Versión b
2. Mahoma.
3. La religión islámica
6. La cultura musulmana.
7. BIBLIOGRAFÍA.
El Islam nació en Arabia. Era ésta una península semidesértica, con unas pocas
zonas relativamente florecientes. Predominaban los nómadas o beduinos, que tenían una
organización tribal muy fuerte y una religión animista. En las regiones húmedas había
sociedades más desarrolladas, especialmente en el Yemen, al suoreste. Al mismo tiempo el
desarrollo del comercio había permitido el nacimiento de algunas repúblicas de
mercaderes, por ejemplo, en La Meca. Así, junto al tradicional mundo nómada se había
constituido una económica mercantil, lo que había permitido disolver la sociedad tribal y
batir en retirada a la religión animista, dando paso en su lugar a religiones de tipo
individual, como el judaísmo y el cristianismo. Pero éstas eran ideologías extranjeras,
ligada alas potencias en lucha por el control de mercado árabe. Se necesitaba una estado
genuinamente árabe, guiado por una ideología propia, adaptado a las nuevas condiciones
existentes pero suficientemente próximo al mundo beduino.
Los textos antiguos mencionan a los árabes como habitantes de la Península que
aún hoy lleva su nombre. Se trata de una región inhóspita, donde apenas crecen otras
plantas que las halófilas (capaces de resistir la tierra salobre). Las escasas charcas existente
contienen también aguas salobres, que muchas veces beben los camellos pero no los
hombres, que, en cambio, se hidratan con la leche de aquéllos. Pero es preciso tener en
cuenta que el clima de la Península arábiga no siempre fue así: la transición al desierto es,
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desde el punto de vista de la escala geológica, relativamente reciente (5 a 6 mil años). Se
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trata de un territorio que ocupan unos 2,5 millones de Km , con una población escasa y en
general dependiente de los mínimos recursos hidráulicos existentes: nomadismo que, en el
caso de los pastores que tenían que proceder a efectuar largos recorridos en busca de
alimentos para sus cabañas, propició una costumbre luego respetada por el Islam: la
bigamia o poligamia.
Hacia el tercer milenio a.C. es cuando los árabes aparecen por primera vez
mencionados en los textos escritos de los pueblos vecinos como los sumerios cuyas tierras
ambicionaban para poder apacentar a sus animales o –algunos– para recuperar la condición
de agricultores sedentarios que conocieron sus antepasados. En el primer milenio a.C. se
encontraban ya en las fronteras de Palestina, Siria y Mesopotamia. Desde entonces hasta
aproximadamente el año 500 d.C. continuaron sobreviviendo gracias a grandes obras de
irrigación, y a que su posición estratégica les permitía dominar los caminos de los aromas y
las especias, y l mar desde Somalia hasta la India.
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El armamento de los primeros siglos d.C. (espadas, lanzas, arcos, flechas...) no era
complicado ni difícil de manejar, y de aquí que los beduinos pudieran disponer de él,
enfrentarse en igualdad de condiciones con sus vecinos de las zonas sedentarias, dar golpes
de pequeña escala y perderse luego en el desierto. Las armas pesadas sólo aparecerán de
modo esporádico ante de la expansión del Islam.
La tribu era algo sumamente fluctuante: es una rama del pueblo que, a su vez, se
subdivide en subtribus y en fracciones. Las tribus tenían entre mil y dos mil individuos, y
estaban regida por un sayyid, señor, título que también recibían los jefes de los clanes,
Posteriormente se utilizó más el título de sayj, queje, anciano, cuyo poder parece que sólo
estaba limitado por la obligación de consultar a una asamblea de notables o jefes de clan.
La actuación concreta de un árabe de pura cepa, según los textos antiguos, venía
determinada por el honor y la hombría, conceptos muy amplios que no se corresponde
exactamente con los islámicos. En todo casi, podía ser mancillado por una calumnia,
injuria o sátira dirigida contra la tribu, la familia o el individuo. Para evitar caer en el
deshonor era lícito empeñar cualquier sistema de defensa, incluso el asesinato de los
maldicientes, que en general era poetas. Los actos que acrecentaban esta virtud eran la
generosidad, la protección de los débiles, etc., y dentro de la sociedad preislámica se
jerarquizaba dando mayor importancia al libre frente al esclavo, al hombre frente a la
mujer, al noble frente al humilde.
