Por tanto, se califican como mercantiles aquellos contratos que surgen en las relaciones a
que da lugar el ejercicio de una empresa. La participación de un empresario y la vinculación del
contrato a su actividad profesional son, por regla general, los datos que determinan si un contrato es
mercantil (v. gr. el contrato de seguro, bancarios, etc.). Sin embargo ciertos contratos también
reciben esa calificación aún cuando no se den esas circunstancias, pero parece presuponerse que por
regla general están unidos a la actividad empresarial (como la compraventa mercantil).
La función del contrato es la misma en el tráfico mercantil que en el civil, y esto explica que
las normas ordenadoras de la teoría general del contrato sean comunes a los contratos civiles y a los
mercantiles, y hayan de ir a buscarse en el C.c., a cuyas disposiciones (arts. 1254 y ss.) se remite
expresamente el art. 50 del C.com., diciendo que "los contratos mercantiles, en todo lo relativo a sus
requisitos, modificaciones, excepciones, interpretación y extinción y a la capacidad de los
contratantes se regirán, en todo lo que no se halle expresamente establecido en este Código o en
leyes especiales, por las reglas generales del Derecho común".
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bipolar, en la que se distinguen como elementos estructurales los sujetos, el objeto y el vínculo
jurídico.
Por lo que respecta a los sujetos, uno de ellos ocupa la posición de acreedor; es el titular del
derecho subjetivo a exigir el cumplimiento y está investido de una serie de facultades para tal fin. El
otro tiene la condición de deudor y, como tal, ha de cumplir un deber jurídico y soportar, en caso de
no hacerlo, las consecuencias de su incumplimiento.
El objeto de la obligación está constituido por la prestación, como deber jurídico que
incumbe al deudor. Un cierto sector doctrinal distingue a este respecto entre deuda (como deber de
realizar la prestación) y responsabilidad (como sometimiento al poder coactivo del acreedor).
En cuanto al vínculo jurídico constituye la razón de ser del derecho subjetivo del acreedor y
del deber de prestación del deudor.
Las obligaciones mercantiles -que nacen normalmente de los contratos- tienen como
características al ser típicas o uniformes, su tendencia a la objetivización, es decir, a no tener en
cuenta la personalidad de las partes que en ellas intervienen, y la necesidad más acusada aún que en
el Derecho civil, de un exacto cumplimiento.
Pero el Código de comercio, aparte de señalar que los Tribunales no pueden conceder
términos de gracia o cortesía, indica que si no existe un plazo convencional o legal para el
cumplimiento de las obligaciones mercantiles, es decir si se trata de una obligación sin término o
pura, ésta se considera exigible a los diez días después de contraída, si sólo produce acción
ordinaria, y al día inmediato, si lleva aparejada ejecución (art. 62).
Si la obligación no tiene término legal o convencional -es decir, es una obligación pura- los
efectos de la morosidad comenzarán desde el día en que se interpelare al deudor, bien judicialmente
o bien por medio de un Notario u otro oficial público (art. 63, párr. 2). Pero esta interpelación no
podrá hacerse antes de que transcurran los días señalados en el artículo 62 (10 si solo produce
acción ordinaria y el día inmediato si lleva aparejada ejecución).
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Los efectos de la morosidad son la indemnización de daños y perjuicios siguiendo las
normas del Código civil (art. 1101 y sigs.).
b) El art. 955 prevé, si bien de forma excepcional, la suspensión de la prescripción, esto es,
que sus plazos dejen de contarse durante un determinado periodo de tiempo (en materia de
transporte el D.L. de 2 de septiembre de 1947 admitía la suspensión de la prescripción).
c) Los plazos señalados por los artículos 945 y sigs. del C. de c. son más breves que sus
correlativos del Código civil.
1) Formación del contrato.- Las especialidades del Código de comercio se centran en este
punto en el problema de conocer el alcance de la oferta mediante publicidad, el momento de la
perfección del contrato entre ausentes y en el caso de que intervenga un agente mediador. Este
régimen ha de completarse con el del Código civil y también con el que deriva de la Ley del
consumidor:
En la fase previa, el empresario, con el fin de atraer la clientela, ofrece al público con
reclamos o publicidad sus productos o servicios, más tales anuncios no se consideran normalmente
como verdaderas ofertas de contrato, sino como invitaciones a sus clientes a que hagan ofertas, que
una vez concretadas serán aceptadas o no por el empresario. Este proceso de formación de los
contratos que se produce en el campo mercantil es similar al que se verifica en el campo civil. Sin
embargo la Ley del consumidor ha deseado proteger a los consumidores o usuarios mediante un
régimen especial, que consiste, en definitiva, en que el empresario queda vinculado por las
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condiciones y garantías ofrecidas en la publicidad de los bienes o servicios, que ha dado a conocer
al público.
