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El gran aviviamiento comienza en el hogar

por Por David Hormachea


Nuestro cambio debe incluir un compromiso diario para darle a la
esposa la honra que se merece. El cambio exige que respetemos
sus puntos de vista, sus opiniones. Es cambiar el sistema de
palabras hirientes o acciones violentas. Esto no es fácil, sobre todo
cuando nos hemos acostumbrado a no respetarla.

Por mucho tiempo viví convencido de que el avivamiento era la sensación de


alegría, unidad y adoración que incluía momentos de éxtasis y abrazos entre los
hermanos y que llegaba a la congregación como producto de la oración y el ayuno.
Esas eran mis apreciaciones, pero no eran verdaderas convicciones basadas en un
estudio profundo de las Escrituras.

Si declaro que el gran avivamiento no comienza de las rodillas sino en la familia,


seguramente provocaré más de un cuestionamiento. Más conflictivo sonaría si
declaro que este mover de Dios en mi vida no se inicia en la oración sino en mi
corazón. Pero mientras más estudio la Biblia, más me convenzo de la
responsabilidad personal que tenemos de volver a tener pasión por cumplir el
propósito de Dios.

Existen muchas ideas acerca de qué es un avivamiento, cómo podemos lograrlo y


por qué y cuándo lo necesitamos. Algunos creen que ocurre un avivamiento cuando
existe un mayor deseo de adorar, alabar y orar o cuando existen más expresiones
emocionales en nuestras reuniones congregacionales.

Por supuesto, me uno al llamado a que busquemos un avivamiento. Lo


necesitamos. Pero mi consejo es que se investigue bien dónde comienza éste.
Para salir de la interrogante quisiera recurrir a relatos bíblicos que describen cómo
se generan los avivamientos.

La necesidad de un avivamiento

Un avivamiento es la respuesta humilde y decidida del hombre al llamado de Dios


para volver a cumplir de corazón el propósito de Dios, dada nuestra tendencia
pecaminosa de vivir ignorando su voluntad.

No hay duda, necesitamos un avivamiento. Necesitamos volver a tener pasión por


Dios y su Palabra en vez de depender de ideas, pensamientos, y experiencias
personales de bien intencionados siervos de Dios.

Habían pasado los días maravillosos de avivamiento durante el reinado de Josías


(2 Re 22.1–23.30). Se había acabado el corto período de reformas espirituales y
existían días tenebrosos en el reinado de Joacim (2 Re 23.35–37). En poco tiempo,
las deplorables condiciones existentes durante el reinado de Manasés nuevamente
se habían hecho presentes en Judá. Habacuc 1.2–4 nos presenta al profeta
sorprendido porque Dios no ejecuta su disciplina. Él se preguntaba lo que muchos
se preguntan hoy: ¿Por qué Dios no hace algo para detener la corrupción y el
pecado? El profeta se llenó de temor cuando Dios le contestó que usaría a los
crueles caldeos para ejecutar la disciplina sobre Judá (1.5–11). Entonces, el profeta
cuestiona a Dios por utilizar como sus instrumentos de juicio a una nación más
pecadora que Judá. Poco antes de la cautividad en Babilonia, los pecados que
Josías había combatido habían vuelto a ser parte de la sociedad. Se detuvo la
reforma que había estado realizando Josías. Nuevamente volvió la apatía, una vez
más el pueblo prefería satisfacer sus gustos y pasiones en vez de someterse a
Dios. Los hijos de Dios estaban adormecidos, y en vez de vivir por la fe estaban
actuando con el mismo orgullo de aquellos cuya alma no era recta (2.4).

Habacuc entrega un mensaje claro. Dios es el Soberano. Él es quien merece


adoración. El profeta exhorta al pueblo a dejar de pecar y aceptar la disciplina
porque Dios no es indiferente al pecado. El clamor de Habacuc es: «Señor aviva tu
obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer; en la ira
acuérdate de la misericordia» (3.2).

Cuando hay pecado y caminamos fuera del propósito de Dios, él ejecuta su


disciplina para que despertemos los adormecidos. No habría necesidad de un
avivamiento si no hubiera adormecimiento.