El poeta tenía un talante de cronista. La casida es una forma literaria e histórica que
daba solemnidad a las leyendas y servía para perpetuar las raíces históricas del pueblo, y
que sería configurada poco ante del nacimiento de Mahoma, quien se lamentó en los
inicios de su vida en Yatrib de no tener poeta –es decir, periodistas– a su servicio para
responder a las invectivas de sus enemigos.
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2– Mahoma.
En este ambiente nace Mahoma, a finales del siglo VI, en La Meca. La dificultad
de escribir una biografía sobre Mahoma radica en que los textos, las fuentes en que hay
que basarse, son bastante tardíos ( uno o dos siglos posteriores a su muerte) y laudatorias,
las musulmanas, y despectivas las cristianas, no faltando, por ejemplo, quienes intentaron
demostrar que Mahoma jamás tuvo una existencia histórica, o quienes intentaban justificar
el nacimiento del Islam como una consecuencia de una lucha de clases en el seno de la
Arabia preislámica.
En todo caso, pese a las dudas y lagunas sobre su vida, se está de acuerdo en que
Mahoma (en árabe, Muhámmad, el Alabado) vino al mundo en el año en que el gobernador
abisinio del Yemen realizó una expedición contra La Meca. Así, Mahoma pudo haber
nacido hacia el 550 d.C., aunque la tradición apunta a n nacimiento entre el 567 y 572.
Mahoma pertenecía a la rama más pobre de una tribu de la ciudad, al clan de los
hasimíes, que si bien entonces era poco influyente, conservaba aún parte de su antiguo
prestigio, y éste le servirá de escudo en los momentos más difíciles de su predicación, pues
sus enemigos, si se mofaron de él, no se atrevieron a asesinarle para no caer en el círculo
vicioso de le ley del talión. Por parte materna es posible que tuviera parientes en Yatrib, la
futura Medina. Es muy poco lo que se sabe de su infancia y juventud. Huérfano
prematuramente de padre y madre, fue recogido por su abuelo y posteriormente por su tío,
Abu Tálib, quien le protegió hasta que contrajo matrimonio.
Después de una vida difícil, a los veinticinco años entró al servicio de una rica
viuda, Jadicha (o Khadija, como en otros textos cristianos se la nombra), con la que se casó
pese a que le doblaba en edad. Con ella tuvo varios hijos, pero todos, a excepción de
Fátima, le premurieron.
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Ni Mahoma pretendió, ni sus contemporáneos creyeron, que el nuevo Profeta
realizara milagros. La ortodoxia musulmana admitía que El Corán, libro que estaba en el
cielo y al que sólo podrían llegar a leer los puros, no podía ser obra del propio Mahoma,
sino que era Allah quien se lo recitaba.
A lo largo de los 20 años durante los cuales se revelaría El Corán (que no hay que
confundir con la traducción en la tierra de la vida y doctrina de Mahoma, que se escribió
mucho después de muerto el profeta), un mismo tema es recogido de manera similar y con
frecuentes ampliaciones una y otra vez. El núcleo principal de la predicación consiste en
creer en Dios, pedir perdón de los pecados, rezar frecuentemente, evitar el engaño, llevar
una vida casta y no cometer infanticidios (no mataréis a vuestros hijos por temor la
miseria) Estos principios constituían el ideal del hombre piadoso, sometido a Dios, el
musulmán o hanif.
Yatrib, la futura Medina, estaba dividida por grandes discordias internas: junto a un
numerosa población judía, integrada no sólo por las tribus de la ciudad, sino por los
judaizantes de sus aledaños, vivían las tribus árabes –que mantenían cierta tendencia al
matriarcado–. Para mediar en sus disputas fue elegido Mahoma, quien a su vez pensó que
había llegado el momento de abandonar la dialéctica y pasar a la acción.
En Medina desarrollo una importante labor como jefe teocrático, pues muchos
árabes vieron en él un caudillo nacional además de un profeta, que podría librarles de la
próxima hegemonía de los hebreos. En el 621 un grupo de árabes juraron defender a
Mahoma como a sus propias mujeres, y creer en un solo Dios, no robar, no cometer
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adulterio, no matar a las hijas, no decir mentiras y no desobedecer a Mahoma. Un tío del
profeta, aún pagano, al– Abbás (epónimo de la futura dinastía abbasí) recordó a los árabes
que habían formulado esta promesa la necesidad de cumplirla, pues Mahoma, una vez
fuera de La Meca, no tendría la protección de su familia.
