBLIGACIONES LEGALES.

Las obligaciones legales tienen su fundamento en superiores consideraciones de interés


colectivo.

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Se percibe nítidamente este fundamento en las obligaciones genéricamente denominadas


cargas de familia, que tienden a preservar la vida, a conservar los bienes, a procurar
educación a una persona que no puede bastarse a sí misma.

Para Planiol, todas las obligaciones legales se resumen en un solo principio, de que son
simples aplicaciones: neminen laedere, no dañar sin derecho a otro.

5. RESPONSABILIDAD LEGAL.

La legislación nacional regula dos grandes estatutos de responsabilidad civil (contractual y


extracontractual), pero no establece explícitamente el régimen común aplicable (por
ejemplo, al incumplimiento de obligaciones legales).

Parte de la doctrina nacional sostiene que el régimen común de responsabilidad es el


contractual, pues es el único que está regulado genéricamente a propósito de los efectos de
las obligaciones (artículos 1545 y ss. del Código Civil). En este sentido, ALESSANDRI
sostiene que el Título XII del Libro IV trata de la responsabilidad por incumplimiento de
las obligaciones bajo el epígrafe “Del efecto de las obligaciones”, expresión que las involucra a
todas, y se exceptúan los hechos ilícitos por el tratamiento separado que les otorga
bastante más adelante. Se cita, además, en apoyo de esta tesis el contenido de los arts. 201,
250, 391, 427, 2308 y 2288, que hablan de culpa leve, de buen padre de familia y culpa
levísima, etc., todas graduaciones de culpa, las que sólo serían admisibles en el terreno
contractual, no obstante referirse a obligaciones legales o cuasicontractuales.

En contra de dicha posición, ciertos autores afirman que el Titulo XII discurre sobre la idea
de una estipulación previa de las partes, cuestión que no acontece respecto de las
obligaciones extracontractuales. Puede agregarse que el art. 2284 agrupa a las obligaciones
que se contraen sin convención, refiriéndose a las obligaciones que nacen de la ley o del
hecho voluntario de una de las partes, en este último caso hablamos de los delitos y
cuasidelitos civiles y de los cuasicontratos, dando a entender claramente que dichas
obligaciones tienen una naturaleza similar diferente de las obligaciones que emanan de la
responsabilidad contractual (igual cosa hace el art. 578 respecto de los derechos personales
o créditos). En consecuencia, aplicando una razón de analogía, y en consideración a que
estamos frente a un vacío de la ley, que no establece cuál es el derecho común, puede
decirse que la distinción precedente debe aplicarse para establecer la regla general en
materia de responsabilidad. En consecuencia, habría que agrupar las obligaciones de la
misma naturaleza bajo unas mismas reglas supletorias.

En otras palabras, el contrato supone necesariamente un acuerdo previo, que debe ser
observado y cuya inobservancia genera una obligación indemnizatoria de segundo grado.
Sin embargo, la mayoría de los deberes de cuidado a que se está sometido en el tráfico no
dan lugar a relaciones obligatorias. Por ello, en la práctica, el régimen común es el de

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responsabilidad extracontractual, pues se refiere precisamente a esas relaciones que no


están regidas por vínculo obligatorio preexistente.

La cuestión se torna más discutible en los casos en que existe una obligación preexistente,
que no tiene su origen en el contrato sino en la ley, como la responsabilidad que surge del
incumplimiento de la obligación de dar alimentos, o la que tienen los directores de una
sociedad anónima respecto de los accionistas. Al respecto, ciertos autores afirman que en
tales casos la responsabilidad sigue al incumplimiento de una obligación personal y podría
regirse, por analogía, por las normas de la responsabilidad contractual.

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