A. El adormecimiento

El letargo es el resultado de un proceso. Por el descuido, la despreocupación, por


no nutrirse apropiadamente, la persona va perdiendo la fuerza hasta que se siente
aletargada y deja de funcionar normalmente. La persona queda más vulnerable
pues sus defensas han descendido y cualquier virus puede afectarle. A una
persona adormecida:

1. La dominan sus debilidades.

• Sus pasiones, sus gustos la dominan, es más tolerante con el pecado.

2. Deja de ver la vida como Dios la ve.

• Quiere hacer encajar a Dios en sus planes, en vez de hacer serios esfuerzos por
estar en el propósito de Dios.

• Cambia sus prioridades. No ordena su vida conforme a lo que Dios quiere, sino
conforme a sus propios deseos. Pone en primer lugar lo que más le gusta y le
apasiona, no necesariamente lo que es mejor y lo que Dios quiere.

3. Se convierte en religiosa.

La persona deja de tomar a Dios en serio. Está contenta con un Salvador, pero en
la práctica no lo tiene como Señor, es decir, no es su máxima autoridad.

• Rutina en vez de desafíos. Su vida se desarrolla en medio de la rutina. Asiste al


templo sin un desafío mayor. Participa de la cena del Señor sin arrepentirse
genuinamente. Lee la Biblia como leyera el horóscopo y no como la única regla de
fe y conducta.

• Exhibición en vez de adoración. La persona ora para impresionar. Ora porque le


toca el turno de orar. Se presentan espectáculos eclesiásticos en vez de adoración
proveniente de corazones limpios.

• Obligación en vez de devoción. La persona asiste para quedar bien. Ofrenda


porque lo manipulan. Cumple con una responsabilidad porque lleva un título.

Ese estado anormal nos debe mover a pedirle a Dios que Él avive a su pueblo a
vivir por la fe, y a anhelar con pasión vivir en el propósito de Dios. Esto hace que
Dios nos envíe a sus profetas para que recordemos el amor que Él nos tiene, su
bendición para quien se arrepienta, y el juicio y la destrucción para quien se rebele.

Tristemente los ciclos que vivimos en el siglo XXI no son diferentes de los que vivía
el pueblo de Dios antes del cautiverio babilónico. Cuando había adormecimiento, la
palabra profética anunciaba juicio para la desobediencia y bendición para quien
prefiriera el arrepentimiento. Entonces, llegaba el avivamiento.

B. El avivamiento

Así como el adormecimiento es resultado de un proceso, también el avivamiento lo


es:

1. Reconocimiento de la situación caótica

En la historia bíblica notamos que en las temporadas de desobediencia todos los


sectores de la sociedad se veían afectados y toda la nación sufría las
consecuencias. Pero, sólo unos pocos reconocían ese estado y lo presentaban
ante Dios.

2. Predicación relevante de la Palabra

Dios nos envía a predicar un mensaje que no puede ser cambiado: el juicio de Dios
para el desobediente, bendición y avivamiento para el obediente. La declaración
profética anunciaba el perdón y el juicio.

3. Humillación

Dios le declaró a Salomón (2 Cro 7.14) que cuando Su juicio cayera sobre la
nación, su respuesta debía ser solamente una: la humillación. Eso es exactamente
lo que debemos hacer si queremos tener un gran avivamiento en la iglesia de hoy.
Humillarse es admitir nuestras debilidades en forma específica, es reconocer que
necesitamos ayuda, es bajar nuestras defensas, dejar nuestro orgullo.

4. Consagración

Es separarse con un propósito santo. Es querer conocer mejor la voluntad de Dios.


Es buscar los medios de gracia y relacionarse con la Fuente de Poder.

5. Cambio

Después de reconocer nuestra falta y buscar a Dios como fuente de poder, es


imprescindible la determinación de realizar cambios y así revertir el proceso.

Quiero detenerme para confirmar la declaración que hice al inicio: El avivamiento


comienza en el corazón y no con la oración. Para humillarnos debemos admitir con
toda sinceridad cuáles son nuestras áreas de debilidad. Admita su debilidad, pero
para ello debe hacer una seria evaluación. Espero que Dios lo motive a usted a
hacerlo al leer este artículo.

C. Mi adormecimiento

Por muchos años fui fuerte en la predicación, en mi servicio, en mi dedicación a la


obra, pero mi más grande y terrible área de debilidad estaba allí guardada en lo
profundo de mi corazón. No era sólo yo quien tenía conocimiento de ella, también
mi esposa …y mi Dios.

