La ley de inmigración argentina de 1876 consideraba inmigrante a “todo extranjero que llegase
a la república para establecerse en ella, en buques de vapor o vela”. En el artículo 18 se
agregaba que sólo serían considerados buques de inmigrantes los que partían de puertos de Europa. En este caso, ser europeo era un requisito para tener los derechos del inmigrante. Debían ser además menores de sesenta años, es decir, estar en edad laboral, y estar libres de impedimentos físicos. En términos generales, al margen de una u otra ley, eran considerados inmigrantes las personas jóvenes, pobres y con capacidad laboral. El autor adopta la definición más amplia (había otra más restringida que incluía, por ejemplo, el requisito de ser de origen rural), teniendo en cuenta que los límites de la aplicación de un término son una decisión del investigador. Devoto propone que al utilizar una categoría, el investigador se atenga a la percepción que tenían los contemporáneos de la misma, y no la actual. O sea, inmigrante era el que era percibido por los demás y se percibía a sí mismo como tal. También es objeto de cuidado el establecimiento de los límites espaciales del fenómeno. En palabras del autor: La misma Argentina como expresión geográfica, como marco jurídico territorial o como idea de pertenencia a la misma ha cambiado a lo largo del tiempo. La percepción de dónde empezaba y dónde terminaba el país fue, para muchos, durante largo tiempo, una conjetura. La idea de pertenecer a él, también. El período estudiado abarca desde fines del siglo XVIII y fines del siglo XX, y está dividido en tres segmentos: Las migraciones tempranas, desde el siglo XVIII hasta 1880, las migraciones de masas, de 1881 a la primera guerra mundial, y las contemporáneas, desde el fin de la primera guerra mundial en adelante. Según Devoto, con la caída de Rosas no se producen cambios importantes en la inmigración. Hemos visto que el autor hace llegar la que él llama “inmigración temprana” hasta 1880. Lo que se da es un desplazamiento de militantes, sobre todo italianos republicanos desde Uruguay y un mayor flujo de inmigrantes franceses, antes obstaculizado por los conflictos con Francia. No se puede negar que desde el estado se propuso alentar la inmigración, una muestra de ello es la Constitución, favorable a la misma, además las negociaciones para el establecimiento de colonias y la creación, en 1854, de una comisión de inmigración subvencionada por el estado. También comenzaron las estadísticas inmigratorias y un asilo económico para los recién llegados que lo necesitaran (origen del futuro Hotel de Inmigrantes). Sin embargo la influencia de esas iniciativas fue muy limitado. Mucho más importante parece haber sido, según el autor, el efecto de las cadenas migratorias y el activismo de los agentes de emigración. Algunas compañías navieras prosperaron con el negocio del transporte de inmigrantes. En resumen, fueron factores sociales (y económicos ciertamente) los que mayor incidencia tuvieron en el incremento del flujo migratorio. La inmigración de las décadas del sesenta y setenta es de origen italiano en primer lugar, sobre todo del norte de Italia (Génova, Piamonte y Lombardía), en segundo lugar español, predominando los gallegos y vascos y en tercer lugar franceses del sudoeste. El destino de la mayor parte de los inmigrantes terminó siendo principalmente urbano. Recordemos que esto es anterior a la campaña al desierto, por lo cual no se ha extendido suficientemente la frontera agropecuaria. Según el censo de 1869, los extranjeros eran el 11,5 por ciento de la población, y su distribución era muy desigual: eran el 49,6 % en la ciudad de Buenos Aires, el 30,5 en la provincia de Buenos Aires, el 15,6 en Santa Fe y el 13,6 en Entre Ríos. La colonización agraria (que tiene cierta importancia) se desarrolló al margen de las políticas del Estado. En 1870 llegaron 30.000 inmigrantes, en 1873 50.000 y a partir de ahí hay una disminución, originada por la crisis mundial de 1873. Bajó el precio de los productos exportables y disminuyó el flujo de capitales. A eso se sumaron algunas plagas de langostas en la provincia de Santa Fe. Como resultado de ello, se reducen las entradas de inmigrantes y aumentan los retornos. En las elites argentinas comienza a aparecer la idea de nacionalizar a los inmigrantes. Ante la caída del flujo migratorio, la respuesta de la clase política fue la sanción del la ley de inmigración y colonización de 1876, que no fue discriminatoria en cuanto al origen de los inmigrantes, a diferencia del decreto sancionado por Sarmiento en 1873 que decidía incrementar la propaganda migratoria hacia países del norte de Europa, a pesar de las declaraciones de la Comisión Central de Inmigración, en 1872, que proponía dar preferencia a los vascos por su laboriosidad, respeto a la autoridad y su moral. A partir de esta ley comienza un largo debate en las clases