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Entre la hoz y el martillo

La cuestión de la constituyente
Pável Blanco Cabrera, Primer Secretario del CC del PCM

El Presidente López Obrador expresó al cumplirse un aniversario más de la Constitución de


1917 que estaba ya muy parchada y que sería tal vez mejor convocar a una constituyente para
hacer una nueva. A diferencia de Fox, el Presidente actual no necesita un vocero para expresar
“lo que realmente quiso decir”, pues el mismo se corrige, recula y entra en contradicciones
con sus ocurrencias e improvisaciones, tal vez por su afición a showman más que por una
consistente formación de estadista. El punto es que en su mañanera conferencia de prensa
inmediata argumentó que no le daría tiempo para una constituyente y rechazó promover esa
idea. Es muy probable que el tema vuelva a aparecer ya que hay un sinnúmero de
contradicciones en el partido gobernante, tensiones que se expresan, y la cuestión de la
constituyente es un tema cardinal.

Pero vayamos a la esencia. La Revolución democrático-burguesa culminó en el Congreso


Constituyente de Querétaro después de derrotar al ala radical del proceso que representaba la
Soberana Convención Nacional Revolucionaria conformada principalmente por la División del
Norte y el Ejército Libertador del Sur. Un nuevo contrato social tenía que expresarse para
encaminar a México por la ruta del desarrollo capitalista conforme a las aspiraciones de ese
sector la burguesía, pero de alguna manera tenía que expresar la correlación de fuerzas que
derrocó la dictadura del criminal Porfirio Díaz.

Es totalmente equivocado decir que era la Constitución más avanzada de su tiempo, este lugar
corresponde a la soviética, en función de una gran diferencia: mientras la mexicana tenía el
sello de clase de la burguesía, la soviética tenía el sello de clase de los obreros revolucionarios;
mientras la mexicana tenía por objetivo el desarrollo del capitalismo, la soviética tuvo por
objeto la construcción socialista; así que las afirmaciones de superioridad de la Constitución
mexicana no solo son temerarias, sino que rebozan ignorancia de la historia.

Y tal Constitución en efecto permitió el desarrollo capitalista, la centralización y concentración


del proceso económico y la protección de los intereses de la clase dominante, sobre la
conformación de un consenso de representar los intereses de las clases dominantes a partir de
reconocer los derechos sociales, laborales y sindicales, de asegurar la soberanía como marco
para el desarrollo capitalista y sobre todo la intervención del Estado en la economía, o mejor
dicho el Estado capitalista en la economía capitalista. Ello por supuesto fue severamente
cuestionado cuando la restructuración capitalista requirió de las privatizaciones y de los lazos
interestatales, lo que es conocido como neoliberalismo.

Por ello vino una brutal modificación a la Constitución sobre todo en la LIV, LV, LVI y LVII
Legislatura del Congreso de la Unión, durante los sexenios de Salinas de Gortari y Zedillo, que
fueron completadas por Fox, Calderón y Peña Nieto. Cientos de reformas, iniciadas en con la
privatización de casi 1000 empresas del sector público, y luego con las contrarreformas en
materia agraria, eclesial, laboral, económica, educativa. Simplemente los derechos laborales,
sindicales, sociales, las garantías individuales, fueron eliminados, produciendo un sentido
distinto al Constituyente de Querétaro. Más aún, dejó de ser la Carta Magna, al colocarse por
encima de ella el TLCAN de 1994. Por supuesto que fue un proceso lesivo para los intereses de
los trabajadores y los sectores populares, pero la cuestión es, si como plantean las posiciones
reformistas, se trata de restablecer esos derechos, para regresar a lo que se tenían en 1982 –el
anhelo del desarrollo estabilizador-o si lo que se requiere es de un cambio de las clase en el
poder, el derrocamiento de la burguesía, y la llegada al poder de la clase obrera, que
independientemente de la correlación de fuerzas es una cuestión objetiva y una alternativa
viable.

Por ello una Constituyente en las actuales condiciones y con la actual correlación de fuerzas
daría un resultado nulo, es decir una nueva Constitución burguesa. Tal contrato social vendría
bien a la lógica de la nueva socialdemocracia gobernante: reorganizar la dominación, reforzar
el Estado, asegurar el orden social existente.

Es un tema para reflexionar, pero constituyente sin Revolución es una mala ecuación para los
objetivos históricos de la clase obrera.

@korchaguine

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