El carácter sagrado de La Meca era debido a que le templo que había en ella había
sido fundado por Abrahán e Ismael y, por tanto, había que purificarlo ante de que los
musulmanes pudieran acudir a él en peregrinación. Como es lógico, los habitantes de La
Meca no iban a ceder el templo fácilmente, por lo que Mahoma orienta el Islam hacia una
religión combativa, capaz de atacar a sus compatriotas si caían en herejía.
Como primera medida, reforzó su poder personal prescribiendo que los creyentes
debían obedecer a Dios y, por consiguiente, a su Enviado. Quienes fueran reacios tendrían
por refugio el infierno, y puesto que el Profeta representa a Dios, hay que confiar en él.
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constituir una gran operación de conquista, atacó por sorpresa a los agresores, volviendo a
Medina robustecido por el éxito, y declaró que quienes no se sometieran (en contra de la
anterior política de permisividad religiosa) serían considerados enemigos. En lo sucesivo,
los judíos sufrirían ataques de los árabes, generalmente al volver de una de sus algazúas,
siendo los chivos expiatorios, para vengar las burlas que recibió en los primeros tiempos
Mahoma de los hebreos.
Pero Mahoma sabía que los habitantes de La Meca más tarde o más pronto
intentarían atacarle, por lo que suscribió un pacto con los beduinos de los alrededores de
Yatrib, que ahora empezaba a llamarse Madinat al–Nabí (la ciudad del Profeta), "Medina".
La batalla tendrá lugar en campo abierto en marzo del 625, y se saldará con la derrota de
los creyentes. Pero Mahoma reparó rápidamente la pérdida de prestigio, disponiendo gran
número de medidas que tienen a fortalecer el poder político del Profeta: para evitar la
confraternización de los musulmanes con sus vecinos de otras religiones, restringe (pero no
prohíbe) el consumo de vino y los juegos de azar. Los enemigos de Mahoma lograron
reunir un ejército de 10.000 hombres, mientras los creyentes se encerraron en la ciudad,
fortificada uniendo las últimas casas de la ciudad con tapiales altas, y excavando un foso
tan ancho que los caballos no pudieran saltarlo. El asedio duró unas semanas, en abril del
627, hasta que los atacantes se retiraron.
La mano dura con los continuos ataques a las caravanas hizo que los beduinos de
los alrededores de La Meca se pusieran de parte de Mahoma. Con su ayuda, entró en lucha
con los habitantes de La Meca, hasta que el año 630 consiguió regresar triunfante a su
ciudad. El triunfo hizo que muchas tribus reconocieran la sumisión, y sus doctrinas
empezaron a reconocerse más allá de la frontera persa. Poco después moría víctima de la
malaria (en el 632), pero su doctrina se había difundido con enorme rapidez por Arabia.
3– La religión islámica
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profetas. Se reconoce que todos son portadores de la voz de Allah, pero sin que su contacto
haya sido tan directo como el que tuvo Mahoma, su verdadero profeta. Fuera de él, se
reconoce a Jesús como el mayor de los profetas, pero se niega que muriera en la cruz. Por
otra parte, se rechaza expresamente que el hombre necesite intercesores para relacionarse
con Dios. De aquí que los encargados del culto público pudieran asimilarse, ya en vida de
Mahoma, a simples funcionarios, despojados de todo carácter sagrado.
También se prescriben algunas penas para determinados delitos: la ley del talión
para los homicidas, el corte de la mano para el ladrón, el juego de apuestas, etc.
Sin embargo, algunas de las supuestas normas puestas por Mahoma pertenecen en
realidad a períodos posteriores: es el caso de la prohibición de la música, del baile y del
canto, que se practicaban en Medina antes y después de la predicación; la prohibición de
representar figuras humanas, pues Mahoma tuvo tapices de este tipo. Sólo en el siglo VIII
los omeyas intervinieron en los asuntos cristianos apoyando a los iconoclastas, de lo que se
derivó una iconoclastia musulmana.
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Muerto Mahoma mucho tiempo antes, el Corán tendrá que enfrentarse a la ingente
tarea doble de recoger las palabras y obras del Profeta, y de aclarar mediante toda una serie
de sunnas los aspectos, diríamos, sacramentales de la religión, y resolver las muchas dudas
que a una sociedad mucho más evolucionada que la del siglo VII se le plantean.
Cuando Mahoma tenía una revelación, llamaba a sus secretarios para que la
escribieran en trozos de cuero u otros materiales de escritorio. Pero desde que llegó a
Medina, envió "memoriones" para hacer llegar la buena nueva a las tribus circundantes.
