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Cuando los ejércitos llegaron a juntarse, chocaron entre sí los escudos, las lanzas,
y el valor de los hombres armados de broncíneas corazas, y al aproximarse los
abollonados escudos se produjo un gran alboroto. Allí se oían simultáneamente los
lamentos de los moribundos y los gritos jactanciosos de los matadores, y la tierra
manaba sangre. Como dos torrentes nacidos en grandes manantiales se despeñan
por los montes, reúnen las hirvientes aguas en hondo barranco abierto en el valle y
producen un estruendo que oye desde lejos el pastor en la montaña; así era la
gritería y el trabajo de los que vinieron a las manos. Fue Antíloco quien
primeramente mató a un guerrero teucro, a Equepolo el Talisíada, que peleaba
valerosamente en la vanguardia: hiriole en la cimera del penachudo casco, y la
broncínea lanza, clavándose en la frente, atravesó el hueso, las tinieblas cubrieron
los ojos del guerrero y cayó como una torre en el duro combate. Al punto asiole de
un pie el rey Elefenor de Calcodontíada, caudillo de los bravos abantes, y lo
arrastraba para ponerlo fuera del alcance de los dardos y quitarle la armadura.
Poco duró su intento.