La necesidad de un avivamiento
A. El adormecimiento
• Quiere hacer encajar a Dios en sus planes, en vez de hacer serios esfuerzos por
estar en el propósito de Dios.
• Cambia sus prioridades. No ordena su vida conforme a lo que Dios quiere, sino
conforme a sus propios deseos. Pone en primer lugar lo que más le gusta y le
apasiona, no necesariamente lo que es mejor y lo que Dios quiere.
3. Se convierte en religiosa.
La persona deja de tomar a Dios en serio. Está contenta con un Salvador, pero en
la práctica no lo tiene como Señor, es decir, no es su máxima autoridad.
Ese estado anormal nos debe mover a pedirle a Dios que Él avive a su pueblo a
vivir por la fe, y a anhelar con pasión vivir en el propósito de Dios. Esto hace que
Dios nos envíe a sus profetas para que recordemos el amor que Él nos tiene, su
bendición para quien se arrepienta, y el juicio y la destrucción para quien se rebele.
Tristemente los ciclos que vivimos en el siglo XXI no son diferentes de los que vivía
el pueblo de Dios antes del cautiverio babilónico. Cuando había adormecimiento, la
palabra profética anunciaba juicio para la desobediencia y bendición para quien
prefiriera el arrepentimiento. Entonces, llegaba el avivamiento.
B. El avivamiento
Dios nos envía a predicar un mensaje que no puede ser cambiado: el juicio de Dios
para el desobediente, bendición y avivamiento para el obediente. La declaración
profética anunciaba el perdón y el juicio.
3. Humillación
Dios le declaró a Salomón (2 Cro 7.14) que cuando Su juicio cayera sobre la
nación, su respuesta debía ser solamente una: la humillación. Eso es exactamente
lo que debemos hacer si queremos tener un gran avivamiento en la iglesia de hoy.
Humillarse es admitir nuestras debilidades en forma específica, es reconocer que
necesitamos ayuda, es bajar nuestras defensas, dejar nuestro orgullo.
4. Consagración
5. Cambio
C. Mi adormecimiento
D. Mi avivamiento
¿Qué cree que fui motivado a hacer? Lo mismo que le pido que haga usted si
quiere ser parte de un gran avivamiento (2 Cr 7.14).
1. Humillación:
«Si se humillare mi pueblo…»
Tuve que reconocer que como esposo no estaba viviendo con sabiduría. Tuve que
reconocer las áreas de mi debilidad: No dedicar tiempo a pasear con mi esposa, no
apoyarla en los quehaceres domésticos, escuchar a todas las hermanas de la
iglesia pero no a ella, tener relaciones sexuales pensando en mi satisfacción en vez
de pensar en ella, ser un buen proveedor para las necesidades físicas pero ignorar
sus necesidades emocionales y espirituales, dedicar poco tiempo a los hijos y
mucho tiempo al templo.
2. Consagración:
Tuve que declararle a Dios, sin justificarme, cuáles eran mis faltas, para buscar
perdón de mis pecados de incomprensión y falta de respeto. Yo había estado
haciendo todo lo contrario de lo que pide el apóstol Pedro. En mi confesión me
comunico con Dios sobre mi pecado. Santiago nos aconseja a nosotros, los
ofensores, que busquemos el perdón para que la relación vuelva a ser saludable
(Stg 5.16). Entonces, mi confesión debía incluir a mi esposa para sanar la relación
conyugal y no tener nada que me impidiera acercarme y presentar mi ofrenda a
Dios.
3. Cambio:
Nuestro cambio debe incluir un compromiso diario para darle a la esposa la honra
que se merece. El cambio exige que respetemos sus puntos de vista, sus
opiniones. Es cambiar el sistema de palabras hirientes o acciones violentas. Esto
no es fácil, sobre todo cuando nos hemos acostumbrado a no respetarla.
El cambio incluye que tengamos relaciones íntimas con honra. Hebreos 13.14 nos
exhorta a que la relación sexual esté libre de impurezas y que el matrimonio y la
relación íntima sea tenida en la más alta honra. En la relación sexual es donde más
se necesita abandonar el egoísmo y nuestra sola satisfacción. Dios diseñó a la
mujer de tal forma que ella necesita las caricias y ternura de un hombre amoroso
para sentirse unida no sólo física sino emocionalmente a su marido. Por eso el
apóstol Pedro nos ordena tratarla con dignidad y respeto como a vaso frágil, como
coherederas de la gracia de la vida.
varios libros.