Entre los escritos de las revelaciones, Mahoma introducía aleluyas, lo que contribuyó a
hacer el texto coránico más complejo: sólo los "memoriones" (personas que memorizaban
las revelaciones y comentarios) podían articular ese discurso complejo una vez muerto
Mahoma. Para evitar su pérdida, fue ordenado un escriba, que encontró revelaciones
nuevas; también muchos fieles aportaban revelaciones que habían escrito supuestamente en
su momento. Además, la traducción a los dialectos también supuso la necesidad de
compilar un sólo libro, lo que se hará ampliando notablemente los textos mahometanos. El
texto actual del Corán tiene indicaciones que nada tienen que ver con la revelación.
El sucesor de Mahoma, Abu Bark (que accede al califato en junio del 632),
conquistó el dominio total de la península e inició la expansión más allá de las fronteras.
En calidad de ciudades santas, La Meca y Medina adquirieron gran predicamento, si buen
cuando Alí trasladó la capital de imperio a Kufa, Medina perdió su preeminencia política.
Enfrente tenía la oposición del clan de los omeyas y de otros importantes grupos árabes,
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por lo que, para ganar prestigio, emprendió una operación contra Siria, y en el 633 atacó
Iraq, asegurándose que muchas ciudades bizantinas tuvieran que pagar a los árabes para
poder introducir víveres en las ciudades.
En una segunda fase, hacia el 634, los bizantinos han de ceder Damasco, Hama,
Jerusalén, etc., rindiendo nuevas plazas fuertes entre el 636 y el 644. La expansión
continuará a través Nilo hasta Nubia y hacia el Oeste, siguiendo caminos paralelos pero
algo alejados de la costa para caer de repente, y desde el interior, sobre los puertos
bizantinos. Muchas de las conquistas no fueron iniciativa directa de los sucesivos califas,
sino resultado de iniciativas privadas respaldadas más tarde por los califas.
El sucesor de Abu Bakr fue Umar ( o Omar), quien tomaría la decisión de adoptar
el calendario basado en la hégira, aproximadamente en el 637. Durante su mandato, el
ámbito geográfico ocupado fue mucho más grande que durante la vida de Mahoma o de su
antecesor, con lo que era imposible pretender que la tropas volvieran tras cada batalla: por
ello, dispuso crear acuartelamientos que pudieran reagruparse para hibernar y prepararse
para una nueva embestida, guardándose para sí el derecho de cambiar sólo a los mandos,
generales y gobernadores de los mismos. Siria, que tenía una buena estructura viaria
bizantina, vio cómo los musulmanes eran acuartelados en varios campos, formándose una
estructura de provincias militarizada, que posteriormente sería exportada a España. De
hecho, el Islam procedía a reinventar las provincias tranquillas y problemáticas de la
antigua Roma.
Para evitar que la dispersión árabe se tradujera en anarquía, Umar adoptó además
del título de califa el de Amir al–muminin o Emir de los Creyentes en el 640, lo que
equivale a nombrarse única autoridad de todos los creyentes, ya que teóricamente podía
haber más que un emir. Sin embargo, con el paso del tiempo sus buenas intenciones se
olvidarán, y ya en la época de los taifas españoles éstos no vacilaron en acuñar moneda en
la que se otorgaban tan preciado título. Pero también el nombre de ministro, wazir, fue
degenerando, hasta llegar a designar al alguacil de cualquier lugar.
Umar tuvo la suerte de que sus tropas obtuvieran un gran botín en las primeras
conquistas, lo que le permite ser generoso con le cobro de impuestos. En Persia, los
residentes que tenían religión distinta a la oficial, el mazdeísmo, pagaban un impuesto por
cabeza, para compensar su no participación en la guerra santa.
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Mientras, los árabes seguían su expansión hacia el Caspio, aunque la situación de
las bases en el Iraq se deterioró rápidamente durante el califato de Utmán, llegando a
existir motines contra el gobernador. En cambio, en el sur del Cáucaso y las llanuras del
Volga, la situación del ejército, enfrentado a pueblos poco organizados y difíciles de
aprehender como los kurdos, georgianos y armenios, era de mayor disciplina. Durante el
mandato de Utmán, la guerra con Bizancio se amplió al frente marítimo, ampliando los
astilleros de Mesopotamia y Egipto: se produjo así el desembarco de Chipre en el 648.
