convirtió en el escenario del milagro tras la súbita aparición de los animales, la vida de
Alicia no era más que una pesada rutina. También era triste y un poco solitaria, porque
las obligaciones con las que la niña cargaba eran como altos muros que la separaban de
las cosas de su edad. Alicia, sola, tenía que cuidar a su madre y atender la casa.
despacio, junto a la puerta de su habitación. Eran unos zapatos negros, gastados pero
muy lustrosos, y que habían perdido la pequeña hebilla dorada del costado. Al final del
pasillo, junto a la habitación de su madre, quedó una puerta entreabierta que daba a un
patio con plantas y a una luna redonda. De allí la niña trajo una buena cantidad de pasto
y un recipiente con agua para los camellos. Con la ilusión en el rostro, después de
Alicia tenía ocho años cumplidos y era una niña sumamente aplicada. Al
su madre, que ya iba por el segundo año postrada en la cama. Después de recoger la
mesa del salón a hacer las tareas escolares. Ponía tal empeño al sujetar el lápiz durante
frente, como una pequeña hechicera de los cuentos. No se levantaba de la silla más que
para atender algún llamado de su mamá. Algunas veces era un indispensable vaso de
agua, o una pastilla, reclamada siempre con la voz dulce de quien no quiere molestar.
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Entonces, la niña dejaba el lápiz sobre el cuaderno y recorría de ida y de vuelta el
casa, junto a la puerta que daba al patio. Luego, cuando regresaba, recogía otra vez el
lápiz para continuar con su tarea de multiplicar cifras y dibujar mapas. Sorprende que
una niña tan madura siguiera esperando cada enero a los reyes magos.
Esa noche, después de meterse en la cama, Alicia soñó, y en el sueño, por fin,
los reyes entraron en la casa. Mientras dormía, pudo ver cómo en el angosto pasillo se
entorpecían los tres camellos oníricos y desordenaban la comida y el agua. Era tanta la
pasión y las ganas que pusieron los animales en comer el pasto, que, en el sueño, hasta
los zapatos terminaron llenos de mordiscos. Eran unos mordiscos agudos, como son los
mordiscos de los sueños. Pero, ¡qué le iban a importar a Alicia unos zapatos viejos si los
reyes le habían dejado una enorme caja roja al final del pasillo, junto a la puerta que
daba al patio! En la caja, los reyes le habían traído lo único que Alicia de verdad
deseaba desde hacía dos años: de esa manera incomprensible de los sueños, dentro de la
Se levantó, medio dormida y medio despierta, con esa sensación mezclada de las cosas
agua y el pasto, que esperaban intactos en medio del pasillo vacío. Miró al fondo: no
La niña sintió tal decepción y tal furia, que cometió una locura impensable en
ella: fue hasta el salón, tomó el lápiz con el que hacía las multiplicaciones, y descargó
toda la pequeña fuerza de sus manos sobre los dos pedazos de cuero negro. Alicia
abandonó los zapatos, que habían quedado medio destrozados, y corrió, lápiz en mano,
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Entonces, justo cuando la niña y la madre se dieron el abrazo en la cama,
llegaron los ruidos. Como un eco de los golpes de Alicia con el lápiz, se oyeron los
cascos contra el piso y el choque de los cuerpos en las paredes estrechas del pasillo.
Eran los camellos, que habían aparecido de repente. Las dos lo oyeron; las dos miraron
Seudónimo: Darío