dominantes acerca de si el Estado debía promover y seleccionar a los inmigrantes o si, por el contrario, era conveniente la inmigración “natural”. Un hecho importante que consigna el autor en este período posterior a Caseros, es el desarrollo de instituciones comunitarias. En 1852 la Sala Española de Comercio. En la comunidad francesa aparece en 1854 L’Union et Secours Mutuels.. En 1857 nace la Asociación Española de Socorros Mutuos, que llegaría a tener 33.000 socios en el período de entreguerras; y el 1858 la mutual italiana Unione e Benevolenza. El mutualismo, que comienza en Buenos Aires, se irá extendiendo a las provincias. Las escuelas comunitarias aparecen también, y al igual que las mutuales, son un signo del arraigo de los inmigrantes. Arraigo un tanto especial, ya que en esas escuelas se utilizaba la lengua del país de origen, y se conservaba la tradición del mismo, lo cual suscita la preocupación de algunos dirigentes, entre ellos Sarmiento. La inmigración europea de las tres décadas anteriores a 1880, no suscita mayormente conflictos en la sociedad ni preocupación en las elites, con algunas excepciones, como Alberdi que lamentaba que la inmigración no fuera de origen nórdico. En una publicación de los años setenta, sostenía que un inmigrante anglosajón valía por tres del Mediterráneo. La situación cambia a partir de la década del ochenta, desde el comienzo de lo que el autor llama “inmigración de masas”. Las características de la misma, en primer lugar su masividad, además la procedencia nacional. Entre 1881 y 1914 llegan a la Argentina algo más de 4.200.000 personas. Los italianos eran unos dos millones, los españoles, 1.400.000, los franceses 170.000, los rusos 160.000. Hay que señalar que es importante la cantidad de retornos. Entre 1881 y 1910 retornó el 36 % de los inmigrantes. De los que volvieron, la mayoría eran italianos, seguidos por los españoles y los que menos retornaron fueron los sirio libaneses y los rusos. La preocupación de las elites dirigentes ante la presencia masiva de extranjeros fue correlativa. Ya desde fines de los años setenta algunas voces e informes sostenían la necesidad de reorientar la política migratoria para favorecer a los provenientes del norte de Europa. Ya hemos mencionado la posición de Alberdi. Para la misma época el comisario central de Colonización en Europa, Carlos Calvo, sostenía que había una correlación entre la migración italiana meridional y la criminalidad en la Argentina. Un motivo de preocupación fue la falta de integración a la cultura nacional de los inmigrantes y sus hijos. Sarmiento, ante un congreso pedagógico italiano de 1880: ¿Qué es eso de “educar italianamente” a los hijos? Aparecen, además, libros xenófobos como La bolsa de Julián Martel (antisemita) y En la sangre, de Eugenio Cambaceres, que expresa prejuicios contra los inmigrantes italianos. “Las aprensiones que generaba la masiva presencia inmigratoria europea no concernían únicamente al problema de la identidad nacional o a la idea aludida de que las comunidades inmigrantes podían constituir potenciales quintas columnas en el territorio argentino para operaciones que amenazaran su integridad. Derivaba también de otra amenaza percibida por las elites sociales. Esta las afectaba aún más directamente: era acerca de su misma supervivencia como elite, imaginariamente asediada por el ascenso social de algunos de entre la muchedumbre de extranjeros recién arribados”. Se generaba de este modo una oposición entre los antiguos pobladores, que comenzaron a denominarse “patriciado”, y los advenedizos. En las clases dirigentes se abre paso la idea de “nacionalizar” a los inmigrantes a través de la educación. Lucio V. López y Joaquín V. González fueron los primeros que pensaron en “construir” –o inventar- una tradición nacional. Posteriormente, José María Ramos Mejía adoptará medidas concretas en la implementación de esta idea. Es interesante el hecho de también dentro de las comunidades inmigrantes se formaban elites (ya hemos visto una tendencia de las comunidades extranjeras a protegerse a sí mismas mediante la asociación). Estas polemizaban con las elites nativas pero también con los de otras comunidades. Algunos intelectuales italianos que escribían en la prensa de Buenos Aires señalaban la conveniencia de una inmigración “natural” que seleccionaba a los más fuertes, en lugar de la inmigración subsidiada, que protegía a los débiles. (cuando hubo subsidios fue para la inmigración española, o de países del norte y este de Europa, no para italianos). Sin embargo la política pública en esos años y en adelante, no fue particularmente discriminatoria, sino que se propuso integrar a los inmigrantes a la nación a través de la educación, el servicio militar obligatoria y la política. En particular Lucio V. Mansilla propuso nacionalizarlos, para cambiar el panorama político.
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