Como consecuencia de las revueltas organizadas desde Medina por los adversarios
de Utmán, que sin embargo se desarrollaron en provincias como Egipto, el Califa será
también asesinado, siendo elegido Alí nuevo Califa por la multitud. Éste procedió a
realizar una serie de cambios en la administración, al enviar nuevos gobernadores a las
provincias. El nuevo Califa también será asesinado, cesando entonces la guerra civil por el
poder con el nombramiento de Hasán. Mientras tanto, se habían desarrollado doctrinas
como la xií y otras posturas religiosas y políticas contrarias a la oficial.
La dinastía de los Omeyas era una de las estirpes a la que pertenecía Mahoma.
Aunque en vida de éste se habían opuesto al Islam, posteriormente debieron plegarse a
dicha fe ante la imposibilidad de derrotarla. En realidad Utmán ya era un omeya, aunque se
admite que llegó al poder mediante la compra de los derechos sucesorios de Alí, el último
califa elegido por votación. Con la dinastía Omeya (658–750) las conquistas fueron más
espectaculares hacia e Occidente, pues tras someter a los bereberes norteafricanos el
camino hacia la península ibérica quedaba franca; las disensiones entre las distintas
facciones visigodas facilitarían la penetración incluso más allá de la barrera pirinaica hasta
que las tropas de Carlos Martel les frenaran en Poitiers y fiaran el límite máximo de la
progresión islámica. Así, en la primera mitad del siglo VIII se estabilizaron la fronteras de
lo que será el mudo musulmán clásico, donde se asentará su civilización. Con la batalla de
Poitiers, en el 732, se puso coto a la expansión árabe; y hasta cierto punto, se puede hablar
de una fase de repliegue interno posterior.
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5– La economía y sociedad en el mundo islámico.
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La base de la prosperidad económica de los países musulmanes en la Edad Media
fue, sin lugar a dudas, el comercio a gran distancia. Los musulmanes dominaban las rutas
navales que desde el Golfo Pérsico les permitía entrar en contacto con Asia oriental, pero
también os caminos terrestres que a través de Asia central les llevaba a encontrarse con los
chinos. Simultáneamente ejercieron un dominio indiscutido del Mediterráneo, que sólo
comenzó a retroceder después del siglo XI, y mantuvieron relaciones comerciales con el
centro de África. Las técnicas comerciales estaban muy desarrolladas en el Islam:
constitución de sociedades para la realización de empresas mercantiles, conocimiento
temprano de la letra de cambio y de los cheques, etc. Los musulmanes acuñaron una
moneda de oro, el dinar, que en la época de Carlomagno era el auténtico patrón del
comercio internacional. Los musulmanes adquirían en Oriente productos de lujo (especias,
marfil, seda, etc.), oro en el Sudán y en Europa productos básicos de los que carecían
(madera y metales) o esclavos. A cambio exportaban alimentos (azúcar, higos, azafrán),
materias como el coral o el ámbar y objetos manufacturados (tapices de Persia, cuero de
Andalucía, cerámica del Khurasán, etc.)
6– La cultura musulmana.
Los musulmanes salvaron buena parte del legado intelectual del mundo clásico y lo
transmitieron a la cristiandad occidental a través de aquellas regiones en las que ambas
civilizaciones estaban en estrecha conexión (Sicilia y, especialmente, la península Ibérica)
La filosofía musulmana, celosamente vigilada por los teólogos, tuvo sus fuentes en los
pensadores griegos. Un cordobés del siglo XII, Averroes, fue el comentador por excelencia
de Aristóteles. La necesidad de interpretar correctamente los textos sagrados facilitó el
desarrollo de loa Filología, interesada en estudiar la letra del Corán. La Historia, con un
sentido puramente narrativo, tuvo también un auge notable. No obstante, la obra de Iban
Jaldún, en el siglo XIV, puso las bases de una ciencia histórica. En cuanto a la creación
literaria propiamente dicha hay que destacar la poesía lírica y los relatos y cuentos
populares como Las mil y una noches.
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7– BIBLIOGRAFÍA.
CAHEN, CLAUDE: El Islam: desde los orígenes hasta el comienzo del imperio otomano.
Madrid, Siglo XXI, 1986.
MAILLO SALGADO, F.: Vocabulario básico de Historia del Islam. Madrid, Akal, 1987.
VERNET, JUAN: Los orígenes del Islam. Historia 16, nº 27. Madrid, 1990.
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