Participaba con dedicación en todas las reuniones de oración, lloraba con


sensibilidad, alababa con alegría y entusiasmo y adoraba con gran emoción. Podía
levantar manos con devoción y casi volar con cara de santo en medio de la
congregación; y juzgando sólo por la apariencia, muchos deben haber llegado a
pensar que yo era una persona avivada. Sin embargo, en mi casa había quedado
mi esposa, herida e ignorada por un marido sobreinvolucrado en la obra y con
complejo de redentor del mundo. Pero Dios tiene maravillosas formas para
enseñarnos.

D. Mi avivamiento

La más grande lección sobre el verdadero avivamiento la aprendí cuando vivíamos


lo que parecía, pero no era, un avivamiento. En una temporada de lágrimas, de
renovación de la himnología, de oraciones en la montaña y horas de vigilia en
medio de abrazos con todos los hermanos, había algo que estaba ausente. Yo era
un excelente ministro, pero un mal esposo. La iglesia era mi refugio, sobre todo
después de las peleas con mi esposa, a quien muchas veces califiqué de poco
espiritual porque reaccionaba confrontándome al luchar con su gran rival, la iglesia.
Ella, preocupada por sus cuatro hijos y sin recibir el apoyo de su esposo, no podía,
ni debía aceptar que la iglesia le robara a su marido.

En una ocasión, después de una discusión con mi esposa me fui a mi refugio, mi


iglesia. Había una de esas reuniones muy emocionantes. Durante la reunión se me
ocurrió doblar las rodillas y me puse a leer la Biblia: «Vosotros maridos, igualmente,
vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como
a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan
estorbo.» (1 Pe 3.7) Este pasaje verdaderamente traspasó mi alma. Me decía:
«David, debes vivir con ella.» No vivía con ella. Vivía en la iglesia. «Si tú no comes
con ella, no paseas con ella, no haces planes con ella, si no te diviertes con ella, si
no oras con ella, si sólo duermes con ella y tienes relaciones sexuales con ella, no
vives con ella». El versículo continúa. Dice que debemos vivir «sabiamente». No
había escapatoria. «David, tienes que vivir con Nancy sabiamente».

La espada seguía enterrándose lentamente en mi corazón «avivado». Vivir


«sabiamente» es dar honor a la esposa. No hay otra opción. Debemos darle el
respeto y la honra que se merece a la mujer más importante del mundo. ¿Sabía
usted que no existe otra persona más importante en este mundo que su cónyuge?
Después de darle a Dios la honra que Él merece, el mayor respeto no debe ser
para las hermanas de la iglesia que nos admiran (¡claro!, ¡es que no viven con
uno!), debe ser para nuestro cónyuge. No honramos a nuestra esposa cuando las
opiniones de otras personas son más importantes que las de ella. No la honramos
cuando con la misma boca que alabamos a Dios o predicamos Su Palabra la
insultamos o la herimos con palabras corrompidas, y peor aun, cuando utilizamos
las mismas manos que hemos levantado a Dios para la violencia doméstica. No
vive con sabiduría quien trata a su esposa como si fuera otro hombre. Ella es el
vaso más frágil. Ella merece nuestra ternura, nuestro romanticismo. Ella debe ser
tratada con cariño y respeto, especialmente en nuestras relaciones íntimas. La
deshonramos cuando la utilizamos como un instrumento de satisfacción de
nuestras necesidades. Vivir con sabiduría significa que debemos comprender
cuáles son sus necesidades físicas, emocionales y espirituales porque ella no es un
ser inferior sino «coheredera de la gracia de la vida».