Esto significa, en primer lugar, el deber legal de los empresarios de ajustar la publicidad de
sus bienes y servicios a su verdadera naturaleza, de forma que no puedan, mediante una publicidad
engañosa, anunciar que sus productos tienen unas características o condiciones que no son ciertas.
En segundo término, y esto incide directamente en la formación del contrato, el empresario queda
vinculado frente al consumidor contratante por las condiciones y garantías ofrecidas en sus
anuncios, aún cuando luego no se recojan en las declaraciones de voluntad que dan lugar al
nacimiento del contrato. Sólo si en este se contienen cláusulas más beneficiosas, éstas prevalecerán
sobre el contenido de las ofertas hechas al público (art. 8, 1 y 2 de la Ley del consumidor).
b) Perfección del contrato entre ausentes.- El art. 54 del C. de c. se aparta del sistema del C.
c. relativo al momento de perfección del contrato entre personas que no están presentes, ya que
establece que *los contratos que se celebren por correspondencia quedarán perfeccionados desde
que se conteste aceptando la propuesta o las condiciones con que esta fuere modificada+. El art. 54
sigue el sistema de la declaración de la aceptación, mientras que el Código civil retrasa el momento
de la perfección del contrato hasta el instante en que el que hizo la oferta tiene conocimiento de su
aceptación (art.1262, 21). La relevancia práctica de la determinación del momento de la perfección
radica en que la revocación de la oferta puede realizarse hasta ese instante.
Estos mismos principios de la declaración y del conocimiento parece que deben aplicarse,
respectivamente, a los efectos de determinar el lugar en donde se considera perfeccionado el
contrato. Por consiguiente, los contratos mercantiles ha de estimarse se perfeccionan en el lugar
donde se emite la aceptación (art. 54, mientras el 1262 C.c., por el contrario, presume celebrado el
contrato *en el lugar en que se hizo la oferta+). Esta cuestión puede tener importancia práctica a los
efectos de determinar la competencia territorial para el ejercicio de las acciones judiciales y también
para designar el ordenamiento jurídico a aplicar.
Los contratos celebrados por teléfono se consideran concluidos como los contratos entre
presentes a los efectos de determinar el momento de su perfección, pero en lo relativo al lugar en
que se ha efectuado habrán de tenerse en cuenta las normas que acabamos de exponer para los
contratos entre ausentes.
2) Forma del contrato mercantil.- La forma del negocio jurídico en general es el medio o
el modo a través del cual se realiza la declaración de voluntad.
En este sentido la forma -sea oral u escrita- ha de considerarse indispensable. Con relación a
los contratos mercantiles -como sucede con los civiles- rige el principio de libertad de forma que
no quiere decir que pueda eludirse la forma en la declaración de voluntad, sino que puede escogerse
libremente la que se quiera (verbal o escrita).
El art. 51 del C. de c. sienta el principio de libertad de forma (igual que el 1278 del C.c.), si
bien se exceptúan aquellos casos en los que el propio Código o las Leyes especiales exijan una
determinada forma (que puede ser simplemente por escrito o bien escritura pública). Habrá de
examinarse en cada caso si la forma se requiere como elemento esencial del contrato, que se califica
como solemne o formal o esta exigencia tiene un alcance puramente probatorio.
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3) Prueba de los contratos mercantiles.- La prueba es un medio de demostrar la
existencia del contrato; de manera que no es necesaria para la validez y eficacia del negocio y solo
se utiliza cuando se cuestiona la realidad del mismo. La prueba ha de realizarse por alguno de los
medios que el Derecho civil tenga establecidos [artículos 1.214 a 1.253: documentos públicos y
documentos privados] (art. 51, párr. 1).
Sin embargo el Código de comercio dicta algunas normas especiales sobre la valoración de
ciertos medios de prueba. Estas son: a) La declaración de testigos no es por si sola bastante para
probar un contrato cuya garantía exceda de 1.500 pesetas (9,02 euros), de manera que deberá
concurrir otra prueba (art. 51, 21); b) Los libros y pólizas de los Agentes colegiados hacen fe en
juicio y de acuerdo con esos libros han de resolverse las divergencias que aparezcan entre los
ejemplares de un contrato que presenten los contratantes (arts. 58 y 93); c) Los libros de los
comerciantes tienen la eficacia probatoria señalada en el art. 31 del Código de comercio; d) la
correspondencia telegráfica, siempre que los telegramas reúnan las condiciones o signos
convencionales que previamente se hayan establecido los contratantes, si así lo hubiesen pactado
(art. 51, párr. 2). Aún con estas normas ha de tenerse en cuenta que es doctrina reiterada del
Tribunal Supremo la valoración conjunta de la prueba.
Con independencia de estas normas es de interés destacar que el consumidor o usuario -en
los casos en que sea aplicable la Ley del consumidor- tiene derecho a pedir a la otra parte un
documento que le sirva de prueba de contrato (art. 10, 10 b). Se trata de una verdadera obligación
que pesa sobre la otra parte (normalmente empresario) que deriva de la existencia del contrato. Se
trata de la factura mercantil como documento probatorio que puede revestir la condición de
documento acreditativo de la operación (art. 10 .1 LGDCU). En la factura se relacionan los bienes o
servicios adquiridos y el importe que corresponde pagar por ellos. Al deber de expedir factura alude
la Ley de 15 de enero de Ordenación del Comercio Minorista, modificada por Ley de 19 de
diciembre de 2002 (arts. 11 .2, 14 .2 y 17 .2).
El artículo 59 establece que si se originasen dudas que no puedan resolverse con arreglo a lo
estipulado en el Código de comercio ni en el civil, se decidirá la cuestión a favor del deudor (el art.
1289 C.c., al establecer unos criterios para *cuando absolutamente fuere imposible resolver las
dudas+ parece hacer prácticamente innecesaria la norma del art. 59, sin embargo el T.S. en algunas
sentencias si ha aplicado esta norma).
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5) Contratos mercantiles con cláusula penal.- El art. 56 del C. de c. prevé que, en el
supuesto del incumplimiento del contrato por una de las partes, se haya fijado una pena a modo de
indemnización contra el que no lo cumpliere. El incumplimiento al que se refiere el art. 56
comprende tanto los casos de *incumplimiento absoluto+, como el de *incumplimiento
defectuoso+ y el de *mora+. Pues bien, en cualquiera de estos casos, el contratante perjudicado
puede exigir el cumplimiento del contrato utilizando los procedimientos que el ordenamiento
jurídico pone a su alcance (el art. 56 habla de pedir el cumplimiento *por los medios de Derecho+)
o pedir la pena prescrita. Pero el art. 56 precisa que si el contratante perjudicado utiliza una de estas
dos vías, quedará extinguida la otra a no mediar pacto en contrario.
La normativa del art. 56 está condicionada, por tanto, por los pactos establecidos en el
contrato. También ha de completarse esa normativa con lo previsto en los arts. 1152-1155 del C.c.,
que se aplican de forma subsidiaria.
El fenómeno de las condiciones generales ha sido regulado -si bien de forma parcial- por la
Ley del consumidor de 1984. Esta normativa parte de la necesidad de que esas condiciones respeten
los importantes principios de la buena fe y del justo equilibrio de las contraprestaciones; principios
que no sólo han de informar las condiciones generales, sino también toda la normativa del contrato.
También por la Ley de 13 de abril de 1998, sobre condiciones generales de la contratación.
B) Concepto y clases.- La Ley de 1998 nos dice que se denominan “condiciones generales
de la contratación” a --las cláusulas predispuestas cuya incorporación al contrato sea impuesta por
una de las partes, con independencia de la autoría material de las mismas, de su apariencia externa,
de su extensión y de cualesquiera otra circunstancias, habiendo sido redactadas con la finalidad de
ser incorporadas a una pluralidad de contratos--.
Pero el que sean normas que tienen un cierto carácter general no lleva consigo que se trate
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de normas de Derecho objetivo y que, por tanto, las condiciones generales puedan calificarse como
una nueva fuente de Derecho.
De las clasificaciones de las condiciones generales quizá la más relevante a los efectos del
Derecho es la que distingue entre condiciones generales establecidas por un solo empresario y las
condiciones generales para la contratación impuestas por un grupo o asociación de empresarios.
Algunos autores queriéndose referir a esta distinción, hablan de condiciones generales de los
contratos en particular y condiciones generales de la contratación en general.
Esta distinción es relevante en cuanto que mientras que con las condiciones generales de un
solo empresario se establece una disciplina que afecta únicamente al círculo de clientes que
comprende su actividad, con las condiciones generales impuestas por un grupo o asociación de
empresarios se llega a dominar todo un sector.