Mi segunda afirmación declara que el avivamiento no comienza de rodillas sino en


la familia. Podemos tener los mejores cultos de oración y los más emocionantes
cultos de alabanza, pero lamentablemente puede existir un estorbo para que mi
consagración sea aceptada por Dios. Una de las puñaladas más fuertes que recibí
de la Palabra de Dios fue cuando entendí que Pedro me decía: «David, si no vives
con tu esposa con sabiduría, entendiendo y satisfaciendo sus necesidades, y si no
la tratas con respeto y amor, tus oraciones no pasarán del techo del templo.» El
Espíritu de Dios me recordó los siguientes impactantes versículos: «Si alguno dice
que ama a Dios y aborrece a su hermano, el tal es un mentiroso.» (1 Jn 4.20) Y,
«Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas.» (Col 3.19) Sin
embargo, el Espíritu de Dios todavía no terminaba con el orgullo de este «pastor
avivado». No sé cuánto tiempo pasé orando mientras todos cantaban
emocionados. Una puñalada más traspasó mi corazón: «Pero yo os digo que
cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera
que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le
diga fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al
altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda
delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y
presenta tu ofrenda.» (Mt. 5.22–24).

¿Qué cree que fui motivado a hacer? Lo mismo que le pido que haga usted si
quiere ser parte de un gran avivamiento (2 Cr 7.14).

1. Humillación:
«Si se humillare mi pueblo…»

Tuve que reconocer que como esposo no estaba viviendo con sabiduría. Tuve que
reconocer las áreas de mi debilidad: No dedicar tiempo a pasear con mi esposa, no
apoyarla en los quehaceres domésticos, escuchar a todas las hermanas de la
iglesia pero no a ella, tener relaciones sexuales pensando en mi satisfacción en vez
de pensar en ella, ser un buen proveedor para las necesidades físicas pero ignorar
sus necesidades emocionales y espirituales, dedicar poco tiempo a los hijos y
mucho tiempo al templo.

2. Consagración:

«... y oraren, y buscaren mi rostro...»

Tuve que declararle a Dios, sin justificarme, cuáles eran mis faltas, para buscar
perdón de mis pecados de incomprensión y falta de respeto. Yo había estado
haciendo todo lo contrario de lo que pide el apóstol Pedro. En mi confesión me
comunico con Dios sobre mi pecado. Santiago nos aconseja a nosotros, los
ofensores, que busquemos el perdón para que la relación vuelva a ser saludable
(Stg 5.16). Entonces, mi confesión debía incluir a mi esposa para sanar la relación
conyugal y no tener nada que me impidiera acercarme y presentar mi ofrenda a
Dios.

3. Cambio:

«... y se convirtieren de sus malos caminos…»

Es convertirse en otro. Es hacer lo opuesto de lo que estábamos haciendo y vivir


con la esposa sabiamente. Es poner en la agenda tiempo con la familia, no sólo
para comer juntos sino para pasear juntos, planear la vida juntos, tomar vacaciones
juntos, adorar juntos, y todo realizarlo con sabiduría.

Nuestro cambio debe incluir un compromiso diario para darle a la esposa la honra
que se merece. El cambio exige que respetemos sus puntos de vista, sus
opiniones. Es cambiar el sistema de palabras hirientes o acciones violentas. Esto
no es fácil, sobre todo cuando nos hemos acostumbrado a no respetarla.

El cambio incluye que tengamos relaciones íntimas con honra. Hebreos 13.14 nos
exhorta a que la relación sexual esté libre de impurezas y que el matrimonio y la
relación íntima sea tenida en la más alta honra. En la relación sexual es donde más
se necesita abandonar el egoísmo y nuestra sola satisfacción. Dios diseñó a la
mujer de tal forma que ella necesita las caricias y ternura de un hombre amoroso
para sentirse unida no sólo física sino emocionalmente a su marido. Por eso el
apóstol Pedro nos ordena tratarla con dignidad y respeto como a vaso frágil, como
coherederas de la gracia de la vida.

Uno de los grandes impedimentos para relacionarnos saludablemente con Dios es


la relación conyugal enfermiza. Dios no acepta nuestra devoción cuando en nuestro
matrimonio tenemos una mala relación. El gran avivamiento no comenzará al tener
buenas oraciones y ayunos formales, pues no comienza en las reuniones
emocionales sino en el reconocimiento de nuestras faltas, la confesión de nuestros
pecados y en el cambio de comportamiento que nos permita tener relaciones
conyugales saludables.

Usted y yo podemos ser instrumentos de bendición para nuestra familia,


congregación y país.

David Hormachea es chileno. Es pastor y consejero.

Junto a Charles Swindoll ministra en el programa de

radio «Visión Para Vivir». Preside De Regreso al Hogar

que distribuye sus conferencias en casetes, discos

compactos y videocintas. Además es escritor de

varios libros.

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